¿Y usted preguntará porque cantamos?
Susana Kleiban
Me había prometido volver a enamorarme cuando los chequeos médicos me
dieran el OK. Esto parecía muy loco. Pasando los 60 es improbable que los
análisis digan que soy absoluta y completamente sana.
Pero
yo me entendía. Soy dispersa por naturaleza, y mas dispersa si un hombre pasa a
integrar mi agenda y mis whats app con algún emoticón de pimpollo mañanero o
simplemente en vez de ponerme a trabajar o pedir los turnos al especialista
paso a revisar su foto, poner un audio con su voz o despertarme, no tan contenta,
de estar sola en mi cama. Sí, me lo había prometido y las molestias a nivel del
corazón que habían aparecido a fines de noviembre del año pasado me hacían por
decreto acatar la promesa.
Pero
llegó marzo y con marzo el 8. Salía corriendo para marchar por el día
Internacional de la Mujer y me apuraba un café en el Tortoni. En la otra mesa
estaba él. Lo vi, me vio y no sé porque le sonreí. Luego acordándome de que
debía ser obediente salí por la otra puerta
para no cruzar por su mesa.
Luego
llegó el 21. Apurada como siempre llegué a Tribunales para sostener con mi
aliento al juez Ramos Padilla, Quijote por si quiere. Y estaba él, me reconoció,
sonrió, me acercó un papel y se fue. Con gesto distraído lo guardé en la
cartera y busqué a mis amigas para seguir marchando.
El
24, en otro homenaje a los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos, y con la
convicción tan firme como en 43 años en las calles me puse el jogging y con
taquicardia, revisé los diagnósticos para confirmar mi decisión de ir a la
plaza.
¿Cuántos
éramos, 200.000 o 300.000? No sé. Lo que puedo decirte es que lo volví a encontrar.
Me gusta. Creo que le gusto. Me preguntó porque no lo había llamado. No lo entendí
hasta que recordé el papel guardado en la cartera. Tal vez pareciendo un poco
naif le expliqué que no debía enamorarme hasta saber que órgano necesitaba un
transplante.
Se
rió, y me invitó a comer pizza al terminar la marcha. Estuve tentada de decir …
mi médica me sugirió suprimir harinas y lácteos, pero sonreí y acepté la
invitación. Mientras comíamos le conté algo de mi vida. Él también de la suya,
los matrimonios, hijos, divorcios y algo fuerte: la militancia.
Él
me habló de su deseo de formar una pareja. Yo le hablé de mis deseos de
preservarme. Hablamos de los 30.000 y de nuestros queridos cumpas
desaparecidos. Me dio la mano y no la retiré… Y usted preguntará por que
cantamos
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