Veinte años después
Jenara
García Martín
(evocando a Azorín)
Era
un día gris que anunciaba la llegada del Otoño, cuando el carruaje que comunicaba los pueblos y aldeas del Norte de
Castilla, había comenzado a ascender la
zona de montaña, despacio, por un camino
sinuoso hasta llegar a la cima. Uno de los viajeros – ya de edad avanzada, con
barba y cabello gris, de mirada fija,
con capa, sombrero y bastón, - preguntó:
-¿Estamos
ya en lo más alto del camino?
-Sí,
ahora empezaremos a descender –le
contestó una pasajera.
El
señor del sombrero seguía hablando sin que nadie le interrumpiera como evocando
recuerdos lejanos y sin mirar por la ventanilla:
-Desde
aquí ya se divisará todo el valle. Allá
en la lejanía brillarán las tejas de la cúpula de la Iglesia. Reflejará el sol
en el agua del río. Díganme, ¿se ve a la derecha, allá junto al camino viejo
que lleva al pueblo, una casa blanca que apenas asoma entre los árboles?
-Sí,
ahora parece que refleja el sol en una
ventanilla que está en lo alto de la casa – le respondió la misma pasajera.
Mientras, el carruaje ya iba descendiendo al llano y serpenteaba el camino entre los
extensos campos de labranza y frutales.
Ahora el señor del sombrero decía que escuchaba
las campanas de la Iglesia y que antes tocaban más temprano las del
convento de las Bernardas. Y preguntaba si habían construido edificios nuevos en el pueblo.
-Hay
algunos, pero pocos. Cerca de la ermita
han levantado una fábrica … le contestó la pasajera de al lado.…- ¿Una
fábrica? ¡Manchará con el humo el cielo azul! Ese cielo azul que era tan
radiante…
-¿Hace
mucho tiempo que usted no venía por el pueblo? –Le preguntó un pasajero.
Y
con cierta nostalgia en su voz, le contestó que hacía unos veinte años.
El
carruaje ya entraba por las callejuelas
del pueblo y el señor del sombrero exclamó con regocijo.
-¡Ya
estamos en el pueblo! Escucho los gritos
de los chicos que están jugando. Aquí por donde vamos ahora, había talabarteros y zapateros y deben de
seguir, porque siento olor a cuero.
Una
pasajera le contestó que sólo había un
pequeño taller, porque ya la mayoría de los objetos los traían
fabricados de afuera. Reconoció que pasaban por
la plaza ancha con las columnas de piedra en los soportales y que en una
esquina estaba el comercio “LA DALIA AZUL”
Ahí
está todavía. Y han abierto algunas tiendas más. Y en el centro han hecho un
jardincillo – le respondió la misma pasajera .
El
carruaje se detuvo y abrió la puerta para que descendieran los pasajeros. Habían llegado al final del viaje.
El
señor del sombrero no se movilizó. Esperó sentado y descendió el último,
despacio, apoyándose en el bastón.
Alguien le tomó del brazo y le preguntó:
-¿Cómo
está Dº Pelayo? …
-¡Toribio-
Toribio! - exclamó, pues reconoció
enseguida esa voz…
-Sí
soy yo. ¿Cómo está usted? Y ¿El viaje? -
Toribio le sujetó del brazo y comenzaron a caminar.
-Muy
grato Toribio ¿Tienes mi maleta?
-Sí, Dº Pelayo.
D°
Pelayo le preguntó por toda la familia.
Y por la Casona cerrada.
-Todos
bien, Dº Pelayo. Y la Casona, todos los
meses la limpiamos, por lo menos dos veces al mes, desde hace cinco años,
cuando ordenó que no se volviera a
ocupar porque usted volvía para instalarse en ella. Cómo lamentamos sus cambios de planes. Y más aún los motivos.
Pero a pesar de los años que han pasado, se conserva bien y todo está tal como usted lo dejó. Nadie de
los que la han habitado, cambió nada
-Veinte,
Toribio. Veinte años. Demasiados. Ya estamos llegando.
-Sí
D° Pelayo. Ya llegamos.
Ya
están frente a la puerta de entrada. Es
una Casona de pueblo ubicada entre una arboleda y huerta en la parte de atrás
con frutales, cerca del río, donde se destacaban unos hermosos álamos. Toribio
ya había colocado la llave para
abrir, pero Dº Pelayo le sujetó la mano.
-Déjame
que yo abra la puerta –y él dio vuelta a la llave y abrió.
Ya
están en el interior de la Casona. Dº
Pelayo va recorriendo con sus pasos firmes y lentos los espacios. Entran en el
comedor y comenta que por las ventanas de la galería contemplaba cuando era muchacho, el panorama de todo el
valle, que tanto había influido en su espíritu. Y al acercarse al despacho
también le pidió que le dejara abrir la
puerta y accionado el picaporte abrió.
Los
dos entran en una vasta dependencia. En la pared de enfrente se ven dos retratos: el
de una dama con vestimenta de otros tiempos y en el otro a un caballero
también con el mismo estilo de ropa.
-¿Se
han estropeado los retratos? – preguntó Dº
Pelayo.
Toribio
le responde que no. Y Dº Pelayo posa sus manos suavemente sobre ellos.
-Conozco
a los dos – dijo con nostalgia.
Recorriendo
el salón, se acerca a los anaqueles y va palpando el lomo de algunos libros,
buscando quizás, uno en especial. Lo encuentra y lo saca del anaquel diciendo:
-Éste
lo leía cuando asistía a la Escuela” - y empieza a
pasar las hojas comentándole que
aún siente bajo sus dedos algunos
grabados que admiraba al leerlo: “Mira, una pagoda India – Constantinopla – La
Alhambra, lo deja de vuelta en su lugar y se acerca hacia el Escritorio. Abre
un cajón revolviendo los papeles entre los que encuentra un paquete de cartas.:
-“Toribio,
Toribio, aquí debe haber un retrato mío a los ocho años. Es éste” - y se lo muestra.
-Sí
éste es. Está algo descolorido - comenta
Toribio.
-Y
la tinta de las cartas estará amarillenta
- dice Dº Pelayo - Léeme ésta
¿Cómo principia?
“Querido
Pelayo: No sabes cuántas ganas tenemos de verte. Estás tan lejos que (…)”
-No
sigas. Guárdala de vuelta donde estaba.
-Nunca
me perdoné no haber venido antes de que
él tuviera ese accidente. Fue muy penoso y mira ahora cómo regreso yo.
Y le dice que él nunca trabajaba en ese
despacho. Que lo hacía en el altillo, pues le gustaba contemplar el panorama del pueblo. Y que desde la
ventana veía el cielo azul y por la noche las brillantes estrellas, que ahora
no puede ver. Y que las golondrinas volaban rápidas rozando la ventana, al alcance de su mano.
-Subamos
Toribio - y D° Pelayo comienza a ascender las escaleras, contándolas y al final
penetra en una habitación, dirigiéndose
a la ventana.
Toribio,
¿Está el cielo hoy despejado?
-No, está gris y con nubarrones obscuros en la lejanía. – respondió Toribio.
-La
última vez que estuve, hace veinte años ¿lo recordarás? Era también un día de
Otoño. El cielo estaba también gris. Estuve leyendo a FRAY LUIS DE LEON. Sobre
la mesa dejé el libro y palpando lo encuentra. Sí aquí está todavía y la señal
que dejé. Ahora no podré continuar la lectura. Entonces ya no seguí porque el
tiempo se terminó para mí, aquí en el pueblo, y me fui y ahora que el tiempo me
sobra no podré hacerlo – se lamentó,
Dº Pelayo.
-Usted,
ha vuelto para quedarse ¿No es así Dº.Pelayo?
-Así
es Toribio y espero poder disfrutar muchos días como aquellos de Otoño y que
tú continúes leyéndome el libro de FRAY
LUIS DE LEON, hasta el final.
-Léeme
el último renglón de la hoja donde está abierto, por favor.
Y
Toribio lee: “EL POLVO ROBA EL DIA Y LO
OSCURECE”.
-Gracias
Toribio – y Dº Pelayo siguió mirando, sin poder ver lo que contemplaban sus
ojos sin luz, a través de los vidrios de la ventana.
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