martes, 30 de abril de 2019

Claudio Steffani


Café Brasilero  

Claudio Steffani


Son las diez de la mañana, el micro demoró una hora en llegar, abordé el colectivo N° 9 desde la terminal Tres Cruces a Ciudad Vieja y bajé en 25 de Mayo y Treinta y Tres Orientales, caminé dos cuadras y dejé el bolso a una encantadora Cubana en el Hóstel CIRCUS MONTEVIDEO. Luego salí  y busqué el bar Brasilero de la calle Ituzaingó, un lugar con mucha historia, abrió sus puertas en el año 1877, emblema de la bohemia cultura uruguaya y Montevideana, donde Onetti escribió El Pozo, que lo finalizó en la mesa de madera porque se le había acabado el papel. Mario Benedetti y Eduardo Galeano se juntaban a tomar café acompañados de grandes charlas de literatura y fútbol. El mismo Galeano adoptó este sitio por más de veinte años, se sentaba en las dos mesas que dan a la ventana y leía el diario de atrás hacia adelante, luego se dedicaba a escribir sus grandes crónicas a la vista de los transeúntes que lo miraban de la ventana, algunos entraban a saludarlo y el charlaba con todo el mundo. Su libro Espejos lo escribió y presentó en este mismo lugar. ( “Cada vez que vengo a Ciudad Vieja aterrizo en este bar, y ésta es la primera vez que saco el cuaderno y lapicera para impregnarme de la magia depositada entre las maderas, botellas y cristales de éste lugar”). Me atraen los bares con historia. La curva de Haedo, donde bebí las primeras cervezas, Tomy de Ramos Mejía donde besé a Liliana por vez primera. Esperas interminables empapadas de cerveza y ansiedad de chicas sueltas de ropa, informales  e impuntuales. Lili llegaba siempre tarde, con su sonrisa dejaba la cartera en la silla y me decía “hola amorcito” y se iba al baño con sus jeans bien ajustados, moviendo el culo de tal manera que te olvidabas de cualquier espera. Ella me escribió las más bellas cartas de amor que tuve y tendré, reclamándome siempre que le escribiera una. Una tarde de lluvia saliendo de teatro me senté en otro mítico bar de Buenos Aires que ya no existe, se llamaba “El Paulista” y quedaba en Corrientes y Pueyrredón, frecuentado por actores y escritores, me senté en una mesa y escribí la primer carta de amor, que a Lili le encantó. Siempre escribí en los bares, cuando decidí concurrir al Taller de Escritura, lo hice desde el bar Vickin de Retiro. En los bares transcurrió gran parte de mi vida, con grandes comienzos y finales, triunfos y pérdidas y creo que empecé a escribir y todavía escribo para eso, para sostener con vida esos momentos recreados entre el papel, la lapicera y el café, y esa atemporal magia recurrente que genera este bello proceso terapéutico y creador, donde los recuerdos resuenan en presentes palabras escritas, que empujan mis sueños hacia adelante. Viajar al pasado histórico y reciente, reconstruirlo en el presente, agitarlo en la coctelera de la vida, con lindas curvas, libros, sueños y Cabernet Franc.



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