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Claudio Steffani
Café
Brasilero
Claudio Steffani
Son las
diez de la mañana, el micro demoró una hora en llegar, abordé el colectivo N° 9
desde la terminal Tres Cruces a Ciudad Vieja y bajé en 25 de Mayo y Treinta y
Tres Orientales, caminé dos cuadras y dejé el bolso a una encantadora Cubana en
el Hóstel CIRCUS MONTEVIDEO. Luego salí
y busqué el bar Brasilero de la calle Ituzaingó, un lugar con mucha
historia, abrió sus puertas en el año 1877, emblema de la bohemia cultura
uruguaya y Montevideana, donde Onetti escribió El Pozo, que lo finalizó en la
mesa de madera porque se le había acabado el papel. Mario Benedetti y Eduardo
Galeano se juntaban a tomar café acompañados de grandes charlas de literatura y
fútbol. El mismo Galeano adoptó este sitio por más de veinte años, se sentaba
en las dos mesas que dan a la ventana y leía el diario de atrás hacia adelante,
luego se dedicaba a escribir sus grandes crónicas a la vista de los transeúntes
que lo miraban de la ventana, algunos entraban a saludarlo y el charlaba con
todo el mundo. Su libro Espejos lo escribió y presentó en este mismo lugar. (
“Cada vez que vengo a Ciudad Vieja aterrizo en este bar, y ésta es la primera
vez que saco el cuaderno y lapicera para impregnarme de la magia depositada
entre las maderas, botellas y cristales de éste lugar”).
Me atraen
los bares con historia. La curva de Haedo, donde bebí las primeras cervezas,
Tomy de Ramos Mejía donde besé a Liliana por vez primera. Esperas interminables
empapadas de cerveza y ansiedad de chicas sueltas de ropa, informales e impuntuales. Lili llegaba siempre tarde,
con su sonrisa dejaba la cartera en la silla y me decía “hola amorcito” y se
iba al baño con sus jeans bien ajustados, moviendo el culo de tal manera que te
olvidabas de cualquier espera. Ella me escribió las más bellas cartas de amor
que tuve y tendré, reclamándome siempre que le escribiera una. Una tarde de
lluvia saliendo de teatro me senté en otro mítico bar de Buenos Aires que ya no
existe, se llamaba “El Paulista” y quedaba en Corrientes y Pueyrredón,
frecuentado por actores y escritores, me senté en una mesa y escribí la primer
carta de amor, que a Lili le encantó.
Siempre
escribí en los bares, cuando decidí concurrir al Taller de Escritura, lo hice
desde el bar Vickin de Retiro. En los bares transcurrió gran parte de mi vida,
con grandes comienzos y finales, triunfos y pérdidas y creo que empecé a
escribir y todavía escribo para eso, para sostener con vida esos momentos
recreados entre el papel, la lapicera y el café, y esa atemporal magia
recurrente que genera este bello proceso terapéutico y creador, donde los
recuerdos resuenan en presentes palabras escritas, que empujan mis sueños hacia
adelante.
Viajar al
pasado histórico y reciente, reconstruirlo en el presente, agitarlo en la
coctelera de la vida, con lindas curvas, libros, sueños y Cabernet Franc.
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