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Silvia Bennoun
Barrio de Flores
Silvia Bennoun
La calle
yerbal contiene un espectáculo que daña el alma. Hace diez años que vivo en la
calle yerbal. Vine a vivir a mi barrio donde nací después de mucho andar.
Cuando
tenía cinco años, con mis padres y mi hermano, nos mudamos de este barrio. El
barrio porteño de flores como me gusta nombrarlo a mí. Recuerdo que con esa
edad y yéndome, me prometí entre llantos silenciosos, volver algún día. Amaba
jugar en la plaza Irlanda. Y a pesar que ya no
puedo recordar, veo las fotos y esas caritas sonrientes inocentes de
tres y cuatro años me hablan de unos bellos momentos junto a mi hermano y de un futuro prometedor.
Hace diez
años la calle yerbal tenía casas antiguas, bajas, con arboledas que dejaban transitarlas con agradable brisa,
que me encantaba que toque mi cara de una forma sensual y placentera.
El tiempo
pasaba y varias de esas casitas fueron derrumbándose unas tras otras, convirtiéndose en polvo,
ruidos, camiones y nuevas construcciones.
Lentamente
acompañando al paisaje de nuevos edificios, fueron apareciendo ellos, los invisibles.
Primero unos
con colchón y ropajes sucios, tirados al costado de las construcciones, iban
cambiando de puerta a medida que iban siendo corridos por los vecinos. Uno y
una permanecieron más tiempo.
Él, un
hombre de edad indefinida, pelo y barba larga sucia, con una media pierna
amputada.
Duerme
todo el día delante de un instituto de Ciencias de la Salud. De noche
desaparece, no sé dónde. Ya no forma parte de la calle yerbal.
Ella,
también con edad indefinida, más joven, delgadez extrema, semidesnuda, como si
ya no le importara la mirada del otro.
Un cuerpo tirado, avasallado, vulnerado, que da cuenta del abandono de la
sociedad y del Estado.
Frágil,
contiene sueños... Deberíamos ir por el
mundo con este cartel, desde que nacemos
y más.
Ya mis
deseos de niña de volver y haber soñado que nada cambió, que estaban los
árboles, las casas bajas, las calles para jugar, las familias, los vecinos, ya
no están.
La calle
yerbal, el barrio de flores no es el de aquel entonces. Muchos edificios nuevos
altos hermosos, y en los pisos tirados la peor pesadilla de la sociedad.
La
pobreza de ellos. Ellos que no quieren ver o que no les importa.
Mi calle
yerbal no luce con amor. El sol fue tapado por los edificios...
Sólo me
queda el recuerdo de un sueño que yo también contenía, frágil, y que todavía
tengo tatuado en algún lugar de mi corazón.
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