martes, 30 de abril de 2019

Silvia Bennoun



Barrio de Flores  
Silvia Bennoun

La calle yerbal contiene un espectáculo que daña el alma. Hace diez años que vivo en la calle yerbal. Vine a vivir a mi barrio donde nací  después de mucho andar. Cuando tenía cinco años, con mis padres y mi hermano, nos mudamos de este barrio. El barrio porteño de flores como me gusta nombrarlo a mí. Recuerdo que con esa edad y yéndome, me prometí entre llantos silenciosos, volver algún día. Amaba jugar en la plaza Irlanda. Y a pesar que ya no  puedo recordar, veo las fotos y esas caritas sonrientes inocentes de tres y cuatro años me hablan de unos bellos momentos junto a mi hermano  y de un futuro prometedor. Hace diez años la calle yerbal tenía casas antiguas, bajas, con arboledas  que dejaban transitarlas con agradable brisa, que me encantaba que toque mi cara de una forma sensual y placentera. El tiempo pasaba y varias de esas casitas fueron derrumbándose  unas tras otras, convirtiéndose en polvo, ruidos, camiones y nuevas construcciones. Lentamente acompañando al paisaje de nuevos edificios, fueron apareciendo ellos, los invisibles. Primero unos con colchón y ropajes sucios, tirados al costado de las construcciones, iban cambiando de puerta a medida que iban siendo corridos por los vecinos. Uno y una permanecieron más tiempo. 
Él, un hombre de edad indefinida, pelo y barba larga sucia, con una media pierna amputada. Duerme todo el día delante de un instituto de Ciencias de la Salud. De noche desaparece, no sé dónde. Ya no forma parte de la calle yerbal. Ella, también con edad indefinida, más joven, delgadez extrema, semidesnuda, como si ya no le importara  la mirada del otro. Un cuerpo tirado, avasallado, vulnerado, que da cuenta del abandono de la sociedad  y del Estado. Frágil, contiene sueños... Deberíamos  ir por el mundo  con este cartel, desde que nacemos y más. Ya mis deseos de niña de volver y haber soñado que nada cambió, que estaban los árboles, las casas bajas, las calles para jugar, las familias, los vecinos, ya no están. La calle yerbal, el barrio de flores no es el de aquel entonces. Muchos edificios nuevos altos hermosos, y en los pisos tirados la peor pesadilla de la sociedad.  La pobreza de ellos. Ellos que no quieren ver o que no les importa. Mi calle yerbal  no luce con amor.  El sol fue tapado por los edificios... Sólo me queda el recuerdo de un sueño que yo también contenía, frágil, y que todavía tengo tatuado en algún lugar de mi corazón.


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