EL DUEÑO
Era el
compadrito de la cuadra. La Negra lo respetaba y al mismo tiempo le temía.
Porque el hombre, alto, de cabello encrespado y mirada profunda, iba armado, y
el miedo no es zonzo, dicen. De caminar lento, con movimientos parsimoniosos y
la cabeza en alto, hacía alarde del sentimiento que infundía. Hasta cuando
dormía guardaba el cuchillo bien afilado debajo de la almohada, no sea cosa que
lo encuentren desprevenido, explicaba a quien quisiera saber.
La mujer
era de su propiedad. Así estaban planteadas las cosas, sin discusión y sin
cambios.
Sábado a
la noche. El galpón bailable está lleno, los parroquianos arrimados a la barra
y la Negra, empilchada de rojo, pasea su figura por el salón. El hombre la
contempla desde un ángulo del mostrador, el cigarrillo colgando de la comisura
izquierda de la boca, la diestra apoyada en el mango del cuchillo.
La
orquesta, recientemente formada, dos guitarras y un acordeón, toca una milonga.
Los acordes se pierden entre las parejas, que ensayan pasos del nuevo baile.
El
silencio se hace pesado cuando Tobías, el encargado de la estancia Las Tabas,
se aproxima a la Negra y, con un brusco ademán, ciñe su cintura y la lleva con
prepotencia hacia el centro mismo de la
pista.
Los demás
dejan de bailar. Presienten. Sólo se miran y esperan.
El hombre
dueño de la Negra se acerca a la pareja. Con un solo movimiento rápido los
separa, desenvaina, empuja a la mujer, que cae, y clava el cuchillo en el
cuello del Tobías. Acto seguido, saca el arma y la limpia en el pantalón,
mientras el cuerpo del encargado cae al
suelo, bañado en la sangre que sale a borbotones de la herida abierta, los ojos
en blanco y una mueca de sorpresa en el rostro.
La Negra
no tiene tiempo de gritar. El hombre dueño la toma de los pelos y la arrastra
hasta la salida donde, de otro empujón, la deja tirada. Tranquilo, se aleja por
el camino de tierra, mientras tararea Mala Junta.
1 comentario:
relatas bien
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