En marzo
de 1966 nació Mariano Paredes, hijo de Silvia Paredes y padre desconocido.
Cuando
comenzó la secundaria descubrió que poseía un don especial: luego de mirar a
una persona podía retratarle no sólo los
ojos, sino la mirada en forma tan exacta que, cualquiera que fuera dibujado por
él se reconocía aunque le cambiara el cuerpo. Así, por ejemplo, en tercer año
la vicedirectora decidió suspenderlo luego de reconocer en un obeso paquidermo
sus ojos.
Maravillados
por su talento varios profesores de plástica le recomendaron seguir la carrera
de Bellas Artes. Decían: "El alumno Paredes tiene el don de poder dibujar
el alma de las personas".
Pero él
tenía un secreto que a nadie jamás había confiado: pasada la medianoche solía
garabatear en una hoja la mirada de una persona a la que no reconocía pero que
sentía familiar.
Cuando
cumplió veinte años su madre murió de
cáncer. Jamás se había atrevido a mostrarle
esos dibujos pues intuía que detrás de esos ojos se escondía una verdad que a los dos involucraba.
Luego de
seis años de estudio se recibió de abogado. Cuando regresaba del trabajo en el
tren solía matar el tiempo ejercitando su viejo oficio. Dibujaba las miradas de
los vendedores ambulantes, los pasajeros y alguna que otra chica bonita. No
hacía ojos, retrataba sus alegrías y
tristezas, sus almas.
Fue en uno
de esos viajes que vio al hombre que tenía unos ojos parecidos a los que él
soñaba. Quiso dibujarlo pero descendió rápido del tren. Decidió seguirlo a
distancia prudencial.
Vio que
ingresaba a un chalet lujoso de dos pisos. Al lado del portón de entrada había
dos plaquetas doradas. Una decía: "Doctor Raúl Fernández. Abogado";
la otra: Atelier de Oscar Fernández. Con determinación toco el timbre y ante la
pregunta del contestador respondió:
-Soy
Mariano Paredes, hijo de Silvia Paredes.
El portón
se abrió automáticamente. Ingresó hasta la puerta en la que fue recibido por
una señora que le pidió que pasara.
En la
habitación la luz era muy tenue. Pudo ver gran cantidad de cuadros, en general
naturalezas muertas y paisajes. Sobre la chimenea había uno que parecía estar
hecho en un estilo diferente, más sombrío, en él aparecía un tigre al que, por
la penumbra, no podía verle los ojos. De
repente ingresó al cuarto la persona a la que había seguido. Tenía puesto un
delantal blanco lleno de manchas de óleo. Le sonrió y estrechó la mano con
fuerza.
-Mariano
Paredes.
-Encantado
de conocerte. Soy Oscar Fernández. Antes que nada necesito saber una cosa ¿Tu madre
te mando a buscarme a mí o a mi hermano Raúl?
-Mi madre
no me mandó a buscar a nadie. Vine solo. Ella murió hace más de diez años.
-Te pido
disculpas. No sabía. ¿Por qué viniste?
Cuando
estaba a punto de contestarle entró al cuarto un hombre idéntico a él vestido
de traje negro. Sin observar ni saludar a Mariano preguntó a su gemelo:
-¿Qué
quiere este?
-Es el
hijo de Silvia Paredes.
-¿Ella lo
mandó?
-No.
Silvia está muerta.
Sólo al
escuchar esas palabras abandonó su rigidez y sin mirarlo le preguntó al
muchacho:
-¿Cuál es
su nombre?
-Mariano
Paredes.
-¿Busca
dinero?
-No
entiendo.
-Le
pregunto si busca dinero.
-Sigo sin
entender.
-Pará
Raúl. Él no sabe nada.
-¿Y qué
hace aquí?
-Justo me
iba a contar cuando vos llegaste. Perdoná la descortesía de mi hermano Raúl, no
siempre fue así. Contanos porqué viniste.
-Desde muy
chico solía tener sueños en los que aparecía una persona que no conocía con el
rostro de ustedes. En la adolescencia comencé a dibujar sus ojos con una
exactitud milimétrica. Sé que si dibujara sus miradas podría diferenciarlos y
saber cuál de ustedes dos es el hombre de mis sueños.
-¿Por qué
quiere averiguar eso?
-Porque
pienso que uno de ustedes es mi padre.
-Creo que
lo mínimo que merecés es saber la verdad sobre tu origen pero no sabemos hasta
qué punto somos capaces de darte una respuesta.
-Cuéntenme
qué relación tenían ustedes con mi madre.
-Cuando
conocimos a tu madre, Raúl y yo éramos dos mujeriegos incorregibles. Solíamos
aprovechar nuestro parecido físico para hacer intercambios de pareja. Así fue
que un día tu mamá se acostó conmigo y en otro momento con mi hermano, víctima
de un engaño.
Luego me
contó que estaba embarazada, intenté persuadirla de que abortara pero ella no
aceptó. Me preguntó porque quería que no nacieras y le conté la verdad: tenía
miedo de darle mi apellido a un niño del cual nunca iba a poder saber si era mi
hijo o mi sobrino.
-La
dejamos sola. Ella nunca nos pidió nada.
Mariano
dijo llorando:
-No busco
un apellido. Sólo quiero saber quién es mi padre, nada más.
-¿Qué
quiere hacer?
-Les pido
que me dejen dibujar sus rostros. Aunque sus caras son casi iguales Dios me dio
el don de poder dibujar el alma. Déjenme retratarlos y podré reconocer
enseguida cuál es el hombre de mis sueños.
-No es
necesario que siga Mariano. Después que perdimos contacto con Silvia por un
impulso ciego comencé a dedicarme de manera obsesiva a la pintura, siempre dibujaba animales que
tenían algo especial pero no sabía qué.
Me obsesionaba tanto el tema que dejé la pintura, destruí todos los
cuadros menos uno y me dediqué a la abogacía.
-No
entiendo qué tiene que ver.
-Mariano.
Mirá el tigre que pintó Raúl.
-¿Qué
tiene?
- Los
ojos. Mirá los ojos.
En ese
instante Mariano supo la verdad al reconocer en el tigre su propia mirada.
1 comentario:
Muy buen relato, pasaba a saludar ya que estuve ausente de mi blog, espero estés bien.
Cariños
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