LA CASA DE PEDRO
Pedro pensó que debía ser un 7º piso, por una cuestión de cábala, ese día había marcado un aviso en un 7º piso, tal vez fue por eso que lo dejó para el final. Durante la mañana había sido un fracaso total. Los tres departamentos que vio eran muy caros, bastante oscuros y el tercero sin balcón.
Alrededor de mediodía había comenzado a llover, muy despacio pero parejo y no tenía miras de parar.
Estaba cansado, el viernes uno acumula todo el cansancio de la semana, agregado la mufa por la lluvia, y como si esto fuera poco, desde hace tanto tiempo todo le sale mal. Desde la separación su vida se ha transformado en una cadena de errores. Es una bola de nieve que no puede parar. Si lograra solucionar el problema de la casa, sería realmente el comienzo de una nueva vida, para él y especialmente para los chicos.
Eran casi las seis de la tarde cuando cruzó la plaza. En la inmobiliaria, Silvina se había quedado sola. El dueño viajó el jueves por la noche a Punta del Este y Karina, sabiendo que estaban solas aprovechó para irse más temprano, total el martes había hecho una venta muy importante y con esa comisión alcanzaba para renovar su guardarropa de invierno.
Empezó por guardar los papeles y cerrar los armarios, al pasar frente a la ventana miró hacia afuera y sintió tristeza, "saudades". Sin cerrar los ojos, el mar azul estaba ahí, la arena blanca, el sol abrasador del verano sobre el cuerpo bronceado, el rostro de Miguel sonreía, eran felices.
Después pasaron ante sus ojos los momentos más duros, la separación, los trámites interminables, el llanto, sus ganas de morirse, la soledad más absoluta. Y el ahora que la encontraba con la frente clavada en el vidrio de la ventana. Reaccionó. Son las seis y media de la tarde de un viernes lluvioso y triste, faltan solamente treinta minutos para cumplir el horario, cerrar la oficina. ¿A quién se le puede ocurrir comprar un departamento en un día como hoy?
Pedro vio desde la plaza el balcón con el letrero de la inmobiliaria. Le gustaron las rejas y le im-presionó muy bien la entrada del edificio, con sus plantas y sus espejos. La calidez del único sillón y la lámpara sobre la mesita.
Debía haber algún error en el aviso, le pareció bajo el precio.- ¿Dónde estará la trampa? - Don Carlos le mostró todo el departamento y contestó a sus preguntas. Entonces, no había trampas, Pedro sintió que ésta vez podía ser que todo saliera bien. Era claro y luminoso con semejante día, estaba cuidado, la cocina era cómoda, los cuartos tenían placares grandes. Era perfecto para él.
Le pidió al señor de la inmobiliaria que llamara a la oficina, que quería dejar una reserva.
Silvina atendió el teléfono con el tapado puesto y ante la insistencia de don Carlos, terminó acep-tando quedarse un rato más para que ese señor tan apurado viniera a la oficina por la reserva. Después de todo a mí no me espera nadie y si se hace, será una comisión importante -pensó-
La inmobiliaria queda a cinco cuadras de aquí, usted puede ir mañana ó el lunes por la reserva, pero si quiere ahora, la empleada lo espera,- dijo don Carlos.-
-Sí, si voy ahora mismo.-
Pedro estaba tan contento que no cabía dentro de su propio cuerpo, por fin algo le salía bien. Adentro del ascensor, empezó a planear algunos arreglos y planificó pasear con los chicos el fin de semana. Por primera vez en mucho, mucho tiempo se sintió dichoso. Había encontrado la casa y podía comprarla, pensó en la cara de sus hijos cuando les contara, cuando vieran que su papá también podía solucionar los problemas.
Al llegar a la calle, la llovizna era lluvia y con fuerte viento ¡qué importaba, todo comenzaba a cambiar! En la vereda, empapado y feliz, miró hacia arriba buscando el balcón del 7º piso. Una ráfaga de viento arrancó el cartel y lo revoleó por el aire.
A las siete y cuarenta y cinco de la tarde, Silvina llamó al departamento en venta. Nadie le con-testó. Don Carlos, seguro se había ido.
Cerró la oficina y salió a la calle. -Soy una tonta, no aprendo más, todos me toman por idiota, hasta el viejo.- ¿Cómo le puedo creer que alguien va a venir a señar ése departamento, si hace dos años que está a la venta y no se vende, justamente en un día como hoy se va a vender? ¿A quién se le ocurre?
El lunes cuando venga el dueño la voy a decir que lo haga bendecir,- pensó -mientras temblaba esperando un taxi bajo la lluvia y sosteniendo su falda, que levantaba el viento.
Pedro pensó que debía ser un 7º piso, por una cuestión de cábala, ese día había marcado un aviso en un 7º piso, tal vez fue por eso que lo dejó para el final. Durante la mañana había sido un fracaso total. Los tres departamentos que vio eran muy caros, bastante oscuros y el tercero sin balcón.
Alrededor de mediodía había comenzado a llover, muy despacio pero parejo y no tenía miras de parar.
Estaba cansado, el viernes uno acumula todo el cansancio de la semana, agregado la mufa por la lluvia, y como si esto fuera poco, desde hace tanto tiempo todo le sale mal. Desde la separación su vida se ha transformado en una cadena de errores. Es una bola de nieve que no puede parar. Si lograra solucionar el problema de la casa, sería realmente el comienzo de una nueva vida, para él y especialmente para los chicos.
Eran casi las seis de la tarde cuando cruzó la plaza. En la inmobiliaria, Silvina se había quedado sola. El dueño viajó el jueves por la noche a Punta del Este y Karina, sabiendo que estaban solas aprovechó para irse más temprano, total el martes había hecho una venta muy importante y con esa comisión alcanzaba para renovar su guardarropa de invierno.
Empezó por guardar los papeles y cerrar los armarios, al pasar frente a la ventana miró hacia afuera y sintió tristeza, "saudades". Sin cerrar los ojos, el mar azul estaba ahí, la arena blanca, el sol abrasador del verano sobre el cuerpo bronceado, el rostro de Miguel sonreía, eran felices.
Después pasaron ante sus ojos los momentos más duros, la separación, los trámites interminables, el llanto, sus ganas de morirse, la soledad más absoluta. Y el ahora que la encontraba con la frente clavada en el vidrio de la ventana. Reaccionó. Son las seis y media de la tarde de un viernes lluvioso y triste, faltan solamente treinta minutos para cumplir el horario, cerrar la oficina. ¿A quién se le puede ocurrir comprar un departamento en un día como hoy?
Pedro vio desde la plaza el balcón con el letrero de la inmobiliaria. Le gustaron las rejas y le im-presionó muy bien la entrada del edificio, con sus plantas y sus espejos. La calidez del único sillón y la lámpara sobre la mesita.
Debía haber algún error en el aviso, le pareció bajo el precio.- ¿Dónde estará la trampa? - Don Carlos le mostró todo el departamento y contestó a sus preguntas. Entonces, no había trampas, Pedro sintió que ésta vez podía ser que todo saliera bien. Era claro y luminoso con semejante día, estaba cuidado, la cocina era cómoda, los cuartos tenían placares grandes. Era perfecto para él.
Le pidió al señor de la inmobiliaria que llamara a la oficina, que quería dejar una reserva.
Silvina atendió el teléfono con el tapado puesto y ante la insistencia de don Carlos, terminó acep-tando quedarse un rato más para que ese señor tan apurado viniera a la oficina por la reserva. Después de todo a mí no me espera nadie y si se hace, será una comisión importante -pensó-
La inmobiliaria queda a cinco cuadras de aquí, usted puede ir mañana ó el lunes por la reserva, pero si quiere ahora, la empleada lo espera,- dijo don Carlos.-
-Sí, si voy ahora mismo.-
Pedro estaba tan contento que no cabía dentro de su propio cuerpo, por fin algo le salía bien. Adentro del ascensor, empezó a planear algunos arreglos y planificó pasear con los chicos el fin de semana. Por primera vez en mucho, mucho tiempo se sintió dichoso. Había encontrado la casa y podía comprarla, pensó en la cara de sus hijos cuando les contara, cuando vieran que su papá también podía solucionar los problemas.
Al llegar a la calle, la llovizna era lluvia y con fuerte viento ¡qué importaba, todo comenzaba a cambiar! En la vereda, empapado y feliz, miró hacia arriba buscando el balcón del 7º piso. Una ráfaga de viento arrancó el cartel y lo revoleó por el aire.
A las siete y cuarenta y cinco de la tarde, Silvina llamó al departamento en venta. Nadie le con-testó. Don Carlos, seguro se había ido.
Cerró la oficina y salió a la calle. -Soy una tonta, no aprendo más, todos me toman por idiota, hasta el viejo.- ¿Cómo le puedo creer que alguien va a venir a señar ése departamento, si hace dos años que está a la venta y no se vende, justamente en un día como hoy se va a vender? ¿A quién se le ocurre?
El lunes cuando venga el dueño la voy a decir que lo haga bendecir,- pensó -mientras temblaba esperando un taxi bajo la lluvia y sosteniendo su falda, que levantaba el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario