EL LIBRO
Tumbado en el diván, leía el libro. Al pasar la página las hojas rasgaban el silencio y cuando terminaba un párrafo, una frase, a veces incluso tras detenerse -sin prisa- en una palabra, cerraba los ojos y aspiraba la fragancia del papel. Después, colocaba el libro abierto boca abajo sobre su pecho, y lo observaba moverse al ritmo acompasado de su respiración, como un pájaro raro que hubiera venido a morir junto a él. Y así hasta que la luz declinaba y se dejaba ganar por el sueño, a la espera del nuevo día que le permitiría seguir leyendo.
(Madrid)
Tumbado en el diván, leía el libro. Al pasar la página las hojas rasgaban el silencio y cuando terminaba un párrafo, una frase, a veces incluso tras detenerse -sin prisa- en una palabra, cerraba los ojos y aspiraba la fragancia del papel. Después, colocaba el libro abierto boca abajo sobre su pecho, y lo observaba moverse al ritmo acompasado de su respiración, como un pájaro raro que hubiera venido a morir junto a él. Y así hasta que la luz declinaba y se dejaba ganar por el sueño, a la espera del nuevo día que le permitiría seguir leyendo.
(Madrid)
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