EL TAPIZ
Todo fue muy precipitado, su enfermedad que se desencadenó mágicamente, los médicos no encontraban respuestas a su estado, finalmente después de tanto indagar en sus amoratadas venas, encontraron el mal.
Estaba realmente complicada la situación, pero los pronósticos no eran desalentadores, por suerte. Había esperanzas de vida, Cuarenta días y cuarenta noches en terapia intensiva, con dedicación absoluta, tanto de las enfermeras, como las de su mujer y su hijo, que mutuamente se daban ánimo para sobrellevar el duro trance.
Juan día a día iba mejorando, la medicación era la correcta, por lo cual el tratamiento daba efecto.
Qué alegría para su familia, ver que el hombre de la casa ponía el cuerpo a las balas del destino y las esquivaba. La evolución era satisfactoria, pronto saldría de la terapia, pero los médicos se aparecieron una mañana, asépticos e inmaculadamente vestidos de blanco, como almas en pena, a dar una nueva noticia, el paciente había contraído una nueva infección.
Como una película, volvieron a revivir las escenas pasadas.
Lucharon tanto Juan, las enfermeras, su hijo, Nelly y los galenos, pero nada hubo que hacer…. Juan partió desnudo, como había permanecido durante toda su agonía.
Un día de sol, un sábado al mediodía, pasé a visitar a Nelly, hacía un tiempo que no la veía.
Entro a su casa, veo la vértebra de ballena que tenía en la puerta, siempre me llamaba la atención, ya que la pareja se dedicaba a hacer buceo, y en una de sus aventuras encontraron el hallazgo. Pasé al living, siempre perfumado por esencias cítricas y florares que envolvían toda la casa con su fragancia y reparo en un hermoso tapiz lleno de rosas, rojas en todas las gamas imaginadas, era enorme, de pared a pared y no resistí la tentación de preguntarle si era persa, -no, lo hice yo, me respondió Nelly. Cuando Juan murió, no podía dormir, y mi sensación de vacío era tan enorme al perder mi compañero de toda la vida, que fui rehén del insomnio, y comencé a bordar este tapiz por las noches, como una Penélope, con la diferencia que yo sabía que mi Ulises no regresaría.
Es bellísimo, sólo atiné a responder, por lo excelso del trabajo.
Una noche, me confesó, mientras bordaba, sentí la voz de Juan que me hablaba, levanté la vista y lo vi. Apareció corriendo, desnudo, como se fue. Gritando me dijo:
¡Nelly volví!, ¡Nelly volví! y me extendió su mano para que se la tomase, cuando yo le ofrecí la mía, desapareció.
Estaba realmente complicada la situación, pero los pronósticos no eran desalentadores, por suerte. Había esperanzas de vida, Cuarenta días y cuarenta noches en terapia intensiva, con dedicación absoluta, tanto de las enfermeras, como las de su mujer y su hijo, que mutuamente se daban ánimo para sobrellevar el duro trance.
Juan día a día iba mejorando, la medicación era la correcta, por lo cual el tratamiento daba efecto.
Qué alegría para su familia, ver que el hombre de la casa ponía el cuerpo a las balas del destino y las esquivaba. La evolución era satisfactoria, pronto saldría de la terapia, pero los médicos se aparecieron una mañana, asépticos e inmaculadamente vestidos de blanco, como almas en pena, a dar una nueva noticia, el paciente había contraído una nueva infección.
Como una película, volvieron a revivir las escenas pasadas.
Lucharon tanto Juan, las enfermeras, su hijo, Nelly y los galenos, pero nada hubo que hacer…. Juan partió desnudo, como había permanecido durante toda su agonía.
Un día de sol, un sábado al mediodía, pasé a visitar a Nelly, hacía un tiempo que no la veía.
Entro a su casa, veo la vértebra de ballena que tenía en la puerta, siempre me llamaba la atención, ya que la pareja se dedicaba a hacer buceo, y en una de sus aventuras encontraron el hallazgo. Pasé al living, siempre perfumado por esencias cítricas y florares que envolvían toda la casa con su fragancia y reparo en un hermoso tapiz lleno de rosas, rojas en todas las gamas imaginadas, era enorme, de pared a pared y no resistí la tentación de preguntarle si era persa, -no, lo hice yo, me respondió Nelly. Cuando Juan murió, no podía dormir, y mi sensación de vacío era tan enorme al perder mi compañero de toda la vida, que fui rehén del insomnio, y comencé a bordar este tapiz por las noches, como una Penélope, con la diferencia que yo sabía que mi Ulises no regresaría.
Es bellísimo, sólo atiné a responder, por lo excelso del trabajo.
Una noche, me confesó, mientras bordaba, sentí la voz de Juan que me hablaba, levanté la vista y lo vi. Apareció corriendo, desnudo, como se fue. Gritando me dijo:
¡Nelly volví!, ¡Nelly volví! y me extendió su mano para que se la tomase, cuando yo le ofrecí la mía, desapareció.
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