viernes, 6 de mayo de 2011

MARISA PRESTI


CONFESIÓN

¿Qué hacía él, en esa soleada mañana, encerrado en la aburrida oficina? Miró por la ventana, la belleza de Barcelona bajo los rayos del sol seducía la mirada. Tiempo después, Gabriel Santillán llegó a declarar que el encuentro fue en un día de verano. Pero ahora estaba en esa redacción, con el inconveniente o el beneficio, no lo sabía bien, de encontrarse solo. El director, antes de irse de vacaciones, le había dejado el encargo de ocuparse de la edición del semanario. Menudo problema, pensó, ocuparse de organizar la información cuando su mente estaba en otra cosa.
Una desagradable sensación de distancia con las cosas cotidianas lo llevaba a quedarse así, paralizado, sin conmoverse por la invitación de la vida. Acaso la semipenumbra de la redacción lo ayudaba a sostener el sentimiento que cargaba sobre la espalda desde tanto tiempo atrás. Sobre el escritorio, la foto de Sofía le recordó mejores tiempos. Todavía el alma dibujaba una sonrisa en su rostro, todavía caminaba...
El viejo reloj marcó las diez con su perturbador sonido, era hora de hacer algo, se dijo preocupado. Desparramó informes sobre su escritorio, resaltó algunas notas, tiró al cesto otras, intentó escribir sobre la vieja máquina con los dedos tensos pero apenas llegó a la tercer línea. Afirma Santillán que en ese momento alguien abrió la puerta.
¿Era Santillán un hombre atractivo? A juzgar por quienes lo conocían, no pasaba del común de los mortales a cierta edad. El pelo escaseaba sobre su cabeza, y unos gruesos anteojos delataban su vista débil. De poca estatura, había permitido que un abdomen prominente levantara su corbata, no siempre a tono con la ropa. Podemos suponer que compensaba ciertas deficiencias con la personalidad de un periodista inteligente. Podemos, aunque no es seguro.
El hombre que pensaba en la muerte vio frente a él una mujer. Sin invitación, la vio acercarse a su escritorio con una sonrisa. Corrió uno de los sillones y se sentó, dejando al descubierto un par de atractivas piernas. Ella habló, pero Santillán asegura no recordar nada de lo dicho. Afirma que quedó con la vista fija sobre esas piernas, piernas que hubiera querido darle a Sofía, como en los tiempos en que se enredaba en las de ella sobre las sábanas arrugadas. Pensó que a esta hora estaría frente a la ventana, escuchando su programa de radio, segura que él haría un tiempo para llevarle el almuerzo.
Rutina de más de diez años, rutina que lo envuelve desde que un automóvil la atropelló como a un fardo allá en el cruce de la avenida. Creyó que no sobreviviría. Todos los creyeron, pero Sofía se aferró con bronca a la vida y a él. Hoy no está seguro de que haya sido lo mejor. Cuando le preguntaron si deseaba la muerte de su esposa, no quiso responder.
Gabriel, dame una manta. Gabriel, ¿ya está el té?. Necesito tomar los remedios. Siento frío, Gabriel, cerrá la ventana. Gabriel, apagá la luz. Te dejé la lista de las compras, no te olvides. ¿Llamaste a mi mamá?
Tiempo opaco desde el accidente.
Tiempo de espejos engañosos con la cara de Sofía bella y horrorosa. Tiempo de pesadillas en la cama fría, distante de placeres, hundida en resortes muertos.
Santillán mira a la mujer que le pide algo, podría ser una nota en el diario o algo así, en realidad cree que eso no tuvo ninguna importancia. Confiesa que las piernas de ella cambiaban de posición constantemente, como si quisieran irse de ese cuerpo que las aprisionaba. Su mirada estaba fija en ellas: largas, delgadas, de tobillos marcados, sutilmente envueltas en delicadas medias de red. Se movían frente a él, atrapándolo cada vez más en un denso mareo. Afirma que fue entonces cuando las piernas se lanzaron contra él, apretándole el cuello hasta casi asfixiarlo. Ambos rodaron chocándose con los muebles, enredándose en la alfombra, golpeándose contra las paredes. Necesitó mucha fuerza para quitárselas del cuello. Luchó contra ellas hasta que quedaron inertes sobre el piso. Acepta, sin embargo, que el exceso de trabajo en el diario y las exigencias de su esposa podrían haberle provocado un estado mental confuso.

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