EL ÚLTIMO PERRO
Axel miró largamente el horizonte. Es un hombre demasiado viejo y, pese al esfuerzo del implante regulador de funciones vitales, la naturaleza concluye en él.
Es una piedra con infinitas grietas arremolinándose en torno al agua azulada de sus ojos.
Únicamente mueve sus manos, giran lento en pequeños círculos, como si pulsaran una consola invisible.
¿Habrá alguna otra persona más allá de la bruma del atardecer?
Giró hacia la casa con pasos lentos mientras recordaba y agradecía los años invertidos en la reorganización de los recursos, consiguiendo independizar los servicios elementales en las viviendas rurales, convirtiéndolas en unidades autosuficientes. El generador de electricidad, el de agua, el reciclante de desperdicios.
Todos esos recursos y hasta algunos alimentos que ahora eran parte integral de cada casa. Eso le permitió sobrevivir en la soledad. Eso y su larga memoria, muchas veces recordándole de joven con el uniforme de servidor público, asistiendo a las gentes que elegían morir en las calles o en las plazas. Y el dolor frente a la imagen vívida de esas mujeres abriéndose el vientre con navajas, algunas abrazadas a los sustitutos fabricados en forma masiva con la desesperada intención de estirar la agonía o alentar la esperanza.
Un intento vano ya que, a pesar de los esfuerzos de la ciencia, de los especialistas en comportamiento y de los más duros, todas las personas fueron marchitándose; híbridas murieron de a miles, de a cientos, o de a pocos; inexorablemente trastornadas o envejecidas.
Hacía mucho la compañía había lanzado la semilla. Y esa semilla, que pretendía ser la mejor, controlaba la naturaleza al servicio de las ganancias. Ganó los campos de quienes la compraron e invadió los de aquellos que la rechazaban por instinto o por prudencia.
La idea tuvo razones de modernidad y supieron encuadrarla perfectamente en las reglas de juego. Vender una semilla de ventajoso rendimiento que no puede generar descendencia. Si alguien quiere sembrar, debe volver a comprarle a ellos, porque las germinadas solo sirven para harina o aceite, pero no para generar nuevas plantas.
Una idea terriblemente simple y fácil para un negocio impredecible.
Fueron muy bien los primeros años, con cosechas record, hasta que comenzaron los efectos colaterales... La compañía siempre negó que eso tuviera relación directa con su producto, pero comenzó a reducirse la preñez en los animales y los embarazos humanos.
No faltó algún trastornado de la ecología, de aquellas épocas, que lo viera como bendición al proteger la naturaleza del flagelo del hombre. Lo ocurrido rebasó todo cálculo y especulación xenófoba.
Los nacimientos de animales domésticos y de niños desaparecieron totalmente en pocos años.
Sólo los organismos vivos más elementales lograron sobrevivir y readaptarse a la plaga. Los vegetales se recuperaron casi todos. Poco a poco, de los restos putrefactos de generaciones envenenadas, surgieron vástagos que fueron rehaciéndose casi iguales a las antiguas plantas. Algunos peces, reptiles, insectos. El resto, la mayor parte, desapareció con la última generación híbrida.
Ya hace casi medio siglo que murió el último perro en el planeta.
El mundo del poder, que durante muchos años se rigió por la supremacía del más fuerte, ignoró como si no existiese, que el más fuerte no significa necesariamente el más inteligente, el más complejo, el más sutil. Nada se instrumentó para proteger la fragilidad de la inteligencia, la débil sutileza del sistema nervioso que se elevó trabajosamente durante años desde las raíces más oscuras y primitivas.
Tal vez ese fue el error principal, tal vez...
El viejo se detuvo frente a la puerta, volteó levemente y dirigió una mirada nublada de nostalgia hacia el atardecer.
- Aquí estamos, aquí estoy. Sin Irene y su sonrisa de soles.
- Sin saber si alguien vive en algún lugar.
- Sin saber si soy el último, el penúltimo o si ya estoy muerto…
- ¡Tal vez sea así estar muerto!, sin ver a nadie, sin palabras, sin caricias...
Sus manos se mueven en círculos sobre la consola, modifican la transparencia y porosidad de las paredes al modo nocturno. La noche ya esta encima y él hace mucho que acostumbra apagar las luces para poder mirar las estrellas.
La brisa que filtran las paredes le ayuda a sentir su cuerpo en la cama hasta que el sueño se lo lleva.
Es una piedra con infinitas grietas arremolinándose en torno al agua azulada de sus ojos.
Únicamente mueve sus manos, giran lento en pequeños círculos, como si pulsaran una consola invisible.
¿Habrá alguna otra persona más allá de la bruma del atardecer?
Giró hacia la casa con pasos lentos mientras recordaba y agradecía los años invertidos en la reorganización de los recursos, consiguiendo independizar los servicios elementales en las viviendas rurales, convirtiéndolas en unidades autosuficientes. El generador de electricidad, el de agua, el reciclante de desperdicios.
Todos esos recursos y hasta algunos alimentos que ahora eran parte integral de cada casa. Eso le permitió sobrevivir en la soledad. Eso y su larga memoria, muchas veces recordándole de joven con el uniforme de servidor público, asistiendo a las gentes que elegían morir en las calles o en las plazas. Y el dolor frente a la imagen vívida de esas mujeres abriéndose el vientre con navajas, algunas abrazadas a los sustitutos fabricados en forma masiva con la desesperada intención de estirar la agonía o alentar la esperanza.
Un intento vano ya que, a pesar de los esfuerzos de la ciencia, de los especialistas en comportamiento y de los más duros, todas las personas fueron marchitándose; híbridas murieron de a miles, de a cientos, o de a pocos; inexorablemente trastornadas o envejecidas.
Hacía mucho la compañía había lanzado la semilla. Y esa semilla, que pretendía ser la mejor, controlaba la naturaleza al servicio de las ganancias. Ganó los campos de quienes la compraron e invadió los de aquellos que la rechazaban por instinto o por prudencia.
La idea tuvo razones de modernidad y supieron encuadrarla perfectamente en las reglas de juego. Vender una semilla de ventajoso rendimiento que no puede generar descendencia. Si alguien quiere sembrar, debe volver a comprarle a ellos, porque las germinadas solo sirven para harina o aceite, pero no para generar nuevas plantas.
Una idea terriblemente simple y fácil para un negocio impredecible.
Fueron muy bien los primeros años, con cosechas record, hasta que comenzaron los efectos colaterales... La compañía siempre negó que eso tuviera relación directa con su producto, pero comenzó a reducirse la preñez en los animales y los embarazos humanos.
No faltó algún trastornado de la ecología, de aquellas épocas, que lo viera como bendición al proteger la naturaleza del flagelo del hombre. Lo ocurrido rebasó todo cálculo y especulación xenófoba.
Los nacimientos de animales domésticos y de niños desaparecieron totalmente en pocos años.
Sólo los organismos vivos más elementales lograron sobrevivir y readaptarse a la plaga. Los vegetales se recuperaron casi todos. Poco a poco, de los restos putrefactos de generaciones envenenadas, surgieron vástagos que fueron rehaciéndose casi iguales a las antiguas plantas. Algunos peces, reptiles, insectos. El resto, la mayor parte, desapareció con la última generación híbrida.
Ya hace casi medio siglo que murió el último perro en el planeta.
El mundo del poder, que durante muchos años se rigió por la supremacía del más fuerte, ignoró como si no existiese, que el más fuerte no significa necesariamente el más inteligente, el más complejo, el más sutil. Nada se instrumentó para proteger la fragilidad de la inteligencia, la débil sutileza del sistema nervioso que se elevó trabajosamente durante años desde las raíces más oscuras y primitivas.
Tal vez ese fue el error principal, tal vez...
El viejo se detuvo frente a la puerta, volteó levemente y dirigió una mirada nublada de nostalgia hacia el atardecer.
- Aquí estamos, aquí estoy. Sin Irene y su sonrisa de soles.
- Sin saber si alguien vive en algún lugar.
- Sin saber si soy el último, el penúltimo o si ya estoy muerto…
- ¡Tal vez sea así estar muerto!, sin ver a nadie, sin palabras, sin caricias...
Sus manos se mueven en círculos sobre la consola, modifican la transparencia y porosidad de las paredes al modo nocturno. La noche ya esta encima y él hace mucho que acostumbra apagar las luces para poder mirar las estrellas.
La brisa que filtran las paredes le ayuda a sentir su cuerpo en la cama hasta que el sueño se lo lleva.
1 comentario:
Lieber Carlos,
sehr gern habe ich bei dir gelesen, ja, es gefällt mir sehr..
LG, Rachel
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