LOS RUIDOS
A esa hora de la mañana, el subterráneo que lo llevaba al trabajo le permitía viajar sin los aprietes y empujones que frecuentemente terminaban con el robo de alguna billetera o cartera de mujer por acción de algún punguista, y aunque podía viajar sentado siempre lo hacía parado al lado de puerta que se abría junto al andén.
Hacía tiempo que venían molestándole los ruidos de la gran ciudad y se sentía acosado entre las voces de la gente y el estrépito de las ambulancias, el andar habitual de los automóviles y colectivos, a los que ahora también se le agregaban las llamadas por los teléfonos celulares.
En muchas ocasiones los oídos se crispaban hasta el punto de sentir como un puñal se le clavaba en los tímpanos, entonces cerraba los ojos para calmar el dolor y pensando seriamente en la posibilidad de mudarse a un lugar más tranquilo, donde podría escuchar sólo el canto de los pájaros y el silencio de una alumbrada noche por las estrellas. Le faltaba poco para jubilarse y era hora de cumplir con el viejo sueño de volver al lugar donde había nacido. ¿Cómo?
El vagón del subte era un desfiladero recorrido por vendedores ambulantes que se alternaban disciplinadamente con los que pedían una moneda para comer. Él los conocía a todos, entre otros, al ciego del acordeón que martillaba el teclado del instrumento sin piedad, al vendedor de herramientas que no pueden faltar en el hogar, al tipo tres pares de medias por diez pesos y al desocupado infectado con HIV que mangueaba para comer.
En la medida que transcurría la jornada los ruidos en sus oídos iban en aumento hasta el regreso a su casa donde encontraba algo de paz. Los médicos le habían dicho que orgánicamente estaba todo bien, que por la edad, que puede ser un virus o la contaminación ambiental y mucha otras explicaciones, pero él íntimamente sabía que esas no eran las verdaderas causas.
En la estación Medrano subió un hombre cubierto con un poncho norteño que le cubría el torso a pesar del calor de diciembre, y un charango entre sus brazos. Era de baja estatura y de piel tan oscura como la suya. Sintió como si un hermano lo abrazara fuertemente después de muchos años y el pecho se le arrugó de compasión. El hombre se presentó "Soy de Jujuy", y se puso a tocar un carnavalito como aquellos que había bailado en la quebrada siendo joven, y siguió el ritmo de la música golpeando el suelo con el pie derecho como si fuera una caja.
Los ruidos que lo acosaban en el interior de su cabeza dejaron de aturdirlo por un momento y en su lugar se le aparecieron las imágenes su madre y sus hermanos. El paisaje de la puna envolvía el recuerdo; el corral, las casas de barro, el pozo de agua las noches frías, el viento y más tarde la María. María despidiéndolo con un beso en el camino que lo llevaría a la ciudad y de allí a la puerta del cuartel. Recordó los días en la milicia donde aprendió a leer y a escribir, el uniforme verde oliva, los rostros de sus compañeros y los disparos. Esos disparos que todavía sonaban nítidamente.
Entonces se vio a sí mismo en el monte tucumano, escuchó el crepitar de la metralla y la explosión de los obuses mientras subía la montaña. Vio la sangre y la desesperación, vio el llanto y el dolor, y escuchó los gritos del sargento ordenándole:
- Soldado, métales un tiro de gracia a los heridos...
- Sí, en el medio de los ojos...
- Ya escuchó al capitán...
- En esta guerra no hay heridos ni prisioneros...
- Me entendió soldado...
- No me diga que tiene miedo...
Los aplausos de los pasajeros lo hicieron regresar del pasado. Una gota de sudor le cruzo la mejilla y se secó con la manga de la camisa. Después el músico se puso a interpretar una cumbia colombiana mientras el subte se iba vaciando en la estación Florida. Desde el anden miró al hombre con su charango como reconociéndolo y le apuntó a la frente con la mirada. Luego se dirigió hacia la escalera mecánica donde lentamente subió hasta la avenida, y uno tras otro, lo atacaron los ruidos.
-Buenos Aires-
Hacía tiempo que venían molestándole los ruidos de la gran ciudad y se sentía acosado entre las voces de la gente y el estrépito de las ambulancias, el andar habitual de los automóviles y colectivos, a los que ahora también se le agregaban las llamadas por los teléfonos celulares.
En muchas ocasiones los oídos se crispaban hasta el punto de sentir como un puñal se le clavaba en los tímpanos, entonces cerraba los ojos para calmar el dolor y pensando seriamente en la posibilidad de mudarse a un lugar más tranquilo, donde podría escuchar sólo el canto de los pájaros y el silencio de una alumbrada noche por las estrellas. Le faltaba poco para jubilarse y era hora de cumplir con el viejo sueño de volver al lugar donde había nacido. ¿Cómo?
El vagón del subte era un desfiladero recorrido por vendedores ambulantes que se alternaban disciplinadamente con los que pedían una moneda para comer. Él los conocía a todos, entre otros, al ciego del acordeón que martillaba el teclado del instrumento sin piedad, al vendedor de herramientas que no pueden faltar en el hogar, al tipo tres pares de medias por diez pesos y al desocupado infectado con HIV que mangueaba para comer.
En la medida que transcurría la jornada los ruidos en sus oídos iban en aumento hasta el regreso a su casa donde encontraba algo de paz. Los médicos le habían dicho que orgánicamente estaba todo bien, que por la edad, que puede ser un virus o la contaminación ambiental y mucha otras explicaciones, pero él íntimamente sabía que esas no eran las verdaderas causas.
En la estación Medrano subió un hombre cubierto con un poncho norteño que le cubría el torso a pesar del calor de diciembre, y un charango entre sus brazos. Era de baja estatura y de piel tan oscura como la suya. Sintió como si un hermano lo abrazara fuertemente después de muchos años y el pecho se le arrugó de compasión. El hombre se presentó "Soy de Jujuy", y se puso a tocar un carnavalito como aquellos que había bailado en la quebrada siendo joven, y siguió el ritmo de la música golpeando el suelo con el pie derecho como si fuera una caja.
Los ruidos que lo acosaban en el interior de su cabeza dejaron de aturdirlo por un momento y en su lugar se le aparecieron las imágenes su madre y sus hermanos. El paisaje de la puna envolvía el recuerdo; el corral, las casas de barro, el pozo de agua las noches frías, el viento y más tarde la María. María despidiéndolo con un beso en el camino que lo llevaría a la ciudad y de allí a la puerta del cuartel. Recordó los días en la milicia donde aprendió a leer y a escribir, el uniforme verde oliva, los rostros de sus compañeros y los disparos. Esos disparos que todavía sonaban nítidamente.
Entonces se vio a sí mismo en el monte tucumano, escuchó el crepitar de la metralla y la explosión de los obuses mientras subía la montaña. Vio la sangre y la desesperación, vio el llanto y el dolor, y escuchó los gritos del sargento ordenándole:
- Soldado, métales un tiro de gracia a los heridos...
- Sí, en el medio de los ojos...
- Ya escuchó al capitán...
- En esta guerra no hay heridos ni prisioneros...
- Me entendió soldado...
- No me diga que tiene miedo...
Los aplausos de los pasajeros lo hicieron regresar del pasado. Una gota de sudor le cruzo la mejilla y se secó con la manga de la camisa. Después el músico se puso a interpretar una cumbia colombiana mientras el subte se iba vaciando en la estación Florida. Desde el anden miró al hombre con su charango como reconociéndolo y le apuntó a la frente con la mirada. Luego se dirigió hacia la escalera mecánica donde lentamente subió hasta la avenida, y uno tras otro, lo atacaron los ruidos.
-Buenos Aires-
4 comentarios:
Querido Carlos.
Un buen cuento, buen final. Un gusto leerlo.
Felicitaciones por tu tarea de difusión.
Un saludito cordial y mis deseos que estés muy bien
Analía
REITERO comentario realizado 12 de marzo de 2010.
Querido Carlos.
Un buen cuento, buen final. Un gusto leerlo.
Felicitaciones por tu tarea de difusión.
Un saludito cordial y mis deseos que estés muy bien
Analía
HOLA CARLOS BUENO TE DESEO LA MEJOR PARA ESTA ETAPA CIBERNETICA!
TE MANDO UN FUERTE ABRAZO Y ESTAMOS COMUNICADOS
GUSTAVO
Carlos: lo mejor para lo que queda.
Muy bueno el relato "Los ruidos". Hay ruidos que molestan y hay otros que, por situaciones distintas nos llegan al alma, a los recuerdos más caros. Un saludo cordial de,
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