lunes, 26 de noviembre de 2018

                               Algunas tardes  
Cristina Villanueva

Del lado de la luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene cajas que guardan poemas, pequeños cuentos que se ofrecen. En un labrado porta Corán se sirven tanto servilletas como textos, asoman inesperados giros.
Los libros cercanos invitan a navegar ese mar del lenguaje. Convidar palabras: muelle, mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra.
Como si las palabras bien hiladas, bien dichas, obraran como  bendiciones, agradecimientos sobre lo que nutre.
¡¡La vida es bella!! a pesar de, las tragedias, la muerte, la maldad, la vida bulle, intenta, busca resquicios por donde pulsar en medio del dolor, arma escenas para hacerle frente  a lo que va a llegar y ganarle pequeñas batallas.
Resbalo por la tarde como el cansancio por la piedad del declive, un regalo de Borges para esta mesa.
Sobre el pan, antiguo compañero de la humanidad, resbala el queso su ternura salada. El tomate rojo es como una flor abierta, orégano, rúcula, algo verde, completan la imagen simple y sabrosa. El calor del horno  precalentado, si el pan es lacteo  mejor, se le sacan los bordes. Es tan simple, trae, como cuando la magdalena de Proust se moja en el té, un universo complejo de recuerdos.
Surge una casa blanca  cerca del mar, los picaflores, los amigos.
Con el silencio verde alrededor, otra casa, un arroyo, amigos, niños y un hombre que plantaba árboles y flores.
Detrás de la palabra está el caos, cada palabra es una valla, nos dice Henry Miller. 
Intentos para formar la reja con olores y sabores.
Receta, un poema, rodajas de ese pan  como ya les conté, y el café que despierta como un antiguo espantamuertes. Leche que sació la sed primera y si pueden lo verde, un jardín, una maceta o una  hoja.



No hay comentarios: