Algunas tardes
Cristina
Villanueva
Del
lado de la luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene
cajas que guardan poemas, pequeños cuentos que se ofrecen. En un labrado porta
Corán se sirven tanto servilletas como textos, asoman inesperados giros.
Los
libros cercanos invitan a navegar ese mar del lenguaje. Convidar palabras:
muelle, mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra.
Como
si las palabras bien hiladas, bien dichas, obraran como bendiciones, agradecimientos sobre lo que nutre.
¡¡La
vida es bella!! a pesar de, las tragedias, la muerte, la maldad, la vida bulle,
intenta, busca resquicios por donde pulsar en medio del dolor, arma escenas
para hacerle frente a lo que va a llegar
y ganarle pequeñas batallas.
Resbalo
por la tarde como el cansancio por la piedad del declive, un regalo de Borges
para esta mesa.
Sobre
el pan, antiguo compañero de la humanidad, resbala el queso su ternura salada.
El tomate rojo es como una flor abierta, orégano, rúcula, algo verde, completan
la imagen simple y sabrosa. El calor del horno
precalentado, si el pan es lacteo
mejor, se le sacan los bordes. Es tan simple, trae, como cuando la
magdalena de Proust se moja en el té, un universo complejo de recuerdos.
Surge
una casa blanca cerca del mar, los
picaflores, los amigos.
Con
el silencio verde alrededor, otra casa, un arroyo, amigos, niños y un hombre
que plantaba árboles y flores.
Detrás
de la palabra está el caos, cada palabra es una valla, nos dice Henry
Miller.
Intentos
para formar la reja con olores y sabores.
Receta,
un poema, rodajas de ese pan como ya les
conté, y el café que despierta como un antiguo espantamuertes. Leche que sació
la sed primera y si pueden lo verde, un jardín, una maceta o una hoja.
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