Jesús y Perro
Marta Castagnino
In
memorian de los chicos de la guerra
Alguien
alguna vez lo llamó Jesús y le quedó ese nombre.
En
el pueblo casi no recordaban a su madre.
Del
padre nunca se supo. Jesús hacia changas y Perro lo seguía y lo esperaba, regresaban
juntos a casa.
La
había armado Jesús, con chapas y troncos, recostada sobre un árbol antiguo y
frondoso.
Jesús
y Perro despertaban con el sol y el canto de los pájaros que anidaban en el
árbol.
Una
tarde, de regreso de su trabajo en el campo, Don Esteban, el viejo herrero del
pueblo, le avisó que estaban entregando documentos a los muchachos de su edad.
Luego
de varias semanas Jesús tuvo el suyo y con él, su primera fotografía.
Consiguió
una bolsa de plástico para que no se mojara y lo colgó del techo de su casa.
El
verano llegaba a su fin y Jesús se enteró que llamaban a los jóvenes porque LA
PATRIA LOS NECESITABA.
¿El
podría hacer algo por la Patria ¡¡¡? Pensó varios días y lo conversó con Perro.
Una
mañana temprano decidió saber de que se trataba y allí fueron los dos, Perro lo
esperó en la puerta.
Le
hicieron muchas preguntas, la única respuesta afirmativa fue:
–
Si, tengo el documento.
–
¿Sabe leer, escribir, tiene familia, ha estudiado algo?
La
respuesta era simple y corta, no.
Lo
citaron para siete días después. Debía partir en tren a otro destino.
Esa
noche Jesús no pudo dormir. Se sentía inquieto, emocionado, temeroso, pero
sabía que algo importante le estaba ocurriendo.
Desde
la ventana del tren habló en silencio con Perro, su imagen se detuvo en su
memoria, allí parado al final del andén.
Al
llegar a destino todo sucedió a gran velocidad. Revisación médica, dentista,
vacunas, grupo sanguíneo.
Y
lo pelaron al ras.
El
traje, los borcegos, el gorro, le resultaron confortables.
Debía
aprender “a manejar” la ametralladora.
Recordó
que tenia buena puntería cuando al volver del trabajo jugaba a tirar piedras en
una hilera de latas.
Pocas
semanas después viajaba “al sur”. Jesús estaba emocionado hasta las lágrimas.
Nunca
imaginó ver la tierra desde el cielo ¡estaba volando!!!
Luego
fue la oscuridad. El frío. La ventisca. El hambre… y el miedo que le apretaba
el estómago.
Dormir
casi era no despertar nunca.
Ensordecido
por el ruido de su metralla, apuntaba y tiraba, apuntaba y tiraba.
En
algún segundo recordaba la imagen de Perro, alejándose.
Al
amanecer de otro día el cielo se veía claro y celeste, el viento se había
llevado la niebla.
Detrás
de su ametralladora giró su cuerpo y miró el cielo, respiró hondamente.
Así
lo encontraron, con los ojos abiertos.
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