domingo, 26 de marzo de 2017

Marta Castagnino

Jesús y Perro  
Marta Castagnino

                                                                                    In memorian de los chicos de la guerra

Alguien alguna vez lo llamó Jesús y le quedó ese nombre.
En el pueblo casi no recordaban a su madre.
Del padre nunca se supo. Jesús hacia changas y Perro lo seguía y lo esperaba, regresaban juntos a casa.
La había armado Jesús, con chapas y troncos, recostada sobre un árbol antiguo y frondoso.
Jesús y Perro despertaban con el sol y el canto de los pájaros que anidaban en el árbol.
Una tarde, de regreso de su trabajo en el campo, Don Esteban, el viejo herrero del pueblo, le avisó que estaban entregando documentos a los muchachos de su edad.
Luego de varias semanas Jesús tuvo el suyo y con él, su primera fotografía.
Consiguió una bolsa de plástico para que no se mojara y lo colgó del techo de su casa.
El verano llegaba a su fin y Jesús se enteró que llamaban a los jóvenes porque LA PATRIA LOS NECESITABA.
¿El podría hacer algo por la Patria ¡¡¡? Pensó varios días y lo conversó con Perro.
Una mañana temprano decidió saber de que se trataba y allí fueron los dos, Perro lo esperó en la puerta.
Le hicieron muchas preguntas, la única respuesta afirmativa fue:
– Si, tengo el documento.
– ¿Sabe leer, escribir, tiene familia, ha estudiado algo?
La respuesta era simple y corta, no.
Lo citaron para siete días después. Debía partir en tren a otro destino.
Esa noche Jesús no pudo dormir. Se sentía inquieto, emocionado, temeroso, pero sabía que algo importante le estaba ocurriendo.
Desde la ventana del tren habló en silencio con Perro, su imagen se detuvo en su memoria, allí parado al final del andén.
Al llegar a destino todo sucedió a gran velocidad. Revisación médica, dentista, vacunas, grupo sanguíneo.
Y lo pelaron al ras.
El traje, los borcegos, el gorro, le resultaron confortables.
Debía aprender “a manejar” la ametralladora.
Recordó que tenia buena puntería cuando al volver del trabajo jugaba a tirar piedras en una hilera de latas.
Pocas semanas después viajaba “al sur”. Jesús estaba emocionado hasta las lágrimas.
Nunca imaginó ver la tierra desde el cielo ¡estaba volando!!!
Luego fue la oscuridad. El frío. La ventisca. El hambre… y el miedo que le apretaba el estómago.
Dormir casi era no despertar nunca.
Ensordecido por el ruido de su metralla, apuntaba y tiraba, apuntaba y tiraba.
En algún segundo recordaba la imagen de Perro, alejándose.
Al amanecer de otro día el cielo se veía claro y celeste, el viento se había llevado la niebla.
Detrás de su ametralladora giró su cuerpo y miró el cielo, respiró hondamente.


Así lo encontraron, con los ojos abiertos.

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