ESTO ES UNA SEÑAL
Ariel Félix Gualtieri
Como
ocurre con otros trastornos mentales, las personas que padecen este
desequilibrio poseen una visión distorsionada de la realidad. Pero además,
estos individuos son capaces de crear, dentro de la realidad ficticia en la que
se desenvuelven, diferentes mundos ilusorios en los que no se vinculan
directamente, sino que contemplan como si fuesen espectadores.
Este
desorden puede pasar inadvertido fácilmente. De hecho, se piensa que algunos
individuos llegarían a sufrirlo durante toda su vida sin ser descubiertos. De
ahí que en el lenguaje popular se lo conozca como “locura escondida” o “locura
guardada”. Esto se debe a que, salvo por raras excepciones, los sujetos que lo
padecen no manifiestan señales externas de desequilibrio. Algo que logran
gracias a su particularidad –ausente en individuos “normales”– de creer que
están llevando a cabo determinada acción, cuando pueden estar realizando otra
completamente diferente. Pero además, también consiguen almacenar los recuerdos
de ambas acciones en su memoria. Sin embargo, en su conciencia sólo permanecerá
el recuerdo de la acción ilusoria que creen estar realizando; mientras que la
verdadera acción que desarrollan quedará registrada en su inconsciente.
Veamos
el ejemplo siguiente. Cierto día usted se encuentra con una persona que padece
este trastorno y mantienen una conversación sobre el estado del tiempo. Ahora
bien, aunque efectivamente se encuentre hablando con usted sobre dicho asunto,
el sujeto podría pensar que la charla gira alrededor de alguno de los mundos
ficticios que él ha creado; como podría ser, pongamos por caso, cierto
incidente en la vida de un hombre invisible. Por otro lado, aunque la persona
no perciba en forma consciente la conversación real que está ocurriendo acerca
del estado del tiempo, almacenará el recuerdo de la misma en su inconsciente.
Pero al mismo tiempo, registrará en su conciencia la conversación imaginaria
que cree estar manteniendo con usted acerca del hombre invisible. Por eso, si
se vuelven a encontrar al día siguiente y usted hace alusión a la charla que
mantuvieron sobre el estado del tiempo, el individuo manifestará –sin darse
cuenta de ello– que la recuerda perfectamente; aunque en todo momento pensará
que ambos se están refiriendo al asunto del hombre invisible.
Como
dijimos anteriormente, la persona que sufre este desequilibrio puede crear
mundos de ficción dentro de su percepción –ya distorsionada– de la realidad.
Estos escenarios pueden ser de la más diversa naturaleza. Encontramos, por
ejemplo, desde situaciones infantiles hasta crueles y aterradoras. Las hay
también, entre otras, policiales, románticas, casi realistas e incluso algunas
con contenido histórico. Además mencionamos –y es de suma importancia
recordarlo, por eso lo repetimos– que el individuo no se vincula directamente
en dichas ficciones, sino que las observa mientras permanece “fuera” de ellas.
Ahora bien, generalmente no considera que él mismo ha creado todas esas
fantasías. Por el contrario, tiende a pensar que la mayoría ha surgido de la
mente de otras personas; y que desde las épocas más remotas, muchos hombres se
han dedicado a dicha actividad, dejando un registro, generalmente escrito, al
que cree tener acceso. El sujeto puede darle un nombre –y en algunos casos
hasta una biografía completa– a la persona que identifica como creador de determinadas
ficciones. Por ejemplo, podría pensar que, hace unos miles de años atrás, vivió
un hombre en alguna antigua colonia griega, quien describió una guerra y una
posterior travesía marítima, ambas repletas de elementos irreales. El individuo
puede recurrir a la escritura, o a servirse de algún otro medio, para registrar
estas situaciones ilusorias; cuando esto ocurre, es muy probable que su
desequilibrio quede al descubierto. Seguramente, todos recuerdan el el caso de
aquel hombre –una de las pocas excepciones donde el trastorno se manifestó en
forma tan notoria– que quiso obtener una filmación de una de sus ficciones, y
convocó gente –obviamente sin éxito– para simular el desarrollo de la misma.
Sin embargo, la mayoría de las veces el sujeto no deja ningún registro, aunque
piensa que lo está haciendo. Por ejemplo, puede creer que está escribiendo
acerca de alguno de sus mundos imaginarios, cuando en realidad está redactando
una carta comercial. También en este caso –de acuerdo con lo que mencionamos
anteriormente– podrá retener los recuerdos de ambas acciones: de la primera en
su conciencia; y de la segunda, en su inconsciente. De la misma manera, puede
pensar que está leyendo un escrito referente a dichas realidades ilusorias,
mientras sus ojos están puestos en un texto de cualquier otro tipo. Así, podría
estar frente a un diario, pero creer que se encuentra ojeando algún tipo de publicación
donde diferentes personas vuelcan sus descripciones de distintos mundos
ficticios. Como podemos suponer, su inconsciente retendrá parte de la
información contenida en el diario; mientras que su conciencia registrará las
fantasías que haya elaborado su mente.
Como
ustedes saben, este trastorno puede llegar a desaparecer espontáneamente. Por razones
que aún desconocemos, el sujeto deja de padecerlo y recuerda su etapa de desequilibrio
como si hubiese sido un sueño. La mayoría de los conocimientos que tenemos
acerca de las características de este desorden mental –todavía escasamente
comprendido– provienen de dichos recuerdos; los que aportan muy poca
información, debido a que siempre resultan difusos e incompletos. Sin embargo,
creemos con optimismo que el desarrollo de futuras investigaciones brindará
importantes avances a mediano plazo.
Como
es conocido por todos, la cura del sujeto comienza cuando su propia mente
genera algún tipo de señal, dentro de alguno de sus mundos ficticios, que puede
ser percibida conscientemente por el individuo, y que le hace sospechar que
padece este curioso desorden mental.
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