LA RUBIA
Marta Becker
Juan
Carlos Vergara es mi analista desde mi época de casada y después. Porque el después
llegó luego de diez años de matrimonio con Gonzalo Díaz, cuando nuestros encuentros
en la cama se fueron espaciando de forma tal que parecíamos dos extraños. Al
preguntarle si me era infiel -mi duda no
estaba confirmada fehacientemente- no me
contestó, por lo tanto lo reconoció con
el silencio. Entonces nos separamos de común acuerdo, en realidad yo lo dejé y
él aceptó.
Vergara
no es lo que se dice un lindo hombre, pero tiene altura, cabello entrecano, una
postura de maniquí, se viste de sport con elegancia, todo en compossé –camisa,
saco, pantalón, medias- el masculino que toda mujer quisiera llevar al lado con
orgullo.
A
todo esto debo agregar que mi problema es que me enamoro de los hombres por su
inteligencia, y Vergara cubrió siempre mis expectativas, aunque nunca se lo
declaré por no parecerme apropiado.
Vergara
fue mi confidente durante muchísimo tiempo, sabe todo de mí -infancia, temores,
sueños, mi relación matrimonial- todo todo, porque para eso era y es mi
psicoanalista. Llegué muchas veces llorando a la consulta, a los gritos o
deprimida y siempre encontré en él la serenidad necesaria.
Con
sus palabras justas sentí en todo momento que, sin acercarse, me abrazaba. Y después
que me separé creí, en varias oportunidades, que intentaba un gesto de
proximidad, una intención de algo más
–porque admito que soy mujer de no despreciar-
pero me cuidé de conservar cierta distancia para no entorpecer la
relación. Aunque muchas veces me muero por tirarme encima y besarlo y decirle
otras cosas que no sean las puramente profesionales, pero trago saliva, sacudo
mi imaginación y no hablo del tema.
Hoy
llegué a la sesión bastante alterada. Le
cuento a Vergara que no tengo noticias de mi ex desde hace un mes, todavía
tiene sus cosas en mi casa y, a pesar de mis llamados, parece no tener
intención de sacarlas. Le dejé dicho en el contestador de la oficina que si no
se hace ver en una semana, le tiro todo
a la calle. No obtuve respuesta.
Juan
Carlos –hoy lo miro con cariño- me calma, me dice que esto es común, que ya
vendrá, primero tiene que organizarse mental y físicamente, en fin, trata de
apaciguarme. Y con su voz baja y suave lo logra.
Salgo
del consultorio tranquila, dispuesta a darle un plazo mayor a mi ex, cuando al
bajar del ascensor del edificio justamente me encuentro cara a cara con él, con
mi ex marido.
¿Oh,
qué hacés por acá?
Vengo
a ver a mi psicoanalista, me contesta.
¿Tu
analista? ¿Acá? ¿Quién es?
El
Dr. Juan Carlos Vergara, ¿por qué me…
Lo
dejo con la palabra en la boca y salgo corriendo a la calle. La cabeza me
hierve. ¿Cómo es esto posible? ¿Mi psicoanalista, mi confidente, mi muro de los
lamentos, mi todo es el mismo de mi ex? Me parece una traición, una falta total
de ética, de moral, de… de… no encuentro las palabras justas. Reacciono, giro
sobre mis talones y corro al ascensor para subir nuevamente al consultorio y
aclarar la situación.
La
secretaria me abre la puerta, extrañada de verme e intenta detenerme con un gesto,
pero yo paso de largo a su lado hecha una tromba, enfurecida, indignada y sacudiendo
la cartera.
Con
un movimiento brusco abro la puerta del privado para encarar al Dr. Juan Carlos
Vergara, el traidor y Oh… los veo a los dos, mi analista y mi ex fusionados en un beso apasionado.
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