NO HAY MUJERES FEAS
No hay mujeres feas -dijo el poeta- todas tiene algo por el cual nos sentimos atraídos... o rechazados.
Espejito, espejito, ¿Hay alguien mas linda que yo? Pregunto la mujer. ¡Sí! Contestó el espejo. Entonces corrió hacia el teléfono, abrió su agenda y llamó al cirujano plástico.
Hablaba y hablaba sin detenerse, era un manojo de palabras vacías arrojadas sin piedad en ese café del centro porteño. Hablaba y hablaba mientras él la miraba amorosamente, esperando una pausa para decirle: te quiero. Pero eso no ocurrió nunca. Cuando salieron a la calle un torrente de palabras líquidas lo arrastró por la alcantarilla.
Podría renunciar a la gravedad y dejar que una mariposa me lleve atado en sus nervaduras hasta posarme en cualquier cielo. Podría desprenderme como una hoja echada al viento, ser azul, rojo, amarillo, si Marta lo quisiera.
Sobre la veja mesa de paño verde ruedan cinco dados gastados. No tiene los puntos negros que indican los números. El jugador abandonado a su suerte sólo mira en cada superficie la imagen de cinco mujeres.
Espera que la saquen a bailar, que la abracen, que la besen contra el árbol del jardín. Espera que le acaricien los pechos en la oscuridad y se derrita su sexo entre las piernas de él. Espera que la amen, la protejan, la consuelen. Algún día, sabe que algún día. La señorita Nieves espera.
Las mujeres de la ciudad son iguales a las de mi pueblo. Son lindas, trabajadoras, sufren y desean ser amadas. Nada las alcanza, y yo creyendo que puedo hacer algo al respecto. Quizá sólo baste con escucharlas.
Te esperé todo el día sabiendo que no vendrías esta noche, ni mañana, ni pasado... tal vez nunca. Entonces, mi amor, iré a buscarte al lugar de nuestro desencuentro.
La lluvia cae sobre nosotros en esa tarde de invierno llena de tristeza. Ibas a decirme adiós y terminamos en un cuarto de hotel, gota sobre gota, mojando la despedida.
Los objetos desaparecieron detrás de sus pasos desolados, inundando la casa con su cuerpo pequeño de porcelana. No hay palabras en su boca desesperada en besos, ni lágrimas azules goteando por la historia de sus mejillas. Sólo ella, encendida, ofreciendo ese instante.
Los ojos de mi madre están pintados de ausencia. Sus lágrimas corren como una muchedumbre prepotente, puedo verlas caer desvanecidas una a una, en el mismo lugar secreto donde me cobijó entonces.
Ella se había anotado en la lista de aspirantes del proyecto "Vida eterna", que le garantizaba volver a vivir después de la muerte. Y así fue, mediante el proceso bio-informático de hibernación volvió a nacer teniendo el aspecto de los 25 años. La experiencia había sido todo un éxito, salvo por un pequeño detalle: le habían congelado el alma.
El sexo de Marta es una brasa adormecida entre las sedas de su vestido. Bastará una suave brisa, un gesto, quizás una mirada para encenderla otra vez para incendiarnos en el fuego que aún nos queda.
Para toda la vida hermana, solteras y siempre juntas para cuidar a papá. Tu sabes bien que el amor de los hombres es cruel y efímero. El nuestro es eterno, abnegado y sombrío.
La mujer se desnudó lentamente mirándome sin pudor a los ojos. Entonces desabrochó su pecho y se arrancó su corazón herido. Es tuyo, dijo. Ni siquiera se quito la ropa.
Siempre lo supe Juan. Cada una de tus palabras vanas me dicen entre líneas que ya no me amas. No lo niegues, me lo dijo tu cuerpo tendido a mi lado en la siesta atormentada de los sábados.
No hay mujeres feas -dijo el poeta- todas tiene algo por el cual nos sentimos atraídos... o rechazados.
Espejito, espejito, ¿Hay alguien mas linda que yo? Pregunto la mujer. ¡Sí! Contestó el espejo. Entonces corrió hacia el teléfono, abrió su agenda y llamó al cirujano plástico.
Hablaba y hablaba sin detenerse, era un manojo de palabras vacías arrojadas sin piedad en ese café del centro porteño. Hablaba y hablaba mientras él la miraba amorosamente, esperando una pausa para decirle: te quiero. Pero eso no ocurrió nunca. Cuando salieron a la calle un torrente de palabras líquidas lo arrastró por la alcantarilla.
Podría renunciar a la gravedad y dejar que una mariposa me lleve atado en sus nervaduras hasta posarme en cualquier cielo. Podría desprenderme como una hoja echada al viento, ser azul, rojo, amarillo, si Marta lo quisiera.
Sobre la veja mesa de paño verde ruedan cinco dados gastados. No tiene los puntos negros que indican los números. El jugador abandonado a su suerte sólo mira en cada superficie la imagen de cinco mujeres.
Espera que la saquen a bailar, que la abracen, que la besen contra el árbol del jardín. Espera que le acaricien los pechos en la oscuridad y se derrita su sexo entre las piernas de él. Espera que la amen, la protejan, la consuelen. Algún día, sabe que algún día. La señorita Nieves espera.
Las mujeres de la ciudad son iguales a las de mi pueblo. Son lindas, trabajadoras, sufren y desean ser amadas. Nada las alcanza, y yo creyendo que puedo hacer algo al respecto. Quizá sólo baste con escucharlas.
Te esperé todo el día sabiendo que no vendrías esta noche, ni mañana, ni pasado... tal vez nunca. Entonces, mi amor, iré a buscarte al lugar de nuestro desencuentro.
La lluvia cae sobre nosotros en esa tarde de invierno llena de tristeza. Ibas a decirme adiós y terminamos en un cuarto de hotel, gota sobre gota, mojando la despedida.
Los objetos desaparecieron detrás de sus pasos desolados, inundando la casa con su cuerpo pequeño de porcelana. No hay palabras en su boca desesperada en besos, ni lágrimas azules goteando por la historia de sus mejillas. Sólo ella, encendida, ofreciendo ese instante.
Los ojos de mi madre están pintados de ausencia. Sus lágrimas corren como una muchedumbre prepotente, puedo verlas caer desvanecidas una a una, en el mismo lugar secreto donde me cobijó entonces.
Ella se había anotado en la lista de aspirantes del proyecto "Vida eterna", que le garantizaba volver a vivir después de la muerte. Y así fue, mediante el proceso bio-informático de hibernación volvió a nacer teniendo el aspecto de los 25 años. La experiencia había sido todo un éxito, salvo por un pequeño detalle: le habían congelado el alma.
El sexo de Marta es una brasa adormecida entre las sedas de su vestido. Bastará una suave brisa, un gesto, quizás una mirada para encenderla otra vez para incendiarnos en el fuego que aún nos queda.
Para toda la vida hermana, solteras y siempre juntas para cuidar a papá. Tu sabes bien que el amor de los hombres es cruel y efímero. El nuestro es eterno, abnegado y sombrío.
La mujer se desnudó lentamente mirándome sin pudor a los ojos. Entonces desabrochó su pecho y se arrancó su corazón herido. Es tuyo, dijo. Ni siquiera se quito la ropa.
Siempre lo supe Juan. Cada una de tus palabras vanas me dicen entre líneas que ya no me amas. No lo niegues, me lo dijo tu cuerpo tendido a mi lado en la siesta atormentada de los sábados.
1 comentario:
Estimado Carlos... No logro entenderlo. Definitivamente "NO HAY MUJERES FEAS" no es un cuento. ¿Quizás sea una narración libre, de ideas que brotan abruptamente para construir párrafos inconexos?… Es decir: ¿una narración surrealista?.
Saludos
Publicar un comentario