SU ÚLTIMA DECISIÓN
Muy de prisa ingresa la ambulancia al sanatorio. Con toda urgencia lo llevan al quirófano. La sala de operaciones lo aguardaba. Los médicos estaban listos y preparados para la intervención.
Se escuchaba el pedido desesperado del cirujano: ¡Rápido! ¡Máscara de oxígeno! ¡Inyecten 30 ml de adrenalina! ¿Presión arterial?
6-4 -contestaba la enfermera.
¡Preparen el desfibrilador que se nos va! ¡Lo estamos perdiendo!
Y pensar que en esa misma clínica 60 años atrás Raquel, apenas adolescente, ingresó a éste mismo quirófano con rotura de bolsa y con riesgo a que esa criatura, tan anhelada, pronta a nacer muriera en el parto.
¡Pero no! Nació y fue varón. Su madre lo llamó Juan Carlos.
No era ésta la primera vez que estaba al borde de la muerte. Cuando chico, se abrió la cabeza tirándose a una pileta. De adolescente y en estado de ebriedad se peleó con una "patota" y terminó internado en terapia intensiva por lesiones graves. Y ahora un accidente de tránsito lo puso nuevamente peleando por la vida, esa vida que a Raquel le había costado tanto darle.
A los 6 años, Juan Carlos, le escribió una carta a los reyes magos pidiéndoles una bicicleta. Esa fue su primer alegría que siempre recordó.
A los 13 años, sus pares y maestros, lo eligieron el mejor alumno y compañero. Por esa distinción fue portador de la bandera de ceremonias y de las palabras de despedida a su tan querida escuela primaria. Ingresó a la secundaria, los profesores lo consideraron siempre un buen alumno: responsable, educado, estudioso y buena persona. En 5to año realizó su viaje de egresado a San Carlos de Bariloche, experiencia que siempre recordó como inolvidable. Su vocación era la de curar y salvar vidas, por eso decidió estudiar en la Facultad de Medicina.
Se graduó de médico. Se casó a los 23 años. Tuvo 4 hijos. Su mayor logró fue realizar el primer transplante de hígado en el país devolviendo vidas a miles de personas. Se desesperaba cuando, ante la necesidad de conseguir un donante, no aparecía ninguno y la muerte era inevitable.
A los 40 años experimentó su primera gran tristeza: la muerte de su madre y hoy él se encontraba muy cerca de ella.
En la sala de terapia intensiva los médicos esperaban un donante para realizar un trasplante de hígado a una beba. No había tiempo de solicitar un donante. Sólo un milagro la salvaría.
Mientras tanto en el quirófano N° 6 el alma de Juan Carlos se le fue desprendiendo del cuerpo y viendo su propia operación. Miraba también el sufrimiento de su esposa e hijos que rezaban, en la capilla del sanatorio, para que los médicos salvaran su vida. Notaba además el esmero de sus colegas por compensar su presión, la permanente transfusión de sangre que le realizaban, el monitoreo continuo del corazón para mantenerlo vivo y además sentía que su madre lo llamaba desde el más allá extendiéndole sus brazos tratando de llevárselo con ella.
¡Lo perdimos! Esa fue la última palabra del cirujano de la sala de operaciones.Mientras tanto, en el quirófano N° 7 se escuchaba: ¡Preparen a la beba! ¡Tenemos el donante!
Se escuchaba el pedido desesperado del cirujano: ¡Rápido! ¡Máscara de oxígeno! ¡Inyecten 30 ml de adrenalina! ¿Presión arterial?
6-4 -contestaba la enfermera.
¡Preparen el desfibrilador que se nos va! ¡Lo estamos perdiendo!
Y pensar que en esa misma clínica 60 años atrás Raquel, apenas adolescente, ingresó a éste mismo quirófano con rotura de bolsa y con riesgo a que esa criatura, tan anhelada, pronta a nacer muriera en el parto.
¡Pero no! Nació y fue varón. Su madre lo llamó Juan Carlos.
No era ésta la primera vez que estaba al borde de la muerte. Cuando chico, se abrió la cabeza tirándose a una pileta. De adolescente y en estado de ebriedad se peleó con una "patota" y terminó internado en terapia intensiva por lesiones graves. Y ahora un accidente de tránsito lo puso nuevamente peleando por la vida, esa vida que a Raquel le había costado tanto darle.
A los 6 años, Juan Carlos, le escribió una carta a los reyes magos pidiéndoles una bicicleta. Esa fue su primer alegría que siempre recordó.
A los 13 años, sus pares y maestros, lo eligieron el mejor alumno y compañero. Por esa distinción fue portador de la bandera de ceremonias y de las palabras de despedida a su tan querida escuela primaria. Ingresó a la secundaria, los profesores lo consideraron siempre un buen alumno: responsable, educado, estudioso y buena persona. En 5to año realizó su viaje de egresado a San Carlos de Bariloche, experiencia que siempre recordó como inolvidable. Su vocación era la de curar y salvar vidas, por eso decidió estudiar en la Facultad de Medicina.
Se graduó de médico. Se casó a los 23 años. Tuvo 4 hijos. Su mayor logró fue realizar el primer transplante de hígado en el país devolviendo vidas a miles de personas. Se desesperaba cuando, ante la necesidad de conseguir un donante, no aparecía ninguno y la muerte era inevitable.
A los 40 años experimentó su primera gran tristeza: la muerte de su madre y hoy él se encontraba muy cerca de ella.
En la sala de terapia intensiva los médicos esperaban un donante para realizar un trasplante de hígado a una beba. No había tiempo de solicitar un donante. Sólo un milagro la salvaría.
Mientras tanto en el quirófano N° 6 el alma de Juan Carlos se le fue desprendiendo del cuerpo y viendo su propia operación. Miraba también el sufrimiento de su esposa e hijos que rezaban, en la capilla del sanatorio, para que los médicos salvaran su vida. Notaba además el esmero de sus colegas por compensar su presión, la permanente transfusión de sangre que le realizaban, el monitoreo continuo del corazón para mantenerlo vivo y además sentía que su madre lo llamaba desde el más allá extendiéndole sus brazos tratando de llevárselo con ella.
¡Lo perdimos! Esa fue la última palabra del cirujano de la sala de operaciones.Mientras tanto, en el quirófano N° 7 se escuchaba: ¡Preparen a la beba! ¡Tenemos el donante!
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