EL ANILLO DE CASIOPEA
Por qué justo ahora hay este viento? ¿Tanto tienen que avanzar las olas del mar? No sé para qué me engaño si la naturaleza no tiene nada que ver. O tal vez sí. Fue todo tan extraño. Desde el espigón, miro a lo lejos el castillo mientras te escribo esta carta que parece de un loco, de un enfermo. Quizás cuando te cuente todo me puedas entender un poco, y si no... Es lo mismo, por lo menos escribir me ayuda a no pensar, a desahogarme, a tener la convicción de que la felicidad no fue un sueño, de que Casiopea pasó por mi vida y se fue, o tal vez se esté yendo de mi memoria y de mi vida por culpa del agua y del viento. No quiero mirar más, mirar es aferrarme al recuerdo, pero dudo. ¿Me estaré aferrando a la locura, a un fantasma, a un sueño? Necesito contarte Julián, para no pensar. Necesito contarte. Mejor comenzar desde el principio.
¿Te acordás de cuando hacíamos los castillos de arena en Valeria del mar, de lo bien que me salían? Bueno, te quiero decir que a pesar de que tengo más de sesenta todavía me gusta hacerlos, por supuesto cuando no hay gente alrededor. No sé, me relaja, me divierte. Te diría que con los años he perfeccionado mi técnica y me consideró un experto en el tema. El secreto o la clave para hacer los mejores castillos está en hacer un pozo de más de treinta centímetros, allí encontrás la arena en su estado ideal, como está blanda, porque está mezclada con el agua, permite que la saqués y le des la forma que quieras. Fue hace casi un mes que pasó todo.
La playa estaba desierta, comenzaba a anochecer y decidí dedicarme una vez más a mi hobby favorito. Hice el pozo y cuando metí la mano un poco más profundo sentí que toqué algo duro. Corrí la arena para ver qué era y te juro que salté para atrás cuando me di cuenta que era una mano. Volví a acercarme para mirar. Era una mano delgada, pequeña, de uñas largas, una mano de mujer. En su dedo índice tenía colocado un anillo con una piedra incrustada de color rojo. Me acerqué para verla con más detenimiento y ahí mismo noté un movimiento casi imperceptible de uno de los dedos, creí que el susto me hacía ver visiones y me acerqué más para tocarla, entonces la mano se movió e intentó agarrar la mía. Salté de vuelta para atrás horrorizado y comencé a gritar pidiendo ayuda pero enseguida me di cuenta que era inútil, no se veía a nadie a ninguno de los dos lados de la playa. La mano seguía moviéndose, abriéndose y cerrándose débilmente. Comencé a cavar desesperado en dirección hacia donde yo creía que podía estar la cabeza, en menos de dos minutos llegué a liberar la mitad superior del cuerpo, era una mujer, aún respiraba. La sacudí para despertarla y allí abrió sus inmensos ojos celestes y gritando angustiada me abrazó fuerte. Yo le acariciaba la cabeza intentando calmarla y volvió a desmayarse. Me tranquilizó un poco ver que seguía respirando, estaba completamente desnuda. Terminé de quitar toda la arena de encima de su cuerpo y la llevé en brazos hasta mi casa que estaba del otro lado de los médanos Llené la bañadera de agua caliente y la coloqué despacio en ella. Con jabón y una esponja fui quitando poco a poco la arena del cuerpo, la que me costó más tiempo quitar fue la del pelo. Ella seguía dormida. Cuando la levanté vi la gran cantidad de arena que había quedado en la bañadera, también la noté mucho más liviana, parecía como si con la arena se le hubiera ido parte del cuerpo.
La sequé toda y le puse una remera blanca que había dejado mi nieta. Era una chica delgada de cuerpo bien femenino, su pelo era rojo y su piel quizás demasiado blanca, no tendría más de veinticinco años. La coloqué en la cama tapándola con una sabana y una frazada. Ya estaba anocheciendo y por la ventana negros nubarrones preludiaban una lluvia inminente.
Fui a la cocina y le preparé un café con leche bien grande dejándoselo en la mesita de luz que estaba al lado de la cama. Cuando volví con un plato con tostadas la encontré sentada tomando el café con ambas manos. Me miró con sus inmensos ojos celestes y algo extraño me sucedió, sentí miedo, una puntada leve en el pecho, como si algo dentro de mí se paralizara. Quizás me exprese mal, no sé si miedo es la palabra... Te parecerá tonto pero tuve miedo, pero no un miedo feo, un miedo extraño, un miedo feliz, como cuando éramos pibes y una mina descomunal se nos acercaba y nos poníamos como un tomate por la timidez. En ese momento, aunque te parezca increíble me pasaba lo mismo, me había puesto colorado y sentía demasiado calor en las mejillas, me faltaba el aire.
-Usted me salvó.
-Yo te encontré. Mi nombre es Héctor. ¿Vos cómo te llamás?-Yo... No me acuerdo... Es raro. Le juro que lo único que recuerdo es la oscuridad, la imposibilidad de poder moverme, de gritar y de golpe, el calor en la mano, su rostro Héctor. Y el sol... Y el aire... Y su abrazo...
-Prestame tu anillo.
-Sí, claro. ¿Para qué?
-Es común que mucha gente ponga dentro de los anillos inscripto su nombre. ¿Ves? Acá hay escrito algo. Dice: Casiopea. ¿Qué te parece?
- Y bueno. Dígame así. ¿Sabe qué pasa Héctor? Me angustia demasiado no acordarme de nada. Le juro que siento que no tengo familia, que no tengo hogar, que no tengo... ¡Que no soy nada!
Me abrazó y comenzó a llorar con ganas. Yo le acariciaba la cabeza.
-Tranquila. Tranquila. Lo que te pasó a vos, que no tenemos ni idea de qué fue, evidentemente te dejó shockeada y es por eso que perdiste la memoria, pero vas a ver que con el tiempo, y a medida que te tranquilices, vas a volver a acordarte de todo.
-¿Le parece Héctor?- me dijo mirándome fijamente con esos maravillosos ojos celestes que aún estaban llorando. Sentí unas ganas irrefrenables de besarla, de decirle tantas cosas, pero me contuve.
-Claro que sí. Ahora termina de comer e intenta dormir un poco. Vas a ver que más descansada te vas a acordar de todo.
-Héctor
-¿Sí? ¿Necesitas algo más... -me abrazo fuertemente y de imprevisto comenzó a besarme en la boca, por un momento me fue imposible resistirme y la besé también pero luego la alejé con delicadeza y a la vez con fuerza.
-Gracias Héctor.
-Está bien. Para lo que necesites me llamás. Yo estoy en el cuarto de al lado.
Antes de acostarme me duché. Sensaciones extrañas pasaban por mi mente. Por un lado pensaba en cómo le iba a explicar la presencia de Casiopea a mi mujer si aparecía de imprevisto. "No, si la encontré desnuda debajo de la arena querida". El sólo pensar en la situación más que preocuparme me daba risa.
Pensaba en sus ojos celestes que parecían de cristal, en su mirada que me paraba el corazón y me volvía adolescente, en el calor de mis mejillas, en su cuerpo pegado al mío. En su cuerpo...
Me costó un poco dormirme. En mi sueño yo era joven y Casiopea más grande, sin embargo seguía pareciéndome lo más lindo que mis ojos podían ver. Desnuda iba al mar y me llamaba. Yo, torpe y lleno de vergüenza, me quitaba el pantalón y corría sin ropa hacia ella. Cuando llegaba a su lado me abrazaba. Ella se hacía más grande, y yo cada vez más pequeño y a la vez... más feliz.
El portazo y el grito me despertaron. De repente sentí como el cuerpo de Casiopea se metía en mi cama y me abrazaba con fuerza.
-¿Qué pasa?
Señaló hacia fuera temblando y sin mirar. Por la ventana se veían los destellos de varios relámpagos. Sonreí comprendiendo su inocente temor. Le acaricié la cabeza y de a poco sentí que su corazón, pegado a mi pecho, se iba desacelerando.
-Es sólo una tormenta.
Me abrazo con más fuerza sin querer soltarse.
-¿Querés dormir conmigo?
Me miró de vuelta a los ojos y al ver su sonrisa ya
ya no pude, ni quise, contenerme más y la besé.
Cuando desperté, Casiopea ya no estaba a mi lado. La cama se encontraba toda llena de arena. Los pisos también. Por lo mojados que estaban los muebles deduje que las ventanas se habían abierto por el viento y que toda la noche había entrado la lluvia. La llame a los gritos pero seguía sin aparecer, busqué en cada uno de los cuartos pero ninguna señal de ella. Ya más inquieto, salí a la calle y pregunté a los vecinos por una mujer joven de pelo rojo pero nadie la había visto. A la semana encontré debajo de la cama el anillo. Pasó ya un mes y, aunque me niego a creerlo, sé que va a ser imposible volver a encontrarla. Ya mi familia se cansó de esperar que regrese a la Capital y vienen a buscarme pese a mi negativa. Por eso te cuento todo a vos Julián, porque todo parece una locura, un delirio, una fantasía pero... el anillo, Julián. ¿Sabés qué hice con él? Hoy temprano me fui a la playa y hice el castillo más lindo que me salió en la vida. En una de sus torres puse el anillo. Ahora que estoy en el espigón escribiéndote, veo el castillo a lo lejos y me parece una simple montaña de arena. Pienso en Casiopea y lloro sin poder parar. Lloro, porque sé, que mañana, por culpa del agua y el viento, mi castillo ya no va a estar más.
............................................................El capitán Burton
Por qué justo ahora hay este viento? ¿Tanto tienen que avanzar las olas del mar? No sé para qué me engaño si la naturaleza no tiene nada que ver. O tal vez sí. Fue todo tan extraño. Desde el espigón, miro a lo lejos el castillo mientras te escribo esta carta que parece de un loco, de un enfermo. Quizás cuando te cuente todo me puedas entender un poco, y si no... Es lo mismo, por lo menos escribir me ayuda a no pensar, a desahogarme, a tener la convicción de que la felicidad no fue un sueño, de que Casiopea pasó por mi vida y se fue, o tal vez se esté yendo de mi memoria y de mi vida por culpa del agua y del viento. No quiero mirar más, mirar es aferrarme al recuerdo, pero dudo. ¿Me estaré aferrando a la locura, a un fantasma, a un sueño? Necesito contarte Julián, para no pensar. Necesito contarte. Mejor comenzar desde el principio.
¿Te acordás de cuando hacíamos los castillos de arena en Valeria del mar, de lo bien que me salían? Bueno, te quiero decir que a pesar de que tengo más de sesenta todavía me gusta hacerlos, por supuesto cuando no hay gente alrededor. No sé, me relaja, me divierte. Te diría que con los años he perfeccionado mi técnica y me consideró un experto en el tema. El secreto o la clave para hacer los mejores castillos está en hacer un pozo de más de treinta centímetros, allí encontrás la arena en su estado ideal, como está blanda, porque está mezclada con el agua, permite que la saqués y le des la forma que quieras. Fue hace casi un mes que pasó todo.
La playa estaba desierta, comenzaba a anochecer y decidí dedicarme una vez más a mi hobby favorito. Hice el pozo y cuando metí la mano un poco más profundo sentí que toqué algo duro. Corrí la arena para ver qué era y te juro que salté para atrás cuando me di cuenta que era una mano. Volví a acercarme para mirar. Era una mano delgada, pequeña, de uñas largas, una mano de mujer. En su dedo índice tenía colocado un anillo con una piedra incrustada de color rojo. Me acerqué para verla con más detenimiento y ahí mismo noté un movimiento casi imperceptible de uno de los dedos, creí que el susto me hacía ver visiones y me acerqué más para tocarla, entonces la mano se movió e intentó agarrar la mía. Salté de vuelta para atrás horrorizado y comencé a gritar pidiendo ayuda pero enseguida me di cuenta que era inútil, no se veía a nadie a ninguno de los dos lados de la playa. La mano seguía moviéndose, abriéndose y cerrándose débilmente. Comencé a cavar desesperado en dirección hacia donde yo creía que podía estar la cabeza, en menos de dos minutos llegué a liberar la mitad superior del cuerpo, era una mujer, aún respiraba. La sacudí para despertarla y allí abrió sus inmensos ojos celestes y gritando angustiada me abrazó fuerte. Yo le acariciaba la cabeza intentando calmarla y volvió a desmayarse. Me tranquilizó un poco ver que seguía respirando, estaba completamente desnuda. Terminé de quitar toda la arena de encima de su cuerpo y la llevé en brazos hasta mi casa que estaba del otro lado de los médanos Llené la bañadera de agua caliente y la coloqué despacio en ella. Con jabón y una esponja fui quitando poco a poco la arena del cuerpo, la que me costó más tiempo quitar fue la del pelo. Ella seguía dormida. Cuando la levanté vi la gran cantidad de arena que había quedado en la bañadera, también la noté mucho más liviana, parecía como si con la arena se le hubiera ido parte del cuerpo.
La sequé toda y le puse una remera blanca que había dejado mi nieta. Era una chica delgada de cuerpo bien femenino, su pelo era rojo y su piel quizás demasiado blanca, no tendría más de veinticinco años. La coloqué en la cama tapándola con una sabana y una frazada. Ya estaba anocheciendo y por la ventana negros nubarrones preludiaban una lluvia inminente.
Fui a la cocina y le preparé un café con leche bien grande dejándoselo en la mesita de luz que estaba al lado de la cama. Cuando volví con un plato con tostadas la encontré sentada tomando el café con ambas manos. Me miró con sus inmensos ojos celestes y algo extraño me sucedió, sentí miedo, una puntada leve en el pecho, como si algo dentro de mí se paralizara. Quizás me exprese mal, no sé si miedo es la palabra... Te parecerá tonto pero tuve miedo, pero no un miedo feo, un miedo extraño, un miedo feliz, como cuando éramos pibes y una mina descomunal se nos acercaba y nos poníamos como un tomate por la timidez. En ese momento, aunque te parezca increíble me pasaba lo mismo, me había puesto colorado y sentía demasiado calor en las mejillas, me faltaba el aire.
-Usted me salvó.
-Yo te encontré. Mi nombre es Héctor. ¿Vos cómo te llamás?-Yo... No me acuerdo... Es raro. Le juro que lo único que recuerdo es la oscuridad, la imposibilidad de poder moverme, de gritar y de golpe, el calor en la mano, su rostro Héctor. Y el sol... Y el aire... Y su abrazo...
-Prestame tu anillo.
-Sí, claro. ¿Para qué?
-Es común que mucha gente ponga dentro de los anillos inscripto su nombre. ¿Ves? Acá hay escrito algo. Dice: Casiopea. ¿Qué te parece?
- Y bueno. Dígame así. ¿Sabe qué pasa Héctor? Me angustia demasiado no acordarme de nada. Le juro que siento que no tengo familia, que no tengo hogar, que no tengo... ¡Que no soy nada!
Me abrazó y comenzó a llorar con ganas. Yo le acariciaba la cabeza.
-Tranquila. Tranquila. Lo que te pasó a vos, que no tenemos ni idea de qué fue, evidentemente te dejó shockeada y es por eso que perdiste la memoria, pero vas a ver que con el tiempo, y a medida que te tranquilices, vas a volver a acordarte de todo.
-¿Le parece Héctor?- me dijo mirándome fijamente con esos maravillosos ojos celestes que aún estaban llorando. Sentí unas ganas irrefrenables de besarla, de decirle tantas cosas, pero me contuve.
-Claro que sí. Ahora termina de comer e intenta dormir un poco. Vas a ver que más descansada te vas a acordar de todo.
-Héctor
-¿Sí? ¿Necesitas algo más... -me abrazo fuertemente y de imprevisto comenzó a besarme en la boca, por un momento me fue imposible resistirme y la besé también pero luego la alejé con delicadeza y a la vez con fuerza.
-Gracias Héctor.
-Está bien. Para lo que necesites me llamás. Yo estoy en el cuarto de al lado.
Antes de acostarme me duché. Sensaciones extrañas pasaban por mi mente. Por un lado pensaba en cómo le iba a explicar la presencia de Casiopea a mi mujer si aparecía de imprevisto. "No, si la encontré desnuda debajo de la arena querida". El sólo pensar en la situación más que preocuparme me daba risa.
Pensaba en sus ojos celestes que parecían de cristal, en su mirada que me paraba el corazón y me volvía adolescente, en el calor de mis mejillas, en su cuerpo pegado al mío. En su cuerpo...
Me costó un poco dormirme. En mi sueño yo era joven y Casiopea más grande, sin embargo seguía pareciéndome lo más lindo que mis ojos podían ver. Desnuda iba al mar y me llamaba. Yo, torpe y lleno de vergüenza, me quitaba el pantalón y corría sin ropa hacia ella. Cuando llegaba a su lado me abrazaba. Ella se hacía más grande, y yo cada vez más pequeño y a la vez... más feliz.
El portazo y el grito me despertaron. De repente sentí como el cuerpo de Casiopea se metía en mi cama y me abrazaba con fuerza.
-¿Qué pasa?
Señaló hacia fuera temblando y sin mirar. Por la ventana se veían los destellos de varios relámpagos. Sonreí comprendiendo su inocente temor. Le acaricié la cabeza y de a poco sentí que su corazón, pegado a mi pecho, se iba desacelerando.
-Es sólo una tormenta.
Me abrazo con más fuerza sin querer soltarse.
-¿Querés dormir conmigo?
Me miró de vuelta a los ojos y al ver su sonrisa ya
ya no pude, ni quise, contenerme más y la besé.
Cuando desperté, Casiopea ya no estaba a mi lado. La cama se encontraba toda llena de arena. Los pisos también. Por lo mojados que estaban los muebles deduje que las ventanas se habían abierto por el viento y que toda la noche había entrado la lluvia. La llame a los gritos pero seguía sin aparecer, busqué en cada uno de los cuartos pero ninguna señal de ella. Ya más inquieto, salí a la calle y pregunté a los vecinos por una mujer joven de pelo rojo pero nadie la había visto. A la semana encontré debajo de la cama el anillo. Pasó ya un mes y, aunque me niego a creerlo, sé que va a ser imposible volver a encontrarla. Ya mi familia se cansó de esperar que regrese a la Capital y vienen a buscarme pese a mi negativa. Por eso te cuento todo a vos Julián, porque todo parece una locura, un delirio, una fantasía pero... el anillo, Julián. ¿Sabés qué hice con él? Hoy temprano me fui a la playa y hice el castillo más lindo que me salió en la vida. En una de sus torres puse el anillo. Ahora que estoy en el espigón escribiéndote, veo el castillo a lo lejos y me parece una simple montaña de arena. Pienso en Casiopea y lloro sin poder parar. Lloro, porque sé, que mañana, por culpa del agua y el viento, mi castillo ya no va a estar más.
............................................................El capitán Burton
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