viernes, 6 de junio de 2008

ANDREA GARCÍA CAMPOS

LA ESCONDIDA

Teníamos la plaza entera para jugar, la gente y su movimiento parecían obstáculos. Era perfecto. Contábamos siempre en el mástil.
Vos poco a poco, te alejabas de la piedra intentando siempre que no fuera demasiado, así aumentabas el campo visual girando sobre tu propio eje, nunca de espaldas a la piedra, para interceptar a tus presas al mejor estilo Terminator.
Posibilidades:
Una, tener un contrincante sagaz que te pique: ¡¡¡Piedra Libre Para Todos Mis Compañeros!!!, y te toque volver a contar con sabor a tedio y a baja autoestima.
Otra, que por poca habilidad de los terceros puedas ir librandolos uno por uno y vayan cayendo como moscas.
O bien, que te toque gente difícil... te vas alejando sigilosamente, con los latidos de tu corazón en aumento y cuando llegás al límite, rozando la utopía... el zorro se asoma con trote tranquilo, burlón y con risa sarcástica, como anticipando su triunfo casi seguro.
Entonces quedaban dos caminos: la muerte o empezar a correr con las piernas, con el alma, con las uñas, con los ojos inyectados de sangre, y gritar sin voz: ¡¡¡Piedra Libre!!!, en el mejor de los casos, y volver a tu casa haciendo retumbar la plaza a cada paso.
Así jugábamos a "la escondida" en la plaza de mi barrio.

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