viernes, 6 de junio de 2008

JUANA SCHUSTER

DIMITRI VASIELIEVICH

Dimitri Vasilievich dudaba del amor eterno que le prometiera Roshenka. Era mucho más joven que él, de gustos dispares, pretendida por mejores candidatos de la aristocracia rusa. Se habían conocido un año atrás, en un baile benéfico de la Cámara Empresaria. Para sorpresa general, lo aceptó para compartir la vida. El día de la boda, ella parecía salida de un cuadro de Chagall, delgada, etérea, de largos brazos. Él entró con paso firme. Lucía una sonrisa de autosuficiencia. Seguro de haber arrebatado el trofeo. Ella sonreía a la concurrencia, con dos lágrimas que nadie notó. Marcaban la amargura interna de ese día.
No pasó mucho tiempo hasta que Dimitri notase que Roshenka no era feliz. Le reprochaba constantemente, su negativa a tener hijos.
- Los niños crecen, querida. Son una molestia.
- Los vientres de mis amigas ya han dado frutos.
- Sabes que viajo seguido por mi trabajo. No sería justo dejarte con esa pesada carga.
La pobre mujer tomaba las puntas del mantel permaneciendo largos ratos tironeándolas con un rictus nervioso. Justo ella, cuyo rostro tenía la placidez de una madonna.
Él se acercaba a tomarla en sus brazos, pero, no era correspondido. Roshenka miraba el río a través de la pequeña ventana. Eternizaba la mirada en el agua oscura y en los árboles de la ribera que cobijaban las ruidosas gallaretas.
Dimitri cedió a su negativa de permitirle tomar clases de violín. Bien sabía que su esposa provenía de antepasados melómanos. Sus suegros eran asiduos concurrentes a todas las galas de conciertos. Hubiese sido injusto no aceptar.
Roshenka experimentó muchos cambios a partir de las clases. Se la notaba extrovertida, la melancolía había desaparecido. Nació entonces una nueva Roshenka que no hablaba de maternidad.
El profesor, de destacada trayectoria internacional, comenzó a estar en boca de todos los habitantes de Odessa.
Pelo negro azabache, ojos color miel, extremadamente delgado y alto, muy joven, modales refinados, sin ataduras familiares.
Dimitri viajaba una vez al mes a Alemania, para concretar las operaciones comerciales.
Una noche, en el hotel de Renania, recibió un llamado imprevisto que lo alarmó: su socio, Andrei Golovoff, una persona destacada por su mesura y reserva, le dijo confidencialmente, que el maestro de música y Roshenka habían llegado por separado a la ópera, y que después de compartir la misma fila de butacas, se habían retirado juntos sigilosamente.
-¿Puedes asegurarlo?
-Sí.
Del sótano del alma le nació un sentimiento de odio y desasosiego. Él sabía que sería el escarnio de todos. Trató de ordenar sus ideas, caminó sin rumbo fijo, largo tiempo. Escuchaba reiteradamente la voz de su socio. Las calles a esa hora eran silenciosas y poco iluminadas.
Un juego de luces, comenzó a danzar delante de sus pupilas. Una majestuosa marquesina invitaba a probar suerte en el casino. De algún lado apareció una muchacha muy atractiva que lo tomó del brazo y le sugirió una noche inolvidable. Se dejó llevar sin pensarlo. El bullicio era ensordecedor, la bolita de la ruleta saltaba caprichosamente en todas las mesas. Se detenía y arrancaba exclamaciones de júbilo o decepción.
Se dirigió a la ventanilla donde adquirió fichas. Eligió una de las mesas. Tímidamente colocó su apuesta en uno de los números. Repetía las jugadas mecánicamente. Su cabeza estaba en otro sitio. No notó que la gente se agrupaba alrededor suyo. No le dio importancia a la cámara de T.V., chismosa e intrusa.
Un empleado tocó su hombro. Le comunicó que por haber llegado al límite de ganancias permitidas, debía retirarse. Le pidió que lo acompañase para canjear las fichas por el millón de dólares que había ganado. Dimitri no podía concentrarse.
Una vez en la calle, apretó el maletín y permitió que el frío lo hiciese reaccionar: poseía mucho dinero. No estaba dispuesto a compartirlo con su esposa. Un sentimiento de revancha se despertó en él. Recordó entre vagas imágenes que un camarógrafo estaba cumpliendo con su trabajo en el lugar. Si la noticia se divulgaba se vería en dificultades. Comenzó a elaborar un plan para evitar que la fortuna tuviese que ser compartida. Viajó a Odessa. Roshenka no se hallaba en casa.
Ya lo tenía decidido: el viejo galpón de madera donde el jardinero guardaba las herramientas. Había también envases de pintura y varios objetos en desuso. Levantó cuidadosamente varias tablas del piso y acomodó la maleta. Dejó todo en su posición anterior. Al entrar al comedor, vio la nota que se hallaba debajo del cenicero de cristal.
Estoy cuidando a mi amiga Lenka en el Hospital Central. No me esperes a cenar.
-Cínica, pensó.
Trajo de la cocina vodka, arenques y caviar.
El canal de noticias mostraba los sucesos más importantes. Se reconoció en el Casino de Renania.
-Sabía que esto iba a ocurrir. Siempre hay un inoportuno camarógrafo.
Se quedó dormido en el sillón. El teléfono lo sobresaltó. Instintivamente miró el reloj. Eran las cinco de la mañana. No alcanzó a levantar el tubo. Un brillo llegaba desde cuarenta metros. El galpón estaba ardiendo. Subían hacia el cielo las llamas. El parque se encontraba alfombrado de brasas.
Cuando los bomberos llegaron, observaron una soga en el techo. En el extremo el cuerpo oscilaba como un péndulo.

No hay comentarios: