ALGO HUELE MAL
Marta Becker
Lo
reconocí en cuanto lo vi. Mi obsesión histórica se hizo realidad. Me subió la
indignación como un vómito y ya no pude sacarme el gusto ácido de la boca.
Lo
vigilé día y noche, comencé a seguirlo, a estudiar sus movimientos, corroborar
sus horarios, todo me interesaba. Supe por los vecinos que tenía una vida
“misteriosa”, según sus palabras. Salía todos los días a caminar, no saludaba a
nadie, iba de compras dos veces por semana, no se le conocían compañías ni
visitas de ningún tipo, y a través de la puerta de su departamento se escuchaba
música clásica todo el día.
Recibía
diariamente los dos periódicos más importantes y le pagaba al diariero cada vez
que salía. Según el informe del portero
del edificio no tenía deudas, en ese aspecto era “ejemplar”, esa fue su
expresión. Era evidente que no quería llamar la atención y se esmeraba por
pasar desapercibido, aunque era medio difícil dadas sus rarezas.
Por supuesto que estaba registrado con otro
nombre, pero su cara, su forma de caminar, todo él me era conocido,
dolorosamente imborrable.
Fui
acumulando ánimo junto con recuerdos y cuando lo primero superó lo segundo
toqué timbre en su departamento.
No
me hizo retroceder la expresión de sorpresa que tuvo al verme, era evidente que
él también tenía memoria. Tampoco me asustó cumplir con la misión que traía en
mente y salí bajando por las escaleras con toda tranquilidad. No sentí
remordimiento alguno.
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