EL SEÑOR DEL FIAT 600
Se juntaban a pocas cuadras del acceso a la autopista. Entre las once y las doce de la noche comenzaban a llegar como mariposas multicolores: dorados, rojos intensos, cueros charolados, bijouterie excesiva. Una competencia de accesorios y maquillaje exagerado para destacarse ante posibles clientes.
M. ya lo sabía, le habían pasado el dato en el bar del Chato, pero le recomendaron no pasar hasta después de las doce. Gritan como gatas en celo, se pelean unas con otras por el lugar, a veces hasta se arañan, mejor esperar que se calmen, le dijeron.
Miró el reloj y puso en marcha el motor; respondió ronroneando, como siempre, pero obedeció al acelerador. Manejó tranquilo hasta Cabildo, pero al doblar por la avenida empezó a sentir que la ansiedad le recorría el cuerpo. Hacía mucho tiempo que no se permitía ese tipo de placeres, placeres pagos, fugaces, quizás inútiles, pero desde que la soledad empezó a pesarle y comprendió que ninguna mujer se detenía a mirarlo como antes, tomó la decisión.
Apretó los pesos que llevaba en el bolsillo derecho, para cerciorarse que todo estaba en orden. Era tan olvidadizo que lo único que le faltaba era hacer un papelón en una situación como esa.
Sobre la mano derecha, una fila de coches avanzaba lentamente con las luces de posición encendidas. Suspiró, ya había llegado Apagó las luces bajas y se puso a la cola. Delante, un BMW aminoró la velocidad y dos rubias se acercaron a la ventanilla. M. se impacientó porque estuvieron un largo rato hablando y gesticulando, hasta que al final una de ellas se subió al auto. Ahora quedaba él frente a la hilera de mujeres. No estaba muy seguro de lo que debía hacer, pero pensó imitar al tipo del BM. Unos bocinazos lo hicieron mirar por el espejo retrovisor: la 4x4 negra y lustrosa que casi le tocaba el guardabarros parecía querer aplastarlo. Que espere su turno, se dijo envalentonado. Se estiró para bajar la ventanilla derecha y alzó la mirada, pero no llegó a decir ni una palabra. Una cabellera negra se acercó a su cara y unos labios de carmín furioso lanzaron una burlona carcajada: ¡comprate un auto, boludo, o me vas a pagar con especias! ¡Andá, hacete humo!
La vergüenza lo paralizó. Anonadado, vio que las demás se unían a la burla, riéndose y señalándolo. Y fue en ese momento que la 4x4 empezó a empujarlo, primero lentamente, hasta darle un envión que lo dejó pasando la subida a la autopista.
Y entonces la vio. Una enana de peluca rubia lo miraba sonriente.
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