Mi familia nació en Liniers. Nuestras raíces comenzaron a crecer aquí, desde mis abuelos. Parecería que el barco que lo trajo de Italia, lo depositó directamente en el lugar en donde iban a crecer "los Niro".
Mi abuelo, inmigrante italiano, llevaba en su corazón el himno socialista tan aferrado como el himno nacional argentino. Lo más glorioso era que en nuestro barrio había muchos italianos como él, que compartían sus mismos sentimientos.
Como corresponde a una buena familia "Tana", ninguno de sus hijos al casarse se alejó del barrio. Mis padres los más osados, se alejaron tres cuadras de la casa paterna. Allí nací, en la "Avenida Alpatacal", como siempre decía mi viejo con humor y cariño. Vale la pena decir que cuando crecí y daba la dirección a mis amigos, nadie había escuchado el nombre de mi pasaje que tenía apenas tres cuadras de longitud. Tres cuadras de veredas anchas, generosos árboles y un limonero
Hablar del barrio me remonta a mi niñez. Siento todavía el olor a tierra, cuando mi pasaje todavía no había sufrido el asfalto. Veo y me veo con amiguitos jugando a las escondidas, al patroncito de la vereda, a la mancha, a los pistoleros usando las zanjas como trincheras y levantando polvo con un galope simulado.
Recuerdo las grandes ventajas de tener un pasillo largo para ocupar las tardecitas de verano con mate y vecinos y las noches con gaseosa y guitarra leyendo poesías. Ese pasillo largo al que odiaba baldear, pero al que le agradecía profundamente proveerme de una canilla, con la cual casi tenía ganada la "batalla" en carnaval
Cuando crecí y me fui a estudiar a Caballito, sufrí "gastadas":
-Che, Patri ¿viniste en carreta?
-No, che, si a veinte cuadras nomás, tiene un colectivo que pasa cada media hora.
No dejo de reconocer que en alguna etapa de mi vida, mi barrio y mi tradición familiar, me pesaban. Fue muy difícil para mí cambiar mi escuela de barrio por el Normal de Caballito. El encuentro con vecinos y los saludos desde mi casa a la escuela, cambiaron por una cola de gente dormida, malhumorada y silenciosa que, entre apretujones y frenadas compartía conmigo parte del viaje.
Cuantas veces pensé: ¡qué bueno sería mudarse! Recitales, librerías, cines, por qué no manifestaciones (cuando se podía); todo estaba terriblemente alejado de Liniers. Definitivamente era una carga vivir ahí.
¿Acaso había algún vecino nuestro que viajara a Miami en vacaciones de invierno? ¿Acaso había en Caballito algún viejo "tano" que no permitiera volver de madrugada y que debía ser soportado como "chofer controlador?"
No, definitivamente, Liniers era un castigo. Cuando así se lo manifestaba a mi viejo, él decía:
-¡Cómo Liniers, no hay! -¿no viste? Pero, ¡si acá nunca se inunda!
A lo que mi abuelo, o mis tíos agregaban:
-Este barrio, ¡pero si es el mejor! Cuando yo vine de Italia, desde acá, desde esta vereda, se veía Rivadavia y mirá ahora ¡Cómo creció!
Este diálogo que yo había intentado iniciar, terminaba irremediablemente en una secuencia de relatos entre ellos; de cuando había llegado Juan al barrio, de las salidas de los "muchachos" (para mí jovatos); de los bailes de fin de año, de las peleas en los partidos de solteros contar casados, de las salidas en camioncito a la "Salada"...
Mi petición, no sólo era derrumbada, sino que actuaba como fuente inspiradora de recuerdos y relatos; en los cuales mi atención era requerida constantemente.
Sin embargo...
Mi pasaje extendió en mí muchas cuadras de raíces, que hoy diría se prolongan y quieren trascender en mis hijos. Algunas veces pienso el porqué, trato de clarificar en mí que fue lo que sucedió.
Tal vez un poco de nostalgia tanguera, escuchada a diario por mi vecino, Miguel, por mis tíos solterones desde lo más sutil de un saludo:
-¡Qué haces, piba!
Tal vez porque en esas tres cuadras crecí con mis afectos y aún hoy cuando muchos están ausentes, hay una huella, un árbol, una marca en la pared, un recuerdo que los mantiene vivos, hasta casi tangibles
Sí, hoy elegí, nunca dejaría Liniers; lo quiero como mi barrio, quiero que mis hijos se críen como chicos de barrio ¿Cómo hacer?
-Primero, poder mantener tiempo de diálogo compartido.
-Luego contarles hasta el cansancio que todos los veinticinco y primero de año, a dos cuadras de mi pasaje había para Liniers un acontecimiento de envergadura: el partido de solteros contar casados. Las calle se cortaban, todas las familias sacaban sus sillitas y preparaban así sus plateas
-Permitirles tener una mesa larga de discusiones y alegría en todos los acontecimientos familiares y mostrarles que en las fiestas no hay nada mejor que improvisar después de las doce una "mesa vecinal en la vereda"
-Llenar de real contenido a las palabras, como mi abuelo. Él me sentaba en sus rodillas y cantábamos a dúo el himno socialista en italiano, pero para mí nunca el canto era tan sentido y significativo como cuando lo veía a él trabajando con un compadre para llenar "la losa"
Probablemente algún día, el barrio y yo, "la vieja", les resultemos pesados, pero no puedo olvidarme de lo vivido y, casi seguramente, les conteste:
-Pero, y si Liniers es el mejor barrio! ¿No viste que nunca se inunda?
Mi abuelo, inmigrante italiano, llevaba en su corazón el himno socialista tan aferrado como el himno nacional argentino. Lo más glorioso era que en nuestro barrio había muchos italianos como él, que compartían sus mismos sentimientos.
Como corresponde a una buena familia "Tana", ninguno de sus hijos al casarse se alejó del barrio. Mis padres los más osados, se alejaron tres cuadras de la casa paterna. Allí nací, en la "Avenida Alpatacal", como siempre decía mi viejo con humor y cariño. Vale la pena decir que cuando crecí y daba la dirección a mis amigos, nadie había escuchado el nombre de mi pasaje que tenía apenas tres cuadras de longitud. Tres cuadras de veredas anchas, generosos árboles y un limonero
Hablar del barrio me remonta a mi niñez. Siento todavía el olor a tierra, cuando mi pasaje todavía no había sufrido el asfalto. Veo y me veo con amiguitos jugando a las escondidas, al patroncito de la vereda, a la mancha, a los pistoleros usando las zanjas como trincheras y levantando polvo con un galope simulado.
Recuerdo las grandes ventajas de tener un pasillo largo para ocupar las tardecitas de verano con mate y vecinos y las noches con gaseosa y guitarra leyendo poesías. Ese pasillo largo al que odiaba baldear, pero al que le agradecía profundamente proveerme de una canilla, con la cual casi tenía ganada la "batalla" en carnaval
Cuando crecí y me fui a estudiar a Caballito, sufrí "gastadas":
-Che, Patri ¿viniste en carreta?
-No, che, si a veinte cuadras nomás, tiene un colectivo que pasa cada media hora.
No dejo de reconocer que en alguna etapa de mi vida, mi barrio y mi tradición familiar, me pesaban. Fue muy difícil para mí cambiar mi escuela de barrio por el Normal de Caballito. El encuentro con vecinos y los saludos desde mi casa a la escuela, cambiaron por una cola de gente dormida, malhumorada y silenciosa que, entre apretujones y frenadas compartía conmigo parte del viaje.
Cuantas veces pensé: ¡qué bueno sería mudarse! Recitales, librerías, cines, por qué no manifestaciones (cuando se podía); todo estaba terriblemente alejado de Liniers. Definitivamente era una carga vivir ahí.
¿Acaso había algún vecino nuestro que viajara a Miami en vacaciones de invierno? ¿Acaso había en Caballito algún viejo "tano" que no permitiera volver de madrugada y que debía ser soportado como "chofer controlador?"
No, definitivamente, Liniers era un castigo. Cuando así se lo manifestaba a mi viejo, él decía:
-¡Cómo Liniers, no hay! -¿no viste? Pero, ¡si acá nunca se inunda!
A lo que mi abuelo, o mis tíos agregaban:
-Este barrio, ¡pero si es el mejor! Cuando yo vine de Italia, desde acá, desde esta vereda, se veía Rivadavia y mirá ahora ¡Cómo creció!
Este diálogo que yo había intentado iniciar, terminaba irremediablemente en una secuencia de relatos entre ellos; de cuando había llegado Juan al barrio, de las salidas de los "muchachos" (para mí jovatos); de los bailes de fin de año, de las peleas en los partidos de solteros contar casados, de las salidas en camioncito a la "Salada"...
Mi petición, no sólo era derrumbada, sino que actuaba como fuente inspiradora de recuerdos y relatos; en los cuales mi atención era requerida constantemente.
Sin embargo...
Mi pasaje extendió en mí muchas cuadras de raíces, que hoy diría se prolongan y quieren trascender en mis hijos. Algunas veces pienso el porqué, trato de clarificar en mí que fue lo que sucedió.
Tal vez un poco de nostalgia tanguera, escuchada a diario por mi vecino, Miguel, por mis tíos solterones desde lo más sutil de un saludo:
-¡Qué haces, piba!
Tal vez porque en esas tres cuadras crecí con mis afectos y aún hoy cuando muchos están ausentes, hay una huella, un árbol, una marca en la pared, un recuerdo que los mantiene vivos, hasta casi tangibles
Sí, hoy elegí, nunca dejaría Liniers; lo quiero como mi barrio, quiero que mis hijos se críen como chicos de barrio ¿Cómo hacer?
-Primero, poder mantener tiempo de diálogo compartido.
-Luego contarles hasta el cansancio que todos los veinticinco y primero de año, a dos cuadras de mi pasaje había para Liniers un acontecimiento de envergadura: el partido de solteros contar casados. Las calle se cortaban, todas las familias sacaban sus sillitas y preparaban así sus plateas
-Permitirles tener una mesa larga de discusiones y alegría en todos los acontecimientos familiares y mostrarles que en las fiestas no hay nada mejor que improvisar después de las doce una "mesa vecinal en la vereda"
-Llenar de real contenido a las palabras, como mi abuelo. Él me sentaba en sus rodillas y cantábamos a dúo el himno socialista en italiano, pero para mí nunca el canto era tan sentido y significativo como cuando lo veía a él trabajando con un compadre para llenar "la losa"
Probablemente algún día, el barrio y yo, "la vieja", les resultemos pesados, pero no puedo olvidarme de lo vivido y, casi seguramente, les conteste:
-Pero, y si Liniers es el mejor barrio! ¿No viste que nunca se inunda?
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