viernes, 12 de febrero de 2010

SILVIA LOUSTAU


EL CHANGO ARAMAYO

Vio vieja, vio: ahora estará orgullosa de mi, del “Changuito Aramayo", como me dicen los periodistas usted apenas sepa leer recorta y guarda todo lo que publican sobre mi. Recortes apilados en esa, su caja alcancía donde ahorraba siempre algún pesito -"Por las dudas, no...”-. Ahora puede ahorrar más, guardar mangos nuevitos y orgullosos, los que envió yo, el Changuito Aramayo. Mangos hechos con patadas y sudor fuerte de una semana.
¿O también con le sudor fuerte de tantas siestas, de aquellas, cuando me rajaba de laburar en el campo y me iba al potrero?
-"Como los vagos..." -decía usted.- ¡Cuantas bofetadas! Y algún cintazo...
-"Pero para los cintazos hace falta un macho en la casa.”- Escuché que le contaba un día a la Luisa. Y tu hombre vieja, ese que contabas fue mi padre, se perdió en un Carnaval de la Quebrada, entre la chica y la coca y unos cuantos coyas que le gritaban: - "¡ Gringo, andate, gringo...!, burlándose de su piel y sus ojos claros usté sacó los ojos de su padre, m´hijo), y el viejo caliente por las burlas y el alcohol saco el rebenque y terminó con no se cuantas cuchilladas.
-Usted nos crió, laburando en la zafra o de cocinera en la casa de los patrones. Crió un racimo de pieles oscuras, iluminadas de ojos azules, y dos rubios, "los chiquitos", que tienen sus ojos de uva chinche madura..
- ¡Ay, qué dolor vieja!...Y bueno hay que aguantarse las patadas como un macho, para que ahora esté orgullosa de mí, pueda juntar unos pesos más, comprar la casona de los López, mandar los Chiquitos a la escuela de los curas en Jujuy, que no sean unos vagos. Vamos, vieja, cómo me va a decir:
-"Unos vagos como usté....-".
Yo le escapaba al yugo para ir con la redonda, me reviré me hice probar en el Atlético... les caí bien a los capos, decían: -" Juega bien de wing derecho este chiquito...", eso decían y hablaban del escore, del 4-2-4. ¡Qué se yo!. Si lo único que sabia era correr y darle adelante hasta meterla en la canasta... y así le di, vieja. Le di tanto y tan fuerte que un día me desperté en Buenos Aires. La cosa era seria ahora. Había que sudarla de verdad. Y los capos nuevos tenían morlacos del año que les pidiera. ¡Qué locura vieja!. Me acuerdo el primer partido que jugué en ese estadio grande como el jardín de los patrones. ¡Y jugué de noche!. Me mareaban esa luces blancas. Y cuando hice aquel gol sobre el último minuto y los fanas gritaban CHANGOOOOL, era un aullido, como el viento caliente que se embolsa en la hondonada. ¡Qué emoción vieja!. Me puse a llorar como un marica. Que ganas de tenerla cerca y esconderme en su pecho ancho y blando y llorar hasta reventar... como aquel día que se murió el Colita. ¿Se acuerda?. Lo envenenaron aquellos pitucos que veraneaban en la estancia... porquerías... pensar que ahora son de los cogotudos que me aplauden desde la techada. Y bueno, es como usté dice vieja, la vida tiene sus vueltas. Y ya ve, yo que le saqué tantas canas, el más vago, su chango mitá indio, mitá gringo, por mí, está mas hinchada que sapo en día de lluvia.
-No se por qué esta llorando vieja. ¿Por las patadas que me dieron los muchachos?. Bah, no es nada, los doctores me arreglarán tan bien que el domingo estoy de vuelta en la cancha...¡Vamos no llore!... Casi no siento la pierna... pero no llore vieja, ¿eh?. Que su chango Aramayo l todavía le regalará muchos goles. No llore y llame a la enfermera, que me den algo para aliviar el dolor de la gamba izquierda. Llame vieja.

2 comentarios:

deliteraturayalgomas-2 dijo...

Hola Silvia, me sacudió este relato tan bien llevado hasta ese final que sacude aún más.
No obstante el tema hay una cuidadosa calma en las palabras, me alegra encontrarte en distintos sitios.
Va un abrazo
Betty

Anónimo dijo...

Silvia: qué lindo cuento!!!, tiene el encanto de lo simple. Un abrazo, Laura B.Chiesa.