viernes, 12 de febrero de 2010

ROBERTO ROMEO DI VITA


EL BOXEADOR

..............Este cuento es un humilde homenaje a todos aquellos
................que vendieron sus vidas impulsados por la pobreza.


Me estoy estrenando duro para que vuelva el día, sabés pibe, y te juro que esta vez voy derecho al título; lo gano, te juro que lo gano, esta vez el cinturón no se me escapa". Carlos Rivero apuró el vino y limpiándose con el revés de la mano recalcó.
"Ya lo tuve una vuelta y qué lindo era, la guita me sobraba, las minas también, los changos se me colgaban del brazo y todos me saludaban. ¡Chau Campeón! ¡Qué lindo pibe! ¡Voy a volver, y me voy a cuidar, te lo juro que me voy a cuidar!
La calle barrosa con un cielo gris y una llovizna traicionera parecía guiñarle un ojo al ex campeón. La soledad mañanera no le creía.
"En la colimba me pasó un carro por encima y no me hizo nada, fuerte el indio. ¿No?".
Rivero amaga un gancho de izquierda y saca una derecha, que da en pleno mentón del rival brumoso.
"La leche, ¡qué espuma tenía esa leche calentita que todas las mañanas le afanábamos a las vacas de don Ramón !"
Ahora es un directo de izquierda en plena mandíbula de una sombra que se escapa.
"Comíamos bien, sabés; claro, nos amasijábamos diez horas seguidas en el frigorífico; hacía frío en la cámara . A muchos les agarró la brucelosis; a mí no; teníamos de todo, entrañas, cabezas y chinchulines, comida de negros nos decían, pero el asado de achuras nunca nos faltó en el rancho".
El apercad de derecha parte en dos una hoja amarilla de un árbol raquítico.
"Y Olga, ¡Qué guacha linda esa Olga! A los demás les cobraba a todos, a mí no. ¡Bah! una sola vez, la primera, pero después no, ¡Y cómo me quería! Tenía once años cuando empecé, la seguí hasta los quince, el macho se hizo amigo mío y me lleva de joda por todos los ranchos, pero Olga no venía, ella se quedaba trabajando, pasando puntos".
Son dos izquierdas lentas que abren camino a una rápida, derecha en pleno rostro desfigurado del rival transparente.
"Me voy a conseguir una mina rubia, como la mujer que tuve en Las Vegas. ¡Qué bombón pibe!, hablaba inglés y cuando me besaba me mordía todo; me mordía las orejas, me acariciaba el pecho, me clavaba las uñas en la espalda hasta hacerme sangrar".
El cross de izquierda se incrusta en el hígado del viento.
"Y Nancy, mi hijita, ¡cómo la quiero! una vez me hizo llorar. Resulta que pongo el pan en la tostadora para darle la mantequilla y ¿Sabés lo que me dice?: Así nomás papá, ahora que nadie hincha con las buenas costumbres. Se quedo en Norteamérica con la madre, qué le vamos a hacer".
Ahora una mano veloz estrecha un puño cerrado, en algo tambaleante que se derriba y cae por toda la cuenta.
"La rubia lloraba, sabés, lloraba mucho, cuando volvía borracho de wisky y un montón de porquerías que me daban de tomar, me tiraba en la cama puesto en guardia, y ella me pegaba con sus manitas, pero yo me dormía hasta tarde. No me estrenaba.
¿Sabés lo que pasa?, en Nueva York, el frío se mete hasta los huesos".
Varios saltitos y un amague de cintura dejan salir una mano alegre en el ojo del cielo.
"Los muchachos del Barrio Derqui me quieren y en los actos me llevan con ellos para que los cuide, son comunistas, pero a mí no me importa porque defienden a los pobres. Y yo les digo que voy a volver. Voy a volver, sabés, y esta vez el cinturón no se me escapa".
En este momento son dos brazos, que parten en clinch y dejan escapar un garrotazo de cinco dedos a un rayito de sol que se va.
"Y el tano? ¡Cómo perdió! Era el dueño del almacén. No me despachó ¿sabés? Y afuera me quiso empujar. Fue una mano suave, una caricia, pero durmió por toda la cuenta. ¡Ese no le pega a ningún borracho más!."
Y siguen los saltos, sacando una derecha, una izquierda, dos derechas, tres izquierdas, amague de caderas, y una trompada cruza el centro de las horas.
"Y cuando perdí el título con el negro Thompson. No lo vi pibe, me dobló de repente con un gancho al estómago y la derecha, me rompió el mentón, dicen que pegué con la nuca en el piso, no lo sé, me desperté al otro día en el hospital".
En este instante es un brazo tembloroso y débil en el corazón de la bolsa mañanera. "Pero voy a volver sabés pibe, para ser campeón y para que vuelva el dia. ¡Ah se me olvidaba, gra, gra, gracias por el vino!

Del libro de cuentos : “Once y Uno”, cuentos de amor y bronca - Ediciones Ocruxaves - cuento premiado -

2 comentarios:

kuram1974 dijo...

excelente!

Stella Tiscornia dijo...

Me recuerda a "El Torito" de Cortázar-