MATURANA
Nadie podía explicarse cómo ese viejo cacharro fuera y viniera por los caminos del norte, metiéndose en los lugares más inhóspitos para llevar a las farras, a las fiestas, al centro mismo de la tierra, a dos íntimos amigos que hicieran de sus días una inspirada obra de arte. "El carnavalito" así es cómo llamaban al auto destartalado, conducía en esa mañana de agosto de 1975 a Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón que fueran invitados por Maturana a comer un asado. Maturana había levantado su rancho a orillas del río Lavallén, en la provincia de Jujuy. Hachero de profesión y añorando a su Chile natal, se la pasaba cantando.
Luego de un largo viaje llegaron a destino. Los recibió con una sonrisa enorme la mujer de Maturana, también chilena, que había estado preparando las ensaladas y ordenaba la casa.
Entraron... ¿Y Maturana?
-Ahí está, ¿ves? ahí está haciendo el asado. Recién se ha estado quejando. Estaba acordándose de Chile. Dice que quiere volver. Yo no lo entiendo. Está aquí y vive llorando su tierra chilena, se va a Chile y vive llorando la tierra del Lavallen...
Manuel Castilla lo escuchaba muy atento y dijo, riendo: - ¡No!- hay que avisarle a Maturanita... Con la tierra no caben dos amores, se puede querer a dos tierras, pero cada una a su tiempo, no hay que armar entreveros, sino va a sufrir mucho...
No tardó en llegar el hachero con la ropa ahumada y el abrazo fuerte. Estaba muy feliz y honrado con sus amigos por los que puso un gran empeño en agasajarlos. Pronto el asado sabroso estuvo sobre la fuente, los corchos salían de las botellas y la charla tan amena corría como el río que miraban maravillados...
Gustavo observó que poco a poco Manuel se iba retirando de la conversación. Lo vio ensimismado, con la mirada perdida... Mientras Maturana contaba de su pueblo, el poeta tomó un papel y comenzó a escribir... Hablaron de las cosechas, del gobierno, de los hijos... Los temas se iban sucediendo y el tiempo pasaba pasaba...
Ya el sol se dirigía hacia las montañas y el frío se hacía sentir. Había sido un gran día, habían compartido el pan y el vino con ese hombre que querían. Se despidieron con promesas de futuros encuentros.
Ni bien "Carnavalito" arrancó, Manuel dijo, muy alegre: "Ya le he escrito la letra". Y mientras Gustavo conducía y Jujuy ofrecía los más bellos paisajes, leyó con claridad sus coplas recién amasadas:
"El que canta es Maturana
Chileno de nacimiento
anda rodando la tierra
con toda su tierra adentro
Andando por esos pagos
en Salta se ha vuelto hachero
si va a voltear un quebracho
llora su sangre primero
Chilenito, hay desterrado
en el vino que lo duerme
dormido llora su pago
Que será de ese hacherito
de ése que no ha sido nada
lo irán cantando los vinos
que ese chileno tomaba
Tal vez el carbón se acuerde
del hombre que lo quemaba
y que en el humo irá al cielo
machadito Maturana.
Gustavo sonrió al escuchar las coplas tan bellas y simples, tan llenas de verdades...El auto crujía con cada piedra, con cada hondonada, el polvo del camino entraba por las ventanas y el primer lucero asomaba en el firmamento; Entonces comenzó a pensar muy seriamente en una música para alumbras esos versos atardecidos
Nadie podía explicarse cómo ese viejo cacharro fuera y viniera por los caminos del norte, metiéndose en los lugares más inhóspitos para llevar a las farras, a las fiestas, al centro mismo de la tierra, a dos íntimos amigos que hicieran de sus días una inspirada obra de arte. "El carnavalito" así es cómo llamaban al auto destartalado, conducía en esa mañana de agosto de 1975 a Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón que fueran invitados por Maturana a comer un asado. Maturana había levantado su rancho a orillas del río Lavallén, en la provincia de Jujuy. Hachero de profesión y añorando a su Chile natal, se la pasaba cantando.
Luego de un largo viaje llegaron a destino. Los recibió con una sonrisa enorme la mujer de Maturana, también chilena, que había estado preparando las ensaladas y ordenaba la casa.
Entraron... ¿Y Maturana?
-Ahí está, ¿ves? ahí está haciendo el asado. Recién se ha estado quejando. Estaba acordándose de Chile. Dice que quiere volver. Yo no lo entiendo. Está aquí y vive llorando su tierra chilena, se va a Chile y vive llorando la tierra del Lavallen...
Manuel Castilla lo escuchaba muy atento y dijo, riendo: - ¡No!- hay que avisarle a Maturanita... Con la tierra no caben dos amores, se puede querer a dos tierras, pero cada una a su tiempo, no hay que armar entreveros, sino va a sufrir mucho...
No tardó en llegar el hachero con la ropa ahumada y el abrazo fuerte. Estaba muy feliz y honrado con sus amigos por los que puso un gran empeño en agasajarlos. Pronto el asado sabroso estuvo sobre la fuente, los corchos salían de las botellas y la charla tan amena corría como el río que miraban maravillados...
Gustavo observó que poco a poco Manuel se iba retirando de la conversación. Lo vio ensimismado, con la mirada perdida... Mientras Maturana contaba de su pueblo, el poeta tomó un papel y comenzó a escribir... Hablaron de las cosechas, del gobierno, de los hijos... Los temas se iban sucediendo y el tiempo pasaba pasaba...
Ya el sol se dirigía hacia las montañas y el frío se hacía sentir. Había sido un gran día, habían compartido el pan y el vino con ese hombre que querían. Se despidieron con promesas de futuros encuentros.
Ni bien "Carnavalito" arrancó, Manuel dijo, muy alegre: "Ya le he escrito la letra". Y mientras Gustavo conducía y Jujuy ofrecía los más bellos paisajes, leyó con claridad sus coplas recién amasadas:
"El que canta es Maturana
Chileno de nacimiento
anda rodando la tierra
con toda su tierra adentro
Andando por esos pagos
en Salta se ha vuelto hachero
si va a voltear un quebracho
llora su sangre primero
Chilenito, hay desterrado
en el vino que lo duerme
dormido llora su pago
Que será de ese hacherito
de ése que no ha sido nada
lo irán cantando los vinos
que ese chileno tomaba
Tal vez el carbón se acuerde
del hombre que lo quemaba
y que en el humo irá al cielo
machadito Maturana.
Gustavo sonrió al escuchar las coplas tan bellas y simples, tan llenas de verdades...El auto crujía con cada piedra, con cada hondonada, el polvo del camino entraba por las ventanas y el primer lucero asomaba en el firmamento; Entonces comenzó a pensar muy seriamente en una música para alumbras esos versos atardecidos
1 comentario:
Copie la anecdota de Maturana a un comentario en el blog de Gabriel: http://patagoniamaldita.blogspot.com/
haciendo referencia a tu blog.
La habia escuchado antes en algun disco del Cuchi, y de su boca en algun teatro de Salta, pero no la tenia detallada como esta en tu blog. Desde ya muchas gracias y espero no haberte molestado.
Saludos
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