EL PLATERO
¿Quién es? Soy yo, Jesucito, vengo a traerle su cafetera de plata. Pase... deje el paraguas en el patio. Permiso... Gracias... Qué lluvia fuerte, casi no vengo; aproveché que mi patrón salió... porque en esta época hay mucho trabajo. Gabriel me dijo que se la trajera, es una pieza muy buena... vale mucho. Ah, no sabía, en realidad, es como una hilacha del pasado de mi familia que me tocó por azar; la usaba todos los días y la puse al fuego. Y, claro, la plata no resiste; es plata pura, por eso. Bueno, no sabía, yo la usaba igual porque eso de tener las cosas guardadas, me parece una idiotez. Pero... siéntese, y tómese un cafecito. Gracias, Gabriel ya me había dicho que usted es muy amable. No, por favor, qué es eso, con este frío y usted que se tomó toda esta molestia, es lo menos que puedo hacer. Mire como le quedó la manija, mire aquí. Sí, está perfecta, sí... excelente trabajo. Lo felicito pero, dígame ¿su nombre, es realmente Jesús? No, la verdad es que no, pero me llaman Jesucito porque soy el que le hizo las sandalias a la Virgen. ¿Qué virgen? La patrona de la ciudad. ¿En serio? Sí, de verdad, yo le hice las sandalias. Son sandalias de plata pura, tiene que ver que lindas le quedaron. Mirá Jesús, disculpame que te trate de vos pero esto, qué querés, me parece tan extraño. Tenés un oficio realmente nada común. Bueno, la verdad es que me gusta lo que hago. Si viera la corona llena de piedras que le hice; seguro que usted la vio en la catedral. La hice hace unos años cuando se robaron la original. No me digas que se robaron la corona de la virgen. Ah, usted no se imagina las cosas que pasan en esos lugares; no le puedo contar muchas cosas porque son secretos. Y cuál es el problema si me contás algo; yo no se lo voy a decir a nadie. Mirá que día feo. Vamos, tomate un cafecito y contame; esas historias me encantan. Mi familia, Jesucito, era católica hasta la médula y también eran todos bastante misteriosos, así que de misterios yo tengo para hacer puré. ¿Sabés una cosa, Jesucito?, los míos se fueron muriendo como por un plan maléfico y siempre sospeché que era por causa de algún secreto que dejaron escapar. Todos tan religiosos. Y todos murieron de causas tan extrañas. Y bueno, ¿vio?, por eso le digo que son cosas de las que no se debe hablar. Ah, no, eso no, hace unos años vino un pariente de Italia, creo que era un obispo de la Iglesia de Roma; tenía mi mismo apellido. Sale siempre en los diarios acompañando al Papa, pero no te voy a decir mi apellido porque vos no me querés contar sobre el robo de la corona de la virgen. Ese pariente me dijo que las muertes habían ocurrido por causas relacionadas a unos documentos que estaban en poder de una de mis tías que era abadesa en un convento de aquí; y que alguien los vino a buscar de Roma; y que no indagara más porque me iba a meter en problemas. Pensé que estaba loco, pero después de varios extraños acontecimientos, comprendí. Y me fui del país. Hace poco que estoy aquí y ahora tengo otro apellido, así que me podés contar tranquilo. Esto que te cuento, tampoco lo sabe nadie, así que vos: cerrá el pico. Sí..., claro..., está bien. Lo del robo de la corona iba a ser un escándalo porque tenía 27 esmeraldas, 3 rubíes, 19 diamantes y 47 aguamarinas del tamaño de un garbanzo. Sin contar los 22 brillantes del tamaño de lentejas y no sé cuántos granates, creo que 76, y más de cien perlas verdaderas; algunas eran cultivadas y tenían el formato de grandes lágrimas. Oh..., yo conocía bien la corona porque yo era el encargado de limpiarla. Era hermosa. El engarce todo de oro amarillo, blanco y plata. No debe haber algo igual porque lo habían traído de Florencia en 1910, cuando se celebraba el Centenario de la República; un valor incalculable. Pobre la Virgencita, le tuve que hacer una imitación toda con piedras semipreciosas. Siempre voy a verla y a pedirle perdón por las piedras falsas; porque su corona desapareció. Pero vos no tuviste la culpa. Sí, pero es como si la hubiera engañado haciéndole una corona de piedras falsas. Me tuvieron trabajando en secreto durante dos años. Mi patrón no me dejaba salir ni hablar con nadie y como no tengo familia nadie me reclamó; menos mal que eso pasó hace muchos años porque ya he sufrido mucho por esas cosas. Qué increíble, contame cómo hicieron. Bueno, la verdad es que ellos son muy poderosos así que dijeron que la iglesia estaba en reformas y que el altar mayor no se podía visitar y así quedó todo; el seguro pagó una fortuna y el principal benefactor de la iglesia desapareció. Cómo que mayor no se podía visitar y así quedó todo; el seguro pagó una fortuna y el principal benefactor de la iglesia desapareció. Cómo que desapareció; nadie desaparece así como así. Bueno, pero en esa época desaparecía mucha gente y uno más no llamaba la atención: así que desapareció. Era coleccionista de objetos religiosos y platería. Dicen que ahora vive en Suiza.
Parece que este hombre se dedicaba a negocios con antigüedades y compraba en secreto todo lo que le ofrecían. En una época yo le limpiaba las platerías, eran tantas que me instalaba una semana por mes para hacer el trabajo. Siempre entraba gente con cosas para venderle, él no se fijaba en mí y mientras yo limpiaba, veía todas esas cosas. Llegué a ver cruces con esmeraldas del tamaño de una nuez y pesebres de oro y nácar. No me digas, qué locura. Sí, vi muchas cosas hermosas, de esas que ya no se hacen más. A veces venían a ofrecerle cuadros pero eso a él no le interesaba; era gente desesperada que le rogaba que se los comprase pero él era imperturbable. Dicen que era descendiente de nobles de Europa, no sé, decían tantas cosas en esa época. Contame cómo fue que desapareció, no lo puedo creer. La verdad es que ni yo lo puedo creer, a veces eso me parece como una película, pero le juro que no es ninguna película. No, si te lo creo, ¿acaso yo no te conté lo qué pasó con mi familia? Y..., sí. Hay tantas cosas que uno no sabe y yo, la verdad, yo no quería saber pero ¿vio?, esas cosas, todo sucedió prácticamente delante de mis ojos. Cómo que delante de tus ojos. Sí, yo estaba lustrando un candelabro y entró una mujer preguntando por el hombre. Él la recibió enseguida; y eso que él no recibía más que con horario anticipado. Ella me era cara conocida, yo había visto esa cara antes. Parecía asustada o preocupada, le entregó un paquete mal envuelto en papel madera y adentro varias capas de envoltura de papel de diario; él desgarró los papeles y blandió algo brillante en alto y escuché que le decía: lo conseguiste. Sí, ellos deben estar notando la falta ahora, en este momento deben estar encendiendo las luces para la misa de seis. Calma, el auto está abajo por calle Santa Fe y tiene chapa diplomática, aquí tienes los documentos, ahora lo que tienes que hacer, dijo, envolviendo ese brillo increíble en los estrujados papeles, es ir al puerto. No te preocupes, son pocas cuadras y Tomás tiene instrucciones. El barco es de bandera griega y el capitán es amigo mío. Irás a Montevideo donde mi gente te espera; allí debes entregarla; Norberto es el nombre de la persona, es pelirrojo y tiene el cabello largo. ¿Y qué pasó después? Bueno, yo me quedé quieto, tenía tanto miedo que sudaba frío, lustraba esas platerías como si fuera la última vez. Vi como el hombre despedía a la mujer, le dio también una valijita que no quise mirar mucho por el miedo, ¿vio? Y entonces, qué pasó. Bueno, ya era casi de noche y había que prender las luces donde yo estaba trabajando, hágase de cuenta que era como un museo. El hombre no vivía allí, en ese piso y otros era donde él tenía las colecciones; creo que él y la familia vivían en el último piso, imagínese, no sé cuántos pisos eran de él solo. Decían que era dueño de media ciudad, a mí me tenía confianza por mi patrón, ¿vio?, la verdad es que yo le tenía miedo. Y, no es para menos, yo en tu lugar también lo habría tenido; bueno, y qué pasó. Bueno, se puso escuro y yo me quería ir pero tenía que prender las luces; unas lámparas doradas enormes llenas de caireles facetados formando flores y con el centro lleno de cuentas enormes de cristal. Si yo prendía las luces, él se iba a dar cuenta de que yo estaba allí y que había escuchado todo; así que me quedé acurrucado con el candelabro en la mano, inmóvil, hasta que el hombre se fue. Qué miedo, no sabe lo que le recé a la Virgencita para que me ayudara, si yo le había hecho los zapatitos..., no me podía abandonar así. ¿Pero, en serio pensaste que el hombre era peligroso? Y, bueno, que quiere que le diga, en esa época se contaban unas cosas sobre el hombre, que no estaba como para dudar. Además, si usted lo miraba a los ojos, parecía que le salía fuego, le juro que le hacía bajar los ojos, daba miedo, mire. Bueno, y qué pasó. Pasó que me quedé un rato largo en el escuro, prendí un fósforo para ubicarme y buscar un lugar donde dormir escondido; encontré escondido; encontré un arcón grande y lo abrí para meterme, encendí otro fósforo y cuando miré adentro, casi me muero. ¿Qué había? Una estatua de una mujer del tamaño de una niña, bañada en plata, los ojos abiertos me miraron y me siguen mirando desde aquel día. Cerré la tapa sin aliento, fui gateando hasta la base de un piano de cola, estaba cubierto con un gran mantón bordado, tomé el almohadón de terciopelo de una banqueta y me estiré debajo del piano, aterrorizado. La cara de la mujer, vea, no la olvido. Mire, para mí, le voy a ser sincero, ésa no era una estatua..., ésa era una mujer de carne y hueso, una muerta; como una virgen, toda de plata, pero estoy seguro que no era una estatua.
Pasó un tiempo que me pareció infinito y de pronto se prendieron las luces y sentí los pasos de dos personas que entraban a la sala. Traté de ver por entre los encajes del mantón pero sólo veía los pies. Hablaban bajo y se movían como gatos, me acomodé para ver qué hacían. Fueron al arcón y lo abrieron, miraban admirados la mujer de plata, después la sacaron y la pusieron de pie, el horror me paralizó. El tratamiento de infiltración dio resultado, dijo uno. Sí, quedó perfecta, fijate la piel y la expresión de la cara, es maravillosa. Se ha solidificado bien el metal, palpó el otro, buscando alguna falla en la textura. Después no entendí lo que decían porque empezaron a hablar en otro idioma que no entiendo. No me digas que, en serio, era una muerta, y que estaba revestida de plata. Sí..., me parece que tenés una imaginación desbordante. No, es en serio, nunca se lo conté a nadie porque no quería meterme en problemas, todos estos años estuve buscando en los diarios alguna noticia sobre una mujer desaparecida, me acuerdo de su cara como si fuera ahora. Seguí, y qué pasó después. Y..., que la envolvieron en unos paños blancos y la metieron en una gran canasta de esas que se usan para las mudanzas y se la llevaron. ¿Y quiénes eran los tipos? No sé, porque sólo les vi los pies, eran grandes y con zapatos muy caros; le puedo decir cómo son esos pies porque no los he olvidado, no eran los pies del coleccionista. Mire, le pido que esto no se lo cuente a nadie, por favor, es peligroso. Sí, te creo, pero me parece que ahora ya no debe haber más problemas. Mire, sigue siendo peligroso; a mí, aunque usted no lo crea, me siguen hasta ahora. Bueno, calmate, contame más, cómo saliste esa noche de abajo del piano. Esperé hasta hacerse de día. A media mañana el frío me estaba matando; de repente la puerta se abrió y apareció la mucama para ventilar la sala. Los ventanales son inmensos, si pasa por allí, es por aquí cerca, en la calle Santa Fe y la bajada, las puede ver, en ese tiempo tenían cortinas de voile y por afuera eran de terciopelo granate; ella usaba un palo muy largo, especial para mover las cortinas, porque eran muy pesadas. Mientras las empujaba metida entre los pliegues de terciopelo yo me arrastré hacia la puerta, y salí. Me metí en el ascensor que es de esos de tijera, hacen un ruido bárbaro, qué miedo. Por suerte no me crucé con nadie. Llegué al hall de la planta baja; no había nadie. Abrí la puerta y vi el río Paraná allá abajo, como esperándome. No corrí, porque hubiera llamado la atención. En ese tiempo allí estaba siempre lleno de guardias, así que seguí caminando por la bajada de la calle Santa Fe hasta el monumento y me senté a mirar el río como si no hiciera frío y fuera domingo. Quién iba a creer lo que me había pasado, nadie, así que me guardé el secreto para mí. Se lo cuento porque Gabriel la conoce y he cargado con esto por muchos años; sé que usted no se lo va a contar a nadie. Claro que no se lo voy a contar a nadie, ¿acaso no te dije lo que pasó con mi familia?, además, a mí tampoco me creerían. Lo que te conté de mi familia pasó cuando yo era muy chica y traté de averiguar cuando crecí, pero se me apareció ese cura que venía de Italia y que me dijo que me quedara en el molde y aunque "me porté bien", igual pasó de todo. Y, decime, ¿ahora qué hacés? Y, ahora hago pequeños trabajos a coleccionistas, ¿vio?, porque acá se conocen todos; no abro la boca, no digo ni pío. Después de aquella noche, de hace tanto tiempo, parece que recién ahora están averiguando sobre la corona y la mujer de plata, unos dicen que es una desaparecida y otros dicen que es una virgen de plata maciza que fue comprada por el coleccionista que desapareció a unos contrabandistas que venían de Macedonia por la vía del Mediterráneo al río de la Plata, no sé, es lo que están diciendo ahora. ¿Y vos qué creés? Y, no sé, la cara de la virgencita de plata no me la puedo olvidar y lo que esos hombres hablaron esa noche, tampoco. He estado leyendo bastante sobre metales y aleaciones. Hasta me metí a hacer un curso de platería con el Profesor Noval que es una eminencia en eso, pero falleció y ha dejado sin terminar una investigación sobre el asunto. Noval fue el que hizo la réplica del sable curvo de San Martín, el hombre sabía sobre réplicas y sobre muchas cosas más, pero ahora está muerto y además, ahora están los herederos del coleccionista clasificando con especialistas la colección del desaparecido; aquí en la ciudad nadie sabe que esto existe, ni siquiera la gente que trabaja en los museos, el acervo es mayor que el del museo Julio Marc. Andá, cómo no lo van a saber. Le juro que no, si yo los conozco a todos y nunca nadie habló de la colección del hombre desaparecido. En el museo lo nombran, pero no saben nada sobre la colección. También sé que la gente de la Iglesia ha contratado especialistas internacionales para encontrar la corona robada; yo lo escuché al obispo el otro día hablando sobre eso con un cura de la catedral, si le llego a decir que la vi una noche, hace tanto tiempo, en las manos del hombre que desapareció, no cuento el cuento. No te preocupes, tomate otro cafecito, tengo que hacer una llamadita; esperame que enseguida vuelvo.Pronto, ciao Gianni, sono io, lo encontré, es él. Es bajito y de tez clara. Tiene los ojos negros y le llaman Jesucito. Va a salir dentro de diez minutos; ya saben lo que tienen que hacer.
Del libro "La coreografía de los Mares", UNR Editora. Rosario, 2002