viernes, 8 de agosto de 2008

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


LOS ABRAZOS DEL SEÑOR RAMÓN

En una humilde casa de un barrio antiguo de Bolivia llamaron a la puerta, y la mujer que cocinaba salió raudamente, como un disparo, atropellada. Por seguridad preguntó quién era, pero en verdad ya lo sabía, lo estaba esperando con ansiedad. Abrió y ahí estaba ese hombre morrudo, de extraña calvicie y anteojos de un gran aumento.
-Vení, pasá, apurate - La puerta se cerró tan rápido como se había abierto.
Aleida jugaba con una muñeca y se quedó petrificada observando a esa persona que la miraba profundamente a los ojos y le sonreía...
-Él es el señor Ramón... es amigo de tu papá- La muñeca cayó al piso y el rostro entero de la niña quedó encendido en una expresión de asombro y de alegría. Quiso correr hasta los brazos de ese hombre que algo tenía que ver con su padre, pero el miedo, la vergüenza, la dejaron estaqueada al piso cuarteado de la casa ...
En la noche templada cenaron arroz con frijoles y la plática se extendió hasta altas horas. Había tanto para contarse que el tiempo no alcanzaba y transcurría muy ligero.
Aleida estaba contenta, iba y venía, saltaba... Un golpe seco, profundo, se escuchó de pronto, y todo fue un torbellino de gritos, llantos, preocupación... La niña se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza. Ramón la asistió, la contuvo, la revisó, sufrió con ella y lloró con ella, y una vez que supo que no era grave, la abrazó con toda la fuerza de que dispuso. La besó y la besó, y fue tan efusivo que la niña se sintió conmovida...
Al día siguiente, cuando despertó, el hombre ya no estaba. Pensaba y pensaba en él mientras tomaba la leche. Le confesó a su madre: "Me parece que ese señor está enamorado de mí"
Muchos años después le contaron la verdadera historia. Ramón no había sido otra persona que su padre: Ernesto Guevara de la Serna, el Che, el heroico guerrillero que había liberado a Cuba del tirano Batista, el mismo que le ganara la pulseada al mas cruento imperialismo norteamericano... Aquella noche había vuelto de un viaje a Moscú y entró a Bolivia con un pasaporte falso, con una falsa calvicie y unos anteojos también falsos.
Criada en tantas ausencias Aleida no había sido capaz de reconocerlo. La CIA pisaba los talones del guerrillero, y nada, ni siquiera su nombre pronunciado por la boca inocente de una niña, debía quedar librado al azar... El hombre no podía hablarle pero a su modo le había transmitido en ese abrazo todo el amor de un padre a un hijo. Y alcanzó para que ella lo recordara siempre que se sintiera triste. Le alcanzó para saberse amada y para aliviar los estragos de la soledad en que la dejó su fusilamiento en Vallegrande... Esa noche quedó grabada en su memoria. Los abrazos del señor Ramón templaron su piel y la gloria revolucionaria le dio su verdadera dimensión y su lugar en la historia.

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