viernes, 11 de diciembre de 2009

ALICIA CHILIFONI


¡EL MUNDO ES GRANDE Y NUESTRO!

Temprano salgo a quitar el candado. Encuentro el jardín moteado de botones de oro: las flores del "diente de león". Lo tomo como un buen augurio. Coloco la llave en la ranura pensando que hoy será un muy buen día.
Salgo a la vereda, como siempre, a echar un vistazo al panorama. Veo un grupo de hombres que se movilizan como hormigas, en el baldío de la esquina, en lo que era "el campito de doña Ema", un triángulo de tierra a la vera de la ruta. Cruzando la calle, estaba, en un rinconcito de la tienda y mercería, el quiosco de golosinas, con su ventana siempre abierta. Contorneando el campito, una zanja, y yuyos que iban decreciendo en altura hasta desaparecer en la parte central, que era tierra pelada. Las incansables gambetas de las zapatillas de los chicos, jugando a la pelota a toda hora, mantenían a raya al yuyal.
Después, mientras los chicos seguían con su mala costumbre de crecer rápido, nos fue invadiendo la niebla espesa y pegajosa de la desocupación.
Si bien nunca faltan chicos, que porfiadamente siguen naciendo, ya no podían jugar al aire libre, porque también se fue instalando la tan mentada y creciente inseguridad.
Así, el campito de doña Ema, sin partiditos, se convirtió progresivamente en depósito de basura. Al principio, simples residuos domiciliarios. Después se agregaron muebles viejos, y chatarra: grandes piezas metálicas industriales, cuya sombra serviría de reparo para aquéllos que, víctimas de la desocupación, se derrumbaban a beber o a drogarse entre los desechos. A la madrugada era un buen escondite para algún ocasional ladrón al acecho.
Para adecuarse al nuevo estado de cosas, las casas fueron rodeándose de rejas lo más seguras posible.
Con los años, llegó el ensanche de la Ruta Nacional 3. Entonces, el campito, ya sin doña Ema enfrente, se convirtió en un amplio espacio perfectamente triangular, enmarcado por generoso veredón de lajas rodeado de asfalto.
Y justo allí están esos hombres, manipulando algo que no alcanzo a distinguir. ¿No estarán tirando basura? ¡Otra vez!
Me acerco inquisidora, vigilante, amenazante, con cara de dueña. Espero que lo que me devuelven mis ojos no sea una alucinación, un espejismo: están distribuyendo juegos infantiles! En el centro, el tobogán, imponente. A su alrededor, la calesita, el pasamanos, una hilera de subibajas y otra de hamacas. A lo largo del veredón plantaron árboles alineados siguiendo el triángulo, intercalados con bancos.
De tan contenta siento que el alma se me desparrama por todo el cuerpo como nieve derritiéndose al sol.
Vuelvo a casa lenta, sin poder creer lo que vi, tratando de entender tanta felicidad que, vista así, parece desmedida.
Sin encender la radio, cosa rara en mí, preparo el mate. Echo la yerba con las correspondientes pizquitas de azúcar y café que acostumbro agregar siempre y sólo a la primera cebadura. Para saborear mejor, cierro los ojos. Entonces se me aparece la imagen de la plaza repleta de chicos de todas las edades, corriendo de un juego a otro, gritando, riendo. Veo gente distendida, plácidamente sentada en los bancos, bajo los árboles, leyendo, charlando, mateando, atendiendo los requerimientos de los más chiquitos: "¿me hamacás?".
Me doy cuenta entonces de que no soy exagerada, para nada!!! Eso no es un simple rincón de juegos infantiles, no. De ninguna manera. Eso es volver a ocupar los espacios públicos, que no son públicos por no ser de nadie. Son públicos porque son de todos, del pueblo.
Siento que puedo soñar confiada con algo que parecía imposible: un día, cuando me levante por la mañana y salga a la vereda, me encontraré con que están desapareciendo las rejas.Sí. Volveremos a la vereda en las noches de verano, hasta la madrugada, con los chicos andando en bici y patines, y jugando en la plaza. Y después nos iremos a dormir, con las ventanas abiertas, dejando entrar libre, el aire fresco con olor a glicinas, como en mi casa natal, como era antes, como nunca debió dejar de ser, y como será, sin dudas, porque no hay manera de equivocar el camino cuando es la pureza de corazón quien lo traza. Se trata de que nadie lo desvíe, ni lo corte. Y para eso estamos nosotros, los vecinos, el pueblo, los dueños del campito, porque la tierra será ancha, pero nuestra.

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