¡HOLA NONO!
Siempre estuviste encerrado en ese pesado retrato ovalado que colgaba en la pared, atrapado tras el vidrio en medio del anchísimo marco negro y lustrado.
Tu gesto adusto, desafiando al mundo con tus bigotes como manubrios, y a tu lado . . . la nona. Lirio frágil, dulcísima en los quince años de vida, y ya casándose.
Siempre creí que por entonces eras un cuarentón. Y quedó tu imagen en mí como la de los próceres, a los que nos cuesta bajar a la vida del hombre común. Es porque no te llegué a conocer. La diabetes se llevó primero tu vista, y ya ciego, también te llevó a vos, un día de Año Nuevo. Los estruendos, las luces y las campanadas me encontraron en la panza de mi mami, a meses de nacer.
En cambio la nona Carmen estaba también afuera del retrato. Con más kilos, y muchas arrugas y achaques, seguía llevando puestas la sonrisa y la mirada calmas, amorosas, de la foto. Nunca la vi enojada. Y hablaba suave y golpeadito, como aleteo de paloma. ¡Qué cosa! Las voces me siguen nítidas por más que pasen los años. El recuerdo de la voz de los seres queridos que ya no están es con mucho, más fiel que el de los rasgos físicos, que se me desdibujan un poco con el tiempo. Pero tu voz, nono, no la tengo, no por haberla perdido. Es que nunca la escuché.
Ahora José, el último pimpollo de mi jardín, el menor de mis hijos, está tramitando la ciudadanía italiana, y me pide ayuda en la compleja tarea de recolectar datos para conseguir la documentación necesaria: "má, sabés en qué fecha se casaron tus abuelos?" Y . . . si mi papi fue el primero de los catorce hermanos, y nació en octubre de 1913, siendo tan prolíficos, deben haberse casado a fines del 12, o principios del 13.
¡Y ahí fue que "me cayó la ficha"! Si en el pasaporte, expedido exactamente en 1900, figura que llegó a Buenos Aires con su mamá y dos hermanitas menores cuando era un nene de 11 años, significa que se casó a los 23, lo que ahora sería un chico.
Nunca se me había ocurrido hacer ese cálculo. Dulce cálculo. Por fin encuentro poesía en las matemáticas.
Eras el prócer en su pedestal, pero ahora te siento bajar, te veo cerca mío, ya me llega tu calor. Quiero armar tu vida, que no tuve la dicha de compartir, como si fuera un rompecabezas.
Me asaltan muchas cosas, efervescencias, por dentro ¿sabés? Me pregunto si vos desde algún lugar te das cuenta de lo que me pasa. Ojalá nos pase a los dos.
Ahora cierro los ojos, y te veo salir despacito, despacito, de la foto que siempre permaneció estática en el recuerdo. Te me vas acercando. . . Sin darme cuenta, como si no fuera yo quien habla, y mientras noto mis ojos mojados, me encuentro diciéndote "Hola, nono. Vení, sentáte conmigo. ¡Tenemos tanto de qué hablar!"
Siempre estuviste encerrado en ese pesado retrato ovalado que colgaba en la pared, atrapado tras el vidrio en medio del anchísimo marco negro y lustrado.
Tu gesto adusto, desafiando al mundo con tus bigotes como manubrios, y a tu lado . . . la nona. Lirio frágil, dulcísima en los quince años de vida, y ya casándose.
Siempre creí que por entonces eras un cuarentón. Y quedó tu imagen en mí como la de los próceres, a los que nos cuesta bajar a la vida del hombre común. Es porque no te llegué a conocer. La diabetes se llevó primero tu vista, y ya ciego, también te llevó a vos, un día de Año Nuevo. Los estruendos, las luces y las campanadas me encontraron en la panza de mi mami, a meses de nacer.
En cambio la nona Carmen estaba también afuera del retrato. Con más kilos, y muchas arrugas y achaques, seguía llevando puestas la sonrisa y la mirada calmas, amorosas, de la foto. Nunca la vi enojada. Y hablaba suave y golpeadito, como aleteo de paloma. ¡Qué cosa! Las voces me siguen nítidas por más que pasen los años. El recuerdo de la voz de los seres queridos que ya no están es con mucho, más fiel que el de los rasgos físicos, que se me desdibujan un poco con el tiempo. Pero tu voz, nono, no la tengo, no por haberla perdido. Es que nunca la escuché.
Ahora José, el último pimpollo de mi jardín, el menor de mis hijos, está tramitando la ciudadanía italiana, y me pide ayuda en la compleja tarea de recolectar datos para conseguir la documentación necesaria: "má, sabés en qué fecha se casaron tus abuelos?" Y . . . si mi papi fue el primero de los catorce hermanos, y nació en octubre de 1913, siendo tan prolíficos, deben haberse casado a fines del 12, o principios del 13.
¡Y ahí fue que "me cayó la ficha"! Si en el pasaporte, expedido exactamente en 1900, figura que llegó a Buenos Aires con su mamá y dos hermanitas menores cuando era un nene de 11 años, significa que se casó a los 23, lo que ahora sería un chico.
Nunca se me había ocurrido hacer ese cálculo. Dulce cálculo. Por fin encuentro poesía en las matemáticas.
Eras el prócer en su pedestal, pero ahora te siento bajar, te veo cerca mío, ya me llega tu calor. Quiero armar tu vida, que no tuve la dicha de compartir, como si fuera un rompecabezas.
Me asaltan muchas cosas, efervescencias, por dentro ¿sabés? Me pregunto si vos desde algún lugar te das cuenta de lo que me pasa. Ojalá nos pase a los dos.
Ahora cierro los ojos, y te veo salir despacito, despacito, de la foto que siempre permaneció estática en el recuerdo. Te me vas acercando. . . Sin darme cuenta, como si no fuera yo quien habla, y mientras noto mis ojos mojados, me encuentro diciéndote "Hola, nono. Vení, sentáte conmigo. ¡Tenemos tanto de qué hablar!"
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