lunes, 6 de diciembre de 2010


Redes de Papel les agradece a todos los lectores el apoyo a nuestra publicación y los comentarios acerca de la misma. Les deseamos una feliz Navidad y los mejores deseos para el nuevo año que comienza.

NEGRO HERNÁNDEZ


¡QUÉ LINDA ESTÁS ESTA NOCHE!

De pronto dos parejas entraron al café por la puerta de la esquina. Ya los había visto estacionar sus lujosos autos y cruzar la calle, creo que eran un audi y un beeme -sé tan poco de marcas-. Dejé de escribir en mi libreta de apuntes y me puse a campanearlos discretamente. Eran jóvenes y atractivos, diría que las mujeres eran hermosas, de esas que lo obligan a uno detenerse en la calle para dejarlas pasar y mirarlas. Si el Gordo no se hubiera ido hace 5 minutos habría dicho: "Que par de yeguas", y eso que a él le gustaban más rellenitas.
Llevaban puestos finos vestidos de fiesta muy sobrios con los hombros descubiertos, y mostraban discretas joyas en el cuello y los brazos pero de ningún modo pasaban desapercibidas. ¡Al fin unas minas sin pantalones!, pensé.
Los tipos traían unos trajes oscuros tizados, bien elegantes y lucían sendas corbatas de seda natural. Parecían modelos con la piel tostada en alguna cama solar o pintada con esas tinturas que se usan ahora, no tenían pinta de extranjeros.
Eran bichos raros para el Tres Amigos, ese café de Barracas que es mi hogar, mi estudio y mi lugar de pertenencia desde que Marta se fue. Gente demasiado finucha para el lugar, me dije, aunque últimamente con la movida cultural del barrio habían crecido con las visitas de turistas y excéntricos del barrio Norte y la Recoleta.
Se sentaron a la mesa junto al gran ventanal por donde entra la luna y estalla contra el espejo de las botellas de alcohol colgadas detrás del mostrador. Ellas reían moviendo sus cabezas casi rubias y ellos contestaban con ademanes suaves haciendo girar sus muñecas dejando ver los puños de sus camisas abrochados con gemelos de oro. Por la hora, cerca de la medianoche, no me quedaba claro si iban o venían de su destino, pero era evidente que se divertían y lo seguirían haciendo durante toda la noche.
El gallego se acercó a la mesa y tomó el pedido. Al regresar pasó a mi lado y me hizo un gesto como diciendo ¿quiénes carajo son éstos?. Y volvió con una cuba con hielo y una botella de champagne para servir las copas. Uno de ellos, el más alto, propuso un brindis y brindaron con esas sonrisas publicitarias.
Yo seguía observándolos con curiosidad, acá hay una historia para un cuento, pensé, y anoté unas palabras en mi libreta de apuntes: a) hacen como si amaran pero sólo se quieren a sí mismos. b) parecieran que las parejas no coinciden.
Entonces se escuchó sonar un celular y el hombre del traje gris topo saco de su bolsillo interior y se puso a charlar como si fuera algo importante. Su amiga, entonces tomó el suyo y por el movimiento de sus dedos rápidos supuse que estaba enviando un mensaje de texto. El otro hombre miró a su compañera, y después de su aprobación, ambos desenfundaron sus respectivos móviles y se pusieron a conversar animadamente con alguien, seguramente, como ellos.
En un momento dado, los cuatro simultáneamente, escribían mensajes cada uno concentrado en su aparato. ¿Qué será tan importante para dejar de disfrutar juntos de una velada?, me pregunté. Quizá la compulsión de alguna gente en el uso de la nueva tecnología podría ser una explicación. Están comunicándose entre ellos para decidir qué van a hacer cuando salgan del café, se me ocurrió; pero allí no había una historia para contar. La verdadera historia imaginada era más interesante y más perversa.
Uno de los tipos le escribe a la mujer del otro:
-¡Qué linda estás esta noche!
-Vos también, y te pusiste la corbata que te regalé.
-Tengo ganas de comerte a besos preciosa.
-Pará, a ver si se dan cuenta.
La otra mujer le envía un mensaje al otro hombre:
-¡No soporto verte al lado de esa mina!
-Y yo sufro pensando que te acostás con él.
-No me mires así que me derrito...
Cerré mi libreta de notas, saludé al Gallego y salí del café con la cabeza puesta en el cuento. Miré por última vez a mis protagonistas que seguían mensajeándose, y caminé hasta mi casa en esa noche primaveral de Barracas con el recuerdo de Marta rompiéndome el corazón.

JOSÉ MOLINA


EL BREBAJE

Todo comenzó con el pedido de Sucre al encargado del campo. El encargo, solicitado telefónicamente, consistía en que Estanislao se dirigiese a la cámara secreta a buscar aquel brebaje compuesto con un alto contenido de aceite. Había llegado el momento de sacar a la luz, ese invento que lo catapultaría a la fama y la riqueza.
El preparado, luego de ser patentado, sería exportado a diferentes lugares del mundo a través del laboratorio que se encargaría de hacerlo nacer para la comunidad mundial.
Don Estanislao, se dirigió al armario, coloco la llave forjada y la giro. La puerta se abrió y sacó la caja que contenía dentro el frasco con el líquido viscoso y lo llevo para ser embalado. Envuelto y colocado en una caja de madera con la inscripción "FRAGIL", lo llevó hasta la estación de trenes. Lo despachó como encomienda y se retiró a su casa a seguir con sus quehaceres.
En su hogar, dejó el sombrero en el perchero y se dirigió al teléfono. Marcó el número de su patrón y al reconocer la voz del otro lado, solo dijo, "lo suyo, en camino" y colgó.
Dos días más tarde, Sucre retiró la encomienda, la llevó al laboratorio y luego de largas horas de negociación dejó la caja. El cheque con una cifra abultada lo dejo más que satisfecho. Había conseguido lo que se propuso con su creación. Ahora podré comprar las tierras que alguna vez tuve que vender por haber caído en la bancarrota, pensó.
El brebaje se convirtió en un producto altamente rentable y sobre lo vendido cobraría una regalía todos los meses. La fórmula había dado sus frutos, el jarabe para eliminar el estrés y vivir más tranquilos.

LILIANA LA GRECA


AQUELLA AGENDA

Estaba emocionada. Parecía ayer cuando Julia sin que Carlos, su marido se diese cuenta, tomó la agenda que él guardaba tan celosamente en el cajón de su mesita de luz, y comenzó a ubicar telefónicamente a cada uno de los antiguos amigos. Sí, hasta a aquellos cuyos números borroneados apenas se veían.
También aprovechó el hecho de que muchos de ellos parecían conocerse entre sí, y después de preguntarles, rápidamente respondían, "quédese tranquila, yo me ocupo".
El catering, los globos, ¡hasta una piñata!, y el salón decorado al estilo " Halloween", que a él tanto le gustaba.
Finalmente, llegó el día. Amaneció y la rutina del sábado parecía interminable. Le dijo- Viejo, ya que es tu cumple... ¿Nos vestimos bien y vamos a cenar?.
¡Dale!, respondió él. Yo manejo, conozco un lugar nuevo-dijo Julia-
A las diez de la noche, estacionó el auto a dos cuadras y pensó, "Ni se lo imagina". Pararon de golpe allí, en Medrano 2515 y él comentó… ¿Y el restaurante?. Está arriba, es un lugar nuevo.
Subieron la escalera y al abrir la puerta… estaba todo oscuro. Julia encendió la luz y un ¡feliz cumpleaños! invadió la habitación.
Desde atrás ella podía imaginar la alegría de Carlos, su cara, sus gestos, sus sentimientos y al acercarse, solo sintió un temblor y notó cómo lentamente él comenzó a retroceder. Su cara pálida, desencajada, sorprendida y aterrada, la descolocaron.
Mientras, ellos avanzaban hacia él, lentamente, casi como zombis. ¿Será por la decoración?, pensó.
¡Carlos! ¡Carlos! ¿Qué pasa?, y al cortarse la luz, llegó a responder…Ellos, ellos ya no están. Ellos…

PATRICIA TEJERO


ENCIENDE UN CIGARRILLO Y OTRO MÁS...

El día comenzaba a clarear. María se despierta a la misma hora desde hace siete años. Sin pensarlo tira el reloj de la mesa de luz. Camina hacia la cocina y decide no preparar el desayuno esa mañana. Enciende un cigarrillo, algo no habitual en ella, y camina haciendo círculos por el living. Entre bocanada y bocanada se toma la cabeza con su mano derecha, piensa… y se muerde su labio inferior. Al pasar frente a la mesa ratona ve la foto de sus últimas vacaciones, la observa y se detiene en su no sonrisa, la da vuelta, no quiere verla. Se sienta en el borde del sillón del rincón, coloca los codos sobre sus rodillas y toma su cara con ambas manos, con un movimiento casi eléctrico, comienza a tirar los almohadones hacia la puerta, uno tras otro. Las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas. Se para, camina hacia el dormitorio, se viste, mira la cama que no está vacía, se saca el anillo de su dedo anular y, al volver a la cocina, lo tira a la basura. Mira el desayunador, su llavero está en el lugar de siempre, pero sigue su camino, ya no las necesita, abre la puerta, y sin mirar atrás, la cierra para nunca más abrirla.

ALICIA CHILIFONI


ORFILIO, SI SUPIERAS...

Traigo de nuevo a Orfilio Quinteros al despacho de bebidas del almacén de Zenón. Ya dejó el sulky atado, y ocupa una mesa contra la pared.
Corpachón, de cara redonda y morena, pelo y bigotes generosos y encanecidos, de aspecto descuidado y sufrido, cansado, parece viejo… Las cortinas de lona rayada, ajadas por el manoseo, se balancean, dejando entrever el interior con dificultad. El afuera radiante de la tarde enceguece para la penumbra del boliche.
Vuelvo a ser adolescente. Estoy charlando y bromeando con Yamile, y se nos suma el turco Abud, muchachito travieso, si los hay. Cuando parece que ya se nos acaban los temas, el Turco, echando chispas por los ojos, lanza la idea. ¿Y si le sacamos el sulky a Orfilio?
Sin poder creerlo, me convierto en cómplice, aunque sopesando las posibles consecuencias. Como sea, no puedo ni quiero negarme.
El turco recorre la media cuadra que nos separa del bar, y desata con sigilo las riendas. Avanza suavemente hacia la otra esquina, donde subimos nosotras, casi conteniendo la respiración. Azuzado el caballo, tomamos por la ruta, soltando de a poco la risa nerviosa y contenida, hasta que se convierte en carcajadas a medida que avanzamos. Podría haberse logrado una eficacísima propaganda de algún dentífrico, con nuestra imagen.
El Turco, entusiasmado, castiga las ancas con el rebenque, y la velocidad aumenta proporcionalmente con nuestras risotadas.
Llegamos al cruce de un camino de tierra: el camino a Soldini. ¡Allá vamos! Soldini es un pueblo como de película del lejano oeste: dos hileras de casas flanquean ambos lados de la única calle poblada. Lo demás son quintas. Por eso en nuestro pueblo, donde la mayoría trabaja en los Talleres Ferroviarios, los llamamos despreciativamente "los chacras", con la crueldad propia de los chicos.
La gente que trabaja inclinada sobre la tierra, levanta la cabeza y nos mira, tratando de descifrar qué es eso que irrumpe en la quietud habitual, como un bólido infernal y ruidoso. Nos sentimos tan superiores!
Al llegar al poblado, buscamos un comercio abierto. Juntamos nuestros dineritos, y completamos la trasgresión con unos cigarrillos mentolados. Fue el primer pucho de mi vida, sin contar algún "Particulares Fuertes" que le birlé a mi papá alguna siesta, y que me iba a fumar al gallinero. Pero no podía pasar de la segunda pitada. No sé qué era más fuerte, si el asco o el mareo. Ahora sí que puedo.
Caminamos con aire de importantes, despreocupados y jocosos. Nos ven con una curiosidad que nosotros creemos envidia, o admiración. Debemos ser patéticos.
Finalmente, habiendo poco para ver, abordamos otra vez "nuestra nave" para recorrer el camino inverso. Por las dudas, bajamos una cuadra antes, y dejamos que el Turco volviera solo a sujetar las riendas en el poste del boliche, con el mismo sigilo que al comienzo de la aventura.
Nos quedamos tranquilos y aliviados, como si fuera un secreto sólo nuestro. Como si un sulky con su animal de tiro y tres chiflados ruidosos tripulantes a quienes, para colmo, todo el mundo conoce, pudieran pasar desapercibidos.
El caballo mordisquea algún yuyo y bebe agua barrosa de la zanja. Repone energías. No está acostumbrado a semejante vértigo.
Ya bien entrada la noche, Orfilio sube, o lo suben si está muy borracho, y el fiel animal lo lleva. Conoce el camino.
Aquellos eran inviernos crudos, con heladas memorables, y ese año circuló la noticia de que Quinteros había muerto de frío tirado en una zanja.
Probablemente cayó del sulky, o tuvo un ataque. No sé, no supimos, ni habíamos sabido nunca nada de él. Sólo que venía del campo, dato por demás impreciso. Y el caballo, tan mansamente como lo había traído, lo regresaba.
Ahora que ya no puede, lo traje yo, para revivir ese viaje tan particular. Nunca, después de ese día, un medio de transporte, ni siquiera el avión, me hizo sentir que tocaba el cielo con las manos. Es como si el sulky hubiera sido un cohete interplanetario y el almacén de Zenón la base de lanzamientos donde Orfilio, camuflado para despistar el espionaje, oficiaba de técnico en vuelos espaciales. Supervisó todo tan magistralmente, que en el álbum de mi nostalgia grabó una estampa de soles.

CUENTOS BREVES


METAMORFOSIS
Lola Sanabria
(Madrid)

Noche de luna llena. El acróbata trabaja sin red. Agarrado a la barra del trapecio, toma impulso, flexiona las piernas y se columpia. Cuando su cuerpo dibuja sobre las cabezas de los niños, la curva de una amplia sonrisa, suelta las manos, se gira en el aire, y cae en la pista sobre las almohadillas de sus cuatro patas.

LA SERVILLETA
David C. Róbinson
(Panamá)

Una servilleta rayada con un nombre y un número telefónico. Ella en el cuarto de baño. Y mientras orinaba, ella leía y releía lo escrito en el papel por el mejor cliente de la noche anterior. Según aquel tipo, él podría sacarla de la "vida fácil" y llevarla a una vida verdaderamente fácil. Fue muy vehemente al reiterar sus intenciones para con ella. Él estaba ebrio. Ella no. Una servilleta rayada. Ella en el cuarto de baño. Ella y una servilleta arrugada y mojada. Una servilleta que huye en el remolino del inodoro.

NADA ES MÁS VELOZ QUE LA MUERTE
René Behoteguy Chávez
(Bolivia)

Cuando Francisco tomó el tren esa mañana desde el centro del mundo rumbo al sur, no sabía que desde el norte, la Muerte cabalgaba a su encuentro. Mientras Mamá Tierra sentía el vibrar del tren sobre las vías clavadas en ella y el galope de la Muerte, se preguntaba si ésta sería lo suficientemente veloz para alcanzarlo antes de que llegue a su destino. Cuando el tren llegó a su última estación, la Muerte llevaba tres minutos esperándolo. Lo que ella no sabía es que, avisado por un murmullo de la Mamá Tierra, Francisco se había bajado dos estaciones antes.

EL JARDIN DE LOS ECOS
Luis A. Portugal Durán
(Bolivia)

El ermitaño llegó al jardín de los ecos y escuchó sus ahuecados pasos en la penumbra.
Acostumbrado como estaba a ponerse a la sombra del sauce llorón y gritar su nombre para que la resonancia le respondiese rompiendo cada una de sus sílabas, así lo hizo…
Sin embargo, esta vez, no hubo respuesta: el Silencio había gritado antes de que él lo hiciese.

EL HOMBRE
Luis C. Ramírez Lascarro
(Colombia)

Cuentan que un hombre estaba cansado de vivir, y que moría a cada rato.
Pero le pesaba tanto la muerte, que no podía morir con esa carga.

VENCEDOR
Leonardo Depestre Catony (Cuba)

¡El pobre!, debe de ser un escritor muy malo, pensaban en su casa. Pero él, obstinado, no dejaba de participar en los concursos. Ni de gastar dinero en el franqueo de los envíos certificados. Ni de esperar ansioso las fechas de entrega de los premios, sin recibir aviso alguno. Sufría la peor de las enfermedades: era adicto a perder.

PESADILLA
Raúl Flores Iriarte
(Cuba)

Todas las noches soñaba algo distinto. Esa noche soñó con su ejecución. Oyó al juez dictar la sentencia de muerte. Se vio caminando los peldaños del cadalso y vio al verdugo caminar a su lado. El verdugo, empuñando un cuchillo, lo haló por el pelo para dejar el cuello al descubierto y degollarlo con facilidad.
Despertó a tiempo para ver el cuchillo iniciar el viaje a través de su cuello.

PAN Y CIRCO
Javier F. Castillo Naranjo (Colombia - España)

Fútbol ultradefensivo. Cuando el lateral izquierdo, por tercera vez consecutiva, entregó el balón a su arquero retrasando el juego, los chiflidos se repitieron por toda la tribuna atestada de espectadores y los pañuelos blancos se agitaron al viento. El clamor popular fue atendido; las portezuelas se abrieron y los leones y toros fueron desatados sobre el campo de juego. La dentellada al cuello sobre el delantero centro fue cantada como gol. La bestia fue al hombre no al balón, pero el árbitro no pitó penalti; a nadie le importó, la diversión estaba asegurada.

EL PAN DE LOS PANADEROS
Luis Pacheco Granado
(Cuba)

Como todas las madrugadas fue hasta el patio, era un amanecer cálido. Caminó entre las húmedas hierbas rumbo al caserón. La puerta estaba entreabierta y una fina línea de luz la fue guiando.
Adentro todo era actividad, los ojos la siguieron sin dejar de amasar la harina. Y como siempre fue de ellos, cada uno la fue moldeando a su gusto y ella los dejó hacer.
Luego, cuando los primeros gallos rompían el silencio, contenta, con su preciosa carga iba de puerta en puerta, segura de que obtendría un buen precio.
Cuentos incluidos en diferentes entregas de la Colección Gaviotas de Azogue, editadas por la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica. Madrid.

MARISA PRESTI


LA INDESEADA

No recuerdo haberla conocido antes. O por lo menos no como ahora, quizás estuvo disfrazada con otros ropajes, con otro aspecto, mimetizada entre tantos problemas por resolver que no me percaté de ella.
Tuvieron que pasar muchos años para encontrarnos frente a frente, y a pesar de tener su rostro fijo en el mío, la negué. Una y muchas veces. Pero seguía ahí, metiéndose poco a poco en mi interior, socavándome lentamente, ignorando mi rechazo.
Como un virus me fue quitando. Llevándose de a poco mis cosas, astuta ladrona de sueños. No lo noté enseguida, creo que pasaron muchos meses hasta que mis intereses dejaron de interesarme. Primero fue el más sencillo, el café, ese que tomaba con gusto sentado en las mesitas redondas de la rue Camelie mientras miraba, sereno y calmo, a la gente que iba y venía frente a mí. Francis, el mozo, lo traía tal como me gustaba sin que tuviera que pedirlo, tan acostumbrado estaba a mi presencia. Su amable bon jour era parte de mi placer, me sentía bienvenido. Un día empezó a producirme náuseas, el pocillo humeante despedía olor a viejo, a lavandina gastada. Han bajado la calidad, pensé, mientras exigía que lo cambien. Fueron amables, lo reconozco, llegaron a traerme varios, pero con todos pasó lo mismo. Decidí entonces cambiar de lugar, caminé unas cuadras y me senté en el café de Flore, pero el pocillo humeante me supo tan desagradable como los anteriores. Creí que era algo del momento, algún malestar pasajero que me impedía disfrutarlo, pero no, insistí dos o tres veces más hasta que el café desapareció de mi vida.
Otro placer que me quitó malévolamente fue mi amor por el cine. Solía pasar dos o tres días a la semana disfrutando por igual de estrenos o viejos films de otras épocas. Tenía dos salas favoritas: para los estrenos siempre La France, un lugar espacioso y confortable, a pocas cuadras de mi trabajo. El Saint Leu, más humilde, estaba en un barrio alejado que me obligaba a viajar veinte minutos en autobús; a pesar del esfuerzo era el sitio ideal para emocionarme con aquellas inolvidables películas de mi juventud. Elegía casi siempre la primera función; apenas terminaba de almorzar le comunicaba a Nina que no iba a regresar hasta las cinco por una cita de negocios. Nunca le decía a qué cliente iba a visitar, evitando así la posibilidad de un llamado imprevisto. En esas primeras horas de la tarde, el cine estaba casi vacío, apenas cuatro o cinco personas en la soledad de las butacas de cuerina marrón. Era un condimento que le daba sabor a mis escapadas; sentía la amplitud a mí alrededor, los apoyabrazos disponibles, ningún ruido de papelitos crujientes ni cuchicheos molestos. Y entonces, empezaba la magia. El cine me llevaba de la mano, lejos de mí mismo, como en los sueños, tan lejos de mi realidad que cuando las luces se encendían sentía la rara decepción de volver a ser.
No puedo recordar con precisión, pero creo que aquella tarde lluviosa de fines de otoño, mientras me encontraba viendo "Al este del paraíso", la vieja película de Elia Kazan, tuve los primeros síntomas. Una necesidad irreprimible de orinar fue lo que mi mente le ordenó al cuerpo. Y me encontré afuera, pasando de largo el baño y caminando lo más rápido posible hacia la calle. En realidad, después me di cuenta, mi única necesidad era huir de esa sala y de esa película.
A pesar de todo, resistí. Pero cada vez que entraba a un cine, mi vejiga me presionaba de tal forma, que en pocos segundos me encontraba en la calle. No volvía a entrar, cosa que podría haber hecho porque a muchos de esos viejos films los conocía de memoria. Y no lo hice porque empecé a sentir dentro de mí como un crepúsculo que oscurecía todo, aunque fueran las tres de la tarde.
Un día la confronté: ¡Dejame algo!, grité bajo la ducha. Siempre había sido un placer el baño diario. Me gustaba sentir el agua bien caliente acariciando mi cuerpo junto con la espuma que me esmeraba en lograr con la esponja bien cargada. Sin motivo, empecé a bañarme día por medio, cada dos o tres días, cada semana.
Empecé a salir cada vez menos; ahora ya no lo hago. Ella viene a visitarme todos los días, nunca falta, aunque se lo ruegue.

NOLO VASA KRER


FELICES SUEÑOS, SEÑORA

Felices sueños, Señora.
Al cerrar sus ojos en busca de reposo, espero que Morfeo la reciba y le brinde la calma reparadora. Usted y yo sabemos que tiene bien ganado este descanso. El día, cada día, estos últimos días especialmente, han sido agobiantes por demás. La fatiga física lógica ha sido acompañada por una sensación de pesadez anímica, de malestar opresor, de fastidio y, por qué no decirlo, de una pena que pocas veces la había golpeado tan fuerte.
Duerma tranquila. Usted me confesó que su alma está en paz y eso ayudará a que concilie el sueño rápidamente. La vigilia que yo debo soportar la ocuparé rogando que mañana sea un hermoso día donde pueda disfrutar las cosas buenas y sobrellevar, con mínimo dolor, las malas.
Deseo que la duermevela, que antecede al sueño, le traiga imágenes de los mejores momentos vividos, aunque ellos sean de algún tiempo atrás. Que pueda recrear rostros, gestos, caricias y besos recibidos de quienes han sido felices a su lado y que supieron responder con amor. De esa manera ingresará suavemente a la oscuridad luminosa del descanso, dando lugar a los sueños que, aunque no los recuerde por la mañana, serán quienes le brinden los cimientos para un despertar pleno.
Que sueñe con los angelitos!! En realidad, sus sueños estarán guiados por sus sentimientos y vivencias, por lo que resulta aventurado predecir qué cosa se instalará en su cabeza y acompañará sus horas de descanso. Sea lo que sea, que le brinden placer y generen ese ritmo suave y acompasado del sueño profundo y relajado.
Es posible que un duende se instale en las sábanas y le provoque algún sobresalto. Es imaginario, no puede hacerle mal. Permita que "el querer" se anteponga al "deber" y que el dolor busque paliativos hasta desaparecer. Yo conozco ese duende y por ello sé que comenzará haciéndole cosquillas en los pies para iniciar el ascenso por todo su cuerpo. Recorrerá sus piernas, eligiendo los lugares más sensibles y cálidos. Le costará salir de allí para continuar camino. El vientre lo recibirá con un ritmo un poco más acelerado y le dejará oír el tambor de sus latidos. Acariciará su pecho con dulzura infinita y trepará a su cuello para rodearlo, sin ahogarlo. Atrapará su rostro y depositará besos en sus labios, sus ojos, su nariz y su frente. Terminará rozando sus cabellos y se alejará con ganas de repetir la incursión.
No puedo seguir imaginando temas que Usted pueda soñar. Deseo que todos sean claros, diáfanos y llenos de amor para despertar renovada y dispuesta, como siempre, pero mejor que siempre.
Dulces sueños Mi Señora. Dios la bendiga dándole la posibilidad de encontrar, por la mañana, el gran amor de su vida. Ese que sea capaz de otorgarle todo lo que no le fue dado, reparar todo lo que fue dañado y mostrarle infinitos que Usted nunca imaginó que existieran. Usted generó ese regalo para mí. Dios me lo concedió. No tengo palabras para agradecérselo una y mil veces.
Ahora, a dormir…

JULIO ERRAN


ANTES DE PARTIR QUIERO

Antes de partir quiero: Ver frente al banquillo de la justicia: a los mercaderes de las armas, que necesitan de sus guerras, así como el fabricante de paraguas la "lluvia".
A los criminales internacionales, que secuestran países y jamás se lo devuelven a sus nativos, pero sin embargo estos delincuentes cobran rescates millonarios que luego llaman: "deuda contraída".
A los ladrones, que en escala planetaria, nos roban los alimentos, estrangulan salarios y matan nuestros empleos.
A los violadores del aire, la tierra, los que envenenan el agua y taladran nuestros montes y bosques y buscar (y allí me encuentro con tanta culpa) a la mayor parte de los habitantes de este mundo para que tomemos conciencia, que estamos locos y fanatizados por el consumo, envenenamos el aire que respiramos, y le hemos declarado la guerra a nuestro planeta.
Porque antes de morir quisiera, imaginar lo imaginado, que hay valores que no están a la venta, son los que movieron los nervios secretos de nuestra sociedad civil, esos que en otros tiempos de nuestra historia hizo que reemplazáramos de nuestro diccionario la palabra: yo, yo!!
Por la palabra: "nosotros".
Y antes de partir quiero: sentir en los corazones de mis pares que en este sitio uno no sueñe con llegar a ser, porque cada uno ya es!!!

ROBERTO ROMEO DI VITA



LA TIERRA
-Semblanza-

La tierra brama
desde sus entrañas brama
choca, escupe azufre, se terremotiza

Arroja diluvios, gigantes olas, huracanes,
arrasa con sus vendavales comarcas y pueblos,

Basurales y desechos,
contaminan el aire, enferman a los niños,
el agua pureza de los cielos,
pierde su vestigio de agua y de cielo.

Como si nada fuera,
como si nada se perdiera,
decir que somos todos
es culpar a ninguno

Mientras tanto.
Los Grandes siguen envenenando el aire,
con gases, azufres, radiaciones.

Avaricias del tener más,
sin importar sus consecuencias.

MARCELA PREDIERI


LA NOCHE DE LA CARIDAD

Estoy fumando un cigarrillo
en el umbral de una casa que no es mía
mientras miro al helicóptero
que patrulla las calles a mil dólares la hora

Me pregunto si habrá visto
sin muletas
vagar a la ciudad bajo la mugre
o mis ganas de abrazar a un hombre
que no es éste
que acaba de morir de frío a mi costado

La calma aúlla
No bastan manos en rosario
para acunar locas y perros

Me descalzo el pucho y la cojera
Esta noche seré infiel

En mí
la jauría de todos los hombres
babeará revolución.

VIVIANA GIUSSANI


A MI PADRE
P ermanecerás
A pesar de todo
P ermanecerás
A la vera de mis sueños

T e quedarás
E n el aire suave de las mañanas tibias

Q uién dijo que estamos despidiéndonos
U na y otra vez caminaremos juntos
I remos de la mano sin temores
E nredando secretos y misterios
R ecorriendo el espacio sin relojes
O bservando como el tiempo es un antojo

N o tengas miedo
O acaso un pedazo de piel nos justifica

E l tiempo ya vivido
S us ternuras
T odo lo compartido
A quí se queda
S obreviviendo al cuerpo y sus fronteras

S iempre le tuve miedo a tu partida
O tal vez a la mía cuando le falte
L a caricia certera de tus manos
O la palabra justa en las tinieblas

E n realidad papá aunque finjas irte
N o lograrás hacerlo Aquí te quedas

E n los límites de esta nueva geografía
S eñalándome el rumbo cuando caigo
T arareando a mi oído viejos ritmos
E scuchando mis dudas como antaño

V ení ya sé que los dos tenemos miedo
I rse lentamente del cuerpo es doloroso
A veces las lágrimas se escapan
J usto cuando queremos apresarlas
E n malabarismos de muecas y silencios

V amos aquí no hay pedazos que se pierden
A quí hay pedazos que se juntan
M añana también yo fingiré irme
O tro recogerá nuestros latidos
S obreviviendo al cuerpo y sus fronteras.


LULÚ COLOMBO


LOS ESPÍRITUS DEL CERRO
Carta homenaje a Juan L. Ortiz
y a su poema Los ángeles
bailan entre la hierba.

Aquí, Juan L.
el sol ha dejado a su paso
agujas de cristal que rechinan
entre las champas relumbrando
como huesos calcinados de espanto.

Dura es la noche
de los espíritus del ayer
silenciados por las alas de los ángeles.
Duro devenir
de esos entes sin nombre pudiera
que esconden estas piedras dormidas
Los grillos resisten en silencio
centinelas, siempre ahí... como ellos.

La memoria acurrucada en los aleros
junto al espíritu del árbol
y a los seres emplumados
Ella invoca al viento
El ángel ha matado al cóndor
en vuelo de amargas volutas
y brilla, puro marfil devinto
como la muerte misma.
Las horas destiñen el tiempo
y ellos siguen ahí, Juan L.
En cada piedra
en los senderos que suben
al cielo, en el aire del monte
Y aunque no lo crea
los ángeles de aquí
no bailan entre la hierba.
No se sabe cuántos...
Eran muchos (¿miles?)
cuando las alas de los ángeles
rozaron las champas riendo
con esa sonrisa fúnebre.

AMALIA B. ADBELNUR


FINAL

Basta de huecos que se repiten,
de holocaustos inútiles;
quiero amarrar en otra orilla
y contemplar así el horizonte manso.

no importa donde sea....
descubrir el ritmo suave
del agua, lamiendo los contornos
la música en la brisa
que acompasa los árboles añosos.

Descubrir el misterio y la tibieza
de una puesta de sol, audaz rojizo,
estar en comunión con la sonrisa,
y adormecer mi alma contemplando
a lo lejos, pasar una tropilla.

OLIMPIA BORDES


NO PUDIERON CON SUS ALAS
...................A Federico García Lorca
Mientras las rosas dormían
y cantaban las estrellas,
un niño nació en España
una noche de poetas.
Clavel, caballo y guitarra
le dieron su gallardía
canto de grillo y caminos
trenzaron su poesía.
Amigo de los gitanos,
romancero de pasiones,
amor que amaba callando
escondido en un poema.
Bravo torero inmolado
a las cinco de la tarde,
niña que persigue el viento,
rosa que muere esperando,
y la doncella del río
y las bodas y la sangre
y la estéril tierra seca
hendida en la desventura.
Noche de carabineros,
soledad, grito impotente,
noche de infamia y de muerte,
noche negra, noche oscura.
Destrozaron su sonrisa,
paralizaron sus pasos,
en el trágico recuerdo
su corazón se desgarra.
Le quebraron la esperanza,
apagaron su mirada,
brutales lo derribaron
creyendo que lo mataban.
Pero en las aviesas sombras
del odio y de la ignominia,
la luna le dio su brillo
bajo el cielo de Granada.
Inútil fue la soberbia,
inútil la intolerancia,
inútil la rosa roja
que el fusil abrió en su pecho.
¡No pudieron con su canto,
no pudieron con su alma,
no pudieron con su vuelo,
no pudieron con sus alas!!!

SALOMÉ MOLTÓ


AQUELLOS OJOS VERDES EN EL TREN 

Subí al tren con el suficiente tiempo y me acomodé de forma rutinaria, sin pensar en nada o quizá pensando mil cosas a la vez. Creí estar sola en el vagón pero cuando levanté la vista quedé sorprendida ante la mirada inquisitorial de unos ojos profundamente verdes que me miraban como preguntándome qué hacía yo allí, me sentí sobrecogida como si me hubieran cogido comiendo el pastel a hurtadillas. Me apresuré a saludar discretamente y la severidad de aquellos ojos se desvaneció como si hubiera soplado una ligera brisa acariciándome, me sentí mejor. Acababa de cumplir los preceptos de educación que la respetable viajera de los ojos verdes esperaba de mí como norma de cívico comportamiento.
El tren arrancó con las dos mujeres como únicas viajeras. Me vi obligada a observar a la dama que tan severamente había juzgado mi despiste. Vestía sobriamente quizás a la moda de veinticinco o treinta años atrás. Su figura recta y enjuta, sus labios delgados cerrados con un rictus desdeñoso, el pelo negro con avanzados mechones blancos, y sus ojos, sí, sus inmensos ojos verdes profundos, expresivos que pasaban rápidamente de la censura a la conmiseración, incluso a la permisividad.
Podía seguir los dictados aprobatorios o los rechazos más contundentes sólo con mirarle a los ojos. En poco tiempo aprendí la regla, sí aprendí a saber cómo poner las manos, cómo las piernas, cómo inclinarme hacia un lado u otro siguiendo el dictado aprobatorio o censor de su mirada.
¿Pero quién era aquella señora salida de un cuadro de los años cincuenta? ¿Se le había parado el reloj? La forma de su peinado, su traje, los zapatos, incluso el bolso eran de tiempos pasados. Así creí recordar, los llevaba mi madre, cuando yo era pequeña. Habían pasado muchos años ya, las formas, las relaciones humanas, la moda, habían cambiado. Unos ciertos valores democráticos se habían impuesto, ya no era necesaria tanta rigidez.
En una de las estaciones subió un grupo de jóvenes. Los ojos verdes se espantaron, recorrieron la exigua ropa de la joven, sus enormes botas, su pelo descuidado, los ojos verdes interrogaban, se inquietaban, incluso una aguda sorpresa se implantó en ellos al observar el pendiente de uno de los muchachos y una mueca de espanto al ver la cresta del tercero.
Yo me puse a temblar ante el desparpajo de los tres jóvenes, su charla, sus risas, su despreocupación pensando qué harían aquellos hermosos ojos verdes ante tamaño sacrilegio cívico. Los ojos verdes seguían observando desencajados, aterrados, como si mil preguntas los golpearan. De repente se cerraron y ya no se abrieron más.
El tren seguía su rápido camino, en el vagón tres jóvenes reían, hablaban, gesticulaban, una figura rígida, ausente, impávida intentaba aislarse. Yo vigilaba a los unos y a la otra como cuando en un tribunal intentas encontrar la respuesta más exacta.
Dos estaciones después subió una pareja de personas mayores, se sentaron enfrente de mí y saludaron a la señora de los ojos verdes.
- ¡Hola Marita! Dijo la mujer. El marido correspondió con una sonrisa.
Era la primera cosa que sabía de ella. Se llamaba Marita. Correspondió al saludo con una sonrisa de compromiso pero no dijo palabra.
En la próxima estación se apeó.
- ¡Pobre Marita! Es la primera vez que sale de casa desde que su marido se fue a Alemania.
- Sí, creo que ha ido al médico, repuso el hombre.
- Veinticinco años esperándolo. El reloj se le paró entonces y no conoce el mundo de hoy.
-¿Para qué? Así no sabe que su marido vive con otra con la que tiene otros hijos.
Quise verla por última vez. Sólo apercibí su figura elegante y digna que desaparecía por entre las casetas de la estación mientras el tren seguía rápido, los jóvenes continuaban hablando ajenos a todo, la pareja se acomodaba para echar un sueñecito y yo con la imagen en la mente de aquellos preciosos ojos verdes, imaginando su infinito sufrimiento, sentí un escalofrío sacudirme el alma.

(Alicante, España)

Publicado en la revista virtual Con voz propia, dirigida por Analía Pescaner.

JUANA SCHUSTER


LOS SECRETOS DEL MAR

En esta noche sin luna y tormentosa, sólo mi gato nuevo me da compañía a pesar de ser huraño todavía. Lo encontré ayer, perdido entre los médanos.
Miro a través de los cristales observando el mar que despierta sensación de temor.
Mi fantasía me hace ver lomos grises que se elevan para morir en la orilla.
Una exhalación de sorpresa, hace que mi nuevo amigo se oculte detrás de mi grito de asombro.
Hay un hombre frente a las aguas, ¿pero es una persona? No alcanzo a distinguir bien. Estoy a doscientos metros de distancia. Entra lentamente en las entrañas del monstruo.
No me atrevo a salir. Voy hasta el teléfono. Levanto la cabeza y no veo nada. Enciendo mi cigarrillo y me pregunto si las sombras no me jugaron una mala pasada.
Sin embargo, tenía forma de persona. Al menos, creo haber visto la cabeza.
Vuelvo a tomar el auricular. Del otro lado, una voz dubitativa, me dice que tengo que tener más datos para iniciar un procedimiento. - Usted sabe; el mal tiempo complica todo y no tenemos datos seguros. Mucha gente llama en noches como ésta.
Me acerco al vidrio del ventanal otra vez. La escena se repite. Solo que ahora parecería una mujer. Mira las olas rugientes que se precipitan al borde y penetra.
El viento azota ramas, tallos de plantas silvestres, troncos. Puedo estar equivocada.
No puedo conciliar el sueño. A las cuatro de la mañana miro con atención. Los coches de la policía se están retirando. Me pregunto cómo no los escuche. Tal vez, dormía de a ratos.
Enciendo el televisor después de un desayuno en horas poco usuales. Hablan de una mujer encontrada sin vida. Todo gira a mí alrededor. La foto muestra que soy yo.
La locutora dice que había un gato que no podían apartar del cuerpo. El animal maullaba con desesperación. Se extravió corriendo detrás de la ambulancia.

SUSANA SIVEAU


EL PRIMO

Me llevaba cuatro años. Lo veía en casa del abuelo, los días de la sagrada reunión familiar de cada semana. Esa vez en particular llegamos mas temprano y mientras todos se saludaban, corrí al patio trasero en busca del baúl con libros. Allí estaba mi primo dándole una clase magistral a su medio hermano sobre como cortar las patas a un pajarito. Quedé dura, lo mire y le pedí que lo soltara pero esa formula que tantas veces me resulto esta vez fue inútil. En su mano el bulto de plumas tenia los ojitos abiertos, las patitas apoyadas en una piedra, en la otra mano sujetaba algo cortante deslizándolo con saña y satisfacción. Hasta sonreía y solo parecía faltarle la cola y los cuernos. Desde que sus padres se habían separado estaba hecho un diablo y nadie podía con él.
Recordaba vagamente que antes jugábamos mucho. A brincar, a correr, a escondernos. Una vez nos escondimos debajo de la mesa, un tablón larguísimo cubierto con diferentes manteles blancos que casi llegaban al piso. Nos mirábamos y nos tentábamos de risa, conteniéndola para que no nos descubriesen. Pero mamá me encontró y me sacó de un tirón de abajo de la mesa, gritándole a mi primo una palabra que entonces yo no comprendía y nunca más nos dejaron jugar juntos. Yo lo quería pero todavía me duele el recuerdo de aquel pájaro.

MARÍA VESCIO


LA DEMANDA

La mujer encorvada, con la cabeza gacha lee un papel, le tiemblan las manos al sostenerlo. Sentada en una silla de la cocina mira fijamente el piso. Se queda en esta posición, por un largo rato como si fuera una estatua viviente.
Magda Latorre, mira su nombre escrito en ese papel impreso, lo lee y lo relee, sin poder ordenar sus ideas. Camina por la casa solitaria, abre cajones, cierra puertas, busca en los estantes, se caen cosas de ellos, revuelve los papeles que están sobre la mesita ratona… algo tiene que encontrar para que la ayude a entender… nada… nada…
Entonces, como un resorte se estira baja de lo alto del placard un bolso. Lo llena con ropa elegida al azar, sus movimientos son cada vez más acelerados, abre rápidamente la puerta del departamento, cerrándola con violencia, provocando una correntada que hace volar al piso el papel en el cual se lee Juzgado Civil Nº 3 "Demanda de Divorcio”.


CORA STÁBILE


ESA EXTRAÑA AMISTAD

Tal vez estaba cansado... cualquier ser humano más o menos normal lo estaría, la larga caminata diaria sobre un terreno tan escabroso e irregular había sido dura, pero Abelardo apretaba los dientes y seguía siempre adelante.
Ese temperamento firme, esas ganas, esa visión clara del futuro lo habían ayudado a vencer loa duros momentos a los que la vida lo fue enfrentando, pero cuando conoció a la pequeña Leticia sintió que llegaba la compensación, era una dulce niña de apenas 7 años que no había conocido a sus padres y fue criada por aquella abuela que actuaba de una manera brutal haciéndola responsable de la muerte de su adorada hija que había fallecido al dar a luz a la niña.
Leticia se había acostumbrado a jugar sola, hasta que un día pasó ese señor alto y delgado, de mirada clara y profunda que se conmovió al verla sentada en el umbral hablando con su muñeca negra.
Esto se repitió varias veces, hasta que el hombre se animó y entabló un diálogo con la chiquilla.
Esa extraña amistad se fue profundizando y los ojos de Leticia adquirieron un brillo nuevo y esperaba contenta a su amigo que un día llegó con un regalo, sí, le había llevado una pequeña gatita que la niña bautizó de inmediato con el nombre de Luna.
Varios días más tarde al repetirse el encuentro, Abelardo encontró a Leticia llorando ya que su gata había desaparecido, no la podía encontrar, por ese motivo el hombre partió rápido prometiéndole antes que volvería con Luna.
Caminó varias cuadras, lo animaba la seguridad de darle felicidad a su amiguita, hasta que llegó al parque que tantas veces había recorrido y gozado.
La sentía cerca pero no la veía, paseaba la mirada por todo el terreno, buscaba entre las flores, en cada cantero, pero no levantaba los ojos.
Luna había trepado a un árbol y parecía disfrutar mirando como el hombre caminaba de un lado a otro, hasta que levantó la vista y las miradas se cruzaron. Ella contenta bajó del árbol, saltó a los brazos de Abelardo, él sonrió acariciándola... y entonces volvió.

RICARDO ALLIVI


ASÍ LO CONTÓ MATÍAS

El primero que lo escuchó, dijo que era como un galimatías, que quien lo expresaba lo hacía en un lenguaje oscuro, cerrado y difícil de entender, como si fuera un juego.
Se apuró a emitir el juicio equivocado y presumido, sin saber que quien hablaba, no fácilmente, era un discapacitado motriz. Por lo tanto, su forma de decir era difícil de entender normalmente. Parecía un trabalenguas.
Poco a poco, prestando mucha atención, supimos que el joven era Matías. Él confiaba un testimonio personal de oración y fe. Era una vivencia de su espíritu. Rezaba siempre a su manera y tenía gran devoción por la Virgen. Una noche se le apareció a oscuras y pudo adivinar su cara, de espaldas a un sol radiante que la iluminaba. Siguió contando que le abrió su corazón y ella le abrió los brazos, desplegando su manto y lo cubrió con el velo. Siguió diciendo que lo tocó en una mano y eso fue para él como si le abriera el picaporte de su corazón.
Sintió que, al abrirse, salía un arc o iris de colores en medio de su noche, que le daba calor y alegría. Le parecía que no pertenecía más a él mismo y fuera todo de María, que le hablaba y susurraba cosas, sin hacer diferencias por su discapacidad. Ese de la visita fue el día más espiritual de su vida porque se le inundó el espíritu que se escapaba por los poros del cuerpo. Sudor y lágrimas de alegría.
No fue un galimatías. Fueron palabras difíciles para entender a Matías en su discapacidad, que lo contaba hablando con dificultad. Convenció a todos que la discapacidad evidente, tenía una capacidad especial en su interior.

NORMA PADRA

LAS LLAVES

Hay miles de objetos sobre una mesa. Recuerdos de un pasado feliz. El llavero de cuero marrón guarda los secretos de aquellas puertas que una vez abrió y cerró. La casa y sus puertas ya no existen. Ayer fueron la luz, la noche, la magia, los secretos bien guardados de una familia.
Hoy convertidas en simples y antiguas llaves que se exhiben en el Museo Histórico de la Ciudad. Cuentan que si las tomas entre tus manos, te manchas con su óxido y se van trasformando en tímidas gotas de color sangre. Hay en efecto, una leyenda que nos llega hasta hoy.
En esa casa fue degollada la criada, una bella joven mulata, que enloqueció de amores a su digno propietario y por celos, su esposa ordenó su muerte.
-¡Acuérdate, no las toques!
¡Son las gotas agónicas de la mulata y sus cerrojos!

SANDRA VIDAL


UN DÍA DE ESTOS

Se acostó como todos los días pero se levanto diferente, no podía decir cómo o porqué pero lo sentía. Tomó un café fuerte, tenía que reaccionar, aunque cada vez duerme menos y cuando el despertador suena siente que no quiere despertarse. El tic, tic, tic, tic, le taladra los oídos y le dice: Tenés que preparar el desayuno, los chicos van a llegar tarde, tenés que usar el baño antes que entre tu marido, tu jefe te pidió el informe a primera hora…
Es una zombi, la cafetera automática ya no es suficiente ayuda. Despierta a sus hijos, abre la heladera, no hay manteca, se le rompe una taza, despierta a sus hijos por segunda vez, desde el fondo se escucha, se apagó el calefón, otra vez despierta a sus hijos, se le queman las tostadas, ¿Mamá, dónde están los pantalones verdes?, ¡El café está frío! No importa me tengo que ir volando, acordate de pagarme la facu, porfa. Llegan los otros, ¿Y la manteca?, otra vez gritos ¿Mamá el pantalón verde? Va al otro cuarto, abre el placard y se le cae en la cabeza la revista que había guardado con los precios de las playas de Cuba, lástima que su marido no puede pisar la misma tierra que Fidel, quién lo diría, cuando eran jóvenes, allá en la prehistoria, los dos militaban en el partido comunista. ¿Mamá el pantalón? Siguió buscando pero sentía como si se hubiera dado un golpe en la cabeza. Su marido viene a despedirse y le recuerda la reunión de consorcio, ¡El hijo de puta del administrador va a tener que explicar que hizo con el fondo de reserva! Viene su hija, ¡Mamá voy a llegar tarde! ésta casa es un desastre, nunca se puede encontrar nada, me pongo otra cosa, pero dejámelo en la silla que me lo quiero poner a la noche, chau.
Ella que se levantaba primero que todos siempre es la última en irse, abrió otro placard y en lugar del pantalón verde encontró una valija, en ese momento se dio cuenta que era eso lo que estaba buscando.

VALERIA VACCA


PAPA AL HORNO CON QUESO

Una papa, dos papas, tres papas bien peladas. En el fondo se escucha una música tranqui, más bien del estilo pop, que inunda todas las habitaciones de la casa. Termina de pelar las últimas dos papas y luego en una cacerola las enjuaga a todas. Una por una va tomando las papas, a las que va trozando en rodajas más bien finas. Una rodaja, dos rodajas, tres rodajas. Los niños duermen aún y piensa "ya no son tan niños, cada día van creciendo un poco más"; y el sonido que escuchaba cuando jugaban en épocas pasada, hoy son modificadas por las respiraciones profundas que se escuchan de ellos cuando duermen.
Toma una bandeja, le coloca agua y sal y la va tapando con las rodajas de las papas. Cubre el piso de la bandeja y luego troza queso fresco, el que al contacto con el calor se va derretir cubriendo la totalidad de las papas. Cubre otro piso con papas y le vuelve a adjuntar el queso. Echa un vistazo a las habitaciones y los niños aún siguen durmiendo y piensa "un ratito más y ya los voy a despertar como cuando eran bebes". Coloca la última capa de papas y la última capa de queso fresco.
Coloca la bandeja en el horno y mientras espera que pasen las dos horas de cocción comienza a recorrer la casa, inundada por la música que la acompaña.
Ya no recoge ni juguetes, ni útiles. Ahora junta la ropa tirada y tal vez algún diario íntimo o alguna carta de amor de sus niños.
Poco a poco la casa comienza a inundarse del aroma de las papas tostadas, y el ruido en ebullición del agua de la fuente se entremezcla con la música de fondo.
Es el momento de ir despertando a los niños como cuando eran bebés, un beso a uno, unas cosquillas al otro. Se van levantando y se van sentando en la mesa. Ella acerca la fuente y el aroma de las papas tostadas y el queso derretido hacen del almuerzo del domingo un encuentro exquisito entre una madre y sus hijos.

SANDRA BELANO



POMPEYA

Todas las mañanas salgo de casa, cruzo Av. Cruz y espero el colectivo 150 que me lleva a Pompeya y más allá la inundación. El trayecto es corto pero se hace largo, las paradas llenas de niños, abuelos, señoras y embarazadas. Bajo del colectivo, justo en el centro del barrio y veo gente que entra y sale de la Iglesia para pedirle a Dios.
Vendedores, facturas, muñecos, garrapiñadas, panes, y allí están ellos, los chicos de la calle durmiendo en cualquier parte, parecen estar muertos, sucios, con sus ropas harapientas sumergidos en un sueño profundo. La gente pasa y hace que no los ve. Les tengo miedo cuando están fumando paco y sus ojos están perdidos. Yo trato de entenderlos, pero no puedo. A ese lugar voy a trabajar todos los días. Allí está mi escuela.

CLAUDIA DELLI QUADRI


LLEGÓ FIN DE AÑO

Terminaron las clases y es momento de poner orden en este caos con forma de armario, así voy sacando: la carpeta didáctica, planificaciones sueltas de experiencias directas, una evaluación a medio terminar, dibujos hechos por los chicos, un caramelo de menta, una flor seca que me trajo de regalo Matías, láminas del 25 de mayo, un pedazo de dinosaurio sobreviviente de una lucha encarnizada con un robot, retazos de telas, botones, tapas que aún no encuentran a sus marcadores dueños, pedazos de crayones, una bolita, libros de cuentos, hojas de variados tamaños y colores, una toalla sin nombre, un cuaderno olvidado, una Plasticola vacía, y otros mil objetos que son los mudos testigos del año que pasó.

CLAUDIA MUGNOLO


SEGUIREMOS RIENDO

Ahí está él, dijo el enfermero. Me costó reconocerlo quieto, pálido, inerte; él no era él. Sus manos eran huesudas y llenas de moretones, seguramente por el largo tratamiento que acompañó tu lucha, sus uñas largas y desprolijas.
Su rostro reflejaba tranquilidad, se veía su incipiente barba blanca, sus ojos hundidos, y su cabello desordenado.
Sí, ese no era el hombre que yo conocía, con el que jugaba ajedrez y siempre me ganaba, con el que compartía la ópera Madame Butterfly en su televisor de cuarenta y dos pulgadas en aquel living donde la música resonaba en nuestros como si fuera una sala de cine, era todo un maestro, siempre preocupado por el confort.
Aquel hombre reía y disfrutaba, bromeaba con su enorme nariz que la ocupaba gran parte de su cara y achicaba sus pómulos rosados, sus ojos saltones y brillantes que despedían alegría y vitalidad.
Era un poco más alto que yo, pero él creía que era gigante, daba vuelas para acomodar sus piernas cortas como si no lo fueran, decía que su abultada panza le dificultaba encontrar una posición cómoda, reía, reíamos; creo que seguiremos riendo.

LAURA GENTILE


EL DEBER SER

Estoy cansada, no doy más, ¿cuándo termina el año?, ahora me apuro para ir a casa, ¿para qué? Tengo, tengo, tengo que hacer siempre algo, cuándo será el día que diga "Quiero", me lo pregunto siempre, y nunca me contesto. Tengo que estar conectada conmigo misma, dijo la psicóloga, si qué graciosa, para ella es fácil, total no tiene que ir al trabajo, como yo.
-¡Ay, mañana me piden el expediente que debía, me falta todo este mes!. ¿Tendré lechuga para esta noche? Bueno, respiro profundo, si es linda la vida, yo la elegí, ¿si me gusta lo que hago y por qué protesto? Seguro que me contagié de mi mamá, también tenía de qué quejarse, nadie la ayudaba, y bueno ¿para qué se metía en tantas cosas?
Ahora que pienso, yo soy igual! Ya sé me voy a dedicar al ocio, pero ¿cómo se hace?

viernes, 12 de noviembre de 2010

MÓNICA TARRAB


 LUNA LLENA


La lucila brilla y se multiplica en la neblina. Viene con espuma de otros lados y sus olas aún adolescentes me arrasan en blanco, tal como la quise abarcándome. Viene con lo mejor de adentro mío, y me pregunto si es un sueño cumplido, o quizás fui yo, que me fui amoldando. Es lo más deseado, realizándose en luz.
Por decirle algo, le digo che, rubia,  aunque no lo es. Muy blanca, para ser mía, y la dejo tan libre como pueda hacerlo, en el mundo. Sabiendo que no me pertenece, aunque el amor definitivo, lo conocí por ella. No deja de sorprenderme, la mayor parte de los días. Me maravillan sus crestas invisibles, su manera solapada de irrumpir. Que permanezca tan cerca, aún yéndose. Reconocerla porque la luna estalla, cada vez que vuelve con su oleaje acompasado.
Che, rubia, acordate, que te digo lo que te digo siempre, lo que otros cantan:
      
"Arroyo claro, fuente serena
 Tengo una gitanilla que es de carrera
 Cuando no tengo el alba, la tengo a ella".(*)

Eran dos pisos de escaleras anchas la primera vez que la iba a ver, y las resolví danzándolas en un viaje sin dolor, donde lo único que podía acariciar era el bolso con delicadezas que le tenía preparado. Fueron atrevidos los ojos inmensos que se me clavaron sin llorar.

Vamos a dejar la solemnidad a un lado, che rubia. Vení conmigo, vení a visitarme y contame algo que te guste. Tengo tu perfume llenando la casa, y siguen bailando en tornasol todos los colores que me fuiste regalando. Acostémonos en el piso boca abajo y haceme saber del día, seguro que hubo un día en que te sentiste mariposa. Mirame un ratito como la primera vez, y hagamos una postal radiante, como te suelo ver. Entonces, si querés te vuelvo a contar porqué elegí tu nombre, Nina.

viernes, 5 de noviembre de 2010

MARISA PRESTI



CONDENA
 
Era lunes. Un día difícil para Horacio Vallejos; abandonar las sábanas tibias, perfumadas por el aroma del cuerpo femenino que dormía a su lado, lo hizo desear apagar el sol que se insinuaba en la ventana. Fue una breve debilidad, siempre había sido estricto con sus responsabilidades y esa mañana no tardó en vencer la tentación de quedarse remoloneando en la penumbra.
La ducha caliente despejó la pereza de sus músculos, dejó caer el agua sobre su cuerpo los minutos exactos que le permitía la tiranía del reloj. Se vistió sin hacer ruido y con mejor humor se dirigió a la cocina para preparar café. Lo saboreó con ganas y a los tres cuartos de hora exactos estaba abriendo la puerta de calle.
El sol anunciaba una mañana agradable, y la vista del jardín que su mujer cuidaba con dedicación levantó un poco más su ánimo. Fijó la vista alrededor, pero no vio a ninguno de sus vecinos; era un barrio de chalet pequeños, nada ostentosos. Tanteó en su bolsillo la llave del auto, y al volver la vista hacia la casa en una silenciosa despedida, quedó paralizado: dos palabras habían sido pintadas en el frente. Dos palabras con aerosol negro, desparejas y titubeantes, que impactaron en su cerebro con la ferocidad de un balazo. ¿Quién pudo haberlo sabido?
En la desesperación de que algún vecino lo viera, maniobró nerviosamente el auto hasta ubicarlo de culata contra el frente. No tapaba mucho, pero por lo menos ocultaba a medias una de las palabras. Si su mujer llegaba a ver lo que estaba escrito ninguna explicación podía justificarlo. Tenía que pensar rápido, el tiempo le jugaba en contra.
Marcó en el celular los números de la oficina. Era uno de los empleados con mejor promedio de asistencia, en veinte años no había faltado más que por enfermedad, por eso se sintió seguro cuando escuchó la voz de Betiana, la recepcionista: Bety, se rompió un caño de la cocina, tengo todo inundado... Quédese tranquilo, le aviso a Ordóñez que está con problemas. Cortó con apuro, sintió las rodillas flojas y su mente se inundó de una ira amarillenta: ¿quién pudo saberlo? Hubiera querido llorar, su vida siempre fue cuidadosa, obediente de las normas, de las tradiciones, de todo lo que sus padres le inculcaron, pero ahora, aquel error podía cambiarla para siempre.
Tapar las dos palabras era vital; rogó al cielo que el negocio de Don Jaime estuviera abierto y caminó con agitación las tres cuadras que lo separaban de su casa.
Con una lata en su mano derecha y un rodillo en la izquierda volvió apresurado unos minutos después, estaba casi por llegar cuando un bocinazo lo obligó a darse vuelta: Buen día, Horacio, ¿cómo anda todo? La mejor amiga de su esposa lo saludaba desde el coche. Apenas pudo contestar, si veía la pintada no iba a dudar en contárselo. Ella lo saludó con la mano y, para su alivio, arrancó a considerable velocidad.
El pequeño golpe de suerte lo enfrentó con su miedo, se había salvado de la mujer pero podía suceder con cualquier otro, quizás más de uno la había visto sin que él lo supiera. Trató de recordar su actitud de aquellos días: ¿en qué se había equivocado? Creía haber actuado con la mayor prudencia; la cuestión era delicada, exigía reserva. Sin embargo, las dos palabras de tosca tipografía sobre la pared revelaban lo contrario. Alguien escarbaba con comodidad en su secreto.
Angustiado, apoyó la lata sobre el césped, dejó a un lado el rodillo y dio la vuelta para mover el auto. Al levantar la vista, vio que la pared estaba completamente blanca. Volvió a mirar. Nada. Ninguna letra ni rastros de pintura opacaban la prolijidad del frente, como si nunca hubiera sido manchado. Un escalofrío lo recorrió por dentro, ¿se estaba volviendo loco? Ya no era necesario pintar la pared, y sin embargo, lo hubiera preferido.
Sin poder pensar con claridad, abrió el baúl y escondió la lata y el rodillo bajo una lona vieja. Lo mejor era irse, si Amelia se levantaba no iba a poder explicar por qué se había demorado. Se acercó a la puerta del auto y de pronto retrocedió horrorizado: sobre la chapa gris claro resaltaban de nuevo las dos palabras cubriendo todo el lateral con chorreante pintura negra.
Horacio Vallejos no era un hombre devoto, pero en ese momento murmuró las oraciones que había aprendido de niño. El teléfono de la casa comenzó a sonar, fue la alarma que lo impulsó a subir al coche, darle arranque al motor y salir velozmente hacia la calle. Aceleró más de lo debido, con la conciencia clara de dejar al descubierto su propia vergüenza, el oculto pecado que ahora se hacía público. Esquivó autos y no se detuvo en ningún semáforo; con la vista fija, las manos agarrotadas sobre el volante, la mandíbula apretada, vio pasar las calles del barrio y la gente en las veredas como si fueran manchas deforme. Unas lágrimas comenzaron a nublar sus ojos. Si sólo pudiera volver atrás, murmuró angustiado, si sólo hubiera dicho no...
Subió a la autopista, a los pocos kilómetros tomó un camino lateral que lo llevó hacia un descampado. Conocía el lugar, había quedado grabado en su memoria desde aquel día. Paró el auto, quedó abrazado al volante llorando lágrimas que nunca había derramado en sus cuarenta y cinco años de vida. Pensó en la muerte, la muerte como refugio, el dolor de disolverse junto a la vergüenza antes de enfrentarse a los ojos puros. El silbato de un tren, a lo lejos, lo intranquilizó. Podía pasar alguien, quizás hasta llamaran a la policía al verlo dentro del coche, tenía que irse de allí. Pisó nerviosamente la hojarasca, pero algo lo hizo retroceder; no podía dejar que se vieran las dos palabras. Buscó unas cuantas ramas dispuesto a tapar el costado del auto, juntó todas las que pudo sostener con sus dos brazos y cuando levantó la vista las dos palabras habían desaparecido. Pasó la mano por la chapa, buscando alguna huella de la pintura negra que minutos antes estaba frente a sus ojos, pero salvo la tierra que se había impregnado nada parecía afectar la textura.
Aflojó el nudo de la corbata, su garganta parecía cerrarse como si se estuviera ahogando. Dejó caer las ramas; por unos minutos quedó inmóvil, abandonado al escalofrío que había empezado a recorrerlo. Aquella vez se dejó llevar, lo reconocía, pero el peor de los pecados no merecía lo que le estaba pasando. La soledad del lugar acrecentó su miedo, casi temblando abrió la puerta del coche y antes de arrancar, accionó los seguros de las cuatro puertas.
Llegar a la autopista le devolvió un poco de tranquilidad, los coches que iban y venían lo hicieron sentir menos solo. Decidió parar en una estación de servicio; en el incómodo baño se lavó la cara varias veces, se peinó y arregló el caído nudo de la corbata. Cuando arrancó nuevamente, algo lo llevó a pensar en la oficina, quizás era el único lugar para refugiarse por unas horas.
Las caras conocidas lo saludaron con sorpresa: ¿Qué hacés acá? Pensamos que no venías. Che, Vallejos, sólo a vos se te ocurre volver. Usted siempre tan cumplidor, lo halagó Betiana. Improvisó con sonrisa inventada una historia sobre el caño roto y se dirigió a su oficina. Al cerrar la puerta, sintió angustia. Algo había cambiado para siempre y una tristeza de muerte le cubría la piel.
La pantalla en negro de la computadora encendida lo llevó maquinalmente a mover el mouse. Lentamente, del fondo oscuro, emergieron con grandes letras rojas las dos palabras.

LILIANA LA GRECA


¿ESCUCHASTE?
 
-¿Estás segura?
-Muy segura.
-¿Y cómo te diste cuenta?
-Lo vi. ¿Me entendés?. Lo vi.
-¿Y ahora?
-Y ahora no sé qué hacer con esto. Me molesta. Me duele. Me incomoda, me corroe, me llena el alma de remordimientos y de angustia. ¿Me entendés?
- ¿Y cuál es el camino?
-No sé. O sí sé. Toda mi vida supuse que solo había uno… La verdad.
-¿Entonces?
-Tengo miedo… No puedo olvidar esos ojos imperturbables, inquisidores, paralizantes, que en el preciso momento en que la mató… me miraban fijamente.
-¿Y después?
-Creí que seguía yo, que me mataría. Todo transcurrió fugazmente. Ella se desplomó sobre mis pies, allí en la cola del Banco. Corridas, alarmas, gritos… y el mundo que daba vueltas y vueltas… La policía… ¿Qué pasó? ¡Hable! ¿Puede reconocer al asesino? ¿Cómo era? ¿Cómo estaba vestido?... ¡Basta! ¡Basta!. ¡Me estoy volviendo loca!.
-¿Qué vas a hacer?
-Tengo miedo. Lo conozco. Sé quién es, dónde vive, qué hace, ¡cómo se llama!
-¡Qué terrible!
-¿Por qué no me mató? Y ahora… ¿qué hago con esto?
-¿Te vas a quedar aquí?... ¿Él también sabe dónde vivís…?
-Sí.
-¿Escuchaste?... Alguien quiere abrir la puerta.
-Sí.
-¿Alguien tiene llave?
-No.

SANDRA VIDAL


LA ABUELA

Se sienta en el mismo sillón desde hace treinta años, en la misma cuadra del mismo pueblo, enfrente tiene las casitas cuadradas, desteñidas algunas, blanqueadas otras. En la esquina el chalecito más lindo del pueblo, las tejas parejitas y brillantes de tanto pasarles laca, su dueño Don Domingo se esmera para que reluzcan a pesar de los años, la lluvia y el sol, por eso la abuela siempre las ve del mismo color naranja, tal vez por la luz del atardecer ya que no distingue bien los colores.
Todos los días sale a la misma hora, no se puede salir a la vereda antes que el sol decline, el calor es insoportable, pero más sofocante es adentro, por lo menos afuera el camión de la municipalidad pasa regando y refrescando las calles, sino no podría ver nada por el polvo que levantan los autos, la tierra se asienta y ella se entretiene contemplando el dibujo de las gotas en el polvo, el morocho del camión sabe lo que hace, el agua cae pero no hace barro, la velocidad es constante y el flujo de agua parejo. El camión de la municipalidad pasa siempre a la misma hora, ella no precisa usar el reloj, nunca tuvo uno, no sabe para que sirve, tampoco entiende a quién le puede interesar esa maquinita ¿Quién la habrá inventado y para qué? Si cuando cantan los gallos son las cinco, los zorzales llegan a las seis, sus hijos se levantan a las siete, sus nietos se van a las ocho, vuelven del colegio a las doce y media, almuerzan a la una, toma el remedio a la una y media, se acuesta a las dos se levanta de su siesta a las cinco, el camión pasa a las seis, Don Domingo vuelve de la mercería a las siete, el sol se pone a las siete cincuenta y a las ocho el pueblo queda desierto, todos entran a ver la novela.

VALERIA VACCA


PASOS

Zapatos de cuero, cuerina, con taco, sin taco, zapatillas deportivas, viejas y nuevas , limpias y sucias. Van, vienen, vienen, van. Algunas se pisan, otras no, algunas se apuran, otras van lentas. De repente nada, sólo se ve la vereda, gris y sucia, con algunos papeles y colillas de cigarrillos. Algunas miguitas hacen que las palomas se peleen por ellas, dos palomas, tres palomas. Allí mismo aparece un pequeño gorrión y tan rápido como vino tomó las miguitas entre su pico y se fue. Las palomas empezaron a caminar desorientadas. Una se me acerca, cada vez más y más. Plaf, plaf, se escucha el aleteo y salen volando. Claro, unas pequeñas zapatillas negras y con luces aparecieron corriendo. Bruscamente se detienen, justo enfrente mío. Se aproxima con un paso pequeño y tembloroso, cada vez más y más cerca. Ya a poca distancia, esas zapatillas quedan inmóviles, justo en la línea de mi visión y como si hubiera venido una ráfaga, las zapatillas dan media vuelta y desaparecen.
Otra vez, por un instante la vereda vacía, gris, sucia. Se acercan unos zapatos negros, muy lustrados, conocidos para mí. Se detienen, me acaricia. No logro ver la mano pero reconozco ese olor y esa forma de acariciar. Esa mano cálida me acerca un trozo de carne y me vuelve a acariciar una y otra vez. Ahora retira la mano y siento algo cálido y húmedo en mi hocico. Una voz me dice "hasta mañana".

MIRIAM YANNUZZI


EL GATO DE CERÁMICA
 
El resplandor de un relámpago atravesó la ventana, y un trueno anunció la inminente tempestad. La lluvia cayó con fuerza y el viento hizo temblar la casa, en medio de una oscuridad que trastocaba el misterio.
Un maullido agudo hizo vibrar los tímpanos de Isabel, que se sentó en la cama y corrió a encender la luz, chocándose los muebles que encontró a su paso. Cuando por fin presionó la perilla, nada. A tientas llegó a la cocina y encendió una vela. Sombras gigantes la rodearon, y caminó con paso vacilante hasta su dormitorio. Entonces lo vio; inmutable, negro, frío, parado a los pies de la cama, al gato de cerámica, única herencia de su tía Eulalia, una pintora excéntrica y solitaria, que había muerto hacía dos meses.
Isabel tomó el gato y lo miró con curiosidad. Lo iba a cambiar de lugar cuando notó que en la base había un papel pegado, lo sacó y vio que estaba escrito. Era una nota de su tía que decía: "Querida sobrina, te dejo mi más preciado tesoro, mi mascota Rubin. El pobrecito murió cuando estaba en Egipto pero hallé la forma de recuperarlo. Cuídalo mucho, era mi compañero incondicional. Con todo mi amor, tu tía Eulalia".

ESTELA ADRIANA FAVIA


CAMBIOS
 
Te habías convertido en un hombre dócil, cuando se notaban aquellos logros inesperados. Él que te conocía podía ver esos cambios, tan sólo con tu forma de hablar amable y serena. Nada tenías que ver a ese ser violento. ¿Recuerdas?. Vivías a las piñas por una cosa u otra, siempre a las trompadas.
¿Y entonces, qué había sucedido?, ¿Te habías convertido en un hombre dócil? Después de tanto odio que te llevó a sacar lo peor de vos. Luego, un ser de luz nació en tu persona. Tal vez, aquella mujer que te señalaba algo diferente en la vida, amor, cordialidad, calidez, simpatía.
Aparentemente ella habría contagiado en tu persona, un alma dócil, algo poco esperado, jamás creído. Pero observo, que sólo fue por poco tiempo.
Cuando ella se alejó de vos, tu esencia salió a la luz…porque ésta no cambia. Todos creímos que tu vida había dado un vuelco, que eras dócil, manejable, pero todo volvió a ser como antes, un hombre necio, sin paz ni gloria, peleado con la vida, insoportable.

jueves, 4 de noviembre de 2010

JOSÉ MOLINA


MIRAS TELESCÓPICAS

Llueve torrencialmente. Hace frío, de esos que calan los huesos. El agua moja mi traje de fajina hasta mis carnes metálicas y llega hasta mi ojo vitrio. Para nada me impide ver el escenario en que me encuentro. Por momentos las gotas se tiñen de rojo intenso y luego se empalidece hasta recobrar la transparencia y la cristalinidad. Esta misma situación se repite entre fuegos, chispas y olores de muerte. Pasan las horas. Todo va cambiando.
Por momentos, mi ojo se empaña como no queriendo ver lo que veo. Intento fijar a mirada cuando una corona de barro y agua se levanta para desplomarse muy cerca de mí. Un cuerpo inerte competa el episodio. Gritos. Una mano palpa el cuello. El gesto lo dice todo. Lágrimas recorren el rostro de quien busco la vida ya sin pulso en el cuerpo abatido. Sigo mirando fijamente. Algunos otros vitrios recorren el campo. La luz láser indica el blanco y al instante otra corona de barro y agua y otro cuerpo que cae. Más gritos, más manos buscan la vida. Estoy al borde, de la trinchera, disfrazada para que no me reconozcan. En la profundidad sigue tirado, no respira, pienso que está muerto. Era mi dueño quien jalaba de mi boca de pólvora y mis lenguas de grito y fuego.
Ruidos de motores desde el aire, por tierra, sonidos sordos y olor a muerte envuelven el lugar.
Giro buscando la vida, a alguien que me saque de este lugar, a alguien que me cubra del frío metálico y me guarde en un cofre y me entierre en el seno de la tierra a descansar eternamente hasta que el oxido se apodere de mi y me destruya en el más absoluto silencio.

GRACIELA NÚÑEZ



ASTUCIA FRUSTRADA

¡A mi no me engaña! Es indudable que aprovechó mi ausencia para irse de farra. No soy estúpida. Estoy convencida que se hace el que no escucha el celular porque si me atendiera tendría que mentirme, obviamente. Seguro que cuando me vea va a decirme que el teléfono se lo olvidó en el auto o que se había quedado sin batería o vaya a saber que invento se le ocurrirá…
Pero yo voy a estar preparada para no creerme esa mentira, no importa cual fuera, no le tengo que creer. ¡Este tipo pretenderá convencerme! ¡Qué ingenuo! De ninguna manera voy a permitirle que insulte mi inteligencia. Voy a exigirle que me diga la verdad. ¿Qué se piensa? A mi no me pinta la cara nadie, yo me la pinto sola.
Mil veces le advertí y el muy idiota se la da de vivo. La astuta seré yo. Ahora mismo voy a llamar a sus amigotes y les diré que recibí una llamada donde me decían que lo tenían secuestrado y de esa manera si alguno de ellos sabe algo de él o están juntos se lo van a contar y así voy a descubrirlo. ¿Qué se piensa este tonto? ¡Engañarme a mí! Ya va a ver lo que le espera….
Tengo que hacerme la desesperada, demostrar que ese llamado recibido me sobresaltó para que de ninguna forma él advierta que lo estoy controlando. Tendré que poner voz de llanto, entrecortada y así me creerán y les sonsacaré la verdad. Una vez que hable con él debo lograr que me prometa que nunca más me apagará el celular y dejarme intranquila. La idea que tengo pensada es para mentalizarlo que la mentira tiene patas cortas y que a la larga todo se sabe. Debo asustarlo, hacerme la dura y no perdonarlo porque no es la primera vez que me lo hace pero quiero y necesito que sea la última por mi propia salud mental.
Me suena el teléfono. Seguro que es él. Debo poner en práctica todo lo pensado. Voy a atender. Escucho la voz de su madre del otro lado de la línea, llorando y diciéndome que a su hijo lo habían secuestrado.

MARTÍN GARAY


EL HOMBRE EN EL ANDAMIO
 
La ciudad es calma vista con altura, como una lejanía hacia arriba donde el silencio lo calla, donde está sólo y acaso existe un hombre que sale de él y sube aún más volando sin ningún andamio. Hay un balde blanco decidido a moverse con sus manos y un balde amarillo cuya función real es la de ser amarillo. Mientras vuela hace el trabajo de mirar el horizonte borroso, como si fuese un marino y la ciudad un mar uniforme. El ruido yace abajo y en la altura una compañía en lo alto vive del cielo y se desnuda en silencio mientras el sol es amarillo como el balde quieto, que yace a su lado. Se imagina a solas con la ciudad sin andamios, se siente vacío y en silencio, andando por el viento y las nubes. Obrando sobre el tablado tendido en el espacio incoloro de la urbe, solo escucha el ruido opaco del balde que es su propio ruido.
Ella no tiene por qué subir hasta a lo alto, más sin embargo prefiere ver el avance de la obra y constatar junto al plano la verdad de los hechos. Lo extiende y reconcentra el trazo preciso de una recta cuyo reflejo húmedo traza una senda en sus ojos, cuencas claras de un rostro más infantil aún con su casco amarillo. Una sonrisa tenue entiende entonces el final de una línea, como el fin de una octava disuelta en el aire compuesta tal vez para sí en ese instante. Rostro recién recibido con seriedad de quién aún no ha sido serio. Mirada de aroma a niña.
Con súbita prudencia la encuentra en la cumbre del edificio. Salga al sol la tensión trazada, él le advierte el andamio como un camino seguro hacia la nada. Apenas pasado el mediodía los despertó una campana cerca, como a una cuadra.
Supo él de los días sucesivos de ella llegándole hasta el mentón, no impidió cerrar los ojos cuando en su pecho la sintió temblar. No la evitó cuando le perdió el miedo, hombre alto con algo de blanco en el pelo; endurecido, trémulo taxativo, la hirió sin saberlo cuando intentó apartarla.
Faltó un día. Llegó a darle no obstante mediodías de campanas vírgenes, desamparos fieles al acecho del sosiego inevitable creado por ambos; sin ruido opaco de baldes blancos o amarillos, sin cascos protectores. Fatales gemidos y una especie de lágrimas mudas, improvisando una danza. Salieron a bailar neciamente sobre el andamio, tan solo girar con cuidado porque la altura es hecha de belleza.
Llegó a verse encerrada entonces entre muros de aire fértil, elevados en el angosto piso de una línea recta de maderas de viento, de sol de mediodía. Vez en la cuál él la sintió débil y virgen e incapaz de salírsele del pecho. Abusada entre vallas que queman creyó una trampa imprecisa. Muchas visitas de danzas solas por encima del mudo ruido de la urbe.
Bailó con él la melodía imaginada del andamio, obró con lágrimas de sangre transparente. Soñó ella y lo sintió adormecido a tal modo de ser él quién la sueña importunada. Lo llevó hasta el extremo de la tabla, allí hasta donde termina el hombre. Cuando posó ambas manos sobre el pecho, él las sintió. Se aceptaron de algún modo y no fue más el hombre fuerte a lo alto, se sintió vacío como el balde amarillo, se dejó caer a los retiros del aire pero ella atravesó el andamio, recogió su plano y no volvió más.