domingo, 7 de septiembre de 2008

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


EL MAESTRO

Cuando Antonio Zabala recibió la noticia de la venta de la casa de su abuela, sintió una alegría inmensa. Si bien le tocaba en suerte una sexta parte de la herencia, iba a alcanzarle para comprar lo que siempre había soñado: Un automóvil... Abrió una botella de vino tinto y brindó con Clara, su mujer. Se abrazaron.
Clara pensaba en unas vacaciones en la costa, en un paseo, con el niño, por el zoológico... en dar una vuelta por el río... pensaba en muchas cosas mientras llamaba a sus amigos para contarles las buenas nuevas. Antonio, en cambio, bebía en silencio. Miraba sin ver los programas de televisión y sonreía. Pero en vez de pensar en paseos y viajes, tuvo un pensamiento oscuro. Un único pensamiento enfermo que había ido madurando con los años.
El hombre siguió tomando y tomando hasta terminar la botella. El despertador de las cinco sería implacable, al igual que la tarjeta que tendría que marcar a las seis. Se levantaría con resaca, y por la tarde, después de comer, le daría modorra. Pero nada de eso le importó en esa noche de festejos...
Se acostó muy tarde y la jornada siguiente estuvo hecho un zombi. Cuando salió de trabajar pasó por la inmobiliaria dónde firmó unos papeles. Luego compró la revista "Segundamano" y estuvo hasta las siete marcando los autos que le interesaban. Antonio amaba los modelos antiguos, aquellos hechos para perdurar. Los fierros nobles, las dimensiones amplias... Su auto preferido era el Rambler por que en uno modelo 70, junto a un amigo, habían recorrido el país. Armaron y desarmaron el motor hasta hacerlo sonar como querían. Lo pintaron. Lo pulieron... Conocía a la perfección su sistema de frenos, su amortiguación... Muchas tardes, durante años, habían trabajado en la vereda hasta el anochecer, cuando los vecinos comenzaban a protestar. Los recuerdos venían tan justos y afinados como el motor que entonces bramaba furioso...
Fue a ver un Rambler modelo Ambasador, pero ni bien entró al garaje, sintió un nudo en el estómago. Suspiró por ese auto tan bien conservado que tenía todas sus piezas originales. Muchas estaban cromadas y reflejaban la luz del farol. Las butacas intactas, la radio AM que funcionaba a la perfección... Antonio se retiró sin siquiera preguntar el precio porque no era ese el auto que buscaba... Él no quería una reliquia ni piezas originales. Tampoco quería confort. Lo que necesitaba era potencia y fuerza bruta...
Vio otros autos pero ninguno lo convenció... Finalmente encontró un Rambler modelo 72, y cuando escuchó el motor, supo que al fin lo había encontrado, 4 bancadas y 6 cilindros que lo llenaron de emoción. Fue a buscar la plata a su casa. Firmó. Y después de tantos años, volvió a cruzar la ciudad en un viejo Ambasador. El volante, la distancia de los pedales, el asiento inmenso... Los fierros habían resistido el paso del tiempo. Todo era igual que ayer, todo menos él. Ya no quedaba en su conciencia rastros de aquel hombre idealista. Nada quedaba de su corazón puro y generoso. El tiempo había hecho estragos con sus virtudes. Los años lo habían embrutecido. Le habían resquebrajado las manos y retorcido como un rollo de alambre oxidado. La sociedad lo había convertido en una sombra de rencor que oscurecía sus días.
Cuando Clara vio el auto no pudo ocultar su desagrado y lo tomó como un capricho de la nostalgia... Fueron a pasear a la costanera. Pescaron, comieron en un puesto en la calle. De regreso y a pedido de Clara, pasaron por el rosedal y terminaron la noche en una heladería...
Como primera salida, Antonio pensó que había ido excesivo. No era para hacer turismo ni para pasear con su familia que había comprado el auto. Pero después pensó que no estaba mal hacer feliz, tan solo por una noche, a los suyos.
Al día siguiente al Rambler en un taller mecánico y estuvo toda la semana viajando como siempre, en bicicleta, a su trabajo.
Pronto comprobó la dureza del paragolpes que había mandado colocar. Era una grosería de fierros fabricados para camiones que fueron adaptados al viejo Ambasador, convirtiéndolo en una masa compacta...
Antes de salir a cumplir su sueño, se cercioró de que estuvieran al día todos los papeles. Puso el auto a su nombre. Lo verificó, sacó el registro. Arregló todas las luces, los guiños. Compró balizas... Lo último fue ponerle cuatro cinturones de seguridad y cambiar los neumáticos.
Finalmente llegó el día. Fue un lunes por la tarde, luego de trabajar. Se puso el mejor traje y lustró los zapatos. Se cruzó el cinturón, y luego de encomendarse a Dios, tomó la avenida. Miro sus manos sobre el volante, estaban temblando.
En el espejo retrovisor observó su rostro pálido y pudo ver como bajaban por las mejillas unas gotas de sudor. Tenía taquicardia...
Pasó a unos colectivos, esas máquinas del infierno que tantas veces habían puesto en peligro su vida. Pensaba en los choferes que habían perdido el alma en el asfalto.
Antonio odiaba con todas sus entrañas a esos seres diabólicos, sin moral ni compasión. Los había insultado hasta quedarse sin voz (A dos de ellos llegó a molerlos a palos) Tantas veces lo habían encerrado, lo habían obligado a doblar junto a ellos para no ser atropellado. Con su antigua bicicleta tuvo que subir a muchas veredas para evitar el colapso.
Los taxistas, los remiseros, los autos particulares... todos habían aportado su granito de una arena oscura, siniestra, en el inmenso mar de cemento en que se había convertido la ciudad.
Antonio tenía siempre el mismo pensamiento que volvía a asaltarlo una y otra vez. Solía comparar las leyes de la selva con las de la calle. Sólo habría de sobrevivir el más grande. Y a pesar del desarrollo del hombre, de su inteligencia, de millones de años de evolución, en la calle seguía siendo el mismo animal que en la jungla. Los más fuertes se comían a los más débiles. Los más grandes se imponían a razón de fierros sobre los más chicos. El hombre había llegado a la luna. Había escrito El Quijote y la novena sinfonía, pero era incapaz de respetar a un humilde operario que iba en bicicleta a no hacer otra cosa que trabajar.
Cierta vez había llegado a sus manos un poema de Charles Bukoswsky. Tanto y tanto lo impresionó que lo aprendió de memoria y solía recitarlo en voz baja. Eso ocurría después de algún encierro. Luego de haber puteado y maldecido, mucho después de rumear su grito de indignación y de impotencia: "Manejando a través del infierno”

La gente está exhausta, infeliz y frustrada, la gente es
amarga y vengativa, la gente está engañada y temerosa,
la gente es iracunda y mediocre
y yo manejo entre ellos en la autopista y ellos
proyectan lo que les han dejado de sí mismos
en su manera de manejar.
Algunos más odiosos, algunos más disimulados
que otros.
A algunos no les gusta que los pasen, e intentan
evitar que otros los hagan.
Algunos intentan bloquear los cambios de carril.
Algunos odian los autos más nuevos, más caros.
Otros en esos autos odian los autos más viejos.
La autopista es un circo de emociones
chiquitas y baratas, es
la humanidad en movimiento, la mayoría
viniendo de un lugar que
odia
y yendo a otro lugar que odia todavía
más.
Las autopistas nos enseñan en qué
nos hemos convertido y
muchos de los choques y muertes son la colisión
entre seres incompletos, entre vidas penosas
y dementes.
Cuando manejo por las autopistas veo el alma de
mi ciudad y es fea, fea, fea: los vivos han
estrangulado
su corazón."

Ahora era feliz al sentir que tenía en sus manos la posibilidad de hacer justicia... La primer víctima fue un automóvil Peugeot 405, conducido por una mujer de mediana edad. Una rubia platinada. Con una mano sostenía el volante, con la otra, hablaba por celular. Antonio no podía soportar a los conductores que se la pasaban violando las normas. Había visto muchos accidentes. (Cierta vez escuchó la historia de un taxista que por mandar mensajes de texto, no vio al auto que frenó delante suyo)
Volvió a pensar en la mujer que conducía y hablaba, y se detenía para girar a la izquierda. Antonio no quiso frenar. Quiso hacer valer su tiempo, por más que no tuviese nada que hacer.
La mujer que no había tenido tiempo de leer las reglas de tránsito, o quizás, las había olvidado. El impacto fue rotundo y la parte trasera del Peugeot quedó hecha un acordeón. La mujer bajó con marcadas señas de dolor. Se tocaba la espalda, maldecía... ¿Cómo no frenaste, animal? ¿No viste que puse el guiño?
-Disculpá, no te vi- dijo Antonio con una irónica sonrisa- La mujer comprendió, y supo por ese gesto, que el choque había sido intencional. Sufrió un ataque de nervios. Gritó y gritó e intentó rasguñar el rostro de Antonio que seguía riendo...
Por la esquina pasó un patrullero que de inmediato se detuvo. Antonio apoyó sobre el capot el sobre dónde tenía los papeles, y observó con detenimiento el frente de su Rambler. Ni una marca, ni un rasguño. Cuando la mujer pudo calmarse entregó su registro al uniformado que la multó por girar en un lugar prohibido, y tuvo que esperar una hora a que una grúa se lleve el auto a un taller.
Lo que más bronca le daba era la intencionalidad y todos los perjuicios que sufrió. Como había cometido una infracción, el seguro no le cubrió los gastos que salieron una fortuna. Tuvo que tomar mil remises en el mes y medio que tardaron para componerle el auto, y tuvo que perderse toda una mañana haciendo cola para hablar con el juez y pagar la multa. Estaba indignada. Hablaba con unos y con otros, y a todos les contaba de la locura de este hombre y de su propia impotencia, pero en vez de escuchar el coro de voces en apoyo que esperaba escuchar, fueron otras las voces que obtuvo como respuesta. Voces de duda que hacían hincapié en la infracción cometida. Entre un arreglo y otro tardó dos meses en recuperar el auto y muchos meses más para recuperar su economía. Durante noches soñó con el rostro de Antonio y con esa sonrisa malvada que no podía olvidar. El incidente fue una gran lección porque nunca más volvió a girar a la izquierda en un lugar prohibido. Antonio nunca lo supo y siguió su derrotero por las calles del conurbano bonaerense.
La siguiente víctima de su gesta heroica fue un Renault Clío conducido por un hombre robusto, de talla alta, que cruzó una avenida cuando el semáforo ya había cortado. Antonio estaba muy cansado de estos conductores rezagados. Estos "Pícaros" que en vez de frenar, aceleraban. El también aceleró. El choque fue tan fuerte que el Renault volcó. Antonio se desprendió el cinturón y fue a socorrer al conductor que había quedado entre los fierros. Con dificultad lo ayudó a salir, lo acompañó hasta la vereda donde lo sentó bajo la sombra de un árbol.
El hombre se ahogaba en una tos continua. Escupía sangre... Cuando al fin pudo tomar aire siguió insultando hasta que Antonio, cansado, le contestó: -Oiga, entiendo que esté enojado, pero no fui yo el que pasó el semáforo en rojo. Ni bien terminó de pronunciar la frase se escuchó la sirena del patrullero que se comunicó con una ambulancia. Antonio fue a declarar, y luego de varias horas, recobró la libertad. Supo por los llamados del oficial, que las heridas del hombre revestían cierta gravedad. Pensó que se había excedido, pero después pensó que el accidente sin duda había sido una gran lección para el infractor...
Y así siguió embistiendo a unos y otros, haciendo justicia, educando a los choferes... Le gustaba chocar a los vehículos que manejaban con verdadera saña, malintencionados. Esa manera de conducir tan compradita. Para todos Antonio tenía un correctivo que inexorablemente llegaba, y una vez que ponía en marcha su noble Rambler, ya nada podía detenerlo. Si algún conductor cometía una maniobra incierta, allí estaban los tremendos paragolpes para volver a enseñarle el camino...
Embistió de frente a un Gol que tenía su carril ocupado por vehículos estacionados. El justiciero no quiso frenar ni aminorar la marcha, era el Volsvaghen el que debía hacerlo. En un mundo donde se habían perdido los valores, los gestos de cortesía y la buena educación, él iba a volver el tiempo atrás, iba a ir en busca de los buenos modales. Fue una maniobra inesperada y por primera vez Antonio se vio en apuros. Iban a cierta velocidad y el impacto fue contundente. El conductor del Gol estuvo un mes internado con politraumatismos. Al Rambler esta vez no le alcanzó el paragolpes. Se rompió el radiador y el auto estuvo parado una semana. Antonio también tuvo que reparar las ópticas y arreglar el capot que quedó doblado, pero muy lejos de amedrentar siguió su camino de justicia. Aún no se animaba con los colectivos pero poco a poco fue tomando coraje. Tampoco era cuestión de ser kamikaze y embestirlos de frente, había que buscar una estrategia y pronto la encontró. El Rambler Ambasador convertido en misil apuntaba directamente a los ruedas que eran el talón de aquiles. Un certero golpe, de costado, sobre los neumáticos, era capaz de romperles el eje e inmovilizarlos, y una vez que aprendió el truco comenzó a chocarlos. Los choferes lo querían matar y más de una vez se tomaron a golpes de puños. De tanto en tanto Antonio volvía a la casa con un ojo hinchado. Clara estaba desconcertada y ya no sabía qué pensar. Jamás se imaginó las andanzas de su marido.
Luego de cada choque y de cada gresca, aparecía la policía. Iban todos a declarar. Encontraban culpables a los choferes que eran multados, y las empresas tenían serios problemas con las compañías aseguradoras...
Y así eran los días de Antonio y su rutina de siniestros. Todas las tardes, después de trabajar, salía a cazar infractores. Fue cambiando de barrios y de ciudades, y llegó a conocer todas las comisarías. Su economía comenzó a verse resquebrajada por los continuos repuestos que debía comprar. Pero nada del mundo podía detenerse. Él sabía que le iba a resultar difícil educar a todos los ciudadanos, era una empresa faraónica en la que estaba en juego, además, su salud. Por cada choque, por cada enseñanza de buenas costumbres, Antonio esperaba dejar una lección de vida que no habrían de olvidar. En el fondo de su alma sabía que no estaba equivocado, y que sus impactos iban a dejar huella en la forma de conducir de la gente. Tuvo que enfrentar uno y mil juicios de los que salió indemne. Contrató a un buen abogado que se la pasaba haciendo contra juicios, y con el tiempo comenzó a vivir de las indemnizaciones. A veces, cuando bebía, llegaba a la triste conclusión de que estaba enfermo. Pero sabía también que estaba enferma la sociedad. El era un fruto extraño de esa locura en la que vivía, y por más que se había propuesto dejar de chocar, cuando estaba en la calle no podía dejar de hacerlo. Los demonios atroces se apoderaban de su alma y sobre todo de su pie, que noche a noche volvía a surcar la ciudad, apretando a fondo el acelerador.

PEPE MANCINI


CORAJE

Hubo una vez un emperador que convocó a todos los solteros del reino, pues era tiempo de buscar pareja a una de sus hijas.
Todos los jóvenes asistieron y el rey les dijo: "Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros, al cabo de 6 meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y la planta más bella ganará la mano de mi hija".
Así se hizo, pero hubo un joven que plantó su semilla pero no logró germinarla, mientras tanto, todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían crecido en sus macetas.
Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas. El joven estaba demasiado triste pues su semilla nunca germinó. Ni siquiera quería ir al palacio, pero su madre insistía en que debía ir pues era un participante y debía estar allí.
Con la cabeza baja y muy avergonzado, desfiló último hacia el palacio con su maceta vacía. Todos los jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo se rieron y se burlaron de él, en ese momento el alboroto fue interrumpido por el ingreso del rey, todos hicieron su respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas.
Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía. Atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción.
El rey dijo entonces:
"Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos ustedes se les dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el coraje de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece".

Aristóteles decía que el coraje es la primera virtud humana porque es la que hace que todas las demás sean posibles.
El coraje es como un músculo que puede ser fortalecido y desarrollado con el ejercicio adecuado o puede crecer flácido en el camino de la resignación.
¿Cómo te observas a vos mismo en este ámbito?
¿Sos de las personas que enfrentan con coraje los desafíos de la vida?
¿O te quedas esperando que cambien las circunstancias afuera?

El coraje no es la ausencia de miedo. Es ver la posibilidad de que lo peor ocurra y hacer lo que hay que hacer de todos modos.
Ronit Herzfeld

Veamos que dice el diccionario de esta palabra. Se define al coraje como la cualidad de carácter que te permite enfrentar el peligro o las cosas desconocidas con valor aunque no sientas confianza.
Y como dijimos que lo podemos considerar como un músculo a desarrollar.
¿Cuál podría ser una rutina de ejercicios que nos permitiera fortalecerlo?
Lo primero que se me ocurre pensar es ejercitarlo
¿Cuál fue la última vez en que un miedo te frenó?
¿Qué precio pagaste por eso?
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo aun sintiendo miedo?
¿Cuál fue tu premio?

El coraje es el poder de abandonar lo conocido.
Raymond Linquist


Una forma de fortalecerte en esta rutina es que pudieras hacer una lista de todas aquellas oportunidades en que actuaste con coraje sintiendo valor y haciendo mas allá de tus limitaciones y confianza.
Es importante recordar estos momentos y cuáles fueron sus resultados porque en ellos encontrarás la fuerza futura para enfrentar otras circunstancias con coraje y valor. También podría ser interesante que te relacionaras con que otras cosas te hubieran sucedido si no hubieras actuado con ese coraje.

Todos tus sueños pueden convertirse en realidad, si tienes el coraje para perseguirlos.
Walt Disney.

Ponerte en contacto con él también puede ser un ejercicio que lo fortalezca.
Por ejemplo recordar la última vez que sentiste valor, ponerte en contacto con eso. Reconocer en que parte del cuerpo lo sentiste. Tocar con la mano esa parte y volver a sentirlo como si tocando ese lugar el coraje apareciera. Hacer dos respiraciones profundas y volver a sentir como el poder surge.

Coraje es hacer aquello a lo que le temes. No puede haber coraje sin miedo.
P. Haynes

Piensa que el coraje es parte de ti mismo. Imagina que en un tiempo muy cercano lo puedes necesitar. Visualízate teniendo coraje, recordando las veces que lo tuviste con éxito, dándote la fuerza que necesitas para enfrentar lo que te da miedo
¿Cómo se siente sentir coraje?
Recuerda que te pertenece, es parte de vos mismo y está siempre disponible cuando lo vayas a necesitar.

¿Qué caracteriza un buen líder? Curiosidad, empatía, inteligencia práctica y coraje.
Beberly Pearson.

Si en estos momentos estas sintiendo un deseo interno de producir un cambio en tu vida, será necesario atravesar un nuevo camino donde nunca antes has caminado. Escuchas una "llamada" para internalizarte en un espacio desconocido. Todo esto requiere coraje. Crecer requiere coraje. Para crecer necesitas atravesar caminos que son difíciles de transitar y enfrentarte con situaciones que preferirías no hacerlo. Vas a sentir emociones que no estas acostumbrado a sentir. Muchas veces esos sentimientos son muy fuerte y hasta pueden ser dolorosos. Crecer requiere coraje y confianza en uno mismo y el premio es encontrarse, reconocerse y animarse a SER.
Yo tengo el coraje de:

- Enfrentar y transformar mis miedos.
- Confiar en mi mismo.
- Hacerme responsable de mis propias elecciones y decisiones.
- Honrar mis necesidades.
- Estar en contacto con mis emociones y mostrarlas.
- Poner límites cuando así lo considero.
- Decir SI sólo si quiero decirlo.
- Tomar riesgos y aceptar desafíos.
- Ser totalmente honesta conmigo mismo.
- Planear el futuro , pero vivir en el presente.- Dejarme guiar por mi intuición y sabiduría.

CORA STÁBILE


EL AYER COBRÓ VIDA

Habían pasado muchos años de la aparición del libro "Memorias de una ...", en 1974 César Tiempo publica una obra llamada "Clara Beter y otras fatamorganas". En ese entonces ya era un adulto de 68 años, con una vasta experiencia en distintas disciplinas del mundo artístico.
Grande fue su sorpresa cuando un par de meses después de dicha publicación, recibió una carta de una mujer que estaba enojadísima, le recriminaba con dureza el haber hecho pública la vida privada de una gran persona que había sido su madre.
A esta altura el estupor del escritor era enorme, continuó leyendo con avidez y supo así que Clara Beter había existido, que se entregó a una vida licenciosa después de ser abandonada por su hombre cuando le comunicó que estaba embarazada.
Esa era la única forma que había encontrado para brindarle a su hija una estupenda educación, una vida cómoda y sin sobresaltos.
Esa Clara Beter, increíblemente real, había fallecido seis meses antes y su hija le pedía, más que pedirle le exigía que de cualquier manera reparara el daño que les había causado.
El escritor releyó varias veces la carta, ¡no lo podía creer! ¿qué había sucedido? ¿cómo reparar algo que él no quiso provocar?
Durante tres días estuvo tratando de resolver la cuestión y finalmente decidió contestar la carta.
Señorita
Clara Beter:
Me dirijo a Ud. para tratar de explicar el suceso más increíble del que he sido involuntario protagonista ....."
Las palabras le fueron surgiendo unas tras otras, llenó cuatro hojas, al día siguiente fue al correo y la despachó.Nunca tuvo respuesta, jamás supo si eso había sido una broma de mal gusto o si la vida se había burlado de él tomando venganza por aquel revuelo enorme que había causado su ingeniosa broma, mucho tiempo atrás.

NORMA TRAFERRI


SIESTA A LA HORA DEL MATE

Estaban las dos sentadas en la mesa de la cocina, era de fórmica amarilla, las sillas de metal con sus asientos tapizados en cuerina de color lila. Sobre ella una carpeta simulando encaje y un recipiente con frutas de plástico.
Frente a frente, en la hora de la siesta Matilde ha invitado a Rosita a tomar unos mates. Tienen mucho para aclarar, piensa Martilde, y quince años esperando, es demasiado. El día será hoy y la tarde ésta. La pava sobre la mesa, la yerbera, el mate y un plato con bizcochitos de grasa, para acompañar. Serán los cómplices de sus confidencias.
¿A qué hora te llega el Reynaldo del trabajo?, pregunta Matilde. Como a las ocho y media, casi para comer, le contesta Rosita. ¿Por que me preguntás si lo sabés? Mirá, vos y yo tenemos muchas cosas de que conversar Rosita, y vos siempre me andás disparando. ¡Ché, vivimos al lado! cualquiera diría que no nos vemos nunca. Como vernos, todos los días. Decirnos lo que tenemos que decirnos... Nunca. Pero quedate tranquila Rosa, yo tengo muy masticado tantos años sabiendo más de lo que quisiera y dejando de ver lo que tengo frente a mis ojos ¿no te diste cuenta? ¿De qué me hablás Matilde? No te entiendo. ¡Ché! para artistas y teleteatros prendo la tele. Hablemos de lo nuestro, y lo nuestro es que yo hace más de diez años que me hago la tonta... y tu marido, con vos, padece de ceguera crónica, ¿sabés? así oí por cable, lo dijo un médico, cuando lo escuché, me dije, justito como el Reynaldo.
¿Para qué me hiciste venir Matilde? Te hice venir para decirte que sé que el Ruben es tu hijo y del Francisco. Reynaldo siempre estuvo en babia, si le decís vos Rosa que ayer diste una vuelta en un plato volador por Palermo, te cree el pajarón... ¿Cómo dudaría entonces de que el Ruben no es su hijo?... ¿Cómo pensás vos que pude aguantarme tanto? Matilde, vos tenés mucha imaginación... Te equivocás Rosita. Lo que tengo es buena vista y buen oído, y a eso sumale que muchas veces los seguí.
Pero el Francisco es mío y tenemos dos hijos juntos, ¿sabés?
¿Y qué querés qué hagamos?... dejemos todo como está Matilde. Si querés convenso al Reynaldo para que nos mudemos. Te prometo... No prometas nada Rosa. No te creería. Nada cambiaría, el Ruben y los míos son medio hermanos... Quería decirte Rosa que te odio. El Francisco ha sido mi único hombre y el padre de mis hijos. Por él me privé de todo. Lavé, planché para afuera. Sabía que no alcanzaba la guita porque se la gastaba con vos... ¿Tenés idea de cómo te odié? Matilde, estás alterada, somos más que vecinas, somos amigas también... ¡No me insultés desgraciada! Hoy fuí al médico. Tengo "la papa" confirmada. En el higado y ya no recuerdo donde más. No hay vuelta. Con éstos hospitales de mierda, con turnos tan largos...todo avanzó. Bueno, sos la primera a la que se lo digo. Sé que me queda poco, que te lo voy a dejar para vos solita. Tendrás cancha libre. Pensá, los dos para vos solita. Todos tuyos. Yo, calladita Rosa, ésto morirá entre nosotras. Eso si, yo voy a dejar una carta, no sabrás a quien, que se abrirá si no cumplís con el pacto que haremos. ¿Matilde... de veras estás tan mal?... Yo no me alegro, ché, lo mío es con el Reynaldo, no contra vos, no se si me entendés... ¿De qué pacto hablás? Yo no hago ninguno. La vida, lo que me quede, me da ésta revancha Rosa. No la disfrutaré ni la festejaré, pero que te quede claro, si la carta se abre, Reynaldo te mata y mata al Francisco. Tenelo por seguro. Si vos no cumplís. ¿Y cuál es Matilde? (los ojos de Rosa están muy abiertos y con una mano se tapa la boca, como para no gritar). Cuando yo me muera, creerán todos que me querías tanto, como una hermana. Y te harás cargo de mis hijos. Y cuidadito, cuidalos igual que a los tuyos. Si querés vivir.
¡Matilde no se si voy a poder! Perdoname...Yo... ¿Otro matecito, Rosita? Tenemos tiempo hasta que los chicos vengan del colegio. ¡Ah!, mañana invitalos a tomar la leche. Para que se vayan acostumbrando...¿viste?

RICARDO ALLIEVI


UN HOMBRE DE PALABRA

¡Cómo maneja Cacho!... Se dice interiormente por primera vez.
¿Es un reconocimiento o un remordimiento?... se pregunta.
Lo piensa solo, apoyado un la barra de un bar perdido un la ruta. Pide una ginebra para recomponerse de lo pasado y vivido juntos.
El siempre fue un hombre de palabra, jamás faltó a su promesa y siempre cumplió.
¡Cómo maneja Cacho...! Vuelve a decir en voz alta y se toma la segunda ginebra.
El mozo lo mira y escucha decir eso, pero lo ve solo. Sabe que Cacho está en el baño porque los vio entrar juntos y los observó cuando dejaron la ruta y estacionaron el auto en la puerta.
Se apresta a poner otra copa y deja la botella pensando que, cuando llegue Cacho también tomará una ginebra.
¡Cómo maneja Cacho! El mozo le oye decir otra vez, pero Cacho no viene.
Aburrido sin clientes a esa hora intenta iniciar una conversación mostrando interés en esas palabras de admiración para saber qué pasó. Le pregunta si les sucedió algo en la ruta y recibe esta respuesta: -Otra ginebra... por favor - y le cuenta...
Salimos de Buenos Aires a las cinco de la madrugada. Era una noche cerrada, sin luna, oscura y densa. Al llegar a Dolores empezó a llover torrencialmente. Era una lluvia de espesos flecos de agua. Parecía que iba a caer por mucho tiempo y que no aclararía nunca.
Los limpiaparabrisas empezaron a fallar. No veíamos casi nada. Había mucho tránsito especialmente camiones de carga. Cuando amainó la lluvia, la ruta se cubrió de una densa niebla. Teníamos apuro. Debíamos llegar temprano, antes de las ocho de la mañana para empezar un trabajo muy importante.
La decoración de un hotel. Los dos estábamos nerviosos y alertas. El agua y el barro salpicaban el parabrisas y tapaban el cristal de adelante.
¡Cómo maneja Cacho!... Salvaba todos los obstáculos y los inconvenientes eficazmente... Hasta esa curva peligrosa. Ahí se equivocó. El apuro por pasar a varios autos hizo que traspusiera la línea amarrilla que indicaba no adelantarse. Pisó el acelerador a fondo, llegó a ciento sesenta kilómetros y se lanzó a pasar a todos.
Ahí se equivocó. Estábamos en mitad del avance, en mitad de la curva pronunciada, cuando vimos aparecer de frente, en sentido contrario, un camionazo con acoplado, un Scania que nos advertía el peligro haciéndo nos luces desesperadas. Sentimos que la desgracia se nos venía encima. No podíamos intercalarnos en la fila de ida ni hacernos un lugar en la de vuelta. En la desesperación, creyendo sólo en el accidente y nuestras muertes, le dije:
-Cacho, si salimos de ésta te doy un beso en la boca.
... Y lo logramos con suerte y porque Cacho maneja muy bien...
Y yo soy un hombre de palabra y he cumplido siempre la palabra dada. Estamos acá buscando algo fuerte para salir de la tensión y recuperarnos de lo sucedido.
Por eso repito ¡Como maneja Cacho!
Sirva dos ginebras. Creo que ya vendrá del baño si se aflojó por completo y se recuperó del susto y del chupón en la boca que me salió del alma... porque yo siempre cumplo mi palabra y esta vez lo hice con más ganas.
¡Qué bien manejas Cacho!...Vení, sentate y tomate una ginebra. Te invito para que brindemos por nosotros y no olvidemos lo que nos pasó en la ruta.

ALICIA CHILIFONI


SIN ALCOHOL

Pollera de rafia blanca con tablones encontrados, hasta las rodillas, bien tapadita. Pulovercito de banlon, también blanco, sin el saquito, que hoy no da para el conjunto. Pero sí, da para las medias de nailon, así de paso calzo y domino mejor los tacos altos, que ya cumplí los quince. No son blancos sino marrón africano. No me pegan con nada, pero son la última moda. Y marcho tiecita al encuentro de Ana, para dar la vuelta del perro, a la tardecita.
Es el día de la primavera. Hoy el pueblo se llena de forasteros, porque los pic nics del Club Mitre son famosos en toda la región. Ese club hecho por los ingleses, en el barrio ferroviario, el de los chalets misteriosos, tan intrigantes como los motivos por los que a mí no me dejaban ir al pic nic. ¡Se dicen tantas cosas!, dice mi mamá. También dice, papi ni loco te va a dejar ir. Y papi no dice nada, pero yo sé que no, y no.
Pero cuando era chica sí me dejaban. Y yo iba con mi canastita con olor a huevos duros y manzanas, y la infaltable Chinchibira, con los chicos de la escuela y la maestra. Y yo nunca vi nada raro. A lo mejor porque yo no sabía qué era "algo raro", y aparte, porque andaba ocupadísima con la carrera de embolsados, único deporte en el que me destaqué en toda mi vida y al que me aplicaba con verdadero entusiasmo; o con la carrera del huevo y la cuchara, en la que me descalificaron por usar un huevo cocido, creyendo que hacía trampa, pero yo no sabía que tenía que ser crudo. Además a María Luisa, que llevó, como Dios manda, un huevo crudo, y que para protegerlo lo metió en la pavita, le llegó roto, y se le enhuevó todo . . .
Sumida en esas meditaciones, cuando iba por la casa de Marieta, la partera, veo venir un jeep descapotado, con un racimo de jóvenes a bordo. En Pérez conocemos todos los vehículos del pueblo, que no son muchos, y ése no es de aquí. Yo sigo derechita, vista al frente, piloteando mis Luis XV, con miedo a que me digan alguna guarangada. Cuando se me ponen a la par, se detienen para dar marcha atrás, y retroceden despacio, acompañando mi paso, yo por la vereda, ellos por la calle ancha, de tierra bien apisonadita.
La omnipresencia del folklore, que caracteriza la época, se derrama entonces desde el jeep, como el perfume de un jazmín. Suena una guitarra en zamba. Pero una guitarra, guitarra, no hay pasacaset; y cantan solemnemente a coro, una estrofa que termina con eso de "no me pidas que me quede, si toda mi vida contigo se va".
¡Es una serenata al paso! Quedo atónita, deslumbrada, sin atinar a un gesto de gratitud, cosa que lamento aún, después de tanto tiempo. ¡Yo y mi timidez!De todos modos, ellos disfrutan su galantería, sin esperar nada a cambio. Sus vidas deben ser muy buenas, blancas como mi banlon, transparentes como mis medias, y como esos pic nics. Seguro el papi estaba equivocado, no había nada raro . . . Eran sin alcohol.

sábado, 6 de septiembre de 2008

MARISA PRESTI


DE IDA

A esa hora la estación era un conglomerado humano. La gente iba y venía chocándose entre sí, como si el apuro fuese la única ley que los regía. El silbato de los trenes, unido al chirriar de los hierros contra las vías aumentaba la sensación de catástrofe suspendida. Desde otra mirada, las personas parecían pequeños juguetes en manos de las enormes máquinas. Amadeo podría haberse angustiado; cuando estaba en medio de la masa su conciencia desaparecía, como si se disolviera en el anonimato de un ganado sumiso camino al matadero. Pero ese día no le prestó atención al alboroto habitual a pesar de recibir dos empujones violentos y el golpe de una valija contra su pierna derecha. Llevaba el dinero apretado en el puño mientras con paso firme se iba acercando a la boletería. Esquivó a varios pibes que le pedían monedas, pasó por arriba de unos bolsos y pidió permiso en varias oportunidades.
Ahora, el tipo de la boletería lo mira: ¿Adónde?
Viajo a Grecia, a Atenas.
¿Especial o común?
Común. ¿A qué hora sale?
20 minutos. Andén 9. Son mil ochocientos...
Sírvase.
Guarda cuidadosamente el boleto, se dirige al andén 9 y espera. Tiene ganas de tomar un café, pero no se anima. A ver si el tren llega antes, piensa, mejor me quedo aquí. Al rato, se ve obligado a ir forzosamente al baño. Camina casi corriendo, recorre media estación hasta que encuentra un baño público. Sale con alivio a los pocos minutos, y toma aire para volver corriendo a donde estaba. El andén ya se llenó de gente, le cuesta hacerse un lugar cerca del borde. Un silbato fuerte hace girar su cabeza hacia la izquierda.
Se estira sobre el asiento de cuerina verde, satisfecho de estar en camino. Su rostro tiene un esbozo de sonrisa permanente sostenido por la alegría que parece brotar constantemente de sus ojos maduros. Observa, en cambio, las caras sombrías que lo rodean. Piensa que son como una franja gris que exhala desesperanza, como cuando él se sabía condenado a la rutina eterna, al día tras día sin otro sentido que ganarse el pan, encarcelado en ese trabajo aburrido en pleno microcentro.
Miró a su compañero de asiento, un joven que no parecía tan oscuro como los demás. Miraba por la ventanilla mientras su pie derecho marcaba el ritmo silencioso de su walkman. Amadeo tuvo ganas de hablarle. El chico le contestó dos o tres preguntas con cierta indiferencia, hasta que escuchó el destino de su viaje.
¿A Grecia? ¡Pero qué dice! Éste va a Berazategui
Sonrisa y paciencia. Con voz amable le reitera que tiene el boleto pago hasta Atenas.
Viejo, ¡estás pirado!
Da vuelta la cara y lo deja en el silencio de su alegría. Amadeo piensa lo difícil que es compartir buenos momentos con los otros. Siempre nos quieren apagar la pequeña luz, destruir las más inocentes ilusiones, sumirnos en la misma oscuridad en la que ellos naufragan. Cuando él supo que este tren iba a Grecia, nadie en su familia lo quiso creer. Sus hijas se burlaron, amenazándolo con un geriátrico prematuro, y su mujer, como de costumbre, le echó en cara que perdiera el tiempo en pavadas en vez de traer más dinero a fin de mes.
Cerró los ojos. Desde ese momento decidió no contar a nadie sus planes. Se iría temprano, cuando todos ellos dormían, sin valijas, total llevaba varios cheques de viajero para comprar lo que necesitaba. No tenía remordimientos. Los pocos años que le quedaban merecían algo mejor.
¡Atenas! ¡Próxima parada!
La voz aguda del guarda lo sacudió. Se incorporó con apuro, acomodándose el traje y entonces notó que el vagón estaba vacío. Bueno, la gente se habrá ido bajando antes, razonó, y sin darle demasiada importancia se acercó a la puerta para bajar.
Veinte días recorriendo las islas griegas, quince más disfrutando de Atenas y toda su cultura, treinta que se agregaron y que fueron absolutamente inesperados compartiendo el cuarto del hotel con una elegante señora italiana. Amadeo se sentía realmente bien, decidido a quedarse para siempre en ese paraíso que tanto le había costado encontrar. Pero una sutil molestia, una basurita ínfima en su conciencia, empezó a inquietarlo. Algo le decía que por lo menos sus hijas merecían una explicación, no podía abandonarlas de esa manera.
Tomó la decisión de volver por unos días, hablar con la familia y después despedirse para siempre. Besó con cariño a la signora, prometiéndole volver antes del fin de semana.
Frente a la ventanilla de la boletería, Amadeo pide:
A Buenos Aires, Argentina
¿Buenos Aires? No, no tenemos servicio a ese destino
¿Cómo que no? Yo viajé de Buenos Aires a Atenas, hace unos días.¡Ah, sí! Es sólo de ida, no tiene regreso.

JUAN CARLOS VECCHI


¿HOMBRE PREVENIDO VALE POR DOS? A LA PERINOLA...

Aquella gélida y ventosa mañana antártica del 24 de agosto de 1960 se levantó de mal humor, decidida a marcar un récord y de hecho lo logra a las 07:16 hs. clavando los 88,3 grados bajo cero en el termómetro de la base rusa Vostok.
Vientos de hasta 320 kilómetros por hora, ni lentos ni perezosos para despeinar pestañas rusas, producen una sensación térmica de 176 grados bajo cero y ponen en aprietos a las ventanas de protección, en la urgencia improvisadas por el equipo de investigadores: cuatro gabinetes de computadoras para cada ventana y dos tomos - II y CCCIV - del ensayo "Robin Hood y Robin de Batman no eran hermanos, es más, no pudieron haberse conocido, doy fé de ello, ay mancha.", de Sir Nathing, para la ventanilla del insignificante - pero fundamental - baño de la base, el único disponible en cuatro mil kilómetros a la redonda sin gajos.
A ese pequeño e incómodo escenario entra el biólogo ruso Dimitri Kaspatengov, de acuerdo a lo registrado por Ivan Septoctnov en la planilla de control, a las 07:18 hrs. del 24 de agosto de 1960. Dicho registro apunta con mira telescópica, las últimas palabras de Kaspatengov, antes de traspasar la puerta del baño:
-¡No llego, no llego! ¡Aguante Pérez Troica!
Kaspatengov nunca más saldría de allí, hasta su muerte acaecida el 16 de noviembre de 1988.
Fueron veintiocho años que duró el plus laboral para el resto del plantel científico, quienes lo alimentaron y contuvieron con nota-
ble esfuerzo y destreza.
Imagínese el lector el pulso que requiere, por ejemplo, hacer pasar un tenedor con un bocado por un espacio de dos centímetros y medio, pues esa exactamente era la distancia entre el marco de aluminio y el borde lateral de la puerta, una vez que Kaspatengov entró. ¿Sería necesario detallarles la lógica dificultad al intentar pasar una cuchara verticalmente por esos escasos centímetros? ¡Y con sopa capaz de hervir un jabalí anciano!
Al contrario, no fue difícil hacerle llegar al hígado de Kaspatengov, la probeta con vodka, revolucionaria bebida que Kaspatengov idolatraba.
Hubo, sí que los hubo, esfuerzos en vano. Uno fue el intento de penetrar la bicicleta fija que, a gritos calvos, Kaspatengov suplicaba todos los días, o la heladera personal del entonces biólogo prisionero.
-¿Y para qué demonios quiere Dimitri la heladera con el frío que hace? -preguntó el arqueólogo forense, Sergei Mocorich.
No existe en el diccionario del misterio enciclopédico una palabra capaz de nombrar esta extraña, podría sospecharse hasta absurda anécdota antártica, pero sí hubo ropa, mucha ropa, toda la que se puso encima Kaspatengov, antes de acostarse la noche anterior.
De acuerdo a lo registrado en la planilla por Septoctnov, he aquí los números y tipos a los cuales me refiero, de piés a cabeza de Kaspatengov, empezando por abajo: 4 pares de borceguíes, desde el número 39 hasta el 42; 8 pares de medias tres cuarto de lana y encima media docena de cancanes negras (algunos dicen, pero eso no se pudo comprobar, se había puesto portaligas); 4 joggins, talles 40 a 44, y encima 2 polleras escocesas, las cuales las habría tejido su abuela materna, exiliada en el año 1935 de Stalingrado a La Paz, Bolivia; 24 camisetas de frisa, 11 buzos y encima de todo esto, 6 pulóveres de corte y confección noruegos (3 escote redondo y 3 escote en "V", "V" de verdad que inicia un párrafo); 2 camperas leñadoras (ambas de cuadros verdes con cuadros verdes), 16 bufandas (todas de diferentes colores, pero ninguna combinaba con ninguna), y finalmente, en la cima de Kaspatengov, 21 gorros de lana, del tipo piluso. Comprenderá ahora el lector por qué Dimitri Kaspatengov, durante 28 años vivió en el interior del diminuto baño de la base Vostok, y por qué la puerta del mismo no se pudo abrir más de dos centímetros y medio.

SUSANA NUÑEZ


AHH…¡ESE OLOR!

Nos detuvimos en Jaén para almorzar, después de lo cuál la mayoría aprovechó para comprar algún recuerdo.
¿ Algo mejor que aceite de oliva, para llevarme de allí?
Compré tres coquetas botellitas con pico vertedor, pensando que me servirían para poner cualquier otro aceite cuando se terminara el que llevaban dentro y creo que hasta me torné cargosa con el dependiente, pidiéndole que me las envolviera bien, para que no se rompieran en el viaje.
Fue todo un placer subir al bus, acomodarme en mi asiento y sentir cómo el aire acondicionado me refrescaba. El calor era insoportable.
Dejamos Jaén rumbo a Granada, escoltados `por las perfectas figuras geométricas verde amarillentas, que formaban los olivares.
A poco de salir a la ruta, comencé a sentir un fuerte olor, que fue creciendo de a poco. Bajé mi bolso del portaequipaje, imaginando de antemano el enchastre de aceite que encontraría en él. Lo apoyé en el asiento de al lado que estaba vacío y comencé a revisar. Para mi sorpresa y contento, las tres botellitas estaban intactas.
Con los demás pasajeros (casi todos latinoamericanos) habíamos logrado un clima jovial y de gran cordialidad durante lo que iba del tour en tierras andaluzas, por lo que me paré, y medio en serio medio en broma, les pregunté:
-Ey…¿que no huelen? ¿Porqué no revisan sus bolsos los que llevan aceite?
-¡Ya me parecía, "porteña"! -dijo el mexicano, mientras se paraba y revisaba lo que había comprado. En segundos, el resto de los pasajeros lo imitaba.
-Esperen…¡ vuelvan a sentarse!, ¡Que no se les ha roto na de naa! Jajajajaja
-dijo Rafael, el guía de turismo.
-Siempre ocurre algo parecido cuando pasamos por aquí, y adrede no les prevengo para que vivan la experiencia.
Eso que los impregna, a pesar de estar todo cerrado, es el olor de Jaen y sus olivares. Es la forma de despedirse de ustedes. Salvo que vuelvan a pasar por aquí, les aseguro que nunca sentirán un olor igual, y les vaticino, que jamás se olvidarán de él.
¡Profético Rafael!Hace tiempo que se terminó aquél aceite, pero sigo usando las botellitas como aceiteras y no hay una sola vez que lo haga, sin que me venga a la memoria ese olor. Ahh.. ¡ese olor!

VIRGINIA PERRONE


AUSENCIAS

Agua en el agua
Escribir no es perpetrar palabras. Es sumar agua en el agua. Tengo un diccionario lleno de ausencias en el que escribo la historia que nadie leerá.
Agua. Tan sólo agua.
La palabra debiera poder atravesarse a si misma, crucificarse para siempre, resignarse en el silencio. Y eso no alcanzaría.
Esta Diosa a la que tanto culto rindo, es, apenas, una diosa pagana, presuntuosa e incapaz de rozar, siquiera, la cola del cometa de alguna verdad.
Agua. Tan sólo Agua.
La anti-página
Algunos dicen que es la muerte…
Tal vez quienes se sienten amos, o pretenden, y se sostienen desde la loca fantasía del despojo, escriben la muerte con sus uñas de acero.
Y sin embargo la muerte pareciera alojarse en quien despoja, o pretende.
En el despojado sólo se aloja la esperanza.
… … … …
No dejaras ni una planta de almendros, ni una almendra.
Arrancarás hasta el último trébol de mi sembradío. Acopiarás en tus olivares yermos, sólo el absurdo, la fantasía del hurto, la triste, decadente alucinación del despojo.
Te llevarás esa locura que te acompaña y se vacía en el alma, con la que no vives.
La muerte de siempre, de cada vez, de cada día, de tu desdicha, de tu desvida.
La misma uña rasgando tantas sedas para acopiar sembradíos yermos en olivares secos.
Te llevarás manos de ausencia, sólo la locura de quien cree que puede robar al otro. A nosotros no nos llevarás. Ésa es tu derrota.

JUANA SCHUSTER


EL VOLCÁN

Montó en cólera. Una ira feroz, descontrolada.
Creo que hasta los relojes se escondieron en la mesa de luz. Las paredes temblaban, no pudiendo detener el movimiento epiléptico con ninguna medicina.
Los olores mutaron. Nadie podía distinguir entre la variedad de aromas siniestros.
La convocatoria de ayuda pedida a otros países, fue el diagnóstico de una realidad lamentable.
Inocentemente, la tía Josefina, buscaba su perro entre los rojizos escombros.
Todos compartíamos una química emocional intensa. El paisaje era un páramo hirviendo. Vimos saltar los rubíes primeros y salir hacia el cielo las llamas. Bailarinas de gráciles cuerpos, retorcidas, alzaban sus gasas.
Los labradores lloraban como criaturas. No hubo piedad para nadie. El dragón amaba el fuego y no existió perdón para ninguno. La lava ardiente cubrió todo en cenizas. Fueron noches y noches de duelo en la tierra herida y el alma quebrada.
Ya, éramos seres sin pasado, ahora nos convertimos en cadáveres: no tenemos futuro. Siempre viviendo en la inmediatez que lleva consigo la falta de empleo y el analfabetismo.
Nos trasladaron a poblados seguros después de esos días. Subimos en los camiones con la cabeza gacha. No estábamos seguros si precisaban trabajadores para la caña de azúcar en Piedras Negras.
¿De qué somos culpables?

MIRÓN DE PALERMO


PERÓN EN CARACAS

El 16 de septiembre de 1955, Perón es destituido tras un golpe militar, denominada: la revolución Libertadora, encabezada por el general Lonardi. Los casi diez años de su gobierno que inauguraron una etapa diferente en la Argentina derrumbaron las esperanzas de la clase trabajadora, y comienza una etapa oscura de la política argentina donde reina la represeión, los fusilamientos y la proscripción del moviento peronista.
La obra teatral, de Leonidas Lamborgini, comienza con el exilio del líder en Caracas, donde comenzaran los dieciocho años lejos de su patria hasta su regreso en 1973.
El autor de la obra, logra mostrar un Perón cotidiano en un ámbito austero y el espíritu del político que no olvida a su país y la idea de su lucha y su movimiento a la espera de una revancha. es un Perón doméstico que reflexiona acerca de las contradicciones de su movimiento político, como también de sus delegados personales y otros personajes de la plítica nacional.
La actuación de Daniel Di Cocco, nos deja por momentos realmente frente a Perón, con sus gestos, su sonrisa, sus palabras, su pensamiento y la tarea de articular los detalles necesarios para reencontrarse con su pueblo.
Las cartas que dirige a su delegado personal, J. W. Cook, por ejemplo, y cosas que nos acerca a ese exilio donde se fraguan las formas de resistir.
Un desarrollo de momentos pocos conocidos de esa etapa de la vida del líder una interpretación de Di Cocco, que asombra por la precisión en encontrar la figura de Perón lográndolo magistralmente. El espectador, tras su representación queda fuertemente adherida a la fuerte personalidad del líder, más allá de sus simpatías políticas. Muy recomendable.
Teatro de la Ranchería, México 1152, Monserrat.

ANA MARÍA FERNANDO


CAMINOS DEL VIENTO…

Caminos del viento
que nos llevan polvorientos
a parajes semi desiertos
donde iracundos yacen sueños
y se apilan deseos como leños
esperando que llegue el momento
para arder de pasión… contento…
dejando exhaustos los miembros…
Caminos del viento
donde el hombre culpó al cielo
de tanta sinrazón y desconcierto
sin cuestionarse su comportamiento
dando tumbos por el mundo entero
pero estando solos en los intentos
ofrendando a dioses lo que tenían dentro…
algo de cordura pero sin sustento.
Caminos del viento
sin nombres que sepan de acerbos
de rutas desoladas vestidas de tiempo
con la esperanza de brillar de nuevo
un ser hombre… ser mujer… niño tierno…
encontrarse para amar con alma y cuerpo
poblarse de presencias y de alientos
dejar el frío rodar y vivir de nuevo…


oooOooo



TE AMARÉ…

Te amaré en silencio
me creerás parte de un sueño
jugando con los elfos
escondiendo la ternura muy dentro…
Te amaré como sé hacerlo
sin mentiras y con brazos abiertos
colocando sonrisas a los inciertos
apostando todo para ser primero.
Te amaré en cielo e infierno
el lugar… es lo de menos…
el instinto guiará al deseo
las manos buscarán tu sexo…
Te amaré tanto como puedo
sin limites ni remordimientos
pondré mi energía en tu lecho
sabrás lo que es prenderse fuego…
Te amaré con un cariño sincero
sin cercenar esa maravilloso vuelo
con la libertad de compañero
y los minutos resbalando en el cuerpo…



oooOooo



ADICTA…

Adicta a tu piel de madrugadas
a los sabores que regalas
a esa ternura inusitada
y al rodar entre sábanas
despertando a la mujer atrapada
que visita ésta…mi almohada.
Adicta a la dulzura de palabras
a ese repicar ecos entre montañas
dejándose llevar por música sacra
transportarse al país de las hadas
donde la magia nunca descansa
aterrizando intenciones en la cama…
Adicta a todo lo que emanas
sutiles vibraciones que no paran
sudores latentes de otros "mañanas"
miembros que incitan y se entrelazan…
gemidos ascendiendo en la escala
y un dejarse llevar enamorada…