martes, 28 de junio de 2022

 

LA PASIÓN DE ESCRIBIR  Carlos Margiotta

 

A menudo los interesados en participar del Taller de escritura me preguntan si se puede aprender a escribir. Yo les contesto que los que deciden venir al taller que ya son escritores, algunos adormecidos, otros sin conocer su verdadero talento, también están los que quien probar si pueden hacerlo, muchos para tener la posibilidad de ser leídos a través de las páginas de esta revista o de incluirse en alguna edición de antología de cuentos.

Se me ocurre enumerar una serie de pensamientos orientados al joven escritor, entendiendo por joven al que se inicia en la apasionante tarea de escribir. Recuerdo que Saramago empezó a escribir a los 60 años.

Se aprende a escribir, escribiendo, no hay otra forma de aprender que en base al error. El error es el gran maestro. Hay que sentarse a escribir y dedicarle un buen tiempo. Hay que renunciar a la velocidad y apropiarse de la lentitud. 

La musa inspiradora está en el sótano de cada uno, ahí donde nos cuesta descender por temor a encontrarnos con nuestros fantasmas. Y deberemos hacernos amigos de ellos, debemos aprender a quererlos y trasformarlos en seres maravillosos. 

No se escribe con una técnica ni con un estilo determinado, se escribe a partir de una pérdida.  Al taller han venido personas que han sufrido una separación, o perdido un trabajo, o están de duelo por la muerte de un ser querido, o simplemente queriendo imaginar un mañana mejor. Recuerdo siempre a una integrante que le decía a sus compañeros cada vez que llegaba: “Vengo a hacer terapia”

Escribir como todo proceso creador: sana, nos conecta con la vida. Escribir promueve la salud y nos aparta de la enfermedad, aquí Eros vence a Tanatos. Escribir modifica nuestra mirada de la realidad y nos permite enfrentarla con otros recursos.  

Escribir es contar historias y en cada historia hay algo perdido para siempre que se quiere

recuperar  De eso perdido nos interesa lo singular, y de lo singular el cómo se cuenta. Nos interesa la forma no el contenido. 

Y las historias se cuentan con palabras, esas azarosas palabras que por un lado nos muestran y ocultan, nos dicen y callan, son propias y ajenas, mienten y dicen la verdad, nos seducen y nos rechazan, y tienen infinitos significados.

Escribimos para traer las palabras que corresponden, no otras, las palabras que rompen con lo estereotipado del lenguaje, contra lo establecido para encontrar otros sentidos.  

.Escribimos para no desaparecer en lo cotidiano, para conocer y conocernos, para saber qué pensamos de la realidad, para detener el tiempo, para no olvidar y recuperar la memoria. Escribimos por el placer de hacerlo, porque el otro existe, para que nos lean, para amar y ser amados.

Escribimos para soportar la realidad, para desear un mundo mejor, para vincularnos con otros en paz, para creer, para soñar. 

En el Taller trabajamos en grupo, interactuamos con otros que comparten la misma pasión, y el grupo estimula, coopera, acompaña en el proceso creativo. En el grupo bailan nuestros personajes y los otros. 

En el taller aprendemos que para escribir bien debemos transcurrir un proceso, que todo texto es autobiográfico aunque no aparezca ningún recuerdo, que no hay otra manera de  escribir que desde lo subjetivo. 

Por eso el Taller es un lugar mágico donde el tiempo se detiene para tenerse, donde las historia fluyen como un río, y en ese torrente eterno de palabras se construye, sobre las aguas, en las profundidades, con la mente, el cuerpo y el alma.  

En el Taller no necesitamos disimular, decimos las cosas de la manera más directa posible, sin rodeos, leemos lo escrito delante de todos y escuchamos los que los compañeros escriben. 

 El coordinador orienta, señala otros caminos, muestra lo oculto, plantea otras posibilidades, enseña y aprende, se conmueve junto a los integrantes y utiliza recursos para favorecer la eterna pasión por escribir.  

 

 

jueves, 21 de mayo de 2020

Carlos Margiotta


               
El país del otoño  
Carlos Margiotta

Mi pueblo se vestía de escuela, en los abriles tímidos, de humedad y amarillo. Un silencio de hojas secas rueda por el patio de suaves baldosas. Contemplo a la bandera izarse por el mástil, lentamente, cantando "Aurora", entre el gorro de lana y el sacón del uniforme. Es tan gris la soledad del piano. Suena como una sombra en las manos apagadas de la maestra de música. Los leños del eucalipto arden tiernos calentando el chocolate mañanero que me abrigará la panza. Detrás del médano, una brisa trae un poema del mar, como un eco de llovizna. Los pasos hacia el aula de cedro gambetean las malvas del camino, y en la fila la señorita Esther, nos nombra uno a uno con su voz oscurecida. En el pupitre, sueño con ser grande, con la sopa de mamá, y el regreso de mi padre, que me viene a buscar desde la neblina, silbando un tango de aserrín. Después, la campana, el recreo, la campana, el aula, el pupitre, la campana, el camino de malvas, y las tres cuadras sin matices hacia la casita de la infancia, pintada de ocre y garúa, atardeciendo en el tiempo, como un recuerdo.

 

Otoño, estación del año, ocaso, abril, atardecer, declinación, madurez, sabiduría, nietos, algo que empieza a terminar. La literatura ha significado muchas veces al otoño como el período de la vida humana hacia la vejez. Contrariamente, el otoño nos muestra una extraordinaria belleza en sus colores, aromas, paisajes, y la tibieza temprana de la puesta del sol. Los que disfrutan la edad del otoño saben también, que otoñar es sazonarse como la tierra, que poseen abundancia de pastos, que es el tiempo de la plenitud, donde se puede discriminar lo principal de lo secundario. El otoño es como un segundo brote,  el más maravilloso.   


En otoño, mi madre preparaba las conservas que tanto nos gustaban, con la vana ilusión de que sobrevivirían todo el invierno. Recuerdo verla llegar de la feria, que se armaba los martes y jueves sobre el empedrado de una de las calles del barrio, cargada con las bolsas repletas berenjenas, morrones, tomates, peras y las últimas frutas de estación. Después, en la pequeña cocina de la casa, donde todas las habitaciones daban al patio, le dedicaría toda la jornada a elaborar sus famosos manjares. Doña, ya que hace para usted, me hace un frasquito para mí, escuchaba decirle a Alicia, la vecina de al lado. El dulce de tomate era mi preferido, su sabor todavía perdura en mis sentidos y aunque lo busco en algún envase del supermercado, como se busca la infancia, sé que nunca más lo volveré a encontrar. Perdura como perduran las cosas buenas, contra el olvido.


La esperanza, es una puta vestida de verde, decía Cortázar, y nunca es vana, decía Borges. A menudo confundimos la ilusión con la esperanza. La ilusión es una apreciación equivocada de la realidad mediante la cual la investimos con nuestros propios deseos, y nos sirve para evitar el sufrimiento y soportarla. La esperanza, en cambio, surge de la oscuridad o de la desesperación, como el Ave Fénix, la esperanza, renace de las cenizas dejadas por los sueños quemados y carbonizados de los hombres. La primera es pasiva y nos engaña, la segunda es activa y con ella resucitamos. En este año habrá elecciones, no seamos ilusos pero conservemos la esperanza.


Lejos de la aldea, la ceremonia. Los hombres están sentados alrededor del fuego. Esta noche uno de ellos tendrá que partir hacia el país del otoño. Esta noche otro hombre ocupará su lugar. Desde las ramas de los árboles las aves nocturnas contemplan la despedida. El hombre que cruzará la frontera se pinta la cara con polvo de luciérnagas, es el rito. Los trazos rasgan su piel encendiéndola con numerosos colores que estallan en la oscuridad como un relámpago. Al país del otoño van aquellos que han aprendido a escuchar hasta el mínimo rugir de la naturaleza. La voz fue antes de la palabra. Los hombres se ponen de pie y danzan en círculo. En el centro solamente el alma. "No des nunca una lanza a un hombre que no sepa bailar", cantan. Al país del otoño van únicamente los  que han aprendido a mirar hasta el más íntimo gesto de piedad. El hombre que va a partir rompe el círculo y monta su caballo. Cuando cruza la frontera el grito de las fieras lo saludan y los árboles se inclinan,

de la naturaleza. La voz fue antes de la palabra. Los hombres se ponen de pie y danzan en círculo. En el centro solamente el alma. "No des nunca una lanza a un hombre que no sepa bailar", cantan.


Al país del otoño van únicamente los  que han aprendido a mirar hasta el más íntimo gesto de piedad. El hombre que va a partir rompe el círculo y monta su caballo. Cuando cruza la frontera el grito de las fieras lo saludan y los árboles se inclinan, como si el viento huyera. Otro hombre se acerca a la hoguera, y ocupa su lugar. En el país del otoño hay mucho por hacer.


Y en este otoño de adultos mayores descartables, de ancianos que deben solicitar permiso para dar una vuelta a la manzana, calificados como una especie en extinción, muchos de ellos depositados geriáticos, alejados de la tecnología, desvinculados de sus afectos mas cercanos. El otoño de la cuarentena es una ocasión para el aprendizaje, y elegir cambiar lo individual por lo colectivo, lo material por lo espiritual, el egoísmo por la solidaridad, el olvido por la memoria, el rencor por el perdón, lo público por lo privado, lo superfulo por lo necesario, la competencia por la cooperación, el miedo por el coraje, el ayer por el mañana, la velocidad por la lentitud, la oscuridad por la esperanza, el hablar por la escucha, la mentira por la verdad, la indiferencia por el amor, el sexo por la ternura, lo sinestro por lo maravilloso.



Daniel Alarcón Osorio


Muerte  
Daniel Alarcón Osorio

El odio y el resentimiento le habían hecho mucho daño y ya una úlcera gástrica lo tenía amenazado con reventar si no cambiaba de pensamientos y hacía ejercicio, le indicó el médico, confirmado por el especialista y sugerido por amigos que no sabían de su secreto padecimiento.
Su imagen la tenía grabada, marcada en la sien y en silencio pronunciaba su nombre de forma ya inconsciente sin ni siquiera soñarla.
Tenía pesadillas despierto con sólo recordarla. En una madrugada urdió el plan para matarla.
No le quedaba otra. De lo contrario, quedaría burlado y su ego quedaría herido emocionalmente y quería curarse.
La llamó varias veces a su teléfono hasta que le respondió.
Educadamente la saludó y la invitó a reunirse en un lugar que ella conocía muy bien (Nais) y se sintiera segura y no sospechara nada.
Llegó primero, quería seguir mostrando sus finas y atentas maneras de caballero, cuestión que siempre apreció y halagaba ella.
Se vieron a la cara y se buscaron los ojos para mirarse, ver más allá qué significado tenía el estar frente a frente a escasos centímetros y pulgadas de ser uno solo; pero se encontraban separados por muchas y ambiguas razones que el amor no comprende a veces cuando se cierran los niveles de comprensión y de tolerancia y los caprichos son la absurda respuesta emocional que se brinda.
¡Hola!
¡Hola!
Se dijeron.
¿Cómo ha estado? Muy bien, gracias. Con deseos de verla de nuevo. ¡Muchas gracias!
La otra vez le llamé pero lo sentí muy enojado. ¿Estaba en una reunión? ¿Por qué me contestó así? Malo. Feo. Ninguna otra expresión de alegría aunque el tono de su voz y la sonrisa quería indicarle que también se alegraba de verlo, de tenerlo casi cerca de ella al tiro de sus brazos y posibles caricias de fuego.
Quería decirle tantas cosas, mejor llamó para que les tomaran la orden. Un refresco de fresas con leche que tanto le gustaba, y un desayuno cubano y guardar la línea, prefiero dijo ella con sonrisa de complicidad de la persona que atendía el pedido, gracias.
Mientras siguió midiendo el terreno y analizando la situación y encontrar el momentito adecuado para consumar su asesinato.
Ya vuelvo le dijo ella.
Regresó contenta a la mesa donde se encontraban reunidos.
Degustaron cada quien mientras sus miradas se cruzaban sin recelo, con picardía en ella; con rencor en él, pero lo estaba disimulando muy bien. Lo estaba haciendo mejor que un actor de esas horribles telenovelas mexicanas de televisión.
Al tener el ángulo adecuado de acción, ella le expresó ¿por qué se levanta? Me asusta. Disculpe, no es mi intención hacerlo, pero no se sentó.
Fue cuando se aproximó a ella. La sujetó sin violencia y la besó con pasión y dulzura en la boca y se marchó.
La mató de otra manera. Con amor.
Ahora es pastor y la venganza mata el alma y la envenena. Además, se predica con el sagrado ejemplo, ya que son mejores las venganzas dulces y así su úlcera cicatriza más rápido.




POEMAS DEL LECTOR



ME FUI A VIVIR CON LAS LETRAS
Fabián Aguirre
Me fui a vivir con las letras.
Me recibieron bien, me trataron bien
y con ellas, me quede a vivir.
Me enseñaron a escribir.
Me enseñaron a pensar.
Me enseñaron a decir.
Me enseñaron a crear.
Me enseñaron a ser.
Y me enseñaron...
Con ellas aprendí a esquivar a la locura,
y a entregarme a la vida...

   LA FUERZA QUE ACOMPAÑA
        Viviana Marcela Larzabal
Me sumerjo en tu vuelo creativo
me acompañan imágenes extrañas,
cuanta magia devorada en la lactancia
cuanta fuerza que desgarra y me engaña.
La palabra se apodera de la imagen
y la imagen se confunde con la hazaña,
habilidad que transmuta la mirada
y trasforma con los otros todo o nada.
Cuanta vida recorrida en un instante
cuantos cuentos que contaste sin contarlos.
En la historia mas precisa y mas genuina
que vislumbra lo aprendido y recorrido.
El espejo me devuelve sin pretexto
el mensaje transmitido a rojo fuego,
el amor, la vergüenza, y la fragancia,
el cariño, soledad y tensa calma.
todas juntas conviven sin saberlo
todas juntas atraviesan y acompañan.
Pero el mayor de los logros adquiridos
no es haber aprendido o conocido,
sino haber descubierto en suelo inerte
que solo se transforma transformando
después de atravesar tanta distancia.
 
¿ES NORMAL QUE SUCEDAN
             ESTAS COSAS?
            Gaspar Jover Polo
En un momento de ruina total
y general,
cuando apenas queda alguna cosa en pie
cuando la calle reluce apenas transitada,
surge lo inesperado, está presente,
se mueve, se relaciona, interactúa,
sin rótulo en la frente se avecina,
como un buen manantial se precipita.
Un punto en que fijarnos
entre la nada insustancial y mate
al agarrar el carrito de la compra.
Una raya de luz por la rendija
que avanza sin clamar en el desierto
de la urbe arrasada por la peste.
Es delgada, normal, morena,
no muy alta,
con ágil pie y con pecho de corista.
Por el pasillo del supermercado
me adelanta,
y ya cerca de la caja registradora,
conversa con normalidad con la cajera,
luego, ya está en la calle con su bolsa.
Ya fuera y con la bolsa llena,
empieza a caminar la cuesta arriba
con paso vivo y como si tuviera prisa,
como si se dirigiera hacia su casa.

María Constanza López Arias


Por toda la casa 

María Constanza López Arias

La casa vibra hago un paso a la derecha y mi pie choca con el juguete ese rugoso y brillante miro y hay un sin fin de lápices sobre el suelo casi de todos colores ahuyentando a la suegra y de repente el perro aparece con algo en la boca y entonces el bebé llora y esa alfombra liviana y los autitos que permanecen casi encendidos, y las paredes escritas y mis ojos que caen y se apagan ¿que hago? Si apenas son deseos suicidas que circulan en el torrente y las ganas de ser en otro tiempo se acumulan en la eyección de leche que casi es permanente y el bebé lo huele es un animal en celo y el perro también aparece como presa al acecho y entonces los pechos están disponibles y otra vez llora y se ven y me veo lastimada y roja el alma que desborda casi amargura y el bebé corre tanto y con tanta fuerza que apenas sale mi voz y sigue corriendo y ese límite fino aparece una y otra vez ya no hay espacio y apenas respiro.  Y se escucha un sonido casi quedándose sin batería se pierde en el fondo de la escena y las cajas llenas de no sé qué pero llenas y entonces en la cocina hay humo mucho humo y voy con los ojos que caen en el camino resbalo con algo pegajoso y veo las cosas desde otra perspectiva y el perro está ahora en la cocina y el bebé lo persigue con algo en la mano y las cartas otra vez en el suelo y algo de ropa en una esquina y la comida se pasa y se pasa la vida y suspiro y siento que algo se rompe y se quiebra. ¿Suena  el timbre abro y me pregunta cómo están? Estamos bien.



Mónica Olt


Fui a la vuelta de la esquina 
a encontrar la verdad
Mónica Olt

Fui a la vuelta de la esquina a encontrar la verdad.
 Y solo encontré restos de viejos autos, comercios grises, casas opacas, veredas rotas, canteros sin sol, frío, viento, restos de vidas sin luz.
 Estoy algo confundida ¿esto era la verdad?, ¿tal vez era otra esquina?
 Seguiré buscando en cada esquina, de esquina en esquina, no importa cuánto me lleve, caminaré por los restos de las esquinas sin sentidos…
 En los restos de ausencias, de suspiros, de ojos, de ternura.
 Buscaré restos en ninguna parte y en todas.
 Tengo que encontrar esa verdad esquiva y mañosa.
 De este mundo que no advierte tu ausencia.
 Este resto de pena trabajadora, punzante que corroe que te toma y que te suelta en cada esquina de los días, de los meses, de los años, que huele a pena primitiva.
 Perdona si te lloro, es solo este egoísmo terreno.
 Me saqué los zapatos y las medias gastadas de buscar y a pata pelada me arrojé sobre un colchón de  restos de hojas desteñidas, húmedas, con la cabeza mirando el cielo.
 Había nubes en remolinos de espiral, miré a mi alrededor y vi restos de  vida, pedazos de pequeñas ramas, hongos de múltiples formas, gusanos alimentándose de restos muertos, telarañas y arañas que levitan, que los rayos de sol delatan, enormes eucaliptos que se desgranan la piel, parásitos en grupos solitarios que anidan en sus pliegues maltrechos y descoloridos.
 Sigo buscando restos de mi rostro, de esa verdad en el espejo, en cada esquina, en ese juego perverso donde siempre fuimos dos, la que debe ser, la que tiene ausencias, la que se le hacen huecos en la memoria, la que es, la que siente, la que encaja, la que sufre, la que ríe, ese resto de pequeña historia, esa cicatriz dura y callosa, la que ha muerto muchas veces, la que resiste y renace, la que se reinventa con restos de alas rotas, y en ese silencio de esquinas soy, sobre los restos de árboles quietos, la que intenta claudicar a cada paso y vuelve a respirar.
 Y sigo buscando en esa esquina esos restos, esa verdad, en un rezo para que no sea utopía, ni tan efímero.



Ana Barchuk




El gorrión y el tordo 
Ana Barchuk

En la plaza 9 de julio de posadas, justo enfrente a la casa de gobierno, chito el  pajarito, camina, picotea, come bichitos, restos de pororó y miguitas que se le caen a algún niño.
 La urraca de plumas amarillas y azules,  lo mira de reojo desde la rama de un árbol. luego baja a otra más cercana evitando a posibles oyentes con su matraqueo de voz tcha, tcha, tcha, tcha, muy bajito saluda:
 -Hola vecinito del árbol que compartimos.
 -Hola- apenas responde chito.
 La urraca camina unos pasos en el gajo tratando de aproximarse. al ver que es muy difícil hablar desde allí sin que la oigan, abre sus alas y vuela junto a la avecita. coreando el saludo.
 -Hola, al distinto de los hermanos.
 El pajarito la mira y sigue picoteando. la urraca se arrima y le pregunta:
 -¿Te contaron por qué vos tenés las plumitas diferentes a las de tus hermanitos?
 -¿Pensaste que quizá tu mamá… y tu papá… son otros pájaros?

Está todavía hablando cuando se escucha silbar.
 - ¡Holaaa  hermanitooo! ¡holaaa, chitooo queridooo! ¡vaaamos jugaaar! -repitiendo el silbido un gorrioncito.
 Antes de que el pajarillo toque las baldosas de la plaza, la urraca desaparece en busca de su próxima victima.
 Chisto, difícilmente lo oye, comienza a volar con los ojos llenos de lágrimas.
 -Eh, hermanito, esperame, ya sabes que no puedo volar tan alto… ¡sabés que mamá se va a enojar por alejarnos!- le anuncia con todas sus fuerzas.
 -¡Por favor hermanitoooo!... ¡esperaaa!...
 -¡Esperameee!... ¡estoy cansaaadooo!... ¡ya no pue… do seguir!- y se deja llevar por el envión que trae, comenzando a caer. chito al ver a su hermano en apuros se aproxima y lo apoya en una de sus alas  descendiendo juntos.
 Tirados en el suelo, sobre el césped, apenas respiran las dos avecitas. Hasta que por fin el gorrión modula entre suspiros;
 -Estamos muy lejos, mamá se va a enojar. Y estoy cansado para volver. ¿Qué te pasa?... ¿De dónde esta locura de huir de casa? ¿de mí, que soy tu hermano?
 -¡Eh, responde!... ¿qué te pasa?... ¿qué querés demostrar, hermanito querido?... ¡qué le sucede al ocurrente de la familia!  -Insiste el gorrión
 -¡Eso!... ¡eso me sucede!... ¡eso de ser el chistoso de la familia -aclara el pajarito.
 -¿Qué tiene que ver eso? ¡Si todos te amamos y cuidamos! ¿Qué tiene que ver?... ¿a quién le importa? -gorjea el ave marrón.
 -¡A mí!... ¡a mí me impoortaaa!... ¡a mí me importa y muchoooo! -acalorado canturrea, chito,  el tordo.
 -Volvamos y charlemos con mamá y papá. ellos van a saber darnos una explicación mejor que yo… ¡yo, yo sólo te digo que soy tu hermano y te quiero! y… debemos regresar ya, antes de que mamá, se moleste más.
 Sin perder tiempo, los voladores averiguan, con una de las garzas que está picando en el borde de la laguna, en qué lugar se encuentran y cómo retornar. la zancuda los orienta. Agradecen y en un santiamén levantan vuelo. Agotadas llegan a la plaza nueve de julio donde se encuentran con la mamá, el papá y hermanos que los buscan.
 Anticipándose a ser recriminados por la  gorriona, el hermano gorjea:
 -¡Esperá!... ¡esperá mamita, que chito, quiere preguntar algo! -y mira a su hermano autorizándolo a canturrear su queja.
 Los otros hermanos y el padre los rodean y a coro entonan:
 -¡Trina! ¡trina que estamos para escuchar!
 El pajarito se seca las lágrimas con una de sus patitas, suspira, y doblemente suspira, y por fin sutilmente pregunta: -¿mamá, papá, yo soy hijo de ustedes?
 La  pareja gorrión se mira, los gorrioncitos dan una ojeada entre ellos y clavan los ojos en sus padres que, turbados, no saben cómo responder.
 La mamá aclara la garganta, como buscando las palabras, intenta rememorar.
 -Hace algunos meses con papá comenzamos armar el nido en este árbol porque sabíamos que iban a venir ustedes. Cuando estaba terminado, un día puse un huevo, luego el otro, después el tercero y salí a dar una vuelta para comer y tomar agua. al regresar me encontré con la hermosa sorpresa de que en nuestro nido había un huevo más. lo charlamos con papi, los empollamos y cuidamos de igual forma a todos. Nunca hicimos diferencias, eso ustedes bien lo saben.
 -¡Pero quién es mi mamá? ¿Quiénes son mis padres? -interrumpe chito.
 -No lo sabemos -canta triste la madre.
 -No tenemos ni idea  -silba compungido el papá y agregan los dos:
 -Pensamos, por tu plumaje, que sos un tordo. y creemos que tu mamá te dejó en nuestro nido para que te cuidemos. y así lo hicimos y lo vamos a seguir haciendo.
 El tordo gorrión o gorrión tordo extiende sus alas y reuniendo a toda su familia canta:
 -Soy feliz con ustedes. Disculpen. No lo voy hacer nunca más.
 -Todos te queremos…  zonzo -se oye trinar.
 -Quizás, algún día, a mi mamá, se le ocurra decirme quién es -y, sin esperar invitación, el tordito gorrión, estimula a sus hermanos y vuelan a jugar.


Daniel Moyano



           
El estuche del cocodrilo  
Daniel Moyano

*Hablemos ya de la naturaleza del cocodrilo, animal que se pasa cuatro meses sin comer en el rigor del invierno, que pone sus huevos en tierra y saca de ellos su cría y que, siendo cuadrúpedo, es anfibio sin embargo." Heródoto, Euterpe LXVIII


Creo que se habló demasiado sobre este asunto del cocodrilo que tenemos en casa. Tanto, que todo lo dicho, a pesar de su volumen no agrega nada a un hecho cuya máxima trascendencia es el hecho mismo. Y todo por desconocer la naturaleza íntima de los cocodrilos, vale decir la naturaleza de una parte bastante drástica de la realidad.
 La mala fama que teníamos en la ciudad se justificaba ahora por haber descubierto todo el mundo la presencia del cocodrilo en nuestra casa. Mi tía Pina, que se empeña en ignorar la existencia del animalito oponiéndole una calma fingida tuvo una intersección con la rabia cuando vio la foto del cocodrilo en la primera plana del diario. La rabia le alteró, quizás para siempre, alguno de los rasgos de virginidad, que ostenta cuando camina a saltitos, habla por omisión o ignora al cocodrilo. Es una vergüenza, dijo aferrada a su pañuelo, aunque le habíamos explicado que el problema no estaba en tener un cocodrilo sino en que la gente pensaba que eso no era normal.
 La fama no nos viene solamente de reclamar durante años a las autoridades sobre los ruidos molestos (¿qué ruidos, si todos los ruidos son normales? Nos dicen siempre), sino de nuestra permanente resistencia a las visitas y por la misma razón a los amigos. No tenemos amigos porque cuando hubo que elegir entre ellos o él, por respeto al abuelo elegimos el cocodrilo. Así que además de sospechosos somos egoístas, y nos reprochan no integrarnos a ninguno de los clubes, grupos o subgrupos que existen en la ciudad. Todos saben que es muy difícil entrar a nuestra casa y que cuando alguien toca el timbre es cuidadosamente observado desde aden tro por una mirilla que tenemos en la puerta principal.
 El único que tenía la entrada libre era don Misail, viejo militante del conservadorismo, excelente persona, jubilado, con un astigmatismo de –6 dioptrías gracias al cual siempre consideró que el cocodrilo era de aserrín. Cuando comenzó a usar anteojos (Y justamente ese día al cocodrilo se le ocurrió acercarse al conservador y olfatearlo), observó el fenómeno y explicó que acababa de advertir, asombrado, que no se trataba de un cocodrilo disecado, si -no de un juguete de material plástico. Menos mal, porque el descubrimiento de la verdad hubiera sido terrible para él.
 Nuestro cocodrilo es brasileño, de cerca del lugar en donde está ahora Brasilia. Mi abuelo, el contrabajista, que salió de Génova para Buenos Aires, se equivocó de puerto y bajó en Río de Janeiro. Y de allí, sin quererlo, fue a parar a la selva por equivocaciones burocráticas. Pero se adaptó. Le gustaba pescar sentado a orillas del Amazonas, fumando una pipa. Un día puso la pipa y el yesquero sobre un tronco verdoso, a saber, un cocodrilo. Cuando el animal abrió la boca para bostezar, el abuelo, abandonado momentáneamente la distracción, pudo advertir, por el hocico oblongo y la lengua pegada a la mandíbula de abajo, que se trataba de un cocodrilo. Lo llevó a la casa y lo domesticó. Cuando vino a la Argentina lo trajo disimuladamente en el estuche del contrabajo, donde todavía duerme por las noches y, a veces, las siestas.
 Nos criamos familiarizados como el coco, turnándonos en las largas siestas de esta ciudad sub-tropical, donde no hay ríos, para echarle un balde de agua de vez en cuando y enfriarle un poco las escamas. Él formaba parte de nuestra vida cotidiana. El abuelo, sentado bajo la parra, lo único que suele decir, cuando no dormita, es que no nos olvidemos de mojar al coco. Papá todas las noches antes de acostarse se fija para asegurarse de que esté dentro del estuche. Le dedica el domingo íntegro, lo lava con jabón, le lustra la cola, lo hace jugar con un pescado de material plástico. Mamá lo lava con jabón, le lustra la cola, lo hace jugar con un pescado de material plástico. Mamá lo ignora, pero no lo elude como la tía Pina. A veces, cuando se lo lleva por delante, hace gestos de impaciencia, los mismos gesto que hace cuando el abuelo se pone a insultar a este país en su dialecto. El abuelo, cuando lo ve demasiado quieto, le hace cariños con la punta del bastón, le habla en portugués y se lamenta de que haya perdido su color original y de las membranas natatorias de las patas. Papá consiguió toda las historias que se han escrito sobre estos animales, incluida una de Dostoievski. Recibe cartas con recortes de diarios y revistas, a veces escritos en lenguas extrañas pero con algún dibujito de cocodrilos. Así ha hecho una gruesa carpeta, especie de currículo del coco. El abuelo dice que son todas mentiras porque según él la verdadera historia del cocodrilo es el cocodrilo mismo.
 Cuando supo por los diarios que el cocodrilo era de verdad, don Misail no volvió a nuestra casa, y perdimos el único amigo que nos quedaba. Tía Pina resolvió no salir más a la puerta de calle y permanecer soltera (como si no lo hubiera estado siempre) durante el resto de sus días en el fondo de la casa. En la sección de cartas al director del diario local salen todos los días opiniones de los habitantes de la ciudad sobre el caso de coco. La mayoría de la gente nos ataca, y los pocos que nos defienden lo hacen en un sentido poético que nos descoloca. Papá ni siquiera las lee y no quiere que las comentemos. Yo las recorto y las guardo en la carpeta del currículo de Coco.
 La denuncia fue hecha por un vecino (uno de los más eficientes protagonistas de los ruidos molestos) después de muchos acechos y consideraciones. Parece que una noche que nos olvidamos de entrar al cocodrilo y lo dejamos en el patio (la verdad es que hacía mucho calor, esa noche me tocaba a mí entrarlo, pero me dio lástima y lo dejé para que tomara fresco), el vecino puso un aparato en la tapia y grabó los ronquidos del coco, y levó la grabación a la Municipalidad, donde dijeron que se trataba de los ronquidos de un monstruo. Después vino la policía y tuvimos que aceptar la tenencia del animal. Entraron a sospechar cosas, buscaron nuestros prontuarios, hurgaron nuestra biblioteca (compuesta únicamente por libros sobre cocodrilos) y finalmente se llevaron al coco, que fue sometido a un estudio completo por una junta de veterinarios. Cuando comprobaron que se trataba de un cocodrilo y no de ninguna otra cosa, nos lo devolvieron, pero mucho más flaco y menos anfibio que nunca.
 Casi todos los vecinos vinieron a solidarizarse con nosotros y ofrecernos ayuda, pero mientras hablaban amablemente no dejaban de mirar con repugnancia el increíble aspecto de reptil que tiene el coco. La tía lloraba encerrada en la pieza del fondo. El comisario, que al fin y al cabo es un viejo amigo del abuelo, nos visitó cuando terminó la investigación y nos dijo que agradeciéramos su intermediación, “sino a estas horas el bicho estaría convertido en cartuchera y botas para la tropa”. Después dijo: “lo que nos hizo dudar también fue que el bicho no llorara en ningún momento. ¿De dónde saldrá eso de las lágrimas del cocodrilo?” Ese es otro error de la gente, que ignora que los cocodrilos no lloran nunca, explicó papá.
 Siguiendo los consejos de la policía y de los vecinos, ahora nos hemos hecho socios de varios clubes y recibimos todas las visitas. La normalidad que en el fondo siempre deseómamá parece que ha llegado por fin, porque la tía Pina salió ayer a la calle, con un vestido floreado.
 Un médico que fue diputado hace algunos años y que de vez en cuando escribe en el diario local, dijo en una de las cartas al director que todo este asunto había significado para nosotros la Extracción de la Piedra de la Locura.
 En general, dicen que nos hemos liberado. Para no contradecir, ponemos cara de libres, sobre todo cuando salimos a la calle o cuando nos visitan. Pero a decir verdad, nos sentimos conde- nados, violados, vacíos.
 El único que no tiene problemas es el cocodrilo, que sigue la rutina iniciada hace tiempo, mirando las luces con sus ojitos más bien tristes y, por su condición de ejemplar desmesurado, siempre con la cola fuera del estuche.




E. Claudio Steffani



Un prolijo desorden  
E. Claudio Steffani

Cuantas cosas que esconden los espacios que uno habita, con la permanencia de la cuarentena salen a la luz y recuperan el brillo que el olvido y el tiempo trascurrido les quito, y me doy cuenta que estuve mucho tiempo de paso  en mi  propio lugar.
Faltan sillas, sobran papeles, libros y compac disc, mientras desde mi biblioteca la rèplica del mascaròn de proa que traje de Isla Negra, me apunta con sus tetas entre cuatro botellas de vino vacìas, firmadas por los enólogos de sus propias bodegas, junto al trébol de metal que compre en la Alhambra.
En los interiores hay fantasmas propios y objetos que uno elude, por la carga emotiva, pero ambos están acà conmigo, compartiendo y aceptando este demorado encuentro.
Hay una desprolijidad tan construida, como mi propia existencia, ocupando una notoria centralidad, libros que me hicieron crecer, con algunas fotos de amores pasados entre sus páginas, el farol a querosene negro del ferrocarril, un sourvenir del bautismo de mi sobrina nieta Morena, un par de piedras recogidas de una vereda rota en Lisboa, la foto brindando con mi padre en el último año nuevo que pasamos juntos, el cupido de bronce con el arco sobre la espalda, mirando hacia arriba, como buscando un corazón para flechar, el cuadro que pintó mi madre con su paisaje nevado del sur, un caracol de la Isla de las Damas, donde el maestro Enrique Pichón Riviére visitaba en su adolescencia de Goya, mi hogar móvil de cuatro rueditas, asomando debajo de un mueble, que me acompaño en la mayoría de mis soñados viajes.
Un prolijo desorden, cargado de vivencias y recuerdos que, comienzan hace muchos años, pasan por este sitio y vuelan miles de kilómetros en esta inmensa quietud del silencio, y que me hace repensar este universo de imágenes y objetos de mi construida soledad tan acompañada, a pesar de la distancia social y el resguardo administrado cotidiano de convivir con uno mismo.

Susana Kleiban



                  
La culpa la tiene... 
Susana Kleiban

En una habitación de servicio del piso de un coqueto edificio de Recoleta, Elvira una mujer de aproximadamente cuarenta años de edad, cuerpo turgente, algo excedido de peso, de estatura media, piel mate y ojos pardos recorre  nerviosamente toda la habitación mientras monologa alucinada como si estuviera  atestiguando.
Cerca de ella se encuentra el cadáver de un hombre.
Vea señor la culpa de todo la tiene la niña Araceli, no debió dejarme sola con su papá y salir a ver a la Liliana y la Paulina sus amigas del club.
Ya el dotor le había dicho que su viejo estaba bastante colifa, bueno, no sé qué nombre raro le puso pero nos dijo que no saliera solo, que no prendiera el gas que podía incendiarnos la casa, que pusiera cartelitos en la cadena del baño para que no meara en la tapa, y...
El trabajo aquí me gusta, bueno, hasta hace un rato me gustaba, el departamento es un chiche vea, yo lo conservo propiamente como si fuera mío.
Es verano y eso también tiene la culpa la  calor reinante es insoportable y aunque uno estea con las persianas bajadas, si no pone el acondicionador se muere pero mi pieza es chiquita y el aire no llega y la niña todos los veranos se olvida de comprarme un turbo y todos los inviernos dice que va a bajar a la baulera para traerme la estufa y a la final me cago de frío hasta que zas cambia el tiempo y vuelvo a cagarme de calor.
Estuve pensando que también yo engordé un poco, (no tanto como para que no me digan cosas lindas en Constitución cuando voy los domingos para ver a mi tía la que puse en el geriátrico del Pami), pero eso, la calor, y el camisón que me apreta también pudo tener la culpa.
Yo le cuento lo que pasó y uste después decide si me manda en cana o soy una pobre inocente, como la Andrea del Boca en... Uy! de los nervios no me acuerdo, esa en la que el patrón se la quiere cog... perdone sargento... y ella se pone loca y le clava una espada de la pared donde estaba la cabeza de oso. Ahí terminó todo de maravilla: ella se casó con el hijo del patrón que no lo quería a su papá así que ni lloró cuando ser enteró y a la Andrea le dieron el Martín Fierro.
Bueno no me apure no sabe por lo que estoy pasando...
Yo vi salir a la Araceli y aproveché que el papá dormía (eso creía yo) y me entré a bañar. Cuando salí de la ducha me quedé desnuda para refrescarme pero veo que está don Jaime con el calzón bajado y que en mi mesita de luz me dejó un flan a medio terminar al lado de mi radio desarmada.
Al principio ¡se lo juro! que reviente mi tía la del geriátrico si no es verdad, yo creí que se había confundido de pieza, pero se tiró arriba mío y puso su cosa cerca de mis tetas el  viejo verde
Una pregunta uste que es hombre: el finado tenía 84 años ¿vi visiones o la podía tener propiamente parada? Ay disculpe! véame como a una hermana porque con este chiste todavía no me vestí del todo.
Siga escribiendo y por favor eche un vistazo para el lado del muerto  me da ¿cómo decirle? más tranquilidad por él y por mí.
Bueno don, no se enoje. Si me dice prosiga, prosigo. Léame hasta donde le conté. ¿Tiene un pañuelo? Porque  viene la parte más fiera.
El don Jaime se me echa encima yo le grito abuelo que le voy a contar a la Araceli, pero él no me escucha y me dice unas guarangadas que ni un camionero en curda se anima
Ahora que lo pienso el dotor ese también tiene la culpa para mí que le dio pastillas equivocadas y el tipo rejuveneció de golpe.
La cosa es que el viejo no me quería soltar le pedí a Dios que me salvara pero el que me ayudó fue mi Roque, El Roque no era mal marido pero me fajaba mucho yo lo denunciaba en la seccional pero no pasaba nada son todos hombres y la tropa se ayuda ¿no? ¿uste también la faja a su esposa? Bueno ta bien no se enoje si dice prosiga vuelvo a proseguir...
El Roque nunca mejoró de la violencia hasta que lo curó el infarto que me dejó viuda a los 37 que fue cuando me vine con los Cohen: doña Sara que murió  hace tres años, la Araceli, la hija y Jaime el nuevo difunto.
Que no entiende ¿lo del Píritu del Roque? no lo estudió todo como hace el yerlocolmes? Fíjese: Cuando el viejo me tocó el Roque como era celoso no quiso que lo engañara y desde el portarretrato que tiene su foto sus Píritu me puso loca y le empecé a pegar en la cabeza al señor Jaime con tan mala suerte que lo maté y además rompí el vidrio  de la morada final de mi Roque como dice el pastor de la iglesia evangelista.
La foto se salvó de milagro entonces me persigné y le agradecí el favor a mi esposo le digo un secreto mi único hombre sí me casé virgen me casé.
Ahora no se qué va a pasar "arrésteme sargento y póngame cadenas" o saque el muerto de mi pieza y trato de dormir un rato que no estoy para bailongos.
Lo estuve pensando no creo que la niña quiera que siga trabajando con la familia, entonces, si se da cuenta el juez que yo no miento y se fija que años más años menos, don Jaime  igual se iba a morir capaz que consigo una changuita me alquilo una piecita cerca de la tía, y de tarde me voy al geriátrico a hacerle compañía


Estela Marina Garber


                           
Copos de ceniza 
Estela Marina Garber

La civilización crecía y crecía. Urbanizaciones altísimas que competían con los picos mas altos. Rascacielos de New York, de Qatar, de Singapur con selvas tropicales artificialmente montadas en las terrazas.
Imágenes que quedan grabadas en las retinas de turistas nuevos ricos que masivamente y en forma compulsiva intentan capturar en sus selfies. Imágenes ficticias impregnadas por unos instantes. Sólo queda el fantasma de un holograma de esta realidad virtual.
Espejos tridimensionales de un como sí. De lo que fue o será pero de lo que no es mas que una ilusión o imaginación.
Un resto diurno de algo vivido o soñado.
En un tris se evaporó la realidad artificial de la Naturaleza urbana del mundo globalizado de los grandes capitales. Quedando solamente la memoria de algo que se cree haber vivido.
Los días y noches pasan. Las centurias y milenios se suceden y todo perece.
Animales y vegetación prehistórica. Hombre Neanderthal, Cromagnon, Homo Sapiens. Solo humus acredita su existencia. Restos de vidas pasadas.
Guerras mundiales, bombardeos, campos de exterminio. Todo destruido por igual. Materia orgánica e inorgánica. Fierros retorcidos, vidrios rotos, libros calcinados, polvo por doquier. Cenizas de carbón que vuelan en el aire como copos de nieve en primavera.
Todo se pulveriza. Todo se reduce a restos. Diminutas partículas que vuelan y suben hasta encontrarse con las nubes. Partículas de estrellas que fueron el Origen de Todo. Partículas estrelladas que serán el Final de Todo.

jueves, 23 de abril de 2020

Carlos Margiotta



                          EN CASA Carlos Margiotta

Estoy en mi casa hace una semana sin poder salir por la cuarentena. El otro día me llama un amigo que vive con su familia y me pregunta cómo me las arreglo viviendo solo. No estoy solo, le contesto, vivo rodeado de palabras.
Las palabras pasean por mi departamento sin pedir permiso, salen al balcón, abren la heladera, se lavan las manos cada dos horas, miran televisión tiradas en el sofá, van a la computadora y entran en las redes. Usan mi celular manejándolo a su antojo, se toman un café cuando tienen ganas, entran al baño varias veces, hacen sus necesidades, se duchan, y disponen de mi intimidad sin ponerse coloradas.
En el transcurso de los días las voy reconociendo una por una, están las palabras fuertes tan expresivas, tan gritonas que a veces me asustan. Están las débiles que parecen delicadas, frágiles pero a la vez son tan atractivas como seductoras. Están las asquerosas, las sucias, las que se cortan las uñas de los dedos de los pies delante de tuyo, mientras eructan o se tiran un pedo. Están las que se pasan suspirando, románticas las llamo, son peligrosas porque te demandan todo el día y nada las satisface. Por suerte cada tanto me encuentro con las frontales que no te engrupen, que te cantan la verdad por dolorosa que sea. Son las que cuando te dicen No es No y cuando te dicen Si agarrate Catalina, en ellas confío. Después hay un grupo de exageradas donde reina la desmesura, un gramo es una tonelada, un piquito es el amor de sus vidas, una raspadura es una amputación de un brazo o de una pierna y debo medir hasta donde es cierto lo que dicen. Pero las que menos tolero son las perfectas, si, las que se la pasan disimulando errores, echándole la culpa a otro de sus acciones, siempre atildadas, bien vestidas con una sonrisa eterna en sus labios. Las veo falsas tan carentes que necesitan ser como modelos para exhibirse en público y criticando a todo el mundo.
La lista es infinita y entre todas elijo a las cariñosas, las amorosas, que estiran su cuerpo desperezándose y te tiran un beso con las manos apoyadas en sus labios. Son las que te aman sin condiciones, que quieren lo mejor para vos, son una mezcla de madre y mujer fatal que pueden arriesgar la vida por el hombre que aman.

Podría hacer una enumeración infinita de las palabras como las: directivas, resentidas, profesionales, independientes, sometidas, feas, hermosas, cursillistas, estudiosas, fundamentalistas, religiosas, anarquistas, feministas, tolerantes, prostitutas, inquietas, calentonas, emocionales, frías, superfluas, comprometidas, solidarias, egoístas,  inteligentes, soberbias, celosas, desoladas, indiferentes, devotas, dolientes, deseosas, machistas, racionales, tumultuosas, pacientes, simuladoras, exquisitas, mudas, gordas, sudorosas, abnegadas, graciosas, estúpidas, complacientes, emancipadas, y podríamos seguir con la lista eternamente.

Estamos hechos de palabras, somos lenguaje, afirma el concepto universal, pero la subjetividad de cada uno nos muestra que hemos sido atravesados por palabras concretas, singulares y el valor de cada una es distinto según la persona. Hace poco descubrí que la palabra AMOR es igual a ROMA, escrita en las dos direcciones. ¡Dos bellas palabras!, para mi.

Por eso los escritores dicen que no hay palabras malas ni buenas, prohibidas ni permitidas que las palabras de un texto están en íntima relación unas con otras en un vínculo particular y único, Las palabras se dicen en el momento histórico social en que es escrita, dentro del contexto argumental en que es narrada la ficción, en el aquí y ahora como al allá y entonces. Y el escritor sabe que hay una sola palabra que le corresponde a esa frase, le guste o no, y deberá buscarla para decidir entre muchas, y al elegirla tendrá que hacer el duelo de las que deja en el camino de la historia.
La otra noche cansado del encierro y el calor del día me acosté con la ventana abierta del dormitorio. La luna entraba en la penumbra solitaria y las vi entrar sigilosamente una por una a mis palabras preferidas, como mujeres deseantes buscándome. De pronto se fueron metiendo en mi cama desnudas y empezaron a acariciar todo mi cuerpo donde más me gusta dándome un inmenso placer. Ella no estaba.

Alejo Urdaneta



                                           EL VIEJO LIBRERO  
                                               Alejo Urdaneta

Visitaba el bibliófilo frecuentemente al librero de viejos ejemplares y cachivaches de antaño. Memorias con olor a papel amarillo por obra del tiempo, la pureza de las historias almacenadas en libros ya descoloridos. Y cuadros de pintura, relojes detenidos. Anécdota y humedad.
Debajo de un puente en el centro de la ciudad tenía el negociante la venta multicolor. Era un lugar conveniente porque por allí pasaba mucha gente. Un espacio bullicioso al que sólo llegaba el silencio en la noche. Y aun así, el amigo librero aseguraba que después de anochecer se escuchaban voces de personajes de la historia y de las letras universales. Lo decía en un tono bajo, enigmático.
Aquel curioso visitante de la librería callejera sostenía con el dueño largas charlas, mientras hojeaba libros y escrutaba pinturas de artistas famosos. Siempre descubría algo bueno y lo pagaba con placer. Parecía que alrededor de los anaqueles sobre el mobiliario, dispuestos en orden y protegidos por la estructura del puente, viviese algo irrecuperable, y el librero lo sabía. Tenía su clientela perseverante que le pedía buscar alguna obra literaria perdida, algún álbum de música en discos ya vencidos por el uso. De todo podía hallarse entre esos muebles maltrechos pero iluminados por tanta belleza secreta.
Y el día de Navidad, cuando fue a la venta para dejar un saludo y beber una copa de vino con su amigo, recibió de su boca la noticia: había decidido retirarse del negocio y lo ofrecía en carteles fijados en la pared del puente. Se vendía a un precio justo, dada la calidad de los libros y objetos de valor que exhibía. Hubo ofertas en los días de diciembre, y pasó el tiempo de adviento y regresó enero.
Enero luminoso y la ciudad tranquila después de la locura de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Poca gente transitaba por la avenida que pasaba debajo del puente. El suave viento del primer mes y el frescor claro de este tiempo, invitaba al paseo por la calle que remontaba hasta el centro financiero y las oficinas públicas.
“¿Vender mis libros y objetos de arte? Fue la frase que el asiduo visitante escuchó decir al librero cuando llegó al puente. Le dijo de las ofertas de compra a precios altos, pero él no asentía. Supo el amigo asiduo que ahora el viejo tenía dinero y no necesitaba trabajar; que un impedimento insuperable había sido la causa del desistimiento de retirarse del negocio de libros y todas las obras que había acumulado en tantos años. Le dijo en forma terminante que nadie podía valorar el tesoro que se exponía al calor y al frío, al polvo de la vejez y la humedad. Y que esa era su vida.
Nada podía responder el visitante. Era un argumento irrefutable el que exponía el vendedor de antigüedades; y el otro lo comprendía. Bastaba recorrer los pocos metros que tenía el sitio destinado a fondo de comercio. Al borde de la algarabía de la calle, el silencio de la librería es expectante. Buen negociante, conoce el lugar de cada libro, y algo más: sabe de la fecha de la edición que tiene en venta. Sabe también que aquel cuadro con una pintura de Pascual Navarro había paseado por bares y cafés del Este de la ciudad, y que su valor de cambio de antes, irrisorio por su cortedad, tiene ahora un precio multiplicado por la nostalgia.
El vendedor prefiere los libros de viaje, algo que choca con su propia vida, estancada en ese lugar desde que era joven. No sé cuáles serán sus sentimientos o emociones cuando alguien le habla de los paisajes de Hungría, o de Francia, del azul cielo de España. Si alguien le dice de los monumentos del tiempo el librero se anima, se levanta de su taburete cojo, va a uno de los estantes y saca un libro de historias de aventuras con dibujos de las naves de Colón.
Hay palabras e imágenes que encantan; en ellas se oculta la poesía que el viejo librero remueve al verlas de nuevo, siempre con ojos de sorpresa. Me mostró sus tesoros y no encontraba la manera de decirme su duda. Por fin pronunció aquellas palabras que todavía recuerdo cuando paso por la avenida y llego al puente, ahora desalojado por una orden del Municipio: “Usted ha visto mundo, ha palpado las costumbres y hasta los rasgos de otras razas. En cambio, el mundo mío lo he construido a solas…” Era cierto. El viejo robaba de sus libros y objetos de antaño vidas vividas, palpaba en el lomo de las ediciones in-octavo la fragancia que el tiempo depositó, su mirada quedaba detenida en pinturas de siglos pasados. En su imaginación debían retozar los bailes coloridos en la campiña de Bretaña; y si volvía sus ojos hacia nuestro mundo cercano, el Mar Caribe se encrespaba sobre la playa de piedra franca y grises soles, visto en pequeños lienzos de aficionado, o de maestros caídos en el olvido. Y el viejo no decía de su dolor cuando vendió estampas con paisajes de los llanos o la niebla de la cordillera. Todo eso era suyo y lo había entregado. Sus emociones vibraban todavía en aquel lugar de paso que permaneció por toda una vida, sólo para él.
La pregunta vino de repente: “¿Prefiere usted sus viajes, o le gustaría tener este palacio del tiempo?" Hice un recorrido en el pequeño rincón, para mirar todo aquello que mostraba el mundo de la ilusión, la aventura del hombre. En el momento pude decirle que eran sus libros y joyas antiguas lo que deseaba, porque era verdad que me atraían y me hubiese quedado con toda esa riqueza convertida en sueños. Pero le dije que me inclinaba por los viajes, porque han sido el motivo de mi vida de viajero ambulante.
Sólo añadió: “¡Yo, que no puedo ser joven nunca más!”
En sus manos sostenía el libro de viajes de Marco Polo, y en las paredes del puente brillaba el color del mundo, en sus tonos innumerables.
Volví a pasar, poco tiempo después, por el sitio donde estuvo la venta de libros y curiosos objetos. Ya la Municipalidad había desalojado el lugar y destruido los muebles y anaqueles que guardaron por tanto tiempo las reliquias del extraño almacén. Quien pusiese atención quizás escucharía el batir de la espada de Scaramouche, o creería ver en las paredes cuadros con paisajes remotos que el comerciante de la memoria sólo conoció en su imaginación.
Del destino de los libros y de tantos objetos valiosos nadie supo. El viejo librero quizás vivirá todavía en otros lugares del mundo, con sus recuerdos, y estarán sus reliquias dispersas y hasta perdidas o destruidas. Pero en cualquier lugar donde estén, nunca tendrán la magia que rodeó el recoleto lugar debajo de un puente en la ruidosa avenida.