miércoles, 20 de enero de 2010

NEGRO HERNÁNDEZ


DOS EXTRAÑOS


El Gordo dejó un billete de cinco pesos sobre la mesa y salió apurado. "Perdoname Negro, si llego tarde mi mujer me mata". Antes me había dicho que cumplían treinta años de casados y lo festejaban con ambas familias en un boliche de Puerto Madero, de esos que ahora se llaman "resto".
Esa noche yo estaba en banda. Marta se había ido a Montreal para acompañar a su nuera en el nacimiento de su primer hijo, ahora también nieto. "Si es varón se llamará Lucas como Luc, el de la Guerra de las Galaxias", había dicho el padre Desde entonces Marta extrañaba, y hasta llegó a sugerirme que nos fuéramos a vivir a Canadá. De regreso pasaría por Nueva York para visitar a una prima y de paso hacer algunas compras. ¿Quién me manda a meterme con una mina finoli? pensaba, mientras recordaba a mi hija bailando tangos en París y a la que no veia desde hacía tres años. Y yo en Barracas, mi barrio, en este lugar lejano del puto mundo, extrañando.
Los sábados a la noche el Tres Amigos se pone triste, más solitario que nunca, como si las sombras de Buenos Aires se posaran en las almas de los parroquianos silenciosos. No quería volver a casa y adormecerme mirando algún bodrio por televisión, ni alquilar una película cuya traducción no podría leer sin lentes. Miré el reloj, eran las ocho y veinticinco, hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad. Conté los cigarrillos que me quedaban en el paquete: dos. Hacía unos días que racionaba los puchos en un intento de dejar de fumar.
-¿Qué tenés para comer, Rogelio?
-Te puedo hacer un lomito al plato con panceta, tomate y huevo frito.
-Dejámelo pensar.
Me imaginé cenando tostadas de pan integral con queso dietético, como lo hago todos los días, y la cara de asco se reflejó en el vidrio del ventanal entre el boliche y la noche. "Tenés que cuidarte, a nuestra edad los riesgos cardíacos son mayores y vos andás con hipertensión y el colesterol alto. Tomá estas pastillas, una por la mañana y otra antes de acostarte. Lo importante es que largues el faso y caminés por lo menos cuarenta cuadras por día. Vení a verme dentro de dos meses y sacamos otros análisis". La suerte está echada, me dije cuando salí del consultorio de Jorge, un amigazo de la infancia, y comencé a pensar en la muerte.
Durante semanas fui purificando mi organismo, ahora duermo mejor y pienso con mayor rapidez, como si la sangre se hubiera alivianado en las venas. Pero esa noche estaba solo, sin los cuidados de Marta y para colmo el Gallego me había invitado a pecar, y tenía ganas de pecar. En eso estaba, cuando Ramón detuvo el taxi junto a la vereda y entró al café.
-Hoy laburo como hasta las seis. Tengo que pagar la cuota del auto y no llego con la guita.
Pidió una cerveza y se comió un sanguche de milanesa, mientras me rugía el estómago. Charlamos un rato sobre la corrupción en el fútbol, y se fue.
Yo seguía pensando en la propuesta de Rogelio y para disipar los malos pensamientos abrí el libro de semiótica y me puse a preparar la clase del lunes para la escuela de periodismo. Mis alumnos me aprecian y a mí me gustaba enseñar, en especial a las señoritas que pueblan el aula de primavera. A las diez no quedaba nadie en el Tres amigos, sólo el gallego Rogelio y yo.
El silencio era tan húmedo que flotaba en el salón como el amanecer sobre el río. “Los que aman el silencio saben escuchar”, escribí en una hoja suelta que oficiaba de marcador en el libro. La puerta vaivén chirrió sin avisar para dar paso a un desconocido que eligió una mesa al costado del mostrado, la más escondida. Se sentó dándome la espalda y apoyó una carterita de cuero o un portadocumento, sobre el marco interior de la ventana. Era un tipo grandote, más o menos de mi edad, con el pelo largo y canoso, vestido con un vaquero y una campera de gamuza gastada, que combinaban con su aspecto decadente. Cerré el libro y prendí un cigarrillo. Sentí que algo se había roto en la intimidad del café. El extraño había interrumpido el clima familiar de la esquina de Barracas y presentí el peligro.
-¿Quién es? Le pregunté a Rogelio cuando pasó obligadamente a mi lado después de servirle una copita de ginebra.
-No sé, nunca lo había visto por aquí.
-Me parece que voy a comer un lomito pero con un tomate partido al medio y un poco de orégano.
-Bueno, avisáme.
Y me sentí sin culpa, como después de una confesión. Había superado la primera tentación. El Gallego apagó las luces que pendían sobre las mesas de billar y el rincón se volvió penumbras. Recordé la noche aquella de la sudestada cuando se inundó el boliche y con los muchachos jugamos un truco interminable que duró hasta la mañana siguiente.
La puerta se abanicó nuevamente haciendo el mismo ruido. Ella caminó tímidamente hacia el centro del local, como dudando, miró su alrededor y se dirigió hacia el hombre que la esperaba. En otras circunstancias la mujer, no habría llamado mi atención. Era alta, con el pelo enrulado que le caía sobre la frente, también llevaba un jean azul, una remera ajustada de color verde y un abrigo negro que le llegaba hasta la cintura. Parecía más joven que él. Cuando se sentó, apoyó el bolsito marinero sobre la silla vacía y pude verla más claramnete por encima de los hombros del tipo. ¿Amantes? ¿Amigos?.
El hombre hablaba gesticulando con ambas manos, como un malabarista, mientras ella escuchaba con los labios quietos o simulaba escuchar. En ningún momento se tocaron las manos ni hubo gestos que demostraran algo de cariño entre los dos. El sacó un sobre papel madera del interior de su bolsillo y se lo entregó. Ella abrió el sobre con cuidado y lo guardó en el bolsito, eso creí.
Son compañeros de trabajo, pensé, ella es cajera en un banco, y él está en cuentas corrientes, pero nadie sabe de su relación. Ella venia de dejar a los chicos en el departamento de su ex marido, que se ha vuelto a casar. El otro vive solo, no ha tenido suerte con las mujeres, siempre terminaron abandonándolo. Ambos decidieron compartir la soledad de los sábados como dos extraños. Todas las semanas cambian el lugar de encuentro para huir de la rutina y del compromiso. No quieren correr riesgos en el amor, tienen miedo, son cobardes. De vez en cuando pasan la noche sobre una cama de algún telo, y se aburren en el orgasmo. “Vamos. Hoy no, estoy cansada”.
La mujer terminó de tomar el té con limón y descorrió el pelo que le cubría la frente cuando él se levantó para ir al baño. Nos miramos detenidamente. Desde que entró al café ella sabía que yo la miraba y adiviné casi una sonrisa. El hombre regresó. Hizo un ademán con la mano mostrando diez pesos y los dejó sobre la mesa. Se levantaron, ella tomó el bolsito y el recogió el portadocumentos. Caminaron hacia la puerta que volvió a chirriar. En ese instante él acompañó el paso de la mujer tomándola de la cintura.
-¿Vas a comer, Negro?
-Sí. Cambié de idea Gallego. Traéme el lomito completo y una botella de vino bueno.
-¿Comemos juntos?
-Bárbaro.
-La casa invita. Rogelio bajó las cortinas metálicas del café y se puso a preparar la cena detrás del mostrador. Yo me senté en la barra y vi un sobre de papel madera caído debajo de la mesa recién desocupada. Me acerqué y lo levanté del suelo. Estaba roto. Vi tres fajos de billetes de cien dólares que asomaban en el sobre desgarrado y me asusté.

LEYENDA


HACHAS AGOBIADAS

La población extremadamente pequeña se extiende por una sola calle, se recuesta sobre dos palafitos fundacionales, la tierra colorada y el verde intenso. Apenas cinco casas conforman la población estable. Los jóvenes se marcharon hacia la ciudad y sólo quedan ancianas y niños, extremos de un mismo destino. En los montes cercanos aún pueden observarse resabios portentosos de lo que fuera la naturaleza en su potencial extremo. Gigantes de pie que se sostienen atados a un cielo de tormenta. Ellos necesitan de esas conflagraciones naturales para asirse con más fuerza al suelo y de ese modo desarrollar sus raíces con la vigorosa consecuencia de la vida. La tarde se presenta tediosa y agobia con su temperatura. Una gran masa nubosa se acerca desde el oeste. Presupone viento o tormenta eléctrica o quizás lluvia por una semana. Doña Ité sale de su casa y observa el cielo. Parece no preocuparse demasiado; entra a la casa y sale casi de inmediato. Se dirige a casa de doña Alfonsa y luego las dos juntas a casa de doña Irene. Las tres se reúnen en la pequeña galería de la casa de esta última. Deliberan como si estuvieran previendo la última función del mundo en su estrategia de sobre vida.
Doña Ité, que es la más decidida, convoca a los niños a sentarse debajo de un gran timbó que se yergue hacia la última corona de estrellas. Una vez que los niños se han ubicado en la platea estelar, las tres mujeres salen de sus casas cada una con un hacha en la mano. La tormenta se aproxima rápidamente. Los pájaros se entremezclan entre gritos y vuelos desordenados. La brisa crece en intensidad y se convierte en viento, la tierra colorada levanta su pollera estremecida y rodea el ámbito en su totalidad. Las tres figuras se pierden en la tierra y sus rostros se tiñen del color de la sangre, mientras sus hachas giran y giran, dando rienda suelta a la danza que cortará la tormenta en mil pedazos y no le posibilitará dañar al pequeño mundo de las tres danzarinas.
Los niños observan atónitos. La tormenta se ha instalado con su furia. Las hachas giran y giran, se chocan entre sí, despiden luces, un trueno rompe el espacio del paisaje. Gruesas gotas como ojos de Dios se desploman sobre las tres mujeres. De pronto caen exhaustas. La lluvia arrecia. La tierra se deposita sobre sus cuerpos, los niños no se mueven. El timbó cruje. Doña Ité mira hacia el cielo y levanta su hacha, las otras dos mujeres repiten el mismo movimiento.


-Publicado en la revista virtual La Iguana-

MARCOS RODRIGO RAMOS


EL CÓDIGO

Hace demasiado frío acá adentro. La sala de la conferencia no es tan grande, me molesta un poco que haya tan poca luz. Parece ser que ninguno de los convocados ha fallado. A mi lado están los científicos representantes de Francia y Portugal. La luz roja y un leve timbre nos indican que nos pongamos los auriculares.
Aparece desde un costado del escenario el prestigioso físico alemán Max Müller.
Comenzamos a escuchar la voz del traductor. Observo a los costados y veo que todos los pasillos están cubiertos por soldados fuertemente armados. El orador comienza con su discurso.
-Querido colegas. Es de suponer que todos los aquí presentes, venidos de distintos países y enviados por sus respectivos gobiernos, conocen de antemano lo que vamos a hacer ahora. Como breve reseña de lo ocurrido les puedo decir que hace una semana, en la zona del paralelo 33 más conocida como el Triángulo de las Bermudas, fue encontrada flotando una esfera de mercurio de 20 metros de diámetro. Nuestros científicos lograron extraer de ella dos organismos vivos. Han sido mantenidos dentro de peceras con agua salada, pues hemos corroborado que el aire les afecta la piel. Hemos descubierto que se comunican entre sí a través de pequeñas descargas eléctricas. El departamento de ingeniería ha podido diseñar un procesador que nos permitirá, no sólo entender lo que dicen, sino también mandarles mensajes en su propio código. Estimados colegas, el día que siempre hemos soñado por fin llegó. Por primera vez nos comunicaremos con seres que muy probablemente provengan del espacio exterior. Llegó el momento de comenzar. El futuro es hoy. ¡Adelante!
El telón colorado se corre y allí los vemos. Están en peceras de casi dos metros cúbicos repletas de agua. Si bien ya todos habíamos visto las fotos, no nos deja de impresionar la forma de esos seres, parecen cubos de medio metro de largo, su contorno es membranoso y gelatinoso, en cierta medida por su textura me recuerdan a un cerebro humano, sólo que de forma cuadrada.
La voz en off pide silencio. Diez oficiales les están apuntando, me parece excesivo el cuidado pues las criaturas dan la impresión de ser totalmente inofensivas. Max Müller comienza a teclear y en la pantalla gigante aparecen en inglés lo que está escribiendo:
-Hola.
-Xluc.
-Hola.
-Xluc.
El profesor piensa unos segundos y luego escribe:
-¿Qué es Xluc?
-Xluc vino con nosotros. ¿Dónde está Xluc?
-¿Quiénes son ustedes?
-Yo soy Xlac y ella es Xloc ¿Queremos saber dónde está nuestro hijo Xluc?
-¿Es la primera vez que vienen a nuestro planeta?
-Vinimos aquí hace millones de años. Dejamos algunos microorganismos experimentales y por lo visto ellos han evolucionado hasta transformarse en esa masa de seres como ustedes que habitan este lugar. Somos sus creadores y les advertimos que, de la misma forma que los creamos, podemos destruirlos.
Max Müller dejó de teclear ante el grito del científico de Portugal que estaba a mi lado.
-¡Alto! Creo que usted nos debe una explicación pues es evidente que no se nos ha informado todo ¿Qué ha pasado con el tercer alienígena?
-Por orden de las más altas autoridades me había sido prohibido dar información sobre este tercer ser, pero ante los hechos creo que ya es inútil seguir ocultándolo. Nuestros científicos experimentaron con el ser para crear el procesador que nos permite comunicarnos con ellos sin embargo hubo un accidente, se mandó una descarga eléctrica excesiva y los hemos matado. Realmente no sé cómo podríamos explicarles lo que pasó. Jamás lo entenderían.
Alguien grita señalando el escenario. El agua de las peceras parece estar hirviendo. Los seres han cambiado de color, están rojos. Hinchados laten con gran fuerza. Desde el escenario Max Müller no puede pronunciar palabra. Atónitos vemos como el cuerpo del científico se transforma en un polvo parecido a la arena y se esparce por el piso. Los gritos y los disparos se multiplican por todo el recinto. Cuando quiero levantarme para salir corriendo me doy cuenta que mi mano... mi mano se está volviendo de arena.

ARIEL FÉLIX GUALTIERI


LA LÁMPARA

Ricardo M. Ricardo había trabajado hasta muy tarde aquel martes. Ya era de noche cuando llegó a su pequeño e inquietante departamento de un ambiente, donde vivía solo. Al entrar, reparó con cierto malestar que había dejado encendida la lámpara que había sobre su mesa. Como en su reducida vivienda no tenía espacio para un escritorio y una mesa, esta última hacía a la vez de ambos muebles. Por eso, la lámpara en cuestión se trataba de una lámpara de escritorio. Era de color negro y presentaba un aspecto desgarbado con su largo y delgado soporte doblado en ángulo casi recto. Lo primero que hacía Ricardo al llegar a su hogar por las noches era encender aquella lámpara; y el hecho de que ahora tuviese que saltearse aquel paso, lo había dejado paralizado y sin saber que hacer. Por suerte para él, la lámpara se apagó de repente. Entonces Ricardo salió del departamento, cerró la puerta y luego la abrió inmediatamente para volver a entrar. Seguidamente, a oscuras, como correspondía a su rutina diaria, encendió la lámpara: se sintió aliviado.
Sin embargo, su alivio no duró demasiado. Porque, cuando volvió a iluminarse el ambiente, observó que algunos objetos se encontraban repetidos. Por ejemplo, sobre la mesita de luz, en lugar de uno, como siempre, ahora había dos despertadores idénticos; en la cocina, se había duplicado la pava; y en el baño, había pasado lo mismo con el cepillo de dientes y la esponja. En fin, por todo el departamento pasaba lo mismo. Comenzó entonces a buscar a su doble. Cuando por fin lo halló dentro del placar, pensó con cierta preocupación, que en su contrato de alquiler se mencionaba explícitamente que no podía traer a vivir consigo a otra persona, sin previa autorización del dueño del departamento. Sin embargo, parecía que su doble no estaba interesado en quedarse, porque salió por la ventana; yéndose a sentar sobre la terraza de un edificio de enfrente, cruzando la calle, desde donde se quedó mirando hacia la ventana por la que había salido.
Entonces, Ricardo escuchó que golpeaban la puerta. Preguntó varias veces pero nadie contestó. Cuando finalmente abrió la puerta, una rata entró velozmente; al mismo tiempo que Ricardo se percataba de un gran bullicio que provenía de la calle. Ricardo conocía muy bien a aquel roedor. Era una gigantesca rata que vivía en un árbol de la calle, a la vuelta de su edificio. Cada mañana, cuando Ricardo salía rumbo al trabajo, veía como subía hasta un hueco en la parte más alta del tronco, donde seguramente tenía su refugio. Ricardo imaginaba entonces, que la rata regresaba cansada, después de una noche de duro trajín para conseguir alimento. Muchas veces se había sentido reflejado en aquel animalejo; pensando que él mismo también regresaría cansado a su vivienda, después de una ardua jornada de trabajo.
-Vengo a que me ayude -le dijo la rata, agitada, a Ricardo-, quieren matarme. Sólo usted puede impedirlo.
-¿Quiénes quieren matarlo? -preguntó Ricardo interesado; y a la vez preocupado, pensando que en su contrato de alquiler también se indicaba que no podía tener mascotas.
-La multitud que está allá abajo. Me vienen persiguiendo hace un rato. Llegaron hasta mi árbol y comenzaron a darle hachazos para derribarlo. Cuando me arrojé al suelo de un salto, empezaron a seguirme.
-Pero…
-Soy el dios del trabajo -prosiguió interrumpiendo a Ricardo-. Los dirige Baco, que ahora se encuentra en aquella terraza -dijo señalando hacia la ventana por donde podía verse al doble de Ricardo sentado en la terraza del edificio de enfrente.
-Ese no es Baco -le contestó Ricardo sonriendo-, es mi doble que ha salido de mi placar hace un momento y, escapando por la ventana, ha ido a sentarse sobre el borde de aquella terraza.
-Pero también es Baco -le replicó enérgica la rata-. En realidad, es usted siendo Baco. Es que usted, señor, odia tanto su trabajo que piensa que matándome se acabarán todos sus problemas.
-Eso es una mentira. Yo no odio mi trabajo -respondió Ricardo enojado.
-Y si no lo odia, señor mío, ¿por qué a veces quiere huir de su oficina, como un preso de una cárcel?
-Bueno, es que uno además de trabajar también tiene que vivir…
-¡A eso quería llegar! -exclamó la rata.
-¿A qué se refiere? -preguntó Ricardo.
-Ayer por la mañana, usted le dijo esa misma frase a un compañero suyo de oficina que suele quedarse trabajando hasta altas horas de la noche, sin importarle que no le paguen horas extras…
-A sí…, es un bicho raro… Le di ese consejo porque…
-Le dio ese consejo sin que se lo pidiera -lo interrumpió el dios-. Pues bien: aquel hombre se suicidó ayer -dijo fríamente.
Ricardo se quedó congelado un instante. Después dijo:
-Lo lamento mucho..., pero yo no tuve la culpa…
De repente escucharon el griterío muy cerca, y seguidamente sintieron fuertes golpes en la puerta: los perseguidores habían descubierto que la rata estaba en el departamento de Ricardo, y aparentemente querían entrar por la fuerza.
-Rápido, debe ayudarme -dijo el dios sobresaltado-. Solamente tiene que dejar de impulsar a la multitud contra mí.
-Pero es que yo no la estoy impulsando, más allá de lo que usted crea. Como mucho, le concedo que sea mi doble, pero de cualquier manera no tengo control sobre lo que él hace…
-¡Es usted, es usted, siempre es usted!... -gritó el dios desesperado.
Entonces la puerta se abrió de golpe. Furiosos individuos se precipitaron dentro. Ricardo intentó detenerlos, pero uno se adelantó hacia él blandiendo un garrote, descargó un golpe sobre su cabeza y Ricardo se desmayó.
Despertó dentro del placar. Cuando salió del mueble, notó con alegría que su departamento se encontraba en orden, la puerta de entrada estaba cerrada y no había objetos duplicados. Además, felizmente su cabeza no tenía rastros de golpe alguno. Pensó entonces que quizás todo había sido un sueño; y como ya era la hora en que debía salir para su trabajo, se arregló como pudo y se dispuso a marcharse. Pero al abrir la puerta, en lugar del conocido pasillo del edificio, se encontró con algo bastante distinto: frente a él, se extendía una inmensa pradera bajo un cielo celeste y despejado, donde el sol brillaba hasta cegarlo. A lo lejos se distinguía una mujer con dos niños, posiblemente sus hijos. Se les acercó entonces, a paso apurado.
-Disculpe usted, señora -interpeló a la mujer-, ¿sabría decirme como puedo ir hasta Plaza Once? Es que necesito llegar a mi trabajo y estoy desorientado.
-¿¡A su trabajo!? -exclamó ella sorprendida-. ¿Es que no se ha enterado aún? Es la tapa de todos los diarios, y por la radio y la televisión no se habla de otra cosa, ¿¡cómo es posible que todavía no lo sepa!?
-Es que salí apurado y no escuché las noticias, ¿de qué se trata?
-Señor, han asesinado al dios del trabajo y ahora ya nadie volverá a trabajar.
-¿Pero quien lo ha matado? -preguntó Ricardo, fingiendo que no estaba enterado de nada.
-No se sabe todavía. Pero tenía muchos enemigos. Es que últimamente se había vuelto un burgués arrogante…
-Pero ahora como nos vamos a arreglar para vivir -preguntó preocupado.
-Dicen que un nuevo dios nos dará todo lo que necesitemos. Es más: dicen que nos dará cualquier cosa que deseemos. Está cerca de aquí. Ahora mismo estamos yendo hacia donde se encuentra, ¿quiere acompañarnos?
-Sí, por supuesto -le contestó Ricardo-. A mí también me gustaría conocer a ese nuevo dios… ¿podría aguardar aquí un momento mientras regreso hasta mi departamento para cerrar la puerta? -le pidió, recordando de pronto que la había dejado abierta.
-Bueno, pero apúrese porque quisiera llegar antes de que se forme una cola interminable.
-Enseguida vuelvo.
Cuando llegó hasta la puerta de entrada para cerrarla, observó frente a él, dentro del departamento, otra puerta idéntica. Entró entonces, y al abrir esta segunda puerta se encontró, ahora sí, con el pasillo del edificio. La cerró rápidamente y volvió a salir por la misma puerta que había entrado, rumbo a la mujer y los niños. En el camino, se con el pasillo del edificio. La cerró rápidamente y volvió a salir por la misma puerta que había entrado, rumbo a la mujer y los niños. En el camino, se dio cuenta de que la puerta que se abría a la pradera, era también la ventana por la que había salido su doble.
Los niños conocían bien el camino, así que llegaron rápidamente al lugar donde estaba el dios. Se trataba de una plaza, y estaba repleta de gente. Ricardo pudo ver como la mujer se zambullía entre la muchedumbre, aferrando fuertemente a los niños de la mano, y pronto desaparecieron de su vista. El nuevo dios se encontraba sobre una tarima. Estaba de pie. Llevaba un gran sombrero verde y en su mano izquierda tenía un largo bastón dorado. Las personas se disponían frente a él, formando una larga fila. Y así, a medida que iban pasando ante el dios, éste les proporcionaba, después de agitar su bastón, todo lo que necesitaban y deseaban; tal como la mujer lo había indicado. Ricardo buscó el último lugar y se acomodó en la fila. Cuando llegó su turno, contemplando de cerca el rostro del dios, advirtió que era su compañero de trabajo, el que se había suicidado. Pero también se percató de que se trataba de la rata que era el dios del trabajo. Luego notó que asimismo era su doble. Y finalmente se dio cuenta que, además de todos aquellos personajes, aquel sujeto también era él mismo: Ricardo.
-¡Hola! -lo saludó el dios alegremente-. ¿Cómo está usted? Veo que al fin se ha puesto de mi lado.
Ni bien terminó de decir esto, agitó su bastón, e hizo aparecer ante Ricardo todas sus necesidades totalmente satisfechas y todos sus deseos cumplidos. Pero no sólo estaban sus deseos actuales. Se encontraban también, ya concretados, todos sus deseos pasados que no se habían cumplido, y todos los futuros que todavía no se le habían ocurrido.Entonces, justo cuando Ricardo estaba por agradecerle y marcharse feliz, provisto de todo lo que le había proporcionado el dios; llegaron a su mente, de pronto, las palabras que le había dirigido: "Veo que al fin se ha puesto de mi lado". Recordó así, con tristeza, que aquel hombre ya había muerto; y al mismo tiempo, se dio cuenta, de que el bastón del dios, era a la vez una guadaña. Pero también era su lámpara: la negra lámpara de su mesa.

ADRIÁN ESCUDERO


EL NIÑO DE BELÉN


..................."El Reino de Los Cielos pertenece a los que
............................. ..........son como niños" - Mt. 19,14.

Mi amigo, el Bioingeniero Domingo Calisse, un germano radicado en Argentina y experto en nanotecnología, era no sólo nuestro jefe de equipo por entonces, sino también un abuelo alborozado y alborotado cuando nos relató, perplejo y orgulloso a la vez, precisamente en la sala de embarque del Aeropuerto de Roma -en tanto ansiaba concluir ya su visita de trabajo a la región del Lazio y al Vaticano, para volar a su tierra natal y abrazarse con su pequeño nieto Franz- que, el inquieto niño, visitando con su padre Jorge -también Ingeniero pero argentino radicado en Alemania- hacia fines del año pasado y durante las fiestas navideñas, la nevada capilla de Belén del Barrio Lichtflendwest de Berlín, habría dicho después de visitar el florido Pesebre de la Natividad, entre sorprendido y alegre: "¡Yo también tengo dos!", mientras uno de sus pícaros y minúsculos dedos apuntaba a la cercana cuan augusta imagen del Sagrado Corazón de Jesús dando -con su mano derecha- la bendición urbe et orbi …
Todos reímos, festejando la aguda inocencia de ese niño creyente en un Señor de todo y para todos; excepto aquellos que, ensimismados o distraídos por el acorde (siempre) imperfecto de los sonajeros progresistas de la ciencia humana, no habían querido o podido conocer a Cristo todavía. Con el Misterio velándoles los ojos, nos gozábamos, intangibles, a su lado… En tanto ellos (aquellos) desconocían la profunda certeza de quien, desde el aire y desde el barro, dijera alguna vez: "Lo esencial es invisible a los ojos". Y dejamos de reír.Entonces ellos, aquellos, volvieron a mirarnos con los abiertos, muy abiertos, y se preguntaron y nos preguntaron la causa última de nuestra risa… Y descubrieron, perplejos, la ley del universo.

GITO MINORE


MÍNIMAMENTE

"Mínimamente
hasta que me quede sin aire
y en un último suspiro
diga, o tan sólo lo piense,
valió la pena fue una buena vida"




DESVELO

Develar el misterio será
permanecer en tu periferia
girando en torno
de tu secreto,
ensayando las mil y un respuestas
que sólo ofrecerán
dos mil y un preguntas más.
Dejarme empapar por tu fragancia
aspirar a no ser
más que un mero receptor
de cierta parte de la verdad.
Descifrar el enigma,
encontrar el signo oculto
para entrar sin más documentos
que el silencioal paraíso
de tu esencia única,
será lo que es
y fue,
transitar el camino
sin más finalidad que el principio.
Permanecer en el medio
de la pampa bárbara
de este desierto,
a la deriva.






PARA BUCEAR TUS AGUAS

Para bucear tus aguas claras,
previamente necesario será
exorcizarme del mundo,
pelar una a una
las cáscaras
que recubren mi alma.
Será imprescindible
que deje a tus orillas,
junto a la ropa,
las pólizas de seguro rotas,
los títulos, las identidades,
todo lo que pervierte y distrae.
También será indispensable
deshacerme del tiempo y sus maldades,
del cuerpo
y sus vicios.
Y así,
una vez purificado,
en tus aguas
poder entrar,
desintegrándome,
para renacer en vos.





EN TUS ALTURAS

Desesperadas,
las manos intentan
arañar el cielo,
mientras se arremolina
el cabello en las turbulencias
de tus vientos suaves.
Intentar estar parado
es un simulacro de caída constante,
volviéndose en tu desequilibrio
una tendenciosa necesidad.
Es cierto,tan cerca tuyo
se cae en la dulce mentira
de sentirse hijo del sol,
pariente cercano de las estrellas.
La voz desnuda,
es un eco que gravita
hasta donde los ojos
no alcanzan,
por esouna sola palabra basta
para estar promiscuamente
acompañado.
Entonces,
indispensable es dejarse estar,
abrir las puertas
para que el coro de tus silencios
inunde los recintos de mi alma.
Actuar,
acorde a esta tu naturaleza extraordinaria
a la que sólo por amor
me haces partícipe,
es simplemente
deshabitarme,
dejar mi tierra en la tierra,
volverme parte de tu aire.
Entonces recorrerte,
descubrirte, develarte,
revelarte,
morando en tus alturas
hace que alguna vez
haber respirado
haya tenido
todo el sentido.



De su libro: "Minimamente"

lunes, 18 de enero de 2010

NORMA PADRA


LO ÁUREO EN LA VIDA

Una y otra vez, Vitruvio trazaba líneas de un punto al otro sobre el papel. Si unía a b c d de la planta del techo, sumaba el punto de vista, el de la distancia, reducía a la mitad, el perfil de la cornisa, las pilastras y arquitrabe.
Una vez dibujada la perspectiva de la cornisa, por el método expuesto, podría determinar la planta A B C D, la cual, naturalmente estaría situada sobre el macizo, por dentro del vuelo de la cornisa.
De esta manera haría justicia a su estructura según los cánones romanos.
Augusto, su amigo más cercano, lo miraba con atención cuando trataban estos temas, sentados, tomando bebidas vivificantes, en alguna reunión.
El hombre parado con los brazos en cruz mirando hacia el frente como un fiel soldado destinado a defender todos sus ideales aunque le pesara el corazón de piedra, y su cuerpo fuera dividido en ocho partes.
El hombre dentro del círculo, y éste dentro de un cuadrado, una jaula dentro de otra, encerrado como un ave sin alas, y que todos amarían...
Así, pudo sobrevivir, asombrando, cumpliendo con los encargos.
Dejando grabado para siempre los cánones del arte greco-romano, que fueron sometidos a una forma mística de aplicación: el "Sector Áureo". Marco Pollio Vitruvio, cumplía hazañas estilísticas, arquitectónicas para su amigo el Emperador Augusto, en Roma en los años 50 a. de J.C. para nuestro asombro 2.000 años más tarde, continuamos sus pasos.

JUAN CARLOS DE ROSA


LAS MUERTES DE FELIX GARCÍA


......................."... sin que la hemorragia pudiera detenerse."
................................................Wilde, 17 de mayo de 1958.


El papel remataba, luego de cinco renglones, la explicación de por qué había dejado de existir.
En realidad Felix García había muerto el día anterior, por una úlcera que fué operada demasiado tarde. O quizás deberíamos decir que murió porque a nadie le importó demasiado que viviera o muriera. Fué la primera muerte de Felix García. Dos meses después, el nombre de Felix García desaparecía del padrón de la empresa donde trabajaba de sereno, desde que su salud le impidiera salir a los caminos tripulando algún camión. Fué la segunda muerte de Felix García.
Veintidós años después, a fines del 80, la Municipalidad de Avellaneda, con motivo de la remodelación del cementerio, avisaba al público en general que; salvo reclamo; irían a incineración los restos de una zona de fosas, dando a continuación los nombres de los restos afectados. El cuarto de la lista era Felix García. Nadie reclamó los restos. Fué la tercera muerte de Feliz García.
A las tres de la tarde del 2 de febrero de 1993, en Soto, provincia de Córdoba, la temperatura pasaba los cuarenta grados. La lona que cubría la entrada del bar mantenía al salón en una semioscuridad refrescante. Tras el mostrador, innecesariamente, Juan repasaba unos vasos. Desde una de las mesas, el "mosca Vera"; todavía casi sobrio; no dejaba de mirar la foto de Carlos Gardel tras un sucio plástico, pegada sobre el espejo detrás del mostrador.
- De dónde sacaste la foto ?
Juan dejó el vaso y el repasador sobre el mostrador y; trabajosamente; trató de despegar la foto.
- Cuando el viejo abrió el boliche, un camionero se la dejó en pago de unas copas - explicó Juan - el tipo decía que se la había dedicado Gardel personalmente.
- Ya está muy estropeada - agregó - la voy a tirar.
Y diciendo esto, rompiendo la foto en cuatro pedazos, la tiró a una caja de Terrabusi que oficiaba de cesto.
En uno de los pedazos aún se podía leer "...ctuosamente a Felix García" y abajo la firma de Carlitos.Fué la cuarta y definitiva muerte de Felix García.

MARISA PRESTI


TANGO

Las mejillas le colgaban como a un perro Bulldog. Me pareció patético, podía sentir el olor a tabaco rancio que se desprendía de su boca, de labios gruesos, que parecían abrirse a un ritmo regular. No presté atención a lo que decía, mis manos tomaron el vaso y lo hacían juguetear sobre el mostrador. En ese momento creo que dijo algo sobre el wisky. Levantó la mano para llamar la atención del barman. Era una mano rústica, de dedos gruesos y cortos. Pensé que debía haber mucha fuerza contenida cuando se cerraba en un puño. Quiso convidarme otra copa, me negué, ya había bebido bastante. Lo mejor era irme. Apoyé una pierna sobre el piso y él me tomó del brazo. Sentí el áspero roce de su saco de tweed, nada amigable, más bien raspó mi piel como un enemigo. No se vaya todavía, dijo con voz ronca, usted es mi inspiración. Quise reirme, pero no lo hice. Su voz me hizo evocar el ruido caótico de una estación de trenes, silbatos y hierros entrechocándose en medio de gente apurada. Pero, ¿adónde iban los trenes? No lo sabía, siempre me atemorizaron las grandes estaciones, me perdían de mí misma, llegaban a disolverme entre la masa anónima. ¿En qué piensa?, ahora lo dijo con una voz más suave, había cambiado el tono y me pareció que el tren se detenía. Esquivé la respuesta, sus ojos me indagaban y le sostuve la mirada con cierta impertinencia. El Bulldog tenía unas ojeras profundas, caídas también, pero si se resistía el rechazo llevaban a unos ojos de un brillo inusitado, como si el alma hubiera pedido socorro para salir de allí. Volví a acomodarme en el asiento, rozó mi mano sin que lo quisiera y sin embargo no la retiré. Pensé que debía ser un operario, un albañil, alguien que había trabajado fuerte y duro con las manos. Dijo que era médico, pero no le creí. Llevó una mano a la cabeza, como si se sacara una mosca. Su calvicie era total, apenas a los costados conservaba algo de pelo entrecano, levemente enrulado, que disimulaba un poco las orejas puntiagudas.
Se levantó para ir al baño, observé su baja estatura, sus hombros anchos y un caminar inseguro que lo inclinaba hacia ambos lados del pasillo. Quizás era el alcohol, no lo sabía, pero sin duda era mi oportunidad para irme. Abrí la cartera, me retoqué un poco los labios y lo vi venir por el espejo como una locomotora gastada. Tenía miedo de no encontrarla, dijo agitado. Realmente estaba por irme, contesté con decisión. ¿Puedo pedirle algo?, preguntó con cierta humildad.Me encontré bailando contra su saco áspero, envuelta en un aroma de colonia barata, fuertemente sostenida por los brazos musculosos mientras desgranábamos un tango sobre el piso de madera opaca. Sus pasos, ágiles, sorprendieron a mis piernas. No imaginé en ese hombre otra destreza que la pasividad, pero su mano en mi cintura ordenaba con decisión cada paso, cada giro. No sentí olor rancio cuando acercó su cara a la mía, un hormigueo reconocible me invadió cuando su piel áspera volvió a rasparme... Respondí a sus marcas con habilidad, hasta que me olvidé de todo. La música me envolvió en un paquete de emociones En la vieja estación de ferrocarril me vi fuertemente agarrada de la mano de mi padre.