martes, 28 de mayo de 2013
CARLOS MARGIOTTA
Ahora puedo dormir de corrido toda la noche. Me acuesto como a las once y cuando me despierto son las siete de la mañana. Después de tantos años de insomnio creo haber descubierto la manera de dormir sin tomar las pastillas que usted me recetaba. ¿Se acuerda? Al principio me causaban efecto y al poco tiempo terminaban excitándome cada vez más, y entonces tenía que volver a verlo y usted me daba otras pastillas más fuertes, hasta aquel día en que tuvo que internarme por una intoxicación hepática, casi me muero. ¿Se acuerda? Bueno, yo sí, pero a pesar de todo no le guardo rencor. Entonces éramos camaradas, los dos estábamos en la misma, y además yo reconozco que era medio loquito, el colo Almada me decían.
El asunto es que venía a verlo para agradecerle la paciencia de tantos años, y para contarle cómo fue que logré dormir, por ahí le puede servir con otros pacientes y tal vez hasta pueda ayudarlo.
¿Se acuerda del ángel de la guarda? Ese que cuando éramos chicos nos decían que nos protegía. Bueno. Resulta que una noche, a la tres de la madrugada, mientras miraba las cinco ventanas iluminadas del edificio torre de enfrente de casa, encontré al mío. Esas mismas cinco ventanas que le contaba cuando venía a verlo, que creía habitadas por otros tantos insomnes como yo. Esas casas que imaginaba con seres atormentados llenos de horror y tristeza. Bueno. Le cuento. Mientras miro la torre siento que alguien se mete en mi cama y empieza a acariciarme la espalda. Al principio me asusto y no quiero darme vuelta para ver quien es, y dejo que siga con las caricias que empiezan a recorrerme todo el cuerpo.
Siento sólo la presencia de una mano sedosa, ningún ser concreto en particular, como un ángel inmaterial que me tranquiliza y me hace dormir. Cuando despierto pienso que todo ha sido un sueño, pero... ¿qué sueño? Si hacía años que no soñaba. ¿Se acuerda que le decía? "Lo que más me jode de todo esto es que no puedo soñar".
Ese día no le di más importancia al asunto, hasta que volví a casa y llegó la hora de meterme otra vez en la cama. Esta vez no tuve que esperar tanto, el ángel como la noche anterior, comenzó otra vez a acariciarme tan dulcemente que me entregué sin resistencia, de inmediato. Y así me visitó noche tras noche, y en la medida que nos fuimos conociendo por el contacto cuerpo a cuerpo, la mano fue adquiriendo la forma de una mujer. Poco a poco fui reconociendo su cintura, sus piernas, sus caderas, y sus senos voluminosos apoyándose sobre mi espalda. Una vez quise darme vuelta para abrazarla y desapareció. ¿Se acuerda que me una vez me dijo que no pretendiera controlarlo todo, que me dejara llevar por los sentimientos y me entregara al sueño reparador? Bueno, ahora lo entiendo.
A llegar la primavera empecé a acostarme totalmente desnudo esperando el placer de esas manos eternas, acariciadoras, que fueron avanzando sobre las partes más íntimas de mi cuerpo excitándome. Mire, se lo cuento y me avergüenzo. El ángel se había convertido definitivamente en una mujer tierna y hermosa, pura y diabólica, como jamás he conocido. Le juro que no tengo recuerdos de algo parecido, nunca sentí que me hayan querido de esa forma, sin palabras de por medio, sin pedir nada a cambio. En algún momento creí que era otra alucinación. ¿Se acuerda?. Como esas que me agarraban después de una misión importante, cuando usted me daba licencia hasta que se me pasara. Pero no, es una inmensa felicidad la que me invade secuestrándome de la realidad cotidiana. Me siento poseído, esclavizado a merced de todos sus deseos que no puedo rechazar. Al mismo tiempo estoy desesperado por conocer a mi visitante nocturna y contarle mi historia, decirle que no era merecedor de su amor, que soy un tipo jodido.
Una noche de luna llena la vi, la luz se escurría entre las rendijas de la persiana del dormitorio cortando la oscuridad con líneas blancas, como un pentagrama. Estoy seguro que me creyó dormido y en un descuido se levantó de la cama, atravesó el haz luminoso totalmente desnuda. Vi su imagen de una belleza inconmensurable y celestial, caminando hacia la puerta, cuando quise alcanzarla desapareció.
Se lo cuento y se me pone la piel de gallina. ¿Se acuerda cuando la conocí a Susana y usted me aconsejó? "Cuidala, es una mina bárbara, si la maltratas las vas a perder".
Tuve miedo de que no regresara, como lo habían hecho otras mujeres, pero después de tres noches de insomnio volvió. Las reglas de nuestra relación son claras e implícitas. Los ángeles no tienen sexo, a cambio del soñar debo renunciar a toda iniciativa. Entonces que me dejaré someter pasivamente. Cada noche ingresaré a un mundo desconocido de sueños encadenados unos a otros en un perpetuo continuo de imágenes donde todo era posible, donde no había límites, donde lo deseado se realizará antes del amanecer. A veces tengo miedo de tanto placer y siento mi cuerpo estallar en mil fragmentos que no puedo juntar.
¿Se acuerda cuando usted me decía: "Déjese llevar por el sueño, no tenga miedo que no se va a morir"? Tenía razón. Ahora no le temo a la muerte, la muerte es la felicidad, es terminar con las pesadillas que me persiguieron durante treinta años. Recuerdo perfectamente cuando lo vine a ver por primera vez. Quería abrirme de todo esto y pedirle la baja. Usted me dijo que no sintiera culpas ni remordimientos, que era la guerra, que solamente se trata de cumplir ordenes.
Bueno, quería que supiera lo que he sufrido y lo que he gozado. Ahora le toca a usted, el ángel de la guarda me lo pidió y yo cumplo.
lunes, 27 de mayo de 2013
ALICIA CHILIFONI
NOS QUEDAMOS SOLOS…
El
“ruso” Picarevich, (luego supe que en realidad era yugoeslavo) producía
claveles a granel. Hileras de pinos protegían de la inclemencia los
invernaderos.
En
la época de las fiestas de fin de año, los chicos del barrio acudíamos a
él para conseguir cada uno su rama que
se convertiría en árbol de Navidad. Una vez sostenida vertical en un tarro con
arena, venía lo mejor: adornarlo.
Nos
entreteníamos durante horas envolviendo una por una las bolitas con que mi
hermano jugaba a la chanta todo el año con trozos de papel de barrilete, cada
una de un color distinto. Atábamos un pedacito de piolín por un lado al papel y
por el otro a la rama, que quietita y dócil , nos dejaba hacer…
Como
toque final sujetábamos algunas velitas, sobrantes de tortas de cumpleaños por
el sólo hecho de que era lo único que no se comía. Una en la punta del
improvisado arbolito. Las encenderíamos a las doce de la noche.
Éramos
felices en aquella mesa larga, llena de tíos y primos, y la abuela. Una
multitud, un bochinche!!! Los grandes estaban tan atareados y alegres que se
olvidaban de los chicos. Entonces hacíamos y deshacíamos a nuestro antojo.
Este
diciembre recordaba todo aquello al acomodar las guirnaldas de luces
intermitentes en la enredadera, el limonero y el arbolito, que ya no es del
“ruso”.
El
jardín se vistió de gala. Centenares de ojitos multicolores parpadean
incansables durante toda la noche, como aquéllas luciérnagas….. Qué habrá sido
de ellas…. Qué habrá sido de la mesa larga…. Los parientes están lejos. Nos
mandamos mensajitos, porque ahora, con el progreso, tenemos de todo, pero nos
quedamos solos…
ANTONIO TABUCCHI
SUEÑO DE DÉDALO, ARQUITECTO Y AVIADOR
Una noche de hace miles de años, en un
tiempo que no es posible calcular con exactitud, Dédalo, arquitecto y aviador,
tuvo un sueño.
Soñó que se encontraba en las entrañas de
un palacio inmenso, y estaba recorriendo un pasillo. El pasillo desembocaba en
otro pasillo y Dédalo, cansado y confuso, lo recorría apoyándose en las paredes.
Cuando hubo recorrido el pasillo, llegó a una pequeña sala octogonal de la cual
partían ocho pasillos. Dédalo empezó a sentir una gran ansiedad y un deseo de
aire puro. Enfiló un pasillo, pero este terminaba ante un muro. Recorrió otro,
pero también terminaba ante un muro. Dédalo lo intentó siete veces hasta que,
al octavo intento, enfiló un pasillo larguísimo que tras una serie de curvas y
recodos desembocaba en otro pasillo. Dédalo entonces se sentó en un escalón de
mármol y se puso a reflexionar. En las paredes del pasillo había antorchas
encendidas que iluminaban frescos azules de pájaros y de flores.
Sólo yo puedo saber cómo salir de aquí, se
dijo Dédalo, y no lo recuerdo. Se quitó las sandalias y empezó a caminar
descalzo sobre el suelo de mármol verde. Para consolarse, se puso a cantar una
antigua cantinela que había aprendido de una vieja criada que lo había acunado
en la infancia. Los arcos del largo pasillo le devolvían su voz diez veces
repetida.
Sólo yo puedo saber cómo salir de aquí, se
dijo Dédalo, y no lo recuerdo.
En aquel momento salió a una amplia sala
redonda, con frescos de paisajes absurdos. Aquella sala la recordaba, pero no
recordaba por qué la recordaba. Había algunos asientos forrados con lujosos tejidos
y, en el centro de la habitación, una ancha cama. En el borde de la cama estaba
sentado un hombre esbelto, de complexión ágil y juvenil. Y aquel hombre tenía
una cabeza de toro. Sostenía la cabeza entre las manos y sollozaba. Dédalo se
le acercó y posó una mano sobre su hombro. ¿Por qué lloras?, le preguntó. El
hombre liberó la cabeza de entre las manos y lo miró con sus ojos de bestia.
Lloro porque estoy enamorado de la luna, dijo, la vi una sola vez, cuando era
niño y me asomé a una ventana, pero no puedo alcanzarla porque estoy prisionero
en este palacio. Me contentaría sólo con tenderme en un prado, durante la
noche, y dejarme besar por sus rayos, pero estoy prisionero en este palacio,
desde mi infancia estoy prisionero en este palacio. Y se echó a llorar de
nuevo.
Y entonces Dédalo sintió un gran pesar y el
corazón comenzó a palpitarle fuertemente en el pecho. Yo te ayudaré a salir de
aquí, dijo.
El hombre-bestia levantó otra vez la cabeza
y lo miró con sus ojos bovinos. En esta habitación hay dos puertas, dijo, y
vigilando cada una de las puertas hay dos guardianes. Una puerta conduce a la
libertad y otra puerta conduce a la muerte. Uno de los guardianes siempre dice
la verdad, el otro miente siempre. Pero yo no sé cuál es el guardián que dice
la verdad y cuál es el guardián que miente, ni cuál es la puerta de la libertad
y cuál es la puerta de la muerte.
Sígueme, dijo Dédalo, ven conmigo.
Se acercó a uno de los guardianes y le
preguntó: ¿Cuál es la puerta que según tu compañero conduce a la libertad? Y
entonces se fue por la puerta contraria. En efecto, si hubiera preguntado al
guardián mentiroso, éste, alterando la indicación verdadera del compañero, les
habría indicado la puerta del patíbulo; si, en cambio, hubiera preguntado al
guardián veraz, éste, dándoles sin modificar la indicación falsa del compañero,
les habría indicado la puerta de la muerte.
Atravesaron aquella puerta y recorrieron de
nuevo un largo pasillo. El pasillo ascendía y desembocaba en un jardín colgante
desde el cual se dominaban las luces de una ciudad desconocida.
Ahora Dédalo recordaba, y se sentía feliz
de recordar. Bajo los setos había escondido plumas y cera. Lo había preparado
para él, para huir de aquel palacio. Con aquellas plumas y aquella cera
construyó hábilmente un par de alas y las colocó sobre los hombros del
hombre-bestia.
Después lo condujo hasta el borde del
jardín y le habló.
La noche es larga, dijo, la luna muestra su
cara y te espera, puedes volar hasta ella.
El hombre-bestia se dio la vuelta y lo miró
con sus mansos ojos de bestia. Gracias, dijo.
Ve, dijo Dédalo, y lo ayudó con un empujón.
Miró cómo el hombre-bestia se alejaba con amplias brazadas en la noche, volando
hacia la luna. Y volaba, volaba.
MARTA CARDOZO
EL HECHIZO DE
TZACOPONTZIZA
Después de
muchos años conocí el verdadero secreto que la tía Blanche escondió hasta la
tumba. Al rememorarla sentí una pena lacia como su mirada. Sola: ni amigas,
novios o marido. Transitó por la vida sin pena ni gloria.
¿Por qué
habría elegido ese camino siendo bella, seductora, elegante? ¿Por qué si su
embriagador perfume a vainilla impregnaba la casa y cautivaba a todos los que
la rodeaban?
La abuela
contaba que cuando Blanche nació tenía el rostro delicado y blanco. Entonces su
padre la llamó Lucero del Alba. Ese era su verdadero nombre. Pero el tío José,
que había vivido gran parte de su vida en Francia, consideró demasiado
rimbombante Lucero del Alba, por lo que decidió rebautizarla con el muy dulce
Blanche.
Toda la
familia lo aceptó. Yo no entendía bien, entonces, eso de tener dos nombres.
Tampoco se debía preguntar demasiado; en casa de la abuela no se podían obtener
detalles privados de ningún miembro de la familia. Pero a mí la inquietud me
quitaba el sueño: ¿Por qué no se habría casado Blanche?
Ahora,
después de mucho tiempo, descubro el enigma de su tristeza. Secreto que la
marcó a partir de un viaje que realizara con sus padres a la tierra de los
Mayas, cuando apenas tenía trece años.
Esto lo
cuenta a modo de confidencia mi prima Delia, quién regresó de México después de
haber esparcido las cenizas de Blanche en la gran Ciudad del Trueno Tajín.
Delia relata
que en aquél viaje, al escalar una montaña, Blanche conoció a Lucio, un esbelto
muchacho de pelo negro y ojos expresivos. Los jóvenes se enamoraron en el mismo
instante en que se vieron. Aquellos ojos expresivos la hechizaron para siempre.
Sucedió que
estando la pareja entregada a juramentarse eterno amor, una imprevista ola de
fuego comenzó a rodar desde la cumbre. Ellos echaron a correr con tan mala
fortuna que Lucio resbaló, cayó y lo tragó el espeso follaje de selva.
-El hechizo
de Tzacopontziza -asegura Delia exhalando un profundo suspiro.
-¿Tza...
cop... Tzacopontziza? -pregunto titubeante ansiando que ella concluya el
relato.
-Verás, esa
zona de México es un lugar selvático de pródiga fertilidad. Tzacopontziza era
una joven hermosa que por su inmensa belleza fue consagrada a la Diosa de la
siembra y los alimentos. Mas, prendada del hermoso joven que con su música
acompasaba a los peregrinos, rompió lo votos de castidad hechos a la Diosa y
huyó con él hacia el elevado pico de la montaña. Allí debieron enfrentarse a un
maléfico monstruo; las bocanadas de fuego que lanzaba la bestia los hizo
retroceder. Acobardados por la amenaza regresaron al templo sin imaginarse que,
a modo de escarmiento, los sacerdotes del culto de la Diosa de la siembra y los
alimentos los sacrificarían brutalmente clavándoles un filo de obsidiana en el
pecho y los arrojarían luego por un precipicio hacia el fondo de un barranco.
Mi prima
bebe un sorbo de agua para poder seguir con la historia.
-Tiempo
después en aquel lugar brotó una hermosa orquídea rica y perfumada.
Y mirándome
con complicidad dice:
-Tzacopontziza
significa Lucero del Alba.
Delia hace
un silencio.
Intercambiamos
miradas en la inteligencia de que era el mismo nombre de la tía Blanche.
Después de tomarse un respiro, continúa:
-A la
perfumada flor que surgió del sacrificio la llamaron Caxixanath. ¿Sabes qué
aroma tiene? -pregunta Delia.
-Ni idea -respondo.
-A vainilla.
... La
fragancia que tía Blanche
FERNANDA LÓPEZ
ÉL Y ELLA
Él, corroído por los años y la
desigualdad, revuelve los escombros de la vida para forjarse un futuro. Junta
cartones, empuja su carro, hace de los desechos y las sobras de los otros su
cena. Y cada día, engaña a la muerte ganándose la vida.
Ella lo acompaña, a unos centímetros
del suelo, a algunos años de su nacimiento. Revuelve la miseria, intentado
callar los gritos de su estómago vacío. Y se siente “grande”, aunque recién
esté aprendiendo a escribir su nombre. Recolecta cartones y juega a ocultarse
dentro de una caja, la convierte en vestido, la sueña del color que más le
gusta, la transforma en pelota y desafía a la vida a un picadito. Y cada noche,
vuelve a ser niña, demorando el paso del tiempo.
VICENTE ANTONIO VÁSQUEZ BONILLA (GUATEMALA)
LA ENCOMIENDA
Desiderio se detuvo
por un momento frente a una de las entradas de los servicios sanitarios de la
Plaza de Armas, en espera de que apareciera su amiga, a quien había citado en
ese lugar.
De repente una mujer
se le acercó con premura y le dijo:
-Porfa, señor;
sostenga mi pato por un ratito, mientras voy al baño, pues estoy que no me
aguanto.
Sorprendido y sin
tiempo a reaccionar, ya Desiderio sostenía entre sus brazos al ave, mientras la
mujer se perdía de su vista al descender por las gradas que conducen a los
servicios sanitarios.
-Mira al señor -dijo
una joven madre que pasaba por ese populoso lugar, arrastrando a un niño de
unos seis años-, que lindo, sacó a pasear a su mascota.
Desiderio esbozó una
tonta sonrisa, mientras se sentía ridículo a la vista de todo el mundo.
"Menos mal -pensó-, que pronto volverá esa impertinente y se llevará a su
animalejo".
Un señor que calzaba
un terno café y sombrero, al estilo de los años cincuenta del siglo veinte, se
le acercó con aparente amabilidad.
-Qué bonito su pato,
usté. ¿Lo vende?-. Y le acarició la cabeza al ave, que trató de esquivar la caricia,
sin lograrlo.
-No. No es mío. Una
señora me lo recomendó por un rato.
-No se haga -le dijo
y le guiñó el ojo-, le doy mil dólares por él.
Desiderio vio a su
interlocutor con incredulidad. ¡Mil dólares! "¿Se estará burlando de
mi?" Y se quedó en silencio.
El hombre del terno
esperaba la respuesta y al notar la indiferencia del otro, trató de arrebatarle
al
palmípedo.
En ese momento, el
lustrador que aparentaba estar a la espera de clientes, el barrendero que limpiaba
el excremento de los cientos de palomas que conviven en la Plaza y el vendedor
de números de la lotería, que se encontraban en los alrededores, sacaron sendas
armas, ordenaron a los dos hombres que no se movieran y se identificaron como
policías de la brigada de antinarcóticos.
Al hombre del terno
le decomisaron un revolver y a Desiderio un pato.
Largo sería enumerar
todos los pormenores del caso, pero en aras de la brevedad, sólo queda decir
que la mujer que hizo la palmípeda encomienda nunca apareció y los dos hombres
fueron conducidos a la Delegación de Policía. El pato, que no resultó ser una
mansa paloma, sino un mini-mula y bien cargado. Con su carita de no hago nada,
llevaba en su interior numerosas capsulas de cocaína.
El pato no pudo
demostrar su inocencia, ni que era una inofensiva victima de las circunstancias
y además, por ser el único de los tres que estaba fuera de la jurisdicción del
Procurador de los Derechos Humanos; en busca de evidencias, fue ejecutado
sumariamente y paró en la olla de uno de los jefes policíacos, quien bromeaba
diciendo: que era la primera vez que comía carne de mula y que no sabía mal.
Hoy, Desiderio ya
libre de cargos, piensa que toda experiencia debe ser aprovechada, pues deja
una lección. Lección que él ha aprendido y que, en forma de moraleja, heredará
a sus descendientes y de ser posible para aprovechamiento de la humanidad
entera: Nunca, pero nunca, sostengas el pato de una desconocida.
MARCOS R. RAMOS
LAS MANOS DEL MINOTAURO
Ciudad Verde queda a
600 kilómetros de la Capital, pese a que está pegada al mar nunca pudo desarrollarse
del todo como centro turístico. Es por eso que el hotel “Minos” permanecía
abierto todo el año con escasísimo hospedaje. La mayor afluencia de gente se
daba en el verano y sin embargo jamás llegaba a cubrir un cuarto del total de
las habitaciones. Por suerte lo que sí funcionaba bien era la confitería del
hotel, famosos eran sus desayunos con medialunas y dulce de leche casero elaborado
por su propietaria, la señorita Liliana.
Ella había heredado
el hotel y la escasa afluencia de público la había obligado a vivir
prácticamente todo el tiempo allí y no contratar personal de servicio. De joven
había demostrado un gran talento para el dibujo y la pintura pero la muerte
prematura de sus padres y el ocuparse tanto del hotel la habían hecho olvidarse
de su vocación. Sola, con treinta y cinco años ya cumplidos, Liliana era de
aquellas mujeres de las que cuesta creer que no pueda conseguir novio, no es
que no los haya tenido pero nunca le duraban demasiado. No era que se llevara
mal con ellos pero su dedicación exclusiva (y obsesiva) con el hotel hacía
fracasar todas sus relaciones. ¿Cómo te vas a casar con un hombre si vivís
casada con el hotel? Le había dicho más de uno y ella sabía que tenían razón.
De su vieja vocación
le había quedado de recuerdo su último cuadro que había terminado a los veinte
años. Era una tela de un metro por un metro en la que había dibujado un
minotauro. Sus padres de chica le habían contado la leyenda del cruel minotauro
que vivía encerrado en un laberinto y devoraba
los jóvenes que le eran entregados en sacrificio. Pero a pesar de lo que
le contaban todos le costaba ver su maldad. Pensaba que todo lo que se decía de
él era falso, que el malvado era Teseo, que en realidad los jóvenes que habían
sido entregados para el sacrificio vivían con él felices en una comunidad
dentro del laberinto. Era así entonces que el cuadro no podía reflejar más que
sus sentimientos hacia el mitológico ser.
Octubre ese año
estaba inusualmente frío. Alrededor del mediodía llegó un nuevo huésped. Era un
hombre joven de unos 28 años, era muy alto y venía con un maletín de cuero bien
gastado. Cuando completó sus datos a Liliana le sorprendió saber su edad,
parecía de casi diez años menos de los que tenía. De sonrisa seductora tenía
una forma curiosa de pronunciar las erres como lo hacen los franceses pero, a
pesar de ello, no parecía extranjero. Antes de ir a su habitación decidió
desayunar primero. El señor Julio pidió café negro y unas tostadas con manteca.
Permanentemente tenía prendido un cigarrillo en la mano. Leía un libro con
avidez, cuando Liliana le acercó el desayuno, dejó el libro y le habló con su
sonrisa escondida en el humo.
-Liliana, perdoname.
He sido un descortés. Fumando solo y sin convidarte. ¿Querés un Parissiene?
Por un momento se
sintió descolocada. Diez años por lo menos hacía que no probaba un cigarrillo.
Dudó, no porque le molestara la confianza de ese desconocido que la tuteaba
sino porque tenía que hacer demasiadas cosas.
-Si, claro- y tomó
asiento en la mesa del nuevo huésped. La falta de costumbre la hizo toser un
poco.
-Pero che. Cualquiera
diría que hace un montón que no agarrás un pucho.
-No. Estoy un poco
resfriada. ¿Qué estás haciendo por acá Julio?- Liliana se dio cuenta que lo
estaba tuteando lo que no era su costumbre, pero se sentía bien haciéndolo, se
sentía liberada.
-Vengo a buscar unas
partidas al Registro Civil que necesita mi madre para unos trámites. Mañana a
la mañana me voy. Hablame de vos, Liliana.
En ese instante
varios huéspedes bajaban a la confitería
a desayunar.
-Tengo que trabajar,
Julio.
-Esperá. Me dijeron
que las playas de Ciudad Verde son muy lindas de noche. ¿Qué te parece si a eso
de las diez de la noche te paso a buscar y vamos a caminar por la costa? Si no
tenés ningún otro compromiso.
-No- dijo con
determinación- No tengo nada que hacer. Te espero a las diez.
Liliana se levantó de
la mesa, apagó el cigarrillo y le dedicó una sonrisa sugerente guiñándole el
ojo a lo que Julio reaccionó gratamente sorprendido.
Cuando terminó de
atender a todos ya no estaba en la mesa. Junto a las colillas había dejado el paquete
de cigarrillos. Sin que se lo hubiera dicho Liliana intuía que los había dejado
para ella. Agarró el paquete y fue al baño. Pensó en lo pequeño que se veía en
la mano del señor Julio. Imaginó las manos inmensas, gigantes, recorriendo su
cuerpo.
Lo primero que hizo
fue ir a la peluquería para que le taparan aquellas canas dispersas que
afloraban en su cabeza. Luego fue a buscar ropa, pensó en un vestido suelto con
unas sandalias blancas. Así entre los preparativos y las compras pasó
rapidísimo el día y ya a las nueve de la noche se encontró frente al espejo
terminando de maquillarse.
Era una noche cálida para esa altura del año y
el cielo estaba bien estrellado sin nubes con una luna inmensa que parecía
nunca querer terminar de crecer. A las diez ya estaba lista espera. Puntual
llegó Julio. Le dio gracia el cigarrillo en la mano, parecía como si fuera una
extensión de su propio cuerpo.
Salieron juntos, la
playa estaba sólo a tres cuadras del hotel cuando cruzaron la avenida. Él tomó
su mano y ella no lo soltó. A los cinco minutos de estar caminando vino el
primer beso y el abrazo.
-Sos tan linda. Es
imposible resistirse a tus encantos pero, antes que sigamos avanzando, hay dos
cosas importantes que tenés que saber. Si no te las dijera no sería un
caballero. En Buenos Aires una mujer me está esperando, una mujer que no voy a
dejar. Y segundo, que después de esta noche creo que nunca voy a volver por
Villa Verde.
-¿Algo más?
-No. Pero era
importante para mí decírtelo.
-No hay problema. Hoy
estás acá. Ahora estás conmigo, y si el tiempo que tenemos para estar juntos es
poco voy a aprovechar al máximo cada segundo, Julio. ¿Me entendés?
A partir de allí, ya
casi desaparecieron las palabras y las manos siguieron con el diálogo.
A eso de las siete
Liliana bajó a la recepción y atendió a los huéspedes que estaban esperando su
desayuno. Entonces apareció Julio con sus maletas.
-¿Ya te vas tan
rápido?- le dijo Liliana dándole un beso rápido en la boca.
-Compré algo para
vos.
-¿Si? ¿Qué es?
-Espero que tengas
tocadiscos. Es un concierto de Louis Armstrong en París.
-¿Armstrong? No lo
conozco.
-Ay mi amor, lo que
te has perdido. Louis no solo toca la trompeta como los dioses sino que su voz
tiene algo que lo hace superior a cualquier mortal.
-¿Por su talento?
-No. No es sólo eso.
Es magia. Louis es…Louis es como el minotauro de este cuadro. Es un dios, es
superior a nosotros, sin embargo no le interesa serlo. Ves, el minotauro tiene
las manos grandes.
-Como las tuyas.
-Es cierto, como las
mías. Pero en este minotauro que pintaste hay algo más, su mirada no es de
superioridad. Diría que él se siente uno más, lleno de bondad, incapaz de
crueldad. Tu minotauro es tan diferente al del relato clásico. Este minotauro
es bueno, generoso y, aunque es superior al resto de los mortales, sabe
convivir en paz y su sola presencia ya
hace que de por sí el mundo se vuelva un lugar mejor, más mágico. Como hace
Louis con su trompeta. Como haces vos con tus ojos. Como podrías volver a hacer
si volvieras a pintar.
-¿Volver? ¿Por qué
no?
-Viví Liliana. No te
encierres. Recordá, el laberinto existe en función del minotauro, no al revés.
Nunca voy a olvidarte.
Se dieron un último
beso y entonces Julio partió.
En un impulso que
hacía mucho no sentía, Liliana tomó una
tela y su vieja caja de oleos con unos pinceles. Llamó a su prima para que se
encargara del hotel por un tiempo. Fue hasta la habitación más alta, abrió la
ventana, desde allí podía ver el mar,
entonces se dedicó sólo a pintar, inclusive a la noche no se detuvo para
comer o dormir. Al amanecer había terminado su obra.
En 1942 Julio
Cortazar escribe la obra teatral “Los reyes”, clasificada por algunos como un
poema dramático, abordando la temática del minotauro, pero alejándose de la
mirada clásica del mito. En la obra, el minotauro es un ser bueno que en
realidad convive en una comunidad dentro del laberinto formada por los jóvenes
que le habían sido entregados para ser sacrificados, humaniza así lo bestial
del mitológico ser.
El cuento llevaba una
dedicatoria que, más por cuestiones editoriales que por voluntad del autor, fue
eliminada del texto impreso. “Dedicado a Liliana”- decía.
LEO ALEGRE
CUENTOS
Su mirada se fue apagando lentamente, en silencio, y sólo unos pocos se
fueron dando cuenta... Se fue diluyendo en la nostalgia, como muere la luz de
un faro abandonado, en una isla lejana que ya nadie visita. Cuentan que en un
puerto olvidado vive aún un anciano -de larga barba blanca y oscura piel
curtida- que supo surcar los veinte mares y sobrevivir a todos las bestias
oceánicas, sin tener que matar a
ninguna. Su edad es imprecisa, como su mirada. Hay quienes dicen que tiene más
de cien años, otros, que vivió tres vidas. Dicen algunos que en tierra firme se
marea, que siempre está a punto de partir, y que es la única persona capaz de
recordar las coordenadas malditas de esa isla fantasma. Aseguran que quien
quiera llegar a la isla deberá primero hallar al viejo, encontrarlo en ese
puerto olvidado de dársenas empedradas, tranvías abandonados, y cascos de
barcos moribundos, acercarse con respeto e insolencia, invitarle una copa de
vino amargo, y recordarle el nombre de su amada, que aún lo espera. Sólo
entonces el viejo revelará el secreto, la trama oculta, y se podrá emprender el
viaje, y alcanzar la isla, antes de que aquella mirada cansada -que solía
estallar de esperanza- se extinga para siempre, y las gaviotas, ajenas a esa
tristeza inmensa y fatal, dejen de visitar su tumba.
"O Binómio de Newton é tão
belo como a Vénus de Milo.
O que há é pouca gente para dar
por isso."
Álvaro de Campos
"Por mas que me esfuerce en no mirar, no puedo dejar de sentir la
mirada de la Luna en mi Piel."
"1Q84", H. Murakami.
La ciudad es inmensa para todos, aunque solo para algunos esa inmensidad
llega a desplegar sus alas, ofreciendo cobijo e inspiración, vislumbre y
presentimiento, más allá del límite de la percepción ordinaria. Aquellos que saben caminar las calles a
veinte centímetros del suelo, renuevan su visión, renuevan la perspectiva y se
dejan envolver por aromas provocadores y las brisas reveladoras, musas que
aguardan suspendidas en el aire, a la altura de los elegidos.
El misterio se manifiesta, en el perfume de una flor cultivada en el
desierto, o en los pétalos de una rosa joven, adormecidos sobre la piel más
suave de una nube inmaculada y blanca, donde se retenie la espera, el regalo
divino, la caricia prometida en la ascensión sublime de las almas conmovidas.
Surgen constelaciones nuevas y la luna regala una lluvia de poemas, para aquellos que aún buscan su
salvación definitiva en las horas tardías de la noche. Los destellos y los
reflejos brotan de las cosas más simples y se vuelven puente y orilla, y faro
recién encendido, y canto de gorrión sosegado, y tormenta avasallante, y sendero que
resuelve la encrucijada, un verso soñado en otra lengua, o una mano que
nos da la mano... y entonces, se derrumban las sombras al fin, abatidas en el
fragor de una lucha de todos los tiempos. Y aunque la victoria suene
fugaz, cae irremediablemente el velo que
oculta la calumnia universal, el embuste mayor de los cobardes. Brota en un
rincón la luz definitiva, se ilumina el
camino, y se desvanece la incertidumbre...
la belleza sublime de la creación alarga su abrazo y se manifiesta,
surge en la noche, infinito y salvador, el sueño de los lunáticos.
¿Quién soltó la palabra maldita? Infectando el aire de una tormenta
asesina, y mutilando así, el sueño de los débiles. ¿Cuál es el atajo siniestro
que descubrieron los malditos, para llegar, de una sola mordida, a rasgar el
corazón? ¿Cómo puede un puñado de palabras, arrojadas al azar tanto tiempo
atrás, habitar en el silencio,
agazapadas en la grieta hasta el día de hoy, y retornar en verso, convertidas
ya en este temido sangrado sublime? ¿Cómo se salvará esta herida, si nunca
ensayé la lucha? Desandar los pasos lleva hacia adelante, y retomar el camino
es provocación temeraria de alterar un giro, y desafiar lo escrito. El poema
queda en blanco, pero sus huellas se vuelven cicatrices, cada vez más
profundas.
¡Oh noche! ¡Oh refrescantes
tinieblas!
¡Sois para mí señal de fiesta
interior,
sois liberación de una angustia!
"El Crepúsculo de la noche";
C. Baudelaire
Cae el día, y muere. La caricia que salva llega crepuscular, engarzada
en sonidos noctámbulos y pasos lejanos. El viento golpea el cristal y deja
suspendida en el aire frío de la noche, una melodía ausente, de visiones
lejanas. Rostros de doncellas vienen a salvar las heridas de ayer, y se reanuda
el baile. Danzas nuevas conjuran un roce místico, mientras tenues amenazas se
retiran, vencidas y resignadas, a llorar su derrota incontestable. La fiesta es
total de puertas hacia adentro, y se cuela por las grietas la salvación que
aniquila el tedio y recompone el aire. Sin cruces ajenas que cargar, el cuerpo
sosegado se entrega, se recuesta en el vacío, y acepta la comunión que lo
integra con todo lo demás. El descanso llega inevitable y contundente.
Despertarán los dioses mañana con ademanes relajados y un regalo nuevo que se
adelantará en el tiempo, mutilando las agujas del reloj, y salvará la jornada.
Liberado de miedos y tensiones, me lanzaré con
pasos renovados, un día más, a la búsqueda de los caminos inciertos.
POEMAS DEL LECTOR
A
VÍCTOR
Felisa Gliksman
Manos, manos, manos …
manos que juegan
manos que dibujan
manos que trabajan
manos que escriben.
Manos .... manos ….
hacen sonar una
guitarra
hacen volar sueños ….
de libertad, de fraternidad,
de justicia ….
con risas …. sin hambre.
Imbéciles …. necios….
creyeron que
cortándolas
dejarían de sonar y
soñar.
Y no ….
se convirtieron en
alas ….
se alzaron como
mariposas
y recorrieron el
mundo
llevando utopías por
doquier.
Así son tus manos,
Víctor …
alas de amor …
alas de esperanzas y
sueños
de paz y justicia.
Manos queridas,
manos emblemáticas ….
como tus sueños.
UN SUEÑO
Bella Clara Ventura
Soñar con un mundo
sin fronteras
pertenece a
estructuras superiores del espíritu libre
que de ataduras no
conoce sus alcances.
Mide su alma con la
amplitud de la ajena.
Se mira en el otro
como quien se descubre a sí mismo
frente a su propio
espejo.
Las banderas ondean
en el corazón crecido.
Forman un emblema
multicolor
donde caben todos los
esquemas
Reducidos a uno.
Borrar los linderos
en el corazón crecido
que ya no ve al otro
como extraño.
Unido en la hermandad
que pregona
el mejor individuo,
denominado Persona.
Con la p mayúscula
que lo diferencia de la pequeñez
de sentirse dueño y señor de un terruño.
El planeta precisa de
aperturas.
Los terrícolas somos
uno en esencia.
No importa si somos
de Corea, Vietnam, Colombia,
Francia o
México ni aún del Himalaya o del Lago Titicaca
como tampoco del
continente africano
o de otros lugares
sumergidos en el océano.
Todos formamos una
orquesta que debe
tocar diferentes
instrumentos
para unificar una
sinfonía dulce al oído
y pertinente a las
notas escogidas.
La batuta del
director se empeña en conducir.
Guía de un símbolo de
dirección.
Produce nortes, sures
y costados
al unificar un
universo musical,
digno del maestro que
no se limita a actuar.
Igual se comporta el
mundo.
Cada escala resuena
en el alma universal
donde se esfuman los
linderos
impuestos por el hombre como una defensa,
que se debe obviar.
Limitan el andar
grande.
Se anhela fortalecido
en otras creencias.
El mundo le pertenece
al humano
cuando la mente viaja
sin pasaporte ni cortapisas.
Se eleva y se
ensancha.
Permite nuevos
vuelos.
El trofeo es saberse
de la Tierra, que un día nos llevará al Cielo
sin otro papel que el
de nuestras buenas o malas acciones
en nuestro haber de
hombre del planeta
con su corazón niño
pintado de estrellas.
A
BARTOLOMÉ DE VEDIA
Alba Estrella Gutiérrez
y vienen los
hijos
a desatar vergüenzas y pudores
como aspas de viento llegan
cabalgando las ancas de la noche
con sus nombres pequeños
como ritos
salieron de su vientre
como racimos de luz a la intemperie
grillos de silencio
en la mañana
y vienen los hijos
a poblarme de besos la cintura
y desovillar la muerte
a regresarme
y enlazar mis cejas de alegría
CLOTI JIMENEZ GUZZO
(para las mujeres de
ciudad
Juárez, desde Madrid
, con amor)
Pero
dime amor,
Para
qué quieres
Un
corazón lleno de arena?,
Dime,
Para
qué lo quieres?
Para
qué te sirve?
Tardará
siglos
En
convertirse en tierra.
Dime…
Para
qué lo quieres?
Para
qué te sirve?
Déjalo…..
Déjalo
libre.
ARTEFACTO VECINAL
Leticia
Ruiz Rosado
Tras el asombro de la mañana
los claros sorprenden
la vetusta casa
cada rincón
responde desde su corporeidad
al son de gemidos
un artefacto vecinal
apenas reconoce
siempre es el mismo
por no hacer mudanza en su costumbre
brochea el ventanal de rosados y naranjas
en lontananza suscitan la mirada
y no reconoce al ser
sólo un suspiro
de sus labios versa
al no saber de quién el artefacto sea.
OTOÑO
Hernán Sánchez
El otoño intervino sin avisar y las
hojas empezaron a dolerme
El aire, el frió, el río, mis sueños,
tus dudas
Todo volvió a mí, junto con el otoño
Tus manos secas, tu piel bronceada por
Italia
Mis lágrimas y tu abrazo final
Y el otoño caminó pausado durante unos
meses
Y el sol prefirió dormir la siesta más
seguido
Y mientras las noches se volvían sobre
mí
Seguí dando vueltas jugando a
encontrarte por casualidad
Y, al cabo de un tiempo, el otoño
empezó a hacer las valijas
Y los anhelos mas deseados fueron sacando
los pasajes de vuelta
Y mientras las nubes se tomaban un descanso
Yo volví a dejarte de oler
Al menos hasta el otoño próximo
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