martes, 28 de agosto de 2012

CARLOS A. MARGIOTTA


LA FUENTE DE MORRONES

Compré unos morrones bien colorados para acompañar la carne; a ella le gustaban por su forma de corazón. " Si parece que laten" decía, viéndolos expuestos en la góndola como un rey entre las otras verduras simplemente verdes y oscuras, débiles y sumisas ante tanta presencia. Quería sorprenderla con mi habilidad culinaria y nada más sensual para una noche de amor y primavera.
            Prendí la llama de la hornalla de la cocina con el fuego mínimo, y coloqué el primer morrón apoyado sobre la base mayor. El fuego se pegó a la piel carmín acariciándola como la mano de una madre. Poco a poco se fue oscureciendo de ampollas negras  y estallando en gritos de  delicados perfumes de oriente. Después lo di vuelta en el sentido contrario hasta quemarlo totalmente, y continué con los demás, uno por uno, imaginando en cada crepitar nuestros cuerpos abrazados en una hoguera lenta y paciente,  prolongando el instante inevitable de la muerte.
            En una cacerola con agua fría se desinflamaron juntos, y comencé a despellejarlos. Mi mano reconoció cada pliegue como a su cuerpo desnudo dejándose tocar eternamente. Los abrí con un cuchillo de hoja pequeña y separé las semillas acaloradas. Tendidos en una tabla de madera, los corté a lo largo en forma de labios, y en una fuente transparente los acosté entre rodajitas de ajo y poca sal. Los bañé con mucho aceite de oliva, a la italiana, y los abandoné agotados de amor, descansando hasta la noche, cuando el alma volvería a la fuente de morrones, como ella con su aliento encendido.
            Probé uno elegido al azar, acaso el más pequeño, y pude ver su boca confundida de rouge, mordiendo desesperada, y su lengua deslizándose entre llamas jugosas, como en mi boca. Pude ver su mirada caliente suspendida sobre la mesa, esperando el vino, para ahogarse en una copa, y en otra, y en otra más, hasta el basta. Pude ver una fuente gigante de morrones, como un incendio, con nosotros adentro, quemándonos con ajo y sal, sobándonos en el rubí del aceite; los dos hambrientos, y desaparecer en cada bocado con pedacitos de pan.

    


MIRIAM CAIRO

EN LA HORA VIOLETA

Ya lo dijo el pensador empedernido: el primer beso de la amante anticipa el sentido de su amor. Y este vaticinio parece cumplirse con creces en el caso de la amapola viviente. Cuando el pensador habla no corre riesgos: si respira es porque sabe que el aire existe. El pensador encuentra en la amapola el pretexto y la metáfora para no morir de muerte prematura.



NORA JAIME


LA CASA DE LA CALLE THORNE
Marta abrió la puerta, levantó la persiana y encendió la radio con su parte más consciente, la otra Marta había quedado entre las sábanas, envuelta en su olor, bajo el embrujo de sus caricias.
 La mujer entró sin hacer ruido,  se quedó mirando ahí parada. Adelante, pase por favor. ¿En qué puedo ayudarla?
 ¿Compra cosas antiguas? Si, a veces, si me interesa ¿qué tiene para vender?- Aquí no traje nada, quisiera que viniera a mi casa, hay muchas cosas, muebles, cuadros, vajilla, veo que vende de todo.
 ¿Ud. qué quiere vender? Todo lo que pueda, tengo que desocupar la casa ¿entiende?- Sí. Hago visitas por la  tarde solamente, dígame la dirección y un teléfono por favor.
Ella me miró a los ojos. Es en el Barrio de Caballito, calle Thorne…
Volver a escuchar ese nombre me supo a daga clavada en medio del esternón, pensé que me iba a  desmayar, después el número… no quería mirarla, un escalofrío recorría  todo mi cuerpo, la cabeza me ardía como si fuera a estallar.
 Tomé nota en la agenda, agachada, con los ojos cerrados. Bien, bien… -balbucié - ¿Señora…? Amalia Molina Valle, disculpe no me había presentado.
En ese momento me volvió el alma al cuerpo, ella esbozó una sonrisa tímida y mirando en derredor dijo. Tiene lindas cosas, se nota su buen gusto.
¿Cuándo podrá venir a mi casa? tengo poco tiempo.
 ¿Le parece bien hoy a las tres?-pregunté sin pensar. Perfecto, la espero,  buenos días. Giró despacio y se fue dejando un perfume suave a flores.
 No podía salir de mi asombro. Me sentía tan conmocionada que intentaba vanamente ordenar recuerdos agolpados  en mi mente,  atados fuertemente  por una cuerda que  el nombre de esa calle había soltado. Sin embargo, ni su nombre y apellido ni su cara me resultaban familiares.
Mentalmente puse color en su cabello cano, intenté borrar las pocas arrugas de su rostro, pensé en el sonido de su voz, en su manera de caminar y todo fue inútil.
Mi memoria sensitiva a flor de piel  actualizaba otros rostros, viejas voces olvidadas volvían a mis oídos. El local era el salón de la calle Thorne, con su música y sus risas.
 Fui despegando con dolor las capas del recuerdo. Mis lágrimas, ahora incontenibles, lavaron las últimas heridas y repasé trayendo a la luz esa etapa de mi vida como en un viaje y al llegar de vuelta a mi realidad sentí frío y hambre.
 Levanté el bolso y mi abrigo, di vuelta el cartel "Enseguida vuelvo", cerré con llave y me encaminé al café.
Barracas me pareció envuelta en una nube espesa como mi cabeza -Negro, te necesito- Adentro del "Tres Amigos", donde conocí al Negro Hernández, el mozo me preguntó si me sentía bien. Sí,  tengo un poco de frío,  y pedí un desayuno completo, sin siquiera darme cuenta que algunos parroquianos ya estaban almorzando.
A las tres de la tarde estaba frente a la casa. El barrio  había cambiado. Vi más gente por las  calles. Conservaba los árboles que se unían formando techo con sus ramas entre una vereda y otra y ese encanto tan particular,  lo hacía un lugar especial.
Frente a la puerta pensé en no golpear e irme ¿Qué estaba haciendo allí? Toqué el portero. Su voz se oyó tan triste que me quedé. Abrió la puerta,  estaba  vestida como si fuera a salir.
Adelante, gracias por venir, sígame por favor. Cuando hubo cerrado me miró fijamente a los ojos. Miré a mí alrededor, aquel lugar era otro, totalmente distinto del que recordaba, ¿Estaba tan equivocada, qué estaba sucediendo?
Me sentía atrapada y confundida por mis recuerdos buscando alguna pista, una huella, una señal que aclarara mi confusión,  mientras tanto ella me hablaba de muebles, de estilos, de precios. No la escuchaba.
 Y así fuimos recorriendo toda la casa, hasta que al llegar al escritorio, sobre una mesita, detrás de un enorme florero, un portarretratos aclaró mis dudas. Entonces, mirándola  fijamente   pregunté ¿Porqué me buscó a mí, tan lejos de este lugar, para vender sus cosas, quién le dio mi dirección?
 Cuando voy a visitar una amiga que vive en Barracas  paso por su negocio, además no quise hacerlo con alguien de aquí.
Siéntese, tomemos un té, las dos lo necesitamos. Dejó la bandeja sobre la mesita, sirvió  las tazas y comenzó su relato. La expresión de su rostro iba cambiando a medida que se acercaba al descenlace.  Al oírla, reviví  pasajes de mi vida que había olvidado.
 …cuando compramos esta propiedad, era una época en que viajábamos mucho, la remodelamos toda y la disfrutamos muy poco.
 Tuvo que dejar su trabajo, la  enfermedad lo postró y estuvo muchas veces internado. Fuimos al exterior pero…no hubo nada que hacer.
Y aquí estoy, tratando de vender y sin saber qué hacer después.
Su expresión era desolada.  La vi tan vieja, tan sola en su dignidad que sentí compasión por aquella mujer que teniendo tanto, no tenía nada.
Salí a la calle. Tomé un colectivo, después un taxi. Fui directamente a mi casa, busqué una caja que guardaba llena de cartas y fotografías, las metí dentro de una lata y encendí un fuego. Miré las llamas  y a medida que se iba consumiendo, me sentí mejor, más joven, más viva. Después esparcí las cenizas sobre las plantas de patio.
 Me metí en la ducha, busqué mi vestido más elegante, me peiné y maquillé con dedicación, para mí y para él. Cuando el Negro me vio, abrió los ojos, la boca y los brazos: -Mi amor estás divina ¿que pasó? Nada especial, solamente dejé escapar un fantasma y lo besé con pasión.



ELSA JANÁ


GOTEO EN REVERSA

Instantes... La lluvia gotea contra los cristales y nutre las flores del cantero igual que húmedos besos de sal. No se sabe dónde caerá la próxima. Al fin de cuentas, cada cual elige dónde sortear su diminuto charco privado. Persisten. Hasta casi se las puede contar y medir, de una a una, como las del suero aquí, en la sala. De pronto, se achata la bolsita de plástico transparente. Un acompañante levanta las pestañas, deposita la mirada ausente sobre el conteo, y aprieta un botón. Cables y sondas se prodigan por todas partes. Dónde las muertes horadando sus rastros de vida.
En esta habitación de caños blancos, la mayoría se acuesta sobre un ruidoso colchón de nylon a ejecutar sus últimos suspiros; otros, afuera, directamente sobre cartones. Pasos en falso... desde la cordura del especialista que promete lo que ni siquiera sabe cómo cumplir, pasando por la mujer de casquito blanco que pide un silencio que casi nadie respeta, hasta la que lampea un trapo sucio sobre un piso que no desea limpiar... Falso... como los soles anunciando una primavera que no será más que agosto bajo la tierra.
No hay vestigios. Ni de las batallas que no se libraron, ni de la perduración que no se alcanza. Aquí, sólo se mira la lluvia y se controla el suero: ¿Cuándo pasará el tiempo?... No de lluvia, sino de esta nebulosa sorda de límites imprecisos, en la que las murallas de silencio se prolongan hasta el infinito al que nadie puede ponerle stop. Casi todos estamos llorando aunque son las tardes previas a los comicios. Los dioses falsean penas por las manos que ya no pasarán por las urnas. Tiempo de librar en un sobre cerrado, las batallas que antes no se lidiaron ni se lideraron.
Padeció un ataque cardíaco. Se intentará un "by pass" para este país en coma que ejerce control sobre el goteo mientras que el cielo prodiga llanto. Nace un bebé y lloramos; también él llora cuando nace y todos lo hacemos ante la muerte. Unos, dos, tres... seis... Amamos y lloramos. El cielo lagrimea y el suero gotea. Alguien nos muestra una obra de arte y lloramos, ¿dónde están los que no lloran? ¿Cómo y dónde se liberan las risas?... No, no mientan más... Esas risas son tan falsas como las supuestas señales de no tengo miedo a morir que esbozan los enfermos sobre el conteo de las bolsitas de plástico. Aquí, hay una neblina tan tupida que, para no chocarnos unos con otros, los hermanos nos damos la mano mientras construimos murallas humanas a tientas, reclamando sol y goteando con el conteo en reversa...Y ¿afuera?... Afuera también llueve tanto...

HAIDE DAIBAN


FLORES RELLENAS O DE MI PLANTA DE ZAPALLO
Un día apareció Mauricio, estático, en medio del jardín de atrás de mi casa, hacía señas como un títere, por las ventanas de la cocina. Yo que estaba absorta mirando más allá del jardín, el verde del césped recién regado y los azahares  del limonero, me asusté.
Él llevaba entre sus manos una planta de tomates como si portara un ramo de flores exóticas, me sonrió y no tuve ninguna duda:  eran para mí.
Los regalos entre mi vecino de chalet del country y yo, constaban de intercambios, un ir y venir de romero, menta, orégano, me proveía de las ciruelas remolacha que yo adoro, y de mi casa hacia allá, tortas de ciruela, justamente como compensación o algunos almácigos de hierbas aromáticas o algunas frutas.
Pasábamos de tarde en tarde charlando, su señora y yo o las dos parejas, entre vasos de vino, solo para brindar  por la vida. Era un pequeño oasis dentro del ajetreo del club de campo y entre ladridos de algún chucho nervioso o gritos de los chicos desde las bicicletas o en la plazoleta cercana.
Nos reconciliábamos cada fin de semana con toda la naturaleza y permitíamos que las abejas libaran nuestras flores y los pájaros carpinteros se hospedaran con sus nidos, como el que habían construido  en mi jardín en el tronco hueco del olmo centenario.
Entre mate y bizcochitos de grasa, acompañados con el dulce de moras casero de mi especialidad, teníamos todas las tardes la visita del colibrí con su aletear casi invisible e irisado.
Una semana en que decidí enterrar algunas semillas de zapallo, me propuse no contar a nadie la experiencia y esperar paciente el resultado.
Pasaron quince días en que la lluvia y la temperatura nos retuvo en la ciudad. Al cabo de ese tiempo lo primero que hice al llegar a la casa fue rodearla, llegar al jardín y observar el rincón donde había escondido las semillas, siempre esperanzada que siguieran allí y ningún pájaro las hubiera comido. Pero, ¡aleluya! En ese lugar había emergido ya la planta rastrera que había avanzado sobre el jardín.
Mi contento siguió por dos semanas más y aparecieron como premio los primeros pimpollos anaranjados y rugosos de las flores.
Me impacientaba la idea de que el jardinero u otro vecino menos amable, arrasara con ellas. En el ínterin, sabiendo que eran comestibles, tomé nota de dos o tres recetas de cocina para elegir la más sabrosa.
A la semana siguiente las flores estaban en plenitud, frescas, grandes, abiertas como esperando  en la cocina y oferentes en su inocencia. Yo estaba excitada, nerviosa, sabiendo que si fallaba el plato, la vergüenza y las bromas serían para larga data.
Por la noche ya estaba preparado el relleno con arroz, huevos, pimienta y especias y pensaba aún en la forma de cocción y la salsa adecuada.
Llegué a trasnochar por esto que era un desafío, rodeada por recetarios y anotaciones. Cuando a las doce de la noche subí al dormitorio, el cansancio me encegueció y caí literalmente sobre la cama, semi-vestida sin atinar a bajar las cortinas del  ventanal. La última mirada fue hacia el jardín y creo que me dormí al poco rato.
Después de  unas horas, (cálculo que realicé teniendo en cuenta la oscuridad reinante), desperté con un raro  sentimiento de inquietud  que avanzaba junto a extraños ruidos. Sin levantarme de la cama agucé el oído, era en realidad un murmullo en el silencio. Como mi esposo dormía y nadie más estaba en la casa, pensé que sería un animal que entró a buscar comida o la presencia nunca deseada de un intruso.
Las puertas todas, estaban cerradas con llave y pasador, no me atreví a moverme o encender la luz. la idea era prepararme para la defensa en la oscuridad.
El ruido avanzaba lento pero sin pausas, se acercaba y ya lo sentía acechante como para no asustarme. La cama vibró un poco, quizá por algún movimiento instintivo o un giro de mi esposo en medio de su sueño. Algo se deslizaba sobre las cobijas
Y la sola idea de una víbora me aterrorizó. Pero las pocas serpientes que vi en mi jardín en tantos años no eran más largas de medio metro y ninguna peligrosa. Pero… Palpé sin querer, algo parecido a una cuerda, ya en colapso di un golpe, pero eso, lo que fuere avanzaba y en un rapto de lucidez me percaté que era flexible, era una rama tierna de hoja grande, algo rugosa, era sí ,como la planta rastrera de zapallo.¿Cómo llegó hasta allí?.
Di un rito agudo, traté de saltar de la cama y esa liana se endurecía y me ataba enroscándose en mis piernas y subiendo a mi cuerpo. Mi marido no escuchaba, seguramente en medio de un sueño profundo y el terror me ataba también hasta lograr que enmudeciera.
Ante un movimiento brusco de los brazos de mi marido, a rama se retrajo y pude encender la luz y despertarlo.
Luego, al correr a la escalera no pudimos comprobar la presencia de nada, persona o planta, animal o siquiera rastro o huellas.
Bajé a primera hora de la mañana cuando el sol recién comenzaba a iluminar, corrí hasta el jardín y allí, en el ángulo del rincón, estaban las flores de zapallo, como a la espera.
Al mediodía me desquité al cocinarlas con su relleno desbordante y el fondo de la salsa al vino y con pimienta y especias. Agregué los papines norteños con su cáscara y al colocar la tapa en la olla, escuché un leve gemido. Un escalofrío rápido levantó mi brazo, observé dentro de la cacerola y el aroma llegó hasta mí. Todo marchaba bien.
 El único problema fue que no me atreví a probar el plato.
Cuando ese día a los postres conté mi sueño, o mi pesadilla quizá, aún el miedo me invadía era sentir como una amenaza latente. Nadie quiso creerme, escuchaban el relato y era para ellos un cuento más de los que suelo contar.
No pasó mucho tiempo y la planta renació, había invadido medio jardín, las demás plantas corrían riesgo de ser enlazadas o devoradas y por seguridad  arrancamos de la tierra hasta la última rama.
Lo preocupante fue cuando a los quince días apareció una ramita con varias hojas que  se fue alargando y corrió por el césped con gran conocimiento del lugar hasta llegar a la pata de la mesa de madera  que se hallaba bajo el alero. Sobre la pared, la planta se encaramaba hasta llegar a la ventana del dormitorio. Desde mi silla, hipnotizada miré al otro extremo y vi entonces, una flor anaranjada, muy grande, que se abría y cerraba, como una gran boca. abanicando la tarde.




JON VELAZQUEZ


ARCÁNGEL

Esta historia que empieza, es la historia de Arcángel, un peculiar vecino de una peculiar localidad llamada Villa Cosío. Los habitantes de Villa Cosío, todos sin excepción, viven y mueren en Villa Cosío, siendo para los cosianos Villa Cosío la representación del universo todo. Los cosianos vivirían felices y en la abundancia si no fuese porque de cuando en cuando, sin que los cosianos hayan descubierto la forma de anticiparlo, un toro, un terrible, inmenso y sanguinolento toro, entra en Villa Cosío por la puerta de toriles. La puerta está situada al sur del pueblo, precediendo mágica el abigarrado monte que aísla a Villa Cosío del mundo infinito. El toro, arremetiendo y derribando cuanto encuentra a su paso, no abandona Villa Cosío hasta asesinar a unos de sus vecinos.
Retomando la historia de Arcángel, nuestro protagonista, decir que es un hombre de mediana edad, corpulento y vigoroso en sus formas. Arcángel es un habitante más de Villa Cosío, querido y respetado, o al menos lo era hasta hace tres días, cuando decidió Arcángel mudarse con todas sus cosas a la puerta de toriles. Esto supone inmediatamente el ostracismo, la soledad. Ningún habitante de Villa Cosío en su sano juicio se atreve a pasear siquiera cerca de la puerta de toriles. Esta noche, Rodrigo no concilia el sueño, está inquieto, abre los ojos y ve acercándose la diminuta figura de un niño.
-¿Qué haces aquí? Es peligroso. Vuelve a casa Samuel.
-No Arcángel, yo soy valiente como tú, yo no le tengo miedo al toro ¿porqué lo haces Arcángel? ¿es que quieres que te mate el toro?
Arcángel coge a Samuel por su manita y los dos se dirigen hacía una encina cercana.
-¿Quieres saber por que lo hago? Está bien, te lo contaré, pero si sale el toro, te subo a la encina y me juras que de ahí no bajas.
-Te lo juro Arcángel.
-¿Has oído hablar alguna vez del loco Guillermo?
Esto lo ha dicho Arcángel con voz queda, sin perder de vista la puerta de toriles.
- Claro que si… ¿haces lo mismo que el loco Guillermo? Pero él, murió…
- No Samuel, el loco Guillermo no murió corneado por el toro. antes de llamarlo el loco Guillermo, le llamaban Guillermo el valiente... porque siendo yo niño, un toro enorme salió por la puerta. Guillermo no se levantó de su hamaca ni corrió ni huyó, ni gritó, se mantuvo en calma… de pronto, se puso en pie y gritó con todas sus fuerzas, "¡eh toro maldito, aquí estoy, ven a por mí, aquí tienes a tu víctima!" al decir esto, el toro quedó paralizado, mirándolo… todo esto sucedió en la plaza de la fuente… yo era más pequeño que tú en aquellos tiempos, pero lo recuerdo como si fuera ayer, el toro y Guillermo se miraban desafiantes, hasta que el toro arrancó la embestida acompañado de un griterío histérico aproximándose amenazador a Guillermo, que permanecía de pie impasible, provocando con insultos al toro. Cuando todo el mundo se temía lo peor, sucedió lo inesperado, el milagro… el toro se detuvo a un palmo escaso de Guillermo y un suspiro contenido recorrió toda Villa Cosío. Así estuvieron el toro y Guillermo frente a frente durante unos segundos que parecieron una eternidad, hasta que de repente, el toro se dio media vuelta y se fue a toda prisa por la puerta de toriles. Imagínatelo Samuel, por primera vez el toro se iba sin su victima, y todo gracias a Guillermo. Cuando Guillermo se trasladó a vivir a la puerta de toriles la gente empezó a llamarlo el loco Guillermo. Todos creen que Guillermo murió corneado una noche sin testigos. Pero solo yo sé lo que sucedió aquella noche Samuel… la noche que desapareció Guillermo, imbuido de un extraño presentimiento permanecí en vela… subí a la azote de mi casa y desde allí lo presencié todo, aquella noche, cuando silencioso el toro salió por la puerta de toriles, Guillermo lo estaba esperando. El toro estaba quieto, sin mover un solo músculo, y esta vez, fue Guillermo quien corriendo fue al encuentro con el toro. No sé bien como explicarlo Samuel, el caso es que cuando Guillermo llegó a la altura del toro y se abalanzó sobre él, simplemente… lo atravesó… cayendo el suelo, como si el toro no tuviera cuerpo, después de esto el toro desapareció y… Guillermo se fue, si… se fue de Villa Cosío. Por eso lo hago Samuel, desde aquel día… necesito saberlo.
Arcángel ha terminado su historia y con un gesto ha hecho entender a Samuel que debe irse; éste, con un gesto de despedida, ha echado a andar en dirección a su casa. En esta noche de clara reclama Arcángel pero el toro, sin hacer caso continua absorto contemplando el cielo estrellado. "Eh toro" replica de nuevo Arcángel; el toro da media vuelta, escarba con su pezuña delantera izquierda, resopla y hociquea y arranca levantando tras de sí una espesa polvareda. Arcángel, con el corazón henchido de valor, corre a su encuentro. Tembloroso, Arcángel se  levanta del suelo, no entiende lo que ha pasado, e incrédulo observa como ambos, él mismo y el toro, ocupan al mismo tiempo un mismo espacio. El toro desaparece, se desvanece. Echando una mirada en derredor como despidiéndose de Villa Cosío y aún contrariado, Arcángel atraviesa el umbral de la puerta de toriles, desapareciendo en medio de la incierta negrura.



JUANA SCHUSTER


LA MALDICIÓN

Doce años tenía Dolores.
Muchos inviernos para desear un hijo.
Hasta que el milagro se produjo.
Festejamos con el mejor vino de Mérida.
Los hombres prepararon el tablado.
Las jóvenes bailaron toda la noche.
Sus manos cambiaban de abanicos en cada pasodoble.
Los pies se movían con gracia y donaire.
Las castañuelas me recordaban el galope de la tropilla.
Bellas coplas llenaban las almas y soplaban.
El viento y el aire dulzor que venían del Guadiada.
El olor del aromo y tomillo que crecían con lentitud perfumaba el ambiente todo.
Venían de otros pueblos a desearle suerte a la futura madre, que ya no era una muchacha.
Y el vino chispeante llenaba las copas que se vaciaban con rapidez increíble.
Él le acariciaba el vientre, y tocaba la guitarra.
Sumido en la plenitud de la esperanza.
De ver al hijo crecido para que fuese torero.
Hasta ese día, Tía. En que pasaron los gitanos que habían llegado de no sé donde en el carromato.
La vieron y le pidieron los aros de oro que lucía en sus orejas. Esos arrillos que relucían ante el sol y una no sabía si era el astro rey que había bajado a felicitarla o era el metal precioso que brillaba como una moneda lustrada.
Pero ella dijo que no, Tía. Que no se los daría.
Fue entonces que una gitana con pañuelo en la cabeza le dio la maldición "Un pájaro enorme te llevara a tu hijo"
Ella no le creyó. Sintió miedo, pero no le creyó.
-Vete a tu tierra. Nadie te quiere aquí.
Siete meses mas tarde llamaron a la comadrona.
Cuando dejó de gritar se oyó el llanto del niño.
Hermoso Tía. Como ese niñito Jesús del cuadro que tienes tú en la posada.
Tendría dos días cuando la criada abrió la ventana para que la pobrecita respire mejor.
No pudo hacer nada Tía.
Entró un águila y se lo llevó con el pico.
Sí, con el pico.
Ella quedó mal de su cabeza. Dicen que nunca volverá.
El marido se fue. No se sabe nada de él.
¿Sabe Tía? Que la Santísima Virgen me guarde de cruzarme yo con la gitana.
Que ¿por qué?
Porque también yo, estoy preñada.



MARTA BECKER


EL FORASTERO

Fue comentario durante mucho tiempo en el pueblo. Nadie supo qué pasó.
Densos nubarrones  cubrían el cielo, el mediodía era noche, y sólo se iluminaba con los relámpagos que bañaban techos y calles, cuando el hombre hizo su aparición en medio de la tormenta, salido de la nada, acompañado de un perro flaco, de orejas caídas y mirada triste, tan triste como la de su dueño. No se sabía quién estaba más desvalido.
Entró en el bar de don Zoilo con las ropas empapadas, el sombrero ladeado de tanta agua, los zapatos mojados que dejaron huella sobre el piso desparejo, siempre seguido por el perro. Los dos daban tanta lástima que el dueño estuvo a punto de darles sin cargo un plato de comida, cuando el hombre tiró varios billetes ajados sobre el mostrador y pidió una botella de vino y algo caliente.
Se limitó a comer y beber en silencio. Sabía que los presentes, parroquianos que se habían refugiado del aguacero,  querían preguntar, pero no les dio lugar. Se demoró un tiempo, comió lento, y recién cuando terminó los miró a todos y, centrada su atención en don Zoilo le dijo -me llamo Jacinto Requeira, necesito un lugar para dormir, ¿hay algún alojamiento en la zona?
El hombre detrás de la barra puso cara de pensamiento y luego le mencionó la dirección de doña Lucrecia, viuda desde hacía tiempo y escasa de efectivo, que tenía una habitación  para alquilar.
Sin añadir más datos, Jacinto salió a la lluvia, cada vez más intensa, y se dirigió a la casa de la mujer, situada casi al final de la calle principal, luego de pasar la plaza y la iglesia. El perro lo siguió manso, la cabeza gacha.
La viuda lo recibió sin hacer preguntas. Lo acomodó en la pieza, luego le mostró dónde quedaban la cocina y el baño, y le indicó un lugar en la galería donde dormiría el animal, junto al suyo propio. El único requisito que hizo resaltar fue que no admitiría compañía femenina, por una cuestión de decoro y pudor. El hombre esbozó apenas  una mueca, no se sabía si de aceptación o desagrado, todo pareció lo mismo.
¿Cuánto piensa quedarse?- preguntó la mujer -no sé, lo que sea necesario para mis fines- contestó Jacinto Requeira, ¿y cuáles son sus fines?- inquirió ella, y no obtuvo respuesta. Le irritó la parquedad de su nuevo inquilino, pero decidió seguir con las averiguaciones más luego.
Pasó un mes y Jacinto Requeira seguía en la casa de doña Lucrecia.
Ella se había acostumbrado a su presencia, sus entradas y salidas, su falta de comunicación, y a modo de relación le preparaba ahora algunos almuerzos y todas las cenas, que muchas veces compartían, en silencio.
Al Jacinto se lo vio pasear por el pueblo, siempre seguido por el perro,  con algunas prendas del finado, que aunque le quedaban algo grandes, le daban un aspecto más prolijo. A pesar de todas estas atenciones, no modificó su gesto adusto, su lejanía y un raro tinte de misterio que lo acompañaba siempre.
Lucrecia comenzó a sentirse atraída por el forastero, lo buscaba con diferentes pretextos, era solícita y se acicalaba con esmero,  pero la ponía loca su indiferencia, y eso hacía que fuera más insistente. El perro se identificaba con el amo, y cada vez que ella se acercaba al hombre el animal se erguía y la enfrentaba con gruñidos.
Las viejas cuchicheaban en la iglesia sobre lo que ocurriría en la casa, los hombres envidiaban al Jacinto por haber encontrado mujer sin mayor esfuerzo - había sido afortunado el visitante- decían.
Transcurrió otro mes y el hombre seguía sin dar señales  de irse o de ocuparse de algo. Lucrecia preguntaba y él no contestaba.
Una noche, la mujer decidió que era hora de desempolvar una ropa interior que había guardado en el cajón de la cómoda luego de que su amado esposo pasara a mejor vida, y se dirigió a la habitación de Jacinto Requeira. Sin golpear, sigilosamente, abrió la puerta y entró. Se acercó a la cama y, con su sola presencia, se ofreció.
El perro se levantó, clavó sobre ella dos cavidades negras, profundas, la olfateó, gruñó algo y se echó al lado de la cama. El forastero, que ya había dejado de serlo, la paseó con la mirada con indiferencia, cerró los ojos y se dio media vuelta, dándole la espalda.
La viuda, despechada, salió corriendo de la pieza, inundado el rostro de llanto y con un ardor de vergüenza e indignación como nunca sintiera en su vida.
Una mañana  fría, el suelo cubierto de una fina escarcha y con un sol que se negaba a salir, el perro apareció muerto en el fondo de la casa. Sin mover un solo músculo de la cara en señal de dolor, su dueño lo levantó en brazos, lo llevó abrazado hasta el límite de unos terrenos municipales, y lo enterró.
Pasaron unos días y Jacinto Requeira dejó de verse por los lugares habituales del pueblo. Consultada,  doña Lucrecia respondió que se había ido, tan silencioso como había llegado, para atender unos asuntos particulares que requerían de su presencia, y el muy ingrato había abandonado la casa sin mayores explicaciones.

Nadie pregunta por qué la viuda lleva dos ramos al cementerio.


ANALÍA PASCANER


UNA SOLA PALABRA

El sol la encuentra meciéndose suavemente, una dulce sonrisa ilumina su rostro. Mágicamente regresa a su niñez, época de oro en que sólo a ella se le permitía hamacarse en la mecedora de esterilla de la abuela. Cuánto la complacía esa mujer de cabellos plateados, mirada tierna, voz cadenciosa y manos repletas de caricias y galletas recién horneadas.
La cirugía fue sencilla, ella está animada y aprovecha para disfrutar de un descanso en esa habitación confortable.
Se abre la puerta y entra él.
Disfruta de la compañía de este hombre de edad mediana, impecable chaquetilla blanca, cuerpo atlético, aire seductor, con algunas canas que lo muestran más interesante aún.
Se saludan afablemente, charlan unos minutos. Él pregunta donde está el informe. Ella señala una mesa y aguarda despreocupada, se mece suavemente y piensa en su niñez.
Manos pulcras abren un sobre cuidadosamente cerrado. Sus ojos quedan fijos demasiado tiempo, su mirada clavada en el papel.
La joven mujer sigue balanceándose y otra vez es pequeña. Rememora la suavidad de las caricias, la ternura de la mirada, el aroma de las galletas, escucha a su abuela llamándola por su nombre.
La voz del médico la trae a la realidad, le dará el alta y retomará su vida habitual. Sin embargo algo extraño sucede: él juguetea nerviosamente con ese pequeño papel, no la mira siquiera cuando habla. Muchas frases salen de su boca sin que ella logre entenderlas, entonces cierta palabra la alerta y empieza a comprender que algo terrible sucede.
El sillón se detiene, se arrima hacia delante y de modo casi inaudible formula una pregunta, la que nunca hubiera querido realizar, de la cual nunca hubiera querido escuchar la respuesta. Sus miradas se cruzan por primera vez desde que él buscara el sobre cerrado. Recibe la certera flecha confirmando sus dudas y luego no escucha nada más.
Él sigue hablando con voz temblorosa aunque ella ya no oye esas palabras, sólo percibe gritos aturdiendo su mente, dagas desgarrando su alma, latigazos desmenuzando sus sueños.
Se siente perturbada. Esa noticia acaba de matarla.
Su juventud, sus hijos pequeños, sus seres amados, sus ilusiones… Su vida destruida por el zarpazo de una sola palabra, una mala palabra, irrepetible, innombrable, devastadora.
El médico se acerca para saludarla, menciona algo de las curaciones y por fin se va.
Sí… por fin se va… Ella sigue con sus ojos húmedos a ese insignificante ser, encorvado, canoso, desaliñado, arrastrando sus pies al caminar.
Vuelve a recostarse en la mecedora, ya en la protección de la soledad. Sus sentimientos la desbordan, sus pensamientos se descontrolan. Se balancea nuevamente aunque ya no piensa en su niñez, la realidad la sacudió con una decisión asesina.
De pronto se siente débil, cansada. Intenta ordenar sus ideas, quisiera saber cómo actuar. ¿Para qué esperar el momento del fin, con todo el deterioro que conlleva, si el destino ya firmó su sentencia?
El dolor lacera sus entrañas. Tembló el piso y todo cayó a su alrededor.
El sillón se mece con suave cadencia. Su mirada se pierde en algún recoveco de su niñez, anhela regresar allí y dormirse protegida por los brazos de su abuela, sin pensar en nada más.
El sol acaricia un rostro sereno, empapado en lágrimas, mientras se enciende una tenue luz en su corazón.
Tal vez es la angustia que acrecienta su fortaleza.
O quizá es la certeza que al fin pronto todo terminará.


lunes, 27 de agosto de 2012

EDUARDO COIRO


MASCARONES
Ese hombre dobló en la esquina.
Su mirada podía verse perdida, como viendo en otra parte, en otra época. Hablaba solo. Gesticulaba con sus brazos levantados, daba órdenes a seres del aire.
-Sólo vemos mascarones de proa. (Me pareció oír cuando pasó a mi lado).
Nada ni nadie puede decidir el rumbo. Algún destino consciente y compartido…
Cuánta soledad de alta mar o de desierto se ve a cada paso. Completé en imágenes a mi modo.
Mientras, lo escucho alejarse con pasos que parecen crujir sobre una cubierta de madera.



ADA INÉS LERNER


EL ATAÚD USADO
Después de discurrir largamente, mi hermano Simón decide que no es inconveniente que yo comparta el ataúd con el tío Ismael (fallecido allá lejos y hace tiempo).
Dice Simón a la familia: es notable la diferencia de precio e ínfima la posibilidad de que, con el tiempo, la comunidad sospeche un incesto. 
La funeraria (el dueño es gentil) le ha ofrecido cremación y urna por un precio más conveniente y Simón - que ha extraviado los preceptos de la religión - aceptó.
A partir de ese treinta de abril comparto una vasija mortuoria con Ismael, judío liberal y viudo de primeras nupcias; se trata de un hombre desconocido para mí; eso es lo que a juicio de Simón evita los comentarios maledicientes y además - adujo - no puede ser atrevida tamaña cercanía con alguien que me lleva casi doscientos años. 


MARIÉ ROJAS TAMAYO (CUBA)


LA VERDAD ESTÁ... 
Cuando tenía siete años pasó por su pueblo un circo de poca monta. Desde entonces, se sembró en él la semilla de hacer el amor a una contorsionista coreana; tan fuerte fue la impresión que le causó aquella mujer con agilidad de serpiente. En la adolescencia ya no pedía tanto, se conformaba con que fuera coreana, aunque no fuera "precisamente" contorsionista. Llegó la juventud y sus aspiraciones habían bajado a una mujer de rasgos asiáticos, con tal que supiera moverse un poco y rellenar sus fantasías.
A los treinta, por fin, encontró al amor de su vida. "Si se fijan bien, tiene algo achinados los ojos, no se le nota porque no se quita nunca los espejuelos", decía a los amigos conocedores de su larga historia en pos de aquel ideal. Nadie vio jamás ni un airecillo del lejano oriente en su esposa; pero la verdad está en el ojo del espectador.
Y él se veía muy feliz.


WALTER RAGO



NIÑO COSA

Ayer entrevistamos a los padres del niño cosa. Les explicamos que la situación es insostenible, en los recreos se queda durante diez minutos inmóvil, congelado, no contesta cuando le preguntamos qué le pasa, sólo hace ruiditos, como madera crujiendo, dice que es un mueble y a veces un árbol, llora y pide por favor que no le cortemos las ramas.
Por suerte los padres se mostraron receptivos, equilibrados, dijeron que no sólo es así en la escuela, en la casa es igual, lo ven muy mal, ya no saben que hacer con él. A los dos se los veía sinceramente preocupados, me di cuenta porque durante la conversación a ella se le secaron un montón de hojas y él abría y cerraba sus cajoncitos todo el tiempo, mientras crujía muy inquieto.

MIRTA GAZIANO


IDEAL
Descalzarse, desatar uno a uno los moños de cada zapatilla.
Desnudarse los pies, meterlos en la cama y estirarse.
De ese modo comienza nuevamente el copioso caudal de imágenes que preceden al sueño, preámbulo que hace posible los ideales, concreción de ilusiones, pasadizos mágicos que regalan en ficción cada uno de los capítulos esperanzados ya fijados y en lo posible ir agregando color y forma, ensoñaciones hasta quedarse dormida y al despertar apretar más aún los ojos con ganas de proseguir el hilo conductor dejado horas antes por el paréntesis de la noche y del sueño.
Soñar, soñar despierta y dormida, concertar citas con las ilusiones, amigarse con las esperanzas, abonar las utopías.


POEMAS DEL LECTOR


ALBERTO NOGUEROL 

LA REBELDÍA DE LA LÁGRIMA
Lloró de niño
cuando perdió
su juguete preferido,
el padre acompañó el dolor
y sumó el consuelo
de un acto comprensivo
ante el sufrir del hijo
y agregó tan sólo al filo
"hazlo ahora, mañana
serás hombre y
estará prohibido,
los hombres no lloran nunca
aunque sobren los motivos"

El niño fue muchacho
en los años del horror
enfrentó los miedos
de su madre y sus vecinos,
escondió sus lágrimas
y saltó a las calles
con los ojos bien abiertos
el rojo en su sangre y
el pecho desplegado al viento
de cara a la tempestad y el frío

Después llegó a ser mayor
sorteando sombras, ausencias
emboscadas
y las pérdidas también
fueron mayores, le arrebataron
afectos,  amores, compañías

Por eso consuma
la traición a los mandatos
cuando marzo llega al veinticuatro
entonces amanece una lágrima rebelde
que brota solitaria de su cuarto



JOSÉ MARÍA PALLAORO

MEMORIAS
Todavía no empezamos
y algunos se quieren retirar
y escribir
sus memorias

HIJOS
Tuvieron sueños
En verdad los tuvieron
Ahora raíces
desperdigadas
por tierra
por río
En sus hijos

MUNDOS
Ellos son de este mundo
Nosotros somos de este mundo
Y este mundo
¿de quién es?

PASEO
Gritó que lo iban a matar
Y lo subieron a un auto
El paseo dura
hasta el día de hoy

JORGE CASTEÑEDA

DESATINO 
Porque la traba se lengua
Miguel a veces gemía
O tal vez sin darse cuenta
A Terín Collado leía.

Así Cristo va a al Colón
Con sendos higos de fruta
Cosmopista sin razón
Autonautas por la ruta.

Así don Marcial Lafuente
Agrega su Estefanía
Y los La Pont por el puente
Con el Coronel Buendía.

Salgo y la traba se puerta
Y lo que no puedo pueda
Todo dicho he vez cierta
Y ahora digo Castañeda.

Gracias a Julio Cortázar, Hernán Rivera Letelier, Gabriel García Márquez y a las voces populares.

LULU COLOMBO (CERRO COLORADO CÓRDOBA)


ÁRBOL DE ÁRBOLES
                                    
Árbol de árboles ser
soberano del monte; dondequiera
mi mirada encuentra tu estrategia
similar a la de Amor siempre bifurcándose
acosado entre la esperanza y las ansias
de cubrir todo este sol o crecer
como si  quisieras encerrar al cielo
en una burbuja de mantillas verdes
tenues diminutas brújulas de rebozo
sensores de la vida…  Sólo ilusión
Trivial hojarasca humeando en el patio
¿Puede el amor haberme escondido
sus secretos entre tus brazos?
¿Será cobardía o hastío no recordar
esos hombres que alguna vez
me estrecharon entre sus brazos
y a los que creí amar? ¿O algo me distrajo?
¿Serás el árbol que abrasa esta vida
con su corteza arrugada imponiéndome
el recuerdo de un amor que no ha sido?
¿O el del olvido, así,  sin más, donde se cuelgan
ropajes penumbrosos ya desvaídos
que ya no se sabe de quién son?  No lo sé.
Sólo sé que en suelos ajenos no te nombran
Tampoco te nombran los hombres ajenos
 Y aún así
aquí estás, sereno, sólido, siempre aquí
cada una de tus ramas es un pedazo de mí
de mis vísceras secas
Somos restos… sólo eso, alguna hojita mustia
sobras de aquel empeño inútil de amar
a pesar de todo y contra todo contra el plomo
y el grito y la derrota de esta hoja ya caída
¿Sabes lo que es ser el contrapeso de la muerte?
Sabes, sí,  lo que es desgajarse  yendo hacia un sol
muerto en una cansada tarde del ayer e insistir
Ir  a por un infinito instante de amor eterno
a repetirse más allá de mí, contra mí, lejos de mí
Los tordos pasean por tus ramas heridas
como aquellos muchachos que no sé si amé
se han paseado por mi cuerpo. Pájaros negros
copulando bajo un cielo de espejos empañados
Y la tarde apacible aquí conmigo derrama en mí
un juego de sombras como abanicos japoneses
y cae con un caer de agotados recuerdos disecados
Te contempla, ella, también, como yo,
reinando aún sobre los otros: árbol de árboles
Hoja sin palabras
Inmóvil a esperar que culmine el gran juego
del atardecer y  aún de pie a preguntarnos:
¿Habrá un mañana?


ALMA DESPEADA
A la memoria de Sebastián Peralta


Despeado de mucho andar
sin herraduras en el alma
Despeado el corazón callado
por el rigoreo de la soledad
Escribió unas líneas, alzó un alambre
y se marchó monte adentro
bordeando el río de la muerte
Andaba por esos días oscuros
de mala sombra y gacho
musitándole a la parca
su amarga soledad despeada.
La vida: una futilidad.
La pena, ramosa, copuda,
como el árbol de la memoria
de vejámenes y abandonos
torneó su sonrisa de niño,
rama nueva sin flor, vara,
leña delgada, fusta abatida
sobre su alma de seda y cristal

Crueldad y furia hilaron pacientes,
en él, trama acre de dolor y miedo
Crisálida fatal fundiéndose,
en él, el sin amor.
Coagulándose, en él, el sin nadie.
Y ya no pudo desprenderse. No pudo
ya despojarse de esa vil mortaja.
¿Yace? No, él, no. Nunca yacerá.
Él sólo descansa al fin de su tristeza
erguido dignamente para siempre
arrullado por la brisa suave
amado por los espíritus del monte
Alma de seda y cristal.