sábado, 24 de diciembre de 2016

Carlos Margiotta


                                              Navidad Carlos Margiotta

Entonces la navidad era como un cuento fantástico cuyo protagonista era un niño. Hablaba acerca de un nacimiento en un pesebre en Belén donde arribaban Tres Reyes de Oriente con sus ofrendas, persiguiendo una estrella a través del desierto. El niño era hijo Dios, nacido de una madre virgen llamada María y de un carpintero llamado José. Dios que había elegido ese modesto lugar entre los humildes, en un remota colonia del Imperio Romano.
La navidad es el nacimiento, la esperanza, la buenaventura, la alegría, es el triunfo del bien sobre el mal, es un mensaje de amor revolucionario.   
Hoy no es un principio y un fin, sino la continuidad en el poder de otros dioses: los del mercado, los del individualismo, los de la imagen, los del miedo.
Los nuevos dioses nos han enseñado que es más importante el tener que el ser, que el yo está por sobre el nosotros, que el amor es fugaz, y en medio de una crisis neoliberal a puro ajuste nos dicen que hay que salvar a los ricos. 
Ya no creo en los cuentos de hadas, pero la Navidad seguirá siendo aquél recuerdo, junto a los humildes, el de los sueños, el de la lucha por un mundo mejor, el de la fe en el ser humano. Por eso mi deseo para todos en el año que comienza es de tener trabajo, una mejor educación, una buena salud pública, y justicia equitativa para todos.

Quizá parezca mucho pedir, pero igual seguiré apoyando mi dedo índice sobre la vidriera de la juguetería, señalándole a mamá el regalo que quiero. ¿Por que no ?

Negro Hernández


                           El baypas  Negro Hernández


Estábamos sentados a la mesa junto al ventanal del Tres Amigos contemplando el atardecer de Barracas con el sol furioso apagándose en el horizonte, cuando el Mirón dijo: -Estoy repodrido, no tengo un mango para las fiestas y estos hijos de puta nos quieren dar un bono de mierda. El Gordo le recordó que habíamos prometido no hablar de política aunque reconocía que estaba bien quejarse. Yo estaba en otra cosa, pensando en donde iba a pasar las fiestas. Marta había cerrado el negocio de antigüedades, puso en venta su departamento de Belgrano y se fue a vivir a Barcelona con su hija y su nieta de 2 años. “Lo siento mucho Negro, yo te quiero pero los míos me necesitan”, me dijo antes de despedirse.
En eso estaba cuando lo veo llegar a Sandoval con paso lento por la vereda de enfrente llevando una valija. -Lo veo mal, como medio caído, dije. 
En un año habían sucedido muchas cosas en la vida de los muchachos y del café. Después de la publicación de mi libro empezaron a llegar a Barracas personajes desconocidos, gente del interior, extranjeros, con ganas de conocer el boliche y su historia. Hasta el Gallego se atrevió de modificar algunas cosas para aumentar el ingreso. Entre ellas contrató a dos chicas para atender a los visitantes a partir de la 7 de la noche, los viernes, sábados y domingos donde ahora se llena de gente. Esos días yo busco otros lugares más tranquilos para estar tranquilo un rato antes de volver a casa.
El Gordo, con la generosidad que lo caracteriza cuando se trata de mujeres, se ofreció a participar de la selección de las pibas que iban a trabajar que tenían que tener entre 25 y 30 años.
-Elegí una rubia y una morocha que están refuertes. Anita y Sofía se llaman… como las minas de Fellini, había dicho.
Y la verdad que las chicas eran lindas, serias y graciosas a la vez, sabían atender al público y eran laburadoras. También a esa hora  venía Ignacio, el sobrino del Gallego, para atender la barra y darle un aire de limpieza y juventud al café -Son como nuestras hijas, había dicho con ironía Ares, el prestigioso boga, conocido en el barrio por su habilidad con las leyes y las trampas. Yo le debía muchos favores y nunca me quiso cobrar.
Sandoval entró al boliche y se sentó con nosotros, respiró hondo, nos miró uno por uno a la cara como apuntándonos con un bufoso y mirando el suelo dijo: -Me tengo que hacer dos baypass muchachos. Estoy jodido del cuore, no puedo caminar más de 5 cuadras sin agitarme.
Jorge que recién llegaba al café y era médico del Argerich trató de contenerlo diciéndole que con los adelantos de la técnica hoy en día es una operación con pocos riesgos, todo
gracias al grande de Favaloro.
Yo puteé para mis adentros pensando en que había llegado la época en que uno empieza a despedirse de los amigos. -Nos estamos poniendo viejos, dije. 
-¿Qué necesitas? Contá con nosotros, dijo el Gordo mientras se servía otra copa de cerveza y manoteaba unos maníes. 
-Estoy medio cagado, me tienen que operar a corazón abierto y tengo como 6 meses de recuperación, no sé que voy hacer con el laburo. El cirujano me dijo que me olvide de las fiestas que es mejor hacerlo ahora. Para colmo les había prometido a mis hijos que este año me iba a disfrazar de Papá Noel para entretener a mis nietos.
-Voy a pedir por vos. Le dije mirándolo a los ojos.
-Te creo, contestó.
Después de 40 años me tomé la costumbre de entrar a una iglesia, me siento en un banco, cierro los ojos, me hinco y le pido a un Dios (si es que existe,) cosas buenas para los que las necesitan. “El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza” me habrán escuchado decir muchas veces. Pero con los años comprobé que la ciencia y la razón no lo explican todo. La dimensión del ser humano es inabordable. No voy a contar ahora las experiencias místicas que he tenido, ni las imágenes que me han asaltado en ese estado de gracia, sólo Sandoval y el Gordo lo saben pero prometieron no decírselo a nadie.
-Tené cuidado con los papeles que te hacen firmar en el Pami, dijo Ares.
-Bueno yo te voy a acompañar, agregó Jorge.
-¿Qué les parece si hacemos una gran picada antes de la operación así celebramos el año nuevo por anticipado, dijo el Mirón.
Todos asentimos de inmediato, y quedamos que el viernes 16 nos encontrábamos.
Sandoval cambió su aspecto, su animó volvió a ser el habitual y empezó a hacer planes para el futuro. -Voy a cambiar la cocina y el baño, dijo. Ya compré los azulejos y los sanitarios.
Yo pensé en mi hija que vive en París y mis dos nietitos franceses. La imaginé bailando un tango conmigo en la esquina empedrada del Tres Amigos. Miré el cielo que oscurecía entre las nubes acaloradas y vi a los 3 Reyes Magos bajando con sus camellos. Pedí 3 deseos, uno fue tenerlo a Sandoval entre nosotros después de las fiestas.

Ester Vallbona


Cuentos cortos  
Ester Vallbona

Memeces

Esta mañana, mientras navegaba por Internet, se me abrió una página por sorpresa de ésas que te asaltan cuando menos lo esperas y sin avisar. Era el horóscopo para hoy. Sin mucha convicción, pero con algo de curiosidad malsana, y porque no tenía nada mejor en qué perder el tiempo, lo leí: “Un amor perdido vuelve a tu vida, e intentará que todo sea como antes, pero cuidado, tú ya tienes algo bueno que puedes estropear”. Inmediatamente me maldije a mí misma por haberlo leído. Cerré a toda prisa el ordenador, desconecté el teléfono, la radio, la televisión, bajé todas las persianas, me puse tapones en los oídos, eché la llave de la puerta y de mi alma, cerré los ojos y esperé, rezando para que no sucediera nada. A los cinco minutos, llegó la soledad. En ese instante, descubrí que la predicción se había cumplido. La soledad, ese amor perdido, había vuelto de nuevo a mi vida para tomar posesión de ella. Entonces, abrí los ojos con convicción, la cogí por la solapa, abrí la puerta y la eché a la calle; me quité los tapones de los oídos y se inundaron del murmullo de la vida; subí las persianas y me dejé acariciar por la luz de la mañana; puse la radio, la televisión, y me llené de voces, de risas, de música; conecté el teléfono, el ordenador, y me puse a escribir. ¿Quién me mandará hacer caso de semejantes memeces?, al fin y al cabo, soy tauro, y los tauro no creemos en esas cosas…

Sólo para valientes

Ven, acércate…, más, un poco más, hasta que tus ojos estén tan cerca de los míos que se reflejen en ellos, justo antes de que mi rostro se convierta en un borrón y tengas que cerrarlos para evitar el mareo. Ven, acércate, asómate a ellos, si no te asustan las alturas o, mejor, las caídas en picado. Atrévete a mirar y a preguntar. Ellos son sabios. Tienen todas las respuestas. Bueno, todas no. Las preguntas triviales para otro momento. Pero ésas que realmente te interesan, ésas sí las conocen. Puedes probar y verás. Pero, antes, un consejo: no busques una respuesta que no quieras escuchar.
Anda, acércate lo suficiente para que nuestras respiraciones se confundan, calientes, contenidas, para que nuestros labios intuyan sus respectivas formas, sus relieves, y da el paso, no te prives, adelanta un milímetro más el rostro y serán tuyos. Mis labios se dejarán llevar a donde quieras llevarlos, mecidos, sostenidos, pero no te fíes, en cuanto despierten tomarán el control, y entonces ya no podrás escapar a ellos. Entonces marcarán las reglas de este juego. Es mejor que huyas ahora que estás a tiempo.
O quédate, atrévete, si eres amante de las emociones fuertes, si crees que hay besos que pueden detener el tiempo, dar la vida, combatir la pena, encadenarte, liberarte, transportarte muy lejos, traerte de vuelta a cada embate, vaciarte para después llenarte, sólo eso y todo eso, en fin, tú decides.

Buen viaje



Como si de un sombrero se tratara, el viento se lleva hoy mi pensamiento muy lejos, en pos de ti, y tan rápido que resulta inútil que intente recuperarlo, me sería imposible alcanzarlo por más que tuviera las botas de siete leguas. Va en tu busca, lo sé, es cabezota como yo, y no cejará en su empeño hasta que te encuentre. Entonces mudará su forma y será invisible caricia, será perfume tibio o suave brisa. Luego regresará, acaso a lomos de otro viento, y traerá de vuelta un brillo mágico en sus ojos, profundamente conmovidos, y sabré que lo has reconocido, que me has reconocido, y has sonreído.

Emilio Yaggi


El niño dromedario  
Emilio Yaggi

Este colectivo es una tortuga; voy a llegar re tarde y la seño me va a…ya llegué, ¡en la esquina!... ¿dónde está el timbre?, acá está: un timbrazo, dos timbrazos, tres timbrazos, cuatro…
-¡Pará pibe, pará! ¡Ya escuché! ¿Qué querés, dejarme sordo? ¡Dale, bajate!
Se enojó el chofer…menos mal que me abrió la puerta…
-¡Chau chofer! ¡Chan, chan chan, chan chan charán chan chaaan…
-¡Hola Andrés! ¿Cómo estás? Te estaba esperando.
-¿Y vos quién sos? Yo no te conozco.
-¿Cómo que no? ¿Ya te olvidaste de mí? Estuve en tu casa hace como dos meses; soy amigo de tu papá. Él me llamó hace un rato y me pidió que te viniera a esperar.
-Pero yo no me llamo Andrés; te equivocaste de chico, me parece.
-¡Oh, perdón! Soy un desastre para recordar los nombres; cómo será que algunas veces confundo el nombre de mis hijos y los llamo con otros. ¡Qué barbaridad! Aquella vez que estuve en tu casa, hablamos con tu viejo sobre asuntos de trabajo; trabajamos juntos. Vení, vamos a mi casa.
-No, se me hace tarde porque el ómnibus tardó un montón; tengo que ir a la escuela. La seño me va a dar clases especiales de matemática; ando flojo…
-Con razón cargás esa mochila gigante; ¡parecés un niño dromedario! Hagamos una cosa, mi casa es aquí a la vuelta y tengo el auto fuera del garage; te llevo hasta la escuela y así llegás un poco más temprano, ¿te parece bien?
-No, porque yo no te conozco y mi mamá siempre me dice que ni siquiera hable con extraños, así que chau.
-Esperá, esperá un poco. ¿Te gustan los jueguitos electrónicos?
-Sí, me encantan y tengo muchos en mi casa. Juego siempre con mi hermano mayor que ya tiene catorce años; cuando van algunos chicos amigos de él, me corren…
-¿Por qué?
-Es que algunas veces se ponen a mirar cosas…
-¿Qué cosas?
-No, nada, me voy.
-Esperá, no tengas vergüenza; ¿se ponen a mirar chicas?
-Bueno, sí, pero chicas desnudas…
-Eso es normal; todos los muchachos miran esas cosas, ¿qué tiene de malo?
-No sé, me voy; ¡uf! ¡Es re tarde!
-Vení, pibe, vení…
-¡Soltame! ¡No me agarres que me duele! ¡Soltame o grito! ¡Devolveme el celu, es mío! ¡Dámelo! ¡Ladrón!
-Bueno, está bien, acá lo tenés; calmate y sacalo vos del bolsillo de mi pantalón…
-¡No! ¡Dámelo!
-Pero sí, pibe, tomalo, fue una broma; caminemos hacia la escuela, te acompaño. Te decía que es normal que los muchachos y los hombres miremos chicas; ¿vos no las mirás? Algunos chicos de mi barrio que deben tener tu edad más o menos, van a mi casa para verlas. Lo que pasa es que en la casa de ellos no los dejan, los padres son unos plomos, ¿viste? Yo tengo un montón de películas. Aprovechando que sus padres trabajan, dentro de un ratito dos de ellos van a ir a mi casa para ver todas las pelis que quieran, ¿querés venir?
-Ya te dije que no; tengo que ir a la escuela.
-De acuerdo. Ni una palabra más. ¿Querés un chocolate y quedamos amigos?
-No, gracias.
-Pero mirá que sos retobado, ché. ¿Ni un chocolatito querés? Está bien; acercate, estás húmedo…tendrías que haber traído paraguas, chiquilín…
-¡No me abraces! ¡Mirá que grito! Chau, me voy.
-¡Pará infeliz! ¿Qué te pasa, me tenés miedo?
-¡Soltá la correa de mi mochila! ¡Soltala, soltala!
-No te voy a hacer nada, dale, vamos a mi casa, nos vamos a divertir, vamos a ver chicas desnudas y… ¡ay, maricón! ¡me mordiste! ¡vení para acá, hijo de perra! ¡no corras! ¡Pero si serás imbécil! (Mejor me hago humo antes que aparezca alguien).


Rubén Amato


                             Imágenes  Rubén Amato

Son fugaces. Son de otros tiempos. Te sorprenden en cualquier rincón de la casa, en algún recoveco de la ciudad y da la sensación de que se pueden tocar. Son esas imágenes de la felicidad. Es la confirmación de que podemos ser felices. Eso. Medio complejo de describir con palabras. Pero es que no se parecen a nada en concreto. Y al mismo tiempo nadie puede negar que las ha sentido con las famosas "mariposas en el estomago". Se podría decir que se ven? No de una manera palpable y sin embargo sería, de los sentidos, el que más se acerca (como para que tengan una idea ). Hasta a veces el sentido del oído es el que más se acerca. Eso. El oído participa bastante del armado. Como cuando escuchas una canción y le pones encima escenas. Muy propias. Muy de vos. Muy de "tu propia película”. Pero diferente. Porque sabes que?. Estas imágenes traen un soplo de esperanza. Ganas de silbar. Melodías para seguir.  Están como contándote que el futuro es posible por más que el presente no sea muy prometedor y el pasado -como siempre- te tire a un costado. Eso. Y te cuento ¿donde las encontrás?...
Están en el viento. En las hojas de un cuaderno de la infancia. En la ventanilla del tren. En una tibia siesta de verano. En la gente del barrio que te saluda y sonríe bien cuando te encuentra. En un cortado en vaso. En el juego de los niños ( en sus abrazos ). Como explicarte... se van armando como un rompecabezas. Las ves con el corazón. Las escuchas con los recuerdos sanos. Y las palpas con el olfato. No trates de atraparlas porque se asustan y "plop" se desvanecen en tu alma hasta que sientan que vos le permitís manifestarse. No las tenes que memorizar. Sólo hay que disfrutarlas abrazándolas con un sólo y verdadero parpadeo de placer... Eso. Ahí se te quedan como impregnadas por toda la piel. Es como que te suavizan las neuronas y te sentís pleno y sano.
Quédate un rato en silencio...


¿Después  me contas...?

Marta Becker

El padre Ramón   
Marta Becker

El Padre Ramón llegó al pueblo para reemplazar al Padre Cosme, quien murió de vejez y un infarto fulminante mientras daba el sermón dominical.
El hombre fallecido fue  llorado ya que era muy querido. Como sabía los secretos de todos muchos lamentaron su deceso pero respiraron aliviados ahora que se los llevaba a la tumba, ya que últimamente el cura estaba un poco disperso y hablaba de más, sobre todo de temas escuchados en el confesionario.
El nuevo Padre trajo muchos libros, algo de mobiliario que dijo ser de sus padres y no los quería perder, poca ropa y completando su mudanza lo acompañaba una morena a quien presentó como la persona que atendía la casa, la cocina y demás trámites.
Luego de instalarse y dar su primer oficio el Padre Ramón le contó a doña Eulalia, representante oficial de las beatas del pueblo, la historia de la muchacha. Se lo dijo como al pasar, pero estaba seguro que llegaría a los oídos de todos y en realidad esas eran sus intenciones.
Un día dejaron en el atrio de la iglesia un canasto con un bebé, con una muda de ropitas y ninguna nota. Nada de nombre, algún dato, alguna referencia, nada. Me hice cargo de la niña, en un acto de caridad y ella creció bajo mi custodia. La llamé como mi madre, María, la bauticé y en agradecimiento, ella me cuida y me acompaña-, fue el relato del cura.
La historia corrió como reguero de pólvora en el pueblo y con la misma velocidad comenzaron los comentarios de todo tipo. Las malas lenguas funcionaban a todo vapor y se armaron corrillos en la carnicería, la farmacia de don Jesús, la panadería y hasta hablaban entre sí del tema las prostitutas cuando no tenían clientes en el prostíbulo.
Suponían –y no se equivocaban- que la muchacha atendía al Padre Ramón en todos los órdenes y eso era algo que las solteronas amargadas no podían permitir. No soportaban  la belleza de María, era algo que hería su amor propio sobre todo porque alimentaba la fantasía entre los hombres, algo que ellas no habían logrado nunca.
El cura atendía con esmero la parroquia y era muy discreto en su vida privada, pero los celos y la envidia son dos pecados difíciles de manejar. Alguien -no se supo quién o nadie lo quiso decir, esos secretos masivos amparados por la cobardía- hizo una denuncia que llegó a la capital acerca de la vida íntima del Padre Ramón. Cuando éste se enteró y antes de que llegara el delegado de la iglesia central  mudó a la muchacha a una casa cercana.
Ella siguió cumpliendo sus funciones  en el cuidado de la casa y las comidas, pero pernoctaba en su nueva vivienda.
El funcionario que se hizo presente decidió compartir unos días con el Padre Ramón, quien se mostró muy dispuesto al interrogatorio y se ofreció gentilmente a darle hospitalidad en la casa parroquial. Imaginaba que así el delegado corroboraría que nada raro alteraba la vida sacra del cura.
Los días fueron pasando y el visitante ocupaba muchas horas hablando con la gente del pueblo. Los comentarios eran diversos, en su mayoría apoyaban al prelado y mencionaban que era muy cuidado en lo personal, pero de las beatas sólo escuchaba desaprobación y enojo. En especial, acosó a María con visitas y preguntas reiteradas en busca de alguna confesión, basado en las habladurías.
Todos estaban convencidos de que el enviado era un hombre probo, fiel a la Iglesia, inmaculado e intachable. El mismo se los hacía saber mientras recitaba los principios ancestrales de la Santa Sede y sus reglas.
Tanto se demoró en las averiguaciones que el Padre Ramón lo increpó - ¿hasta cuándo seguirá la investigación?, consultó, cansado y ansioso de la presencia de la muchacha, que cada vez se hacía ver menos en el templo.
-Todo lleva su tiempo-, fue la respuesta que recibió de alguien que dilataba la visita.
Luego de dos largos meses finalmente anunció su partida.
Dejó a todos mudos y al Padre Ramón  consternado frente al altar cuando se fue del pueblo llevándose a María consigo “para su uso personal”,  dijo.
de la Santa Sede y sus reglas.
Tanto se demoró en las averiguaciones que el Padre Ramón lo increpó - ¿hasta cuándo seguirá la investigación?, consultó, cansado y ansioso de la presencia de la muchacha, que cada vez se hacía ver menos en el templo.
-Todo lleva su tiempo-, fue la respuesta que recibió de alguien que dilataba la visita.
Luego de dos largos meses finalmente anunció su partida.
Dejó a todos mudos y al Padre Ramón  consternado frente al altar cuando se fue del pueblo llevándose a María consigo “para su uso personal”,  dijo.


ANA MARÍA MANCEDA

DERRUMBE 
ANA MARÍA MANCEDA

Tome un mate y coma una torta frita, por ahí se le va esa cara tan seria, usté es muy  preocupada.
-¿Te parece? - Y ella se rió.
Al devolverle el mate la miro, Blanca tiene la risa más  cristalina y sonora que he conocido. Es como el sonido de las aguas  del bosque que caen en cascada. Es el paisaje de la infancia de Blanca ¿Tendrá que ver? ¿Será mi desarraigo, esos pedazos de pieles arrancados a la vida , la nube que produce mi expresión preocupada?
-Tenés  razón Blanca, las tortas están exquisitas, en mi tierra  son distintas,  flaquitas, no usamos levadura, éstas son más ricas. ¿Así que lo de la casa va viento en popa?
-¡Ajá! Va bueno doña Eugenia, quería invitarla para el Domingo ¿Podrá ir?
-Sí por qué no, iré por la mañana debo regresar temprano, luego me encierro a corregir los trabajos de mis alumnos, el lunes los tengo que entregar.
Cuando terminó su rutina se despide. La veo salir por el sendero hacia la calle. Contradicción. Me siento feliz de quedar sola con Yuko, mi perro labrador, por otra parte siento su ausencia.  Podíamos estar largos ratos  sin hablar, cada una en sus quehaceres,  por ahí yo emito alguna frase para provocar su opinión y ella carga con esa lógica aplastante que no la da ningún libro. Estoy bien, mañana arribará de nuevo, debe atender a sus hijos.
El espejo me devuelve la cara de una mujer cuarentona y melancólica. Me excuso. Dejé todo. Familia, paisaje, olores, historias. Todo quedó a dos mil kilómetros de distancia y a dos mil años de ausencias. Llegué al sur, a la Patagonia,  tratando de empezar una nueva vida, pero uno viaja con su mochila. Siempre. Del Atlántico al Pacífico, tan solo me separa de sus playas la Cordillera de los Andes, solo eso. De todas maneras siento sus vientos en este pueblo de bosques, lagos y montañas. Y también las lluvias y la nieve.                                                                                                                 Hora de clases. - Profe, Profe ¿ Cómo saco en el mapa los kilómetros de distancia con la regla?  Me perdí.
- ¡Mm! Prestá atención, fijate en la escala, si te indica milímetros los pasamos a centímetros y más menos colocamos la regla sobre los puntos que queremos investigar.
Según los centímetros sabremos la cantidad de kilómetros ¿Estamos?
El trabajo nos había llevado dos semanas. Era una investigación de las posibles consecuencias ambientales que en  nuestra región  ocasionarían los ensayos nucleares en una de las islas del Pacífico. Teniendo en cuenta que ésta zona es sísmica y volcánica, cualquier presión de esa envergadura sobre las placas tectónicas del continente que se expanden debajo del océano podría producir deslizamientos y consecuencias graves.  Las conclusiones de la investigación irían adjuntas a una petición de suspender los ensayos nucleares al Gobierno y a la embajada del  país que produciría las explosiones atómicas. Este tipo de trabajos les apasionaba a mis alumnos, se sentían protagonistas y  a mí me permitía dictar la materia  Geografía de una manera dinámica a la vez de crear conciencia ecológica. ¿Nos responderían?  Dictar clases en una escuela secundaria estatal en estos pueblos alejados de la Capital era un placer. Arquitectura adaptada al rigor climático, calefacción en todas las aulas. Concurren alumnos de clase media, baja y media alta. Hace poco abrió un colegio privado, bueno, semi-privado, ya que tienen subsidio del Estado. Hacia allí emigró una pequeña población de alumnos de clase media alta y de los que quieren ser. Cuotas caras y estima social. Así es. Pero se perdieron de realizar el trabajo ecológico, hasta el momento solo lo hacemos en la escuela estatal. ¿Qué le importa a los privados que la Placa de Nazca se deslice debajo de la Sudamericana y provoque terremotos? ¿Lo sabrán?Domingo. Salgo a las once de la mañana, es otoño y la temperatura está bajo cero. Me dejo llevar por Yuko, tira fuerte de la correa. El paisaje es una ceremonia de colores, el crujido de las hojas, repito en mi mente, solo es una muerte transitoria, mi melancolía es una muerte transitoria, debo vivir, vivir. A medida que voy subiendo las laderas veo el pueblo, mezcla de edificios modernos y casas antiguas. ¿Cómo las percibo? Sus chimeneas emiten el humo de las costumbres heredadas de los viejos hogares. Lo moderno es tener calefacción a gas, pero el olor a  Ñire quemado  invade una historia cálida de colonos; boers, franceses, alemanes, ingleses, argentinos de provincias norteñas e indígenas, originarios dueños de estas tierras. Olores, siempre olores atados a los recuerdos. Aquí no están los míos. Abajo, no tan lejos, el lago, azul, verde, y el sol jugando a las escondidas en  los bosques. Hay troncos caídos, admiro los líquenes que se adhieren como un tapiz a su corteza. Sé de la importancia de estos seres como índices biológicos de la pureza del aire. Aire oxigenado. En las grandes ciudades ya no se ven, excepto en las ramas muy altas de los árboles. A veces.
Estoy llegando, las casas del plan social se ven casi terminadas, hay  más, muchos más troncos caídos, han desmontado la ladera para poder edificar. Los terrenos son fiscales, la discusión está a que jurisdicción pertenecen, si a la provincia o a Parques Nacionales. La gente necesita las viviendas pero es indudable que los políticos necesitan los votos y no se detienen ante nada. Este desmonte va a traer graves consecuencias.
Me recibe la algarabía de los chicos. Risas, gritos, la oscuridad del lugar, el suelo helado y la pobreza se desdibujan ante las caras coloradas.
- Señora Eugenia ¿Se queda a comer? ¿Se queda hasta la tarde? Me pregunta Pedro, el mayor de los hijos de Blanca. Lo acaricio, le doy la bolsa con los regalos. Se acercan sus hermanos y otros chicos vecinos.
Dentro de la casa, al lado de la cocina a leña charlamos con Blanca. Pedro y sus hermanos entran y salen, desesperados por comer las golosinas antes del almuerzo. Se escucha el ruido d las sierras eléctricas.
- ¿ Siguen desmontando Blanca?
- Y sí, necesitamos espacio,  además para tener un poco de sol, esto es muy oscuro.
- No deja de ser peligroso, los árboles fijan el suelo y equilibran el ciclo del agua. En la época de lluvias se va a lavar ese suelo, pueden ocurrir desmoronamientos.
- ¡Qué va! A nosotros no nos dijeron  nada.
No opiné más. No tenía derecho. Estaba tan ilusionada con su casa. Miré por la ventana, el cerro estaba ahí nomás, era un paredón de rocas amenazantes, debían hacerles una contención. ¡Basta de preocupación! A disfrutar con esta querida familia. Luego del guiso exquisito, el postre, la caminata por la zona y la felicidad de los chicos, regresé a mi casa con un Yuko agotado, igual que  yo, nos acompañó una caída violenta del sol tras los cerros y el frío que se adhiere insobornable, imagino el horizonte y el dulce atardecer de la llanura, rojo recuerdo. Llegamos, los hijos de Blanca son una cálida esperanza.  Fue un día pleno.
Y la época de lluvias comenzó, alternadas con fuertes nevadas. Reino de los turistas esquiadores. Pueblo de postal, hacia el este, cerros boscosos con pistas de esquí. Hacia el oeste cerros boscosos, oscuros, con humildes casas, en el centro el valle y la ciudad. Paisaje bello, incoherencia social. Todo sucede bajo las mismas estrellas.
Comienzo de Primavera, se advierte la nueva estación por los brotes de las plantas, aún sigue nevando. En esos días sopló la felicidad en la casa, Pedro venía de forma asidua a hacer las tareas mientras su madre terminaba la rutina diaria. Se entusiasmaba con mis libros, de manera especial con los libros del cosmos. Le daba algunas explicaciones sencillas del origen y evolución del universo. Blanca se ponía contenta, decía que iba a sacar un científico del chico.
- Usté es tan cariñosa con los niños Doña, debería tener su hombre, no es bueno que la mujer esté sola.
¡Hay Blanca! Ella sí estaba sola, con tres niños que mantener. Quizás la equivocada era yo, ella había logrado la eternidad, a pesar del abandono de la familia por parte de su hombre.
A mediados de Octubre se armó  revuelo en el colegio, nos habían llegado respuestas del Congreso de la  Nación y del país involucrado en les ensayos nucleares. Por distintas leyes se había realizado el “TRATADO DE PROHIBICIÓN COMPLETA DE LOS ENSAYOS NUCLEARES en el CONGRESO DE COLOMBIA 2001”.
Nos enviaron el tratado y agradecimiento por nuestra participación. Por supuesto nuestro pedido no fue  determinante ya que hace años venían tratando el tema en las Naciones Unidas  con resoluciones previas, pero para nosotros fue motivo de orgullo  saber que estábamos en la buena senda de estudio de la compleja temática ecológica.
Era una tarde agradable, el sol comenzaba a entibiar la atmósfera y algunos pájaros se animaban a trinar recibiendo la luz de primavera. Pedro tomando la merienda, su madre vendría a buscarlo más tarde, debió quedarse en su casa pues los albañiles tenían que terminar la habitación de los chicos. Una herida rompió el equilibrio, las sirenas de los bomberos comenzaron a sonar alertando un incendio o un accidente. Intuición. Llamé a la radio, pregunte qué sucedía. La primera reacción es la parálisis del cuerpo y la mente. Derrumbe. Había ocurrido en el nuevo barrio de las casas sociales,
en las laderas de los cerros que dan al Oeste. Cuando reaccioné tomé a Pedro, mi cartera y pedí un taxi. El chófer no sabía más que lo comentado por la radio ¿Habría heridos? Nos dejó en la zona baja. Ya estaban las ambulancias cargando gente en camillas. Todo era un pandemónium. Tomados de las manos con Pedro subimos la cuesta, de mi boca salían palabras estúpidas, para brindarle calma pero el chico lloraba. Al llegar a la casa de Blanca vimos que estaba intacta pero las casas vecinas tenían destruidas algunas partes. Había heridos, algunos muy graves. Entre la multitud vimos a Blanca, comenzamos a gritar, nos vio y vino hacia nosotros corriendo, a su lado los hermanos de Pedro, llorando. Nos abrazamos, temblaba. Por seguridad no podíamos entrar, era posible que las rocas caídas del paredón sin contención  hayan debilitado alguna estructura  de la construcción. A la hora del crepúsculo nos fuimos hacia mi casa. Hasta que no estén seguros que no correrían peligro y hecha la contención de las rocas, vivirían conmigo.
En ese tiempo descubrí que a pesar de mi mochila y mis dos mil años de ausencias había encontrado una familia. El Doña Eugenia de los chicos lo sentía cien veces por día, sonaba a música.  Para fin de año, al momento de brindar tuve una luz en mi terco cerebro. No era bueno que una mujer esté sola. Suspiré feliz, Yuko, recostado, miraba alerta a los chicos, como esperando un ataque. Blanca se ríe de sus pícaras ocurrencias y el hecho de estar compartiendo la fiesta con sus hijos. Y yo,  quizás aprenda a aceptar esta nueva vida, aunque el parásito de la nostalgia esté muy cómodo viviendo en mis entrañas.
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Este cuento obtuvo el 1º PREMIO INTERNACIONAL


EN NARRATIVA- edit. Artes y letras 2008

Juana Rosa Schuster

LA VOZ DEL PEZ 
Juana Rosa Schuster

Hace años que vivo recluido en esta prisión. Sé que todo un mundo se extiende más allá de las paredes de vidrio de la pecera. Veo todo deformado por el espesor desparejo de los costados.
Contemplo a mi dueño. Es mi única ocupación. Él vive en cuatro muros de cemento, celda estrecha, sin barrotes ni cerrojos. No se afeita desde que ella se fue. Está quieto.
Mira la ventana donde cuelga una jaula con un canario triste.
Es semicalvo, sostiene entre sus dientes, del lado derecho, un cigarro apagado.
Los retratos son sombras que se ven en el silencio. La  vieja lámpara de pie proyecta luz difusa sobre los escasos objetos que alcanzo a ver.
Me alimento una vez al día con miguitas de pan; él come algún sándwich de panceta ahumada, toma una copa de vino tinto y le habla al gato negro. Ese felino que me mira con deseo. Lo trajo ella y no se lo pudo llevar.
La condena de Don Jacinto es tan cruel y prolongada como el delito que cometió.
No sé si comprende la certeza atroz de saber que se ha quedado tan solo como yo.
Griselda no volverá. Su maltrato fue imperdonable. Ella vivió el pasaporte al infierno.
Regresaba ebrio a la casa y gritaba improperios.
¿Qué gorjeos de pájaros fugaces ocultaban los gritos de Griselda?

Un día se marchó. Preparó un bolso con escasas pertenencias y se dirigió a la parada de taxis, próxima a la estación, plena de vendedores ambulantes.
La recuerdo bien: agitaba las manos al hablar. Brillaban sus ojos oscuros. Cuando él la volvía violenta, con el rostro encendido por la ira, amenazaba a su marido y los vecinos escuchaban sus gritos.
Cuando estaba ella, me sentía feliz. Jugaba con el dedo índice contra la pecera donde nado y doy vueltas.
Ahora se deslizan soles y lluvias, lunas o estrellas,



              

Jenara García Martín

      Recuperé las alas perdidas 
Jenara García Martín

Había terminado mis estudios Universitarios. La carrera de ARQUEOLOGIA Era mi pasión....y pude descifrar el mensaje de mis padres, cuando me decían:

-Algún día tendrás alas y por su intermedio la libertad de volar como cualquier ave. Aprovecha esa oportunidad hija mía - me repetían.- La libertad es frágil.

Comprendí el mensaje. Las alas estaban ocultas dentro de mi mente,. y mi libertad también. Ligada a la ansiedad de conocer el mundo que se  presentaba a mis pies.

Eran alas de responsabilidad, más que de libertad. Era una libertad que solamente yo la tenía que saber manejar  para no perderla.

-¡Qué feliz me sentía con lo que había logrado!. Y la dicha de mis padres era inmensa. Era hija única Ya tenía una profesión. La que yo había elegido.

Con la mente puesta siempre en que el Arqueólogo debe viajar mucho. Conocer distintos países para descubrir el misterioso mundo del pasado.  Esa historia que en teoría había recorrido a través de todos los libros que pasaron en mis manos,  ahora quería palparla. Desmenuzar sus secretos. Quería ser protagonista en esos escenarios de ocultamientos increíbles.      

Lo conversé con mis padres, quienes estuvieron de acuerdo y dispuestos a soportar los gastos que mis proyectos implicaban.  

De esta forma y analizando lugares donde yo podía desarrollar mi profesión, elegí llegar hasta Egipto. Era mi meta. Penetrar en el enigmático mundo del pueblo antiguo de los faraones y su cultura.

-Aurora, -me dijo mi padre al despedirme en el aeropuerto -, sabemos que estudiar la cultura egipcia y su arqueología ha sido siempre tu mayor ilusión. Ten presente que desde aquí estaremos apoyándote en todo. Mas a partir de ahora,  vas a estar sola. Cuídate. Y aprende a elegir tus compañeros de profesión, porque no trabajarás en solitario. Es muy importante.

Mi madre le interrumpió con otra recomendación  al darme el beso de despedida.

- No olvides llamarnos por teléfono en cuanto te instales en el Hotel. Tus noticias las esperaremos con ansiedad,  hija mía. 

Ya ubicada en El Cairo, cumplí con el pedido de mis padres y  comencé a estudiar las posibilidades que estaban a mi alcance para emprender los proyectos que yo tenía. Recorrí estudios de Arqueólogos donde aceptaban a profesionales con aspiraciones como las mías y me incluyeron en un grupo formado por dos parejas, más o menos de mi edad. Eran italianos como yo.

Con ellos empecé a compartir, no sólo la profesión, sino  mi vida, que hasta ahora había sido muy diferente. Nuestro lugar de trabajo fué EL VALLE DE LOS REYES. Nos destinaron  tres  carpas bastante cómodas instaladas en el campamento que pertenecía al Estudio que nos contrató.  Todos los fines de semana viajábamos a El Cairo llevando al Estudio, el informe de nuestras investigaciones. .

Más adelante se agregó otra joven, de nuestra misma edad, que acababa de recibirse,  según ellos  que la conocían. Tuve que compartir con ella mi carpa. No desconfié. Luego supe que nada le interesaba de nuestra  Profesión. Era otra su misión.  Seguía a un movimiento con ideas totalmente  reñidas con la moral  y metida en un mundo obscuro relacionado con el vicio. Buscaba adictos.

Me atraparon en ese mundo desconocido para mí. Me dí cuenta que iba perdiendo mi libertad. Mi voluntad. Hasta mi identidad. Ya no era yo. Ya no podía volar.

Que  frágil me sentía. Así no podría llegar a la meta que me había fijado a mí misma .A mis padres,  los estaba engañando. Ya era dependiente de esa extraña sustancia que todos los días fumábamos. Adicción a la cual  no podía resistirme y temía que me rescindieran el contrato  si mi adicción era descubierta.

Recordaba las palabras de mi padre: LA LIBERTAD ES FRAGIL...ES FRAGIL...

-Mamá, ya todo pasó. Me dí cuenta a tiempo. Algún día  os contaré  lo que me ha sucedido. Ahora necesito vuestra comprensión y vuestra ayuda.

-Ya la tienes hija mía. Apóyate en nosotros.

Tomamos el avión de regreso a Milán, donde teníamos la residencia familiar.

Yo necesitaba la ayuda de algún centro de rehabilitación para desintoxicarme y a él me llevaron mis padres. Los médicos les recomendaron que me dejaran internada por un tiempo.  Reconocí mi estado  y me puse en manos de los especialistas. Pude liberarme de la adicción con pasos lentos y angustiantes, pero seguros.  Día a día  mi recuperación era notoria. Mi voluntad me daba las fuerzas que necesitaba. Siempre pensaba en el tiempo perdido y  en el futuro.

Fue un  largo año. Los médicos dijeron que había sido rápida la recuperación, pero a mí me pareció una eternidad. En la terapia de grupo, tuve la suerte de ayudar a otros que estaban sufriendo el mismo problema. Eso me hizo sentirme  feliz, pese a mi desgracia.

Un día, que lo recordaré toda mi vida, me llamó el director del Centro a una entrevista especial, en compañía de mis padres.

Su pregunta me devolvió a la vida:

-¿Te sientes con fuerzas para ser tu misma de nuevo y dirigir tu vida con libertad y responsabilidad?

¡Había esperado tanto esa pregunta! Pero me quedé muda e inmóvil. No sabía que responder.

Mi padre me hizo reaccionar, ante mi silencio.

-¡Estás curada!, -me dijo-. El pasado, sólo, es pasado.

Mi madre me abrazó llorando. -diciéndome-. ¡Lo lograste, hija mía.!..¡Lo lograste!

De mis labios, repuesta de la sorpresa, salieron las palabras que todos querían  oír.

-¡Sí, lo logré!...Gracias al apoyo de todos Ustedes. Estoy segura que puedo volver a ser la de antes.  No les defraudaré. Fue mi falta de experiencia. Mis deseos de conocer mundos diferentes. Gentes de otras culturas. De otras costumbres. Con distintas maneras de pensar, lo que me hizo caer en esa trampa. Pagué el precio que todo esto conlleva, cuando quieres recorrer un camino desconocido. Volveré a trazarme la meta que siempre tuve, y la seguiré fiel a mis principios. 

A mis padres aún no puedo contarles esas tristes experiencias que ahora las veía como una pesadilla. No podía creer que eso me hubiera sucedido a mí. Yo sospechaba  que ellos adivinaban lo terrible que había sido ese año lejos de mi entorno, pero nunca me preguntaron. Me prometí volver a ser libre y recuperar las alas que estaban extraviadas en mi mente. Esas que nunca se ven, pero que las sientes y te dan fuerzas para seguir adelante.

-Si vives en el pasado -me dijo un día mi padre-,  no existe modo alguno de que puedas caminar hacia un futuro.

-Volveré a empezar,  padre, y ten la seguridad que la puerta que he cerrado tras de mí, no se volverá a abrir.  No olvidaré vuestros sabios consejos...

martes, 22 de noviembre de 2016

Carlos Margiotta

Sábado a la tarde 
Carlos Margiotta

Aquel sábado a la tarde, el hombre estaba esperando a su esposa frente al viejo edificio de dos pisos habitado por varios pehaches. Ella salió por el largo pasillo con su pequeño hijo tomado de la mano. Era una bella mujer de ojos grandes y piel muy blanca, vestía una pollera amplia y  un abrigo de lana tejido a mano. El niño, de pantalón corto, se parecía a ella pero su piel era más oscura. Cuando cruzaron  el umbral el hombre abrió la puerta delantera del Morris 8, bajó el respaldo del asiento y dejó pasar a su hijo a la parte trasera. Después subió la mujer y se sentó adelante junto a su marido.
El auto arrancó suavemente sobre el empedrado y a las pocas cuadras ella le pidió pasar por la iglesia de Nuestra Señora del Rosario para ofrecer una oración. El coche se desvió hacia la izquierda y tomó por avenida La Plata. El chico miraba el paisaje urbano con atención.
-¿Adonde vamos?, Preguntó.
-A la provincia, contestó el padre.
A las pocas cuadras tomaron avenida Sanz y se detuvieron en una esquina de Pompeya frente a la iglesia. Él encendió un cigarrillo rubio sin filtro.
-Esperáme acá, -dijo la mujer- Enseguida vuelvo.
Ella atravesó la amplia puerta y entró en la iglesia, a esa hora poco iluminada, y se cubrió la cabeza con un tul negro. Caminó hasta el altar de la virgen y se arrodilló frente a la imagen, juntó las manos, cerró los ojos e inclinó su cabeza.
Cuando el chico apoyaba su nariz sobre la ventanilla del Morris vio salir a su madre y la saludó con la mano. Ella se acomodó en el asiento y a los pocos metros cruzaron el puente La Noria.
El camino mostraba a sus costados enormes tinglados, talleres, depósitos, y  pequeñas fábricas. Las humildes casitas se esparcían en el territorio entre enormes baldíos. Calles de tierra, techos de chapa, paredes sin revocar. Un gran cartel a la derecha anunciaba el “Segundo Plan Quinquenal” con una foto en colores de Perón y Evita.
-Andá más despacio- dijo ella.
-Se hace tarde- contestó.
Dieron varias vueltas por la zona de Gerli y  Lanus para dirigirse finalmente a Monte Chingolo. El olor a  aguas servidas invadía el lugar. Allí el hombre detuvo la marcha y sacó un mapa del bolsillo.
-Es acá nomás. Dijo
Doblaron al final de la cuadra y entraron a una calle de tierra, cuando se acercaban a la dirección vieron a Josefa agitar las manos. El hombre bajó del auto, saludó a la mujer con un beso y ésta se aproximó a la ventanilla para darle un beso a la esposa que permanecía en el auto. Hicieron bajar a chico y Josefa lo llevó dentro de su casa.
-Te vas a quedar un ratito con Ernestina, mi hija. Ella va a jugar con vos y te va a dar la leche.
El nene tuvo miedo, amagó salir a la calle pero Josefa cerró la puerta. Escuchó arrancar al Morris y volvió hacia la habitación. Una maquina de coser y una mesita llena de telas para ropas a medio hacer ocupaba una de las paredes del  comedor.
-Vení sentate ¿querés jugar?, dijo la adolescente.
En el aire se olía a tuco del mediodía y a kerosene de la estufa.
-Quiero que venga mi mamá- dijo como llorando.
Ernestina le acarició la cabeza y lo llevo al fondo de la casa. Abrió la puerta de metal con un vidrio en la parte superior y salieron al fondo. El chico se quedó  un rato mirando el gallinero a través alambre tejido y se entretuvo con las aves. El gallo se le acercó para curioseando mientras el perro salió de su cucha saltando a un costado.
El cielo empezó a nublarse y el frío del atardecer caía sobre el barrio morocho mientras  las pequeñas lamparitas se iban encendiendo alrededor como antorchas. El chico entró a la casa, Ernestina estaba junto a la mesa escribiendo en un cuaderno.
-¿Vas al colegio?, preguntó la adolescente.
-Sí, a primero inferior. Contestó.
Ella le alcanzó unos papeles y lápices de colores para que el chico se puso se entretuviera a dibujando. Se levanto y le trajo una taza con Toody de la cocina.
-¿Querés?
-No, mi mamá no deja tomar chocolate porque me da urticaria.
-Tomálo, ahora tu mamá no está.
El chico sacó unas galletitas que tenía en el bolsillo del abrigo y le convidó a la anfitriona. Habrían pasado dos horas cuando escucharon detenerse un auto frente a la puerta de la casa. Josefa y el hombre entraron a la habitación y el chico corrió al lado del padre.
-Todo esta bien, quedáte tranquilo. Dijo la mujer.
-Gracias por todo. Vamos.
El chico subió al asiento de atrás y quiso abrazar a su madre, ella lo evitó disimuladamente y lo acarició.
Volvieron despacio por la noche suburbana sin hablar. El chico se estiró en el asiento y se quedó dormido. El hombre miraba el camino, ella se cubrió la cara con el pañuelo de cuello, los ojos le brillaban de lágrimas.
Cuando llegaron a la casa ella se dirigió al baño y estuvo un largo rato si aparecer.
El se quitó el abrigo y desvistió a su hijo. Después en encendió la estufa y calentó una sopa de verduras sobre la hornalla de cocina y la sirvió en dos platos hondos. Ella salio del baño con la ropa de cama puesta y se fue al dormitorio para acostarse en la cama matrimonial.
El chico bajo de la mesa y se fue corriendo junto a su madre, se acostó junto a ella.
-¿Te duele?, preguntó.
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y se quedó dormido.

Lulú Colombo

                    EL  BOLICHE DE LOS  SUEÑOS IDOS 
                                                           Lulú Colombo
                       
                                 A Ulises.  Su muerte permanece impune.
El tiempo se arremolina en el boliche del caserío
Un penumbroso almacén de sueños viejos y avideces
junta soledades hirsutas emponchadas de silencio,
alforjas de lana raídas por el monte y las herencias
impolutas de aires urbanos, rebosantes de dichos y refranes
Se oyen voces entre risas cortas y tragos de ginebra.
Por aquella oscuridad que reniega del sol y de las moscas
asoma un changuito flotando en su pantalón remendado
(Que la harina, que la grasa, que el azúcar, que el ancua)
-Manda a decir la mama, que es pa´ notar; murmura, ojo bajo.
El bolichero mira el papel y mira al chango, sin hablar;
la manaza extiende la ilusión de niño: un caramelo.
Sueños con olor a papas húmedas y a cebollas transpiradas:
a comprar un toro, a llevar piedra de la cantera a la ciudá,
a conocer la capital, el mundo más allá del Inti Huasi
Él solo sueña con la vaca que parirá y le dará leche
A él, tan sencillo y dispuesto para la sonrisa
Por tanto desamor hay un vale a su favor en el cielo.
El agrio tiempo desanda su vida en mi recuerdo
Aquel chango de sonrisa tierna y de alforja al hombro,
baja la mirada y muestra en la mano un papel arrugado
-Manda a decir la mama, que es pa ´notar, murmura, ojo bajo.
Un día irá al sur. Se le rajarán las manos en las cosechas
Conocerá el trago y las putas y volverá con lo puesto.
Por unos vinos alevosos, la veleta del destino lo señaló
Una constelación de ángeles fatídicos marca su suerte
Por una amante vieja y agorera. Ajena y voraz urraca
Por un hermano bailarín y por el último trago
Allí; allí donde se agolpan los sueños idos
del convoy de la mala fortuna se apeó la parca
La gresca del boliche lo derriba entre injurias y golpes
Lo suben al caballo y lo largan por el viejo carril al Rayo
Y por todo cortejo y compañía la luna ciega y el caballo.
Lo llora el cerro envuelto en manto de fieras lágrimas
Lo llora el carril al verlo tumbado sobre el apero
Lo llora el rancho, al sentir su cuerpo ensangrentado
Él, tan sencillo y dispuesto para la sonrisa
Él, tan solo él, que no ensilla con dos caronas
por tanto desamor tiene una cuenta abierta en el cielo
Suenan guitarras en febrero y hay fiestas patronales.
Un chango sencillo y dispuesto para la sonrisa
sentado en el umbral del boliche de los sueños idos,
mira la calle polvorienta y ve pasar a sus verdugos.
                                                               Cerro Colorado, 7 de octubre de 2016