domingo, 20 de diciembre de 2015

Negro Hernández



Llueve  Negro Hernández

Llueve. Desde mi ventana veo a dos mujeres con tres chicos de guardapolvo apretándose contra las paredes de las cinco esquinas de mi barrio, Barracas. Hoy decidí no ir a trabajar y tengo la excusa perfecta... fiaca. ¿Para qué mojarme? Si es un día ideal para escribir en soledad y dormir una buena siesta.
Sobre el escritorio hay cuentas a pagar, la luz, el gas, el cable, el nuevo ABL... También están los borradores de los escritos que debo corregir, papeles sueltos de vanos intentos de inspiración, y el embrión de un cuento resistiéndose a nacer de una buena vez. Sueños, sueños guardados con devoción que pujan por realizarse, como la publicación de mi próximo libro: "Crónicas del café".
Llueve. Pongo la pava en la hornalla para hacer un café, es una manera de ganar tiempo, de prolongar la espera, de postergar el asalto de las imágenes que vendrán agitadas, convirtiéndose en tinta sobre el papel. Todavía escribo con una vieja estilográfica a cartucho, porque las palabras fluyen como la tinta, se deslizan, se amontonan, se estiran, y se manchan de emociones. No es el momento de la prolijidad, es el tiempo del desorden, del barullo murguero, de la muchedumbre ansiosa empujando las barreras para ingresar al estadio.
Llueve y el agua me invita a escribir escurriéndose por la canaleta que desemboca en el alma. Después vendrá el procesador de texto con la censura estética, equilibrada, poniendo cada cosa en su lugar, como la letra fría de la ley.
El teléfono suena vanamente, no lo atiendo, mi celular esta apagado y por un rato renuncié a leer los mensajes de mi correo electrónico. He decidido recluirme en mi espacio creativo tan desordenado como el dormitorio. -Me voy corriendo para no perder el ómnibus- había dicho Marta al amanecer dejando un par de medias, una breve bombacha, su vaquero azul desteñido y un pañuelo de cuello desparramados en la cama antes de tomarse unos días de vacaciones para ver a su familia en Pergamino.
Repaso los últimos apuntes con el pocillo en la mano, y el vapor del café caliente, me hace cosquillas en la nariz medio resfriada. Enciendo la radio para escuchar la 2 x 4 buscando alguna compañía y el corazón se me arruga como un bandoneón con la noticia de la muerte de Ubaldo de Lío.
Llueve. Escucho deslizarse un papel debajo de la puerta de calle, es un periódico ¿Se habrá equivocado don Cosme el canilla más veterano del barrio que me provee de diarios y revistas? ¿Si nunca  le pedí que me los entregara a domicilio?
Me acerco y lo levanto con curiosidad. "Ha muerto el periodista y escritor Negro Hernández",  titula la portada. Un frío me estremece el cuerpo, tiemblo, busco un asiento y respiro hondo. Vuelvo a leer con más detenimiento confirmando la noticia. Debe ser una joda de los muchachos, pienso. "... como consecuencia de un paro cardíaco. Sus restos será velados en un café histórico de la ciudad de Buenos Aires: el Tres Amigos. Los compañeros del café preparan una despedida en homenaje a su memoria..."
Llueve. ¡La puta que lo parió!, digo. Empiezo a caminar por la habitación y decido prender el celular para comprobar la noticia, lo llamo al Gordo, ¿Quién? ¿Cómo?. El turro hace como si no escucha.
Llamo a Sandoval. Está fuera del área de cobertura. Intento con el Mirón, y un mensaje grabado que recuerda que hoy por la noche es la primera reunión en el boliche de la Liga de Librepensadores Latinoamericanos, institución que preside. 
Llueve, camino como un loco sin detenerme, entonces lo llamo a Jorge, mi amigo y médico de toda la vida. "Te dije Negro cuidáte de los triglicéridos, dejá de comer esas medialunas de grasa, te van a matar". ¡Hola!, ¡Hola! ¡Jorge sos vos! pero se corta la comunicación... Disculpe las molestias ocasionadas. ¡La conc... de la lora!
Trato de averiguar la veracidad de la noticia en distintos medios pero  no contestan el llamado.
Suena el teléfono de línea. ¡Hola amor, recién llegué, te extraño!.
¿Todo bien?. Si cariño, todo bien, acabo de terminar mi último cuento.

Catalina Gutrejde


                    Solidaridad Catalina Gutrejde


La lluvia de cenizas cubrió la costa del majestuoso lago Nahuel Huapi, al igual que la vegetación, los techos; los caminos perdieron las tonalidades de la arboleda. Todo era gris, irrespirable. La naturaleza da y quita, y solamente quedaba esperar que el enojo del volcán se aplacara.
 Subiendo uno de los tantos cerros, dentro de una casilla precaria, un bracero apenas entibiaba.
 Juana, acostumbrada a las inclemencias del tiempo, no había vivido en sus cuarenta años, algo semejante.
 Las manos surcadas por el frío abrazaban. Contenía a sus pequeños hijos con lo único que tenía en cantidad: amor.
 Pero esto no bastaba; necesitaban más abrigo,  comida, agua. Acurrucados en el regazo de la madre, los niños le pedían que les contara un cuento, ¡qué difícil se le hacía a Juana pensar en algo que los distrajera!. El frío era cada vez mas intenso. De pronto se le ocurrió algo: ¡vamos a bailar!, a ver, a ver…..
 Encendió varias velas, los niños la miraban asombrados, sabían que las pilas de la radio estaban gastadas, pero la mamá comenzó a tararear una canción alegre. Los tomó de las manos y comenzaron el más divertido de los bailes. Las risas se intercalaban con el ladrido del perro.
 Juana tragaba sus lágrimas elevando un ruego.
 Esa noche, luego de tomar un mate cocido caliente durmieron más tranquilos.
 El día asomó, la mujer corrió a mirar el cielo, una línea celeste trataba de atravesar la nube espesa.
 Un bocinazo le desvió la mirada, un camión se acercaba, de él bajaron dos jovencitas llevando cajas muy grandes. Eran voluntarias; alumnas de un colegio de la Ciudad.
 No todo estaba perdido ; tendrían lo suficiente como para pasar mucho tiempo sin padecimientos, ya que no podía bajar a la ciudad a trabajar dejando a sus pequeños expuestos al desconcierto de no saber cuando terminaría la lluvia de polvo que caía sobre el lugar.
 Esa mañana el desayuno se convirtió en una fiesta, el chocolate caliente y los pastelitos con dulce eran un deleite.
 El rictus de Juana se había transformado en una gran sonrisa. Sintió que mientras existieran seres solidarios, no todo estaría perdido.
 Renacía la esperanza.
 -Mamá, ¿porqué llorás?, preguntaron los niños.
 Porque también se llora de felicidad, - contestó Juana.
 La chimenea desprendió anillos de humo, prueba fehaciente de que el calor del fuego y el amor protegería a éste humilde hogar.
 Termino una historia. Yo disfruté de una ciudad bendecida por la naturaleza, pero también ví la pobreza de algunos barrios en lo alto de los cerros, y entiendo por demás el sufrimiento que han tenido que sumar a la pobreza acostumbrada.
 Pero como todas las cosas, esta tristeza pasará, y Dios quiera que nunca más la gente humilde deba padecer por la simple razón de ser pobres, y por siempre exista la solidaridad y el amor.

Natalia S. Samburgo




LA EQUIVOCACIÓN  
Natalia S. Samburgo
 
-Hola Daniel, ¿cómo estás?
-Bien amigo. ¿Y vos? ¿Te casaste?
-Oh, sí. Ya hace dos años.
-¡Qué cambio! ¿No? – dijo Daniel al tiempo que revoleaba los ojos en gesto de fastidio.
-Por ahora estoy bien. Mi mujer la lucha conmigo día a día, es una gran compañera.
-¡Habrás tenido suerte! ¡El matrimonio es una porquería! Tira por la borda el romanticismo, la calentura, las miradas tiernas, las salidas… todo.
-¿El romanticismo? ¿Y desde cuando te importa ser o no ser romántico? – preguntó Mario sorprendido por el tono que usaba Daniel para referirse al tema.
-No es que me interese. Pero es lo que veo. Las mujeres ya no se arreglan como cuando están solteras, los tipos sacan panza ¡y ni hablar cuando vienen los hijos! ¡Olvidate! – contestó Daniel mientras daba énfasis a sus palabras con movimientos de las manos.
-Mi señora está embarazada y estamos muy felices de tener un hijo. Va  a nacer en septiembre. No veo la hora de que nazca para tenerlo en brazos.
-¡No jodas amigo! Olvidate de dormir, de ver a tu mujer sonriente, olvidate de lo que gastabas hasta ahora y olvidate del tiempo que era tuyo… ya no lo será más… Levarlo al jardín, al doctor, a futbol o danza, a los cumpleaños de los pendejos compañeritos que después lo cambias de colegio y no los ve nunca más.
-¡Pará Mario! ¿Cuál es tu problema? ¿Acaso estuviste casado o tenés hijos? Porque si es así no estoy enterado.
-No. No me casé ni pienso hacerlo. No tengo hijos y pienso tenerlos. Mi vida es mía, mi tiempo es mío y mi jodida plata es mía.
Mario hizo señas al mozo para pedir la cuenta.
-Me voy amigo. Te deseo suerte en tu vida de casado y de padre. Que te sea leve y ojalá no te arrepientas – dijo Daniel viendo que ya se despedían.
-¿Sabés qué Daniel? Yo te recordaba alegre, feliz, con un futuro lleno de vivencias y sueños cumplidos. Sin embargo, ahora te veo y me parecés un jodido frustado. Si no te casaste seguro fue porque no encontraste la mujer de tu vida o lo que es peor, la encontraste y se te escapó por jodido. Y como no te lo perdonás, te escudás detrás de un supuesto hombre fuerte y superado. Mmmm…, me parece que estás equivocado. Liberate amigo. Dejate llevar, dejate querer, aún sos joven. No tenés idea lo lindo que es cruzar las piernas con tu mujer cuando hace frío. Y no te imaginas lo que es escuchar los latidos del corazón de tu bebé que aún no nació. Dejá, yo pago la cuenta. No vaya a ser que te hice malgastar tu dinero y perdón por tu tiempo… Chau…

Juana Rosa Schuster



SUMISIÓN   
Juana Rosa Schuster

Detiene un auto. Las mismas palabras de siempre.
El hombre acepta pagar la suma requerida.
Mientras llegan al hotel, ella piensa cómo pudo ser tan ingenua.
Creyó encontrar otro tipo de trabajo en Buenos Aires. Hasta que Rafael se acercó en la estación Constitución. Promesa de convertirse en niñera.
Arriban al lugar y van al cuarto aquél.
Da vuelta la foto que muestra a sus padres con ella cuando era pequeña. Vidas insinuadas en el silencio perpetuo de ese cartón lustroso.
Se desviste. El extraño le pregunta por las marcas.
-Soy muy torpe. Me golpeo con facilidad.
¿Qué importa si ese hombre le cree o no?
¿Para qué decirle que la primera vez, Rafael, la desfiguró con trompadas en el rostro y el cuerpo?
Si el cliente regresará a su casa, abrazará a la esposa y los hijos y hablará de ella con los amigos.
¿Qué interesa si mañana el destino comenzará otra vez a deshojar el almanaque de los días iguales?
El temor, una habitación precaria, un cigarrillo, la plata para Rafael, los tacones altos, la falda corta, insinuante… Las aspas del molino de viento girarán otra vez.

María A. Escobar



La espera María A. Escobar

Sentía como si una plancha de acero se hubiera instalado sobre su cabeza,  Ese cielo plomizo, esa humedad que no era lluvia sino que parecía brotar de las baldosas, de las paredes y goteaba de los techos, hacía que sus articulaciones crujieran como una rama seca.
Suspiró pensando que había que pasar un trapo en el piso, aunque no secara, pero, por lo menos sacaría las huellas de zapatos embarrados y luego hacer un camino de cartones que algunos ignorarían.
Estaba viejo. Estaba cansado, pero seguiría trabajando en el bar porque  esa era su casa, su verdadera casa. La otra, la suya, era el silencio o el televisor y la soledad. Sobre todo la soledad desde  la muerte de Alcira. En el bar había gente, algunos habitúes con los que podía hablar un rato, aunque cuando Rodríguez  instalara el plasma todos parecían hipnotizados frente a la pantalla, sobre todo si había fútbol. Pero el comentaba con la gente un gol fracasado, los aciertos de algunos jugadores.  Hablaba casi como un experto aun cuando, en el fondo, le importaba un pito. Pero lo que sí le importaba era la palmadita familiar conque algunos lo saludaban al retirarse a sus casas.  Entonces el sonreía con gratitud.
Cuando hasta el último de los habitúes se había retirado, él comía un sánguche con un vaso de vino.  Rodríguez ya se había ido con el dinero recaudado. El lavaba las copas, platos y cubiertos, limpiaba las mesas y barría el piso.  Al día siguiente sólo tendría que baldear con desodorante y limpiar los vidrios.  A las cuatro de la madrugada cerró todo y fue caminando a su casa.  Estaba muy cansado. Estaba viejo, pero no se rendía. Los pies nadaban dentro de los zapatos y fue lo primero que se sacó cuando traspuso la puerta.  La casa era pequeña, aun para él solo; un living comedor estrecho, una cocina donde solo entraba la heladera y el dormitorio con una ventana que daba a una pared, la del vecino, al que nunca veía porque sus horarios no coincidían, aunque algunas veces  solía verlo en el bar, por la noche.
Se desvistió y se metió en la ducha, dejando que el agua caliente cayera sobre la cervical que estaba contracturada y le producía un dolor punzante que, a veces, sentía que le llegaba a la cabeza. Tanto inclinarse “que va usted a servirse”, doblado, servicial, como lo era la gente de su generación.  Salió algo aliviado, fresco y, en calzoncillos se metió en la cama algo deshecha. Ah, Dios, suspiró y casi inmediatamente se quedó dormido.
A la mañana siguiente baldeó y limpió los vidrios. Rodríguez aun no había llegado y el ya tenía su saco blanco puesto. La gente llegaba más tarde, cerca de las diez, sin embargo, temprano, llegó un hombre. No era de ahí, nunca había estado. Aquel era un local de barrio y venía la gente del barrio. Pero ese hombre  no pertenecía al barrio.
Se sentó en una mesa, cerca de la ventana. Estaba pálido y sin afeitar, el pelo negro tirado hacia atrás con los dedos, su aspecto general dejaba mucho que desear. No le gustaba nada, pero, de cualquier, manera se le acercó y, sin inclinarse, le preguntó qué quería servirse. “una ginebra doble”, dijo y él pensó “alcohólico”, seguramente le temblarían las manos hasta los primeros tragos. Hijo de un alcohólico, odiaba a los adictos al trago. Sin embargo ahí había muchos que se pasaban con la cerveza o el vino. No, no era eso, no sabía porqué ese hombre no le gustaba. Con la ginebra en la mano éste clavó la vista en la calle y así, inmóvil, permaneció largo rato. Pidió otra ginebra doble y luego volvió la vista en un punto de la calle. Y así estuvo largo tiempo. Ya habían llegado algunos habitúes a tomar el vermú del medio día y miraban con discreción hacia la mesa en donde estaba el individuo. A la una y con el local casi desierto el hombre dejó dinero en la mesa. Tambaleando, sacó un revólver del bolsillo y se pegó un tiro en la sien. El local permaneció cerrado por dos días. La policía retiró el cuerpo y él y Rodríguez debieron presentar declaración en la comisaría. Para él era la primera vez que esto le ocurría y no hacía más que pensar “yo sabía que había algo de ese tipo que no me gustaba”.

Heberto Padilla



Poemas Heberto Padilla (Cuba, 1932)

TÉCNICAS DEL ACOSO
Pueden fotografiarlas
junto a un rosal
en un jardín etrusco
frente a la columnata del Partenón
con sombreros enormes
entre cactus en México
llevando los colores de moda
el pelo corto o largo
y boinas de través como conspiradores:
no cambiarán
no dejarán de ser las mismas
la barbilla en acecho
el rostro de óvalo
y los ojos cargados de un persistente desamparo
¿pero qué pensamientos
se agitan debajo de las melenas crespas
o lacias
de estas muchachas que ilustran
las revistas de moda?
Casi todas son pálidas
y están como cansadas
Las líneas de sus manos son estrictas y melancólicas
Mudan cada seis meses
de vestidos zapatos peinados y sombreros
y yo siempre descubro
un rizo fantasmal
bajo la onda bermeja
No importa que se cubran con pieles de visón
o lleven botas de vinil
faldas de cuero
o usen nuevas pelucas:
siempre las reconozco
bajo cualquier disfraz
lo mismo que a un espía
Además
me persiguen en trenes o en aviones
sobre todo de noche
se benefician con la oscuridad
andan de tres en tres
a mi espalda
              a mi lado
                  frente a mí
Dos trepan a los árboles
con la cámara en la mano
otra resbala debajo de un avión
con el ojo torcido de las agonizantes
y observan y miden mis reacciones
para indagar si tiemblo o lloro ante la muerte
Que sufra
                tenga hambre o las desee
                                                        no les
importa
Su tarea
no es hacer el amor sino ilustrarlo
RETRATO DEL POETA COMO UN DUENDE JOVEN
Buscador de muy agudos ojos
hundes tus nasas en la noche.  Vasta es la noche,
pero el viento y la lámpara,
las luces de la orilla,
las olas que te levantan con un golpe de vidrio
te abrevian, te resumen
sobre la piedra en que estás suspenso,
donde escuchas, discurres,
das fe de amor, en lo suspenso.
Oculto,
suspenso como estás frente a esas aguas,
caminas invisible entre las cosas.
A medianoche
te deslizas con el hombre que va a matar.
A medianoche
andas con el hombre que va a a morir.
Frente a la casa del ahorcado
pones la flor del miserable.
Bajo los equilibrios de la noche
tu vigilia hace temblar las estrellas más fijas.
Y el himno que se desprende de los hombres
como una historia,
entra desconocido en otra historia.
Se aglomeran en ti
formas que no te dieron a elegir
que no fueron nacidas de tu sangre.

EXILIOS
Madre, todo ha cambiado.
Hasta el otoño es un soplo ruinoso
que abate el bosquecillo.
Ya nada nos protege contra el agua
y la noche.
y aquel niño que oías
correr desde la sala oscura,
yo no ríe.
 Ahora todo ha cambiado.
Abre puertas y armarios
 para que estalle lejos esa infancia
apaleada en el aire calino;
para que nunca veas el viejo pedregoso
camino de mis manos,
para que no sientas deambular
 por las calles de este mundo
ni descubras la casa vacía
de hojas y de hombres
donde el mismo ayer sigue

Marta Becker



                     TUYO SIEMPRE  Marta Becker
 
Cuando leas estas líneas lo primero que te vas a preguntar es por qué te dejo y también por qué lo hago a través de una carta. Te voy a contestar primero a lo segundo: porque soy un cobarde. Sé que si me paro frente a vos me va a ser imposible decirte que lo nuestro no va más, porque en ese mismo instante voy a sentir un cosquilleo, se me va a presentar toda nuestra vida juntos, los primeros encuentros, tu belleza, tu cabello largo enmarcando un rostro casi perfecto, la sonrisa franca, ojos negros de noche de verano, el perfume fresco de tu piel, todo, todo, y me voy a sentir otra vez un adolescente rendido a tus pies, incondicional, profundamente enamorado y como tal, ciego de la realidad. Aunque eso llegó después, con el tiempo y las vivencias. Y el amor se tornó costumbre, las noches perdieron sabor, los días fueron interminables y se produjo de a poco un surco que se volvió cada vez más profundo.
Todavía no le encuentro explicación a lo sucedido. Me cuestioné frente al espejo miles de veces el por qué y no  obtuve respuestas. ¿Lo sabrás vos, tal vez? ¿Serás más analítica, más inteligente, menos sentimental que yo y lo sabrás? ¿En qué momento iniciamos nuestra lenta separación, tan imperceptible para mí al principio que cuando me di cuenta fue demasiado tarde? ¿Diste señales y no lo noté? ¿En qué nebulosa viví o vivimos que no nos dimos la oportunidad de un camino de retorno? Muchas preguntas – dirás-. Sí, es cierto, no lo niego y me hago cargo, o por lo menos, lo intento.
En cuanto a dejarte, comprenderás que no tengo alternativa. Tu búsqueda de un nuevo amor me deja afuera, debo aceptar mi derrota, aunque sí me quejo de que no me diste la posibilidad de reencontrarnos ¿o me la diste?... no sé… o no lo recuerdo… o no lo registré…
No voy a rogar amor, no es que sea orgulloso, pero no puedo pedir ese sentimiento a alguien que ya no lo tiene, pero te juro que te pienso y me vuelve ese antiguo cosquilleo. Será difícil esta nueva etapa y aunque parezca cursi te digo que, cuando lo necesites, ahí estaré.
Tuyo siempre y en cualquier momento…
Tu ex

Cora Stábile



Un extraño llamado   
Cora Stábile

La prolija Señora del Dr.Beltrán se levantó temprano como lo hacía habitualmente, fue hasta el baño y tomó una ducha, salió de la bañera y cuando estaba a punto de extender la pasta dentífrica sobre el cepillo de dientes comenzó a sonar el teléfono. Fastidiada por la interrupción en su rutina diaria, abandonó la tarea y caminó hasta el living para contestar el llamado.
Lo raro fue que al levantar el tubo, se encendieron todas las luces de la casa y una música extraña comenzó a sonar, el teléfono ardía en su mano... intentó soltarlo pero no pudo, parecía adherido a su piel y una lúgubre voz acompañada de una risita sarcástica le dio los buenos días.
La muy estructurada dama perdió la compostura y se angustió mucho cuando varios rayos de luz de diversos colores comenzaron a cruzar el living a la vez que atravesaban su cuerpo sin causarle daño alguno. La extraña e inesperada ceremonia le provocó cosquillas, logró entonces soltar el tubo y comenzó a reír y contorsionarse histéricamente. Cayó sobre el amplio sillón tapizado de verde que pareció recibirla cual amorosos brazos.
Miraba hacia todos lados entre sorprendida y asustada, la pesadilla no tenía fin, los rayos luminosos seguían surcando el espacio, la música se escuchaba cada vez más fuerte, quiso gritar pero la voz no le obedeció ¡había quedado muda!
Intentó levantarse pero aquellos, que había sentido como amorosos brazos, aferraron su cuerpo con firmeza, impidiéndole todo movimiento.
De pronto sonó el timbre de entrada y ella creyó por un instante que un apuesto caballero sería el héroe, como el de toda novela, que terminaría con tan absurda situación.
Pero había un detalle que no tuvo en cuenta ¿quién iba a ir hasta la puerta a recibir al salvador?... no podía moverse... no podía gritar... la situación, además de absurda, era desesperante.
De pronto comenzó a ladrar Angie, seguramente la perrita iría en su auxilio.
Abrió los ojos y la lengua húmeda del animal seguía lamiendo sus mejillas tratando de despertarla.
Actualmente la Sra. De Beltrán visita dos veces por semana a ese psiquiatra tan bueno que le recomendó su amiga Beatriz, todavía no halló, no hallaron la razón de ese día nefasto, aunque siguen trabajando intensamente para hacerlo.

Jenara García Martín



CUARTA ESPOSA (2°)  
Jenara García Martín

La señorita Marian sentía curiosidad por conocer lo más significativo de ese casamiento, inquietud que no pasó desapercibida por Constanze. Y mientras almorzaban la hizo un resumen del acontecimiento,  y elogiando el modelo dijo que era un diseño exclusivo de uno de los modistos más destacados de París, sin corte en la cintura, lo cual realzaba su esbelta silueta y después de hacer un paréntesis en su relato volvió a hilvanar el comentario y con la mirada perdida quién sabe hacia qué lugar, recalcó que su cabello dorado brillaba como el sol  de un atardecer africano, y casi opacaba  la tiara de brillantes que sujetaba el velo.

- No me habías comentado que lucía esa joya – la interrumpió la señora Carla-. Sabes, hija mía, que tanto yo, como las dos esposas anteriores,  la hemos lucido el día de nuestro casamiento. Era el regalo  que hacía tu papá a la novia. Pero era simbólico,  pues según él, pertenecía a sus antepasados y así pasó de esposa en esposa, como para lucirla ese día y luego regresar  a su caja fuerte. El que recibía los halagos por esa joya era él y sobre todo  en la revista de sociales fue muy destacada en las fotos que publicaron.

-No lo he tenido presente, mamá, porque cuando dio comienzo el baile tuvo que despojarse del velo y ya hasta me olvidé de la valiosa joya y los detalles de  cristales en la parte superior del vestido.

-¿Y cuál ha sido el destino de la luna de miel? –Preguntó la señorita Marian.

- Una incógnita Marian – respondió la señora Carla.

– Pues yo mamá, cuando regresen, le preguntaré a mi papá. Siento curiosidad  por conocer  ese destino tan misterioso para todos.

- Te aconsejo no lo hagas. Debes tener presente que tu papá comienza una nueva etapa en su vida, con este cuarto casamiento. Tienes que dejarles el espacio exclusivo el cual les pertenece. Tú, aunque sea tu papá y le hables por teléfono,  pasas a ocupar un segundo plano. Recuerda el comportamiento de Lara en la Fiesta.

- Está bien, mamá. Tendré presente tu consejo. Y como la señora Lyli me ha invitado a tomar el té en la mansión el sábado en la tarde, tendré oportunidad de saber cuándo regresan. Tienes que llamar por teléfono confirmándola, pues mandará su coche a buscarme y vendrán con el chofer Maurenn y Josefine. Tú, ¿ no te opondrás a esta invitación? 

- No, cariño. Así tendremos oportunidad de que te relaciones con ellas y podamos  retribuir esa atención.

Constanze festejó la idea de su mamá y dirigiéndose a la señorita Marian, quien no las conocía, la hizo una breve descripción del delicado carácter  y educación de esas hermanitas coreanas y cuánto le había impresionado la dulzura de su voz; su forma espiritual de analizar las cosas y la profundidad de los pensamientos, a través de lo cual se descubría la nostalgia de su tierra y que su rostro cambiaba de semblante cuando mencionaban a sus padres. .

- Es lógico, cariño. Tú puedes ser una buena compañía, pues en la mansión será muy profunda la soledad. La diferencia de cultura y costumbres son muy marcadas y  no creo que David tolere con paciencia su compañía –, fue el comentario de la señora Carla.

- Yo opino al igual que tu mamá, Constanze – intervino la señorita Marian -, con respecto  a continuar el mismo trato con tu papá. Tendrás que esperar un tiempo. Él no te va a abandonar. Pero ten presente que ya no está solo. Se ha casado y su cuarta esposa, de acuerdo a tu comentario sobre su comportamiento  en la fiesta, no demostró ser el de una persona tolerable. Os diré que en el club se comentaba mucho los desprecios que le hacía a tu papá cuando se conoció se habían comprometido. Le dejaba   con los amigos de su edad o solo, y ella se divertía con los jóvenes. Y si tu mamá no te lo ha mencionado, yo te abro las puertas de la galería para que lleves a esas coreanitas tan simpáticas, cuando quieras. Pienso que la invitación que te ha ofrecido la señora Nelson tiene una doble intención. Iniciar una amistad  por el casamiento de su hija con tu papá,  y que te relaciones con ellas buscando la oportunidad de que se conecten socialmente, y  que les sirvas de guía para conocer París.

Las tres coincidieron en las intenciones de la invitación de la señora Nelson y Constanze pensaba  que esa relación con los padres de Lara, le abriría el camino para acercarse a su papá tan pronto regresaran de la luna de miel. Con cierta sutiliza trataría de averiguar cuál era la fecha exacta del regreso y así se lo comunicó a su mamá y a Marian.

Se llevó a cabo la invitación a tomar el té y la señora Lyli se desvivió para que lo pasaran lo más agradable posible. Habían encargado un servicio de Catareing  

 de lo más especial y Eleonore se encargó de que disfrutaran de esa reunión, no sólo con las exquisiteces que no dejaban de alabar, sino que hasta adornó la mesa con flores de ciruelos, las preferidas de Maurenn y Josefine que agradecieron con humildad,  pero de corazón. Tuvieron la oportunidad de comentar que era la flor  preferida en su tierra natal. Se emocionaron al hacer este comentario, mas lograron con ello que tía Lyli dijera que  los dulces habían sido preparados por el mismo chef que hizo la torta de boda para Lara y Fred. Constanze se emocionó y las coreanitas cambiaron de semblante, pero ese gesto sólo duró unos minutos. Comprendieron que tía Lyli recordaba a su hija y ellas el desagradable episodio. Esa mención le dio pié a Constanze para preguntarle cuándo volverían de la luna de miel, aclarando que su papá no había develado el destino, ni el regreso. Su curiosidad no fue satisfecha, puesto que la respuesta no es la que ella esperaba.

- Querida Constanze. Tampoco a nosotros nos informaron de los datos de su viaje. Y hasta ahora no hemos recibido ninguna noticia. Pero te prometo que bien tengamos  novedades,  te lo comunicaré de inmediato, telefónicamente.

Antes de que se retiraran de la mansión, llegó el señor Nelson, quien se mostró emocionado al encontrarlas aún e intervino en la conversación que acababa de escuchar y confirmó la promesa de tía Lyli. Fue muy cortés pidiendo a su esposa que repitiera esos encuentros y que  el próximo él quería compartirlo. Dieron por terminada la reunión y él mismo se ofreció a llevar a Constanze a su domicilio, acompañado por tía Lyly y las coreanitas que no podían disimular que esa tarde habían pasado unos momentos felices. La señora Carla salió a recibir a su hija y fue sincera cuando agradeció a los señores Nelson la invitación de la cual regresaba, diciéndoles que en cualquier fin de semana, ella ofrecería una invitación similar  en su casa. Costanze se despidió de Maurenn y Josefine estrechándose las manos, costumbre de su país a través de cuyo gesto hacían transmisión de un sentimiento puramente espiritual.

- Has visto mamá, ¿qué encantadoras  que son?       

- Sí, cariño. Pero hay algo en su rostro que delata cierto grado de tristeza. Necesitan compañía apropiada a su edad, por lo cual me parece muy acertada tu compañía y que te hayas ofrecido a mostrarles París. Y si quieres, te repito lo que ha dicho Marian. Invítalas a que conozcan la galería.

- Lo haré mañana mismo. Los domingos  siempre hay más afluencia de público y las encantará el ambiente y la temática de la exposición. Puramente paisajista. Las invitamos a almorzar y en la tarde, nos acompañas tú a dar un recorrido turístico por el Sena. ¿Qué te parece la idea?

- Muy acertada, Constanze. Yo me encargo de hacer la invitación a la señora Nelson, esta misma noche.

 -¡Te vas a animar a llamarla tú! -, exclamó Constanze, sorprendida.

 -Ya lo hice para confirmar tu asistencia a la invitación del té y el trato fue muy cordial. No importa la relación que les une con tu papá. Mi pasado, es pasado, y mi presente sólo eres tú.

- Cuando me hablas así, pienso que mi papá no supo valorarte como mujer y menos como esposa.

- Yo me casé con tu papá por amor, no persiguiendo su fortuna y consciente de que cuando perdiera la juventud, que siempre era el motivo de divorcio, me llegaría a mí también cruzar esa frontera. Con alguna de las esposas anteriores comentaban que era mezquino, pero yo no tengo que reprocharle ese comportamiento. Mas  el lazo que nos une ahora a través de tu existencia y reconocer que es buen padre, me hace sentir un afecto especial por él. Nada más,  hija mía.

- Gracias mamá por tus palabras, pero no quisiera que los recuerdos desagradables de tu pasado, vuelvan al presente al haber elegido una cuarta esposa y no te puedo negar que estoy ansiosa por saber cómo será la convivencia.

- No te apresures. El tiempo es quien te responderá a esa inquietud. (continuará)    

Mario Levrero



LOS JÍBAROS Mario Levrero
 
Temía que los Jíbaros redujeran su cabeza. El temor parecía instalado en él desde siempre, pero sólo en cierta etapa de su vida comenzó a cobrar la fuerza de una obsesión.
Llegó a dormir con los dientes muy apretados y la cabeza muy hundida entre los hombros. Esto le provocaba fuertes dolores durante el día. La imagen predominante era la de su cabeza absurdamente empequeñecida, con los labios abultados y cosidos entre sí, y los párpados cerrados -tal como había visto alguna vez en una revista la fotografía de un auténtico trabajo jíbaro.
Cuando se pusieron de moda, fugazmente, unos llaveritos con imitaciones en plástico de estas cabezas, evitaba las vidrieras de los quioscos y de los negocios de fantasías y durante un tiempo también evitó en lo posible salir a la calle.
Y cuando el tormento lo acució a un grado difícil de tolerar, consultó a un terapeuta. Este le hizo ver que probablemente se tratara de un complejo de castración, derivado del Edipo. Él trató honestamente de asimilar la idea, y en otra entrevista explicó que no sentía el temor de otras formas de mutilación -como por ejemplo la guillotina-; que, desde luego, cualquier forma de mutilación, la castración incluida, sería para el una tragedia; pero que no era la mutilación en sí el tema central de su obsesión, sino aquella imagen que le había detallado prolijamente en la primera entrevista, y que en esa imagen había algo más, algo como un núcleo misterioso y diabólico a la vez que tonto y ridículo. El terapeuta no pareció interesado en ahondar en esos aspectos del problema, y después de algunas entrevistas más, limitadas a repetir más o menos el mismo esquema, él dejó de visitarlo.
Algunas confidencias desesperadas a los amigos trajeron como consecuencia un período de burlas, a veces bastante directas, y hasta de bromas macabras. Una vez, en la calle, oyó una voz en falsete que gritaba "¡Cuidado'" "¡Los jíbaros!" y, sin intentar la identificación del bromista, se sintió hondamente traicionado.
Algún otro amigo, con sincera simpatía, trató de absorber el problema y de ofrecerle soluciones. "Es un pueblo extinguido", o "Ya los jíbaros no se dedican a esas prácticas"; pero a él nunca le había interesado ese tipo de detalles: ni siquiera tenía idea de en qué región del mundo existían, si existían aún. los jíbaros; la misma palabra, "Jíbaros", sólo tenía para él significado en la relación con la imagen que lo atormentaba, y comprendía perfectamente que el tormento sería el mismo aunque los jíbaros hubiesen sido el producto de la imaginación de un escritor o de un historietista.
Llegó a temerle al sonido del timbre de la puerta de calle, y muchas veces dudó en atender, o directamente no atendió: no esperaba exactamente encontrarse con un grupo de jíbaros en la puerta, pero sí con algo que pudiera complicarlo en una aventura cualquiera que desembocara en la reducción de su cabeza.
Se notaba cansado, envejecido, triste y sin perspectivas de futuro. No le gustaba la bebida, pero de tanto en tanto, por distraer la obsesión, entraba a algún boliche y tomaba una copa, o dos. Una noche tomó tres, y eso le permitió franquearse con un desconocido en el mostrador.
El desconocido estaba mal afeitado y usaba una ropa que parecía quedarle un poco grande. Lo escuchó atentamente, y sólo le interrumpió para exigir una mayor precisión en un par de detalles, que a él le habían parecido por completo accesorios.
-Lo suyo es admirable -dijo por fin el desconocido, y el se sorprendió.
Espió el semblante del otro y no encontró el menor atisbo de burla, sino una especie de ternura, o tal vez de dolorida sabiduría en la mirada, que lo hizo sentirse mejor.
-Fíjese -continuó el desconocido-. Me paso el día escuchando estupideces. Todo el mundo preocupado por cuestiones irreales, las cuotas del coche o del televisor, el partido de fútbol del domingo, la política... Usted tiene un problema real, un problema que es verdaderamente suyo. Me alegro de haberlo conocido -y con la copa minúscula en la mano, hizo un ademán como para brindar pero, sin agregar más nada, la bebió de un largo trago. Luego pareció perder interés en lo que lo rodeaba.
Pasaron unos días, y él se fue sintiendo cada vez, mejor. Poco a poco iba perdiendo el miedo. Sabía que muy probablemente su cabeza terminara ridículamente reducida, con los párpados y los labios abultados y cosidos, colgando como trofeo a la entrada de alguna choza, entre los pechos de una negra o en la vitrina de un museo, pero esta idea ya no le hacía perder dignidad. La imagen le seguía repugnando, pero en adelante, ya no le impediría vivir...

Liliana Isabel González



Casadelsol.com.ar Liliana Isabel González

Prefiero las afueras. Exiliada de lo conocido y de lo caminado, del ruido vacío que nos horada en la ciudad.
 Elegimos Puerto Madryn en su límite. Bisagra entre cuadras urbanizadas y otras donde la tierra nos recuerda un mismo origen.
 Calle Las Araucarias, donde el desarrollo no se decide a quedarse. Algo de humanidad pionera. Cerquita de la ruta vieja a Rawson. A punto de caerse del perímetro urbanizado.
 Encontramos una casa. La buscada. Casadelsol.
 El mensaje de la Cueva de las Manos llegó hasta ahí. La vida comunitaria aliada a la supervivencia. 
 Un director de teatro —hermano de Alejandra, la dueña— se atrevió a poner en escena lo que en el origen de la especie humana era la forma de vida.
 Un portón corredizo amarillo abre o cierra la intimidad gregaria.
 Árboles generosos. Manzanos,  perales, membrillos.
 Gallinas en el fondo. Un horno de barro. Un lavarropas antiguo. Un fogón grande y redondo.
 Una casa amarilla y naranja, y otras dos más.
 Un jardín de invierno propone una pileta de agua tibia, disponible para nadar el viaje interior en su cauce.   
 Alejandra, anfitriona. De estatura mediana, con el cabello largo y suelto nos dice: Chicos,  pueden ocupar toda la casa. Ustedes son los únicos en  estos días.
 Tienen todo para cocinar. Aceite, vinagre, sal. Lo que está es para usar. Lo que encuentren en la heladera: huevos, dulces caseros, leche, café, bebidas, todo pueden tomarlo.
 Aquí separamos la basura. Con los restos orgánicos hacemos compos. El papel no es bueno para eso. Les pido que lo pongan con los deshechos inorgánicos que están debajo de la pileta de la cocina.
 Una persona se encarga de la limpieza general; pero cada quien la mantiene.
 Si necesitan algo más estoy aquí siempre,  y señaló la otra casa.
 La  vida sencilla, esquiva consumos innecesarios y distribuye responsabilidades. Las cáscaras de hoy, la yerba mateada ayer,  abonan la tierra que nos alimenta, sin recreo.
 El interior de la casa amarilla y naranja es abierto, pero con límites.
 Varios cartelitos en imprenta, localizados con estrategia, nos recuerdan ser concientes con el uso del agua, ordenado y prolijo con cada “coleambiente” (ambientes colectivos).
 La biblioteca invita a leer, y aclara que sus habitantes disfrutan su permanencia en los estantes luego de ser leídos.
 El living rojo es atractivo.
 El sueño de Nora —pintura sobre la pared— la expone desnuda y feliz sobre un hombre negro, desnudo y sonriente.
 Quizá la vida colectiva descongela los contornos. Como los pioneros que se animan a poblar los bordes de las ciudades.
 Otra pintura pequeña nos recuerda el compromiso con la vida. En rojo y con dedo en alto, un hombre indignado reclama. Detrás de  él se recorta  la silueta de perfil de una mujer multiplicando  justicia y verdad.
 Cerca de uno de los dormitorios un hombre feliz protagoniza la última pintura. Aferrado al timón de un velero, nutrido de amor y compromiso social, vuelve del exilio dispuesto a navegar mares nuevos.
 El sueño del navegante es tal vez el mío. Lo encontré retratado.
 ¿Retornar del exilio elegido es posible al regreso de las vacaciones?