domingo, 13 de septiembre de 2015

Carlos Margiotta



Demasiado rubia para morir así (III)  
Carlos Margiotta

Angélica me estaba esperando vestida de elegante sport, con una campera de cuero y un pantalón de pana ajustado, era la ropa que había traído para el fin de semana. “Hola amor, quiero ir a comer al Tigre, yo invito, necesito comprar unas cosas en el Puerto de Frutos”, dijo antes de zamparme un beso prolongado en la boca.
Bajamos a la cochera y subimos al Gol -no me gusta manejar en la capital pero en ocasiones como ésta lo disfruto- además la Tana estaba radiante con su belleza rara que me atraía tanto y me devolvía mis mejores años.
En el camino no paró de hablar, haciendo planes sobre nuestro futuro, incluso llegó a proponerme que me mudara con ella a Saladillo, ciudad en la que vivía desde los tres años. Yo asentía con la cabeza dejándola soñar pero sin responder a su reclamo. Mis pensamientos estaban ocupados en el caso Luciana.
En uno de los peajes de la Panamericana recibí el llamado de Barrientos contándome que estuvo con los padres de la víctima y que no sabían nada del pasaje a Necochea, ni conocían la existencia de algún novio, ni tampoco de amigos o amigas, salvo la relación con tres compañeras de estudio a las que iba a interrogar. “…gente muy sencilla, laburadora”, finalizó diciendo.
Llegamos al Tigre a las 3 de la tarde, el plan era tomar una lancha e ir a un recreo para pasar la noche. “No te enojes reservé una habitación en un lugar de cultura oriental, se hace meditación, yoga, se comen verduras, y se reza una oración al atardecer mirando el poniente, Bhagavad-Delta, se llama”. Yo trague saliva y puse mi mejor cara de felicidad para no arruinar el día. “Vamos a comer por acá”, dije, y nos fuimos a una parrilla de la costanera ceca de viejo Casino. Mientras esperábamos que nos sirvieran la comida Crónica TV anunciaba el crimen de la rubia a través del televisor que colgaba en el  local. En la nota le hacían entrevistas a algunos  vecinos, apenas pude escuchar entre el ruido de los comensales que se trataba de una buena piba, estudiosa, tranquila y solidaria con los asuntos del barrio.
Subimos a la lancha que nos llevaría al recreo y apagué el smart-phone para no molestar a la Tana que tantas atenciones tenía conmigo. Una mujer vestida de hindú nos llevó a una habitación de madera frente al río, la decoración estaba llena de almohadones, estatuitas de Buda y fotos de Sai Baba. Mientras Angélica se cambiaba de ropa fui a dar una vuelta por el lugar, era una excusa para prender el celular y ver los mensajes. Mi amigo Guzmán, desde la Terminal de Retiro, me informaba que el pasaje a Necochea había salido completo con la excepción del asiento de la víctima y que el asiento contiguo estaba a nombre de un tal Gonzalo Perrone. Sabía que ese dato no era significativo pero seguí mi corazonada y le reenvié el mensaje a Barrientos junto con la planilla del pasaje.
Esperábamos la noche reclinados sobre unas reposeras junto al río. Los demás visitantes –dos parejas de jóvenes y dos mujeres maduras- oraban varios metros detrás nuestro, era como un murmullo que cortaba el aire manso del atardecer. Más tarde nos encontraríamos todos en la cena rodeados de canastos con frutas y panes caseros hechos en un hormo de barro que descansaba detrás de la cocina.
La luna creció pintando el agua de blanco y el paso de alguna lancha tiñó la orilla de estrellas. Entonces Angélica se soltó el pelo agitando su cabeza, y me miró a los ojos. Yo sabía que me quería decir con ese gesto y nos fuimos a la habitación.
El domingo nos levantamos temprano y después de desayunar tomamos la lancha de regreso al Puerto de Frutos. Allí la Tana compró unos regalos para la hija mientras yo me paseaba por el muelle disfrutando del sol y de la vida.
Cuando llegamos a mi departamento noté a una Angélica extraña, ya no sonreía y parecía preocupada. “Me voy a casa” dijo abruptamente, “Necesito estar en mi casa. Perdóname Arévalo, no me pidas explicaciones”, la miré desconcertado. “No es con vos, entendeme son cosas mías”. La lleve a la terminal de las combis debajo del Obelisco, volví a casa, estaba cansado y me acosté a dormir una siesta tardía. Eso me pasa por salir con mujeres más jóvenes que yo, pensé.
El lunes temprano recibí el informe de la autopsia: “El arma homicida pudo haber sido un destornillador tipo parker que atravesó la medula espinal entre la 15 y 16 vértebra. No había restos de actividad sexual, ni otras lastimaduras en el cuerpo, sólo se encontraron algunos vellos púbicos que se enviaron al laboratorio para obtener el ADN. Tomé un café en los Galgos y ojee los diarios. La foto de Luciana aprecia en la sección policial. Era hora de visitar a Mimí.
Salí del café a caminar por Plaza Lavalle, suelo sentarme en algún banco para meditar entre al Palacio de Justicia y el Teatro Colón, ente la paz de una utopía y las melodías celestiales. Al rato decidí llamar a Martina, una médica veterinaria de Necochea, hija de un gran amigo con el que integrábamos la “línea dura” de la repartición cuando nos enfrentábamos a algunos sectores policiales corruptos. Hacía pocos años había muerto en un tiroteo con la mafia del puerto de Quequén. Le conté lo que pasaba y le pedí que me averiguara por sus contactos los antecedentes de los pasajeros que viajaron el 17 de Julio, a las 23 horas, a esa ciudad por la empresa Domínguez, y le pase la lista que me había enviado Guzmán. Yo sabía que Barrientos iba por lo seguro y no iba a perder tiempo siguiendo mi corazonada. Antes de terminar la conversación me dice: “Tío, conozco a uno de ellos” y me habla de Gonzalo Perrone, “… era compañero del colegio y se dedica a trabajos de albañilería, pintura y plomería. Es un tipo jodido, seduce a las clientas, le saca plata por adelantado y no les termina nunca el trabajo. Se fue a vivir a Buenos Aires hace algunos años donde esta casado y con una hija”.
¡Qué historia, estoy cansado de estas historias!, pensé.
En eso me llama la Tana, “…perdoname lo de ayer pero ando con muchos problemas…”, hice como que la escuchaba y traté de no enroscarme en una conversación sin salida, “…llamame…”, terminó diciendo.
Emprendí mi camino hasta el boliche de Mimí, enfrente de donde había estado el viejo Clínicas. El bar estaba con pocos estudiantes, ella me llamó con la mano y pase detrás del mostrador. “Sí, la piba venia seguido, siempre acompañada por dos o tres compañeras de la facu, a veces se quedaba hasta tarde estudiando” y ante una pregunta puntual, contestó: “No noté nada en particular, aunque en ocasiones la veía muy cariñosa con una piba morocha. Nada en especial, viste como son las chicas ahora, parece que se manosean pero lo hacen para calentar a los muchachos”. Me despedí de Mimí con beso y las gracias.
Tenía hambre pero era todavía temprano para almorzar, volví a la oficina, tenía un mensaje en el contestado de una vieja clienta que quería consultarme porque sospechaba que la socia en un negocio de ropa le robaba. No le contesté. Habían llegado las facturas del teléfono y de intenet pero tampoco abrí los sobres. La llamé a la Tana y no tuve respuesta. Me dieron ganas de dejar de trabajar y mandar todo a la mierda. Antes de salir recibí unas fotos que Martina me había prometido, era Gonzalo en una fiesta de egresados, el tipo me parecía cara conocida. Lo llamé a Barrientos para informarle de asunto. Me atendió brevemente, estaba interrogando a algunas de las compañeras de Luciana. “Después te llamo”, dijo.
Salí a comer, no quería llenarme el estómago y entré en la Academia y pedí un te de hierbas con un tostado. Después iría a caminar por Corrientes para recorrer las librerías y ver qué de nuevo había en novelas policiales. El género había cambiado mucho desde que empecé a leerlas, ahora me entusiasman las provenientes de los países nórdicos, y recordé mi viejo sueño de convertirme en escritor. “Usted escribe muy bien Arévalo” decía mi superior cuando presentaba mis informes en la escuela de policía. “Cuando se retire puede dedicarse a eso”. La opinión era compartida por el jefe de redacción del diario el Popular, vecino mío de la época en que vivía en Avellaneda.
Últimamente habían vuelto mis deseos dedicarme a escribir novelas policiales, tenía el conocimiento, la experiencia y los contactos suficientes para poder hacerlo. Tendría que hablar con Lido, un amigo editor, para que me aconsejara sobre el tema y buscar un seudónimo, pensé.  
Estaba por pagar la cuenta y recibo un mensaje de Barrientos “Tengo a una sospechosa, parece que la víctima tenía una pareja femenina, no te puedo dar más detalles”. Crucé Callao y cuando llegué a la librería Hernández entré a saludar al viejo Rinaldi que me invitó con un café. “Hoy se escribe mucho y mal, se publica mucha mierda y se vende poco porque se lee poco”, dijo. Al salir me paré a leer los afiches de las películas del cine Lorca, estaba por empezar una italiana de Moretti, entré para distraerme y abrir un paréntesis en lo cotidiano sin culpa. Salí conmovido, el film me había pegado ahí, donde mueren las palabras. Cuando caminaba de regreso a casa vi a mi madre llevándome de la mano hasta detenerse un quiosco y pedir: “Una cajita de maní con chocolate”, sonreí para mis adentros.
El martes amaneció gris, había dormido bien y creo haber soñado que firmaba libros en la presentación de mi primera novela. Un mensaje de Barrientos decía que encontraron un destornillador tipo parker enterrado en una maceta de la terraza de un vecino y que no se reconocieron huellas. “Nos tenemos que encontrar… tengo novedades para contarte…” escribí, “Mas tarde nos vemos”, dijo. Yo había decidido colgar los botines pero no quería hacerlo hasta cerrar el caso. Estaba seguro que la clave estaba en la relación entre Luciana, Gonzalo y otra piba.
Angélica había desaparecido de la escena y no tenia noticias de ella. Entonces me fui a ver a Mimi. “Que te pasa Arévalo que andas tan ansioso”, dijo al recibirme en su café vacío por las vacaciones de invierno. Le conté que había decidido dejar de trabajar, que tenía unos pesos ahorrados y que pensaba dedicarme a escribir. “Era hora, ya sos grande para andar persiguiendo fantasmas” y me animé a contarle de mi relación con la Tana tratando de que se no pusiera celosa. “…también sos grande para salir con pendejas, además tené en cuenta que salir con un tipo que trabaja buscando asesinos, asusta.”
De allí me fui al San Bernardo, un famoso bar de Villa Crespo. Allí nos encontrábamos cada tanto con algunos muchachos de la promoción. Al llegar recibo un texto de la Tana:
“Hola Arévalo, te extraño, estuve muy ocupada pero mañana estoy por ahí, chau amor”. Comimos una picada con cerveza y jodimos un rato, la mayoría se habían retirado y algunos trabajaban en distintas empresas de vigilancia. Volví a casa medio chispeado y me acosté un rato, necesitaba recomponer los fragmentos dispersos del crimen y pensar en ordenar los de mi vida. En la modorra escuché otra vez la voz de mi padre cuando me llevo el primer día de clase a la escuela de mi barrio: “Seguí tus sueños, no tengas miedo”
A la noche me encontré con Barrientos para cenar en Pippo. Le conté que me retiraba del negocio “Me alegro por usted maestro”. Me contó que por la mañana interrogarían a Gonzalo y que había una tal Melisa muy comprometida. “No tenemos ninguna prueba pero confiamos en que alguno se vaya a quebrar”.  
En la mañana del miércoles escuche el timbre y golpear la puerta, eran las siete, me levante y abrí la puerta. Angélica entró como una tromba, dejó el bolso sobre una silla y dijo: “Tengo ganas de hacerte el amor…” y me arrojo de espaldas sobre la cama. Una hora después estaba agotado pero la Tana insistía y terminamos juntos en una ducha caliente.
¿Cómo anda el caso?”, preguntó. Yo sabía que tenía que sacar a Luciana de entre los dos y que ésta era una oportunidad para afirmar mi decisión de convertirme en escritor, total más adelante podría contarle la verdad.  Nos sentamos frente al café con leche humeante y empecé mi relato. “Es un caso pasional, de esos que empiezan como un juego y terminan en un drama. El dueño de los departamentos donde vivía la víctima recibió una intimación de la compañía de gas para arreglar las cañerías que ponían en peligro la seguridad de los habitantes por su deficiente estado, entonces el propietario contrata a una empresa para su reparación. Uno de los operarios es Gonzalo Perrone, un tipo de unos 35 años, buen mozo con músculos atractivos para cualquier piba. Tiene fama de seductor, aprovechador de mujeres y estafador, por eso tiene que irse de su ciudad natal y venirse para acá, donde tiene una familia. En el trabajo en el PH conoce a Luciana y a sus compañeras de estudio que también se deslumbran por físico y buenos modales. Ellas también actúan el peligroso juego de la seducción, en especial la víctima y Melisa, una de sus mejores amigas, que en ocasiones simulan tener una relación lésbica para calentar al tipo, se exhiben con poca ropa, se tocan se besan y él le sigue el juego. Una vez les trae una caja de alfajores la Grifa de Necochea, ellas también se sienten atraídas por el tipo y empiezan a competir entre ellas y su amistad comienza a resquebrajase”.
Hice un alto en mi relato para hilvanar la historia y la Tana me tomó la mano. “Dale Arévalo que me pongo ansiosa”.
“Bueno, te hago corta. El tipo termina acostándose con una y después con la otra hasta que Melisa descubre que Luciana se va de viaje con él en las vacaciones de invierno, entonces roba de la caja de herramientas de Gonzalo un destornillador para usarlo como arma para matar a su amiga y culparlo a él. Supone que pasarán junto la noche previa al viaje, pero se equivoca, cuando Melisa llega a la casa el tipo ya se había ido y llevado sus partencias. Luciana esta bañándose y se desata el crimen. Melisa entra al baño discuten en voz alta, pasan al dormitorio y le clava el destornillador en la espalda, los gritos desgarradores son escuchados por los vecinos y la asesina huye por las terrazas, en las sombras de la noche su cuerpo se confunde con la un hombre”. Y seguí dándole detalles.
Mientras levantábamos la Angélica me miró sorprendida. “Arévalo no sé como soportas un trabajo así…” Entonces la tomé por la cintura la besé fuertemente, después otra vez en la cama, le conté la verdad.
El viernes Barrientos me manda el informe elevado a sus superiores. Coincidía totalmente con mi relato.

Liliana Isabel González



Una hoja de papel
Una hoja de papel
del derecho y del revés.
Hago un bollito
y juego con el pie.
La desabollo y la aplasto.
Me cubre del sol en verano.
Si la doblo otra vez
fabrico un barco que navega
en un charco.
Si se moja un poco
la soplo un rato
mi hoja de papel
me sirve para jugar
mientras canto.
Siempre llevo conmigo
una hoja de papel
Es una buena amiga
en cualquier lugar
que estés.

Navego en la utopía
La vida es una decisión.
La siento, la palpito. Vivo.
La abrazo y me abraza con pasión.
Le pido un poco, y me da todo.
Me lanzo en sus aguas
 turbulentas o tranquilas.
Si la cuido,  sonríe
si me arriesgo vibra y grita: ¡Vive!
Si me detengo espera a que descanse
si la escucho me susurra el camino
si la miro veo mi recorrido.
Solo cuando fluyo con ella
disfruto, soy plena.

Mi cartuchera
Cuando está completa
tiene muchos lápices
mi cartuchera nueva.
Los empiezo a usar,
mis lápices se achican
¡sin parar!
Cuando los presto
muy alegres van
para que otras manitas
pinten ¡hasta no dar más!
Si en la cartuchera
los quiero guardar
¡ni bolilla que me dan!
Los muy inquietos
se desparraman por la mesa
¡corren sin parar!
Uno tras otro saltan
sin paracaídas
¡uy, qué golpe  se dan!
Mis manos los intentan atrapar
en loca carrera
¡no se vayan a lastimar!
Una vez juntitos
cada uno vuelve a su lugar,
a la cartuchera nueva
que mañana volveré a usar.


Galería de Arte Alba

Los interesados en exponer en nuestra galería durante 2014, deberán remitir material y antecedentes para evaluación.
Dirigirse personalmente, por teléfono, o correo electrónico
a la coordinadora Paula Sánchez
 

DIRECCIÓN
Av. Belgrano 875  - CABA (1092) -  Telefax:  4343-9411
HORARIOS Inauguraciones: de 19 a 21 hs.
Galería; Lunes a Viernes de 11 a 17 hs.
 
 

Hernán Garay


         A las tres de la tarde de un día de agosto
                                                                    Hernán Garay

La rutina grabada a lo largo de toda una vida en la milicia, lo ayudaba a llevar adelante sus años, sus enfermedades y la  creciente ceguera, que lo encerraba cada día más en la oscuridad.
 Temprano ese día comenzó su actividad. Pese al calor del agosto europeo, no dejó de ponerse su pañuelo negro al cuello y su tapado de grandes solapas y dos filas de botones, que él mismo muchas veces remendó.
 Ayudado por su bastón y no por ello sin dificultad, comenzó su diario caminar hasta un promontorio del cual podía observar el rugiente mar. Ahora poco lo podía ver, pero eso no importaba.
 Allí, sentía el viento sobre su ahora arrugado rostro y sobre su blanco cabello.
 Ese viento le traía también entrañables sonidos de trompetas, de cascos de caballos, de rugidos de cañones, de choques de sables y lanzas, en síntesis le devolvía lo que había sido su vida, que ahora sentía que se le escapaba día a día.
 Pasado el mediodía regresó a la casa, se sentó en el sillón tan viejo como él y comenzó a mirar el pequeño fuego que siempre estaba encendido.
 Una vez más los recuerdos comenzaron a acompañarlo.
 Lentamente su bravo corazón dejó de latir y la poca luz que había en sus ojos se apagó.
 Se vio extrañamente joven caminando con su uniforme azul, sintió el peso y el ruido de su sable corvo colgado de su cinturón a su izquierda.
 Vio a lo lejos una torre con un campanario, que creyó haber visto antes, y cerca de ella a muchos soldados con uniformes de la patria.
 Alguien se adelantó cuya cara si, reconoció.
 Con una tonada fuertemente correntina le dijo:
 - Bienvenido  mi Teniente Coronel… lo estábamos esperando
 En ese momento comprendió.
 El anciano militar, lo estrechó en un abrazo y al hacerlo  tocó la espalda del correntino y le dijo:
 - Todavía está abierta esa herida
 - Es mi orgullo... fue la corta respuesta
 - Esa mañana cuando fui a verlo y a agradecerle ya era tarde,  se lo digo ahora muchas gracias, dijo el recién llegado.
 - El agradecido soy yo,  por haber podido cabalgar con usted hacia la gloria.
 El resto de los que allí estaban se acercaron a abrazarlo, vio allí muchas caras muy queridas.
 El lugar que Dios tiene reservado para los soldados,  a partir de ese momento fue mejor, porque el Primer Soldado de América, el Capitán del Nuevo Mundo había llegado.
 En un lugar del sur de Francia a las tres de la tarde de ese día de agosto un reloj detuvo su andar.


Jenara García Martín



                        Perfecta Jenara García Martín

Desde que nació estuvo sobreprotegida. Su nombre era Perfecta, elegido por su padre al escuchar al  médico, cuando vino a este mundo, que tenían una hija sana y perfecta. La amaron  a su manera, y ella respondía a ese amor como una buena hija. También recibió una  educación esmerada,  pero la convirtieron en una persona insegura y solitaria. Su forma de vida se reducía a las costumbres de sus padres,  ya mayores y bastante severos.
Un buen día, ya cercana a los treinta años, Perfecta se levantó decidida a efectuar un cambio en su vida. Pensó en cuánto la desagradaba su nombre y la vida que llevaba. Tenía grabado en su memoria la frase de su madre que siempre la repetía: “que le debía la vida”. ¡Qué vida! Una vida oscura, sin futuro y sin pasado. Sólo llena de vacíos y sufrimientos. Sin amigas de la infancia, ni de la adolescencia y menos de la Universidad, y pretendientes  “prohibido”. La “niña” podía pensar en contraer matrimonio y dejarlos. Lo único que le reconfortaba eran los momentos de rebeldía interna, puesto que nunca pudieron influir en su obsesión por la limpieza y la estética., y tampoco en su afición por las  Bellas Artes. Se inclinó por la pintura en el estilo abstracto, con gran éxito. Eran famosas sus Exposiciones.    
Impuso su carácter, oculto hasta ese momento,  y los condicionó a  sus gustos y costumbres. Fue un cambio radical en el hogar el que tenían que respetar y cumplirlo. .El nombre tenía que soportarlo para siempre como si fuera un estigma, aunque no se resignaba.
Escudriñando en su memoria, recordó  que era  el aniversario del casamiento de sus padres, cincuenta años de casados: “Las Bodas de Oro". Les ofrecería una cena-fiesta con todos los familiares y algunos de los pocos amigos que frecuentaban la casa. Como quería que fuera una sorpresa les pagó un día de excursión a las Sierras, cuyo regreso sería alrededor de las veinte horas,  advirtiéndoles que por la noche, tenían entradas para ir al Teatro a las veintidós horas y deberían  vestirse de gala: ¡No lo olvidéis!
A la hora prevista (las veintidós) empezaron a llegar los asistentes a la fiesta y  las puertas del salón se abrieron. La sorpresa de los homenajeados fue inenarrable y más aún, cuando Perfecta les comunicó que esa Fiesta era su regalo para celebrar sus Bodas de Oro, reemplazando la salida al teatro, por lo tanto tenían que recibir a los invitados.  Se emocionaron y agradecieron a su hija con un beso, que no permitió llegara a rozar su mejilla.
Las dos lámparas de cristal encendidas  con sus refulgentes destellos de luz  daban  más vida a todo el mobiliario del salón. La casa resplandecía como nunca. Perfecta,  había supervisado  todo con la obsesión habitual. Sus padres se mostraban orgullosos  escuchando las felicitaciones que dirigían a su hija.  La mesa, los adornos florales,  el menú,  todo preparado con gusto y delicadeza.
Perfecta  estaba resplandeciente. Vestida para la ocasión. Se había recogido el cabello en un moño alto que dejaba al descubierto su bello cuello de cisne. Resaltaban sus ojos claros y su rostro de suaves líneas, junto a su esbelto cuerpo, que le hacían parecer más alta y elegante. Y sonreía como nunca la habían visto hacerlo.    
La fiesta estaba resultando un éxito, hasta que los invitados se excedieron con el alcohol .Con descuido dejaban las copas en cualquier lugar. Los canapés a medio consumir, los tiraban al piso. Ella que se había esmerado tanto para ese acontecimiento.
¡Le arruinaron  la fiesta! 
Tuvo que retirarse por un momento  del salón para ocultar su rostro desencajado situación que fue observada por su padre quien quiso conocer el motivo de ese cambio,  pero Perfecta no le dio ninguna  explicación.      
El salón quedó en penumbra, iluminado sólo por las velas de la torta. Surgieron las felicitaciones de rigor y los aplausos al apagar las velas y prender de nuevo  las lámparas.
Mientras estaban sirviendo la torta, la tensión de su rostro no había desaparecido. Era otra. Tiró del mantel de la mesa donde había sido colocada la torta y cayó sobre la alfombra persa, que era una belleza, junto a platos, cubiertos, vasos (…)  y los invitados desconcertados ante el comportamiento de Perfecta recibieron improperios que salían de esa delicada voz, que ahora desconocían,  quien les abrió la puerta de salida del departamento. No les despedía con palabras, si no con hechos. Algunos en una situación deplorable, a consecuencia del exceso de la bebida, mas no la importó. Sus padres estaban desconcertados contemplando a su hija que no sólo sonreía, disfrutaba emitiendo unas carcajadas delirantes,  sin permitir su intervención.  Ni siquiera les dirigió una palabra. 
Cuando se retiró el último invitado, fijó una mirada extraña sobre la torta transformada en una montaña de masa uniforme, y a sus padres que se habían sentado en un sofá,  en actitud temerosa.  Perfecta ni se acercó a ellos. Seguía con esa misma risa delirante y destruyendo cualquier objeto que encontraba a su alcance. Sólo un pensamiento terrible cruzaba por su mente. Que la encerraran en una celda sucia y hedionda en lugar de una habitación blanca, ordenada y aséptica,  de cualquier hospital psiquiátrico.

José Miguel Diez Salazar



Bajo el gran firmamento Manhattan 2001
José Miguel Diez Salazar

Llegarían a ser las mentiras sublimes del cinismo, las más famosas mentiras cotejadas por la prensa, radio y televisión, de todas las épocas.
 Mentir por mentir profesionalmente siempre ha sido el deporte de Ministros y presentadores públicos al servicio de la política oficial, en las cavernas del subdesarrollo.
 Las ciudades depresivas del país sufren de tuberculosis nacional, y todos queremos gozar de una salud envidiable y normal.
 Las drogas deben terminar en la basura y los compradores y vendedores en los edificios del 11 de setiembre.
 1,850 bombas atómicas fueron reventadas en el mundo y nadie sufre de alteraciones mentales o posibles síntomas; mientras la salud sea de hierro y la mentira sublime.
 Y la verdad es que: La vida es caos, es insomnio, locura, guerras, catástrofes, pesimismo, estrés, lujuria, degeneración, inmoralidad, vicios, invasión.
 Y no te digo más sobre el paraíso de los psicópatas que sueñan con un mundo mejor.
 Soy un hombre público pero no oficialmente.
 Más bien me considero un poeta clandestino, que ve el destino del mundo cerca de la extremaunción y muy cerca de los Estados Unidos.
 Los farsantes, ya dije, las mentiras; y digo, los cínicos que merodean las naciones pobres de América; la quieren ver más pobre, más confrontada, confinada, más enloquecida y se llaman: Uribe, Micheletti, García, Calderón; apoyando empresas privadas y compañías extranjeras, a gerentes de la Banca y comisarios de la Industria, de la pendejada, del desmadre.
 ¿Qué nos ha traído las “virtudes del Capitalismo”?…
 Los Maras en el Salvador. Sicarios en Colombia. Bandas criminales en México. Mafias organizadas en Perú. Fantasmas de la economía en Chile y telarañas en un resto de naciones.
 Planeta 2009 si llegará al 2909, con los olivos rejuvenecidos y los frutos sabrosos, ortográficos; a solas, lírico, Vallejiano, hecho de humanismo rotundo, de ejemplo y solidaridad.

Negro Hernández



                  La suerte es mujer Negro Hernández

Estábamos en el Tres Amigos, el café de siempre, en medio de una partida de truco con Jorge, Sandoval y Oliverio, cuando el Mirón tiró la idea: ¿Qué tal si le hacemos un asado al Gordo para festejar su jubilación anticipada?.
Sandoval contestó inmediatamente: -Me parece fenómeno, contá conmigo para ser el asador, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico. 
-Si la hacemos un viernes por la noche puedo venir porque tengo guardia en el hospital el jueves, agregó Jorge, levantando un vaso de cerveza como diciendo ¡Salud! con el gesto.
Yo me demoré en contestar porque pensaba en la partida de truco que hacía un tiempo que no podíamos ganar y quería, de una vez por todas, romper con la racha. Esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré a Oliviero, mi compañero, para que me pasara una seña... un tres.
-¡Venga! Dijo, y tiró el cinco de copas.
-Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle al Gordo, contesté. Después arreglamos quien compra la carne y las achuras. También en la iniciativa de la propuesta me habían ganado.
-Podríamos hacerlo en el patio del fondo del café, dijo Jorge mientras jugaba un caballo de espada.
-¡Envido!
-¡Quiero!
-Veintiocho
-Son buenas
-Antes tenemos que pedirle permiso al Gallego para que nos preste el boliche.
En la tarde soleada de Barracas las pibas que caminaban por la esquina me distrajeron del juego un rato hasta que una morocha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces del truco y los ojos de la muchacha que parecían dos uvas color miel.
-¡Jugá Negro! dijo Oliviero.
-Y distraído grité ¡Truco!
-¡Quiero! dijo Sandoval. 
-¡Retruco! Volví a gritar
-¡Quiero vale cuatro!
-¡Quiero! Dije.
Sandoval puso el siete de oro, y yo jugué el as de bastos.
Cambió la suerte, pensé. Esa morocha me cambió la suerte. Como se la cambió al Gordo, el día que le ofrecieron en el banco donde trabaja, el retiro voluntario a cambio de toco de guita y seguir cobrando un sueldo hasta el momento de jubilarse. Fue justo un mes antes que se desplomaran los valores de las bolsas de comercio internacionales y los titulares de los diarios anunciaran una recesión mundial.
No hay nada que hacer, pensé, las bolsas, la recesión, la jubilación, la suerte son femeninas.
-¡Grande, Negro que lo tenemos!
Las palabras de Oliverio me volvieron a la realidad. El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. Sin embargo el interés por la partida se había desvanecido entre los ojos de aquella mujer y su cabellera negra y enrulada. Me moría de ganas por encender un cigarrillo para controlar mi ansiedad y me incorporé de la silla para estirar las piernas. Lo llamé al Gordo desde mi celular para comentarle lo del asado mientras me acercaba a la mesa donde estaba ella y no pude dejar de mirarla hasta que el hombre quecharlaba con la muchacha de dio cuenta. Tan evidente eran mis intenciones que tuve que volver sobre mis pasos sin que ella se diera cuanta de mi presencia. Entonces me acerqué al mostrador para preguntarle al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla y había acomodado unos balones sobre la bandeja.
-Gallego ¿hay algún problema para hacer una reunión el próximo viernes, mejor dicho un asadito en el fondo para festejar la jubilación del Gordo?
la jubilación del Gordo?
-Ninguno.
-Mirá que van a venir como cincuenta personas.
-Mejor, así cerramos el boliche y listo.
Volví a la mesa y detrás de mí el Gallego con la picada y la cerveza. -Ya arreglé lo del viernes y hablé con el Gordo, dije.
-Desde que se mudo a Belgrano se ha vuelto medio tilingo, hay que llamarlo a cada rato para que venga, dijo Jorge, mientras mezclaba las cartas para empezar el bueno.
En eso la belleza y el señor se levantaron y ella lo tomó del brazo, después subieron a un auto lujoso y se marcharon.
-¿La conocés? Me preguntó el Mirón.
-No, es la primera vez que la veo.
-Anda siempre por Palermo con algún viejito con plata, dijo.
El corazón se me partió en dos, como cuando me enteré que los reyes magos eran los padres.
-Negro, te toca repartir.
(La puta madre que los paríó, dije para mis adentros)
Y seguimos el truco. Yo totalmente distraído y sin ganas de nada. Un minuto después entró Marta al café y me miró con bronca porque sabía que debo cuidarme del colesterol y respetar la dieta. Pero no le contesté a su mirada cuestionadora, y al verme ocupado pidió una gaseosa en la barra como para esperarme.
Mi mujer tiene la mala costumbre de invadir mi territorio cada tanto, sobre todo cuando intuye que me estoy mandando alguna macana, pero esta vez me trajo suerte y ganamos el partido.

Natalia Samburgo



El papelito rosa Natalia Samburgo

Beatriz no había pasado un buen fin de semana. El repentino llamado de su jefe el sábado por la mañana la había dejado intranquila.
Aquel pedido tan extraño daba vueltas en su cabeza. No pudo disfrutar la fiesta de cumpleaños de su sobrina apabullada por las dudas. El domingo amaneció deprimida. Se acercaba el lunes y debía cumplir con el pedido. Ese pedido de auxilio de uno de sus jefes, pero que a la vez significaba traicionar a otro de ellos. El lunes debía llegar unos minutos antes al trabajo para sacar del cajón principal del escritorio de Enrique, un papelito rosa que contenía cierta información. Él no debía enterarse nunca de lo que allí estaba escrito. La misión era clara “toma el papel y destrúyelo”.
Beatriz se carcomía en dudas sobre qué pasaría si su jefe llegaba más temprano justo ese lunes. Pensó en ir media hora antes, pero el edificio no estaría disponible para entrar tan temprano. ¿Y si justo la encontraba hurgando en su cajón?”
No era nada placentero tener que estar en esa situación. Un papel rosa, dos jefes y una traición.
Durante la tarde decidió comenzar a leer el libro que había comprado el miércoles anterior y que había llamado su atención al pasar por la librería. Era un policial de un autor que ella nunca había leído. Se dispuso a comenzar la lectura esperanzada en lograr relajarse y olvidarse por un momento de la tarea encomendada para el lunes. Se preparó café y se sentó en su sillón favorito, tapada con una manta y sus anteojos de lectura.
El libro logró atraparla de inmediato. Las palabras del autor eran sumamente cautivantes y la sumergían en un mundo de delincuentes, detectives e intrigas. Las hojas iban pasando una tras otra sorprendiendo a la ingenua Beatriz con los sentimientos que se despertaban en ella: dudas, risas, tormento, agonía, alivio… todo eso en tan solo tres capítulos que llevaba leídos.
Al comenzar el capítulo 4, comenzó a bostezar, pero las intrigas de la historia fueron más fuertes que ella y continuó leyendo.
Para su sorpresa, la protagonista conseguía un empleo en una editorial y tenía dos jefes que no disimulaban sus diferencias. Uno de ellos preparaba una trampa para hundir al otro, pero eso solo lo sabía el lector. John Gibson hacía meses que perpetraba su venganza contra Henry York por haberse acostado con su mujer. Ni Henry ni Sara, su esposa, sabían que él estaba enterado de tal infidelidad. John colocó en el cajón del escritorio de Henry un papel rosa que eligió de entre un montón de papeles de colores y en el que había anotado “lo sé todo”. Cuando Henry leyera el papel, el teléfono sonaría automáticamente y una voz del otro lado de la línea le anunciaría que algo ocurría con sus abultadas cuentas bancarias porque allí ya no habría fondos. Todo estaba armado a la perfección.  Pero en una conversación casual con otro de sus socios, John cayó en la cuenta de que estaba equivocado. Todo había sido un error y no era Henry quien había estado con su mujer. Comenzó a sudar y tratando de aclarar su mente pensó rápidamente la manera de solucionar el lío que estaba a punto de hacer. Por un lado, llamó al banco y frenó la transferencia de fondos que había programado y que debía concretarse el lunes por la mañana. Luego llamó a su nueva secretaria y le ordenó que el lunes a primera hora estuviera en la oficina y quitara del cajón del escritorio de Henry un papel rosa y lo destruyera.
Beatriz no podía creer lo que estaba leyendo. Era como si le pusieran delante de ella el motivo por el que su jefe le estaba pidiendo auxilio.
Un sacudón la sobresaltó. Trató de abrir los ojos pero no podía. Cuando lo logró, vio que el libro estaba caído en el piso y no en sus manos como lo recordaba. Lo tomó para retomarlo y al buscar la parte donde la protagonista lograba sacar el papel rosa del cajón, cayó en la cuenta de que el libro no hablaba de ningún papel ni de dos jefes. Se había quedado dormida y su atormentada mente había enlazado la historia del libro con la suya propia.
No pudo hacer otra cosa que sonreír y sentir cierta tranquilidad. Al día siguiente iría y sacaría el papel rosa del cajón de su jefe. Quizás de esa manera, salvaría a uno de los dos.

María A. Escobar



                     Otra vez lluvia María A. Escobar

Otra vez  lluvia. Otra vez en domingo. Y truenos y si llegaba a caer un rayo  se sacudiría como una espiga doblada por el viento. De pánico, porque había escuchado lo que narraba su padre de hombres o ganado fulminados por éste. Por eso y aunque sólo tenía tres cigarrillos no saldría por nada del mundo. Se mantendría en su pequeña cueva y trataría de hacer cosas que iban quedando relegadas siempre para después, como ordenar los papeles que se apilaban sobre el bargueño-biblioteca-guardarropas, etc. ¿Por dónde empezar?  Aquello era cueva de cucarachas, ese bicho invencible pese a todos los venenos. “Se vuelven resistentes” me dijo el gasista que, por un trabajito, se había llevado la mitad de mi jubilación. ¿Cómo serían de resistentes los sobrevivientes de la bomba atómica o del napalm?  Parece ser que somos más frágiles que un insecto, que moriremos por miles el día que alguien apriete el fatídico botón, que ya lo están haciendo pero no van al fondo, al exterminio total.
Todo esto pienso porque llueve y recuerdo a Pessoa, que era otro desencantado. ¿los papeles, y la heladera que alguna vez deberé limpiar y el baño que necesita una buena fregatina? Bueno, me gana la metafísica. Nada importa verdaderamente y por eso es mejor sentarse a escribir y olvidar la escoba y el plumero. Onetti nunca salió de la cama. Pessoa murió a los cuarenta y nueve años quemado por el alcohol. Pavese se  suicidó a los cuarenta, Cuando se toca fondo……
Bueno, me arriesgaré a salir para buscar cigarrillos. Nada más y luego me meteré en la cama para escuchar la lluvia que, después de todo, es una bendición. Me lo dice el  jubiloso cantar de los horneros.

Fernanda López



                      ¿Por qué no te vas?   
                                                               Fernanda López

Tan segura de que ya no me hacés falta, de que hay formas diversas de vivir sin vos, y de repente un recuerdo que te trae de vuelta, y de repente la imposibilidad de tenerte que me sigue haciendo daño. Y sentirme sola, y saberte lejos, y desear que seas feliz, y saber que sos feliz y no poder evitar estas lágrimas, porque sos feliz con otra, porque sos feliz sin mí. Y sentirme vacía, y creer que en algún momento de tu perfecta vida se te escapará mi nombre, y desear que me eches de menos, y preguntarme de qué me sirve que así sea si no te tengo a mi lado. Y sentirme extremadamente vulnerable, y querer verte, y necesitar saber de vos, y soñarte y despertarme buscándote en mi almohada. Y preguntarme por qué justo de vos, por qué así, por qué aunque no consiga tenerte, por qué aunque pase el tiempo, por qué aunque se nos pase la vida, por qué aunque ya no pases por mi vida. Y preguntarme por qué tu recuerdo retorna cuando estoy acostumbrándome a tu ausencia, por qué te empiezo a extrañar de esta manera, y pienso que las cosas deberían ser diferentes, y pienso que tendríamos que habernos conocido antes, y pienso que no tendríamos que habernos conocido nunca, y pienso que no tendríamos, que no tendría. Y preguntarme hasta cuándo este dolor, hasta cuándo estas ganas de volver a verte, hasta cuándo esta angustia que te nombra, que te persigue, que te espía para sentir que te abrazo, que te acompaño, que te cuido y vos que ya tenés quien te cuide y yo que me muero de ganas de que vengas, de que vuelvas, de que te quedes, de que no te vayas, de que no sea cierto, de que exista una posibilidad de estar juntos, de que quieras que estemos juntos, de que me quieras, y vos que me eliminás de tu vida, que me cerrás las puertas, que te alejás definitivamente, que hacés lo correcto, y yo que dejo que tomes la decisión aunque me esté muriendo por dentro, que dejo que me dejes, que te vayas, que no vuelvas, que me abandones, que me ames sin amarme y vos que me hacés caso y te vas y yo que te hago caso y no te detengo.

Celia E. Martínez


                      Soy adoptado Celia E. Martínez

 La señora Teresa no me quiso. Fui adoptado por Lucía, una señora muy buena,me quiso enseguida, me mimaba y me cuidaba. Al principio tuve que tomar mamadera. La señora me la daba con cuidado porque apenas podía tragar hasta que me acostumbré.
Me tenía mucha paciencia, dormía con ella en su cama, era muy chiquito y tenía miedo que me pasara algo durante la noche.
Todos los días iba a pasear con ella , me llamaba su bebé .Me acariciaba y me daba besitos, me sentía querido y mimado.
Cuando crecí un poco comencé a comer. Ya me dejó jugar en su jardín y comencé a tener amiguitos, juntos jugábamos y corríamos. Me gustaba el sol porque sentía su calor.
Cuando llegó el invierno me cubrió con abrigo y me tapó en la cuna que me había comprado. Era feliz de haber sido adoptado.
Uno de mis paseos favoritos eran ir al campo que la señora Lucía tenía cercano a la ciudad, porque ahí me dejaba jugar libremente, no había peligros, ahí también encontré compañeros de juegos y correteábamos por el parque, a la hora de comer debía entrar a la casa, me día vení bebé es hora de comer, antes de hacerlo me lavaba, entraba sucio .
En el verano fuimos a la playa, allí también podía correr, me gustaba entrar al mar. A la hora de irnos me levantaba y sacudía la arena. Me compró juguetes allí, el que más me gustaba era la pelota.
Una tarde que paseábamos, una señora que iba por la rambla le dijo: que hermoso como se llama, Tobías: le contestó, lo adopté de muy chiquito L a señora que me lo dio no lo quería y yo necesitaba una compañía y alguien a quien darle todo el amor que tengo, no tengo hijos y mi marido había muerto hacía poco, me sentía vacía y sola y él necesitaba amor por eso lo mimo tanto y lo cuido tanto, para mí es como un bebé, Tobías llenó mi vida.
Yo orgulloso caminaba con mis cuatro patas a su lado. La otra señora le dijo -que importante es la adopción de perritos que otros no quieren-
Así crecí con el cariño de quien me quiso adoptar y me dio su amor.