viernes, 8 de agosto de 2008

NEGRO HERNÁNDEZ


ABEL, EL ACARICIADOR DE BARRACAS

Hasta hace pocos años no creía en los poderes sobrenaturales de los que prometen, a través de espacios televisivos o las páginas de diarios y revistas: curas milagrosas, encuentros de pareja, revelaciones astrales, destinos numéricos, tiradas de cartas, runas y todo el repertorio esotérico que uno pueda llegar imaginarse para acceder a los milagros. Son unos chantas, pensaba, que lucran con la ingenuidad de la gente.
Tampoco simpatizaba con las medicinas alternativas, como la homeopatía, la acupucuntura, el reiki y demás técnicas provenientes de oriente como la relajación, la imposición de manos, la transmisión de energía, el yoga y no sé cuántas más. Siempre fui un convencido del conocimiento científico clásico, aquel que ha sido experimentado y probado tanto empírica como racionalmente. Así fue, hasta que mi madre se enfermó de cáncer.
Es en los huesos, dijo Jorge, mi amigo de la infancia, que hoy es un prestigioso médico del Hospital Argerich. Lo único que podemos hacer, es acompañarla para que sufra lo menos posible. La medicina tiene sus limitaciones, pero en confianza, te voy a recomendar un tipo que va al café, uno alto, pelado que viste siempre una campera de gamuza. Se llama Abel, y dicen que sabe como aliviar el dolor de la gente. Sí, lo conozco de verlo en el "Tres Amigos" (el café de Barracas donde nos encontramos con Sandoval, el Gordo, el Mirón y muchos más), contesté. Bueno, yo le mandé algunos pacientes con el mismo problema que tu vieja y sé que es muy serio en su oficio, es una especie de Padre Mario, pero laico, al que los enfermos acuden por referencias de boca en boca y además no te cobra un mango, pero tenés que donar algo para un hogar de chicos de la calle que él mismo dirige.
Seguí los consejos de mi amigo y lo encontré en el café una mañana de mucho frío. Antes de presentarme Abel me extendió la mano. Ya sé por qué viene usted. Anoche me apareció su imagen en un sueño y presentí este encuentro, porque si hay un encuentro es que hubo una cita, dijo. Es un gusto para mí conocer al Negro Hernández, y agregó, voy a tratar de ayudarlo en todo lo que pueda. Lo acompañé hasta la casa de mi madre que vive en un ph del barrio y lo dejé a solas con ella. Mire, me dijo Abel, yo no soy manosanta ni hago milagros, su mamá no tiene cura, lo único que puedo hacer es acariciarla. Y ante mi gesto de ignorancia, agregó: Sí, yo me dedico a acariciar, y le aseguro que ella no sentirá dolor.
Mi madre murió unos meses después. Recuerdo que antes de despedirse ella me dijo: Me trajiste a un santo, hijo. Este hombre me va llevar a las puertas del cielo. Y sonrió.
A partir de allí lo invité a nuestra mesa de amigos para compartir entre todos buenos momentos en un ir y venir de anécdotas, amores desencontrados y anhelos irrealizables. Una mañana de invierno estábamos solos y aproveché para comentarle mi preocupación por los dolores en la espalda de Marta, mi compañera.
Mirá Negro, continuó Abel, yo no tengo una receta, todo depende del tipo de relación que tengas con ella y es todo muy subjetivo. Me ha pasado, de encontrarme con gente buena con la que sentís un cansancio dulce, y con otras muy complicadas con las con las que terminás agotado; es como es como si te chuparan la sangre y te cargaran con toda su maldad. Como te dije antes, no hay una técnica y si la hay, no la conozco. Lo importante es la relación que se establezca con el otro. Tenés que aceptarla, sin juzgarla, poniéndote en su lugar, dejadote llevar, es la única forma de conocerla y poder ayudarla.
Mientras lo escuchaba me imaginaba a Marta desnuda boca abajo en la cama, y a mí junto a ella lleno de ternura, acariciándola. Pensé a mi madre entregándole todo su dolor a este hombre sabio que trataba de transmitirme con generosidad su conocimiento y seguí escuchándolo atentamente.
Le ponés la mano así, sin tocar el cuerpo todavía, y poco a poco la vas acercando lentamente unos centímetros hacia la superficie recorriendo toda la piel. Vas a darte cuenta dónde sufre, gene-ralmente no es en el lugar que el paciente cree. La piel de ella te lo va a decir, vas a escuchar como un grito en las yemas de los dedos y allí recién vas a apoyar tu mano que estará tibia por el reconocimiento anterior. Eso sí, no se te ocurra nunca caer en la tentación erótica, porque es para su bien, no para tu placer. Te vas a encontrar con zonas que se resisten, que se cierran a tus caricias, y otras que se entregan mansamente. No te dejes engañar porque allí donde está la resistencia esta el padecer.
Te puedo seguir describiendo paso a paso como lo hago, siguió diciendo Abel, pero el secreto está en descubrir cómo ella quiere ser acariciada. Si lo lográs te ofrecerá un lugar dentro de su alma que no se lo ha mostrado a nadie, es un lugar vacío, misterioso, desértico, donde sufre, gime, es como un nudo que tendrás que desatar en un lugar que nunca ha sido amado. Y te va a pedir, sin palabras, que te ocupes de él, que repares eso que alguna vez fue dañado.
No seas impaciente, ni tratés de forzar tus caricias. Ahí dejarás descansar la mano un rato para hacerla girar como las agujas de un reloj, despacio, muy despacio y volverás sobre la piel en el sentido contrario. El cuerpo te va a entregar su dolor entero y vas a sentir en tu mano como un, calambre y tus dedos se endurecerán. Después, la tensión se afloja, el cuerpo se relaja, casi con placer, volviendo a su equilibrio. Entonces levantás tu mano cansada y la sumergís en un recipiente de agua caliente con sal.
Me fui a trabajar pensando en la charla y sentí agradecimiento y a la vez admiración por Abel. En el diario tuve un día muy agitado por causa del conflicto del campo con el gobierno. Sin embargo, me hice tiempo para llamar varias veces a Marta, pero no me animé a contarle nada.
Cuando volví a casa caminé las cuatro cuadras que me separaban de la avenida Montes de Oca, tratando de quitarme el estrés de la jornada y la ansiedad por llegar a casa. Las palabras del acariciador todavía resonaban en mi cabeza como un eco. La neblina de la noche me hizo recordar mi infancia en Barracas cerca del río y al doblar la esquina creí ver a mi madre, acariciando la cabeza de un pibe morocho parecido a mí, diciendo: Sana, sana culito de rana, si no sana hoy, sanará mañana. Y me atravesó la duda ¿Podré llegar a ese lugar nunca acariciado de Marta? ¿Ella querrá entregármelo para consolarlo o sólo le interesará mostrarlo por el simple placer de exhibirlo? Entonces todas mis caricias serán en vano.

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


LOS ABRAZOS DEL SEÑOR RAMÓN

En una humilde casa de un barrio antiguo de Bolivia llamaron a la puerta, y la mujer que cocinaba salió raudamente, como un disparo, atropellada. Por seguridad preguntó quién era, pero en verdad ya lo sabía, lo estaba esperando con ansiedad. Abrió y ahí estaba ese hombre morrudo, de extraña calvicie y anteojos de un gran aumento.
-Vení, pasá, apurate - La puerta se cerró tan rápido como se había abierto.
Aleida jugaba con una muñeca y se quedó petrificada observando a esa persona que la miraba profundamente a los ojos y le sonreía...
-Él es el señor Ramón... es amigo de tu papá- La muñeca cayó al piso y el rostro entero de la niña quedó encendido en una expresión de asombro y de alegría. Quiso correr hasta los brazos de ese hombre que algo tenía que ver con su padre, pero el miedo, la vergüenza, la dejaron estaqueada al piso cuarteado de la casa ...
En la noche templada cenaron arroz con frijoles y la plática se extendió hasta altas horas. Había tanto para contarse que el tiempo no alcanzaba y transcurría muy ligero.
Aleida estaba contenta, iba y venía, saltaba... Un golpe seco, profundo, se escuchó de pronto, y todo fue un torbellino de gritos, llantos, preocupación... La niña se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza. Ramón la asistió, la contuvo, la revisó, sufrió con ella y lloró con ella, y una vez que supo que no era grave, la abrazó con toda la fuerza de que dispuso. La besó y la besó, y fue tan efusivo que la niña se sintió conmovida...
Al día siguiente, cuando despertó, el hombre ya no estaba. Pensaba y pensaba en él mientras tomaba la leche. Le confesó a su madre: "Me parece que ese señor está enamorado de mí"
Muchos años después le contaron la verdadera historia. Ramón no había sido otra persona que su padre: Ernesto Guevara de la Serna, el Che, el heroico guerrillero que había liberado a Cuba del tirano Batista, el mismo que le ganara la pulseada al mas cruento imperialismo norteamericano... Aquella noche había vuelto de un viaje a Moscú y entró a Bolivia con un pasaporte falso, con una falsa calvicie y unos anteojos también falsos.
Criada en tantas ausencias Aleida no había sido capaz de reconocerlo. La CIA pisaba los talones del guerrillero, y nada, ni siquiera su nombre pronunciado por la boca inocente de una niña, debía quedar librado al azar... El hombre no podía hablarle pero a su modo le había transmitido en ese abrazo todo el amor de un padre a un hijo. Y alcanzó para que ella lo recordara siempre que se sintiera triste. Le alcanzó para saberse amada y para aliviar los estragos de la soledad en que la dejó su fusilamiento en Vallegrande... Esa noche quedó grabada en su memoria. Los abrazos del señor Ramón templaron su piel y la gloria revolucionaria le dio su verdadera dimensión y su lugar en la historia.

JUANA SCHUSTER


EL ENCUENTRO

Otoño: Me gustaría que cenemos juntos.
Primavera: No puedo. Me lo impide el verano. No me deja pasar.
Otoño: ¿Por qué no nos reunimos esta noche en el Palacio de Rhodas?
La mesa tenía candelabros que iluminaban el gran comedor. Un largo mantel de hilo blanco parecía un papel abierto.
Primero llegó el Sr. Otoño, depositó hojas amarillentas. Dejó a un costado un bolso bien cerrado. El viento níveo de los fiordos de Noruega no se escaparían. Dispuso frutos en un bols y se sentó junto a la chimenea.
Entró el Invierno. Abrió su bolsa. Desparramó la nieve de Austria. Colocó ovillos de lana en cada plato. Se acomodó cerca de las llamas. Apareció la Primavera. Desparramó dalias y rosas. Abrió su cartera. Surgió una miriada de mariposas. La acompañaban un mirlo y un colibrí. Se quedó de pie en el balcón.
Entró el Verano. Sacó la arena caliente de las playas para colocar el sol en un jarrón de cuello delgado; no quería que se escape.
Entonces hubo un pálido sol agachado que no quería golpearse contra el vidrio. Después de comer, el Invierno se acostó. Tenia frió.
El Verano se fue al mar. Estaba acalorado. Llevó la vasija consigo. La Primavera y el Otoño se quedaron solos. Él la invitó a bailar. La llovizna que le salía de la nariz, no se lo permitía.
La Primavera quiso tocar el piano. Las luciérnagas no quisieron iluminar las teclas. Estaban conversando.
El Otoño le propuso casamiento. Ella no aceptó. Somos muy distintos.
Él se puso a llorar tanto, que produjo la inundación de aquella vez.
¿Te acordás?

NORMA PADRA


TODO FRUTO TIENE SU SECRETO

Transito por los caminos misteriosos de la frugalidad y la sensualidad mientras estoy frente a un fruto, un simple higo, simiente, comienzo de vida, placer de néctar pálido, dulce, brilloso, carnoso, juego con todos los sentidos, con los ojos, el olfato; lo degusto, toco su aspereza externa, y la vellosidad interna y rosada.
Hasta puedo escuchar su lamento al separarlo con mis labios.
Y me lleva el recuerdo al jardín de mi abuelo, a sus higueras, a mi infancia, a esas tardes en que él, tomaba con sus manos esos frutos, y los dejaba en mis manos.
El abuelo tenía la misma dulzura que esas tardes en el jardín, rodeados de aromas de flores, placeres y sabiduría. Siempre contaba historias que había aprendido en su tierra natal. Lleno de nostalgia, él y yo comíamos esos higos en pétalos, maduros, compartiendo secretos, sólo los dos en el jardín de la infancia.

GABRIEL BRENNER

APPASIONATA

Entre las décadas del 20 y el 30 se funda en la ciudad de Buenos Aires, un centro cultural y social, al que llaman Sociedad Hebraica Argentina. La sitúan en un primer piso, encima de un local de camisería, al trescientos de Callao. Ilustres personalidades de la vida cultural del país y del extranjero, ocuparon su tribuna en memorables charlas, conferencias y debates sobre temas de la época. Muy digna de mención fue la charla que dio allí Albert Einstein, que colmó totalmente la capacidad de la S.H.A, siglas de la institución.
También en sus salas se escucharon las interpretaciones de los grandes virtuosos musicales que venían contratados por el Teatro Colón a por la Asociación Wagneriena y no dejaban de presentarse en la S.H.A. en inolvidables conciertos.
Antes del fin de la década de los treinta, comienza a construirse una nueva sede, en un enorme terrero sobre la calle Sarmiento cerca de José Evaristo Uriburu, donde primordialmente se prestó mucha atención a los deportes, como una forma de captar a jóvenes, adolescentes y menores, que en esta nueva etapa podrían desarrollar actividades deportivas, acompañando a la parte social y cultural. Una gran pileta reglamentaria para formar nadadores que se destacaron en distintas pruebas. Una cancha de pelota a paleta para los adultos que venían jugando desde los viejos tiempos de la Av. Callao. Un enorme gimnasio y también un salón social, lindando con la confitería y el restaurante, y por último una sala teatral con buena capacidad en butacas repartidas entre la platea y el pullman. Muy importante de nombrar es la muy surtida biblioteca, dirigida por dos eruditos, laureados en las letras, que aconsejaban sobre todo a los jóvenes que se iniciaban en la lectura.
Toda este introducción la voy a coronar con un importante concurso de piano que alrededor de mediados de los años 40, se realizó en este club. Se presentaron los mejores candidatos el premio que eran futuros concertistas, alumnos de diferentes maestros. El jurado estaba compuesto por grandes del arte musical: Directores de orquesta, concertista consagrados, críticos musicales, de cuyos nombres sólo recuerdo el del gran maestro Juan José Castro.
Voy a relatar lo que ocurrió cuando tocaron los finalistas. Yo me pude ubicar en un asiento de las primeras filas en la sala del certamen, frente al gran piano de cola y a un costado de los miembros del jurado, con la mesa llena de papeles. Ya habían pasado dos concursantes y ver la en la cara del Maestro, un gesto de aburrimiento, mirando hacia todos lados, alzando la cabeza, como contando cuantas luces estaban encendidas o mirándose las manos comparando una con la otra y acomodando la silla. Al finalizar el ejecutante, hubo aplausos y se anuncia que a continuación le correspondía el turno a una joven alumna del maestro Raúl Spivak, preparador de muchos grandes concertistas, de renombre universal. Esta pianista se llamaba Dora o Eleonora Spivak (no recuerdo bien) Ella se acercó al piano, no parecía tener más de veinticinco años. Alta, delgada, saludó al público y luego al jurado y se sentó ajustando la altura de la banqueta y anuncia que tocará la sonata Appasionata de Beethoven. El público aplaude aprobando efusivamente la obra elegida.
La cara de Juan José Castro impenetrable, hasta se le puede adivinar un gesto como dando por sentado que seguirá su aburrimiento. Ella comenzó con las primeras notas y en menos de cinco minutos, yo no dejaba de mirar de tanto en tanto, que iba pasando con Castro, le habla cambiado la expresión y apoyando un codo sobre la mesa, no le quitó la vista a la joven. Poco tiempo después tenía los dos codos sosteniendo su cabeza. A medida que se iba desarrollando la obra yo no descuidaba el creciente interés por vela. Y el Maestro Castro, miraba asombrado la creciente capacidad de la pianista que acompañaba con gestos de admiración.
Pocas veces he visto, un certamen de este tipo, que el jurado entero con Casto al frente se hayan levantado de sus asientos y gritara los bravos acompañados de fuertes e interminables aplausos. Ni hablar de los presentes. Mientras la joven Spívak, muy emocionada, saludaba inclinando su cabeza hacia el público.En sus ojos brillaban las lágrimas junto a su risa nerviosa. El jurado la abrazó sobre el escenario y ganó el concurso. A partir de allí comenzó su exitosa carrera artística haciendo giras por el país y el mundo. Más tarde se casó con otro discípulo de Raúl Spivak, un joven de apellido Krausz, de origen húngaro y el matrimonio terminó radicándose en Europa donde establecieron una academia de música.

MARCOS RODRIGO RAMOS


LOS ALFABETOS DE LAS 221 PUERTAS


Sediento de saber lo que Dios sabe
Juda León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la clave.
Golem, Jorge Luis Borges

Este relato se basa en parte de mi diario, en lo escrito en el verano de 1969. He corregido, dejado afuera datos superfluos y resumido períodos que hubiera sido innecesario detallar.
Valeria del mar, 13 de marzo de 1969
Por fin he llegado al departamento. El viaje fue agotador pero valió la pena. Éste va a ser un año muy duro para mí, alejado de parientes y amigos, pero es una oportunidad que no puedo desaprovechar, demasiado dinero. El domingo debo presentarme. Atender a un viejo de 85 años que se haya postrado en la cama, nada nuevo para mí teniendo en cuenta que llevo más de 10 años trabajando en geriátricos.
15 de marzo
Todo salió muy bien. Cuando llegué a la casa del profesor Roshental me recibió su hija Érica, una rubia altísima de ojos celestes que me dio todos los detalles del estado de salud de su padre. Me consultaba en forma permanente como si fuera una autoridad y yo, ante sus encantos, me prestaba al juego. Era un típico caso de arteriosclerosis múltiple con locura senil. Sencillo, debía cuidarlo las doce horas de mi turno y, ante el mínimo percance, llamar de inmediato a su médico de cabecera.
18 de marzo

Por primera vez tuve oportunidad de conocer al doctor Runemberg. Su parquedad era tal que eliminó en mí todo deseo de extenderle la mano. Canoso, petiso y panzón tenía un aspecto tan desagradable como su carácter. Luego de darme las indicaciones generales se fue deprisa dejando impregnado en la habitación el tremendo olor a húmedo de su ropa.
20 de marzo
Aproveché mi primer franco para dar una vuelta. En las calles de Valeria del mar parecía reinar el mismo silencio típico de los pueblos que viven del turismo veraniego en invierno. Decidí caminar por la playa en dirección a Villa Gesell. Cuando ya anochecía divisé frente a mí una silueta pequeña. Se trataba de un muchacho pequeño, por su contextura deduzco que de 10 años o menos, estaba de espaldas, totalmente desnudo, flaco pero con el vientre hinchado, miraba al mar. El sólo verlo así me erizó la espalda pues hacía mucho frío. Quise hablarle. Al notar mi presencia giró y entonces asombrado observé que sus ojos eran blancos como los de un ciego. Salió huyendo hacia los médanos y enseguida lo perdí de vista.
25 de marzo
Cuidar al profesor Rosenthal es casi lo mismo que cuidar un vegetal. Me parece increíble que aquel despojo humano hasta hace poco tiempo era una eminencia internacional en investigaciones genéticas. Por suerte la casa cuenta con una biblioteca muy grande. De todos los libros que hay, uno me ha llamado la atención en particular: se halla dentro de una vitrina con candado y tiene cobertura de cuero rojo. Pregunté pero el personal de servicio me dijo que sólo el doctor y Érica eran los únicos autorizados para leerlo. No insistí pero, cada vez que paso frente a él, no puedo dejar de leer las letras color dorado de la tapa: "Los alfabetos de las 221 puertas"
8 de abril
Visité temprano la biblioteca municipal de Ostende. Sorprendido encontré colgado en una de sus paredes el cuadro de una mujer con idénticos ojos a los del chico de la playa, aparecía desnuda; detrás suyo una sombra espectral la abrazaba metiéndole las manos, o garras, dentro del vientre que sangraba. En sus manos tenía lo que parecían dos ojos humanos arrancados de sus cuencas. En el suelo había dos palabras escritas: "met" y "emet". Su mirada vacía me trasmitía tristeza y a la vez horror. Salí corriendo como un loco del lugar y todavía aún sigo sin entender muy bien por que huí así.
29 de abril
El doctor Runemberg citó a todo el personal para una reunión extraordinaria. En cuatro días partiríamos al casco de la estancia del profesor Rosenthal en Gualeguaychú por tiempo indeterminado. Si bien no especificó los motivos, los intuyo por el estado de salud cada vez más calamitoso del viejo. Habrá paga doble así que nadie se quejó del traslado.
30 de abril
Llegué demasiado temprano a la casa con las valijas. Entré y esperé a los demás en la biblioteca. Sorprendido descubrí el libro de los "Alfabetos" abierto sobre el escritorio. Me acerqué a ojearlo. Había un dibujo de un hombre atlético con los mismos ojos blancos de la mujer y el niño. Escritos con tinta roja, a su lado, había una serie de signos y símbolos que no entendía, entre ellos reconocí dos palabras: "met" y "emet", las mismas que había visto en el cuadro. Una mano delicada tomó la mía y cerró el libro. Quise disculparme, Érica colocó "Los alfabetos" dentro del escaparate y cerró el candado. Al verla sentada, con los anteojos negros y cabizbaja, comprendí que el motivo real de su preocupación no era el libro. Me preguntó por su padre, creo que fui demasiado duro al contestarle pues le dije que no duraría más de dos semanas. Se paró y comenzó a llorar ahogándose, le quise acercar un pañuelo y me abrazó con todas sus fuerzas, era impropio pero sentía un irrefrenable deseo de besarla, intenté acariciarle el pelo pero me apartó con los brazos y se fue corriendo.
Ahora me siento confundido, más por mis sentimientos hacia Érica que por lo que vi en el libro.
1°de mayo
Por problemas técnicos partimos un día después de lo programado. De las cosas que empacaron me llamó la atención una canasta grande llena de círculos blancos parecidos a las hostias que utilizan los cristianos en la ceremonia de la "comunión".
Gualeguaychú, 3 de mayo
Por la noche, el capataz de la estancia organizó un asado de bienvenida. Se carneó un ternero para los treinta comensales que había. No asistieron, aunque se los esperaba, ni Érica ni el doctor Runemberg. La atención fue excelente, comimos y tomamos vino sin parar. Ya cuando la somnolencia me estaba venciendo, vi a tres chicos, de no más de 7 años y de aspecto andrajoso, que le pedían algo al asador. Éste los echó con un palo como si fueran perros. Cuando pasaron corriendo cerca mío pude reconocer esa expresión de ojos blancos que me tenía tan intrigado en ellos también.
La borrachera nos suele dar una lucidez que no tenemos estando sobrios. En vez de perseguirlos tomé tres panes y les chisté. Se detuvieron al oírme y se acercaron. Eran un calco en miniatura del chico del mar, la misma contextura física, el vientre prominente, los ojos blancos. Un hilo de baba salía de la boca del más alto que fue el único que se animó a estirar la mano. Abrí los tres pedazos de pan y coloqué carne en ellos. Les pregunté cómo se llamaban pero no respondían. Cuando les dije si querían un sánguche los ojos de los tres parecieron brillar, creo que estaban llorando de la emoción, sonriendo abrían sus bocas a más no poder dejando entrever sus dentaduras incompletas. Les di la comida. Fue entonces que vi que se acercaba el asador con una barilla. Temí por ellos y les hice señas para que se fueran corriendo. El más alto antes de irse me dio un beso en la mejilla. Intercepté al asador a tiempo, la imaginación y la borrachera me permitieron crear una serie de alabanzas al asado dignas del mejor de los poetas que lo dejaron tan anonadado que se olvidó de perseguir a los chicos. La noche era cálida, no recuerdo a que hora me acosté pero si que dormí feliz.
8 de mayo
El doctor Runemberg llevó al viejo a realizar unos estudios especiales al hospital de Gualeguaychú así que tuve mi primer franco forzoso en la estancia. Caminé sin rumbo fijo y a las tres horas estaba perdido. Comenzaba a anochecer. Vi un resplandor detrás de una lomada y me dirigí hacia él.
En la depresión se hallaba una serie de casitas muy precarias, la mayoría de chapa. En el centro de aquella pequeña villa había una gran fogata con personas a su alrededor. Me acerqué confiado pero grande fue mi sorpresa cuando descubrí que todos tenían los mismos ojos blancos que el chico de la playa. Quise escapar pero sin que me diera cuenta ya me habían rodeado, hilos de baba caían de sus bocas. Les gritaba pero ninguno me contestaba acercándose cada vez más. De repente se detuvieron, de entre la muchedumbre aparecieron los tres chicos del asado y me tomaron de la mano. Nos dejaron salir. Juntos fuimos hasta el casco de la estancia y se despidieron con un beso en la mejilla. Cuando vieron al capataz acercarse salieron corriendo. Me preguntó que me había pasado. Sólo le dije que me había perdido. Nada más.

10 de mayo
El cuerpo del doctor Rosenthal está dando claras señales de no resistir más de dos días. Al terminar mi turno descubrí a Érica frente al molino con dos caballos. Me hizo un ademán para que me acercara. Gustoso acepté la invitación a cabalgar, no porque me gustara la equitación (la odio) sino para disfrutar de su compañía. Distendida comenzó a hablarme de su padre, embriagado por su perfume la escuchaba atento.
-Mi padre pertenece a la sexta generación de científicos de la familia. Siempre se vanagloriaba de que entre nuestros antepasados más lejanos se hallaban alquimistas y hasta incluso brujos. Casi por tradición, mi padre con sus investigaciones buscaba descubrir lo mismo que sus antepasados, el origen de la vida humana.
Me preguntó si sabía lo que era un "golem", le dije que sólo había leído el poema de Borges.
-La palabra "golem" proviene de una vieja leyenda judía. En el siglo XVII un rabino construyó un hombre artificial con barro. Éste era distinto a los demás. Vivía gracias a una inscripción que le ponía su creador y que atraía a las fuerzas del universo. Cierta noche el rabino olvidó quitar la inscripción y el golem corrió por las calles cometiendo crímenes abominables. El rabino lo capturó y lo volvió otra vez una estatua de barro. Para darle vida se exige el conocimiento de "Los alfabetos de las 221 puertas", se coloca de una manera especial sobre su frente la palabra "emet" que significa "verdad", para destruirlo se borra la letra inicial porque así queda "met" que significa "muerto". En cierta medida el objetivo de mi padre y de toda la genética actual con sus investigaciones sobre la clonación es hacer lo mismo que hizo el rabino, poder crear vida; ser, aunque sea por un momento, Dios.
Le pregunté por aquel pueblo de gente de ojos blancos que encontré el día anterior. Me dijo que era "los hermanos", que eran raros pero inofensivos. Era voluntad de su padre que estuvieran allí. Algo en su voz había cambiado cuando les pregunté por ellos así que decidí dejar de hablarle por un momento. Regresamos en silencio y se despidió dándome un beso muy cerca de los labios.


10 de mayo
Desperté sobresaltado por un relámpago. La lluvia caía copiosamente. Fui hasta la habitación y no encontré al profesor Rosenthal, su cama estaba tendida. Tampoco había nadie en toda la casa. Desde la ventana del segundo piso pude ver un camino de pisadas numerosas que se dirigían al sur.
Caminé siguiendo el sendero de las huellas que a pesar de la lluvia era bastante nítido. A las tres horas llegué a una lomada que reconocí de inmediato, detrás de ella ya no estaba la villa de "los hermanos", sino algo bien diferente; tarde me daría cuenta de lo terrible que estaba por ocurrir en ese lugar.
Cientos de "hermanos" de ojos blancos se hallaban formando una ronda alrededor de un altar de piedra en el que pude reconocer el cuerpo tendido del profesor Rosenthal.
Mantuve distancia y oculto observé como una mujer alta envuelta en una toga negra repartía unas monedas blancas parecidas a hostias. Cuando terminó de darles una a todos se colocó frente al altar, elevó los brazos emitiendo un grito agudo y desgarrador y, en ese grito reconocí la voz. Todos se metieron la hostia dentro de la boca y sentados se quedaron con la cabeza gacha.Corrí desesperado hacia ellos cuando vi que comenzaban a caer desplomados uno por uno. Cuando llegué ya era tarde, tendido junto al altar se hallaba el cuerpo de Érica. Le tomé el pulso pero ya estaba muerta al igual que todos "los hermanos" que estaban a nuestro alrededor. Llorando le quité los anteojos negros y, por primera vez, vi sus inmensos ojos blancos (los reales, los otros serían lentes de contacto) hermosos como los de los niños de la playa, como los de la mujer del cuadro, como los de los chicos del asado, como los de "los hermanos", "sus" hermanos. La besé por primera y última vez en la boca y al correr el pelo de su frente descubrí que tenía en ella escrito con sangre la palabra "met".

SUSANA NUÑEZ

INVIERNO

Un Otoño dorado
de hojas crepitantes,
fue la alfombra
que me llevó
hasta tu puerta.
¡Hace frío aquí afuera...amor!
Franquéame tu corazón,
que el Invierno llegó
-y sin tu calor-
la Primavera,

me encontrará muerta.


oooOooo


¡QUÉ MÁS DÁ!

¿Una mañana, o una tarde?
¿Quizás una noche?
¡Qué más dá!
Sé que te encontré
y que contigo viví,
al tope mis emociones.
Hoy sin rencores,
sólo hurgando recuerdos,
no encuentro aquél momento,
en que sin quererlo te perdí.
Vaya a saber cuándo fue,
que no lo recuerdo ya.
¿Una mañana, una tarde?
¿Quizás una noche?
¡Que más dá!



oooOooo


SIN AYERES NI MAÑANAS

Nada de lo que te dije ayer es cierto.
¿Lo entiendes?
Tampoco sé si será cierto,
lo que pueda decir mañana.
La única verdad
es la que intento balbucear ahora,
mientras mis poros
respiran por tus poros.
Conciente.
Anhelante.
¡Viva!
Asistiendo cual Lázaro
a la resurrección de mis entrañas,
por la bendición que en ellas tú derramas.

Te lo diré muy quedo
en un susurro fuerte.
-¡Te amo!

¿Que importa lo que te dije ayer,
o lo que pueda decir mañana?




ALICIA CHILIFONI

LUZ Y SOMBRA

Para el calor de hoy, que anuncia tormenta, el jardín no alcanza. Reviviendo la antigua costumbre caída en desuso, voy hacia la vereda con reposera, termo, mate, yerba y puchos, los que deben avanzar al mismo tiempo que yo.
Es noche ya, pero el barrio está muy luminoso. Me acomodo en un lugar oscuro, tras uno de los tres viejos paraísos que están tan tupidos como siempre en enero.
Desde aquí veo la calle de tierra, iluminada, primero por una luna redonda y enorme, con su cara tan boba como siempre, como cuando nos acompañaba desde la estación de trenes hasta mi casa de Pérez al regresar de Rosario, de visitar a la nona María; después por los focos del alumbrado público; algo más allá, veo la ruta 3, tan entrañable, que en otros tiempos llevó mi vida hacia Neuquén, y más tarde a Santa Cruz, y que ahora me tiene aquerenciada a su vera, haciéndome bromear con eso de que soy santafesina de nacimiento, neuquina por adopción, y bonaerense por desgracia, aunque a esta altura ya siento como si yo no hubiera vivido todo eso, como si lo hubiera soñado, o lo hubiera vivido otra persona, mientras yo imaginaba cosas desde siempre al amparo de la sombra cómplice del árbol fatigado.
Las luces de la hilera inacabable de vehículos que la recorren en ambos sentidos, que es lo que en realidad veo y me permite adivinar la ruta, aparecen interceptadas de trecho en trecho por los cardos del descampado de la esquina.
Un par de metros a mi izquierda, un vecino quema pasto y ramas secas para ahuyentar a los mosquitos con el humo. Las llamas se agitan al ritmo del chisporroteo, con la magia del fuego, que atrae, hipnotiza, con sus fantasmas naranja flúo.
Y enfrente, justo enfrente, un rectángulo de luz, nada original, luz doméstica, igual a tantos miles: es la ventana de la casa de Lucy, la menos rimbombante de las luces que veo, la más común, la más simple. Sin embargo significa que allí está Lucy, viendo la tele como siempre a esta hora. Entonces me siento acompañada, aunque ella esté en su casa y yo en la mía, porque no somos muy de visitarnos. Pero yo sé que está, como las tantas veces que la necesité. Y ella sabe que yo estoy.
En más de veinte años de conocernos, se nos fue haciendo costumbre, poco a poco, contarnos lo muy lindo y lo muy feo que nos pasa. Y el sólo hablarlo nos hace bien, nos alivia.
Por diferentes razones, ambas quedamos sin compañero, y eso nos hace todavía más afines, nos comprendemos con pocas palabras y mucha emoción cuando hablamos en serio, con carcajadas cuando bromeamos, con alborozo cuando cruzamos con el plato que es un búmerang, que va con bizcochuelo o pastelitos, y vuelve con empanadas o con el locro más glorioso que se pueda uno imaginar.Si hubiera huelga de luna, de faros, de focos, de fogatas, no me preocuparía. Pero, aunque se cortara la luz y tuviéramos que arreglarnos con una proletaria vela, el cuadradito de luz de la ventana de Lucy, que no me falte, porque entonces me sentiría desvalida, desorientada; entonces sí que estaría realmente a oscuras, aunque brillara la luna.

FEDERICO MATÍAS LÓPEZ


LA DEMANDA ANIMAL

Bebé conoce las patadas de la placenta (saben le convienen) estalla.
Bebé reclama y no escucha, no. A madre no le alcanzan los brazos. Tampoco le alcanzan los pezones, los chupetes ni esas miniaturas de Cadillac.
Bebé recuerda esas palmadas tan de ahora en el sanatorio; las vuelve a oir en sus glúteos. Madre finge en ese semisopor hamacando con el pie la cuna.
Juegos de plazoleta ¿porqué esos barrotes? ¿por qué?.
Papel higiénico roto en el humor creciente de la inmensidad del baño.
Renovados barrotes.
Venga la odiada bañaderita en el perro. Lo cubre, sádico (se entienden).
Padre asoma cada cinco o seis días con banderines para que bebé quiebre también el mástil del kinder. Jironéa todos y cada lienzo. Contempla la polaroid opacada por exposición al sol de watts... Si ese triciclo.
Madre de noche con rayos catódicos más satisfactorios y alarmantes que el primer diez.
Y los ochos suman.
Perro muerto en competencia ¿morirá la panza En poco, contrincante?.
Madre perpleja: bebé y bebé vecino destiñen por esos chupetes de nicotina. Las mejillas mnemicás.
Sindores y gaseosas no colman sus jornadas. Aguitas de Capadmalal y su salitre, pinceles, abecedarios, enciclopedias, autos, karates y ...
Bebé se impone, denuncia, demanda:
-¡¡Madre, tengo sed, tengo sed de todo!!

MARISA PRESTI

LA MENTE EN EL POZO

El papel temblaba en su mano izquierda. Era un papel cualquiera, pero para Mauricio Agote representaba el borde de un abismo. Nerviosamente, lo apretó con fuerza, como si pudiera neutralizar la amenaza de las letras escritas en él. En otras ocasiones hubiera ignorado el papel, y con cualquier excusa se iría caminando con el tranquilizador fresco de la mañana. Sabía que todo esto lo limitaba; había perdido muchas oportunidades por el mismo problema. Recordó aquel excelente trabajo en una agencia de publicidad que no pudo soportar, o mejor dicho, no lo soportaron.
Mauricio, esto no puede seguir así. La voz de su terapeuta le taladraba los oídos, le generaba bronca. Estoy harto de escucharlo, con su musiquita repetida en todas las sesiones. Como si fuera tan fácil, pensó, habría que ver qué hace si le pasara lo mismo. Varios métodos habían fracasado; el tordo trató sin éxito de liberarlo probando con meditación, visualizaciones, técnicas gestálticas...y nada, todo siguió igual.
Estuve pensando que usted tiene que enfrentar este problema de una vez por todas. Se negó, como siempre. Y entonces escuchó lo que nunca hubiera creído Mire, si usted no prueba, no voy a poder seguir atendiéndolo. Las palabras lo angustiaron; abandonar lo conocido, buscar otro terapeuta, contar de nuevo la historia de su vida, quedarse sin esa confianza ganada con tanto esfuerzo. Prometió que lo intentaría, y salió del consultorio con los ojos velados de gris.
La oportunidad, sin saberlo, se presentó al conocer a Florencia. Un breve intercambio de opiniones en la conferencia del doctor Cazales le bastaron para interesarse por esa periodista de ojos claros y charla incesante, sentada a su lado. Mintió sobre su presencia en la disertación; llegó a armar una historia de investigador universitario interesado en el tema. Florencia le ofreció su ayuda Podría darte buena información, hace tiempo que trabajo este tipo de notas. Un café compartido sin apuro, mientras caían las primeras sombras del atardecer de aquel sábado que le cambió el humor, fue el comienzo de otras salidas amistosas. Cine, teatro, recitales, hasta el día que ella dijo Te invito a cenar a casa el viernes, ¿podés?
Le anotó la dirección en la pequeña servilleta. Él la guardó cuidadosamente en su bolsillo derecho, con ese bienestar que anticipa la vida cuando nos concede lo que más deseamos. Se aspiró todo el entusiasmo de un sorbo, apenas podía disimular la emoción que corría por sus piernas, y esperó con ansiedad los días que faltaban para el encuentro. Por cábala o para hacer durar más el misterio de la mujer deseada, no miró la humilde servilleta adormecida por las arrugas.
En su sesión de terapia recorrió hasta el más mínimo detalle: la ropa que se pondría, ¿le llevaría flores o bombones?, quizás una botella de buen vino era más informal. Mauricio, trate de hablar de sí mismo, no se subestime. Usted tiene muchos aspectos valiosos, pero generalmente los oculta. Su amor por el arte, esos buenos cuentos que escribe, no se quede callado, a las mujeres les gustan los hombres sensibles. Agradeció las palabras estimulantes; esta vez se propuso no fallar, haría cualquier cosa con tal de lograr el amor de Florencia.
Cualquier cosa. Recordó su promesa sobre el puño cerrado que apretaba la servilleta. Frente al elegante edificio de la calle Sucre, paralizado, consternado, con el estómago endurecido como losa, supo que ella vivía en el piso veintiuno. Cualquier cosa menos esto. Sintió un mareo con sólo imaginarse ahí arriba. Quedó de espaldas, decidido a volverse; el peso del miedo inclinaba de nuevo la balanza en su contra. Te invito a cenar a casa el viernes, ¿podés?; la voz femenina le recorrió el cuerpo. Estaría ya arreglada, con la mesa puesta, la comida a fuego bajo sobre las hornallas, tal vez dándose el último retoque al maquillaje, esperándolo.En un impulso toca el portero eléctrico. Empuja la puerta y entra al hall. Frente a él, dos ascensores automáticos esperan su decisión. Respira Mauricio con toda la fuerza de sus pulmones, y elige el de la derecha. Tembloroso, busca el número veintiuno y aprieta; queda suavemente encerrado mientras el ascensor empieza a subir. Sube, sube más de lo que soporta, sube tanto que se afloja el nudo de la corbata, sube más que el temor de perder a su terapeuta, sube más que su deseo de Florencia. Sube para nunca volver a bajar.

CORA STÁBILE


AQUELLA EXTRAÑA ESCENA

Hoy paseaba por el parque y lo vi, estaba sentado en un banco de madera.
Observaba ensimismado una hoja en blanco, de un block que sostenía con ambas manos sobre sus piernas.
No sé bien porqué, pero el adoquinado del piso me produjo una profunda tristeza y ni siquiera el verde intenso de la espesa vegetación lograba disipar ese sentimiento. Observé que frente a él se alzaba ... ¿qué era eso? ... una pared circular baja y sobre ella una estructura de hierro formada por siete triángulos unidos entre sí y que se juntaban arriba rematando en un pequeño círculo metálico.
Cada uno de ellos contenía un vidrio opaco que no permitía divisar el interior. Sentí que él estaba fantaseando sobre el mundo que pululaba allí abajo y yo, desde un sitio algo alejado, comencé a hacer lo mismo puesto que aquella tristeza ya se había disipado.
Conté los triángulos y eran siete, un número cabalístico que, aún ignorando el motivo, siempre me atrajo.
Siete son los Pecados Capitales, siete las Plagas de Egipto, siete las Maravillas del Mundo, los colores del Arco Iris, los días de la semana, las vidas de los gatos ... y también siete los enanos que acompañaban a Blanca Nieves.
Los imaginé caminando por allí abajo, esos diminutos seres retozaban felices alrededor de una bella joven que, estoy segura, era la Blanca Nieves de aquel lejano cuento infantil y fue entonces que lo decidí: ellos habían vencido a las plagas, no fueron presa de ninguno de los pecados capitales, admiraban y valoraban las siete Maravillas del Mundo, amaban a los gatos y disfrutaban del Arco Iris.
Mi ocasional vecino continuaba estático y sentí pena por él, ni siquiera había notado mi presencia, vaya a saber qué dolor corroía su alma.Mi tendencia al drama estaba a punto de aflorar, giré mi cabeza hacia la izquierda y observé un bello espacio con flores multicolores, mi cielo se despejó y decidí seguir mi camino.

NORMA TRAFERRI


LA NUEVA GENERACIÓN

Todos éramos felices, papá, mamá, yo y Storky, mi perro labrador, mío, me lo regalaron a los cuatro años. Ahora le festejamos el cumple, tres, pero ya no estamos juntos.
Yo lo extraño a papi... Pero se decían cada cosa. Yo me tapaba los oídos, pero igual, las oía.
Lo llaman divorcio, y tengo que ir a la psicóloga para contarle que hago y que pienso, con eso de salir con uno y con otro.
Yo tengo otros compañeros del cole, que están igual, y ellos me aconsejan, lo que tengo que pedir a papá todo lo que me gusta. Y vas a ver, me contaban, antes no te lo compraban. Ahora, vas a ver que sí.
Mamá, casi siempre que tengo que salir con papi, me da papelitos escritos, que yo se los tengo que dar. Yo agarro y los leo. Que cuota alimentaria, que la cuota de la obra social, que la cuota del colegio, que más plata para mi ropa. Me acuerdo de todo. Yo me digo: ¿Porqué no se lo dice ella en vez de darme el papelito?
Cada vez que se hablan por teléfono, parece que se matan ya como de un palazo. Pero al otro día mamá llama a su doctor para todo esto. Y él, es como que cura todo.
Mamá con tal de que yo no grite y traiga al departamento amiguitos que rompan todo. Me da lo que le faltaba comprarme a papi.
En mi cole, ¡Lo paso tan bien! La Seño me cuida mucho y me da besos, porque, yo escuché. Saben que soy de los divorciados, así decían, y entonces, me retan poco.
Los fines de semana salgo siempre y me compran lo que pido. Así que yo le digo a Tomás, que sus papás se pelean mucho, me contó. ¡Ojalá se separen! Yo escuché clarito a mi Seño, cuando le contaba a otra Seño, que nosotros somos como una raza, pienso, nueva y mas importante que las otras, eso entendí, dijo: estos chicos son los hombres del futuro, y seguirán chantajeando a sus padres hasta el fin de sus días. No se que quiere decir esa palabra. Pero estamos mejor que los demás, que comen lo que les dan en sus viandas, y en su casa tienen que guardar ellos sus juguetes... Y sí Tomás, yo lloro un poco y tengo todo lo que quiero. Igual, yo a papi, lo extraño un poco...

JORGE LUIS BORGES

CON EL TIEMPO

Con el tiempo... aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.

Con el tiempo... te das cuenta que casarse solo porque ya me urge es una clara advertencia de que tu matrimonio será un fracaso.

Con el tiempo... comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo... te das cuenta que si estas al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás deseando no volver a verla.

Con el tiempo... te das cuenta que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero.

Con el tiempo... entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos, tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.

Con el tiempo... aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo... aprendes que disculpar, cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.

Con el tiempo... comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.

Con el tiempo... te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día lloraras por aquellos que dejaste ir.

Con el tiempo... te das cuenta que cada experiencia vivida con cada persona, es irrepetible.

Con el tiempo... te das cuenta que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados.

Con el tiempo... aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.

Con el tiempo... comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen, ocasionará que al final no sean como esperabas.

Con el tiempo... te das cuenta que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.

Con el tiempo... verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los
que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.

Con el tiempo... aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo... ante una tumba... ya no tiene ningún sentido.
Pero desafortunadamente... sólo con el tiempo...

GALERÍA DE ARTE

GALERIA DE ARTE ALBA Calendario 2008

5 al 19 de Marzo - Liliana Voss
26 de Marzo al 11 de Abril - Colectiva Liliana Voss
30 de Abril al 15 de Mayo - Celina Dubin
21 de Mayo al 5 de Junio - José Luis Crichigno
11 al 26 de Junio - Colectiva Beatriz Pappoto
16 al 31 de Julio Elsa Nélida Arena
27 de Agosto al 26 de Septiembre
22 de Octubre al 7 de Noviembre
12 de noviembre - Muestra colectiva de AAPAS

Av. Belgrano 875 - Capital Federal (1092) Telefax : 4343-9411
Inauguraciones : de 19 a 21 hs. Galería ; Lunes a Viernes de 11 a 17 hs.
Remitir material y antecedentes para evaluación o conectarse telefónicamente con Paula Sánchez