miércoles, 8 de octubre de 2008

LULÚ COLOMBO


LA DESOBEDIENCIA DE BETHZÁ

Salió del cementerio y su mente ya estaba puesta en el próximo ataúd. Desde la vereda de enfrente, bajo las frescas tipuanas, aquellas imponentes columnas del frontispicio no parecían presentar mayores peligros. Ajenos a la muerte deambulaban perros sarnosos entre los marmóreos ángeles y las acongojadas madonnas, rascándose displicentes las escaras entre cruces de bronce y lustrados epitafios. Ver los desconsolados deudos esquivando perros y solazarse eligiendo el adecuado a sus propósitos: toda una ceremonia; era difícil apreciar y elegir certeramente lo que andaba buscando. Paseó la mirada por las tumbas y se retiró como había venido: con los deudos. Se hizo lugar en unos de los coches, tan leve que nadie notaba su presencia. "Qué calor"; "hay como lloraba fulanita y menganita, qué delgada que está". Así los comentarios iban tejiendo el sudario y se acercaba, una vez más, la hora de elegir. Cierto es que para quien no tiene prisa, el tiempo es una mera convención. Otra vez un nuevo comienzo, allí donde las otras habían fracasado; un nuevo muerto, a la espera, a disposición... Centellaron los ojos y aquella mujer que se me agarraba como si tuviese efectivamente garras, bajó la mirada para ocultarla. La vi en el cementerio, todo el tiempo estuvo tratando de pegarse a mí, o me lo pareció, sentí esos ojos que parecían estar llenos de sangre. No sé muy bien; en momentos como estos, las cosas son turbias y todo se distorsiona por la fuerte emoción. Parece un recuerdo, o un sueño, pero la tengo delante de mí; no es pariente de nadie, porque los conozco a todos, bueno, a casi a todos. Hace tanto tiempo que no los veo que no me acuerdo de muchos de ellos, porque están demasiado gordos o flacos, o arrugados y consumidos como pasas, en fin, lo que ya sabemos que hace el tiempo con la gente. Pero a ésta, nunca la vi. Este joven no me es apropiado por la edad, pero tiene la insistencia de la sangre nueva; me mira como si nunca hubiera visto a una Dev, quiero decir, a una vieja; si precisamente aquí está lleno de viejos, hay unos pocos niños y a los jóvenes no los dejaron aquí; no sé por qué se muestra tan interesado justamente en mí. Su insolencia me molesta. No sabe y por eso no me deja en paz; me ocuparé de él. Parece desconocer lo que es la muerte y yo se la enseñaré, ciertamente. De dónde habrá salido esta vieja horrible, parece una bruja de verdad. Menos mal que las brujas sólo existen en los libros, porque esta que estoy viendo parece real. Últimamente ando leyendo demasiados cuentos de diablos y magas, llenos de conjuros y de sortilegios; creo que es lo que ha llenado mi cabeza de imágenes terribles; y después me pasan estas cosas. Pobre mujer, me pareció que su mirada era siniestra, aunque pensándolo bien, sólo porque es muy vieja; debería ser menos prejuicioso, algún día también yo seré viejo. Conmovido, reflexionaba con ternura acerca de la lejana vejez. Levantó la vista y lo esperaba el dulce mirar de una encantadora viejita; sacudió la cabeza perplejo ante el espejismo. Sin duda ésta no era la bruja, no podía ser. Sonrió como un autómata, embriagado por un ataque de bondad involuntario; un aire frío pareció cruzarle el rostro. Los otros pasajeros conversaban en voz baja y escondían el sollozo atrás de sus pañuelos asajeros conversaban en voz baja y escondían el sollozo atrás de sus pañuelos de manera que ellos, la anciana y el joven, parecían viajar en un cocheaparte; nadie notó la transmutación. El joven Abelardo, con el corazón inundado de bondad, contempló a la anciana y percibió que se había equivocado, fruto tal vez del dolor ante la pérdida tengo, lo tengo, ahhh, cada vez es más fácil, esto está perdiendo la gracia -pensó Dev mientras le sonreía dulcemente. Permítame joven, sé que es muy duro el trance por el que está pasando, en estos momentos nada puede consolarlo, sin embargo, dada mi edad, tengo experiencia en estas cosas y puedo ayudarlo, y mucho, a sentirse mejor. Después de todo, veo que usted es inteligente. Habrá de saber que es posible encontrarse con los seres queridos en otra dimensión, basta quererlo. Abelardo la miró embotado, no sabía si estaba escuchando realmente eso o si estaba soñando que la viejita le decía exactamente eso. Cómo, dijo para ganar tiempo y asustado miró a las otras personas en el coche, todo seguía igual, eso lo asustó más. Sí, como lo oye, no se asuste, quiero ayudarlo. Lo he observado en el cementerio, tan afligido, que hice lo posible por acompañarlo; usted sabe que a las viejas como yo, les fallan las piernas. Oh, no diga eso -respondió Abelardo- todos llegaremos a viejos, es de la vida. Para ser joven, parece ser usted bastante aplomado. Abelardo se acomodó en el asiento y le respondió: No lo crea abuela, disculpe, me he tomado el atrevimiento de llamarla así. No, no es nada, realmente podría ser mucho más que su abuela, tengo infinitos años. Bueno, no es para tanto, no lo parece; y la observó con más atención. Las arrugas parecían haberse atenuado un poco, no lo podía precisar bien. Es una locura, se dijo, no puede ser que no recuerde el rostro que acabo de ver, y el colmo es que ahora me parezca que la viejita no lo es tanto, creo que estoy enfermándome. Abelardo había pasado dos noches en vela y tenía la sensación de que el tiempo corría en un sentido inverso a lo conocido. Miró a las otras personas dentro del coche, y no parecían ser exactamente las mismas, le hicieron un gesto amistoso y siguieron conversando y enjugándose los ojos llorosos. No sé, hay algo extraño, no entiendo qué pasa. Miró por la ventana del coche, la avenida con sus plátanos conocidos lo consoló un poco, al menos creía saber adónde estaba; volvió a mirar a la viejita, los cabellos ralos y amarillentos que lo habían impresionado al subir al coche, se veían de pronto del color de la plata, y el rodete abultado y brillante como una luna. No, no, creo que lo soñé -pensó. Ahhh, qué cara de desconcierto, menos mal que no se asusta fácilmente, cavilaba la Dev mientras le sonreía como una virgen. Abelardo sentía ganas de vomitar por el mareo que la cambiante figura le provocaba. Bien, ya es mío, veamos cómo me lo llevaré. La viejita sacó un caramelo de un pañuelo lleno de encajes que parecía salido de un museo. Abelardo miró el pañuelo con sorpresa. Sírvase uno, dijo la Dev. Tomó un caramelo como un autómata y se lo llevó a la boca. No es necesario ser muy fantasioso para imaginar que, efectivamente, el caramelo tenía "algo", ciertamente lo tendría; en ese rostro algo se desdibujaba, expresión de lo inefable y de lo horrendo, algo impreciso como las caras de una diosa a la que nadie osó mirar de frente. Abelardo se fue aflojando sobre el asiento y al sentir el contacto de una huesuda mano, tembló, y ya sin resistencia cayó desmayado. El chofer paró, ayudó a descender a los otros pasajeros y subió nuevamente al coche: Hacia dónde, madame -dijo. Sin protocolo, por favor, ya sabes adónde. El coche volvió a ponerse en marcha, esta vez a casa del joven Abelardo. La Dev, naturalmente, estaba satisfecha. No había elegido para sus fines a Abelardo a causa de su juventud, como ya dijimos; pero había cambiado de opinión ante la interferencia del joven. Había desoído las órdenes de regresar junto a su padre; sus hermanas ya lo habían hecho y sólo ella, Bethzá, continuaba aún entre la gente gracias a personas como Abelardo; engañaría a su padre una vez más. El chofer continuó viaje, llegaron a una casona antigua, propiedad de la familia del muchacho. Él era el último de su estirpe ya que sin pausa todos habían muerto en el lapso de pocos años. Los vecinos sentían pena de lo que fuera lapso de pocos años. Los vecinos sentían pena de lo que fuera antiguamente una gran familia, y este joven era el sobreviviente de la desgracia. Se rumoreaba que también él tenía los días contados, alguien o algo estaría por ocurrir que lo llevaría a la tumba rápidamente. Lo vieron entrar acompañado por una viejita simpática y cargado por un chofer uniformado. Eso fue todo. La casona estaba silenciosa cuando Abelardo despertó de la pesadilla de la vieja horrible en el coche volviendo del cementerio; miró los cortinados dorados y adivinó los losanges coloridos, se irguió sobre un codo y observó a su alrededor para cerciorarse de que había estado soñando, no sabía por cuánto tiempo. Vio en el suelo el libro que había estado leyendo sobre los nueve diablos: los nueve Dev y sus hijas; tanto deseó poder leerlo un día y sólo después de las horribles muertes había podido hacerlo; se sonrió distendido y cayó en el sueño una vez más. Al darse vuelta, la mirada de la viejita del coche vino otra vez a su encuentro. Calma, no te asustes, sólo tuviste un mareo, creo que fue el calor y la pena, cosas que pasan en estos casos. El brillo lunar de su rostro resplandeció. Yo te cuidaré -dijo- te repondrás pronto, no te preocupes. Quién es usted, cómo entró a mi casa. Calma, tranquilízate, mi nombre es Bethzá, y conozco a tu familia, los he acompañado siempre, como hoy. No puede ser, están todos muertos. Precisamente. Qué quiere decir con eso. Nada más que lo que te he dicho; descansa, estás afiebrado por el cansancio, duerme. La Dev corrió la dorada cortina y los losanges coloridos quedaron escondidos. Nada podía hacer él, trató de dormir aunque le parecía que eso no era dormir, porque ya estaba en el sueño, y dormir dentro del mismo sueño no le parecía posible. Esto no puede ser, debe ser otro sueño, no tiene lógica, -pensó. Vio a la viejecita sentada en su sillón de leer, se tranquilizó. Puede ser otro sueño, claro, con todas las cosas que uno lee y ve por ahí, es posible soñar dentro de otro sueño, -caviló. La Dev ojeaba el viejo libro que había levantado del suelo. Abelardo había dejado el señalador en la página donde se hacen los conjuros para invocar a los Dev, pero no lo recordaba. Bethzá estaba allí por esas cosas, es más, había estado siempre por ahí, y pronto la vendrían a buscar, como lo habían hecho ya con las otras y Abelardo no sospechaba siquiera esto, postrado, después del funeral, soñando con la viejita. Lo tengo, se dijo Bethzá, y los Dev no me llevarán, él es quien irá con ellos por mí. Abelardo recordó de repente las páginas del antiguo libro que ahora leía la Dev: había una historia de magas, o brujas, que eran hijas de diablos, vestían ricas ropas y gustaban de convocar a las mujeres a bailar en la noche, también protegían las casas, pero para eso debían ser bien tratadas; una historia muy fantasiosa que le había provocado risa. Sonrió débilmente y de pronto vio a la viejecita transfigurándose hasta devenir una joven de fastuoso ropaje que llevaba los plateados cabellos de la luna. Quedó aturdido ante la visión, sin duda estoy soñando -se dijo. No estás soñando, yo soy Bethzá, hija de los Dev, ya los conoces y sabes que vendrán a buscarte. Abelardo ahora estaba sudando de terror; entre los pliegues de la imponente manga de brocados y encaje sobresalían las uñas de gato de Bethzá; quiso cerrar los ojos al adivinar que su fin estaba próximo. Te has burlado de mí todo el tiempo; desde el cementerio vengo acompañando tus movimientos y no tienes más que sentimientos de desprecio hacia mí, no lo toleraré. No deberías haber abierto este libro, tu tía abuela lo escondió en el sótano para que nadie lo tocara. No lo quemó porque sabía que era la puerta de ambos mundos, siempre estuvimos aquí, y seguiremos estando. Tu imprudencia iba a cerrar la única vía por donde los Dev pueden transitar, no lo permitiré. No saldrás vivo de aquí, y no dejaré que el libro sea quemado como sucedió con los otros que estaban escondidos en otras bibliotecas, éste es el último ejemplar. Abelardo ya no sabía si estaba soñando o pensando, o durmiendo, pero recordó que mejor que decir es hacer, entonces se estiró como un gato hacia la ventana de los vitrales coloridos oculta por la pesada cortina dorada. Dio un salto mortal y cayó al vacío con los ojos muy abiertos. Se sintió un ruido intolerable cuando su cuerpo tocó la vereda. El rostro estaba destrozado. Cuando llegó la policía, probablemente avisada por los vecinos, encontraron rastros de patas de gato y pelos blancos en toda la habitación; las pericias no concluyeron si eran cabellos o pelos, gatunos o humanos. Un frasco de grageas para dormir y un pesado libro antiguo con un señalador, también antiguo, donde no se hallaron huellas digitales ni de los muertos anteriores ni las del reciente occiso, sólo pelos blancos, como de gato de angora, o algo similar. La carátula del expediente quedó registrada como suicidio por ingestión de calmantes.El cortejo se dirigió al cementerio una vez más; ahora era Abelardo en su ataúd. No hubo misa, por tratarse de un suicidio. Dejaron las flores sobre la tumba. Bethzá esperaba. Encogió las uñas y cruzó apaciblemente las manos. Sentada en el coche, intangible y real como siempre, esperaba paciente a los que volvían del funeral para acompañarlos, ciertamente.

martes, 7 de octubre de 2008

ALICIA CHILIFONI


FRASQUITOS VACIOS

Las piedras al pie del limonero, hace meses que me retienen al pasar. Las traje del río Aluminé. Me había sentado en la orilla con la esperanza de que el agua me hablara, me aclarara el panorama. Perdí el tiempo. Sí me empaché de paisaje, de aire puro. Pero mis preguntas se perdieron en el estruendo narcótico que se extendía sobre todos los seres y las cosas como lava incontrolable, tremenda, abarcativa. Ese ruido, hijo de la lujuria con que el hielo fundido por los soles del verano, corre torrentoso, cerro abajo, limando furiosamente a su paso, las piedras del fondo y las orillas. Su pasión las gasta: ellas yacen como meretrices que disfrazan su agotamiento pintarrajeándose. Azules, verdosas, rojizas, amarillas, marrones, blanco grisáceas, negras... Quiero llevarme una de cada color. Es probable que ellas guarden en su archivo el discurso del agua inatajable, indescifrable...
Y las deposité sobre el pasto, al pie del limonero. Las miro todos los santos días con implorante ternura, pero nunca me hablaron. Me doy cuenta de que sus colores se fueron. Ahora son todas iguales. Parecen esos frasquitos vacíos que guardo por si acaso, y se empolvan, cenicientos, sin memoria de su contenido ni propósito.
Es como si las piedras fueran vegetales que perdieron su savia, por culpa del trasplante. El jugo del río-limonero no se apasiona por ellas, las ignora, no las toca ni las mira. Ya no hay por quién pintarse.
Hablando de trasplante, ¡Tano, necesito hablar con vos! Me dijeron que te vas a Italia. ¡Cuánto me alegro! Nos contaste que te trajeron de allá cuando eras muy chiquito. Así que va a ser como si vieras tu pueblo por primera vez, como si recién lo conocieras. Dijiste que sólo recordás haber llorado durante todo el viaje en barco, que tenías mucho miedo. Ahora va ser distinto, todo es dicha. Nosotros estamos tan contentos con tu viaje, como si fuéramos a ir con vos.Pero tengo que decirte que de repente soy yo la que tiene miedo... Por favor, por lo que más quieras, volvé. No sea cosa que se te dé por quedarte allá. Nunca te dije cómo calma mis males tu contenido. Sería un dolor sin remedio saberte convertido en un frasquito vacío.

JUANA SCHUSTER

LA MESA

Era la mesa de los olvidos. ¿Te acordás? Ésa que estaba junto al mostrador. Cada vez que me sentaba, descubría un paraguas o un echarpe. Claro que se lo daba a la camarera. Pero algo tenía ese lugar. Un balón oscuro, que penetraba por la fuerza en las masas cerebrales. Entonces no recordabas exactamente qué habías traído. Podían ser cosas absurdas como un boleto viejo de tren o algo más importante. Un saco fino, de esos adquiridos en las boutiques de la Avda. Santa Fe. No interesa. Uno entraba en una zona difusa manejada por seres desconocidos, temidos e invisibles. Sólo se podía leer el diario. Entonces las lecturas absorbían el vigor y no se podía razonar. Los labios se movían para hablar de política. También podías seguir los pasos diligentes de las muchachas con cofias, salidas de un paisaje tirolés. Pero así simplemente, sin pensar en algo específico, como si los párpados se imantaran a las cabezas de las chicas y uno se olvidase de traerlos de vuelta; así ellas tenían doscientos ojos posados en las gorritas movedizas. Las personas éramos las de siempre. Entrábamos ansiosas buscando ubicación. El señor con su notebook, de cabeza calva y belfoso que pedía un tostado que nunca comía. O ese otro de rostro pálido con ojos tan separados que parecía que le sobrase espacio a cada lado de la nariz. Los cuadros de pintores desconocidos, eran tentáculos que te arrastraban hasta el abismo de espectros que no te permitían subir a la superficie. No pasaba nada. Siempre y cuando no te sentases en ese lugar. Lo peor de todo, era que la gente se iba sin saber que había olvidado sus pertenencias. Tan potente era el virus que contraían, que dominaba las neuronas de la memoria. Una mujer que tenía tantas pecas, como pececitos adheridos a un tiburón, evitó una vez, sentarse allí. No habiendo otro asiento disponible, se retiró. ¿Sabía que dédalos intervenían? ¿Se había adentrado en las profundidades abisales?. Pasaron los meses. Un día vi un anuncio: "Nos mudamos a media cuadra de aquí". Se podía observar el plano a todo color. Anunciaban una copa gratuita para recibirnos. Me trasladé hacia el nuevo local. Tuve que pasar por el anterior. Miré hacia adentro. Mi sorpresa no tuvo límites. En el mismo espacio que antes, sola, en medio de la nada estaba la mesita. Sí, ésa. La de los olvidos.

NORMA TRAFERRI


DE CARRANZA A CATEDRAL

Mi hermana Julia y yo, podemos esta vez subir al subterráneo y sentarnos juntas. La diosa fortuna, hace que la puerta se abra delante nuestro. Eso nos da la oportunidad de hablar durante veinte minutos, sin que nada nos interrumpa. Pienso: es más tiempo del que habitualmente tenemos a diario. Volvemos en horarios diferentes, regreso muy cansada, y sólo pienso en darme un baño, cenar y acostarme a dormir.
La noche y la cena es una pesadilla repetida. Un plato de comida delante, un televisor encendido, mirando un canal de entretenimientos, sin que nunca mi madre me pregunte nada. Nuestra madre, es un libro de quejas y reproches, si lo hubiera escrito, su título sería: "El mundo contra mí". Y nosotras, según su criterio, somos simples espectadoras de sus desgracias cotidianas. Un padre que se fue sin despedirse, y yo lo comprendo, buscó su libertad. Ella, creo, ganó la suya, se cruzó de brazos, no sin antes prenderse de nuestras faldas. Para nosotras, es duro mantener todos los gastos de la casa. Para ella, es nuestra obligación hasta su muerte. La pronostica próxima, casi a diario, desde hace años.
Pienso en mi anhelo. Poder tener el dinero para comprar un pasaje , y huir de la mesa, de la casa, de la rutina, de mi madre...
Nos estamos convirtiendo en dos solteronas, de esas, que sin importar la edad ni aspecto, se las ve grises. La realidad de lo que me rodea, las caras de los otros pasajeros. Tampoco me dicen nada. Como autómatas, lobotomizados, hipnotizados. Cada uno pensando, vaya a saber en que. El ciego trata de avanzar entre el pasaje diciendo: Soy ciego... una moneda por favor. Hace años que lo veo, siempre igual. Una muchacha comienza a desplegar su atril, la partitura, saca su flauta, y es a la gorra. Nadie parece ver ni escuchar nada. Yo tampoco. Hará unos tres minutos en el que sólo se escucha el sonido de la formación en marcha. Las manos de Julia acarician la hebilla de su bolso, una y otra vez acompañando el silencio. Me sorprende comprobar que no es nada nuevo entre nosotras. Poco o nada sabemos la una de la otra. El habernos sentado juntas nada cambia.
Faltan dos estaciones y bajaremos en medio del tumulto humano de todos los días, y del que formamos parte. Será entonces que nos daremos un rápido toque, mejilla a mejilla, simulando un beso de despedida, diremos: Chau, hasta la noche. Y eso será todo.

RICARDO ALLIEVI


INSPIRACIÓN

¿Quién era esa mujer, esa dama incógnita? ¿Cómo todavía no la conocía ni la había visto nunca?. Buscaba desesperadamente encontrarla pero era esquiva. Todos gustaban de ella y algunos se jactaban de poseerla. El todavía la estaba esperando. Muchas veces se preguntaba si podría seducir y hacerlo.
Era joven, alto, delgado, atlético y sabía seducir a todas en su lugar de trabajo. Inteligente, capaz en todas partes, menos en la literatura, que era su debilidad y placer.
El profesor de la materia, conocedor de sus escritos, le decía que nada está librado al azar, que nada es casual sino causal, que no es cuestión de sentarse a esperar que venga la inspiración. Todo es cuestión, le aclaraba, de trabajo, disciplina y método. Que quizás, a él le faltaba eso porque ... escribir no es fácil.
Ese sábado cualquiera, de mañana, el tiempo parecía que no iba a cambiar por un buen rato. Desayunó sin apuro, sin ningún compromiso en todo el día.
Le llega el sonido de la lluvia que cae sin prisa, el rumor de algún auto en la calle y el brillo del agua en la vereda.
Se sobresaltó cuando el conductor redujo la velocidad pues el ómnibus debía tomar la última curva. Era la más difícil y pronunciada, parecida la que él estaba en ese momento.
Se asomó por la ventana de su pieza y vio que ella cruza corriendo, dobla la esquina y le llama la atención. Aparte de esa intrépida nadie se ha atrevido a salir, pero él quiere atraparla.
No lo hace porque sobre su escritorio tiene muchos papeles escritos para terminar. Son cuentos escritos. Unos sin sentido, otros "con un poco de" y uno sólo, el último, logrado después de una noche larga de intenso trabajo, esfuerzo y dedicación.
Simplemente sucede así pero percibe que hay algo más, algo que despierta dentro de él.
Al principio es sólo una sensación y lentamente empieza a comprender, Ese sábado está impregnado, inundado. Lo siente adentro y lo colma.
Vuela al escritorio, deja todo inmediatamente escucha y escribe en ese momento de gracia. Con esa mujer que vio venir por primera vez hacia él, está sentada a su lado y le dicta lo que está escribiendo.

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


A LOS POBRES LES DEJABA DE NOCHE LA PUERTA ABIERTA

Dos pequeños golpes sonaron en la puerta de la casa antigua. Manuel Castilla abandonó el sueño. Confundido, con las últimas imágenes dando vueltas en su mente, se incorporó y se calzó las pantuflas. Se puso un abrigo. Caminó hacia la puerta que volvió a sonar. -¡ Ya va!... Abrió y lo vio a Juan Riera, su panadero amigo, con la bolsa entre las manos. -Gracias, dijo Manuel- pero no puedo voy a aceptarle el pan porque no se lo puedo pagar.
-Antes, cuando usted podía, venía y me compraba, pero ahora es mi obligación llevárselo todos los días- dijo el hombre, resuelto, entregándole el pan caliente. No dijo nada más. Se marchó y Manuel se quedó en el umbral, conmovido, emocionado por su grandeza. Abrió todas las ventanas de la casa. Puso a calentar en la pava el agua para el mate y se quedó pensando en ese viejo anarquista que había llegado de Ibiza, huyendo de la guerra, en 1914. Ancló en Tucumán y trabajó como carpintero en la extensión ferroviaria de Socompa. Juan Riera solía cambiar de trabajos al tiempo que ejercía su viejo oficio de panadero y pastelero. Fiel a su militancia política luchó por sindicalizar a los obreros, pero todos sus empeños le costaron el trabajo en el ferrocarril. Finalmente se radicó en Salta donde instaló su panadería. Se casó con Augusta Cavarelloni, una salteña que le dio nueve hijos, y todos tabajaron junto a sus padres...
Esa mañana el cielo estaba despejado, el pan sabroso, el pan solidario amasado por las manos de ese noble español, reconfortó a Manuel como ninguna otra cosa. El mundo no estaba tan mal después de todo. Aún seguían madurando las semillas de la bondad en esos gestos tan humanos. El poeta tomó mate, comió el pan lentamente para saborearlo bien. Y pensó en cuantos Juan Riera se iban a precisar para cambiar las cosas... Y pensó en los terribles canallas, los alcahuetes del gobierno que lo habían echado del diario "El intransigente" donde escribía sus columnas. La verdad del fondo de sus pensamientos había sido tan profunda como peligrosa, lo había dejado en la calle de un día para el otro, quitándole, entre otras cosas, el pan de cada día. Su poesía era como la harina levándose en el horno; algo tan simple y cotidiano como las estrellas de la noche. Llevaba el olor de la tierra, del vino bien chispeante, de la copla y del carnaval. Las palabras brotaban de su pluma, volaban con el cóndor de los Andes, bendecían las cosechas, denunciaban a los corruptos... La poesía lo embriagó esa mañana de sol como tantas noches se había embriagado en el boliche de Balderrama... No, el mundo no estaba tan mal después de todo.
Y así, día a día, siguió recibiendo el pan y siguió evocando a ese hombre que hiciera de su vida una celebración. Ese caballero gentil que había convertido a la panadería en una improvisada peña, un pequeño centro cultural, un refugio para los pobres y los mendigos. Fue el lugar de encuentro de la Salta de los cincuenta. Acudían allí los socialistas, los anarquistas... Obreros, artesanos, vendedores ambulantes, empleadas domesticas... Sensible a sus dificultades decidió unirlos en un gremio y creó la fundación del sindicato de oficios varios... Y el poeta recordó que allí, entre vinos amanecidos y coplas interminables había hecho las primeras armonías para el dúo salteño, su amigo y compañero de ruta Gustavo Leguizamón... Junto al horno bien templado cantaron músicos como Eduardo Falú, Los Saluzzi, Ernesto Cabeza, Jaime Dávalos... Recitó sus poemas León Felipe... Hasta el mismo Che Guevara pasó por allí en un alto en su camino a México...
Y así, casi sin querer, sin darse cuenta, Manuel Castilla fue soltando sus coplas para rendir homenaje a su amigo panadero:

Que lindo que yo me acuerde
de Don Juan Riera cantando
que así le gustaba al hombre
lo nombren de vez en cuando
Panadero Don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba ese pan del trigo
como quien entrega el alma
Como le iban a robar
ni queriendo a Don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.

Mientras escribía pudo verlo con ese gesto afable, la mirada franca, la puerta abierta y el corazón sincero...
Era costumbre en las panaderías de esos años guardar el pan en grandes bolsas, al lado del horno. Pero no era pan lo que había junto al horno de Juan Riera, eran los cuerpos de los mendigos, de los sin techo, la pobre gente que entraba en la noche, en la madrugada, se cobijaba al calor del fuego y al calor del pan fraterno que comían agradecidos.

A veces, como jugando
un pan de palomas blancas
y harina su corazón
al cielo se le volaban
Por su amistad en el vino
sin voz, querendón cantaba
y a su canción como al pan
la iban salando sus lágrimas


Manuel cerró el cuaderno y mascó hojas de coca... Esa noche lo vio a Gustavo Leguizamón y le dio las coplas para que hiciera una música. Y el talento de uno y la inspiración del otro dejaron para el mundo la hermosa zamba que guardó para siempre la memoria de los días y las noches del entrañable Juan Riera.

MARISA PRESTI


EL CANTO DEL CISNE

Avanzan majestuosos, surcando el agua con paso de vals. El paisaje se transforma con la pincelada de su belleza. Van juntos, ella y él, la pareja de cisnes que han jurado amarse hasta la muerte. Cuando uno de los dos muere, su compañero emite un sonido desgarrador, un misterioso canto que enlaza sus corazones, y que sólo se silenciará cuando también él parta junto a ella.
No habrá otra pareja. La fidelidad los compromete hasta ofrendar la vida, y los humanos, ajenos a la eternidad, desvían la mirada hacia los placeres efímeros en vano intento de adaptarse a la moda descartable. Ya nadie muere por amor, actitud de por sí excesiva, pero tampoco se acepta el sufrimiento de una posible pérdida. Todo debe llevar al placer; el dolor, cuando es inevitable, se esconde tan profundamente que desaparece. Desaparece de la conciencia. Quizás por eso, está de moda no velar a los muertos. Ya no hay velorios. No se llora en compañía por que no hay con quién. Todos respiran aliviados. El muerto queda solo, en un rincón de la sala velatoria hasta que se convierte en ceniza, ceniza que libera de cualquier signo de su presencia.
Quizás por todo esto, cuando la mano de María quedó sin vida entre los dedos nerviosos de Martín, los pocos amigos presentes presagiaron que no sería la última visita de la muerte. No quiso compañía, quedó solo en la pequeña casa con jardín, iluminada todavía con la presencia de ella en cada detalle. Flores, portarretratos, cuadros de marcos esbeltos, plantas que derramaban alegría en los rincones, todo parecía confirmar la continuidad de su existencia.
La hosquedad le vino a la cara y la lengua pareció trabarse en un silencio desagradable. Todos notaron el cambio, y aunque lo esperaban, no dejó de sorprenderlos el modo en que se manifestó. Ni teléfono, ni celular, ni timbre de la puerta de calle fueron atendidos. Martín los dejaba afuera de su vida, sin posibilidad de compartir la dureza del momento. Decidieron ir a buscarlo a la salida del trabajo; esperaron más de una hora, con las piernas y la inquietud cansada, hasta que decidieron preguntarle al encargado del edificio que desde hacía rato los miraba con curiosidad.
¿Martín Pisani? Hace mucho que no lo veo por acá, más de un mes, seguro.
En el duro pozo de la desesperación, Martín hundía su rabia separándose. No había entre él y los demás ni el más tenue hilo que los uniera, el dolor se enroscaba en su cuello asfixiándolo de a poco en una terquedad de noches oscuras.
La casa empezó a perder la jovialidad de María; las flores secas destilaban olores desagradables y las plantas morían lentamente en rincones donde no llegaba el sol. Y fue entonces que su mente garabateó los primeros impulsos, despacio, se fueron metiendo en medio de su dolor como un analgésico. Le dieron alivio, para su sorpresa, y comprendió que estaba demorando la única salida.
Tenía que planificar todo cuidadosamente, no podía fallar, debía asegurarse de llegar al único destino que le importaba. Ocupó varias tardes en el estudio del método más adecuado, para eso internet resultó ser una herramienta de gran utilidad proporcionándole información suficiente como para no equivocarse.
Un atardecer, cuando la noche empezaba a caer sobre las ventanas, Martín se recostó sobre el sillón del living. A oscuras, sin otro sonido que su propia respiración, borrosas imágenes acudieron lentamente y lo llevaron más allá de su conciencia. El pequeño objeto de vidrio, que ella tanto amaba, apareció entre sus manos. Pudo tocarlo, sentir su suavidad, admirar la elegancia de su contorno. Como una cábala, María solía ponerlo sobre su corazón antes de dormir. Era un pequeño cisne, naturalmente modelado, con algunas manchas blancas sobre el cuerpo celeste grisáceo. Se levantó de golpe. ¿Cuánto hacía que no lo veía? ¿Dónde estaba?
Subió rápidamente los escalones que lo llevaban al dormitorio. Quería encontrarse con ese objeto, sentía que era como tener a María nuevamente. Buscó en los cajones, vació el placard, miró debajo de la cama. Impotente, levantó frazadas y sábanas. Y entonces lo vio. Debajo de la almohada donde ella dormía.
Con emoción, lo tomó entre sus manos. Un canto dolorosamente agudo partió de su corazón, su cuerpo se volvió plumaje y un cuello largo y conocido lo enredó para siempre. Sólo una estela en el agua quedó del paso de los dos.

CARMEN AMARALIS VEGA OLIVENCIA


HUBO UNA VEZ UN NEGRITO
Hubo una vez un negrito que fue arrancado de sus raíces y obligado a cruzar aguas turbulentas. El azul del cielo de tres meses y el verde mojado de la vida lo entregaron al calor ardiente de unas islas extrañas tan calientes como su mundo africano. El negrito lloró el desgarro de su madre, y al sonido de los golpes de un tambor improvisado le arrancó notas de dolor.
El recuerdo del olor a su tierra mezclado con su llanto fue cubriendo de surcos su rostro, y un día cualquiera ese negrito tuvo un hijo en sus brazos, y este nuevo negrito nació americano. Y una tarde cualquiera de látigo y escarnio, una india caribeña le parió otro negrito raro.
Ese nuevo negrito sufrió la esclavitud mirando su mundo con ojos oblicuos y cabello ensortijado, y comenzó a cantar con su tambor bajo palmeras mecidas al compás de las olas, y ese negrito, raro una noche de ron y de rumba, enloqueció de amor al ver los ojos azules de aquella francesita de labios pintados, y se apareó con ella. Y les nació un negrito mucho más raro. Aquel nuevo negrito tenía la piel de miel y los ojos verdes cuajados de esperanza, y a su rostro lo adornaba una boca sensual y unos ojos en flor.
Y siguió la historia de aquellos negritos cruzándose entre negras, indias y extranjeras en aquel calor infernal de las primeras quimeras, entre brujerías y ritos, tambores y canela. Han pasado cinco siglos, y en aquella isla pura de cristal y sol ahora corre una sangre de color mulato y sabor a guayaba, de música alegre y sinfónicas de miel con ritmos de cañas y violines, y el tataratataratatara abuelo que llegó en aquellas primeras carabelas desde el cielo ríe al ver a su tataratataratatara nieto tocar el arpa con manos de ángel y rostro de primavera.
Hoy un mulato se mira en el espejo y ve un poco de aquel negrito, de aquella india taina y de aquel caballero europeo que un día golpeó a la abuela y engendró en el cañaveral a la esclava de ojos oblicuos.
De aquellos esclavos nos nació la patria, y este mulato sería borincano "aunque naciera en la luna"*.


*Frase de un poema de Juan Antonio Corretjer (Poeta Puertorriqueño)Carmen Amaralis Vega Olivencia: es Doctora en Química y ejerce como Catedrática de Química en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico (RUM), en la que desarrolla su labor docente e investigadora, compaginando estas actividades con una fecunda labor cultural, tanto en el campo de la literatura, como en el de la música y otras ocupaciones plásticas y artísticas. cvegaolivencia@yahoo.com

NUEVAS NORMAS ORTOGRÁFICAS



"Del Diario El Comercio de Perú por Federico Martín Maglio"

La Real Academia de la Lengua dará a conocer próximamente la reforma modelo 2000 de la ortografía para unificar nuestro idioma como lengua universal de los hispanoparlantes. Dicha reforma, se realizará paulatinamente para evitar confusiones.
La reforma hará mucho más simple el castellano de todos los días, pondrá fin a los problemas de ortografía que tienden trampas a futbolistas, abogados, albañiles y arquitectos de tantos países, especialmente los iberoamericanos, y hará que nos entendamos de manera universal quienes hablamos esta lengua. Los docentes menos trabajo para corregir.
La reforma se introducirá en las siguientes etapas anuales:
1º año: Supresión de las diferencias entre C, Q y K: Komo despegue del plan, todo sonido parecido al de la k (este téknika lingüístika, konfundiría mucho si la mencionamos akí) será asumido por esta letra. También se simplifikará el sonido de la C y la Z para igualarnos a nuestros hermanos hispanoamericanos que convierten todas estas letras en un úniko fonema S: Kon lo kual sobrarán la c y la z. El sapato de Sesilia es asul.
Por otro lado, desapareserá la doble c y será reemplasada por x: Tuve un axidente en la Avenida Oxidental. Grasias a esta modifikasión los españoles no tendrán ventajas ortográfikas frente a otros pueblos hispanoparlantes por su estraña pronunsiasión de siertas letras.
2º año: Así mismo, se funden la B kon la V; ya que no existe en castellano diferensia alguna entre el sonido de la b larga y la v chikita. Por lo kual desapareserá la V y beremos kómo bastará con la b para ke bibamos felises y kontentos.
Pasa lo mismo kon la LL y la Y. Todo se eskribirá con y: Yébeme de paseo a Sebiya, señor Biyar. Esta integrasión probokará agradesimiento general de kienes hablan kasteyano, desde Balensia hasta Bolibia. Toda b será de baka, toda b será de burro.
La H se suprimirá, kuya presensia es fantasma en nuestra lengua, por kompleto: así, ablaremos de abichuelas o alkool.
3º año: A partir del tercer año de esta implantación, y para mayor konsistensia, todo sonido de erre se eskribirá con RR: Rroberto me rregaló una rradio.
No tendremos ke pensar kómo se eskribe sanaoria, y se akabarán esas complikadas y umiyantes distinsiones entre echo y hecho. Ya no abrá ke desperdisiar más oras de estudio en semejante kuestión ke nos tenía artos.
Para ebitar otros problemas ortográfikos se fusionan la G y la J, para que así jitano se eskriba komo jirafa y geranio komo jefe. Aora todo ba con jota: El jeneral jestionó la jerensia. No ay duda de ke esta sensiya modifikasión ará que ablemos y eskribamos todos con más rregularidad y más rrápido rritmo.
4º año: Se suprimen los tildes ke eran una orrible kalamidad del kastellano. Esta sancadiya jenerara una axion desisiba en la rreforma; aremos komo el ingles, que a triunfado sin tildes. Kedaran ellas kanseladas, y abran de ser el sentido komun y la intelijensia kayejera los ke digan ake se rrefiere kada bocablo. Berbigrasia: ¡Komo komo komo komo!.
Las konsonantes ST, PS o PT juntas kedaran komo simples T o S, kon el fin de aprosimarnos lo masimo posible a la pronunsiasion iberoamerikana. Kon el kambio anterior diremos ke etas propuetas osionales etan detinadas a mejorar ete etado konfuso de la lengua.
Seran proibidas siertas konsonantes finales ke inkomodan y poko ayudan al siudadano. Asi, se dira: ke ora es en tu relo?, As un ueko en la pare y La mita de los aorros son de agusti. Entre eyas, se suprimiran las eses de los plurales, de manera que diremos la mujere o lo ombre.
5º año: Despues yegara la eliminasion de la D del partisipio pasao y kanselasion de lo artikulo. El uso a impueto ke no se diga ya bailado sino bailao, erbido sino erbio y benido sino benio. Kabibajo asetaremo eta kotumbre bulgar, ya ke el pueblo yano manda, al fin y al kabo; dede el kinto año kedaran suprimia esa de interbokalika ke la jente no pronunsia. Adema, y konsiderando ke el latin no tenia artikulo y nosotro no debemo imbentar kosa que nuetro padre latin rrechasaba, kateyano karesera de artikulo. Sera poko enrredao en prinsipio, y ablaremo komo fubolita yugolabo, pero depue todo etranjero beran ke tarea de aprender nuebo idioma rresultan ma fasile.
Profesore terminaran benerando akademiko ke an desidio aser rreformas klabes para ke sere umano ke bibimo en nasione ispanoablante gosemo berdaderamente del idioma de Serbante y Kebedo.
Eso si: nunka asetaremo ke potensia etranjera token kabeyo de letra eñe.Eñe rrepresenta balore ma elebao de tradision ispanika y primero kaeremo mueto ante ke asetar bejasione a simbolo ke a sio korason bibifikante de istoria kastisa epañola unibersa.

NEGRO HERNÁNDEZ

UN AÑO SIN DERLIS MADDONNI

La vida es un entre paréntesis en la eternidad, hubiera dicho Derlis Maddonni si nos volviéramos a encontrar en el atardecer del café Varela de Paraguay y Scalabrrini Ortiz. Pero no sería posible, el 17 de Octubre de 2007 se despidió para siempre dejando su talento en una carpeta de dibujos, los mismos que ilustraron durante una década las páginas nuestra revista. Fue amigo, maestro y modelo, compañero imprescindible en la hora de la desesperanza. Fue de aquellos hombres íntegros que viven de acuerdo a su pensamiento sin traicionar sus convicciones, sin venderse como artista.
Extraño su cálida amistad, su conversación descarnada, su mirada crítica de la sociedad y su talento creativo. Dibujante, poeta, fanático del jazz, de su generoso y amante corazón caían sobre el papel los trazos que nunca se olvidarán.
"Sólo navego en el pesimismo de la inteligencia... No creo que se pueda ser a la vez argentino y feliz..." me dijo en algunas de sus visitas al Tres Amigos de Barracas, mi café. Casualmente el recuerdo coincide con la publicación del número 150 de Redes de Papel, a la que tanto quiso y padeció con su desinteresada colaboración.
En este feliz acontecimiento (nunca tan poco feliz), en el que sentimos su ausencia, imagino las palabras que podría haber expresado ante el limitado reconocimiento que tienen los verdaderos artistas. "Aquí estoy, tratando de juntar el cuerpo y el alma, como para poder hacer algo que sea un legado a esta humanidad tan deshumanizada, y también imbécil, tonta e insípida.

MARCOS RODRIGO RAMOS


Mi primer contacto con los dibujos de Derlis Maddonni fue en el 2006 cuando la revista Redes de Papel me entregó el segundo premio del concurso de cuentos que había organizado. El cuento era "La persecución" y tenía una ilustración suya en el centro.
Con el tiempo me fueron publicando otros textos. Carlos Margiotta, el director de la revista, tiene por costumbre enviarnos un ejemplar de Redes de papel vía mail con sólo los textos, no las ilustraciones, por lo que nunca podíamos saber si iban o no con ilustración de Derlis, su dibujante.
Honor siempre fue para nosotros que Redes publicara muchos textos de mi autoría, o de Diego González, o de Jorge Grosclaude, colaboradores permanentes de Letras Rojas, pero cuando nuestro cuento era el elegido para tener la ilustración de Derlis la sensación era más especial, el honor era el doble.
El profesor Guillermo Iglesias sostiene que los cuentos de uno son como hijos a los que uno defiende a capa y espada porque se los quiere a pesar de sus defectos; creo que uno, al igual que con los hijos, procura que tengan "buenas compañías". Los dibujos de Derlis siempre me dieron la impresión que enriquecían al texto, que nunca lo disminuyeron, que convivían con la obra literaria manteniendo ambos sus individualidades pero a la vez generando un nuevo producto, cuento y dibujo hechos uno, sin competencia, en mutua complementación, como buenos amigos.
Creo que sus dibujos se transformaron en un 50% imprescindible de Redes de Papel ya que dotaron a la revista de una identidad propia que la diferencia de cualquier otra del mundo; pero también sé, sin haberlo conocido a Derlis, que a él le hubiera hecho feliz que la revista continúe pese a que su ausencia deja un hueco o un agujero demasiado grande de llenar.
En los dibujos de Derlis uno puede adivinar parte de sus rasgos si haberlo visto nunca: experimentación permanente, búsqueda de formas nuevas, afán por plasmar los sentimientos y el alma de las personas, amor al arte, inmensa generosidad.
Generoso por lo que nos dio y nos sigue dando, porque sus dibujos quedan y en ellos está él, apoyando a tantos como nosotros que no publicamos libros, ni ganamos premios o dinero con la literatura, pero que si la amamos y que la consideramos importante para el desarrollo de una persona y de una cultura nacional.
En este número, Letras Rojas procura realizar un humilde homenaje a Derlis Maddonni, "dibujante" de Redes de papel; "amigo" que nunca conocimos personalmente; "maestro" que nos acompañó y nos seguirá acompañando, ahora con sus dibujos y su recuerdo, en la ruta permanente del crecer.

ÁLVARO VALVERDE

Poemas

Una antigua certeza
La flama de la siesta socava las paredes
y agota en su fulgor esa mirada
de lo que siendo escapa a la razón. Preguntas
si habrá de sucedernos la edad en que perviva
todo lo que merece la presencia:
el rosal inflamado, las aguas repetidas
en ese único río que vive para siempre,
la rueda de molino de apariencia inmutable
y la casa erigida sobre una red de arena.
Acaso la respuesta esté en el arco
y su umbral desgastado,
en esa enredadera sometida a la forma,
en el denso dolor de este manso silencio.
Anticipa la tarde una antigua certeza
de la que sólo es cómplice la sombra:
el ocaso será la nueva aurora.

oooOooo


Jardín privado
Nadie ha de entrar aquí.
Para sólo la sombra
levanté las paredes
que dan cobijo al tiempo.
No fue impune el trazado
de las sendas que orientan
su interior movedizo.
Escalas y arrayanes dan forma
a un pensamiento mercenario.
No elegí casa árbol al albur. Fue preciso
conocer cada especie
como a mí me conozco.
El agua sabe el canto
que el silencio arrebata y en su monotonía
otra luz se desvela.
Para nadie he querido este lugar umbrío,
pues que sólo a mis pasos
reconducen sus losas.
Más allá de sus muros,
bajo un único sol,
arde la vida.


Poeta español nacido en Plasencia en 1959. Fue director durante ocho años del Aula de Literatura José Antonio Gabriel y Galán junto al novelista Gonzalo Hidalgo Bayal, y cofundador de la revista Espacio/Espaço escrito. Actualmente dirige la Editora Regional de Extremadura. Ha recibido los premios Ciudad de Badajoz en 1984, Loewe en 1991, el Ciudad de Córdoba en 1993 y fue finalista en el Premio Café Gijón, Tigre Juan y Premio Extremadura a la Creación por su primera novela "Las murallas del mundo" en el año 2001. Su última novela, " Alguien que no existe" fue editada en 2005 por Seix Barral. De su obra poética se destacan: "Territorio" 1985, "Las aguas detenidas" 1989, "Una oculta razón" 1991, "A debida distancia" 1993, "Ensayando círculos" 1995, "El reino oscuro" 1999 y "Mecánica terrestre" 2002.