martes, 9 de marzo de 2010

ELENA ORTIZ MUÑIZ


EL ESCRITOR

Tan solo deseaba a través de sus letras ser inmortal...afamado....querido. Ponía el alma entera cada noche para hacer los más bellos versos que lo colocaran en un plano irreal.
Flaco, desgarbado, con el pantalón zurcido y rezurcido y la misma camisa lavada y relavada caminaba ojeroso y cansado con sus obras bajo el brazo todas las mañanas hasta las oficinas de correo, pegaba los timbres correspondientes y las enviaba a las editoriales de costumbre.
De regreso en casa, desayunaba pan duro y café más aguado que negro. Mientras sorbía pensaba que su vida podía cambiar en cualquier momento...y cuando fuera un escritor bien remunerado tomaría café con leche y pan recién hecho para el desayuno...mientras tanto, solo quedaba aguantar lo duro, lo aguado, lo negro, lo rezurcido y lo relavado.
A veces, el cartero aparecía golpeando la puerta de su apartamento y sacudiendo sus emociones con la imagen de una esperanza envuelta en sobres de papel bond. Los abría con desesperación para leer las mismas respuestas de siempre, a veces dichas con piedad, otras implacables, algunas crueles … pero todas devastadoras: "Por el momento nuestra editorial no está interesada en publicar sus obras, pero agradecemos de cualquier manera su deferencia".
Entonces arrojaba en el rincón del armario el escrito devuelto y se quedaba encerrado días enteros llorando su desgracia, envidiando a aquellos escritores mediocres que sin embargo, habían logrado publicar.
Miraba, cada tarde, desde su ventana hacia el parque que invariablemente estaba concurrido, hasta encontrar al señor de bigote que siempre a las cinco en punto se sentaba en una banca para leer el libro que llevaba bajo el brazo. Ayudado por sus binoculares trataba de ver el título. Al tipo le gustaba de todo sin distingo de nacionalidades,sexo, corriente filosófica o género literario. Lo había visto devorarse completas las obras de Platón, Dickens, Saramago, Isabel Allende, Coelho, Carlos Marx, Homero, de la Vega, Shakespeare, La Fontaine, Byron, Machado, Rulfo, Ortega y Gasset, García Márquez, de la Portilla, Benedetti, Cervantes, Oscar Wilde. Lo examinaba mientras aquel leía, a veces con aburrimiento, otras con total concentración. En ocasiones una lágrima furtiva resbalaba de sus ojos, cuando no, el ceño fruncido como desaprobando el desenlace o las teorías presentadas. Presenciaba sus sonrisas, la mirada melancólica que se quedaba por minutos después de cerrar el libro, la avidez con que pasaba las hojas deseando saber más, queriendo llegar al final.
El escritor se quedaba entonces recostado en su desvencijada cama pensando: "Algún día, será un libro mío el que tenga entre sus manos, lo miraré desde acá grabando en mi mente cada uno de sus gestos, tratando de adivinar el capítulo en el que está por sus reacciones. Terminará el libro y una lágrima aparecerá acompañada de un suspiro. Lo veré cerrando mi obra mientras con la palma de su mano acaricia la portada como agradeciendo los buenos momentos que le brindé a través de mis letras. Entonces, sabré que he conquistado mis sueños".
Pero los días se convertían en semanas y las semanas en meses sin que las puertas de las editoriales se abrieran en su dirección, sin embargo, él ponía el alma entera al escribir, desnudaba su corazón y se entregaba por completo a su trabajo. A veces, al releerlo para afinar los detalles se conmovía con sus propias historias. Sentía y sabía que era bueno en ello, solo necesitaba una oportunidad … ¡la necesitaba tanto!.
Quizás por su empeño, o por la visión de su ropa descolorida y de forma indefinida a fuerza de tanto uso, lavado y zurcido, o tal vez porque el café aguado era desagradable hasta para ella que no era quien lo bebía, la Fortuna se compadeció de él y le sonrió. Una tarde de mayo, el cartero entregó al inquilino de apariencia rara y lánguida un sobre que aquél recibió con resignación imaginando que la respuesta sería la misma de siempre. Aunque, ésta era más bien una carta, no traía la obra devuelta. Una luz de esperanza brilló en su interior sacudiéndolo. Con manos temblorosas abrió la misiva extendiendo ante sus ojos la hoja de papel membretado en la que resaltaba el nombre de la editorial.
Comenzó a leer con nerviosismo hasta que llegó al renglón tantas veces anhelado: "…por lo tanto hemos decidido publicar su obra…" Salió corriendo como un loco del edificio hasta el parque, las palomas volaron en todas direcciones precipitadamente evitando que el desaforado terminara por pisarlas, corrió alrededor de la fuente con los brazos levantados mientras gritaba de felicidad. La gente que pasaba cerca de él apresuraba el paso pensando que estaban frente a un deschavetado sin remedio. Miró al hombre de bigote que se disponía a sentarse en una banca como todas las tardes para leer su libro. Corrió hasta él y tomándolo de la mano le dijo con euforia:
-"Soy Víctor Cavazos. Recuerde mi nombre: Víctor Cavazos. Dentro de poco nos veremos en este parque … quiero decir, me leerá en este parque".
Y sin más, salió dando brincos y grandes zancadas mientras el hombre lo miraba desconcertado.
Su novela fue todo un éxito, se mudó a una casa con jardín. Ahora vestía con ropa elegante, viajaba en auto con chofer, la editorial le pedía más libros, ya había cumplido con la entrega de dos que corrieron con la misma suerte del anterior. Desayunaba todas las mañanas café con leche y pan recién horneado. Le pedían colaboraciones de todos lados, lo solicitaban para que diera conferencias, se imprimían cada año agendas con fragmentos de sus obras y frases de su autoría que se terminaban apenas salían al mercado. Viajó por todo el mundo, se casó tres veces. Triunfó, pero no era feliz.
Finalmente, su tercera esposa lo abandonó también, descubrió que la casona era demasiado grande para él solo, se sentía desolado, sin un amigo verdadero en quien confiar, sin amor, sin hijos. Con gran fama y mucho dinero pero al mismo tiempo, sin nada.
Comenzó a extrañar su departamento de paredes descascaradas y viejas y la vista a ese parque que le dio tantas historias y tantos personajes para sus obras. Fue hasta el desván y sacó una caja de cartón empolvada en donde guardaba aquellos textos tantas veces rechazados por las editoriales y que, desilusionado, jamás había vuelto a abrir. Se los entregó a su agente para que un corrector los pusiera en orden y los fuera entregando a la editorial cada que le solicitara un nuevo trabajo. Salió de su mansión con lo que pudo meter en una maleta con la intención de no regresar. Llegó hasta las puertas de aquel edificio desvencijado en el que por suerte el departamento que alguna vez habitó estaba desocupado y listo para ser alquilado. No lo pensó dos veces, pagó todo un año por adelantado y regresó a su vieja guarida donde tantos sueños había fabricado.
Estaba desconcertado, deprimido, desubicado, se sentía vacío. No comprendía por qué si había logrado cumplir todas sus metas estaba tan solo y sin pretensiones por las cuales esforzarse y luchar. A fuerza de tanto pensar llegó a la conclusión de que habiendo alcanzado lo soñado, el error estuvo en no fijarse nuevas metas, si la vida no tiene obstáculos ni quimeras deja de ser vida y comienza a ser el principio de la muerte. ¡Pero él solo tenía 34 años! No podía ser posible que su existencia culminara ahí. Se acercó a la ventana y miró el parque. Parecía que el tiempo no había pasado en aquel lugar, todo seguía igual: las mismas personas, las mismas bancas, los mismos atardeceres.
Lo vio caminando, el hombre de bigote llegaba puntual a la cita, eran las cinco en punto. El escritor salió corriendo del inmueble, se sentó en la banca frente a él y miró el libro que lo ocupaba: "Un cielo despejado" el autor era Víctor Cavazos. Se quedó ahí observándolo pasar las hojas absorto en la historia. Una tras otra las letras escritas en las páginas eran devoradas por él, humedecía sus dedos para deslizarlas con más facilidad. Iba a la mitad de la historia, por sus gestos Víctor imaginaba en qué parte:
-"Capítulo VI"- pensó - Cuando descubren que la niña tiene leucemia, a partir de ahí se desencadena la parte más sentimental de la historia".
Después de un buen rato el hombre cerró el libro, aún no lo había terminado. Suspiró melancólicamente y con el dorso de la mano se empezó a limpiar las lágrimas de los ojos. El autor lo miraba conmovido y recordó las palabras pronunciadas una tarde:
"Algún día, será un libro mío el que tenga entre sus manos, lo miraré desde acá grabando en mi mente cada uno de sus gestos, tratando de adivinar el capítulo en el que está por sus reacciones.
Terminará el libro y una lágrima aparecerá acompañada de un suspiro. Lo veré cerrando mi obra mientras con la palma de su mano acaricia la portada como agradeciendo los buenos momentos que le brindé a través de mis letras. Entonces, sabré que he conquistado mis sueños".
Se acercó al hombre y sentándose junto a él le extendió un pañuelo, aquel lo recibió agradecido y terminó de secar sus ojos humedecidos. Sacó una libreta y una pluma y escribió: "Gracias".
Víctor lo miró desconcertado. El hombre escribió: "¿le pasa algo?
El escritor tomó la pluma y respondió con su peculiar letra de molde: "Desde hace mucho tiempo lo veo sentarse en esta banca a leer, pensé que era usted profesor o algo parecido. De pronto descubro que no puede hablar … y no es que sea inaudito no hablar sino que ahora lo admiro más"
"Me llamo Ernesto. Soy sordo y mudo - garabateó el caballero - Me encanta leer porque los autores logran decir por escrito lo que yo no puedo oralmente. Mis padres me ocultaban porque sentían vergüenza de mi, no tengo estudios, mi esposa me enseñó como pudo a leer y escribir, desde entonces, los libros han sido mi refugio en este mundo sin palabras. No tengo dinero para comprarlos, pero un hombre me los presta y a cambio, yo arreglo su jardín"
Víctor empezó a llorar conmovido. No sabía qué decir. "El libro que tiene entre sus manos - escribió - es mío. Yo soy Víctor Cavazos, alguna vez, cuando solo era un aspirante a escritor, mirándolo desde mi ventana, juré que un día estaría usted aquí sentado leyendo un libro mío y lo vería llorar conmovido, sin embargo, soy yo el que está enternecido leyendo sus palabras".
El escritor volvió a su departamento, pero nunca su vida fue la misma. Comenzó a descubrir cosas de las que antes no era conciente por estar inmerso en sus sueños propios sin preocuparse por sus semejantes. Se dio cuenta por primera vez del gran compromiso que supone ser leído, de los alcances que las palabras pueden llegar a tener y de tantas cosas que podía realizar a través de la notoriedad y fortuna adquiridas.
La casona en que vivió aquellos años de fama y bonanza se convirtió en una biblioteca gratuita, su vida vacía se llenó con buenas obras gracias a la fundación "Don Ernesto" que ayudaba a que cualquier persona sin distingo de edad, sexo, raza, religión, situación económica o discapacidad pudieran estudiar y aprendieran a leer y escribir para que lograran descubrir ese mundo lleno de posibilidades sin límite que ofrecen los libros y de esta manera encontraran una motivación para salir adelante.
Se quedó a vivir en ese cuartito frente al parque, aunque nunca volvió a portar ropa gastada, vieja y zurcida, a veces desayunaba café negro y pan del día anterior para no perder la humildad, nunca olvidaba mirar hacia el parque en donde Don Ernesto, siempre a las cinco en punto llegaba con su libro bajo el brazo, ése que cada semana la fundación que él había inspirado con su historia le enviaba gratuitamente hasta su casa y lo saludaba con la mano antes de sentarse a escribir.


-México-

ARIEL FÉLIX GUALTIERI


POR CORRIENTES, EL DESTINO


Ocurrió por aquella época en que tu recuerdo se esforzaba por borrarse de mi memoria. Un día, mientras paseaba por la avenida Corrientes, reconocí al Destino, quien caminaba despreocupado, de la mano de una chica bellísima aunque de mirada muy triste.
Aprovechando la ocasión, me le acerqué entonces y, después de presentarme, le pregunté si acaso él podría evitar que tu recuerdo me abandone. Manteniendo su aire despreocupado, después de quedárseme mirando por un momento, el Destino me contestó que lo haría con gusto, siempre y cuando, yo estuviese dispuesto a pagar el precio que se fijaba usualmente para un pedido como aquel. Al preguntarle que se trataba, me invitó a tomar un café. Los tres entramos en una confitería de la avenida Callao. Al cabo de un rato, salimos con un trato ya sellado. En la esquina de Callao y Corrientes nos despedimos. El Destino siguió su camino por la avenida Corrientes, y la chica y yo tomamos un taxi hasta mi casa. Ella aferraba mi mano con fuerza. Amanecimos juntos a la mañana siguiente.El destino cumplió su palabra y tu recuerdo se ha quedado conmigo, al igual que la chica de mirada triste, que desde aquel día no se ha separado de mi lado. Creo que se ha enamorado de mí. Se llama La Soledad.

JUAN CARLOS DE ROSA


TODO NO SE PUEDE

Sí, ya lo sé.
Tu me lo decías siempre. Cada vez con peor mirada.
Pero no puedo conmigo mismo. Quiero todo.
Quiero sentir el penetrante olor que sólo tiene la mañana, cuando en marzo dan las seis. Entonces quiero salir a correr por el parque, mas aún en otoño, cuando el aire es tenuemente frío.
Quiero volver y hacerte el amor y, apresurado, partir para la oficina.
Y también quiero trabajar hasta tarde y encontrarnos por la noche, ir a comer, ahogarme en cabernet, llegar a casa y nuevamente hacerte el amor.
Eso quiero los lunes.
Los martes, en cambio, quiero levantarme a las cuatro para leer La Ilíada, hacer gimnasia a las siete y luego gozar la rutina del trabajo, para después ir juntos al cine, y hacer el amor a la una y cuarto, en punto.
Quiero jugar al paddle los miércoles a las ocho de la mañana, porque entonces, si me despierto a las cinco, me quedan casi tres horas para leer el libretto de la ópera que veremos por la noche y sobra algo de tiempo para hacerte el amor.
Y así sigo toda la semana, con el sagrado sábado en que quiero jugar al golf el día entero para luego llegar con los pies deshechos y entonces, extenuado, recostarme en la cama y hacerte el amor.
"Todo no se puede, Javier, no se puede", repetías a diario.
Por eso, justamente por eso, tú deberías entender que en estos siete años que hemos pasado juntos he podido ejecutar sesenta mil flexiones y también pude leer a Homero y a todos los clásicos; también pude, a buen ritmo, recorrer cerca de cinco mil kilómetros de parque y lograr cinco ascensos en la empresa; pude bajar el handicap de golf a una cifra, y cerca de mil quinientos litros de cabernet sauvignon han podido ser incorporados a mi sangre, y hoy puedo recitar de memoria, y con pocos errores, al repertorio completo de Puccini.
Con eso, y con mucho menos, la más idiota de las mujeres estaría orgullosa de su marido. Porque todo no se puede.
Por eso no te entiendo. Por eso es incomprensible que me abandones por un flácido gordito que no hace gimnasia, no corre ni al colectivo, practica deportes por televisión, raramente escucha un tango, apaga su lujuria con agua de la canilla y no pasa de leer los suplementos deportivos que sus compañeros abandonan en el Banco, y que el recoge mientras hace la limpieza.
No te entiendo. Realmente no te entiendo.¿Si tú sabes que todo no se puede, qué pretendías de mí ?

MARISA PRESTI


LA MENTE EN EL POZO

El papel temblaba en su mano izquierda. Era un papel cualquiera, pero para Mauricio Agote representaba el borde de un abismo. Nerviosamente, lo apretó con fuerza, como si pudiera neutralizar la amenaza de las letras escritas en él. En otras ocasiones hubiera ignorado el papel, y con cualquier excusa se iría caminando con el tranquilizador fresco de la mañana. Sabía que todo esto lo limitaba; había perdido muchas oportunidades por el mismo problema. Recordó aquel excelente trabajo en una agencia de publicidad que no pudo soportar, o mejor dicho, no lo soportaron.
Mauricio, esto no puede seguir así. La voz de su terapeuta le taladraba los oídos, le generaba bronca. Estoy harto de escucharlo, con su musiquita repetida en todas las sesiones. Como si fuera tan fácil, pensó, habría que ver qué hace si le pasara lo mismo. Varios métodos habían fracasado; el tordo trató sin éxito de liberarlo probando con meditación, visualizaciones, técnicas gestálticas...y nada, todo siguió igual.
Estuve pensando que usted tiene que enfrentar este problema de una vez por todas. Se negó, como siempre. Y entonces escuchó lo que nunca hubiera creído Mire, si usted no prueba, no voy a poder seguir atendiéndolo. Las palabras lo angustiaron; abandonar lo conocido, buscar otro terapeuta, contar de nuevo la historia de su vida, quedarse sin esa confianza ganada con tanto esfuerzo. Prometió que lo intentaría, y salió del consultorio con los ojos velados de gris.
La oportunidad, sin saberlo, se presentó al conocer a Florencia. Un breve intercambio de opiniones en la conferencia del doctor Cazales le bastaron para interesarse por esa periodista de ojos claros y charla incesante, sentada a su lado. Mintió sobre su presencia en la disertación; llegó a armar una historia de investigador universitario interesado en el tema. Florencia le ofreció su ayuda Podría darte buena información, hace tiempo que trabajo este tipo de notas. Un café compartido sin apuro, mientras caían las primeras sombras del atardecer de aquel sábado que le cambió el humor, fue el comienzo de otras salidas amistosas. Cine, teatro, recitales, hasta el día que ella dijo Te invito a cenar a casa el viernes, ¿podés?
Le anotó la dirección en la pequeña servilleta. Él la guardó cuidadosamente en su bolsillo derecho, con ese bienestar que anticipa la vida cuando nos concede lo que más deseamos. Se aspiró todo el entusiasmo de un sorbo, apenas podía disimular la emoción que corría por sus piernas, y esperó con ansiedad los días que faltaban para el encuentro. Por cábala o para hacer durar más el misterio de la mujer deseada, no miró la humilde servilleta adormecida por las arrugas.
En su sesión de terapia recorrió hasta el más mínimo detalle: la ropa que se pondría, ¿le llevaría flores o bombones?, quizás una botella de buen vino era más informal. Mauricio, trate de hablar de sí mismo, no se subestime. Usted tiene muchos aspectos valiosos, pero generalmente los oculta. Su amor por el arte, esos buenos cuentos que escribe, no se quede callado, a las mujeres les gustan los hombres sensibles. Agradeció las palabras estimulantes; esta vez se propuso no fallar, haría cualquier cosa con tal de lograr el amor de Florencia.
Cualquier cosa. Recordó su promesa sobre el puño cerrado que apretaba la servilleta. Frente al elegante edificio de la calle Sucre, paralizado, consternado, con el estómago endurecido como losa, supo que ella vivía en el piso veintiuno. Cualquier cosa menos esto. Sintió un mareo con sólo imaginarse ahí arriba. Quedó de espaldas, decidido a volverse; el peso del miedo inclinaba de nuevo la balanza en su contra. Te invito a cenar a casa el viernes, ¿podés?; la voz femenina le recorrió el cuerpo. Estaría ya arreglada, con la mesa puesta, la comida a fuego bajo sobre las hornallas, tal vez dándose el último retoque al maquillaje, esperándolo.En un impulso toca el portero eléctrico. Empuja la puerta y entra al hall. Frente a él, dos ascensores automáticos esperan su decisión. Respira Mauricio con toda la fuerza de sus pulmones, y elige el de la derecha. Tembloroso, busca el número veintiuno y aprieta; queda suavemente encerrado mientras el ascensor empieza a subir. Sube, sube más de lo que soporta, sube tanto que se afloja el nudo de la corbata, sube más que el temor de perder a su terapeuta, sube más que su deseo de Florencia. Sube para nunca volver a bajar.
-Buenos Aires-

RICARDO ALLIEVI


OSCURO

No está seguro si parpadeó o intentó abrir los ojos pero no pudo por más esfuerzo que hizo y se desesperó. Si lo consiguió, no vio nada. Era la oscuridad más negra, densa y profunda de su vida. Sin cielo, sin luna y sin estrellas. Nunca había visto o imaginado nada igual.
Tenía mucho frío, estaba helado y rígido. No pudo saber si en esa noche que le parecía eterna, estaba vestido con un camisón o un hábito blanco de seda .
Quiso tocárselo pero fue imposible. Tenía las manos a los costados del cuerpo.
Ni siquiera imaginó su palidez cadavérica.
Todo cuanto intentó para moverse, darse vuelta o levantarse fue inútil. Tampoco pudo saber si se murió en ese momento o si estaba muerto desde antes, en medio de un silencio oscuro, sepulcral y macabro.
Pensó que quizás tuviera alguien al lado; pero no podía preguntarle a nadie : -¿ Ustedes nunca vieron matar a alguien -...?
Supuso que no le hubiera oído porque tenía los tímpanos sellados.
En el aire del atardecer vibraban las primeras campanadas del cementerio que anunciaban la llegada del Angelus. Supuso que no iría nadie porque no las escucharían o estarían tiesos. El las escuchaba atento y con ganas de salir corriendo para preguntar lo que deseaba y disipar sus dudas ; pero no pudo levantarse del lecho ni mover sus músculos rígidos.
-Buenos Aires-

lunes, 8 de marzo de 2010

ANALÍA PASCANER


HOY MI ALMA ESTÁ GRIS

Las cinco en punto de esta amenazante tarde.
La bruma permite descansar de miradas intrusas a las montañas del oeste. Detrás de esa espesura gris adivino las formas y los colores de esas moles, mudos testigos diarios de la vida, de mi vida. Montañas misteriosas y cautivantes, siempre intentando modificar sus colores; atrapando todos los tonos de gris y amarillo, azul y verde; mostrándose rosadas cuando el sol las acaricia en cada amanecer, tornándose transparentes cuando ese sol desaparece tras ellas. Hoy descansan, hoy no toman ningún color, hoy me permiten imaginarlas como mi alma desee sentirlas.
Una lluvia mansa limpia el valle.
Observo las gotas desprendiéndose suavemente desde el techo gris plomizo. Otras gotas juguetean entre las hojas de los árboles y las plantas antes de acariciar el pasto.
Hoy quisiera transformarme en nube para permanecer frágil y poderosa, cercana y lejana, indemne e inalcanzable.
Hoy mi conciencia al fin reconoce el peligro de permanecer inmersa en esta obsesión.
Obsesión caprichosa ocupando mi mente desde hace algún tiempo. Obsesión absurda envolviendo mi ser en una tristeza asfixiante. Obsesión semejante a un monstruo absorbente tomando mayor confianza a cada minuto: una telaraña incómoda y pegajosa, una luz oscura y dolorosa naciendo en lo más profundo, hiriendo mi interior, desgarrando mis entrañas. Un monstruo invasor arrastrando mi vida, apropiándose de mis sentimientos. ¡Ay! con esta angustiante obsesión: dueña absoluta de cada uno de mis días.
Hoy deseo liberarme y vagar con libertad.
Hoy todo es gris en este inmenso cielo.
Hoy mi alma está gris… y nada hago por impedirlo.

-Catamarca-

*Publicado en la revsita virtual, Con voz Propia, que dirige Analía Pascaner

ANA MARÍA MANCEDA


LA DUEÑA DEL MUNDO

Es irónico, al menos risueño, ir en un bus hacia el trabajo una mañana de primavera y sentirse la dueña del mundo porque sí, porque los ojos inmensos brillan, el cerebro bulle de proyectos y las hormonas esclavizan el cuerpo. Soy la dueña del mundo por eso vivo al límite, por eso he llorado y he escrito un poema esta mañana, tan solo esta mañana por la guerra de Viet-Nam.
El otro día, la semana pasada fue por lo de la FAO. ¡Hay hambre en el mundo! Mientras la lluvia cae insobornable sobre la historia, arrasando las espigas y las esperanzas.
La sequía acecha, el desierto acecha. Y los pájaros cantan sobre la tierra.
Soy la dueña del mundo, no me alcanza el tiempo,
aún a los dueños del mundo no les alcanza el tiempo. Por la tarde, mientras el sol se cuelga e insiste empujando los vitrales del subsuelo ayudado por los aromas de las flores del bosque que abraza a la Facultad, me sorprende extasiada mirando por el microscopio una célula vegetal o la espora de un hongo o el perfecto cristal de una roca. Yo extasiada, y no me alcanza el tiempo.
Por la noche el azar me lleva, el tiempo tampoco alcanza las estrellas se alejan, mis manos, mi cuerpo no pueden seguirlas quizás mi cerebro. Sí mi cerebro, sí mi cerebro.
Amanece. La dueña del mundo comienza su ebullición. Ocurren tantas cosas en el planeta y la familia sigue la estúpida, nociva tarea de autodestruirse, mientras ocurren tantas cosas en el planeta.
La lluvia cae y el desierto acecha. Los pájaros siempre cantan. Olores, jazmines, río, noche húmeda. Sabores, panchos, pizzas, asados.
Crepúsculo y cerveza. Amores. Libros, libros, libros. Música, amigos, se juega a ser hippie, bellos, comprometidos. Recitamos poemas en francés.
Es irónico, al menos risueño ir en un bus y sentirse, porque sí, la dueña del mundo. Hace mucho, mucho tiempo. Ahora es más irónico aún.
Amanece, está cayendo nieve en mi jardín en la cama, un cuaderno, una lapicera y mi cerebrosí, mi cerebro ¡Flasch! Y soy la dueña del mundo.


-San Martín de los Andes-

ALEJANDRA OVIEDO


ROSA ROJA, ROSA BLANCA

Trabajaban en la misma empresa, Natalie vivía en su entrañable Paris y Andrés en Madrid. De una u otra forma estaban en contacto todos los días. Al principio mantenían una relación distante...un saludo por cortesía, y la notificación de la jornada.
Esa mañana ella llegó a la oficina desencajada, no podía disimular la ruptura de tantos años con su novio, se le notaba hasta en la sangre. Debía llamar a ese extraño español y sin tantos escollos lo hizo.
- Andrés, aquí le envío unas estadísticas que encontré sobre mi escritorio.
Él la notó distinta, como herida, como si una lesión la estaría capturando y se animó a preguntar
- Natalie ¿Estás bien?
Quién era ese entrometido para indagar sobre su estado, seguramente si le decía que estaba destruida gozaría como suelen hacerlo algunas personas para mantener el poco ego que les queda vivo.
- No pasa nada señor, gracias por su interés hacia mi persona-
Saludó y cortó abruptamente.
Al día siguiente y como de costumbre abrió el correo electrónico personal, había dos mensajes, uno de su inseparable amiga que seguramente le escribía para relatarle el viaje que había emprendido a América y el otro tenía como remitente a Andrés Castañeda, asunto...Saludos, se sorprendió y una curiosidad apremiante la incitó a abrir el contenido con torpeza. Había una figura de una rosa profundamente roja y un mensaje... DESPUÉS DEL FRÍO DE LA LEJANÍA, ESPERAMOS EL CÁLIDO ABRAZO. Sintió una sensación de amparo, de abrigo a su dolor, un refugio desconocido que la invitaba a descubrir. Se tomó el atrevimiento de responderle con un ¡¡¡GRACIAS!!!
Tomó el teléfono y como si nada hubiera pasado, dijo:
- Andrés, le envío el expediente.
¿Habrá abierto el correo?, pensó él e indagó
- ¿Cómo estás hoy Natalie?
- Como una rosa profundamente roja, sonrió con ternura y cortó vacilante.
Los correos se incorporaron a la cotidianeidad, figuras, poemas discretos, frases vivificantes con saludos colmados de cariño, simpatía y mucha cordialidad. También los llamados telefónicos sorpresivamente suplieron a la obligación de tomar un tubo para comunicar una información fría y sin sentido.
De a poco Andrés fue conociendo los gustos de Natalie, sus ideas, su vida...
Ella y también de a poco, se fue enamorando de aquel que le enviaba rosas rojas.
Las hojas del almanaque se deshojaban, como el árbol otoñal que se desprende de su follaje silenciosa y vertiginosamente. Un año, dos... tres y la tangible necesidad de un encuentro. ¿Paris? ¿Madrid?, ¿dónde, cómo y cuándo? Cuando dos deseos se unen el universo abre paso para que ellos se conviertan en realidad. Entonces no era amor, era deseo, curiosidad, ternura ¿Cómo denominar a ese vínculo tan distintivo, tan particular? ...el tiempo y las razones del corazón eran los dueños del nombre de la relación.
Se encontrarían en una plaza de Madrid, para reconocerse, ella vestiría de blusa blanca y pantalón negro con una rosa roja en la mano y él de jean con saco gris.
Era un día de sol radiante, sus rayos golpeaban atrevidamente los aleteos de las mariposas que engalanaban el paisaje. La miró, la observó ¡Qué bonita es!... se dijo a si mismo.
Ella levantó sus ojos y se encontró con el caballero de gris, ya se había consumado el deseo, ya no había nada que decir y se le calló una lágrima que no pudo contener, producto de una verdad que nunca fue. Él vio la lágrima y comprendió, dio media vuelta caminando con despecho y cien lágrimas sobre el rostro.
La plaza se convirtió en una laguna de sollozos y de esa mancha de agua pura, surgió una blanca flor, era justamente el nombre que le habían puesto el tiempo y el corazón a esa relación.

-Córdoba, Argentina-

*Publicado en revista literaria virtual El poeta, dirigida por Juan Carlos Arce

NORMA PADRA


SUEÑOS DE VIDA



COSTA

Llega el atardecer
la playa de oro
arde.
Hay un mar
............. nocturno
y otro más
............. con luna
reflejada
hasta la madrugada.
Y otro mar
más profundo
de sabor amargo
con arrecifes sangrantes
sediento
que me apuñala.


FRAGIL

El corazón del ángel
viste orquídeas
.................blancas
para los niños muertos,
los que abrazaron las estrellas
solitarios
olvidados
... deshabitando
los secretos de las palabras.



ABISMO

El más espumoso vino del abismo
cauteriza un instante de tristeza
la perdida de un dios
en el ritmo del océano.
El ritual de un oficio
fermentado destino de
un cuerpo olvidado;
de tu nombre frágil
trémulo, se revela
como fiera subterránea.



MAGNOLIAS

Árbol de blancas palomas
...........lo veo
me acerco y se trasforma
me invade el aroma
de las magnolias
las palomas inmóviles
dejan en el aire
su exquisito perfume
...........hasta caer.
No laten más sus corazones
y aún regalan su fragancia.


YA LOS NIÑOS NO JUEGAN

El sauce está triste
no por ser llorón...
el carrusel dejó de girar.
Los niños ya no juegan
en el parque.
El avión, el corcel, el cisne,
y hasta Dumbo
están muertos.
Ahora el parque de mi barrio
ya no escucha sus risas.
Todo es verde, luces,
cámaras grabando,
policías de custodia.
Vivir el espanto.
Ya los niños no juegan
en los parques...

FLOR

Nunca besé un poema,
aunque él esté aquí
rozando suavemente
...............mis labios,
en las horas
...........de los
................más
dolorosos
................. silencios.
Y dejo
una flor en él,
para compartirla
...................contigo.


SUEÑOS DE VIDA

Puertas que se abren y cierran
algunas carcomidas,
otras lustrosas
como luna escurrida
entre el velamen y el viento.
Ahora la madera arde
en un fuego nuevo
y lleva tu esperanza
entre espinas y piedras.
Centellea y rasga tu alma
nuevamente.




GINKO BILOBA

Verdes tus hojas
hasta que
despides el verano.
Regalando
finas láminas de oro
a la tierra que cuida tus raíces,
donde,
graciosamente
juegan con remolinos de viento
las partículas de los adioses.

-Buenos Aires-

JUANA SCHUSTER


MARGARITA

Todos en el pueblo admiran el trabajo eficiente del cartero. Aún bajo la lluvia deja en las casa lo que todos esperan: encomiendas, postales de los nietos que están en el extranjero, cartas.
También se acerca a los ranchos entre los valles.
Bautista tiene 20 años, ojos claros, descendiente de colonos polacos. El pelo es rubio como las espigas.
Los habitantes, donde todos se conocen, comparten horas jugando a las cartas o acomodando ladrillos.
Los viejecitos, con su rostro otoñal, lo esperan para relatarles anécdotas del pasado.
- A mí me gusta escucharlos; sé que la vida es un sendero que ya han transitado. Mi padre decía que la gente sin historia es como el viento en la arena.
Pero hay alguien que lo espera y nunca recibe nada. Es Margarita. Tiene 46 años. El rostro es poco agraciado.
Fabián fue el único que estuvo a punto de casarse con ella. La dejó cuando entró a trabajar en una estancia en Tandil.
Cuando la correspondencia se espació, la curandera leyó sus manos.
- Margarita, Fabián es el marido de una cordobesa.
A partir de ese momento, ella está atenta a la llegada de Bautista.
- No hay nada para vos.
Y ella mira los cardos allá a lo lejos y se siente como ellos. Parece que brotasen pinches en su cuerpo que ya muestra el paso cansino.
Es una ceremonia. Después del reparto en el lugar, él la siente detrás suyo, como una sombra. No espera la pregunta. Es innecesario hurgar en su portafolios de cuero de cabra.
- No hay nada para vos.
Bautista siente que quisiera inventar una carta. A veces piensa en escribir una sin remitente.
Hoy, la madre, se acerca a ella. La nota mirando el ombú allá a lo lejos. Su mirada horada distancias.
Le apoya una mano en el hombro y le suplica que no pregunte más. Fabián pertenece a otra mujer.
- Arréglate un poco. Que Mariela te haga bien las trenzas y Teodora ponga polvo en tus mejillas.
Podés ir al baile de la peña. Si vieras el mar, hija, sabrías que está lleno de peces.
Margarita gira la cabeza deshilachada, donde se notan hilillos de plata.
Hay lágrimas en su cara.- Mamá. Usted se equivoca. Estoy enamorada de Bautista.

SUSANA DEL NEGRO


LA TAREA SIN FIN


-1º de marzo, hoy es el día elegido para comenzar mi novela, es la fecha que por cábala, cada año, prefiero, para iniciar mi nueva obra. Ya realicé todos los pasos previos, me levanté temprano, hice mis ejercicios de meditación, aireé el estudio…
De pronto, la puerta de mi cueva se abre lentamente…
-Sorry, querida, ¿viste los documentos que tenía que firmar para el abogado?
-En el último cajón de tu escritorio… querido.
-Gracias, amor, y ¡suerte con lo tuyo!, ¿hoy es el día, no?
-Siii, darling…
-Como decía, aromaticé todo mi lugar con los sahumerios que me regaló el cónsul de la India en el último cóctel de la embajada…
¿Y ahora, quién golpea la puerta?
-Má, ¿se puede? ¿Ya empezaste? No encuentro mi raqueta y tengo partido en el club…
-Hijito adorado, preguntále a Elvirita, ella ordenó tu cuarto y debe saber…
-¡Gracias má!, ¿te puedo dar un beso? ¿Te interrumpo?
-Si, mi amor… no, no me interrumpís.
-Cada 1º de marzo me prometo que la próxima vez, voy a tener mi estudio fuera de casa. Así, escribir, tranquila, sin sobresaltos, sin interrupciones, sin…
No lo puedo creer, otra vez?
-Seño?
-Si, Elvira
-Hoy ¿lustro los bronces?
-¿Los bronces? Sí, no lo había pensado, pero si hagálo, está bien…
-Seño…
-Si, digáme
-Hoy necesitaría tomarme la tarde para ir a ver a mi prima que…
-Está bien Elvirita, tome la tarde, lustre los bronces, pero por favor, necesito ponerme a trabajar…
-Perdón, perdón
-Como estaba contando, ventilé para las buenas ondas, prendí sahumerios, elegí mi música preferida… ¿y porqué nunca termino de decidirme a escribir fuera de casa y así poder hacerlo sin que me molesten a cada rato?, podría alquilar un departamento, como tantas veces lo pensé y dejar, así de lado, los golpes en la puerta, las preguntas, ¡desearía tanto tener mi propio espacio! un lugar sin teléfono, donde no llegue, siquiera, la voz de mi editor preguntándome: ¿todo bien, reina?; metiéndome presión… en la próxima sesión lo consulto con mi analista, alguna resistencia debo tener
-Bueno, ahora sí, ya tengo pensada la historia, los personajes, el final, aunque ya sabemos que después las historias se disparan solas. Por suerte la casa está en silencio, todo está en orden, cada uno en lo suyo, … ¡cuánto silencio! ¿estará todo bien? ¿Elvira habrá preparado el almuerzo? A ver si cuando llegan a comer, no hay nada listo… y si me hago un tesito… o mejor un café?
-¿Qué fue eso? el portón de entrada se cerró escandalosamente… y ahora alguien sube por las escaleras a toda carrera… de pronto la puerta de mi estudio se abre una vez más…
-¡Mamá! ¡mamita!... Jorge me dejó…
-Daniela, hija, no puede ser, vení, contáme, ¿qué pasó?…


-Buenos Aires-

CARLOS MARGIOTTA


LOS RUIDOS


A esa hora de la mañana, el subterráneo que lo llevaba al trabajo le permitía viajar sin los aprietes y empujones que frecuentemente terminaban con el robo de alguna billetera o cartera de mujer por acción de algún punguista, y aunque podía viajar sentado siempre lo hacía parado al lado de puerta que se abría junto al andén.
Hacía tiempo que venían molestándole los ruidos de la gran ciudad y se sentía acosado entre las voces de la gente y el estrépito de las ambulancias, el andar habitual de los automóviles y colectivos, a los que ahora también se le agregaban las llamadas por los teléfonos celulares.
En muchas ocasiones los oídos se crispaban hasta el punto de sentir como un puñal se le clavaba en los tímpanos, entonces cerraba los ojos para calmar el dolor y pensando seriamente en la posibilidad de mudarse a un lugar más tranquilo, donde podría escuchar sólo el canto de los pájaros y el silencio de una alumbrada noche por las estrellas. Le faltaba poco para jubilarse y era hora de cumplir con el viejo sueño de volver al lugar donde había nacido. ¿Cómo?
El vagón del subte era un desfiladero recorrido por vendedores ambulantes que se alternaban disciplinadamente con los que pedían una moneda para comer. Él los conocía a todos, entre otros, al ciego del acordeón que martillaba el teclado del instrumento sin piedad, al vendedor de herramientas que no pueden faltar en el hogar, al tipo tres pares de medias por diez pesos y al desocupado infectado con HIV que mangueaba para comer.
En la medida que transcurría la jornada los ruidos en sus oídos iban en aumento hasta el regreso a su casa donde encontraba algo de paz. Los médicos le habían dicho que orgánicamente estaba todo bien, que por la edad, que puede ser un virus o la contaminación ambiental y mucha otras explicaciones, pero él íntimamente sabía que esas no eran las verdaderas causas.
En la estación Medrano subió un hombre cubierto con un poncho norteño que le cubría el torso a pesar del calor de diciembre, y un charango entre sus brazos. Era de baja estatura y de piel tan oscura como la suya. Sintió como si un hermano lo abrazara fuertemente después de muchos años y el pecho se le arrugó de compasión. El hombre se presentó "Soy de Jujuy", y se puso a tocar un carnavalito como aquellos que había bailado en la quebrada siendo joven, y siguió el ritmo de la música golpeando el suelo con el pie derecho como si fuera una caja.
Los ruidos que lo acosaban en el interior de su cabeza dejaron de aturdirlo por un momento y en su lugar se le aparecieron las imágenes su madre y sus hermanos. El paisaje de la puna envolvía el recuerdo; el corral, las casas de barro, el pozo de agua las noches frías, el viento y más tarde la María. María despidiéndolo con un beso en el camino que lo llevaría a la ciudad y de allí a la puerta del cuartel. Recordó los días en la milicia donde aprendió a leer y a escribir, el uniforme verde oliva, los rostros de sus compañeros y los disparos. Esos disparos que todavía sonaban nítidamente.
Entonces se vio a sí mismo en el monte tucumano, escuchó el crepitar de la metralla y la explosión de los obuses mientras subía la montaña. Vio la sangre y la desesperación, vio el llanto y el dolor, y escuchó los gritos del sargento ordenándole:
- Soldado, métales un tiro de gracia a los heridos...
- Sí, en el medio de los ojos...
- Ya escuchó al capitán...
- En esta guerra no hay heridos ni prisioneros...
- Me entendió soldado...
- No me diga que tiene miedo...
Los aplausos de los pasajeros lo hicieron regresar del pasado. Una gota de sudor le cruzo la mejilla y se secó con la manga de la camisa. Después el músico se puso a interpretar una cumbia colombiana mientras el subte se iba vaciando en la estación Florida. Desde el anden miró al hombre con su charango como reconociéndolo y le apuntó a la frente con la mirada. Luego se dirigió hacia la escalera mecánica donde lentamente subió hasta la avenida, y uno tras otro, lo atacaron los ruidos.

-Buenos Aires-

NACIMOS EN MARZO DE 1995, HOY CUMPLIMOS 15 AÑOS

ESPACIO NORMA PADRA
"Café literario"

TU CITA ES EL SABADO 20 DE MARZO A LAS 18.30 hs.

Queridos amigos tengo el agrado de convocarlos a compartir la lectura
Programada en "La Subasta” Río de Janeiro 54, cap.

LOS INVITADOS:

Mary Acosta - Marta Castagnino - Alejandra Crespin Argañaráz
Rodolfo Leiro - Irene Marks - Rolando Revagliatti
Ana María Torres - Víctor Valledor

-FESTEJAREMOS LOS 15 AÑOS DE EDICION, DE LA REVISTA LITERARIA
REDES DE PAPEL JUNTO A SU CREADOR Y DIRECTOR: CARLOS MARGIOTTA-