miércoles, 16 de enero de 2008

RICARDO DUBIN



EL BILLETE DE TROILO

Cuando vi al pibe salir corriendo con mi billetera, pensé que la vida se me iba de las manos.

Una noche de hace ya casi veinte años me encurdé con mi amigo Daniel. Yo corría tras un olvido y él me hacía la gamba, siempre dispuesto a las obligaciones de la amistad.
Comenzamos en los bares y terminamos en un cabaret de moda por aquellos años. Yo, que estaba en la mala, me dejé convidar, y se sabe que quién paga elige el lugar donde beber. Le conté mis desgracias hasta que nos tentó la risa. Estaba en la lona por la enfermedad de uno de mis pibes, y le echaba guita a paladas a los médicos aunque ellos mismos fueron los que dijeron que todo era inútil. El pibe se consumía. Por aquél entonces creí ver a mi mujer con otro. Así como la enfermedad del pibe me carcomía el alma, así la supuesta infidelidad me importaba poco. Los sentidos se me borronearon de borracho y reí. Una copera me miró desde unos ojos que sabían que tras tanta risa venía el más profundo llanto, y maldigo la suerte que la trajera a mi mesa. No supe qué drama le oprimía el corazón (esa noche no supe oír), pero me parece que también se trataba de un pibe.
En el palco la orquesta tocaba de lo lindo, y los compases se perdían en las ochavas del murmullo. De alguna mágica forma la música ganó protagonismo. Alrededor de Pichuco, la orquesta susurró un tango. Miré a mi alrededor y comprendí que si preguntábamos a cada uno para quién tocaba Troilo, cada uno diría sin dudar: "Para mi". Y yo opiné lo mismo.
Cuando Troilo bajó del palco, me le acerqué para agradecerle. Muchos ya lo estaban haciendo. Me acordé de la misa cuando los fieles se levantan para recibir la comunión, pero también de Jesús, porque era como Cristo ante Pilato, el más conmovedor e indefenso pobre tipo de todos los tiempos, y a la vez una gloria nacional, un crack. Debí decirle solamente "gracias " , pero en mi borrachera me despaché con todo mi drama. Sacó un billete grande y me lo dio. En una primera reacción quise devolvérselo. Me palmeó la cara y viniéndose hacia mi me dijo que no me preocupara por la guita, que "si usted me la vino a pedir es porque la necesita". Cuando habló, supe que estaba tan curda como yo.
Después enfiló para las mesas y yo quedé tambaleándome en la oscuridad. Con él se había ido el bullicio y quedaba el silencio de la vida; se habían ido las voces y las risas, la vecindad de los cuerpos. Alguien de entre las sombras se me acercó, y tomándome del brazo me dijo: "Si puede no gaste ese billete. Hágame caso y guárdelo". Otro, un viejo que flotaba en el limbo feliz del buen alcohol, sentenció asombrado: "Es igual a Gardel". Ya en el taxi pensé en eso de guardar el billete y en las necesidades de mi pibe. No sabía que hacer; los riesgos de confiar en otra pata de conejo resultaban enormes, y por otro lado el tratamiento de la enfermedad mortal que aquejaba a mi hijo... ¡vaya a saber lo que yo opinaba de esa agonía!
Mi mujer me había hecho notar que debía pensar también en el futuro de nuestra hija. Al llegar, me sorprendió que me reprochara la tardanza, cuando para mí todo estaba acabado. Me eché a su lado y dormí. Por la mañana me pareció ver al pibe con más vitalidad que en la víspera, pero no podía ser más que una ilusión y no dije nada. De todos modos decidí no hablar del billete hasta que se me pasara la resaca. Al mes , el pibe hablaba de cuando pudiera volver a caminar, y los médicos hablaron de milagro. Luego caminó y, como a todo, nos acostumbramos a vivir en estado de milagro.
El boliche que teníamos se terminó de fundir, pero yo conseguí un laburito con el que podía mantener a la familia. La experiencia que habíamos vivido con la enfermedad del pibe nos había vuelto humildes en las ambiciones, y vivíamos agradecidos con lo que tuviéramos. Jamás hablábamos de lo que había sucedido en aquel tiempo, ni yo le manifesté mis sospechas de infidelidad. Hubo muchos años buenos (siete, dice la Biblia, son los años buenos y siete son los años malos).
La piba era tan linda como la madre. El pibe se lucía como wing derecho en la quinta de San Lorenzo. Ella me amaba como si supiera que había sido en parte culpable del milagro, culpable por la fe, reo de haber creído y me lo retribuía con sus mejores años.
Por eso bronqué cuando ese pibe me choreara la cartera, no por él, pobrecito, sino porque seguramente no sabía que se llevaba el billete que me diera Troilo. Un billete ya sin valor, el único billete intransferible de la tierra. Se estaba afanado la única guita con que se pudo comprar salud y una familia.
Caminé hasta mi casa. Cuando ya andaba llegando noté que tenía el traje más gastado de lo que recordaba. "Como si no pudiera comprarme otro", me reproche. En la cuadra de mi casa, oí decir a mis espaldas: "Ahí va el loco que todavía piensa que su hijo está vivo". Llegué a casa y abrí la puerta. Por el pasillo oí la música que sin duda había puesto la nena. En el patio, el pibe hacía jueguitos con la pelota. "Hola Pá " me dijo sin saber que tenía la voz muy gruesa para llamarme así. En la cocina estaba mi esposa. La besé. Fui al baño. Cuando cerré la puerta tenía ya la cara empapada por las lágrimas. La luz era de una bombita de cuarenta wats en un portalámparas. Me bajé los pantalones y me senté en el frío mármol del inodoro y seguí llorando. Ya sabía que todo eso era mentira.

CORA STÁBILE



EL AYER PINTADO DE VERDE


Nunca me importó demasiado la forma de vestir. Jamás fui a un desfile y nunca compré una revista para enterarme qué iba a usarse en la temporada siguiente. Siempre me puse lo que me gustaba, me resultaba cómodo y podía comprar sin empeñarme.
Como jamás valoré a la gente por su aspecto exterior, no me ocupaba demasiado del mío.
Pero hoy recuerdo aquel pantalón de corderoy finito color verde seco.
¡Cómo lo amaba! Dejaba de usarlo sólo para lavarlo,.
Me lo ponía para cualquier ocasión, sólo variaba, y no demasiado, las prendas que cubrían mi torso.
Cuantas veces escuché a Papá preguntándome:
-¿No tenés otra cosa para ponerte? - Y yo me reía sin sentirme afectada en lo más mínimo y, por supuesto, lo seguía usando todas las veces que se me daba la gana.
Hace más de 26 años que el Viejo falleció y ahora me doy cuenta que jamás volví a enamorarme así de otra prenda.Me gusta sumergirme y bucear por los canales que recorren los vericuetos del alma, estoy convencida de que la casualidad no existe, pero ... ¿cuál es la causa que me empujó a hacer este viaje al ayer? Acaso, como tantas otras veces, sea la consigna recibida en el taller de escritura para volver a la semana siguiente con un nuevo trabajo y la misma pasión.

MARENKA



LAS BRUJERÍAS DE PETUNIA


Todo comenzó cinco años atrás, cuando Ramón se fue de casa. Como a toda mujer divorciada, me costó aceptar mi nuevo estado de soltería… pero confieso que sentí un cierto alivio y pensé: ¡al fin me lo saqué de encima !
Pero pasado sólo un año del divorcio Raquel, nuestra amiga en común me contó que el muy santulón conoció a una mujer ¡16 años más joven que yo ! ¡Y dicen que la muy fresca es muy linda ! ¡Qué va !, ¡algo tengo que hacer!
Acudí a mi querida bruja de siempre, Miranda, y ella me aseguró que solucionaría semejante injusticia: ¡sólo tenía un único deseo: que Ramón sufriera hasta el resto de sus días !
Confieso que tuve que vender algunas alhajas para pagar el "trabajo" de Miranda, pero nada me resultaba caro para cumplir mi objetivo. Me encomendó seriamente que le trajera nada menos que caca de chivo, así fue que con mi vieja amiga Irma emprendimos la búsqueda.
El chivo en cuestión lo encontramos en un campo de Mercedes, pero mientras esperamos una tarde que "el constipado" defecara, una intensa tormenta con granizo inundó todo el campo y cuando el chivo hizo lo suyo ¡el viento arrastró la caca a mi cara! ¡Cualquier cosa con tal de cumplir mi objetivo! Cuando nos dirigíamos a iniciar nuestro regreso me resbalé y me fracturé el fémur… estuve dos meses enyesada pero lo que era más importante, conseguí la caca. Finalmente el "trabajo" se hizo y una sensación de paz por la merecida venganza me dio felicidad al esperar la ruina de Ramón y su amada.
Cuando me recuperé de la caída fui a visitar a Raquel quien, mientras me servía una caliente taza de té, me dio la noticia que había visto a los muy cretinos y que no sólo se los veía muy felices sino que también estaban preparando un prolongado viaje a Europa. No pude contener mi ira, tiré la taza al piso y me fui indignada de la casa de Raquel a ver a Miranda.
Cuando estaba con ella me enceguecí y me puse temblorosa y no admitía excusas, sólo quería resultados para hundir a Ramón y a su querida.
Miranda me tranquilizó y me dijo que redoblaría sus fuerzas y que al regreso de su viaje los tortolitos tendrían su merecido. ¡Esta vez debía conseguir como fuera pis de mona! Miranda me alentó y me aseguró que esto me daría excelentes resultados.
Luego de convencer nuevamente a Irma para que me acompañara esta vez a la selva misionera. Cuando llegamos, contratamos una visita guiada a unos de sus parques naturales y ella me estaba esperando, me miró fijo y sólo faltó que me hablara: era la mona que tanto buscaba… nos bajamos del jeep con la excusa que queríamos fotografiar a la mona. Era mi salvadora y no podía dejarla escapar… bajo un sol terriblemente intenso, esperamos dos horas y al fin la mona orinó… pero luego sucedió lo inesperado: una epidemia de mosquitos y jejenes azotó el lugar y mi amiga y yo tuvimos que retrasar nuestro regreso a Buenos Aires: estuvimos dos días con analgésicos e inyecciones de antinflamatorios… ¡pero habíamos conseguido el orín y con él Irma lograría que la parejita se hundiera para siempre!
Después de 15 días, como era su costumbre, Raquel me invitó a su casa, nunca habíamos sido muy amigas y pensé que algo tendría para decirme. Me fui con mi mejor vestido, realmente estaba reluciente… sólo esperaba el momento en que Raquel me pusiera al tanto de la "suerte" de mi ex esposo y su enamorada. Pero ante mi sorpresa me mostró una foto de casamiento: ¡el de Ramón y su descarada novia!
No pude resistirlo, empecé a gritar y a tirarme de los pelos, rasgué mi vestido recién comprado para la ocasión y sentí que el odio me ahogaba. Pude percibir cierta alegría en el rostro de Raquel, quien me dio dos tranquilizantes y dormí dos días enteros.
Al despertarme, llamé a Miranda y entre insultos, reproches y disculpas logró convencerme con una tercera propuesta, advirtiéndome que el costo sería un tanto alto pero que su efecto seguro.
Fuera de mis cabales, decidí hipotecar el departamento ¡tenía que pagarle a la bruja para que Ramón y su esposa tuvieran su merecido!
Esta vez fue más sencillo, sólo me pidió una foto de ellos. Todavía conservaba alguna de Ramón pero me faltaba la de ella. No podía pedírsela a Raquel porque se enterarían en qué andaba. Así que con cámara fotográfica en mano, la esperé que saliera de su casa, decidí seguirla con mi auto a la única causante de todos mis males. Mientras manejaba sólo tenía una obsesión: lograr sacarle una foto, fue así cuando de su casa, decidí seguirla con mi auto a la única causante de todos mis males. Mientras manejaba sólo tenía una obsesión: lograr sacarle una foto, fue así cuando sorpresivamente un auto se cruzó en una esquina e inevitablemente chocamos, y como resultado, destrocé la parte delantera del mío… tuve suerte de no matarme… pero había triunfado: ¡tenía la foto! Sin embargo la vida me tenía otra sorpresa ¡el rollo estaba velado!
Cansada y furiosa esa tarde volví a casa: ya nada me sorprendía cuando encontré debajo de la puerta una intimación para pagar la hipoteca, me habían cortado la luz y la línea telefónica y no tenía ni una fruta en la heladera. Me tranquilicé y pensé que nada me vencería y mientras pensaba esto, me golpearon la puerta. Era Miranda que aseguraba haber tenido la gran videncia de su vida y en su visión verificó que los tortolitos visitaban a una bruja y me advirtió que me cuidara la muy idiota.
Esa noche me acosté casi vencida en mis fuerzas, pero pensé que algo se me ocurriría y me dije "Petunia no puedes darte por vencida". Sin embargo algo sucedería que acabaría finalmente con mis planes: Al día siguiente llegó una notificación en la que Ramón me denunciaba por ser víctima del delito de "brujería" con la consiguiente condena a prisión y /o sanción económica. Pero recibí además un sobre cerrado de color rosa con una estampa de la Virgen Milagrosa y con una nota en la que con una letra clara y prolija su nueva esposa me decía "¡Que Dios te bendiga!". Después de todo empezaba a caerme simpática…

LULÚ COLOMBO



EL CARRITO DE FERIA


Lo observó asombrada por la prestancia y el corte perfecto de sus ropas. Qué andará arrastraba el sol en el destartalado carrito de la feria, como todos los jueves de todas las semanas de toda su vida. Un cuerpo vegetal se mecía a sus espaldas con brazos de apio, narices de machucho y sonrisa alegre de sandía. Fin de feria. Los chicuelos sucios recogían los restos. El olor de flores y frutas atravesaba los toldos para unirse en el aire con el recuerdo del mar entre gritos y carcajadas de mestizos y orientales. Las tiendas iban desapareciendo en los camiones y la cerveza circulaba entre los hombres. Un día más, pensó, es el último jueves de junio. Ya estamos a fin de mes. Debo apurarme, todavía tengo que acomodar las compras antes de preparar el almuerzo.
Bajó la ladera automáticamente seguida del batir de las ruedas que se atascaban en la calzada desigual. Al doblar la segunda esquina vio al hombre que avanzaba majestuoso haciendo por aquí, a pie, pensó mientras se cruzaban; su pensar fue detenido por una voz que le pedía auxilio. Se dio vuelta y allí estaba aquel hombre apuesto, esperándola. Se le acercó curiosa y se dejó atrapar por el halo de importado que lo envolvía. Auxilio, había gritado y esa palabra sólo escuchada hasta ese día en la televisión, se le hizo realidad en la mañana de sol. Estaba parado y tieso como un emperador. Necesito llegar a la avenida y no sé dónde estoy. Soplos de belleza y pena la empujaron a guiarlo. No se preocupe, espere que dé vuelta el carrito y lo acompaño. Es usted una persona muy buena. He salido hace varias horas y nadie me ha querido ayudar. Tengo que ir al hospital que está en la avenida, dijo. Ella lo tomó fuertemente del brazo como una novia que baja del altar. Y subieron y bajaron laderas conversando y ella lo sostenía con vigor y le avisaba dónde pisar para driblar los peligros de las calzadas desparejas. Llegaron a las puertas del severo edificio. Hemos llegado, estamos en la puerta principal.
Ir y venir de sufrientes, médicos y vendedores ambulantes en el hall. Filas silenciosas. Olores indescriptibles.
Le agradezco haberme acompañado. Sólo quiero pedirle un último favor. Necesito llegar a la morgue. Todo esto parece ser tan grande. Tengo que reconocer un cuerpo, no se lo dije antes pues estas son cosas penosas y asustadoras, pero me parece que usted es una persona que puede comprender. Está bien, no se preocupe, lo llevaré, no me cuesta nada y no me agradezca. Supongo que si estuviera en su lugar, alguien me ayudaría también. Pues no lo crea, las cosas no son así en realidad, dijo el hombre. Ella les abría camino, el carrito con sus brazos de apio caídos se desplazaba a sus espaldas.
Y llegaron por fin. Puerta alta. Leyó en voz alta "Morgue" y empujó la pesada hoja.
Nadie los detuvo y entraron. En las mesas yacían bultos tapados. Ella se estremeció y soltó el brazo del hombre y el carrito. Bueno, creo que ahora lo puedo dejar, debo irme, ya es tarde. Una voz grave a sus espaldas surgió para decirle que efectivamente ya era tarde. Ella se vió de repente parada en una morgue. Sólo las había visto en las películas. El carrito de la feria era lo único colorido en esa sala. Quien le hablara era un sujeto vestido de verde, ojos achinados. Este es Guish, mi ayudante, le dijo majestuoso, mientras se quitaba los modernos anteojos de sol. Ella pudo ver la ausencia de pupilas que, sin embargo, observan. Cálmese, le dijo, quiero mostrarle algo, necesito su ayuda para reconocer un cuerpo. No se asuste. Venga, la tomó de la mano con firmeza y la llevó hacia una de las mesas. Ella estaba paralizada y no se resistió. Algo se había roto en su interior. El hombre se había colocado los elegantes anteojos oscuros y de su cuerpo tan vital las esencias importadas salían a mezclarse con el olor de la muerte embalsamada. Los ojos achinados de Guish la contemplaban agazapados como un felino. La sábana fue corrida con cuidado y apareció el cuerpo de una mujer. Ella quedó atrapada ante la imagen. Era una mujer de media edad, piel lisa y semblante sereno. Su rostro le recordaba a alguien y le producía un indefinible espanto. Cuando miró sus ropas, el terror se le alojó en las rodillas. El hombre la sostuvo y algo le murmuró al oído. Ella le describió la mujer lo mejor que pudo y mientras hablaba, el cadáver se le iba haciendo más espantosamente familiar. Cómo está vestida, le preguntó. Ella fue mirando y trasmitiendo lo que veía. Se miró y comprobó con horror que la muerta tenía la misma ropa y los mismos zapatos que ella.
No podía entender qué estaba sucediendo pues ya no había espacio ni tiempo en su mente. Cuando vio la pulsera china en la muñeca y el anillo que le había hecho un artesano en la montaña, reaccionó. Por favor, esta mujer se me parece, qué está pasando, de dónde salió todo esto. Cálmese señora. Como ya le dijo Guish, es tarde. Venga conmigo, mi nombre es Mardek. Vengo de muy lejos en el tiempo. Explícale Guish de que se trata. Ella posó sin querer sus ojos en el carrito de verduras abandonado cerca de la puerta y esto le hizo ordenar sus ideas y serenarse. Antes de irme me gustaría saber el nombre, la edad y la circunstancia de la muerte de esa mujer, dijo ya recompuesta ella, con la tranquilizadora convicción de que se trataba de una macabra coincidencia y de que trasponiendo la puerta, saldría de ese inexplicable escenario de semejanzas alucinatorias.
Guish, cruzado de brazos, no parecía estar cuidando la salida. Sacó de algún lado un papel y antes de comenzar a leer, Mardek lo paró con un gesto. Quiero saber si usted está segura de que quiere saber quién es la muerta, la edad y la circunstancia de su muerte. Y si sabe el riesgo que eso implica. Piénselo.
Ella lo miró sin entender y con la idea fija de salir y hacer la denuncia a la policía no sabía bien de qué. Algo era criminal en todo esto y la policía podría resolverlo. Si, respondió tajante. No veo ningún riesgo en saber la identidad de una pobre muerta, sólo porque se parece increíblemente, que estoy viva, aunque yo no tenga nada que ver. Pariente no puede ser, ya que yo no tengo parientes mujeres de esa edad, es más, la mayoría de mis parientes ya fallecieron y los que están vivos, están muy lejos. Recuerde, replicó Mardek, que yo le pedí ayuda para reconocer un cuerpo, no es usted la que tiene que reconocer nada. Señor Mardek, supongo que usted no pensará que enloquecí como para creer que esa muerta soy yo, porque prácticamente cuando se la describí, me di cuenta de que era como si estuviera describiéndome a mí misma. Es lógico que estoy conmovida con tan horrorosa coincidencia, pero si pensé por un instante que yo era la muerta, naturalmente enseguida me di cuenta de que eso era imposible. Le repito, me impresiona, pero sé que yo no soy ella. Por eso me gustaría, antes de irme, como le dije, saber quién era. Si no hubiera habido esta coincidencia, es claro que no lo preguntaría.
Quiero aclararle señora que aquí no hay coincidencias, dijo Guish con mucha calma. Esperaba que viniera con Mardek, precisamente hoy, pero usted podía elegir. Díle Guish de quién se trata y no omitas ningún detalle, dijo Mardek instándolo a continuar. Pues bien, ya que está decidida y quiere saber, se lo diré, se trata de Tania Alves Forbes, de cuarenta y un años, soltera, vivía en la calle Melo y falleció instantáneamente el último jueves de junio, al cruzar la calle de la feria del brazo de un ciego.

jueves, 10 de enero de 2008

CARLOS MARGIOTTA



LA ÚLTIMA VEZ QUE VI A MI PADRE

La última vez que vi a mi padre, tenía 86 años. Yo lo había ido a visitar a su domicilio, donde también funcionaba su atelier de sastrería, para invitarlo a la celebración de la Pascua cristiana que se realizaría en mi casa. Podía haberlo llamado por teléfono y ahorrarme la molestia, pero a mi padre le gustaban las formalidades y en sus valores, la familia era un templo sagrado.
-Vení, sentáte- me dijo, mientras recogía el diario La Nación que estaba en el sillón contiguo al suyo, separados por una mesita donde descansaba el velador, un paquete de cigarrillos y el cenicero de onix que le regalara.
-Mirá, te voy a decir la verdad, estoy saliendo con una señora y voy a pasar la fiesta con ella-. Yo quedé mudo, aunque algo sabía de esa relación, pero no de su boca. Él se levantó de su asiento y fue hasta el mueble que oficiaba de bar, discoteca y depósito de libros, y sirvió dos vasos con whisky. Sólo atiné a decirle que hiciera lo que creía conveniente, dándole a entender que comprendía la situación. Las conversaciones con mi padre eran siempre así, llenas de medias palabras, sobreentendidos, gestos y ausencias que eran necesarias interpretar. Me fui preguntándome qué me habría querido decir y con la sensación conocida de que otra vez me estaba mintiendo.
Semanas después volví, toqué el timbre pero nadie respondió a mi llamado. El encargado del edificio, al verme, me entregó un sobre de papel madera y un juego de llaves. En el interior del departamento estaba todo en orden, y en el sillón de costumbre, La Nación del día anterior. "Ocupate de todo", decía la nota dentro del sobre.
Revise sus pertenencias, miré el placard de la ropa, abrí los cajones de los armarios, controlé los útiles de trabajo y en el botiquín del baño encontré las pastillas para el corazón. Nada me hizo suponer, entonces, que se había ido de viaje.
Ocupate de todo, era la frase que no llegaba a comprender. Tenía claro que debía pagar los servicios, mantener la casa funcionando y entregar la ropa de los clientes que colgaban del perchero. Ya lo había hecho una vez cuando mi padre desapareció sin avisar y unas semanas después me enteré que había viajado a la ciudad de Marsalla, para probarle una pilcha al capo mafia del lugar, íntimo amigo de un diputado nacional cliente de mi viejo. En otra ocasión en la que estuvo ausente, tuve que imitarle la firma en una escritura pública con la complicidad del escribano Méndez, otro de sus amigazos. Todo había comenzado, ahora lo recuerdo, cuando yo tenía 8 años, y mi padre me llevó a ver una propiedad en construcción que había comprado en la zona céntrica, y me dijo: "Este departamento lo compre para tu madre, pero no le digas nada, es nuestro secreto".
En ese momento mi deseo era dejar todo como estaba y mandarme a mudar. Pero no pude. A los pocos días me mude a la sastrería. Empecé a contestar sus llamados, volví a fumar, bebí whisky importado, cite a sus clientes y me convertí en sastre usando los moldes que mi padre tenía de cada uno de ellos. Llamé a su colaborador para que me ayudara en el negocio, y al poco tiempo fui era famoso entre las mujeres, haciéndoles los famosos trajecitos sastre como el que usaba Eva Perón.
Me despidieron del trabajo, mi esposa me pidió el divorcio y mis hijos reclamaron por mi presencia. Pero mi padre seguía sin aparecer. Una parte de mis sentimientos quería que volviera para quitarme el peso que significaba ocuparme de todo, y otra parte, deseaba que no apareciera nunca más.
Pasaron los días, los meses y los años. Yo me enriquecí y con la plata disfruté de la vida como nunca lo había hecho. Hice amigos en los círculos selectos de la sociedad, tuve muchas amantes, mujeres finas todas ellas, con las que olvidé todo el pasado y me convertí en un verdadero dandy porteño.
Ayer me visito mi hijo mayor para invitarme a la celebración de la Pascua cristiana, me dio vergüenza decirle que no podía ir, que tenía un compromiso con una señora con la que estaba saliendo. Me sentí culpable porque la familia es sagrada. No sé cómo lo habrá tomado, es tan poco demostrativo.

ALBERTO COSTANTINO




RECORDANDO A JACOBO FIJMAN

Jacobo Fijman nació en 1898 en Besarabia, Rusia -hoy Rumania- y falleció en 1970 en el hospicio, más precisamente en el Hospital Borda de Buenos Aires, donde permaneció casi 20 años.En 1902 viajó con sus padres a la Argentina, se instaló en Buenos Aires y luego en Río Negro. Su padre fue colocador de vías de ferrocarril. En 1907 se asentó con su familia en Lobos donde cursó sus estudios primarios. En 1917 dejó su familia, se fue a Buenos Aires y se graduó como profesor de francés.Su primera internación por problemas mentales data de 1921, dándosele el alta seis meses después. En 1942 lo recluyen por segunda y definitiva vez en el Hospicio de las Mercedes (hoy Hospital Borda) donde permaneció hasta su muerte. Durante ese período escribió numerosos poemas y dibujaba constantementeEl poeta y periodista Vicente Zito Lema fue quien estuvo con Fijman durante su última etapa y es, junto con el poeta y ensayista Juan Jacobo Bajarlía, el principal difusor de su obra la cual, de otro modo, hubiese quedado silenciada pues Fijman fue un poeta olvidado hasta por sus propios compañeros de ruta. Perteneciente a la generación del 22, se conectó con el grupo Martín Fierro y entabló amistad con escritores y pintores de esa camada, tales como Oliverio Girondo, Pompeyo Audivert, Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges, entre otros.Luego de más de un año de haberlo entrevistado, dice Vicente Zito Lema: "…lo que más nos ha impresionado en Fijman es su humor corrosivo, en el sentido estricto de humor surrealista. Su autenticidad de poeta, que trasciende hasta en los menores gestos. ¡Qué le ha determinado estas formas de vida, estos castigos sobre su persona! Y su bondad, más allá de los policías que lo castigaron; más allá de los jueces que lo privaron de su libertad; más allá de los psiquiatras que le descargaron su odio y su propia enfermedad; más allá de los que supieron de su situación y nada hicieron.
La enorme bondad de Jacobo Fijman equilibrando tantas de nuestras maldades, perdonándonos". En Jacobo Fijman la poesía es un llamado a la más honda intimidad, a la preservación de la inocencia a través de una música entre simbólica y celebrante. Él se separó de sus compañeros literarios de la generación del 22 evadiéndose de las metáforas y las combinaciones estróficas cerradas para intentar una poesía de imágenes. Según Fijman, la imagen es la verdadera creación, es una invención, mientras la metáfora es una mera comparación entre las cosas. Su singularidad radica no sólo en la materia de estas imágenes, sino en la autenticidad de su camino, según él, el más alto y más desierto.
Molino Rojo, su primer libro (1926), es el antecedente natural -casi secreto- del surrealismo argentino. Ese mismo año viajó a París donde, supuestamente, conoció a André Breton, quien en el año 1924, había escrito el Primer Manifiesto Surrealista. Veamos el poema que inicia el libro Canto del cisne: Demencia: el camino más alto y pero tan humanas. Roncan los extravíos; tosen las muecas y descargan sus golpes afónicas lamentaciones. Semblantes inflamados; dilatación vidriosa de los ojos en el camino más alto y más desierto. Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia. El patio del hospicio es como un banco a lo largo del muro. Cuerdas de los silencios más eternos. Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío. ¿A quién llamar? ¿A quién llamar desde el camino tan alto y tan desierto? Se acerca Dios en pilchas de loquero, y ahorca mi gañote con sus enormes manos sarmentosas; y mi canto se enrosca en el desierto. ¡Piedad!En Molino Rojo la música es estructurante. Así lo comentó Fijman en una de sus conversaciones con Vicente Zito Lema: "Mi poesía es toda medida, de una manera que la acerca a lo musical. En Molino Rojo hay una gran influencia de la sonata de Corelli… En Hecho de Estampas, de los cantos Tocaba para ganarse la comida del día.La realidad del poeta -la desolación, la angustia, el pavor encarnado-, debía ser transformada y esta premisa fue la que, entre líneas, permite descubrir aquello que resolverá con un gesto fundamental e irreversible: su conversión al catolicismo. Lo bautizaron en 1930 en la abadía de San Benito, Buenos Aires. En su segundo libro Estrella de la Mañana, escrito en el año de su bautismo, se advierte la prosecución escrito en el año de su bautismo, se advierte la prosecución del solitario camino que ha emprendido. La extensa dedicatoria a sus compañeros martinfierristas parece ser una despedida más que un homenaje.

De Estrella de la Mañana:
Poema VI
Ha caído mi voz,
mi última voz,
que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
Pequeña línea,
pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo,
vestidos de humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.

Poema VII
Roe mi frente dura el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles
ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir
la estrella de la mañana.
Entre su primer y segundo libro Fijman colaboró con el diario Crítica. En 1927 Natalio Botana lo despidió, y viajó otra vez a Europa. En 1931 publicó Estrella de la Mañana cuyos poemas bordean el misterio del alumbramiento. El cisne se convirtió en cordero de Dios. Su canto es un canto de alabanza, no exento de dolor, soledad y muerte. Poema XXXI. En mi gemido conté mi soledad envejecida; conté todas las noches de mis días. Mis huesos cantan el misterio del mundo. El agua perturbada de mi reposo. Me veo en mi gemido según pavores de inocencia. Paz, paz oído de mis palabras. El ruego alcanza oído a mis palabras carne sanada; y hay espanto de luz en nuestras manos. Diez años después de la publicación de este libro, se produjo su internación definitiva. Es posible entrever el conflicto que la presencia de este loco de bondad -de este auténtico poeta-, provocó en los círculos literarios. Hipocresía anidada no sólo en esos círculos, sino también en toda la sociedad que arrojó en la magnitud del esplendor poético a este hombre, a este doliente poeta, a un lugar de marginalidad vergonzante. En el hospicio siguió desarrollando su poesía, completando su expresión artística a través del dibujo, utilizando cualquier papel, servilletas y cartones. Jacobo Fijman supo transmitir un profundo y estremecedor mensaje de dolor. Cuando murió, en la morgue del hospicio le ataron en uno de los dedos de los pies, una cartulina con su nombre y un número. Sólo eso.

JUAN ENNIS




FIELES A SUS COSTUMBRES


Sólo para ver qué pasaba, Aquino Ainaides "El Saduceo", quien no creía en la resurrección ni en los índices del Indec., decidió morirse un 27 de marzo, a las seis y cuarenta y cinco.
Como mandaba la Ley Mosaica, el hermano de "Aqui" - como le decían en casa a Aquino -, se casó con la viuda de "El Saduceo", y lo hizo con el mismo traje que había usado su hermano muerto, en ocasión de hacer lo propio unos años antes.
Ramónida, la viuda, joven y de notable belleza corpórea, no tenía mascotas, plantas ni hijos. Así que Nono Ainaides, ahora cuñado y esposo de la reciente viuda estaba contento.
Pero durante la noche de bodas donde todo puede suceder, Nono Ainaides, puso tanto empeño cuando le dió el primer beso a su flamante esposa, puso tanto pero tanto que se murió de la felicidad.
Como no hay dos sin tres, el segundo hermano de Aquino, Noqued Ainaides, al enterarse de la segunda desgracia familiar, frotó sus manos y dijo:
- Esta es la mía...
Ahí nomás abandonó a su novia sin lamentarse, planchó su mejor camisa sin almidón, ensayó cien veces su tono más romanticón y le hizo la pregunta de rigor a Ramónida, quien comenzaba a ponerse nerviosa, pensando en alguna maldición que pudiese haber caído sobre los siete hermanos Ainaides.
Fiel a las buenas costumbres, Noqued, se puso el mismo traje que sus dos hermanos fallecidos habían usado en sus casamientos y, alquilando una limusina tirada por dos bueyes, se dirigió al templo sagrado donde se celebraría la boda.
Dicen algunos testigos que Noqued, al entrar pisó una bolita japonesa que uno de los niños pajes había dejado caer y, dando una vuelta de carnero en el aire, cayó de cabeza contra el mármol de Carrara del piso del templo; desafortunada imagen que se cierra con Noqued tirado, seco y duro como un bacalao de Noruega.
Quedando como saldo positivo los otros cuatro hermanos Ainaides, Ramónida, los convocó con urgencia a una reunión conciliatoria, pero todos ellos habían huído a tierras lejanas.
- Aquí no ha quedado naides... -dijo Ramónida al enterarse de las cuatro fugas y, al instante, resucitó Aquino en su presencia y le besó los labios.
Como no volvía ninguno de sus cuñados, se le hizo costumbre a Ramónida y cada vez que Aquino se moría, lo hacía resucitar.

ADRIÁN ESCUDERO


EL TEJEDOR


A J.L.B y M.L.K., in memoriam…
En especial, para dos enamorados del Maná de la Palabra,
los amigos de alma y hermanos en la Fe,
Joseph Berolo (Magazín virtual Ave Viajera - Colombia)
y Carlos Margiotta (Magazín virtual - Redes de Papel)…

Yo estaba detrás de su fiebre, cuando me dijo. "Hay hombres y mujeres que tejen fibras de hilo de seda, de lana, de ambición o de poder, de cólera y lujuria, de envidia o de rencor… Yo tejo sueños. Tejo sueños con fibras de imaginación y belleza, de armonía y de verdad, de hechizos y realidades, de pasados, presentes y futuros. Yo tejo Palabras en fibras de Papel…". Y el movimiento, espasmódico a veces y rítmico después, no se detuvo. El tecleo de sus manos era la voz encriptada de sus emociones, obsesiones y anhelos. Dijo, entonces: "Ellos me han dicho que, en la Era de la Imagen, soy como un arácnido en extinción irremediable… Ellos aseguran que, como un herbívoro dinosaurio escindido de la Red Internet, preanuncio al Barquero Griego mi propia defunción. Dicen que tiemblan en mis manos las dos monedas de la muerte, en la ceguera de mi obstinado oficio de artesano narrador…". Luego, desconcentrándose un instante y desgajando la vista de la hoja en blanco que esculpía con signos y conjuros, levantó su cabeza, desvió hacia mi atenta figura su rostro anciano, y, antes de enmudecer para siempre, agregó: "Pueden que tengan razón o que les crea; pero aunque mañana fuera el Fin del Mundo, igual tejería mis telarañas de inútiles naderías en el carnoso cristal de un lienzo despojado, para habitarlo con el don del lenguaje y el cuenco resueno de su canción de vida. Luther King, al menos, lo merece. He tomado manzanas de su árbol de esperanza…".

MARITA RAGOZZA DE MANDRINI



ESTRELLA NEGRA

¿Pero dónde nació la muerte
ese idioma universal
que nadie quiere recordar?
Llega un día en que el tiempo traba
y retrocede.
¿Podemos detenernos
mientras sucedemos
y sentirnos?
Por ahora descubrir nuevos mundos nos salva,
nuevos mundos por deshabitar.
¿ Y cuando Colón buscaba
y sólo encontraba agua...?
No hay más remedio que hallar algo
aún cuando no exista.
¿Claudicar? No.
Pero ya no hay tiempo en el tiempo,
cada día comienza la resta,
puedo pedir prestada una tiza para cercar el aire
pero tengo miedo que el cielo sea tan fácil
y que esté al alcance de mi mano.

Hoy,
las telarañas
viven asustadas en las paredes,
hoy la respuesta acre a la pregunta
es una estrella negra
porque Julio no aparece.

"ALIGARI" J. AJLIN



VILLA CRESPO, BARRIO MÍO

Calle Loyola, donde me he criado,
adoquines donde he jugado,
pelota de trapo en el recuerdo,
bolitas que en el bolsillo llevaba,
de todos los colores,
y la tiringuita que quemaba
entre los dedos de la mano.
Aquel soberbio barrio,
Villa Crespo,
sí señor, sí hermano,
ha visto mis correrías.
Colegio de la calle Serrano
"El Grande" como le decían,
allí aprendí mucho
para afrontar a la vida,
suma, resta,
multiplicación y división
han quedado en el cuaderno
que es mi recuerdo ahora.
Si vieras como lloran
mi sentimientos queridos,
maestros que he tenido:
Trigueros, Bonincontro,
Giorello y Tamayo,
y de los otros ya me callo,
que me perdonen, no recuerdo,
han pasado tantos años
pero igual a todos los quiero.
En este duro entrevero
tengo que dejar esta partida
que en este momento melancólico
me hace doler la vida,
pido a todos ellos
me tengan en el recuerdo,
porque yo también,
yo también soy del barrio,
del barrio de Villa Crespo...

MARIA CRISTINA FERVIER



EN SOLEDAD

En la apacible tarde de estío
paseando, ya en mi terruño,
en medio del maduro trigal
o, como hoy, ascendiendo
la agreste montaña buscando un Pucará,
bienvenida sea tu compañía, soledad,
que me haces gozar de indescriptible paz
en un instante de plenitud total.
Desprovista de todo recuerdo,
olvidada de las penas que me aquejan,
sólo la tarde y yo contamos.
Ante tanta inmensidad, extasiada,
pronuncio una acción de gracias.
En la soledad encuentro mi ser
que me abre las puertas a todo querer.
Soledad que me concedes este solaz
de encontrarme y en el encuentro
........................ hallar a los demás.
La tarde declina y, en la despedida,
.......................... sólo quedamos:
el viento silbando que se va alejando,
............................tú y yo, soledad
y este regalo de inefable paz.

LEONOR FARIAS



LA DESCARRIADA

Porque lleva a cuestas demasiados agostos y se atreve.
Por los hijos que ansió, cuando casi de nietos se trataba
y la sangre le corre desbocada, cuando se espera manso el lago.
Porque la señora respetable desea que le falten el respeto
y su figura escuálida no le cede paso a las formas de los años.
Cuando debiera estar encarrilada, se ríe de las ordenanzas
y temeraria renuncia al abrigado nido.
Por el pecado de desear lo ajeno y la osadía de dormir desnuda.
Por el romanticismo, la utopía, la avidez y la ira.

Fue condenada
(y no le importa)
Sigue la vida, la descarriada.

MARÍA ROSA LEÓN


PROPIEDAD HORIZONTAL


Cuando el dependiente del supermercado entregó su pedido a la cocinera del 4º A, ésta le comentó que a la mucama del 2º C la habían despedido por ladrona.
El dependiente le contó el hecho al portero, que limpiaba la entrada de servicio.
El portero se lo contó al cartero, que entró unos minutos después, y agregó que seguramente habría robado joyas y dinero.
La señora del 6º B, que salía en ese preciso momento, no pudo dejar de enterarse del hecho, y cruzó a la peluquería, donde tenía el turno de las 11 para su teñido mensual, y repitió sin reparo la noticia oída al pasar.
La chica del 5º D, que trabajaba en la peluquería como manicura y estaba de novia con el hijo de la señora del 2º C, intervino diciendo: "Imposible, la señora del 2º C nunca tuvo mucama y no creo que alguna vez en su vida la haya tenido, como tampoco jamás tuvo joyas."

CRISTINA NOGUERA




CORAZA

Esta piel tan gastada
por obstinados errores,
cubre las cicatrices
como una coraza.

Esta piel algo áspera
por tormentas vividas,
es la funda tibia
que protege el alma.

Esta piel tan helada
por transcurridas muertes,
que el tiempo llevó
como rocas en la correntada.

Esta piel que tapiza
las heridas que duelen,
con sedosas sedas
y brocatos brillantes.

Pobre piel tan surcada
por profundas arrugas,
que la implacable mutación
del calendario ha marcado.

Esta armadura lustrosa
es nuestra piel perfumada
y de hienas muy feroces
nos protege, nos protege.

HILDA NORMA VALE




CANTO A BUENOS AIRES

¿Cómo puedo explicarte, Buenos Aires,
que te quedas en mí, cuando me alejo?,
que me llevo el farol de tus suburbios
y la luz de mercurio de tu centro.
Que en las rodillas se me duerme el pibe
que por un caramelo, me dio un beso,
que por las venas me circula un tango
de Piazzolla, de Troilo, de Fresedo
y me invade un aroma inconfundible
a madreselvas, a café, a encuentro.
Un cosquilleo intenso que recorre
la médula espinal de mis recuerdos,
me devuelve la voz de mis amigos,
de Rivero, de Sosa, de mis viejos.
Y aquí estoy, extrañando un mate amargo,
aquí estoy, merodeando el aeropuerto,
mientras siento que vibra entre mis sienes
aquel poema amargo de Carriego,
el piano de Pugliese y la milonga
que con ella estrené en Villa Crespo.
En mi retina se quedó colgado
un cuadro de Quinquela, tu riachuelo
y cada vez que cruzo una avenida,
Corrientes me aprisiona el lado izquierdo.
Hoy te mando esta carta, Buenos Aires,
que escribí merodeando el aeropuerto,
mientras Maderna regalaba arpegios
y Manzi, desde allá, dictaba versos.


FLORENCIA BELLORA


PASAJEROS


Su atención por favor, este tren no conduce pasajeros."
Zumbaban los altoparlantes de la plataforma subterránea al mismo tiempo que bajaban hordas del tren.
Fue curiosa la sensación que me asaltó al poner los pies sobre el andén. La afirmación que hacía esa voz anónima por el altoparlante retumbaba todavía en el aire y al levantar la vista entendí a que se refería.
Se levantaban de sus asientos y apuraban el paso hacia la escalera mecánica cientos de casi humanas monstruosidades.
Caras pálidas, algunas verdosas, y enceradas, de ojos inmensos y múltiples, con mechones de pelo en parches enmarcando bocas tan tirantes que ninguna estaba cerrada, dejando entrever bajo los labios azulados, dientecitos marmóreos espaciados y desordenados.
Se escuchaba la rítmica respiración de aquellos seres que 20 segundos antes del anuncio, eran humanos, por lo menos a primera vista. El aire se volvió denso y espeso, visibilidad nula; ¿por dónde respiraban si no tenían narices?. Humanidad anfibia y subterránea.
Los otros vagones venían cargados de lo que parecían ser otra especie de monstruosidad. Esbeltos cuerpos femeninos, larguísimas piernas envueltas en escamas azules, cinturitas de avispa y proyecciones tentaculares dispuestas como grandes polleras. Entre las tetas inmensas, una luz cristalina, que iluminaba esas caras, que a pesar de las densas escamas, eran perfectas. Narices pequeñitas, ojos grandes entornados con grandes pestañas plateadas, y labios carmín, cerrados en un beso.
Se oía un zumbido constante que envolvía a ese grupo reptilesco de mujeres. En su tránsito por el andén, de paso firme y sereno, fueron desplegando pequeñas alas transparentes, batiéndolas limpiaron el ambiente de aquel aire espeso exhalado por aquellos anfibios.
No sabía que pensar. Me encontré sentada en un banco sin entender que eran aquellos pasajeros, y me azotó la duda, ¿habría mi cuerpo sufrido una metamorfosis al salir de ese tren? Miré en derredor, no había espejos, y la gente volvía a acumularse tras las líneas amarillas esperando el próximo tren hacia Catedral.
Saqué un espejito de la cartera, después de mucho revolver, viendo que mis manos seguían siendo las mías, empecé a respirar más despacio. Lo abrí a la altura de la cara, con los ojos cerrados. En el momento que iba a abrirlos, siento el peso de una mano en la espalda, una respiración frutal que me envolvía, y una voz tan serena, melodiosa, un murmullo "solo alcanza con mirar para adentro."Con los ojos aún cerrados, guardé el espejo. Agarré el saco. Salí al frío de la noche, y decidí que no estaba para multitudes, caminé.

MARCOS RODRIGO RAMOS


EL ABUELO NÚMERO 10


Despertás acostado en una de las habitaciones de lo que presumís es un hospital. A tu lado, un hombre, que parece de más de 90 años, te mira. Te han lavado y puesto una bata blanca. Un enfermero alto y panzón, mientras masca chicle con la boca abierta, te da una pastilla colorada y un vaso con agua.
-¿Hace mucho que estoy acá?- le preguntás.
No contesta. Le pone una pastilla al viejo en la boca y le acerca el vaso, luego, se va sin pronunciar palabra. Cuando intentás levantarte surge la puntada en la cabeza y tenés que recostarte enseguida para que cese el dolor. A medida que te relajás, vas quedándote dormido; en tu sueño, ves que tu cuerpo se va consumiendo poco a poco hasta quedar hecho casi un esqueleto, llegás al final de una larga escalera y delante tuyo aparece un profundo abismo que no tiene fin. Despertás sobresaltado; ves al viejo y te das cuenta que se parece demasiado al esqueleto de tu sueño.
-¿Cómo le va, abuelo?- le preguntás.
Mira al techo y suspira sin contestarte. No insistís.
Al segundo día, encontrás otro viejo en la cama de al lado, éste tiene ojos celestes y su piel parece de lagarto; sólo mira al techo. Esa noche, volvés a tener tu sueño pero, esta vez, te detenés más cerca del borde del abismo. Al despertar, intentás levantarte pero el dolor es mucho más intenso; ahora no sólo te molesta la cabeza sino también todo el cuerpo. El enfermero vuelve con sus pastillas y su silencio.
Pasa la primer semana y nadie contesta nada. Te llama la atención que, desde que has comenzado a tomar las pastillas, no recordás haber comido alguna vez en el hospital; no le das importancia al asunto porque no sentís apetito.
Tus compañeros de cuarto son cada vez más viejos; contás seis cambios en siete días; demasiados, siempre inmóviles y sin pronunciar palabra. En la mesa de luz, tenés una biblia con la que matás el tiempo para no enloquecerte pero, todas las noches, volvés a tener tu sueño y, en él, cada vez es mayor tu decadencia física y tu cercanía al vacío.
Te llama la atención tu cuerpo, no tenés casi un gramo de grasa; calculás que adelgazaste por lo menos ocho kilos al notar tan nítidas tus costillas
En tu tercer semana, estando acompañado por el abuelo número 9, sucede algo diferente; comienza éste a balbucear palabras ininteligibles, señala
su boca y mueve su cabeza para una lado y para el otro desesperado pero, por lo visto, el esfuerzo es demasiado para él y cae desvanecido.
Llega el enfermero; simulás tomar la pastilla pero la escondés debajo de la lengua; cuando se va, la quitás de tu boca. Te parás y esta vez no hay mareo, lo que si sentís es un hambre atroz que hace crujir tu estómago. Tomás las flores del jarrón y masticándolas podés saciar un poco tu apetito. Caminás por el pasillo desierto, voces fuertes te alertan de que gente se acerca; te escondés debajo de la camilla. Es desde allí que la ves, va rodeada de ocho médicos que le hablan con sonrisa de vendedor, tiene puesto un tapado de piel blanco sobre el que cae su melena rubia; se da vuelta y entonces podés ver bien su cara. Su cara, la papada inmensa, los ojos bizcos, la dentadura incompleta y marrón, las arrugas, sus manos venosas llenas de manchas. Le da el abrigo a uno de los médicos. No podés creer que semejante despojo humano sea la diva de la tevé, adorada por millones; en la pantalla con aspecto de mujer de 60 a pesar de sus 70 declarados. Ahora que la ves de cerca, aparenta por lo menos 80 años con su cuello de lagarto y sus pechos caídos.
Cuando todos se van, te levantás distraído y al doblar por el pasillo te golpean por la espalda dejandote noqueado.
Al despertar no podés mover ningún músculo, sólo podés abrir los ojos. En la habitación hay un televisor, en él aparece ella, ahora delgada, radiante, con apariencia de 60 a pesar de sus 80. Tenés un mal presentimiento que se confirma cuando el muchacho de la cama de al lado, un joven de 25 años como vos, se acerca a tu cuerpo inmóvil y te dice:
-¿Cómo le va, abuelo?-Mirás al techo y suspirás sin poder contestarle.

FRANCISCO D. GONZÁLEZ



LOS AMORES DE VICTORIA

Es un hecho que Victoria heredó los ojos, la nariz, la pera, el color del pelo y muchas otras cosas, de la madre. De mí, heredó la boca, la forma de los dedos de los pies, lo grande y alta... Es un hecho que es una beba dulce y hermosa, y nos tiene locos de amor... Con los ojos de la madre, con la boca del padre, con sus aires de cortesana, Victoria habrá de enamorar a un ejército de muchachos que se van a desvivir por conquistarla. Serán tiempos difíciles, pero tengo años, muchos años, para prepararme. Mientras tanto Victoria crece y aún es nuestra y de nadie más. Anoche, primero de enero de 2007, y celebrando además, su primer mes de vida, mi niña tuvo su primer enamorado: Un muchacho de nombre Tiago que estaba en brazos de su madre. Era morocho, de rulos y ojos saltones. Las copas de champagne descansaban arriba de la mesa, al igual que los panes dulces, el tiramisú..., el mar de botellas... Victoria, como una reina, descansaba sobre el sillón, desparramada y contenta, llamando la atención de todos los Terlizzi que la miraban, borrachos de amor. Unos vecinos del barrio llamaron a la puerta y entraron para saludar. "Buenas noches" "Feliz año nuevo"... María les presentó a la beba y a sus padres. Nos felicitaron. Siguieron conversando distraídamente mientras la calle estaba encendida de bengalas y adentro, los ventiladores traían un poco de alivio. Tiago no había dejado de mirar a Victoria en los diez minutos que llevaban en el living. Comprendí que eso era amor. Otros también comprendieron del idilio y sonrieron.... Pregunté la edad del atrevido. "El catorce de febrero, día de los enamorados, cumple un año" -dijo el padre. - O sea que apenas tiene once meses y ya anda mirando a mi niñita- pensé. La madre de Tiago se dio vuelta para hablar y el niño giró todo su cuerpo. Estaba como loco. .. Antes de partir su madre lo acercó para que salude a Victoria, y dos veces tuvo la intención de tirarse de cabeza sobre mi hijita... Pensé en sus próximos amores, en los que sí habrán de preocuparme. Pensé en las cartas, los poemas trasnochados, las serenatas... Y pensé que esta pequeña, infantil y desesperada muestra de amor hacia Victoria, era, además, la primera. Pensé que debía escribirlo, y eso hice.

NEGRO HERNÁNDEZ




LIBRETA DE APUNTES

Mientras Rogelio prepara un especial de lomito y tomate, yo escribo (para no perderlas) sobre la libreta de apuntes que llevo siempre en el bolsillo interior izquierdo del saco, las anécdotas que durante la semana fueron apareciendo en mi consciencia, como un regreso, entre las ausencias de la memoria para convertirse en cuentos.
La vieja estilográfica que me regalaran cuando publiqué mi primer libro de poemas se desliza lentamente según el orden de mis pensamientos sobre las últimas páginas. "Para que me lo dediques con amor", había dicho Marta aquél día.
Ella vive sola, su marido acaba de morir (¿dos años?), su único hijo se ha radicado en Madrid. Desde entonces prefiere el aislamiento de su departamento. Trabaja en un estudio jurídico y los fines de semana se encierra en su casa. Deja sonar el teléfono y escucha los mensajes para no ser sorprendida por los llamados, y responde sólo algunos. Sus amigos la invitan frecuentemente a actividades sociales, pero ella se resiste a participar. Un sábado, mientras calienta la pava para el mate en la hornalla de la cocina, comienzan una serie de llamados que se interrumpen después de la primer palabra...
Rogelio me sirve el especial de lomito y tomate con un porrón de cerveza. Si querés mayonesa, avisame, dice con su acento gallego. En casa tengo la heladera vacía, últimamente tengo pocas ganas de hacer las compras y menos aún de cocinarme. En el televisor están transmitiendo el partido de los viernes, juega el rojo, espero que ganemos. Alterno mi mirada entre la calle y el televisor pensando en ella. Termino de comer y prendo un cigarrillo, corro el plato, y me sacudo las migas de pan en el pantalón. Saco la libreta de apuntes y trato de volver al relato. Gol de Independiente, veo la repetición. En el Tres Amigos hay poca gente, como todos los viernes a la noche.
Después de desayunar, ella vuelve al dormitorio para vestirse. Se quita el batón y se contempla desnuda frente al espejo que está al pie de la cama de dos plazas. Se sabe joven todavía (¿42?), se reconoce bella y deseable. Imagina que él la mira reflejado en el espejo y la llama con gesto de la mano diciéndole vení, te quiero hacer el amor. Su cuerpo se estremece. Finalmente se viste y sale a hacer las compras
Termina el primer tiempo, estoy ansioso, vamos ganado pero el partido es parejo. No tengo claro como seguir la historia y me estoy involucrando con ella. Pensé en ponerle un nombre pero me doy cuenta que no importa. Pido un café. Miro a través de la ventana y en la parada del colectivo hay una mujer fumando. Ella mira hacia mí y sabe que yo la miro, deja ver sus piernas largas entreabriendo adrede el tapado. Sube al colectivo y me sonríe, creo.
Vuelve del mercado con las compras y con una película que alquiló en el video club (El gusto de los otros). Carne, pollo, filetes de merluza, verduras, frutas y las guarda en la heladera y el frezeer. Tiene dos mensajes en el contestador con dos palabras sueltas. Piensa que anda mal el aparato. Recuerda las siestas de los sábados cuando juntos pasaban la tarde en la cama, en especial los días de lluvia. Parecían tan lejanas las manos que la acariciaban conociendo los centímetros de su piel desanudando cada conflicto.
Las manos sabias, decía. El resto del día la pasa leyendo unos expedientes, adelantando el trabajo del lunes. El teléfono llama intermitentemente, pero no los contesta. Algunos se interrumpen como los anteriores, pero no logra reconocer la voz.
El partido termina con el mismo resultado. Son las once y estoy cansado pero quiero terminar el borrador antes de que escapen las imágenes como un pájaro; intuyo el desenlace que ella no conoce. Es hora de ir a casa y descansar mirando alguna película intrasendente antes de dormir. Llamo a Rogelio para pagarle.
Es de noche, ella se acuesta después de cenar frugalmente y pone la película francesa, se trata de todo lo que hace un hombre para agradar al otro. El domingo transcurre en un clima del mismo tenor. Recoge el periódico detrás del umbral de la puerta y lee el horóscopo de la revista que compartía con él. Tauro, Escorpio. Durante el día los mensajes siguen llegando e interrumpiéndose. Se le ocurre rebobinar la cinta de grabador y anotar cada una de las palabras sueltas. Entonces resuelve el enigma y llora. Contesta el llamado de una amiga que la invita a una exposición de pintura y sale.
Camino las dos cuadras que separan el café de mi casa y no me puedo desprender de ella. Tengo tres finales posibles, develando al lector el mensaje y el autor de los mismos. Decido pasar la noche con ella y terminar el borrador mañana en la libreta de apuntes
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