miércoles, 26 de diciembre de 2012

CARLOS MARGIOTTA



OBJETOS PERDIDOS  

El regreso a la casa fue lento y trabado por la cantidad de vehículos que transitaban a esa hora por la ciudad. El colectivo donde viajaba se detuvo varias veces y en una ocasión desvió su recorrido para recuperar el tiempo perdido. Las calles miradas  desde arriba parecían un serpentario retorciéndose en el calor de diciembre.
Francisco viajaba parado sujetándose de un pasamano que colgaba del techo sin poder ocultar la mancha de sudor que se derramaba sobre las axilas de la camisa. Estaba cansado, con ese cansancio profundo que le asaltan a un hombre que está a punto de jubilarse. Le dolían el cuerpo, los recuerdos y el alma.
En las vidrieras de los negocios brillaban las luces de colores anunciando las fiestas, globos, arbolitos de navidad, adornos, carteles de ofertas, juguetes, y toda la desmesura que en los últimos años el culto pagano le ofrece como tributo al dios consumo.
Francisco finalmente descendió en su destino, la frontera imprecisa entre Chacarita y Colegiales. El atardecer atravesaba las copas de árboles que en su calle parecían desparramar el sol como diamantes sobre un paño verde. Se ajusto el cinturón y arregló la camisa para empezar a caminar las cuatro cuadras que lo separaban de su casa.
Saludó al vecino que se parecía a su abuelo, aquel abuelo cocinero que amasaba las pastas más exquisitas que haya probado en su vida. Toda la familia, chicos y grandes, se reunía alrededor de la mesa navideña para esperar la medianoche y brindar por el nacimiento del niño Jesús.
Entró al largo pasillo de su casa lleno de macetas y flores donde desembocaban las cinco puertas del viejo pehache. Al llegar escuchó ladrar a Baltasar, el perro que lo acompañaba desde que había quedado viudo. Ya en el patio lo palmeó en el lomo amorosamente y Baltasar corrió hasta la cocina para esperar la ración de carne con hueso que le guardaba  don Pepe y le alegraba el día.
Entró en una de las dos habitaciones que lindaban con el patio y se sacó la ropa para quedarse con el calzoncillo. Dudó entre prender la computadora para abrir su correo electrónico o darse una ducha. Eligió lo segundo y se dirigió al baño. "Nene, andá a la panadería que buscar el pan que encargué esta mañana para hacer los sanguchitos". Dijo su madre mientras salía de la ducha envuelta en el toallón color amarillo... "Ah y traeme un cuarto de nueces de lo de don Gaspar; decile que lo anote".
La madre se le aparecía en el recuerdo cuando la necesitaba. La imagen de una mujer hermosa, atractiva, de ojos grandes y pelo renegrido que le caía sobre los hombros blancos, recorre su pantalla interior como esas divas voluptuosas del cine italiano que lo habían acompañado durante su adolescencia.
Cuando salió del baño descubrió un mensaje en el teléfono, era su hijo mayor que lo llamaba para avisarle que la nochebuena la pasaría con sus suegros y que el 25 lo esperaba a comer un asado en su casa.
Baltasar entró al dormitorio y se puso a dar vueltas a su alrededor como preguntándole: ¿Ahora qué hacemos?, mientras él se ponía un pantalón corto que alguna vez fue largo. Encendió la radio portátil para escuchar música. Mala junta en la 2x4, con Vicente Cataldo, decía el locutor.
Vio en el patio a su padre armando un pesebre y a su hermanita gateando en busca de algún juguete. "No toques que mamá se enoja,... vení Pancho llévatela que va a desarmar todo".
Se sentó frente a la máquina y leyó los mail, nada importante... cadenas, propaganda, algún video porno que le enviaba su amigo de la infancia pero el de su hija que esperaba hacía varios días, no estaba. Entonces le escribió: "Hola nena, ¿qué novedades tenés de tu viaje para las fiestas? Mandáme las últimas fotos de mi nieto francés".
Le costaba expresarse por ese medio, no era una carta que tardaba varios días en llegar a destino y que se abría con ansiedad, ni había una voz a través de la cual podía intuir alguna emoción. "No me lo escribas, decímelo", pensó.
Volvió a la cocina, sacó una lata de cerveza del frizer, cortó unos pedazos de queso parmesano sobre una tablita y como de costumbre cuando hacía mucho calor subió por la escalera de metal hasta la azotea. Baltasar lo siguió con entusiasmo, sabía que arriba podría jugar en los techos con Melchor, el gato del vecino.
Se sentó para tomar la cerveza en la reposera y pudo respirar hondo después de un largo día en mesa de entrada de la empresa, "Sos el único que tiene paciencia y buen trato para  atender los reclamos", le dijeron siempre.
El ayer esta sembrado de objetos perdidos que aparecen y desaparecen sin compasión, objetos desaparecidos que fueron algún día y ya no serán, pensó.
Levantó la vista para mirar el cielo con la boca abierta como cuando era chico. El brillo de las estrellas le anunciaron la noche, apagó la radio y escuchó el silencio.
Vio moverse a una estrella atravesar lentamente el cielo de este a oeste, era la estrella de Belén.

TALLER DE ESCRITURA CREATIVA

Solo se trata de escribir

y escribimos para ser leídos


Los trabajos del taller serán publicados en la revista literaria Redes de Papel.

Todos los lunes de 18 a 20 hs.
en el Café de la Subasta,
Río de Janeiro 54, cap.

ARANCEL: $150 por mes

coordina Carlos Margiotta

              informes: 15-4194-2200                

carlosmargiotta@gmail.com



NORA JAIME



LA MESA DE NAVIDAD 

Me quedé parada agitando la mano, hasta que el ómnibus que llevaba de vuelta a mi tía  terminó de irse a Rosario.
"Los espero para Navidad, ya estoy vieja para tanto zarandeo, vengan Uds." Sonreí sin prometerle nada.
Durante la noche soñé con mamá. La veía joven, en casa. Lo más  impresionante fue escuchar su voz y poder rescatar sonidos que había olvidado.
Me desperté inquieta, diciembre se apura en llegar y tironea con fuerza los recuerdos con costumbres ancestrales y mandatos de los que todavía me cuesta salir, como el de la limpieza profunda de toda la casa ó el de tirar los objetos rotos ó cachados, revisar papeles y el más difícil, limpiar el alma de todos los dolores.
Con la cabeza ocupada en estos pensamientos, tomé una ducha rápida, dos mates y salí. Era temprano y este prematuro verano ya se hacía sentir. Caminé dos paradas más para tomar el colectivo sin siquiera darme cuenta, envuelta todavía en una ensoñación, rodeada del verde y de las flores de los jardines, aspirando  un penetrante olor a tilos. Vivo del otro lado de la ciudad y durante el viaje fui armando la vidriera con la mesa de Navidad. Elegí los muebles, el mantel, los platos, las fuentes, las copas,… y allí estabas vos mamá, con tu pelo rubio, tus inmensos ojos color cielo y tus hacendosas manos haciéndolo todo, la limpieza, la comida, llenando la casa con tu presencia. Mi hermano y yo chicos, armando el árbol y esperando los regalos. Mi memoria selectiva recuerda estas navidades y olvida otras.
Antes de abrir el negocio entré al Tres Amigos para desayunar y a la salida compré un enorme ramo de jazmines para la vidriera. Con otro ánimo abrí, puse un disco de música clásica, en tu honor mamá y comencé a limpiar y a mover muebles.
 Entró el primer cliente y se sorprendió al verme aparecer de atrás de un espejo. Era un hombre mayor, menudo, delgado con una ancha sonrisa. Busco un regalo para una señora muy especial, puede ser un espejo para el tocador, una figura de porcelana, no lo sé. Vio muchas cosas y termino llevando un florero muy antiguo que yo había pensado para la mesa de la vidriera.
Se fue contento y seguí limpiando y abriendo las últimas cajas. A  mediodía cerré pero me quedé adentro para terminar. No podía detenerme, había dado vuelta todo el negocio y aunque sentía cansancio en  el cuerpo, estaba feliz.
Rehice la vidriera varias veces porque vendía lo que había puesto. Siempre sucede, hasta que por fín quedó como yo quería, brillante, lujosa y delicada. A un costado puse una mesita con la lámpara y todos los jazmines en una jardinera de porcelana al lado de tu retrato. Satisfecha, apagué las luces, la música y cuando iba a cerrar sonó mi celular. El Negro Hernández me invitaba a cenar afuera. Si mi amor, en dos horas. Me olvidé del cansancio y del resto de las limpiezas de diciembre. Esta Navidad será diferente, me prometí a mí misma.

NORA JAIME


Acaba de publicarse

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Nora Jaime

“Cuentos
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CELIA ELENA MARTÍNEZ



EL SECRETO DE MARCELINA

Marcelina se había casado muy joven con un hombre rico y de la alta sociedad. Ambos pertenecían a ésta. Después de un tiempo de desposados le había dicho a su marido que necesitaba un día libre en la semana, dado que se sentía asfixiada por la rutina.
-Un día para practicar deportes, ver amigas, hacer un curso de teatro, lo que fuere. -Qué día quieres, Marcelina- inquirió el marido-. Podría ser los lunes- respondió ella, ya que pasamos los fines de semana juntos-. Está bien le respondió su cónyuge- aunque estaré un lunes sin ti. -Es solo un día- contestó Marcelina-un día a la semana-.
Todos los lunes se iba Marcelina temprano y volvía a la noche tarde, charlaban sobre lo que había hecho ese día y le contaba su rutina, de gimnasio por la mañana, almuerzo, después del aperitivo con amigas, shoping, aunque era poco lo que compraba, a veces jugaba a las cartas con otro grupo o tomaban el té, eso sí antes de volver pasaba por el Súper, volvía para la cena y todo trascurría felizmente, se la veía menos agobiada y esto tranquilizaba a Felipe, su esposo.
Fueron pasando los años y seguían con los mismos hábitos. Ahora en la madurez ya era una costumbre y Felipe no mencionaba más ese primer día de la semana, ni demandaba sobre lo que Marcelina había hecho.
Felipe murió, y Marcelina acentuó sus salidas, con los hijos grandes y casados, no les preocupaba el tema.
Un día la vieron llorar profundamente, y comenzó a usar luto, todas las semanas iba al cementerio, cuando fue inquirida por sus hijos les contó que había muerto su mejor amiga, ya anciana trajo un día una urna con cenizas que contó eran las de su amiga. Hasta que una noche  enferma y pensando que pronto llegaría también su final le contó a su nieta menor algo que escondía en el fondo de su corazón. Su pequeña princesa, como solía decirle, estaba muy enamorada  y sufría por ello. -Lucha por ese amor, si es verdadero lucha hasta el final, no sabes lo que es sufrir por un amor- le dijo. Ésta le contestó -Pero, si tú fuiste muy feliz con el abuelo, abuela-. Marcelina, tomándola de las manos le contó una historia.
Sufrí mucho, mijita…Tenía un gran amor, a quien sólo veía los lunes, tú no sabes los secretos que podemos esconder las mujeres durante toda la vida, secretos grandes como un océano…
Marcelina era lesbiana.  

BORIS GOLD


VIEJAS QUIMERAS...   

La escena pareciera haber sido preparada por algún duende travieso, lo nuestro fue como el mar, que con sus aguas tan cambiantes, es un perpetuo recordatorio de una lejana soledad... LA TUYA Y LA MIA.
Me acuerdo hace mucho tiempo, la reunión era en la casa de alguien conocido, los personajes unas cuantas chicas y algunos jóvenes alegres y alocados típicos de la época, entre ellos: UN SERVIDOR.
Después de haber agotado un montón de temas, estábamos hablando de pintura y discutiendo sobre abstractos y figurativos, ¡de repente apareció!, su presencia fue tan impactante como una pincelada azul sobre un fondo gris claro.
Al rato se creó entre nosotros una corriente de afinidad y amistad tan grande, que las confidencias comenzaron a ser moneda corriente entre los dos.
Me hizo cómplice de un gran desencuentro amoroso con un muchacho que dejó el barrio, marchándose tras una utopía para nunca más volver.
Ese era el motivo por el cual no quería compromiso con ningún hombre, por lo menos hasta que la herida no cicatrizara..
Después los años, el tiempo que parecía volar y la marea de la vida se confabularon para que nuestra amistad fuese un eterno desencuentro.
Hoy, desde este punto cardinal de mi existencia me di cita con los recuerdos, yo, que en la calesita de la vida nunca saqué la sortija, solo pido un ferviente deseo.
Me gustaría que el destino me sorprendiera con una linda jugarreta y que ella, la promotora de este sueño me recordase desde el fondo de su corazón y que la magia de los deseos haga un encuentro en cualquier esquina del viejo y añorado barrio de ayer.
Nos veo a los dos tomados de las manos y retomando esas lindas pláticas de antaño, sería un lindo motivo para confesarle que sin saberlo, fue la musa inspiradora de mi primer verso.
Volando a bordo de mi imaginación me veo frente a ella, que con un mohín mimoso me pide que se lo lea, entonces con un poco de vergüenza y secándome un travieso lagrimón le diría...

Me hablabas de amores
y del viejo barrio,
también de un muchacho
él nunca volvió,
que se fue hechizado
tras una quimera,
fue un sueño querido
que el tiempo... mató.


ALICIA CHILIFONI


COMO VIOLETAS 

Vuelvo a estar habitada por preguntas. Ya ni recuerdo la última vez que me pasó algo así.
Tanto jactarme de gozar dejándome llevar por la vida como la nube por el viento. Siempre afirmando que para ser feliz hace falta no analizar, sólo hacer lo que el cuerpo pide.
Y ahora ¿qué le pasa a mi cuerpo que está indeciso? Dónde quedó su contundencia? O será que inventa excusas, nacidas de la inercia?
Yo, que he sido nómade entusiasta, me cuestiono un simple viaje.
Ex compañeras del Normal a quienes no veo desde hace décadas, y no sólo no las veo sino que no supe nada de ellas durante todo este tiempo, me proponen una reunión. Al momento dije sí, pero al rato me asaltó la duda.
Conservo de ellas los nombres y apellidos asociados a una carita adolescente emergiendo del cuello de los guardapolvos blancos. En síntesis, una foto.
Sé que en ellas perduran nada más que el nombre y la mirada. Significa que no las reconoceré hasta que se me vayan presentando.
Teníamos en común las travesuras inocentes y el terror a dar lección de historia o pasar a resolver un teorema en el pizarrón.
Compartimos el primer cigarrillo en el baño del colegio. Fue un mentolado. Nos hermanaban alegrías y desastres.
¡He cambiado tanto!
Seguramente ellas también, cada una en distinto modo y sentido.
¿Y si me desilusiono? ¿Si me aburren y las aburro? ¿Si las desilusiono?
Tal vez convendría ir para ver, oír y callar, aunque callada no me veo, la verdad. Además sería como estar estudiando ejemplares exóticos. ¿Con qué derecho? ¿A qué le tengo miedo?
Me digo que simplemente me da pereza viajar en invierno.
Honestamente me retruco al instante que también dudaría si estuviéramos en verano. Le echaría la culpa al calor.
Sé que voy a ir, pero hay algo… no sé qué…
El jardín tampoco me ayuda. Está mustio. Si no fuera por la impertinencia de los limones no habría una sola nota de color. Si hasta el cielo conspira. Es una lámina de plomo que amenaza con caerse de un momento a otro. Mejor miro el suelo, mis propios pasos sobre el pasto mojado, abatido, no sé si por rocío, neblina, humedad, da lo mismo.
Melancólico panorama, hasta que las veo, erguidas por sobre los corazones oscuros de las hojas, seguras de sí mismas en su rincón de siempre, las violetas florecieron.
Me inclino, corto un par y las huelo. Ellas no dudaron ni analizaron ni temieron, o quizás sí, qué sé yo? Pero aquí están, diciéndome que no es cierto que al paisaje le faltan colores. Pasa que no los busco, no me abro a ellos. Sin proponérmelo me he estado tejiendo un caparazón.
La cita es en septiembre. La excusa, una "baña cauda" cuya paila convocante necesita de una ronda para tener sentido. Una ronda como de violetas, sencillas, amuchaditas en una esquina del mundo, sin cuestionamientos, con la sola misión de darle color y perfume al jardín de la vida.
¡Chicas,  allá voooooy!



MARTA BECKER



SÍ, MAMÁ  

-Caro, preparame un té con limón que me duele la garganta.
-Enseguida, mamá, cuando termine de sacar las verduras.
Doña Clotilde Sánchez Valente de López hace años que se auto diagnosticó que las piernas no le respondían y maneja todo instalada en un sillón de ruedas. Ahora está cómodamente ubicada frente al televisor con un plato lleno de masitas viendo su novela favorita.
-No te demores, me duele mucho y no quiero que se irrite más mi garganta.
-Ya va, está por hervir el agua.
Carolina está en la cocina. Prefiere no hacer comentarios ante el apremio de su madre. Con resignación, prepara el té y se lo lleva.
-¿Y el limón? Te olvidaste el limón, ¿acaso no sabés que es lo más importante? ¿en qué estás pensando cuando hacés las cosas?
La muchacha no responde. Corre a la cocina en busca del limón.
-¿Qué estás preparando para la cena? Que no sea algo muy pesado, ya sabés que no ando bien con mi digestión.
-Un churrasco con ensalada, creo que es lo más conveniente.
-¿Carne a la noche? A mi no me parece adecuado, después tengo pesadillas.
Pesadillas despierta es lo que yo tengo, piensa Carolina.
-¿Qué querés que te prepare?
-No sé, pero algo más liviano- responde doña Clotilde con tono agrio.
Por la cabeza de la chica pasan miles de comidas, desde un mondongo super condimentado hasta cerdo a la vinagreta, porque sabe con seguridad que si los hace la madre se lo comerá sin tener problemas.
-¿Te parece bien una sopa y una presa de pollo hervido?
-Pero eso no tendrá gusto, ¿me querés matar de hambre?
-De acuerdo, lo pienso y luego te consulto.
-Siempre tan indecisa, todo lo tengo que disponer yo, es increíble.
-Mamá, seguí tranquila con el programa, lo charlamos más tarde.
Carolina se encierra en su cuarto y no sabe si golpear los almohadones, llorar, gritar o bombardear la casa con todo incluido. Su vida está tan limitada, no puede decidir, pensar, como si ella misma estuviera en esa silla de ruedas, encadenada. Si hasta piensa que está más paralizada que su madre.
-Caro, traeme un abrigo que refrescó y tengo frío -
Siente el pedido como una estocada. -Ya voy- contesta con resignación.
-¿Dónde estabas que tardaste tanto?
No contesta.
-¿Qué te pasa que no contestás a tu madre? Qué falta de respeto, en mi época no era así, mi madre era sagrada.
-Sí mamá, vos también lo sos…
-¿Entonces…?
-Estaba leyendo algo en mi habitación.
-¿Cómo, no tenés que preparar la cena? ¿Y mis remedios de la noche? ¿Y planchar mi ropa que mañana viene de visita la tía Selma y también  la peluquera? ¿Y sacar la basura?
-Sí mamá, enseguida preparo todo.
-Que no se haga demasiado tarde, quiero ver un debate político en la tele y no me quiero distraer.
-No, mamá, quedate tranquila que tengo todo controlado.
La muchacha va a la cocina y comienza a preparar la cena. Con el cuchillo grande corta la cebolla con movimientos rápidos y precisos mientras se le cruzan pensamientos varios y duda entre elegir la asfixia o el envenenamiento como formas de eliminación. Está por explotar.
-Nena, ¿falta mucho para comer?
Carolina distribuye sobre una bandeja grande los platos, el vaso y la bebida, la deja apoyada en la mesita que está junto a su madre. - buen provecho, se le escucha decir entre dientes.
Carolina se saca el delantal, agarra la bolsa de la basura y sale a la calle. Cierra la puerta principal con doble vuelta de llave y la tira en la primera alcantarilla que encuentra.
Se aleja de la casa despacio, con una sonrisa y cantando.

MARY VICY



MI MAMÁ TIENE QUINCE AÑOS 

A la mañana temprano de un lunes otoñal, vi desde mi ventanal a Laisa doblar la esquina. Se detuvo al borde de la calle y con movimientos cansinos, miró hacia un lado y hacia otro y dudando, cruzó. Colgaba entre sus dedos morados, a causa del esfuerzo y el frío, varias bolsas de diferentes tamaños, algunas besaban el suelo por soportar tanta carga de más. La mochila en  la espalda a punto de reventar, doblegaba su redondeada figura y haciendo un último esfuerzo, se paró frente a mi verja, estiró la mano hacia el timbre y tocó varias veces, prolongando en el sonido un resto de esperanza que aún anidaba en su rostro. Cuando entró, no me permitió que la ayudara y rumbeando a la cocina, silabeó en un susurro los buenos días.
Apretando los pies en el peldaño de la silla, aprisionó con las palmas agarrotadas el calor de la taza, bebiendo en silencio el café con leche humeante sin dejar de contemplar el jardín aledaño. Ese día, sus negros ojos se mantenían ausentes, en silencio, como perdidos. No sé por qué, pero me dio la sensación de que ella estaba vagando por la otra cara de la luna, la que nunca se ve pero sabemos que existe.
Estacionada en algún peldaño de su memoria, mordisqueó las galletitas con gusto a manzana dejando un tendal de migas dentro y fuera del mantel. A su alrededor, reposaban los bártulos como si formaran parte de un caparazón, protegiéndola de los ataques del destino.
Con sus diecinueve años a cuesta, la vida no le había sido fácil. Por ser la mayor de cinco hermanos, tuvo que hacerse cargo de responsabilidades de adultos cuando aún conservaba varios dedos vírgenes para completar la decena de la primera infancia.
Todavía recuerdo aquella mañana primaveral en que nos conocimos, en el aula de apoyo escolar. Tras varias preguntas de rigor, me llamó la atención el vocabulario soez y violento, propio de los marginados de la vida y de los barrios del mismo tenor. Sus manitas salpicadas de manchas blanquecinas, se movían  nerviosas como queriendo darle bofetadas a un mundo díscolo y ponerlo en el lugar que, según ella, le correspondía.
La negra y larga melena enmarañada, se apretaba en una coleta desprolija y vociferando amenazas, me marcaba sus condiciones para aceptar la nueva vida que le tocara en suerte a ella y al hermano, por orden del Juzgado, en ese Hogar de Menores.
La confianza entre las dos fue creciendo a los tropezones y un día, como si revelara un secreto que le hacía daño, me mostró un par de cicatrices de quemaduras grabadas en el pecho.
- Esta y esta me las hice cuando en mi casa cocinaba polenta para todos - señaló mientras miraba los bordes oscuros de su oscura piel.  Al instante, deduje que las salpicaduras blanquecinas de las manos eran la secuela de esas injustas responsabilidades. ¡Y apenas tenía once años!
Imaginando la terrible situación, tomé sus manitas dentro de las mías tratando de darle un poco de calor y del cariño que tanto ansiaba. Renuente a aceptar cualquier gesto de ternura, esa vez no optó por el rechazo acostumbrado y por primera vez, descubrió que mi corazón estaba a su disposición para cuando hiciera falta.
Con la asistencia apropiada, poco a poco fue fortaleciendo la lecto - escritura, tan ausente como los afectos. Con el correr de los meses, su brillante  inteligencia salió a la luz y no sé, aún hoy, si fue para bien o para mal, comenzaron las demandas a la vida, a su maldita suerte y a la madre que la parió.
Varias veces, en los años siguientes, tuve que acudir al  llamado de la Dirección de la Escuela, a fin de poner paños fríos para que no suspendan a los hermanos, por mal comportamiento.
- Tienen una discapacidad social severa - Acuñé la frase aquel día en que la cuota de paciencia se desmadró, con la esperanza de que se revirtiera la decisión disciplinaria y gracias a Dios, obró el efecto deseado.
Mis reproches siempre terminaban con el mismo consejo: "tratá de controlar ese carácter, es por tu bien. Estudiá mucho y aprovechá todo lo que te dan. Son las herramientas esenciales  para mejorar tu futuro".
Imponiendo su férrea voluntad al amparo del derecho y la justicia, una que otra vez  los cinco hermanos se juntaban en una plaza. Ella agradecía que los dos mas pequeños  hayan podido formar parte de una familia de corazón, en tanto la del medio, se criaba en un Hogar religioso.
Cuando las "sin respuestas" de los "porqué" adolescentes la pescaban con la guardia baja, su ánimo se llenaba de bronca y gritando todo el infortunio acumulado se perdía en un mar enfurecido, culpando e insultando a esa madre que no la supo retener.
Pero en el fondo la quería.
Si lograba relajarse, hablaba de ella como si se tratara de una criatura carente de oportunidades.
En esas cuitas a la distancia, recordaba momentos felices donde ambas cruzaban secretos vedados al cias maternales,  muchas veces, hasta infantiles.
Poco a poco fue reconstruyendo casi sin odios ni reclamos su pequeña historia y enterrando las vicisitudes en un fondo de silencio, se sentía feliz. Entonces, aparecían los recuerdos de la abuela, de los tíos, de los diferentes padres ausentes, de sus hermanos,  de la vecindad y un sin fin de amigos, cómplices de aventuras de aquella primera niñez.
Y un día, la edad me indicó que comenzaba la etapa del descanso bien merecido y me jubilé.
Recuerdo que dejé a Laisa pisando los quince años, una brillante alumna de Bachiller con orientación en Arte, sobresaliente en Informática  pero siempre revoltosa. En la despedida, me regaló una tarjeta que había dibujado con la computadora. La dedicatoria la escribió a mano, incluyendo varias faltas de ortografía.
Las visitas a mi casa de aquellos queridos alumnos o los encuentros en la plaza de la vuelta, me ayudaban a ver el crecimiento de cada uno, sumándose de vez en cuando algún nuevo compañero de ruta.
Cuando se quedaban a merendar, Laisa se aislaba con mi notebook por el jardín y durante un buen rato, trepada a la Web, chateaba con sus amigos, bajaba canciones, compartía fotos y comentarios en su muro, a veces subidos de tono.
- ¡No pasa nada seño! -me contestaba cuando le llamaba la atención.
A la edad de dieciocho años los chicos dejaban de ser menores y tenían que emigrar del Hogar. Aquellos que venían noviando y si podían, se integraban a las nuevas familias. Otros, decidían la soledad.
Desde la cadena de docentes solidarios, (fundación barrial de apoyo escolar sin fines de lucro) y como una forma de colaborar, los ayudábamos a conseguir trabajo, lugares donde vivir, aportando lo básico (llámese electrodomésticos, muebles, ropa de cama, etc.), como para que comiencen a proyectar su futuro. Hasta que lograban valerse por si mismo, Cáritas cooperaba con una generosa bolsa de alimentos.
Laisa no tenían un  referente contenedor fuera de la institución pero las ansias de libertad y la tremenda imaginación de cómo sería su mundo, le jugó en contra y sin pensarlo dos veces, se fue a vivir con una amiga del barrio, bastante mayor que ella.
Con el correr de los meses, reconoció que esperaba del mundo otra cosa. La cruel realidad de la supervivencia le arrancó la venda de los ojos, el aporte de la beca del "Plan Joven" apenas alcanzaba como colaboración a las necesidades hogareñas y la relación comenzó a irse a pique.
Ese verano se mareó en salidas, cigarrillos, boliches, noviecitos de última hora. Cuando la convivencia no dio para más, decidió mudarse a Pacheco con su familia de origen, a dos horas del colegio donde cursaba el último año.
Al principio, el reencuentro con su mamá fue placentero y con el correr de los días descubrió que la mujer que tenía enfrente no había crecido, tenía la misma madurez que muchos años atrás cuando compartían los juegos infantiles. Expresaba hacia ella un diálogo peculiar, adolescente, cuchicheando y proponiendo aventuras no tan santas, como desafiando la autoridad de los mayores.
Cierta vez, la madre se ofreció a comprarle las zapatillas que tanto necesitaba y luego, con un pretexto infantil, le confesó entre risas nerviosas que no podía porque el novio de turno, no quería darle la plata. Entonces Laisa entendió, que esa relación estaba muy lejos de la que podría desarrollarse entre una madre adulta y su joven hija.
Estudiar fue un impedimento para conseguir un trabajo estable. Algunos días, ayudaba  en el planchado de ropa en varias casas, incluso en la mía. Las condiciones eran que junto con la paga, debía recibir el almuerzo antes del ir al colegio.
A las pocas semanas me dijo que quería volver al barrio porque los parientes le hicieron saber que su aporte no era suficiente y no la podían mantener.
Y así comenzó la peregrinación.
Por tiempos limitados fue rodando de casa en casa, algunas amistades le habrían la puerta por un par de noches y un amigo a quien creyó amar, le ofreció dormir en la misma cama.
Una mañana, con su vozarrón de antaño, anunció el embarazo. Quien le dijo que la amaba la apartó de su camino y por primera vez, se vio en situación de calle.
En una reunión familiar urgente, decidimos alquilar una habitación en una pensión cercana a nuestro domicilio por el tiempo que sea necesario, hasta que se normalice su situación. Por eso, ese mediodía otoñal, cargando sus bártulos vino a casa, se sentó en la cocina frente a la taza humeante del desayuno y con voz queda, me dijo que lo intentó todo pero que lo que más le dolía, era no contar con una madre que la comprendiera, que la acompañe en esta nueva etapa de la vida, que la aconseje como criar a su hijo por nacer, que le enseñara a tejer escarpines, a cantar canciones de cuna, a distinguir los berrinches de las necesidades. En definitiva, que le enseñara a ser mamá.
-Nunca es tarde, dale una oportunidad -ofrecí como consejo tratando de consolarla.
Me miró en silencio y por pocos segundos la comparé con la Eva del Génesis, desterrada de un paraíso imaginario y delirante, creyendo que la creación comenzaba con ella.
-No seño -gimió desalentada bajando la vista -nunca va a suceder eso que me está pidiendo porque mi mamá, pero siempre y para siempre, va a tener quince años.

MIRTA SOLER



PINTURA BLANCA 

La pintare toda, exclamo Juan.
Si, si  y debería acomodarla un poco, parece que se quiere desintegrar.
Lucy que  contemplaba la acción, no quería opinar, pero pensaba en silencio, ¡otra porquería en casa!. Cerró la puerta de un fuerte golpe. Y tembló el techo.

¡¡No puede ser!!… ¡Siempre lo mismo!............

Juan, miro hacia arriba, pensó que se caía un pedazo y lo aplastaba, pero no… no paso nada, solo un temblor.

Siguió  con su tarea, tratando de darle forma. Es decir  sostenerla,  porque le costaba mucho  mantenerse en pie. Si , la vieja silla , la que pretendía pintar.

La silla...   si... ahí en un rinconcito, se sostenía por la pared, y Juan, buscaba y buscaba... Que buscaba, pintura, porque pensó, con esto la arreglo y quedara hermosa...

¡Aquí creo que hay algo!... Si,  un tarro oxidado, pintura verde parece, ¡lindo color!, un, dos y salta la tapa...
Que mala suerte, mal cerrado, pintura seca .
Descartado el color y el tarro
Otro por tarro, veremos.
¡Veremos!. Exclamo Juan, un tarro  de pintura amarilla, por que se veían unas franjas en el exterior. Seca... pero adentro...
¡Saquemos la tapa!… Que mala suerte, no tenia nada, también descartado el color y el tarro.

¡Veremos! , ¡Veremos...!
Un tarro…¡este si que tiene!…un tarro de pintura blanca!
Sacare la tapa, a primera vista una película gruesa, con la  espátula y ya está… y ahí si… Manos a la  obra...  
Toma entre sus manos el valioso hallazgo: El tarro, con tan mala suerte que se resbala... rodando y rodando deja esta vez una película de pintura blanca de máxima pureza, pero en el piso, que empezó a deslizarse como una ola que avanza sobre la costa acariciando la arena.

Al escuchar el ruido, Lucy... Abrió  la puerta... se quedo como suspendida en el aire… La escena: Juan arriba de la silla que se tambaleaba, la pintura blanca que  parecía que lo seguía...

¡Noooooooooooo! exclamo Lucy

¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Grito Juan

La silla no pudo resistir el peso , sus patas apolilladas... se desplomaron, y Juan también…… ya era un montón de algo que no servia , se levanto como pudo y trato de escapar por la ventana, la pintura blanca lo seguía,  parecía que subía la pared, miraba la terrible película blanca, como  avanzaba, sentía, persecución, miedo… un tormentoso momentos, turbulencia… frió... Fin...

Juan, agitado, lleno de sudor,  cae al exterior de la habitación,  no quería abrir los ojos, el dolor del golpe quizás, sentía a su vez en la piel algo frió, pensó es ella, la pintura, estoy cubierto se veía blanco, se veía atrapado… por un instante pensó en la pobre silla lo que hubiese sentido, la misma sensación...  
El sentimiento de esa silla… era el que Juan estaba percibiendo.

El cuadro, quedo plasmado, la silla rota  que evito ser pintada de color blanco, la cara de asombro  de Lucy y la huida despavorida  de Juan….

sábado, 22 de diciembre de 2012

ANALÍA FIGLIOLA



EL SEÑOR CORRECTO

Emilio Correcto había nacido hacía exactamente 40 años y su vida desde entonces había estado signada por acciones apropiadas, gestos medidos, sentimientos moderados y hasta una dieta cuidadosamente equilibrada, de la cual no se había apartado nunca en los últimos diez años. Sus padres, Don Jacinto y Doña Isabel, de origen humilde y gran corazón, le habían prodigado el mayor de los amores, pero por sobre todas las cosas, le habían inculcado un sentimiento de devoción hacia la honestidad, la responsabilidad y el cumplimiento. Sus esfuerzos denodados por hacer de su hijo un hombre honesto no habían sido en vano.
En una casita modesta del barrio de Barracas con pilares rosados y un diminuto cancel vivía Emilio con su gato robusto y de  plácida mirada, Romeo. Como cada mañana, cuando la alarma sonó a las siete y media, Emilio ya se había ocupado de sus quehaceres domésticos, de la comida de Romeo y sólo le restaba asegurar su vianda en el compartimiento habitual dentro de su bolso de trabajo. Ojeando su reloj, Emilio salió presurosamente hacia la oficina de correo postal Nº 2, en la que se desempeñaba como empleado administrativo desde que había alcanzado la mayoría de edad.
Era un lunes otoñal en el que la tenue calidez del sol se mezclaba con la fresca brisa matinal. Una y otra vez Emilio henchía sus pulmones de ese aire puro, como en un intento de renovar su espíritu y aunar fuerzas para enfrentar una nueva jornada en la oficina. No era precisamente el trabajo lo que lo acuciaba sino la relación con los otros empleados, que aunque desde el comienzo había sido tensa hoy ya se había tornado casi intolerable.
En forma ininterrumpida durante los últimos diez meses, sobre la puerta de entrada de su oficina, se encontraba colgada su retrato prolijamente enmarcada junto a la inscripción "empleado del mes". El orgullo que él sentía por haber logrado y conservado dicha distinción era tan inmenso como la rabia que le provocaba encontrar garabatos impropios sobre su foto día tras día. Sin embargo, esa no era la única ofensa con la que tenía que lidiar diariamente. Llevaba impreso en su memoria desde risas burlonas hasta las miradas más despectivas y arrogantes.
Estaba en el umbral de entrada al edificio del correo y aún tenía su ceño fruncido cuando escuchó una voz tierna y suave saludarlo.
-Buenos días, Emilio. ¿Cómo estás?
Repentinamente sus ojos se iluminaron y su boca creció en una sonrisa. Hubiera querido correr y abrazarla pero solo balbució tímidamente:
-Bien, bien, gracias.
Era la secretaria del señor Cotero, la señorita Rosa. Su cabello moreno y ondulado enmarcaba su hermoso rostro. Ella era la única persona que lo trataba con respeto y, a pesar de que nunca habían intercambiado más que un simple saludo, Emilio sentía un profundo amor por ella. Mantenía este sentimiento en silencio y esperaba algún día, cuando sea más apropiado quizás, poder expresarlo y ser correspondido.
Salió del ascensor y atravesando el pasillo principal, llegó a su oficina cuando apenas el reloj de pared marcaba exactamente las diez en punto. Mientras aseaba su escritorio como de costumbre, sonó el teléfono. Era su jefe, el señor Cotero, que le había hecho un pedido urgente. Debía dirigirse a su oficina de inmediato con todos los recibos de encomiendas hacia el interior del país registrados en el último mes. En ese mismo instante comenzó a apilar las cajas que debía llevar sin demora al otro extremo edificio, ya que la semana anterior, el despacho del señor Cotero había sido reubicado más convenientemente en ese sector.
El ruido que provenía de su oficina contrastaba con la apariencia inerte de los gabinetes contiguos. Sin embargo, Emilio, ni siquiera por un momento, se percató de dicha situación.  Tal era su afán por cumplir con lo pedido que había olvidado arbitrar los medios necesarios para transportar semejante carga y, en varias ocasiones, trastabilló y casi dejó caer la enorme pila de cajas.  No obstante lo agobiante del peso que llevaba, no se doblegó y se convenció de que por algo lo habían elegido a él para tan arduo cometido. Él lo lograría seguro.
Espiando por sobre los anteojos, Rosa se sorprendió al ver aproximarse una figura tambaleante que, exhausta, se desplomó con su carga frente a la oficina del señor Cotero. Con gruesas gotas de sudor recorriendo su rostro, levantó su mirada para encontrarse con la de sus compañeros que estallaron en carcajadas. Confundido y con sus brazos entumecidos intentó abrir la puerta de aquella oficina, visiblemente vacía y oscura. Todos lo miraron como si fuese un idiota.
-Parece que el señor Cotero no vino hoy a trabajar. ¿Quién habrá pedido que traigan esas cajas tan pesadas entonces…?- le preguntó Álvarez  con tono de sorna.
Mientras las risotadas se desvanecían en un murmullo lejano, Emilio continuaba inmóvil junto a las cajas con la mano en el picaporte. Sus ojos permanecían clavados en la persona que había pronunciado esas crueles palabras.
Rosa, claramente conmovida por lo ocurrido, se acercó a Emilio y, tratando de que su comentario no suene como producto de la lástima, le dijo:
-Emilio, no te preocupes, dejá las cajas aquí ahora. Debe haber un malentendido. Apenas llegue el señor Cotero se aclarará seguramente.
Emilio trató de recomponerse y, casi sin mediar palabra, se retiró deprisa.
Estaba visiblemente turbado y con cada paso que daba más rechinaba los dientes y más apretaba sus puños. Esta era sin duda la peor de las humillaciones que había tenido que tolerar. "¡Y todo esto frente a la última persona que hubiera querido que esté presente!" pensó Emilio. En ese momento cerró la puerta de su oficina de un golpe y, preso de un ataque de cólera, se abalanzó sobre su escritorio y con su brazo arrolló todo lo que había sobre él.
A las 10:10 de la mañana del martes el tercer piso del edificio del correo se estremeció. Dos, tres, cinco disparos tal vez. Luego, un profundo silencio. Álvarez yacía en el suelo. Nadie se atrevía a decir palabra. Esta vez no hubo lugar para bromas ni comentarios irónicos. 
"Es la primera vez que NO me miraron como si fuese un idiota," pensó Emilio. 

JUANA ROSA SCHUSTER


ESO DICEN 

Uno ve miles de cosas cuando no va a ninguna parte.
Así contemplé yo pasar la vida durante cien años.
Las casas mutaron, el progreso abarcó todo.
Fui el patriarca de esta placita, poblado de hojas, vestido de pichones.
Se olvidan que en la pizarra de las nubes, dibujé caricias.
La idea de eternidad, llenaba todo el espacio de mi pensamiento.
¡Cuántas cosas me enseñaron las hamacas, sólo con mecerse!
Yo, que fui con mis raíces sobresalidas, el cálido descanso de tantos ancianos.
Yo, que supe interpretar el diálogo entre el rocío y las flores silvestres.
Yo, que viví muchos inviernos, pasé noches y noches cubierto por sus mantos negros.
Yo, que consolé a miles de pájaros que encontraban el nido vacío.
Yo, que de alguna manera, fui la nodriza de la plaza República Argentina.
Ahora me decapitaron. Estoy en agonía. Dicen que mis ramas estaban secas.
Sí, eso dicen. Suponen que por mis brazos ya no corre la savia vital.
En la oscuridad, alguien verá una ilusión, creerá que aún estoy.
Y después… vendrá el recuerdo.


ALICIA GIORDANINO



CRIPTAS

"Cuando el / espíritu/ se desvanece/
aparece la forma - BUKOWSKI

La mujer fue encerrada en otoño en un hospicio del sur. Le dieron un atadito de ropas y algunas fotos de sus hijos, era lo único que tenía. Se había casado con un hombre de su mismo pueblo. Tuvieron dos hijos y una casa muy ordenada hasta que la mujer se dio cuenta cuánto le gustaba leer. Se pasaba las mañanas leyendo lo que encontraba por ahí, sobre todo en la biblioteca municipal. Su marido le decía que eso era pura sandez.
La mujer también se pasaba las tardes leyendo. Y ni hablar de las noches donde cada signo era una llamarada. El marido empezó a perder la paciencia. Pero la mujer no podía abandonar su oficio de lectora. Tanto leyó que empezó con el ejercicio de la escritura en un cuaderno viejo. El marido ya no soportaba. Le dio un plazo exacto de treinta días para desistir de su estado. Ella seguía con el lavado, el planchado y la cocción de los alimentos diarios, además de limpiar la casa y hacer las compras en el supermercado. Pero eso sí, no podía dejar de leer y luego escribir y luego leer más. Así fueron las cosas. Llegó el día en que el marido reventó. Estalló a las ocho menos cuarto de una mañana de noviembre. Tiró las tazas sobre el mantel verde con mínimas flores blancas y le explicó que él no podía continuar. Ella no se inmutó; esa mañana había amanecido con Bukowski. Entonces él la tomó de los cabellos y la internó en el hospicio del sur. Pidió agua. La enfermera le trajo un vaso de plástico lleno de líquido un poco marrón. Se quedó muy sola pero pensaba que tenía que seguir leyendo, aún en la oscuridad de esa celda. Encontró el recorte de un diario gastado y se lo comió. Comió aquellas letras negras que pintaron sus labios del color de la noche y sonrió. La vida le seguía dando el néctar necesario. Tuvo un presagio, entonces decidió desmenuzarse en grafías por la calle próxima a las estrellas. Luego puso su firma en aquel laberinto de nombres y levitó como volviendo a empezar.

MARITA RAGOZZA DE MANDRINI



DORIANA  GRAY 

"Detrás de toda hermosura hay algo trágico".
"El destino nunca deja de zanjar sus cuentas"
Frases de El retrato de Dorian Grey

Tenía todo en la vida: belleza, dinero, salud, hermosas casas y autos.
Su rostro se conservaba siempre fresco, como recién lavado, y casi no necesitaba maquillaje, los ojos eran vívidos, la boca sensual sin exageración.
Cambiaba de actividades y siempre se destacaba, ya sea en arte, negocios, empresas.
Novio no se le conocía, pero sí se sabía que había roto muchos corazones y sus romances eran tan fogosos como cortos.
Tenía muchos amigos, pero en su situación material tan privilegiada era difícil saber  en cuál  de ellos  estaba la verdadera amistad.
Doriana solía desaparecer algunos días y sus noches, seguidas de una fuerte reclusión, sin atender a nadie y dando asueto a los sirvientes.
Un vecino - pero no de fuente confiable -dijo que una vez la había visto llegar de sus ausencias, encontrándola  ajada , ojerosa y  desarreglada.
Tenía una buena colección de compactos de música, como también de videos con lugares bellos y exóticos.
Una vez en una de sus fastuosas fiestas alrededor de una monumental piscina, y con unos daikiris de más, deslizó el comentario que poseía un video exclusivo, único, sin copias, al que  ella sólo podía acceder. La bombardearon a preguntas, pero Doriana parecía casi arrepentida, y sólo dijo que se lo había regalado un caballero con el que mantenía un contrato de negocios.
Solía mudarse varias veces, cambiando vecinos y amigos, por lo cual se perdía los ciclos de vida de quienes la rodeaban: casamientos, divorcios, hijos, como si evitara tener lazos de más tiempo.
Eso sí, se mantenía esbelta y bella, con la imagen de plenitud que llega a poseer la mujer a los treinta cortos años de edad.
Las desapariciones se hicieron seguidas. Sus regresos  eran más frustrantes, porque en realidad llegaba y se encerraba en una habitación secreta a ver el video el cual mostraba a una mujer cuya imagen apenas se le reconocían sus propios rasgos. Pelo ralo y vello en la cara con arrugas profundas, piel amarillenta, agrietada, huérfana de mirada y un halo de depravación que dejaba a Doriana espantada y repugnada.
¿La beldad y la juventud eterna podían ser excusas?
Un grito profundo se ahogaba en sus entrañas, el  arrepentimiento le mordía su corazón, pero el contrato con el caballero tenía cláusulas estrictas e irreversibles.
Al final, ¿a quién engañaba? A ella o al mundo?
Pero  al Tiempo no, porque de alguna manera su aliada, la Decadencia, no se la burla  tan fácil . Quizás el místico, el artista ,el poeta... pero ya era tarde para ella.
¿Hasta cuándo soportaría Doriana Gray?