domingo, 17 de marzo de 2013

CARLOS MARGIOTTA


18 AÑOS 200 NÚMEROS 

1 solo Dios verdadero. 2 mujeres gemelas. 3 mosqueteros. 4 puntos cardinales. 5 sentidos. 6 dedos. 7 pecados capitales. 8 hermanos. 9 lunas. 10 mandamientos. 11 indiecitos. 12 apóstoles. 13 mala suerte. 14 mujeres adúlteras. 15 niñas bonitas. 16 vinos. 17 octubres.
18 años de la aparición de redes de papel.  19 desgracias con suerte. 20 detenidos. 21 primaveras del estudiante. 22 locos de atar. 23 cumpleaños. 24 fusilados en la patagonia. 25 cataplasmas. 26 distancias. 27 malos pensamientos. 28 truenos que dan miedo. 29 prostitutas hermosas. 30 desilusiones de amor. 31 amaneceres felices. 32 actrices de morondanga. 33 orientales. 34 sabios en pedo. 35 incertidumbres. 36 billares. 37 adioses para siempre. 38 pasos hacia el cadalso. 40 mitades de ochenta. 41 francotiradores rusos. 42 hijos de puta. 43 cigarrillos negros. 44 camas de hospital. 45 amigos en una cena. 46 nacimientos en la Sardá. 47 monarcas truchos. 48 vinos tintos. 49 auténticos. 50 oraciones pidiendo cosas. 51 llantos fingidos. 52 campeones juveniles. 53 vírgenes antiguas. 54 abuelos piolas. 55 gallegos. 56 suspiros de monjas. 57 carruajes fúnebres. 58 torturados en el hogar. 59 tijeras para cortártelas. 60 ómnibus sin frenos. 61 insultos inofensivos. 62 organizaciones sindicales. 63 graduados de abogados. 64 aciertos en el Quini. 65 mentiras piadosas. 66 tristezas tristes. 67 militares nacionalistas. 68 emociones fuertes. 69 besos de lengua. 70 balcones y ninguna flor. 71 penetraciones sin condón. 72 alumnos reprobados. 73 arrepentimientos sinceros.  74 metros de papel. 75 rubias infartantes. 76 golpes de estado. 77 avemarías y ningún padrenuestro. 78 mundiales deportivos. 79 ansiedades de verla. 80 ancianas coquetas. 81 mañanas camperas. 82 por ciento móvil. 83 espadas justicieras. 84 encierros de libertad. 85 corazones latiendo. 86 gritos desesperados. 87 nietos desconocidos. 88 curvas femeninas. 89 padeceres sin consuelo. 90 siglos de atraso. 91 encuentros y desencuentros. 92 mail sin importancia. 93 miedos. 94 amaneceres. 95 fundaciones. 96 equivocaciones. 97 caricias en la piel. 98 pecados mortales. 99 alemanas refuertes. 100 años de soledad. 101 dálmatas. 102 oportunidades sin aprovechar. 103  árboles sin talar. 104 encendidos fanáticos. 105 celulares sonando. 106 retiros de servicio. 107 abordajes sin piratas. 108 bizcochos. 109 desaparecidos. 110 décadas de exilio. 111 reclamos sin contestar. 112 recoletas pavotas. 113 porvenires exitosos. 114 llamados sin respuesta. 115 encrucijadas y ninguna flor. 116 urgencias del Same. 117 enamorados para siempre. 118 coitos interrumpidos. 119 verdades. 120 despedidas de soltero. 121 boletos capicúas. 123 sucesiones. 124 cabalgatas gillette. 125 órdenes incumplidas. 126 privatizaciones impugnadas. 127 errores graves. 128 asaltos. 129 novias casaderas. 130 eslabones perdidos. 131 reveces. 132 colectivos. 133 puñaladas en la espalda. 134 morochas apasionadas. 135 deserciones. 136 imágenes sacras. 137 revoluciones. 138 evasiones al fisco. 139 palabras perdidas.  140 dolores de cabeza. 141 ladrillos. 142 esperanzas vanas. 143 voluntarios. 144 teleconferencias. 145 regresos. 146 rosas rojas. 147 sombras. 148 gestitos de idea. 149 fusiles. 150 quiebras de pymes. 151 travestis en Palermo. 152 veces no bastan. 153 escritores. 154 cafés literarios. 155 paréntesis para descansar. 156 películas condicionadas. 157 circos con payasos. 158 bicicletas. 159 estrellas en el cielo. 160 recorridos. 161 ayeres que siembra el tren. 162 fugas de la cárcel. 163 asociaciones civiles. 164 cómicos. 168 lápices de colores. 169 símbolos patrios. 170 lenguas a la vinagreta. 171 antigüedades de Marta. 172 viejos chotos. 173 recuerdos lindos. 174 días del perdón. 175 responsos en la chacarita. 176 automóviles de alta gama. 177 siembras. 178 soles y no estabas tu. 179 cuchillos. 180 tambores negros. 181 manos ágiles. 182 lenguas asquerosas. 183 victorias a lo pirro. 184 pantalones cortos. 185 revolcones espectaculares. 186 rezos hincados. 187 asaltos a mano armada. 188 pasajeros de la lluvia. 189 desperdicios en la vereda. 190 barrios porteños. 191 tendencias tendenciosas. 192 colores del alma. 193 bombachas sucias. 194 criollitas. 195 descensos a la B. 196 falos. 197 fotos viejas. 198 noticias falsas. 199 festejos. 200 números de la revista redes de papel.

HAIDE DAIBAN


CLÍO  

Clío caminaba erguida, sus ojos clavados en un punto del horizonte. Un mechón cano caía elegante sobre la frente surcada de finas arrugas. Llevaba en la mano un primoroso paquetito de confitería, como si fuera un delicado cristal, casi suspendido.
Con paso marcial. Aunque algo cansino, siguió por la calle alamenada, llevando consigo, también una serie de apellidos cargados de historia.
Cada tanto oteaba las casas de enfrente, sombrías, centenarias, quizá deshabitadas, por su aparente soledad,  todas ellas rodeadas de jardines umbríos, centenarios, que le hacían el marco adecuado. Esa vista tan conocida la llenaba de recuerdos y alegrías.
Aspiraba el aroma de las flores que la circundaban y tenía ante sí,otra vez, aquellos pincelazo de tiestos cargados de colores y aromas Aquellos, de la vieja casona paterna.
Los jacarandaes estaban en flor y como una sonámbula continuaba por la vía violeta, pisando impávida, las flores caídas, como si estuviera acostumbrada, (y lo había estado), a pasar sobre las corolas que en otro tiempo  habían echado a su paso los mejores pretendientes de la ciudad.
De pronto, su rostro cejijunto, desaprobaba alguna fachada atrevida que importunaba con sus "modernidades" al barrio.
Llegó a la Avenida y cruzó manteniendo siempre su mano erguida, que sostenía aún el paquetito. Pasó frente a la antigua iglesia, se persignó y observó el campanario. El reloj marcaba desde lo alto las cinco en punto, aceleró el paso. Era la hora del té.
Revió instintivamente, todas las tardes de su vida y comprobó por enésima vez que nunca faltó en su cuenta una sola tarde sin el reglamentario five o'clock tea. Como decía su madre inglesa debía sorberse en tazas de transparente porcelana, y con delicadeza y elegancia, sin levantar el meñique.
A Clío le parecía verlas brillar  aún, sobre el mantel bordado, rodeado de cakes y puddings. Mamá cuidaba de aquellas piezas,  con celo y ella, las admiraba tras la vitrina del comedor. Suspiró quedamente. Clío sabía que solo tomaría el té en ellas cuando su hermana Anastasia la invitara. ¡La heredera!. Frunció la nariz con desdén cuidando que nadie notara el gesto.
Se detuvo de repente frente a una vidriera, observó los encajes y puntillas. Arrobada sonrió para sí. Mi vestido, pensó, ese sí que era de encaje de Bruselas, padre nunca olvidaba de traérmelos en cada uno de sus viajes.
Acomodó el paquetito y siguió, soberbia, calle abajo, trotando sin querer con el declive que imponía la vereda.
Así solía hacer de chica cuando la acompañaba su nodriza-madre Francisca, ¡Si!, Francisca fue su sombra. Donde ella estuviera, Francisca la seguía. Aunque en la estancia de su padre, allá por Casares, más de una vez la engañó. Y sus buenas escapadas se hizo al pueblo.
Entre la gente aquella, mezclada en la feria, en la placita, ella era  una  más. Y se olvidaba de la rigidez de los muebles, de la frialdad de los mármoles que tenía el casco de "La Augusta", como le decían todos.
Mientras recordaba, Clío caminaba con paso lento. Por fin, jadeando un poco, se detuvo frente a la casa. Estaba deteriorada y emergían mechones de color debajo del muro descascarado. Era de una sola planta, faltaba  el  jardín, que había sido tapiado burdamente, sin consideración. A su lado crecía un monoblock rígido, enhiesto. Era un dedo de cemento que apuntaba al cielo.
Clío estaba cansada de la caminata, sosteniendo con el dedo meñique el paquetito, sacó su llavero de plata y abrió la puerta de entrada. Cruzó el patio enmacetado, giró la llave que abría la puerta de su cuarto y entró.
Estaba oscuro, dentro y no se escuchaban ruidos en la casa. Aún no habrían llegado la señora Martín con sus niñas, que volvían del colegio. Eran una compañía  aunque tuviera que compartir la casa y el alquiler ayudaba un poco, la jubilación todavía no la habían aumentado como prometió el gobierno. Ya vendrían tiempos mejores, o quizá nunca suceda, no se sabe.
Se acomodó el cabello con las manos. Se lavó y tendió el pequeño mantel bordado por su abuela, colocó las dos masas recién compradas en el último platito de porcelana que le quedaba.
Sacó de la vitrina la taza de porcelana para el té y se dispuso a merendar.

MARTA BECKER






SUDESTADA  

Hace más de 20 horas que la Juana comenzó su trabajo de parto. Toda sudorosa, se retuerce en el camastro ante cada contracción. Tomás ya trajo a la comadrona, que pone compresas frías en la frente de la parturienta.
-Vaya a buscar al médico -dice doña María, que no ve bueno el nacimiento.
-¿Cómo voy, con esta tormenta? pregunta un hombre consternado frente a la escena. No sabe qué hacer, es su primer hijo y una experiencia desconocida.
Juana lanza un grito desgarrador, se toma de las manos de doña María y pide ayuda.
-Juerza, mi´ja, el niño está ahí nomás, con unos cuantos pujos sale, dice la mujer, aunque no está tan convencida que será así. -El chico viene de nalgas-  le comenta al padre en un susurro, y éste no sabe bien de qué se trata.
-¿Está todo bien?, consulta con un hilo de voz. No soporta más ver a la Juana con tanto sufrimiento, pero no puede separarse de la escena.
-Corra, traiga al médico, insiste la vieja, con experiencia suficiente como para dar órdenes.
La tormenta que arrecia desde hace varios días hizo subir el río al máximo nivel. El agua corre con fuerza y arrastra todo lo que encuentra en su camino. Ramas, camalotes, troncos, animales muertos, todo forma una capa sobre la superficie del río y sigue su curso a toda velocidad.
-Apúrese, hombre, con este tiempo va a demorar más, salga ya y traiga al doctor- vocifera doña María.
Tomás se calza unas botas gastadas que le llegan hasta las rodillas, se cubre con una manta vieja y sobre la cabeza un sombrero que no cumplirá ninguna función práctica y corre hasta el bote amarrado a uno de los postes del embarcadero. La precaria embarcación baila al compás de las aguas de aquí para allá. Tomás agarra con fuerza un remo, desata el bote y se incorpora a la corriente.
-No te vayas- grita Juana - y se sacude con una nueva contracción.
-No le haga caso, hombre, apúrese- grita a su vez doña María con tono imperioso.
Ambas voces se pierden en medio de la tormenta.
La sudestada tan temida por los isleños arma su historia.
Tomás consigue llegar hasta el doctor en el mismo momento que doña María acuna en sus brazos un guachito.

ALICIA CHILIFONI




LUNA DE BOLSILLO  

Ayer, un cielo especial, especialísimo, de ese azul entre la tarde y la noche, sin nubes y con luna. Y qué luna! Nunca tan enorme ni tan abaja ni tan cerca ni tan gorda  ni tan de rosado algodón de azúcar. Estiré la mano y la toqué. Ah! Si pudiera guardarla! Pero no es mía.
Hoy salgo a la vereda de nublada mañana. Escubi corre alborozado a mi encuentro. Le tiro un palito y vuela a recogerlo con agradecida diligencia. Todavía no aprende a devolvérmelo.
Se asoma Agustín, su dueño, mi vecinito. Se une a la diversión. En su búsqueda de "un palito más grande" descubre uno de esos plumerillos que quedan cuando se seca una flor amarilla de diente de león. Lo corta con cuidado y me lo acerca. Mientras lo tomo, me instruye: "si lo soplás vuelan pelusitas".
Mecánicamente saco el limón grandote que acababa de echarme al bolsillo mientras cruzaba el jardín y se lo doy, redondote, pleno, prometedor. Lo toma desconcertado, después me mira y me sonríen sus dientes de leche. Monta en su triciclo y parte llevando el producto del trueque.
El limón es para él lo que la luna para mí, pienso. Entonces, no la había tocado, me la había guardado. Y siento que de tan gorda, ya tengo luna para siempre, y la comparto con este chiquitín cabezón que se va contento con esa luna amarilla tan llena de pureza, tan inmaculada como él, y como Escubi que lo sigue, salpicado de luz.
Hoy todo es claro, todo es bueno, todo es luna. Hoy es comunión.

TANIA ALEGRIA


ALGÚN DÍA
 
Y no te callas, Oscar, y no te callas. Algún día dejaré de escucharte, no sé cómo, no sé cuándo, pero algún día no te escucharé más. Si no fuese a causa de la lavadora sería por cualquiera otro motivo, dices que estropeo todo lo que toco pero a ti no te interesa saber que la lavadora lleva años funcionando todos los días, no vas a perder la oportunidad de decirme torpe e imbécil. No te callas, Oscar, y yo estoy muy cansada después de todo el día trabajando, los niños tan revoltosos, tú con toda esa rabia, y aún me toca hacer la cena. Y tú insistes en que no soportas mi dejadez. Conozco tan bien tus furias, Oscar. Es siempre lo mismo. Ya lo veía venir. Me acusas de que no conseguiste el ascenso por mi culpa, de que si tuvieras una casa presentable y una mujer capaz podrías invitar al jefe a venir a casa, y ofrecerle una cena, pero no, con una mujer como yo, ¿cómo podrías hacerlo? Lo peor es que te enfureces cada vez más a medida que gritas conmigo. Si al menos me dejaras sola en la cocina, fritando las malditas patatas, si al menos aquí yo pudiese tener un poco de paz o silencio. Pero no, Oscar, tienes que cumplir el rito completo, del insulto al puñetazo. No sé cómo ni cuándo dejaré de escucharte, Oscar, pero sé que algún día pasará. Ya imaginé tantos modos de  cómo acabar con esto, de cómo acabar con todo, pero después pienso en los niños, cuando no me tengas a mí para insultar y abofetear te volverás en contra ellos, descargarás en ellos tus frustraciones, tus iras, tu violencia descontrolada. No puedo más Oscar, no podré aguantar mucho más tiempo esta puñetera vida. Algún día esto tiene que acabar. Ahora me atormentas a causa del coche que no puedes comprar, de lo que sería tu vida si no te hubieras casado conmigo. Me callo, Oscar, porque es peor cuando te  respondo. Sólo deseas que te conteste para  pegarme. Algún día dejarás de hacerlo, Oscar, no sé cómo, no sé cuándo, pero algún día será.  Me da vergüenza cuando salgo al pasaje y las vecinas me miran, todas las noches escuchan como me gritas, como me insultas, y saben que me pegas. Y los niños tienen miedo, tapan sus cabecitas con la ropa de cama cuando en la noche están acostados y te oyen gritar. Y ahora qué, Oscar, también soy culpable de que la casa necesita pintura, de que tus pantalones están mal planchados, y ahora qué, Oscar, ¿cuándo vas a callarte? ¿Cuándo tendré fuerzas para acabar con esto, para dejar de escucharte para siempre? Algún día no estaré aquí, Oscar, ya no debería estar. Hay tantas maneras de huir, el gas, el veneno, los raíles del tren. Algún día, Oscar. Si no fuera por los niños… Ya te acercas y gritas cada vez más fuerte. No descansas hasta que no me das una bofetada. Ahora me dices ramera y ya no me callo: ¡ramera es tu madre! Grito para apurar el puñetazo que siempre llegará, más tarde o más temprano, aprendí que mejor si más temprano. Era lo que querías. Vienes hacía mí con aquella mirada que conozco tan bien, el aliento de animal, la fuerza concentrándose en el brazo con que habrás de golpearme. ¡Ramera es tu madre! Vuelvo a gritarte. Y te acercas más. Mejor así, después de pegarme te irás al cafetín emborracharte y lastimarte de la puta vida, y yo terminaré de freír las patatas y daré la comida a los niños y me echaré en la cama para llorar con la boca enterrada en la almohada porque no me escuchen. ¿Hasta cuándo, Oscar? Te miro con rabia de ti y con pena de mí, los brazos caídos, la garganta seca. Ahora me dices puta. ¡Puta es tu madre! Consigo gritar y giro la cara para esquivar el golpe, cierro los ojos  y empiezo a levantar la mano para proteger el rostro, pero el golpe tarda, el golpe no viene, abro los ojos y de repente veo. Veo y comprendo. En una fracción de segundo tu mirada aterrada baja de mi cara a mi brazo, de mi brazo a mi mano, de mi mano al mango de la sartén, del mango del sartén al aceite hirviendo. No lo había pensado, Oscar, pero ahora lo veo en tus ojos: hoy es el día.