sábado, 1 de noviembre de 2008

NEGRO HERNÁNDEZ


LA SUERTE ES MUJER

Estábamos en el Tres Amigos, el café de siempre, en medio de una partida de truco con Jorge, Sandoval y Oliviero, cuando el Mirón tiró la idea: ¿Qué tal si le hacemos un asado al Gordo para festejar su jubilación anticipada?
Sandoval contestó instantáneamente: -Me parece fenómeno, contá conmigo para ser el asador, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico.
-Si la hacemos un viernes por la noche puedo venir porque tengo guardia en el hospital el jueves, agregó Jorge, levantando un vaso de cerveza como diciendo ¡Salud! con el gesto.
Yo me demoré en contestar porque pensaba en la partida de truco que hacía un tiempo que no podíamos ganar y quería, de una vez por todas, romper con la racha. Esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré a Oliviero, mi compañero, para que me pasara una seña... un tres.
-¡Venga! Dijo, y tiró el cinco de copas.
-Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle al Gordo, contesté. Después arreglamos quien compra la carne y las achuras. También en la iniciativa de la propuesta me habían ganado.
-Podríamos hacerlo en el patio del fondo del café, dijo Jorge mientras jugaba un caballo de espada.
-¡Envido!
-¡Quiero!
-Veintiocho
-Son buenas
-Antes tenemos que pedirle permiso al Gallego para que nos preste el boliche.
En la tarde soleada de Barracas las pibas que caminaban por la esquina me distrajeron del juego un rato hasta que una morocha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces del truco y los ojos de la muchacha que parecían dos uvas color miel.
-¡Jugá Negro! dijo Oliviero.
-Y distraído grité ¡Truco!
-¡Quiero! dijo Sandoval.
-¡Retruco! Volví a gritar
-¡Quiero vale cuatro!
-¡Quiero! Dije.
Sandoval puso el siete de oro, y yo jugué el as de bastos.
Cambió la suerte, pensé. Esa morocha me cambió la suerte. Como se la cambió al Gordo, el día que le ofrecieron en el banco donde trabaja, el retiro voluntario a cambio de toco de guita y seguir cobrando un sueldo hasta el momento de jubilarse. Fue justo un mes antes que se desplomaran los valores de las bolsas de comercio internacionales y los titulares de los diarios anunciaran una recesión mundial.
No hay nada que hacer, pensé, las bolsas, la recesión, la jubilación, la suerte son femeninas.
-¡Grande, Negro que lo tenemos!
Las palabras de Oliverio me volvieron a la realidad. El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. Sin embargo el interés por la partida se había desvanecido entre los ojos aquella mujer y su cabellera negra y enrulada. Me moría de ganas por encender un cigarrillo para controlar mi ansiedad y me incorporé de la silla para estirar las piernas. Lo llamé al Gordo desde mi celular para comentarle lo del asado mientras me acercaba a la mesa donde estaba ella y no puede dejar de mirarla hasta que el hombre que charlaba con la muchacha de dio cuenta. Tan evidente eran mis intenciones que tuve que volver sobre mis pasos sin que ella se diera cuanta de mi presencia. Entonces me acerqué al mostrador para preguntarle al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla y había acomodado unos balones sobre la bandeja.
-Gallego ¿hay algún problema para hacer una reunión el próximo viernes, mejor dicho un asadito en el fondo para festejar la jubilación del Gordo?
-Ninguno.
-Mirá que van a venir como cincuenta personas.
-Mejor, así cerramos el boliche y listo.
Volví a la mesa y detrás de mí el Gallego con la picada con la cerveza. -Ya arreglé lo del viernes y hablé con el Gordo, dije.
-Desde que se mudo a Belgrano se ha vuelto medio tilingo, hay que llamarlo a cada rato para que venga, dijo Jorge, mientras mezclaba las cartas para empezar el bueno.
En eso la belleza y el señor se levantaron y ella lo tomó del brazo, después subieron a un auto lujoso y se marcharon.
-¿La conocés? Me preguntó el Mirón.
-No, es la primera vez que la veo.
-Anda siempre por Palermo con algún viejito con plata, dijo.
El corazón se me partió en dos, como cuando me enteré que los reyes magos eran los padres.
-Negro, te toca repartir.
(La puta madre que los paríó, dije para mis adentros)
Y seguimos el truco. Yo totalmente distraído y sin ganas de nada. Un minuto después entró Marta al café y me miró con bronca porque sabía que debo cuidarme del colesterol y respetar la dieta. Pero no le contesté a su mirada cuestionadora, y al verme ocupado pidió una gaseosa en la barra como para esperarme.Mi mujer tiene la mala costumbre de invadir mi territorio cada tanto, sobre todo cuando intuye que me estoy mandando alguna macana, pero esta vez me trajo suerte y ganamos el partido.

JAVIER MADEO


EL SECRETO DE LA REINA

I)

Tal vez y sin exagerar habrán sido más de cien, las tardes, las noches y las mañanas que se sentó junto a la ventana hasta que tomó la decisión…
Su rostro blanco, anguloso y delgado se calcó en el vidrio frío como un retrato, a veces interrumpido por un pequeño parpadeo y, más tarde, por lágrimas que caían rotundas y sinceras.
Para Leonor el hecho de pensar en la muerte era algo totalmente incomprensible, inaudito. No soportaba saber que algún día también iba a morirse. Muchas veces estando acostada en su majestuosa cama y antes que la oscuridad la envolviera se miraba los pies y pensaba: " Así estaré enterrada".
Leonor fantaseaba con que podía elegir el momento, el día, y el lugar para morir. Quería tener esa posibilidad, saludar a todos, de a uno, para luego caminar hasta el ataúd, levantar su vestido largo y entrar, primero con un pie y luego con el otro como si fuese a un bote. Mirar nuevamente a todos por última vez y recién ahí, sí, recién ahí, acostarse en la madera eterna y esperar el segundo final como se espera el sueño.
Aquella tarde no fue una más. Tal vez, y sin querer, en un instante de conciencia el hecho de verse tantas veces calcada en el vidrio de la ventana la terminó de convencer y por fin tomar la indeclinable decisión. Una decisión determinante, que al menos la aliviaría de tanta angustia, padecimiento y encierro. Su negación a envejecer se había trasladado a un segundo plano.
¿Era eso realmente lo que la deprimía? Definitivamente sí. Y esa idea, la única, fue el motivo suficiente para comprender que a la muerte había que tolerarla más que a la vida misma.
Cuando su esposo abrió la puerta de la habitación ella acababa de levantarse de la silla. Esta vez y como nunca le notó cierta frescura en su rostro pero no insinuó nada, la contemplo con la mirada y prefirió que el silencio se interponga entre los dos para luego decirle lo que ella ya sabía: - Debo marcharme.
Y así, con un tímido beso en la mejilla, casi desconocido y antes que Leonor contestara, se fue. Y otra vez, su mundo se reducía simplemente a una silla, una ventana y unas lágrimas, al temor de enfermar, sufrir y morir.
El día siguiente, era el esperado, no quería que nadie de la realeza se enterara. Su cómplice iba a ser sólo una persona, identidad que jamás divulgaría. Para ello debía moverse con total cautela y no provocar sospechas. Más aún, el hecho de que su esposo se hubiera marchado ya le había despejado suficiente terreno como para no tener que dar ningún tipo de explicación a nadie.
Ahora sí, de quien más debía cuidarse era de su hija Cristina. Su única hija, la heredera. Con la cual, jamás, pero jamás, bajo ningún punto de vista llegaron a conciliar y a tener una mínima relación como pueden tener cualquier madre e hija. Si bien Leonor, había perdido tres embarazos no significaba que por haber tenido a Cristina estaba feliz, plena.
Durante toda su vida recordaba sus primeros días como madre. Días difíciles y llenos de inexperiencia. Le había resultado doloroso amamantar y, constantemente, las heridas provocadas por su hija por no poder prenderse al pezón volvían a abrirse sin respiro. A eso se le sumaba que la heredera no dormía de noche y Leonor pasaba horas despierta intentando hacer cualquier cosa, casi desesperada con el afán de lograrlo. Pero todo fue en vano. Una noche, una cruel noche llegó a pensar algo extremo y llevarlo a cabo. La estranguló, sí, y mientras lo hacía fue interrumpida al escuchar los pasos de alguien acercándose, era su marido. Y así, esa vez la beba se salvó de morir. Pero Leonor no tenía paciencia, sus días se repetían y el calvario de criar a su hija aumentaba. Hasta que en otra oportunidad mientras Cristina lloraba de hambre, le arrojó desde una escalera una viga de madera al moisés y que por fortuna no llegó a golpearla.
Creo simplemente, que en la mayoría de los casos, parir en estas latitudes y en estos niveles sociales, era sólo por asegurarse la continuidad real.
Sus monótonas vidas las llevaban a no hablarse durante meses, ni siquiera mirarse, pareciendo sufrir alergia una de la otra. Se rechazaban, cada una desayunaba o almorzaba en distintos salones. Igual el resto de las comidas. Salones vacíos de amor, equidistantes, pero ocupados por mesas enormes y rodeadas por docenas de sillas innecesarias. Vajillas de plata brillante y ostentosa. Cuadros de los pintores más grandes del siglo y del anterior. Cortinas rojas de tul y seda, altas y largas encerrando aún más toda esa osadía, toda esa hipocresía absurda.

II)

Luego de una continua llovizna el cielo gris de a poco se iba descubriendo, las nubes escapaban hacia el norte librando a un puñado de estrellas opacas y a una luna minúscula que apenas iluminaba el camino. Un camino inhóspito y sinuoso, sin fin. Pronto sería recorrido bajo la
frialdad de la noche. Cada tanto, se oía el impacto del lazo
en el lomo de los caballos y el andar acelerarse. Custodiados a ambos lados por árboles solemnes como una guardia imperial, aunque a veces, agitados por el silbido de un viento lejano.
Luego de la última curva la marcha comenzaba a apaciguarse y, desde que el carruaje con sus ruedas embarradas y el galope de los caballos se detuvieron, hasta que golpearon la puerta tres veces, sólo pasaron unos instantes. En ese momento, tan esperado e intrigante, a Sebastien Bourdon le restaba doblarse una de las mangas de su camisa. Antes, se había preocupado por tener encendida una cantidad innumerable de velas y la salamandra. Había cubierto con una sábana blanca y limpia el sillón. Cuidadosamente colocó el lienzo sobre el caballete donde más tarde debía batirse a duelo con su cuadro más difícil, desafiante y jamás imaginado. Eligió sus pinceles, uno por uno. También su paleta, la cual sería su aliada en esta batalla, mostrándose como un escudo que lo protegería en los instantes más arriesgados. Por último, preparó sus colores frescos y determinantes.
Antes de que golpearan la puerta nuevamente, abrió. Rápidamente la visita impaciente entró llevándoselo casi por delante mientras que al mismo tiempo le dijo:
- ¡Buenas noches! ¡Cierre! Creo que me siguieron.
Sebastien no respondió, la miró pasar y obedeció. Traía un abrigo negro con capucha que descubrió una vez que el pintor terminó de darle dos vueltas a la llave en la cerradura. Caminó lentamente hasta ella y una vez que vio su rostro alto inclinó la cabeza hacia el suelo y le contestó:- Buenas noches su majestad.
Tomó su mano y la besó. -No me diga su majestad, Leonor esta bien, y no es necesaria tanta reverencia.
El artista se sentía impactado y esos segundos de puro silencio, donde fijaron sus miradas casi sin parpadear, fueron eternos. Ante su humanidad se encontraba la reina de Suecia. Estuvo a punto de hacerle una pregunta e intuyó que ella estaba algo tensa y nerviosa. Por eso prefirió ayudarla a relajarse y optó por esperar -¿Desea tomar algo?
Leonor sonrió tibiamente y respondió: Una taza de té estaría bien, y mientras el pintor servía con sumo cuidado, la reina comenzó a caminar por la sala observando minuciosamente las obras realizadas por el artista. Obras que daban muestra de la plenitud del estilo barroco, deteniéndose unos instantes en cada una y en medio de esa luminosidad amarillenta y acogedora, mezclada de sombras deformes que aclimataban el encuentro. El olor a vela derretida la había envuelto, obviamente no le agradaba, pero debió soportarlo porque por encima de todo estaba el deseo de que Sebastien lograra lo que ella necesitaba. Justo, minutos después, de las doce de la noche.
Se sacó el abrigo, lo apoyó en una silla y apenas bebió un sorbo de té. Esta vez el pintor no dudó y mientras doblaba la manga que le restaba de su camisa, preguntó: -¿Está segura del pedido que debo cumplirle?
-Por supuesto.
Entonces cuando usted disponga comenzamos.
-Como no, ahora mismo.
Sebastien tomó la taza de ella y la apoyó al lado de la suya sobre la mesa, y caminó hasta el caballete para asegurarse que todo estaba bien. Lo que menos imaginó cuando miró hacia el sillón, era encontrarse a la reina recostada, mirándolo y desnuda.
Nuevamente estaba impactado, acababa de enterarse que esa era la condición. No sabía que debía retratar a la reina de ese modo y la realidad comenzaba a punzarlo. Ese cuerpo blanco, delgado y de suaves curvas perfectas no se parecía en nada con las imágenes de probables monarcas que habían deambulado por su mente. Sebastien jamás había visto anteriormente a la reina de Suecia.
-¿Estoy bien así?. Preguntó.
Se acercó hasta Leonor y pidiéndole permiso le levantó levemente el mentón hacia la izquierda. Le acomodó un poco el pelo largo y negro y le pidió que su mano cubriera la pelvis.
Regresó al caballete, tomó su paleta, un pincel y mezcló sus primeros colores. La observó a Leonor y antes de dar su primera pincelada se dio cuenta de que la reina no le había obedecido. Su mano no cubría la pelvis, la dejó encima de su pierna a la altura de la rodilla.
Sebastien optó por no decirle nada pero ella se le anticipó. -Así, estoy más cómoda.
El pintor asintió con la cabeza, respiró profundo y comenzó…
En algún momento dudó de su capacidad pero a partir de los primeros rasgos fue ganando confianza y concentración. Se podía decir que estaba inspirado como en todas las obras que lo habían consagrado. Le preguntó a Leonor si deseaba descansar un poco, pero ella fiel a su tenacidad respondió que no.
Luego, donde el tiempo simulaba no transcurrir, todo parecía girar en medio de un universo cuyo centro era el caballete. Los rostros se sucedían. El de Leonor mirando al pintor y éste a ella y a su tela, una vez y otra vez.. Rodeados de esa luminosidad amarillenta y deforme. Abstraídos y en silencio, girando. Girando como la Tierra, el Sol y la Luna.
Aunque estaba acostumbrado a trabajar durante horas Sebastien se sentía totalmente relajado pero prefirió dar por terminado el primer encuentro.
En la siguiente noche la escena volvió a repetirse a pesar de que al pintor le costó encontrar la posición similar de la reina recostada. Y, mientras ella se exhibía solemnemente a Sebastien se lo notaba más tranquilo. Había despejado de su mente los temores y los nervios lógicos que demandaban las circunstancias.
Observaba segmentos de ese maravilloso cuerpo blanco con total impunidad, sin tener siquiera un segundo de insolencia. Sus ojos se posaban como una suave caricia en las manos de Leonor y en sus labios, en las piernas, en el cuello y en sus pezones rosados, una vez y otra vez.
Ella, paradójicamente, disfrutaba de una sensación placentera, única y extraña a la vez. Ni su esposo, el rey Gustavo II, había recorrido tramos de esa piel sedienta con total romanticismo, con total excitación.
Y mientras Sebastien se vanagloriaba con su obra tuvo tiempo de pensar algo sencillo. De preguntarse algo lógico que antes no se le había ocurrido.¿Por qué la reina quería un retrato desnuda?
Pregunta que jamás se atrevería a hacerle. Pero la respuesta sí estaba obviamente en la cabeza de Leonor, en la frescura de sus ojos y en el placer de su mirada. Esta brillante idea fue lo mejor que se le había ocurrido en años. El hecho de que existiera la posibilidad de hacerla real la mantenía feliz, viva. Había recuperado su sonrisa y confiaba ciegamente en él. Más aún, porque averiguando con cierta discreción quien era el mejor pintor de la actualidad, todos mencionaban al bretón, Sebastien Bourdon. Cuando el artista dio por concluido el segundo encuentro, miró a la reina y le dijo: -Puede vestirse. Leonor, fiel a su estilo no dudó un instante, caminó desnuda hasta el caballete y observó durante minutos y en silencio lo que se encaminaba hacia una gran obra de arte, como todas las obras del pintor.
Sebastien comenzó a limpiar sus pinceles y se anticipó:
-Necesito que me de diez días su majestad. En ese plazo su retrato estará terminado y podrá retirarlo, espero que mi trabajo la satisfaga.
Leonor permaneció en silencio y comenzó a vestirse, dando a entender que estaba de acuerdo. Lo que menos imaginó Sebastien era que luego de transcurrir esos diez días la reina iba a pedirle algo más…

III)

Al día siguiente, Leonor había vuelto a su vida real pero con otra actitud. Se sentía segura y contenta, confiaba plenamente en las virtudes de Sebastien. Sólo debía esperar, ser paciente y controlar la ansiedad. Pero lo que no podía controlar era su relación con Cristina. Parecían competir, constantemente. Vivían descalificándose una a la otra. Cristina no entendía, no toleraba porque su madre se deprimía. Porque siempre recibía esa imagen débil, insegura. En cambio Leonor seguía aferrada al pasado y no comprendía porque su hija era tan soberbia.
Cuando la reina fue a buscar el cuadro de su retrato, la obra se hallaba en el caballete y cubierta de una sábana blanca. La misma que Sebastien había colocado sobre el sillón para que Leonor pose desnuda esperando a ser descubierta.
Es ella misma quien tuvo el placer de hacerlo, y otra vez el silencio se adueño de dos personas. La reina no salía de su asombro, estaba maravillada, se veía calcada pero al mismo tiempo con una belleza por demás, exultante, llena de luz. Y Sebastien aguardando el veredicto.
¡Lo felicitó! Sentenció Leonor. -Gracias su majestad. Contestó el pintor.
Debo pedirle algo más Sebastien. -Sí, diga. -El cuadro debe guardarlo hasta que yo se lo pida. - Bueno…como no. Respondió el pintor, entre asombrado y sonriente. Mientras recibía la suma de ochenta monedas de oro por la obra. -Pero, disculpe su majestad esto es mucho más de lo acordado. -Ya lo sé Sebastien, el resto es por guardar el cuadro. No debe enterarse nadie. ¿Entiende?. -Sí, por supuesto.
Cuando Leonor estaba a punto de marcharse se dio vuelta y volvió hasta el artista acercándose a la boca de Sebastien. -Recuerde, nadie debe enterarse. Y se marchó. El pintor una vez más quedó impactado, vio alejarse a la reina y luego miró el cuadro. Cerró la puerta, apoyó su espalda en ella y permaneció en silencio, tal vez el pedido de Leonor le generó demasiada responsabilidad. No sólo debía esconder, ocultar y proteger el retrato, si no que, debía guardar un secreto. El secreto de la reina.
Una vez más, Leonor se encontraba en su monótona vida. Equidistante de Cristina, rechazándose y odiándose. Pero sólo una noticia, una sola las acercó en todo este tiempo. Si bien el conflicto entre católicos y protestantes duró tres décadas, es ahí donde el rey Gustavo II pierde la vida. Cuando ambas escucharon esta triste información, pareció que iban a confundirse en un solo abrazo consolador, pero no, las dos al mismo tiempo dieron un paso hacia delante y se detuvieron.
Posteriormente a todos estos hechos, años mas tarde, y durante el reinado de Cristina sus vidas se mantuvieron igual o peor. Lo nuevo eran los continuos comentarios que sucumbían los pasillos reales acerca de los amores de la nueva reina, con distintos hombres y algunas mujeres. Y, el nombramiento del bretón Sebastien Bourdon como pintor oficial de la corte de Suecia, y es ahí cuando meses más tarde exhibe una notable exposición de sus trabajos. Pero una, sólo una fue la que más admiración y asombro causó. Cristina con cierta desconfianza la miró a Leonor y ella sonrió.
La nueva reina se acercó al artista e irónicamente preguntó: -¿Perdón Sebastien quién es esta dama desnuda? Sebastien se encogió de hombros y tímidamente respondió: -Es una joven de la cual alguna vez me enamoré…
Hoy, en el museo del Louvre, el cuadro "La inmortal", aún permanece y en su costado inferior derecho se pueden apreciar dos iniciales: S. B.
Y, mas abajo: mil seiscientos cincuenta y cinco.

CORA STÁBILE


UN CUARTO DE HOTEL
Era un jueves frío, gris y lluvioso. Se encontraron en la esquina de siempre y caminaron hacia el hotel que visitaban semanalmente.
Lo habían elegido porque estaba ubicado en una calle tranquila, pero, tal vez lo que más les gustó fue el nombre: "Pedacito de cielo", y era precisamente eso lo que sentían, que allí estaba el pedacito de cielo que les correspondía y que podían disfrutar sin testigos molestos.
Pero Florencia ese día estaba rara, inquieta, y finalmente le dijo:
-Mirá Rubén, ya estoy harta de esta situación … no aguanto más, debés decidirte, tu familia o yo.
Él la miró sorprendido, nunca le hizo un planteo de ese tipo, ni de ningún otro. Hablaron claro desde el primer momento y ella había aceptado, no iba a separarse, sus hijos eran muy chicos y lo necesitaban, tenían 10 y 12 años, era imposible que comprendieran y menos aún que aceptaran esa relación.
Sin embargo ella estaba muy firme en su planteo y no quería explicaciones de ningún tipo, exigía una definición.
El joven apeló a todo tipo de recursos y no lograba conmoverla, un no constante era la respuesta que recibía.
Le acariciaba esa larga y brillante cabellera esparcida sobre la almohada, ese perfume lo seguía embriagando, besaba con suavidad esa firme espalda bronceada, las redondeces de las nalgas y esas largas y bien torneadas piernas.
Se dio cuenta que envidiaba un poco esa constancia de Flor para trabajar su cuerpo, había logrado cambiarlo como si hubiera sido una dúctil arcilla modelada por manos expertas.
Sin embargo, sabía que no podía separarse de su esposa, Lydia era una buena mujer, si bien era cierto que jamás había disfrutado con ella como lo hacía con Flor, que le había permitido lograr el placer completo, llegando a límites ni siquiera sospechados alguna vez.
Sonó la campanilla del teléfono y ambos se sobresaltaron, aún no habían logrado ponerse de acuerdo.
Se dieron una rápida ducha, se vistieron en silencio y otra vez fue ella la que abrió el fuego:
-Estoy esperando una respuesta.
-Mi amor, no me hagas esto, te juro que no puedo …
Ella lo miró intensamente a los ojos, acarició su rostro con ternura y le dijo:-Ya está decidido querido, mañana vuelvo a ocupar mi parada en la calle Godoy Cruz.

CARLOS DRUMMOND de ANDRADE


LA BAILARINA Y EL MURCIÉLAGO

Hay un murciélago volando de madrugada por la calle Montenegro. Siempre después de las dos, nunca después de las cuatro.
Escoge entre ventanas abiertas y entra en dormitorios de jovencitas, para chuparles la sangre. Hace esto tan suavemente que la víctima no despierta, y sólo por la mañana, al levantarse, siente ardor en un pequeño punto amoratado del cuello.
Hay quien discute la identidad del animal, y afirma que se trata de un vampiro humano, como los hay en Transilvania. Falta consistencia a la afirmación, pues ningún hombre llegaría al séptimo piso, subiendo por la fachada de los edificios.
Muchos moradores ya vieron al murciélago e intentaron matarlo. Él escapa y se diría que no teme represalias, pues regresó por tercera vez al dormitorio de Hercilia Fontamara, bailarina del Teatro Municipal.
A los periodistas, Hercilia declaró que comienza a habituarse al hecho de ser visitada por un murciélago que le extrae algunas gotas de sangre sin mayor daño. Ella observó que, a partir de la primera visita, aumentó su flexibilidad muscular en los ensayos, y que nunca bailó tan bien como de ahí en adelante. Espera tener un desempeño perfecto en la presentación de "Giselle", si en la noche de la víspera le ofrece un poco de sí misma al estimulante quiróptero.


(Brasil)

JUANA SCHUSTER

INFIDELIDAD

La seguridad de que había más de una mujer detrás de la infinidad gris que formaba una telaraña mental, me produjo noches de insomnio y alteraciones en mi conducta habitual.
En tiempos de borrascas, cuando tuvimos que caminar por los trapecios, lo acompañé siempre.
No tuve la menor sospecha hasta ese día en que me dijo que iría al torneo de ajedrez con Iván, su mejor amigo. Esa noche, la esposa me telefoneó para decirme que Iván quería saber la dirección de aquel hotel en Alta Gracia.
-¿Dónde está tu marido?
-Aquí. A mi lado. ¿Pasa algo?
-No. Mañana te daré los datos que necesitan.
Recordé aquella noche, en la cual atribuyó su retraso al mal estado del motor del coche. Las mujeres conducimos, pero no entendemos sobre mecánica.
Me contemplé en el espejo. Rastros del paso inexorable, terco, impiadoso del tiempo, aumentaron mi zozobra interior. El cristal tiene voz propia. "No, no son más silenciosos los espejos".
Llamé a Patricia porque me conoce bien. Ella cuenta en su haber con cuatro divorcios.
Conoce muy bien el temperamento del hombre. Es codiciada por un empresario en este momento. Ella juega con él. Sabe que es muy atractiva. Tiene 40 años, pero parece 25.
Domina la magia de los cosméticos con absoluta precisión.
Patricia me llevó en su auto a una confitería ubicada en Rivadavia y Medrano.
-Es mejor que los niños no escuchen. Llamá a tu mamá.
No me fue fácil. Era la época de los campeonatos de bridge en una casa de un Country en Pilar. Finalmente, los dejé en el club.
-Sospecho que Adrián me engaña.
-Todas las mujeres pasan por ese estadio. Es como una pandemia.
-Es indiferente a la ropa que uso.
-Tenés que ser más independiente. No necesitás su aprobación.
-No tenemos momentos de intimidad.
-Trabaja mucho, su tarea es demandante. Además, la rutina desgasta. Como me sucedió a mí. Sorpréndelo con tu imaginación.
-Sé que no estoy como antes. Él tampoco. Años atrás, sus ojos de miel, de lejanas colmenas, me miraban con deseo.
-Es momentáneo. Siempre te hacés problemas por naderías.
-Quiero consultar con un terapeuta.
-No, es un error. Vas a quedar sujeta. Una vez que estés en trance hipnótico no vas a poder dejarlo.
-¿Cuál es tu consejo?
-Si seguís así, te vas a estrellar contra los arrecifes que vos misma armaste.
Adrián me abandonó a las pocas semanas. Empecé trámites de divorcio. Llama de vez en cuando para hablar con los chicos.
Le dijo al juez que la remuneración de sus actividades laborales, no le permiten pasarme una suma potable para mis necesidades.
Tomé fotos de obras importantes donde está su nombre como arquitecto. No me sirvieron.
Me aceptaron para trabajar como camarera en un salón de té en Puerto Madero. Me tuvieron piedad. Soy la mayor de todas. Aún recuerdo el inglés de Miss Taylor. Eso me ayuda.
Un día nefasto, impreso como rémoras en una ballena, me acerqué a tomar el pedido de una pareja, junto a la ventana que da sobre la calle Alicia M. de Justo. Patricia me pidió un cortado.

RICARDO ALLIEVI


LA MARIPOSA

Grácil, liviana, suave y colorida en la descolorida Villa, se detiene y aletea en el nylon que reemplaza el vidrio de la ventana.
Abre y cierra lentamente sus alas, cansada de volar en el lugar sin flores para llamar su atención porque no sabe de qué otra forma hacerlo.
La niña yace en la cama de la casucha prefabricada con chapas, maderas y cartón.
Sus ojos están abiertos de hambre que le hace un nudo en el estómago, y le rezonga. Gira la cabeza buscando el trozo de pan y el jarrito de mate cocido que hoy no tiene.
Ve a la mariposa afuera, en el momento que entra por el agujero de la ventana para distraerla.
No se olvida del hambre, pero por un momento, es como un juguete que tampoco tiene.
La mariposa baila para ella y ella sonríe. Va, viene, sube, baja. Da vueltas... y se frena de golpe. Interrumpe su vuelo cuando choca y queda adherida a los filamentos que se enredan sus patas y sus antenas.
La vibración de los movimientos para liberarse, despierta a la carcelera al acecho de una víctima en su tela.
Se descuelga por un hilo una araña negra que la atrapa con su hilo gris.
La mariposa pierde toda su gracia, pesada y áspera, se diluye su colorido y, al rato, muere.
La araña se prepara para comérsela.
Para la niña es un sueño que ya fue.Pierde el juguete que la distrajo un rato, haciéndole olvidar su hambre. Ahora vuelve a volar y revolotear en el estómago, como la mariposa, en pleno sol del mediodía.

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


CANCIÓN DE CUNA PARA EL VINO

De pronto y en un suspiro la noche oscureció el cielo de Cachi. La luna asomada entre los cerros resplandecía iluminando las calles de tierra por las que caminaban, ateridos, Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón. Habían andado toda la tarde dando vueltas, hablando con unos y otros, mascando coca, cantando... El frío se hacía sentir y los ponchos no alcanzaban... Un buen vino es lo que necesitaban para comenzar la noche, pero los dos almacenes ya habían cerrado y los amigos se habían ido del pueblo... La noche pasaba serena y silenciosa y el vino no aparecía por ningún lugar... Lo buscaban infructuosamente, lo ansiaban como el cielo a las estrellas... Tan noble y compañero de mil noches de farras, de músicos y de amigos, necesitaban beberlo para celebrarse... Gustavo leía siempre a los filósofos de la antigua Grecia que, como él, salían a caminar mientras reflexionaban. "Yo siempre ando distraído, silbando, pensando cosas en la calle; los entendidos dicen que estamos confundiendo a Salta con Atenas y que andamos queriendo aquí otra colonia peripatética". Y así siguieron hablando animadamente, riéndose a carcajadas...
De pronto las vieron erguidas sobre el aparador de una casa de adobe. Elegantes, distinguidas, ofrecían el más bello paisaje a trabes de la ventana, un puñado de botellas. Gustavo volvió sobre sus pasos y a Manuel se le hizo agua la boca. Golpearon, esperaron... Salió una mujer y le pidieron vino. Ella se negó, y a pesar que les expusieron una y otra vez sus razones, siguió negándose. Entonces Manuel Castilla la miró a los ojos y, envalentonado le dijo, en un tono desafiante: "¿Pero usted sabe a quién le está negando el vino? A Gustavo Leguizamón, el más importante compositor del folclore argentino".
La mujer levantó las cejas, sorprendida, dijo ahora vengo, y regresó con dos botellas de tinto que el músico y el poeta tomaron muy agradecidos. Saludaron y muy felices continuaron la marcha... Gustavo observó que ambos llevaban la botella recostada en el antebrazo. Pensó que era una imagen muy tierna y le comentó a Manuel que parecían estar acunando al vino. "Justo a él que tantas veces nos durmió"
No tardaron en hacer un alto para abrir la primer botella. Gustavo había estado madurando esa idea mientras Manuel pitaba sus cigarros y poco a poco iba bebiendo. El Cuchi tomó un papel que llevaba en el saco. Tomó un lápiz, y en la noche salteña fue soltando al viento sus coplas embebidas en el vino tan ansiado:

Arroró mi vino
lámpara de amor
que tu sueño crezca
cantando en mi voz

Duérmete contento
que están por llegar
las penas del hombre
que tu harás cantar

Arroró viajero
de la eternidad
duérmete adorando
nuestra soledad
Arroró cogollo
del amanecer
la tibia esperanza
de hoy, mañana, ayer...

Manuel lo vio tan apasionado que no lo quiso interrumpir. Con enmiendas, tachaduras, la letra se fue templando para escribir las coplas a ese amigo dueño de la alegría...

Duérmete en mis brazos
duende del amor
que la vida entona
tu dulce arroró

Arroró mi sangre
mi gajo, mi sol
si se duerme el sueño
cantaremos los dos.

Gustavo dio un trago y renovó el acullico. Carraspeó... Solo entonces leyó sus versos que Manuel escuchó muy atento. Lo felicitó, brindó con él y continuaron andando mientras la noche maduraba su dulzor y Gustavo tarareaba alguna melodía para su canción de cuna.

MARISA PRESTI


EL VIAJE


Primero busqué los sueños, estaban un poco ajados, deslucidos, pero igual los tomé entre mis manos y traté de refrescarlos con mi aliento cargado de ansiedad. Después, lentamente, los acomodé como pude en un rincón de la valija. No me había quedado mucho lugar, las desilusiones ocupaban un espacio excesivo. Hubiera querido tirarlas, pero no me pareció honesto, eran parte de mí. Debajo, había doblado cuidadosamente los miedos, los puse al principio, cuando todavía mi decisión no estaba del todo tomada. Los ideales eran pocos, en una pequeña cajita habían entrado sin problemas, no ocuparon mucho espacio. Tomé dos o tres portarretratos de los afectos y lo envolví en papel de diario para evitar que se rompan. Las ansiedades eran demasiadas, se escurrieron por todos los rincones de la valija. Si las volvía a acomodar, se movían solas, como si un espíritu misterioso les impidiera quedarse quietas. Repasé mentalmente los preparativos; había olvidado el dinero y los documentos, pero entonces pensé que para un viaje de esta naturaleza no me eran necesarios. En realidad, la identidad, la verdadera, la que yo estaba buscando, no estaba impresa en ningún papel sellado. Era un desafío que debía correr aunque me costara dejar de ser quien era. Sentí el suave tic tac del reloj de la cocina, entre una cosa y otra empezaba a anochecer, hora ideal para abandonos de esta naturaleza. Cuando estaba por irme, me quedé mirando las llaves de casa, ¿las necesitaría? Era una travesía riesgosa, acaso sin retorno, y si lo hubiera tampoco estaba segura de volver sobre mis pasos. Al final, con decisión, tomé la pequeña valija y salí al exterior. La oscuridad se hizo de pronto más densa, como si el tiempo si hubiera adelantado, a tal punto que me costó dar los primeros pasos sin tropezarme con algunas piedras del camino. Miré hacia arriba y sólo divisé una pequeña estrella, decidí seguir su pequeña luz que apenas llegaba a alumbrar un poco la cerrazón de la noche. Caminé a paso rápido, sentí que de a poco los miedos que llevaba en la valija se habían soltado comprimiéndome el estómago. Respiré hondo, un frío me recorrió el cuerpo, y cuando me detuve, casi arrepentido de mi decisión, una añoranza pesada invadió mis sentidos: ¿dónde estaba la protección, dónde los brazos cálidos de mi madre, por qué me había obligado a mi mismo a salir de mi refugio? Nada me contestó, sólo el bramar de un viento álgido que se había alzado de repente y me dificultaba el camino. Angustiado, alcé los ojos para buscar la estrella; ya no estaba. Una lágrima gruesa se deslizó por mi mejilla; el corazón me latía con fuerza y las rodillas se debilitaron. Caí sin quererlo, y justo en ese momento vi la entrada de la cueva. Se veía oscura, desafiante, pero de alguna manera era la única posibilidad de refugio. Entré titubeante; el suelo áspero, cargado de piedrecillas dificultaba mis pasos. Miré frente a mí, y muy a lo lejos me pareció vislumbrar un pequeño resplandor. Encendí un fósforo que en segundos se apagó con el viento que corría suave pero persistente en el interior de la cueva. Estaba a punto de retroceder, de abandonarme a la noche oscura antes que al encierro, cuando sentí una voz: ¿Qué buscas? Quise asustarme, pero el tono era dulcemente cálido y algo superior a mi decisión me obligó a contestarle: busco mi sentido, mi camino…¿Lo has perdido?, preguntó la voz. Me arrodillé, recostándome contra la pared de la cueva. La pregunta me hizo pensar: ¿lo había extraviado o quizás nunca lo tuve claramente? La voz volvió a sonar a mis oídos con dulzura: si sigues adelante, hacia donde está la luz, puede ser que encuentres tu respuesta. El silencio volvió a rodearme; lamenté no escucharla más, no haber podido preguntarle quién era. Otra vez me quedé solo, y la angustia volvió, enredándose entre las piernas, oprimiendo mi estómago como si mil bichitos se revolvieran entre mis tripas. Quise llorar, pedir auxilio, pero me había endurecido de tal forma que casi no podía moverme. A mi lado, tantee la valija. Aunque eran pocos, sabía que llevaba algunos sueños y fueron ellos los que lograron levantarme, con dificultad, y avanzar hacia la luz. No sé cuánto tiempo caminé. Recuerdo el gran esfuerzo que mis piernas hacían, tanteando sin saber donde pisaban. De a poco, la luz se fue haciendo más clara y cuando estuve a unos pocos pasos lo vi. Un enorme espejo me reflejó entero. Era yo y al mismo tiempo no lo era. Porque la imagen tenía una belleza indescriptible…¿había acaso descubierto a mi espíritu?

JULIO CARABELLI


¿QUIÉN ESTÁ INCENDIANDO LAS CUATRO POR CUATRO?

Mi perro tenía una inteligencia superior.
Me causan gracia los historietistas que dibujan un perro llevando el diario a su amo como si tal cosa fuese una demostración de talento. Eso lo hacía mi gato que además solía avisarme si a los peces o al canario les faltaba el alimento.
Mi perro se llamaba Tiescho y ladraba en once tonos distintos, uno por cada persona y de ese modo yo sabía si venía mi mujer o mi suegra, mi hija Claudia, mi hija Elvira, Roberto o Martín, el más pequeño, pero por supuesto que había un tono para el cartero, otro para mi amigo Gustavo, el contador, cuando venía a visitarme solo y otro cuando lo hacía con su mujer.
Uno de los tonos que más me agradaba era el que anunciaba que volvía la muchacha del mercado. No por Luisa ni por lo que pudiera haber comprado sino por el tono mismo que era muy agradable, algo así como el canto de las ballenas o el trinar del canario después del alpiste.
Presumo que el undécimo tono lo reservaba para mí y si sé de su existencia es por los dichos de mis hijos, nada más, en cambio Migo, que era un hermoso gato, sólo se colocaba casi pegado a la puerta cuando Luisa regresaba del mercado.
Una sola vez aulló Tiescho y Migo maulló formando un dúo lamentoso. Fue cuando la empresa envió a mi amigo Gustavo, el contador, mientras yo gozaba de mi parte de enfermo.
-La empresa ha hallado en tu cesto de la basura la confirmación de lo que el directorio pensaba.
-Es alentador saber que el directorio puede pensar, generalmente lo hacen los caballos que la empresa tiene en el galpón.
-Los caballos están que trinan.
-Me imagino, yo no sé cómo no se quejaron de las cuatro por cuatro que les quitan el trabajo. ¿Querés un café?
-No, ¿cuánto hace que somos amigos?
-Ya sabés que mis pescados toman café.
-¿De qué marca?
-Cualquiera mientras sea de Colombia.
-Hace treinta años que tomamos café juntos, es verdad.
-El canario también toma café.
-Hace cuarenta años que nos conocemos.
-Y sabés que no tomo gasolina.
-Hace veinticinco años que estás en la empresa. Te imaginarás que no me es grato venir a tu casa con esta misión.
Sin embargo vino, cayó con esos papelitos que pretendían incriminarme, pero que también denunciaban el acaparamiento de gasolina y las cuatro por cuatro no declaradas.
Fueron premonitorios los aullidos y los maullidos porque el contador cayó por las escaleras con tanta mala suerte que nunca encontraron los papeles que traía. Jamás voy a saber si fue el gato o el perro. Ambos poseían esa eficiencia, la suma de esas mínimas partículas que conforman el gran mensaje cósmico. Un mensaje universal que seguramente les llegaba por ondas desconocidas para nosotros.
Mis hijos no se hubieran animado a hacerlo, siempre creyeron que su madre, mi amada esposa, murió a causa de aquel empujón, pero no fue así, ella tropezó con el perro justo frente a la escalera y cayó con la misma mala suerte de su señora madre y es que el situarse frente a una escalera tan peligrosa debe de ser algo genético, un mandato de los genes que nunca tuvieron en cuenta la posible presencia, en el vano de una escalera, de un perro, un animal superior a todas luces porque Tiescho jugaba a la pelota y era capaz de anotar los tantos de ambos equipos en la tierra húmeda. El gato no, Migo.
Era un tanto remolón y casi siempre estaba viendo las novelas de la tarde, sobre todo "Fuego en Casabindo" en la que trabaja una actriz que parece gustarle mucho y hace de piromaniaca.
En una escena que mi gato insistió en que viéramos juntos, ella furiosa amenazaba a su esposo con quemarlo vivo. Es que había subido el precio de la marihuana en el mercado mundial y al subir se legalizó, como el tabaco, lo que provocó que nadie sembrara otra cosa y cuando faltó lo esencial, lo necesario y tradicional: el pan y el vino, ella amenazó con prenderle fuego al sembradío y yo, previendo lo que iba a suceder, arranqué al gato del sofá.
Juntos fuimos a buscar a los peces y al canario que no soportan el calor. Tiescho por suerte ya había bajado tironeando del delantal a la muchacha que se obstinaba en querer subir a rescatar a mis hijos.
Por eso me río de los historietistas y su insistida costumbre de dibujar un perro llevando el diario cuando el mío corrió directamente a abrir el galpón para salvar a los caballos y a los peones que dormían allí. Fue inútil porque la loca ya había incendiado el galpón repleto de gasolina.
Tiescho tenía esa costumbre de gastar energías en empresas que no valían la pena como la de salvar del fuego a Luisa por ejemplo.
En realidad esta historia es para homenajear a Tiescho y a Migo. Ambos murieron de viejos, pero conservo el canario y los peces. A veces, juntos, tomamos café y nos reímos de los que preguntan: ¿Quién está incendiando las cuatro por cuatro?

ALBERT SCHWEITZER


UN AÑO DIFÍCIL

Para todos fue un año difícil, para ti, el más difícil tal vez.
En él fracasó, acaso, todo lo que esperaste; quizás te trajo necesidades y preocupaciones que no habías imaginado.
Puede que te haya arrebatado, además, el bienestar y la paz de tu hogar… que hayas perdido amigos y que otros se hayan transformado en enemigos; que te haya hecho vacilar tu fe en los hombres y te haya desviado de tu camino…
Quizás la muerte te arrebató a tus seres más queridos y tal vez hayas sido blanco del desprecio y la maledicencia de muchos.
Sin embargo, no te despidas del año con resentimiento.
Debes sobreponerte y luchar con él como el patriarca de las escrituras que luchando con el ángel le arrancó la bendición.
Encárate con él y no le pongas mala cara.
Cada año que se nos va, no sólo nos ha permitido adquirir nuevas experiencias sino que nos impulsó a profundizar más nuestra intimidad.
Nos conduce a la eternidad y debe madurarnos para ella.
Madurar significa soportar la luz del sol, la lluvia y la tormenta de la vida… progresar hacia el interior del ser.
Conviene que lo sepas y lo medites; apártate del tumulto mundano, sube a la montaña, desnuda tu alma, proyecta tus pensamientos más puros, invoca al Absoluto y luego reconcíliate con el año.
No olvides que lo primario es la gratitud.
En todas las tribulaciones pasadas, la Presencia Divina ha estado siempre a tu lado ayudándote cuando menos lo esperabas.
Si vuelves atentamente la mirada hacia el año que pasó, comprenderás cosas que entonces no entendiste, de la misma forma que mirando largamente el cielo se descubren una a una las estrellas, donde antes había oscuridad.

ALICIA CHILIFONI


VIENTO DE LOCOS

Su tronco ya no existe. Está hueco, y la hilacha de corteza que le queda, se ha ido fenestrado a distintas alturas, como un grotesco encaje, por la caída de sus ramas laterales. Además, han ido arrancándole pedazos para usarlo a la vez, de fogón y combustible, cuando la espera del tren en las heladas madrugadas, entumece al pobrerío que pulula por la estación.
Ceniciento y reseco, sigue sosteniendo, como pierna siniestra, una gran copa de primaveras verdes, perfumados veranos florecidos, y racimos de otoño.
Pienso en él al oír el silbo del viento en el pinar de la villa, viento único, que desde el principio del mundo y hasta la eternidad, es el mismo, en diferentes tiempos y lugares.
Quiero imaginar qué sonidos arrancará el aire, en este momento, no ya a su copa, sino a su tronco-flauta que deja ver todo a través de sus ventanas desmesuradas.
Cada domingo me paro frente a su misterio. ¿Por dónde circula la savia que lo mantiene vivo? A simple vista, no hay camino posible. Pero bajo los pinos que me recuerdan la ventosa, lejana, dolida patagonia añorada, comprendo...
¡Es música lo que alienta tu verde! Árbol-flauta, o quena, o siku, o erque, o tru-truca, naciste árbol, pero no te resignaste. No te conformó tu destino de simple paraíso. Quisiste alimentar de arte a tus ramas, que sólo degluten y crecen, frívolas, altaneras, desentendidas de la abnegación de su base. Pero tu semilla, inconscientemente nutrida de acordes, caerá para multiplicar in eternum, tu alma de pentagrama.
Árbol loco, tan loco como nosotros. Nos junta nuestra común locura de no contentarnos con pasar nomás, por la vida. Sospechamos que hay algo más, que hay mucho por hacer, y queremos tratar de hacer. Y amamos, nos retobamos, odiamos, reímos, lloramos, nos abrazamos casi desesperadamente, aún sin conocernos.
Es que intuimos que por unirnos, por ahí va el camino hacia la luz que buscamos. Y que para recorrerlo, no alcanza con que corra sangre en nuestras venas. Por eso nos llenamos de ventanas, para poder ver más allá de nosotros. Y para que el silbo del viento, al atravesarnos, florezca en música que mejore el mundo, empezando por alegrar nuestro universo chiquitito.Al final, no somos tan locos. Más locos son los que no se suben a nuestro tren, y se quedan abajo, en la estación.

JOSÉ ALEJANDRO ARCE

CASUALIDAD

Salía de trabajar, la siesta era demasiado gris con poderosas y amenazantes nubes oscuras sobre la bella ciudad de las diagonales.
Mis pasos cada vez se apresuraban más por la inminente lluvia que estaba pronta a caer. Comenzó a llover. Al doblar una de las tantas esquinas de la Avenida 1 me encontré sorpresivamente con la entrada de un bar, sin dudarlo entré en el. Secándome las gotas de los hombros con las manos fui hasta una mesa cercana a uno de los ventanales, en la mesa frente a mi había un hombre solitario que tomaba un café, supongo yo que a modo de sobremesa, mientras disfrutaba de su cigarrillo miraba perdidamente como caía la lluvia, como buscando en cada gota de ella vaya a saber que respuestas.
Pedí un café y al querer mirar la ventana no pude, me topé con una pared beige revestida de machimbre hasta un metro de altura aproximadamente, al querer ver aunque más no sea de costado la ventana, tampoco pude. Entre el caballero y yo había dos sillas, cada una perteneciente a cada mesa que ocupábamos.
Al rato, cuando yo ya me encontraba degustando mi café, entró un señor siguiendo mi ritual de secarse y todos esos menesteres. Se ubicó en una mesa cercana. Por lo visto era algo más osado, por no decir caradura, y al poco tiempo de llegar se levantó de su mesa y fue a pedir al caballero solitario si podía compartir la mesa y de esa manera también disfrutar de la melancólica caída. Su pedido fue aceptado con gentileza; al escucharlos intercambiar palabras reconocí el acento, el regionalismo clásico y familiar. Éramos tres desconocidos nacidos en el mismo crisol, nacidos en el paraíso al que bautizaron Taragüi. De fondo sonaba un tango, afuera la lluvia se hacia algo más copiosa.
Inevitablemente se inició la conversación. La pregunta inicial fue la típica… ¿de dónde sos?, descubrieron que pertenecían a la misma región pero de diferentes pueblos. Uno de ellos -el primero- comenzó recordando sus travesuras de pequeño, sus escapadas a la siesta para salir con la honda e ir con sus amigos al talarcito que quedaba cerca de su casa, la confección de la cimbra junto a su padre y la posterior espera hasta que aparecía la presa, tirar del hilo y después sentir el placer de soltarla y devolverle la libertad. El partidito de fútbol en la canchita del barrio, que cuando no había partido su padre aprovechaba para enseñarle a andar en bicicleta. Y de las ganas tremendas que tenía en este momento de lluvia de cambiar el café por mate cocido y acompañarlo con chipa cuerito, como los hacía su mamá.
La lluvia continuaba y el recuerdo se instaló en su primera novia y varias sucesoras ya que era galán, obviamente llegó el turno del colegio secundario y las miles de vivencias surgidas de el; las horas previas a partir rumbo a la conscripción y después de ello, encontrarse sin futuro a seguir, provocando la partida hacia tierras lejanas pobladas de gente en cantidades enormes como en un hormiguero y donde buscaba algún rostro conocido y todos eran diferentes, extraños, algunos apáticos y otros no tanto, pero de igual modo…rostros fríos.
Luego del silencio atento y de una constante sonrisa reminiscente, rompió su silencio el caballero más osado, con sus nostalgias, los recuerdos de la infancia y por sobre todo algo que tenía bien arraigado…los festejos familiares de cada cumpleaños con la mesa colmada de risas, sueños y afectos. Navidad y Año Nuevo con el clásico estampido del 38 largo de su padre; los juegos con amigos, y cuando ya estaban más crecidos las charlas interminables en la vereda del barrio o en la esquina; hasta que recordó con algo de pesar el fin de todo eso cuando decidió partir en busca de la gloria tratando de explotar el talento musical que Dios le dio y terminó cantando bajo la ducha de la pensión y ahora se ahoga en olvido en las ocho horas de encierro en la fabrica.
Yo seguía ahí, disfrutando de la charla de los dos ocasionales amigos, sintiendo latir mi corazón con fuerza en cada una de las imágenes que se desprendían de las palabras que salían de sus bocas; añorando tanto o más que ellos a mi entrañable litoral.
Por un momento quise inmiscuirme en la charla, pero decidí no interrumpir la catarata de recuerdos que caía sobre mí transportándome en el tiempo. La lluvia parecía atenuar su caída cada vez más, hasta que cesó.Sin dudas el encuentro casual llegaría a su fin y con el también el buen momento, pero los recuerdos allí aflorados harían más hondas las huellas en mi mente, provocando el aferrarme cada vez más al sueño maravilloso de verme nuevamente en mi tierra y con mi gente.


(Bella Vista, Corrientes)

NORMA TRAFERRI


SE HARÁ LA NOCHE

Noche
Sonidos del infierno,
inocentes clamando,
mutilados y hambrientos.

Llanto
Uno, cientos, miles.
Inocentes con credo,
mesiánicos, anónimos, se matan.

Pasado.
No hay olvido ni perdón.
Siglos de odio y rencor guardados
encontrarán la muerte, inútil.
Buscando la gloria.

NORMA PADRA


MARIONETAS

En la quietud del parque
la música de los pájaros
aún se escucha.
Sobrevivo en la jungla
entre disparos y crueldades.
Han secado hasta las fuentes.
Sin agua ni migajas,
los pájaros penden del cielo
por hilos invisibles.
Marionetas ellos y yo.

FEDERICO MATÍAS LÓPEZ


LLUEVE
..................a José Luis del Sotano

¿De qué habla ese tarado?
Habla de la escolástica
El tarado habla también
De ciertos arquetipos
Habla de mi conocido Proust
El mozo lo mira fijo
Y mi tarado habla ahora
De cosas que tampoco termino de entender
Dice:
Tené todo arreglado, ya estoy saliendo. Y cuelga.
¿De qué habla este tarado horrible que también
puede disfrutar del lemmon pie y de la fanta?
Llueve mucho afuera
Salimos los dos para los dos mojarnos
Para la lluvia, tal vez, seamos idénticos.

MÓNICA TARRAB


ACUARIO

Hay tres razas sedientas,
frente a un mar de fuego.
Sus cabezas, abiertas
como ánforas que esperan
quien repare sus grietas.
No se resignan a ver
sólo la mitad del cielo.
Más allá, siempre,
un horizonte calmo permanece.
Ha venido el aguador,
cual redentor vertiendo
sobre ellas,
el agua del conocimiento.
Si están dispuestas,
las saciará de a poco,
ofreciéndoles gota a gota
de su vasija inacabable.
Y con la plenitud
que la paz otorga,
aceptarán que su destino
contempla al universo entero,
simplemente desde adentro.