miércoles, 6 de abril de 2011

CARLOS MARGIOTTA


EL ESCRITOR Y LOS RESTOS

El escritor escribe sobre los restos, sobre los desechos olvidados de la experiencia humana, sobre los fragmentos dispersos de su mundo interno, e indaga sobre ellos para unirlos y transformarlos en una obra literaria.

El escritor es una persona que escribe no sólo con la pluma sino con sus entrañas.

El escritor es como un ciruja que busca palabras perdidas. Palabras que nunca encintrará porque se han perdido para siempre como el ayer.

El escritor no crea, recrea imágenes, sentimientos y pensamientos que han sido inscriptos en el inconsciente desde el origen histórico del genero humano.

En el proceso de creación literaria, primero hay que dejar escribir a la mano libremente, permitir que fluyan sin censura las ideas y las imágenes que uno quiere mostrar. Después hay que dejarlas reposar sobre el papel y finalmente analizarlas y corregirlas.

Cuando uno se siente invadido por un sentimiento muy fuerte e intenso no es posible encontrar las palabras adecuadas para expresarlo. Es necesario dejar morir lo que se siente para revivirlos después y escribirlo.

La literatura es ficción y cuando esta bien escrita parece una realidad objetiva. Lo contrario
ocurre si miramos la realidad cotidiana de los argentinos donde la realidad es tan increíble que parece ficción.

La literatura es la otra realidad, o mejor dicho la anti-realidad de la realidad misma.

La realidad no se escribe, se vive y el escritor escribe como vive.
Escribir no es sólo una vocación, o un oficio, es por sobretodo un destino.

Toda obra literaria tiene algo de autobiografía, de la historia del escritor que así como la
desconoce, la cuenta.

Escribir es sacar a pasear los propios fantasmas para que jueguen sobre el papel disfrazados de palabras.

Después se encontrarán con los fantasmas del lector donde volverán a escribirse.

Cuando uno encuentra a un personaje, éste se independiza de su creador para terminar
llevándolo de la mano hacia su destino.

La literatura y la poesía no se entienden sólo desde la inteligencia sino desde el corazón.

La diferencia entre la literatura y la poesía consiste en que la primera nace después del lenguaje y la segunda mucho antes.

No hay que tomarse en serio lo que uno escribe sino la literatura es sí misma.

Un escritor no debe preocuparse por el tiempo que esta sin escribir, un escritor escribe
siempre.

Cuando más zonas oscuras y huecos haya en un relato, más puede imaginarse el lector.

La lectura tiene que ver con el placer. Escribir con el sufrimiento de crear.

Los escritores son grandes tímidos y mejores mentirosos.

Cuando nací, mis padres me regalaron un estuche con cien palabras para sobrevivir, decía el texto dorado escrito sobre cubierta, y las guardé. Cuando terminé de aprenderlas me di cuenta que nunca me alcanzarían para decir lo que quiero decir.

Para la mirada de un escritor cada hecho cotidiano, simple e intrascendente, contiene una historia que puja por ser contada.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, sin embargo la palabra mamá incluye
infinitas imágenes

-Buenos Aires-

RAMÓN SANDOVAL


LA DECISIÓN

Me sobresalte, pensé que había vuelto aunque sabía que era imposible, de todos modos lo pensé. Es que cuando todo se terminó con Liliana traté de no tener nada que me la recordara, saque sus fotos de los portarretratos y las reemplacé por otras, guardé en recónditos lugares sus regalos y las pocas cosas que me escribió alguna vez. Cambie los lugares y los caminos recorridos en algún tiempo con ella; es decir, traté de realizar como si fueran mágicos conjuros todos los actos racionales y los irracionales, también todo aquello que me alejara de su recuerdo. No podía permitir que aquello que fue una promesa de felicidad total, me asaltara hoy como un recuerdo de amargo sabor.
Pero no contaba con él, abandonado también, igualmente careciente del sabor de su boca, me recordaba mejores tiempos. Siempre en su lugar, rígido, silencioso, parecía reprocharme no haber hecho lo necesario para retenerla. Trataba de ignorarlo, de negar su existencia, pero él siempre estaba allí, mudo testigo de mi pasada alegría y mi actual pena, recordándome que apareció cuando despertarme era celebrar la vida porque la compartía con ella.
Supe que era necesario terminar con esa forma de acoso, que se imponía tomar la decisión liberadora. Tenía que terminar con él, hacer que desapareciera, sin embargo no reunía el coraje para hacerlo, me decía era un absurdo no tener el valor. La acción más difícil la había llevado a cabo, pude terminar esa relación que ya no era placentera, doloroso fue más, lo hice.
Eliminarlo a él, algo de la más simple realización, me costaba tanto. En realidad no era por él simbolizaba su presencia el corte definitivo, aceptar que todo estaba perdido sin remedio.
Se imponía la decisión y una mañana, no se como, reuní el coraje y casi trémulamente, con paso vacilante, manos temblorosas, me aproxime a él y lo hice ¡Si lo hice! tomé su cepillo de dientes y lo arroje al cesto.

MARCOS RODRIGO RAMOS



GANSOS

Pajarito cumple once años. Está solo en la estancia. Una bandada de gansos viene por la parte alta de la loma. Él se dirige a su encuentro. Al verlo cambian de dirección. Asustados comienzan a correr pero es inútil, los alcanza enseguida. Uno queda más rezagado. Al verse arrinconado decide hacer frente a su contrincante, o por lo menos simular que hace eso. Extiende sus alas a más no poder y lanza abriendo el pico un graznido seco. Pajarito no le teme. Con un movimiento rápido toma el cuello del ganso, lo levanta y se ríe por su triunfo. Toma una soga, le hace un nudo en la garganta y lo lanza hacia arriba. El ganso cae pesadamente, intenta volar pero le han sacado las plumas. Empieza a correr con su andar torpe. Pajarito le da con todas sus fuerzas una patada mientras le grita: "¡Volá!". Cae. Otra patada. Se siente todopoderoso ante su indefensa víctima. Toma la soga y tira para arriba llevándolo colgado en el aire. El remate final es la patada en la cabeza. El animal ya no se mueve. Pajarito lo deja tirado y enfila hacia la bandada.
Da unos pasos hacia ella pero se detiene al notar que no están huyendo. Lo están mirando de frente pero él no les teme. De repente se corren hacia los costados dando paso a un ganso que viene con las alas extendidas, lo reconoce por la soga en el cuello. Va a enfrentarlo más al verlo bien se estremece y sale corriendo en dirección contraria. Grita pero nadie lo oye. A pesar de que se apura siente cada vez más cerca el graznido seco. Corre sin atreverse a darse vuelta mientras en su mente sigue fresca la imagen de la cabeza del ganso con dos orificios llenos de sangre en lugar de ojos.

ALBERTO NOGUEROL




TRAS SU MANTO DE NEBLINA

Tristán de borde a borde
recorría la sala del consultorio.
a paso redoblado,
taco, punta y taco,
con andar gallardo y sobrio.
En los rincones
juntando los dos talones,
giraba sobre sus pasos.
Volvían  a sus retinas 
estaqueadas en el horizonte,
aquellas islas heladas,
tras su manto de neblina.

BLANCA SALCEDO



BORRAJA 

Aquí estoy, sentada frente a esta tipa que ni siquiera conozco, sin poder parar de llorar y ella que me mira con esos ojos tan fríos, debe preguntarse qué carajo hace una mujer grande llorando como criatura. Pero no puedo parar, suspiro y lloro todo el tiempo mientras esa señora tan bien vestida hace preguntas raras y escribe a máquina. ¿Qué serán las generales de la ley? Debe ser algo de abogados, yo no tengo para pagarme uno, ya se lo dije a la que me atendió primero y, desde ese momento, empezó a tratarme como a una infeliz; y bueno, eso soy. Una sirvienta que viene a llorarle sus problemas a la jueza que es fina, educada y seguramente no sabe lo que es tener un hombre que la deje a una como el mío me dejó, de un día para otro, sin nada y con un chico de cinco años para mantener. Pero eso no sería nada, yo me basto, tengo dos brazos fuertes y no me da vergüenza servir en casa ajena, todo por mi hijo, al que nunca le dejé faltar nada y me lo cuidaba la vecina mientras yo estaba afuera. Y ahora esto, él que aparece mansito y me convence que quiere ver al hijo. Dos años sin siquiera comunicarse, viviendo en Buenos Aires. Tan lejos. Dos años sin mandar plata ni siquiera escribir una carta para saber cómo estaba el chico; no se enteró que tuvo el sarampión ni de la bronquitis que casi se lo lleva, cuando lo tuve que internar en el hospital y perdí el trabajo porque a la patrona no le importó que mi hijo se estuviera muriendo, que no pudiera respirar, solamente me descontó los días que falté y me mandó de vuelta a la calle con unos pocos pesos que no me alcanzaban ni para pagar los remedios. Reconozco que fue por la desesperación que hice la calle, no podía pensar en otra forma de conseguir plata rápido para comprarle lo que necesitaba el chico. Siempre con la misma mala suerte, me agarró la policía, por ignorante, porque las otras se borraron rápido, todas tenían un macho con amigos o algún policía como cliente y yo no; así que me ficharon y eso está en esa carpeta color marrón que maneja la tipa con la punta de los dedos como si ser puta fuera contagioso. Yo le explico que fue solamente esa vez, que nunca más, que era porque si no le daba los remedios, el chico se me moría, pero me mira igual, con desconfianza, me habla con un tono tan filoso que parece me va a cortar en dos.
Pero nada de eso importa, es por mi hijo. Todo por él.
Mi marido se hizo el bueno, lo quería ver, llevarlo a pasear, me dijo. Y le creí. Cuando a la noche no apareció, casi me vuelvo loca. Y eso que la vecina me había dicho que no lo dejara llevárselo así porque le notaba algo raro, pero yo no hice caso. Pensé que la vieja siempre exagera todo porque es la chusma del barrio, corriendo de casa en casa con sus historias, envenenando a toda la gente que la recibe, hablando mal de uno cuando no lo escucha y cuereando al oyente cuando se va. Con esa profesión, cómo iba a hacerle caso. Pero tenía razón. El guacho se fue con el chico a la plaza, esperó que yo estuviera en el trabajo, volvió por los papeles y la ropa y se lo llevó.
Ahora no me queda otra que hablar con esta mujer del juzgado, decirle que me raptó el hijo, que lo hagan seguir con la policía, que me lo devuelvan. Toda la mañana estuve acá, hasta que al final se pusieron a hacerme preguntas y a escribir todo a máquina. Ahora me hacen firmar no sé cuántos papeles y me llevan con otra señora que dicen es la jueza. Es una linda mujer, muy seria, muy arreglada, mira los papeles mientras la otra le murmura cosas al oído, seguro que en contra mía porque cada vez me mira más seria.
Al final, cierra la carpeta, junta las manos como para rezar y me dice con ese tono profesional que ponen las autoridades cuando hablan con los infelices como yo.
-Mire señora (lo de señora ya suena a falso), no hay rapto porque es su marido y ustedes nunca hicieron la separación; legalmente es el padre, así que se lo puede llevar sin problema. Si quiere hacer las cosas bien tiene que iniciar el divorcio, conseguir la tenencia, si no, no se puede hacer nada. Aunque con los antecedentes que usted tiene, no creo que pueda quedarse con el chico... dígame, ¿su marido trabaja?...
No solamente debo haber llorado, seguro que le grité alguna cosa fuerte, porque me hace sacar con la policía...
Perdí una mañana, haciendo papeles y pasando vergüenza, desnudando mi vida ante esas mujeres para que me salgan con eso y quede todo en agua de borraja.
perdí el día, pero no voy a perder la noche. Tampoco voy a perder a mi hijo. Ésta es una buena esquina y seguro me consigo clientes ahora que ya arreglé con el hombre que vive con la Pancha por si aparece algún cana. Ni bien haga unos pesos me voy a la capital y ahí lo voy a encontrar. Todo lo que necesito es trabajar unas semanas para juntar la plata del pasaje y comprarme una navaja. Ya van a ver todos si no puedo quedarme con mi hijo.
 

(Formosa)

Del libro En Picada, publicado en la revsita virtual Con voz propia, didigida por Analía Pescaner.

SONIA CAUTIVA



DESCANSO
 
La tarde se presta al descanso. ¡Qué claro cielo!, como la fuente de agua en su confín fundida en el horizonte! El silencio me molesta, siento latidos en mi cuerpo… En realidad debería tener paz. Pero no. Mi mente jamás descansa, ni dormida. No me concentro en la tranquilidad que me rodea.
Voces lejanas se acercan No es fantasía. Las percibo verdaderas, con carne, sangre, ojos, cabellos. Son dos. Ella, menuda, de color como la arena y larga cabellera de fuego. ÉL, espaldas anchas y una cicatriz muy marcada en el rostro.
Se acomodan cerca de mí, hablan en voz alta. No distingo lo que dicen.
Ella llora. No intervengo. El tono, el de él, es muy fuerte, duro, lacerante. Lastima. Apena la escena.
Espero que esta situación desagradable termine. Me pone muy incómoda. No me atrevo a levantarme de la silla por si este hombre alterado se percata de mi presencia, (creo que me ha visto) y me coloco de espaldas.
Hay silencio otra vez a mi alrededor. Quedamos las dos solas en la playa inmensa, la mujer y yo...
Mejor tomo mi bolso, recojo mi silla y me voy. La dejo estirada en la arena con su cara tapada, creo que es una remera blanca.
Llego al hotel, sensibilizada por la discusión que presencié, con la figura desagradable del hombretón en mi retina.
Hay preparativos festivos, movimientos, trajines..
-Cena y baile, esta noche, señorita. La cena es a las 22, pero hoy hay baile... me dice el conserje.
¡Bueno, algo agradable luego del mal rato! Parece que cambia mi suerte. Decido subir por las escaleras, no sé si soportaré el cubículo del ascensor.
¡Ay!¡ Perdón! En el pasillo choco con un hombre que sale no sé de dónde. ¿Estoy confundida? Creo reconocer al hombrote de la playa Eludo su mirada.. .¡Qué empujón!
Los gritos, el mal momento ¿ me dejaron mal? ¿Olvido acaso que estoy disfrutando del abandono de mis compromisos en Buenos Aires? ¡adiós estudio! ¡chau Nacho y sus melosidades! ¡bye bye impertinente Ezequiel ! Entro a mi habitación.
Me entusiasma el programa de esta noche. Estoy conforme con este viaje al Caribe sola, salvo el incidente en la playa.
Usufructuaré las comodidades del hotel. ¡Voy a darme un baño de inmersión espectacular! No sé si utilizar las sales o las gotas de esencia de fresias que me miran desde la repisa de cristal. Me quito la ropa, ¡iuju! Me maravillo con una hermosa bata color salmón y las chinelas haciendo juego. ¡Qué regocijo! Me decido, las fresas.
Espero que se llene la bañera como no lo hice nunca, en tanto se disuelve la esencia y pongo "No sé tú" de Manzanero, ese bolero que siempre me ha gustado.
Deliciosa y sensualmente me sumerjo en la blanda y perfumada caricia. Estupenda, agradable sensación de placer. ¡Quién me hubiera dicho que podría gozar de tanto deleite con este viaje decidido en tan pocas horas!
¡Ah!..¡No!... ¡No! ¿Qué es? ¿Quién es?... ¡No!... ¡el de la playa!... me está apretando el cuello... no puedo respirar... ¡Ay!!!!!

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES


......................Cuentos del contador de cuentos

A LOS QUE SON: 

ARQUITECTO
El contador de cuentos seducía con sus historias. Aquellas donde una pareja era el comienzo de un océano y no sólo dos maravillosas gotas de agua. Aquellas donde, al besarse una pareja, en el interior del beso no había saliva, sino miel. El contador de cuentos fascinaba con sus construcciones hechas de personajes y sucesos. Hipnotizaba desde la imaginación y la verdad.
Convocaba la confianza y la indefensión. Y, aunque estaba angustiosamente solo, solo volvió a marcharse de la plaza, esa noche como tantas otras, musitando que el amor no juega con las ventajas del encantamiento.
 
ARTISTA
El contador de cuentos creaba desde su invención y contemplaba a los interlocutores hechizados por el poder evocador de las historias. Y pensaba, de nuevo esa noche en medio de la luz pensaba: "Ojalá las expresiones de los rostros fueran más terrenales". No se sentía un dios.
 
CRISTAL
El contador de cuentos, ante el asombro del enojadísimo genio, y puesto a elegir entre convertirse en cristal o en diamante, eligió convertirse en cristal. Tanto le importaba no perder la capacidad de transparentar una a una sus historias.
 
HONRA
El contador de cuentos una vez más se negó a incluir, en su presentación, anuncios de mercaderías inservibles. Conocía la diferencia entre comunicar y vociferar. Esa noche se quedó con hambre. Un hambre acumulada por siglos.
 
INTERLOCUTOR
El contador de cuentos contempló a la única persona que había acudido a la plaza. Vestía muy humildemente. "Otro día sin comer", se dijo. Y comenzó a narrar. Cuando culminó, recordando el duro pan en su bolsillo, lo compartió.
 
PEGASO
El contador de cuentos vio la posibilidad de realizar sus sueños de la infancia. Pidió a la imaginación cambiar: balancín de madera por alas.
 
PROEZA
El contador de cuentos narró aunque sólo había pájaros imitadores. Narró, sin que lo intimidaran los pajarracos y sus ecos. Narró venciendo a los graznidos, al mal de ojos y a los malos agüeros. Narró hasta que los pajarracos, uno a uno, todos desaparecieron. Continuó narrando y la plaza se llenó de seres humanos capaces de hacer realidad el milagro único de cocrear los cuentos.
 
TRIUNFO
El contador de cuentos dijo: "la pelota apareció en la plaza". Y es que cuando iba a decir: "la pelota ascendió", lo había deslumbrado la sonrisa de un niño. Sugirió la pelota como trofeo en la pequeña mano. Y, para poder seguir contando esa historia, añadió: "y un niño la hizo ascender por el cielo".
 
VIVENCIA
El contador de cuentos decidió compartir aquel momento único de su pasado. Lo narró. Y fue y no fue el mismo suceso. Algo pareció completarse.
 
VUELO
El contador de cuentos, al dormir, tiene una pesadilla. Habitará una isla desierta y sólo puede llevarse un objeto. Ni siquiera dos. Sí, tiene derecho a elegirlo. Sí, será cualquier objeto que él decida. Pero únicamente puede ser uno. No duda. Aferra con fuerza el diccionario.

E
sta edición ha sido realizada por Ediciones COMOARTES, (ciinoe@hotmail.com), para celebrar el Día Internacional de la Narración Oral, en su Colección "Gaviotas de azogue", Marzo de 2011, Madrid, España.

GRACIELA WENCELBLAT



¿Dónde estoy?
se pregunta
con un tono
agridulce
envuelta en la bata
de seda.
Sabe que nació exilada
y siempre se está haciendo.
Día a día busca
en la estrechez de su cuerpo
en sus manos hambrientas
en los cuentos de las mil y una noches
el lugar de su nombre.
Es su historia de luz
o las sombras embarran
las grietas y no se puede reconocer.
La tarde se dilata en la cocina
hambre y cansancio.
Tal vez huir sin plan ni itinerario
o cambiar el cuerpo la casa la escritura
hasta que surja un manantial
de pasos silenciosos que la lleven
al lugar necesario.


JUANA SCHUSTER



Con garras heladas,
con ropa de abrigo,
se aproxima el hielo
de tu mirada esquiva.
Mientras la noche se va
por el sendero celeste del alba,
no tengo vigor para seguir la lucha.
Mi cuerpo se fatiga
ante la penumbra quieta
de la alcoba trémula.
Yo, que fui la lenta vertiente,
en tu sed de eneros ardientes.
Yo, que fui por las sendas,
mordiendo los panes,
gritando tu nombre.
Me colgué de tu cuello,
y sembré no - me - olvides
en todo el huerto.
Derrite los témpanos,
llévame por los ríos…
hasta la costa infinita
de la noche estival.

ALICIA NOEMÍ KAIN


BAILE DE DISFRACES  


La mágica máscara
cubría tu rostro
en el baile de gala
del club de deportes,
encantados acordes
marcaban los pasos
de tantos semejantes
que con coreografías perturbadas
unían sus cuerpos,
mecían sus caderas
o alejaban agoreros deseos…
¿Quiénes son? ¿Que ambicionan?
Infames mortales,
encantados infieles,
inocentes víctimas
tras fatídicas huestes
de simple gente..
Serán lo que quieren?
O serán solo eso:
pretenciosos disfraces
y tras ellos
hombres y mujeres.

NORA JAIME


PIEL
 
Piel joven, suave, aterciopelada, tersa, fresca.
Contenedora y continente. Fuerte, discente.
Caliente, abrazante, adolescente.
Piel viva.

Piel ardiente, húmeda, mojada y extasiada.
Piel pasión, deseo.

Estremecida piel, retráctil.
Vistiendo y desvistiendo músculos y huesos.
Piel capullo arropador, envolvente.
Frazada tibia cerrando y abriendo
nuevas células en cada latido.
Piel creadora, madre.

Incansable viajera, discriminadora y soberbia.
Escama brillante. Tejedora en la trama de verdades y mentiras.
Piel vivida.

Lacerante, vejada, humillada, torturada.
Te nombro Piel, saco de dolor,
Quieto pellejo, duro y dolorido en lo más hondo.
Pellejo muro, sufriente, irredente.
¿Dónde quedó tu coraza, tu armadura?

Fustigada por el dolor, me desarmo, piel
Me destejo en penas. Me destramo al desamor y al olvido
Me abro en retazos, hilachas de cuero seco y mustio.
Caja vacía, sin color, sin calor.
Lasa y estirada.
Piel final. Muerta.

MARISA PRESTI


LA CURITA EN LA BOCA

¿Qué hacía ella ahí, en esa inmensidad deshabitada? Una lenta melancolía empezó a filtrarse por el interior del cuerpo. Las conocía desde mucho tiempo atrás, en realidad desde que nació, pero ahora le eran ajenas, anónimas como un cualquiera de la calle. Se corrigió, un cualquiera de la calle podría ser mejor persona que las que tenía enfrente.
Miró por la ventana una y otra vez las orgullosas margaritas blancas que oscilaban levemente con el viento. Las venía observando a cualquier hora del día, acaso para no cruzar la mirada con las de ellas.
"Veníte a pasar unos días a Bariloche, animáte", decía el mail que había recibido unas semanas atrás. Varias veces quiso ir, pero parecía que el impulso chocaba contra su interlocutora, no muy convencida de hacer la invitación. Era un viaje varias veces pospuesto y casi olvidado, hasta que llegó el mail con otras ganas, parecían auténticas. Dudosa, como siempre había sido, masculló una y otra vez la decisión, pero entonces sucedió algo inesperado.
La otra, la que también había compartido sus primeros años de vida, quiso sumarse a la propuesta. Pensó que tres no era una buena opción, pero la hermandad podía superar cualquier inconveniente.
Los años pasados sin verse eran una sólida razón para animarse a su miedo al avión. Y fue bueno para superar el temor y vencerse a sí misma. En su maleta, ella llevaba algo más que ropa, llevaba imágenes de encuentros fraternos, de mañanas alegres y tardes de charlas largamente demoradas. Con todo eso desembarcó, pisó tierra nueva, virgen para su experiencia, pero no imaginó la aridez que la esperaba.
No ver bien y no ser vista. Aquella frase que alguna vez escribió comenzó a hacerse realidad frente a las conversaciones que mantenían entre ellas. Nuevas, recién llegadas, las palabras abarcaban mundos donde no le era posible intervenir.
¡Qué buenas acuarelas! A ver, mostrame ésta. Este paisaje está hermoso. Tocá un poquito de luz. ¿Y esta cuándo la pintaste? Me fascinan estos tonos. Yo en mis cuadros uso mucho el azul. ¡Ah, no sé con cual quedarme! ¿Y a cuánto las vendés?
Palabra tras palabra, acuarela tras acuarela, pasaban las horas de aquellos primeros momentos que se fueron extendiendo en el tiempo con la tozudez de la reiteración incesante. Quiso hablar, decir, quiso que la miraran. Pero era inútil.
¡Hey! ¡Aquí estoy! Pequeño chiste acompañado con un saludo de su mano derecha. No hubo eco. No ver bien ni ser vista.
Se preguntó qué era lo que no veía bien. No veía a las que amaba, a las que creía conocer, a las que habían nacido en la misma casa familiar, a las que tenían la misma sangre. No las veía.
Pintoras las tres, ahora eran solo ellas dos. Comprendió que era antigua, tan antigua como para armarse la charla que imaginó:
¿Cómo estás?, hace tanto tiempo que no nos veíamos. ¿Qué es de tu vida? ¿Cómo van tus cosas? ¿Estuviste mal de salud? ¿Y vos que opinás de esta acuarela? ¿Te agrada el lugar? ¿Hay algo que te gustaría conocer?
Boludeces, se dijo. Y se dio cuenta que de golpe se sentía una boluda. ¿Qué hacía en ese lugar inhóspito, lejos de todo, obligada a callar? ¿Por qué había gastado tanto dinero para costearse un castigo?
Todo error es inicial. Se remonta lejos, quién sabe a qué oscuridades de la infancia que dejan aflorar flores de luto y cuervos de cementerio. Quién sabe qué cosas se escondían detrás de esas dos desconocidas. Recordó a Sartre: El infierno son los demás. Y ahí estaba, en un infierno que se había desatado por el sólo hecho de ser distinta, de tener otros gustos, otras opiniones, y quién sabe qué más.
Enseguida comenzaron las caminatas de la pareja afín, claro, a ella nunca le gustó caminar, prefirió quedarse mirando las orgullosas margaritas que alegraban la ventana. Pensó, mucho después, que no se tolera lo diferente, aunque la intención no sea molestar a nadie.
No llores, le decía la voz interior, pero las lágrimas desobedecían el mandato interno. Salían rebeldes, sin rumbo, para desanudar la garganta oprimida.
Y un día, sin previo aviso, un pájaro negro se metió por los techos y violentó la voz, acusándola. Ella era la culpable, la intrigante, la de las malas intenciones. Gritos y violencia en la mirada, quizás hasta un poco de odio.
Esas eran las migajas que habían quedado de una lejana infancia, pisoteadas por la injuria, la injusticia, la calumnia.
Ahora la vi reírse. Se ríe cuando recuerda las infantiles invitaciones a jugar que les hizo los primeros días: ¿generala? ¿Tutti-frutti? ¿Pintar algo entre las tres? Se ríe también de su propia ingenuidad, ¿es que no había comprendido las reglas del juego?
Cuando al pájaro negro se le agotó la furia, recordó una parte de la Palabra: "Y lo llevaron como cordero al matadero". Lejos de compararse con el Señor, comprendió que debía doblegar la angustia y soportar sin decir palabra. Y hasta sonreír sin tener ganas.
Como un laberinto oscuro, tenía que encontrar la salida. Y la salida estaba a 18 Km. del pueblo, sin teléfono, y con la única posibilidad de simular humildad en el pedido: No me estoy sintiendo bien, quisiera volver a casa, ¿podrías llevarme a ver si consigo pasaje?
El sometimiento siempre da resultado, aun entre los más crueles. Y logró unas miradas de maestras autoritarias que creen haber doblegado al alumno rebelde.
La rebeldía se expresa de muchas maneras, en la palabra, en el pensamiento, en la actitud, pero ella, el último día, pidió por favor unas acuarelas. Pintó, pintó con el sólo objetivo de reemplazar a la palabra, la que le estaba vedada.
Hace poco vi la pintura: un fondo oscuro y una cara de mujer con ojos tristes. En el lugar de la boca, dos curitas atravesadas.
Me contó que la miraron; era una última oportunidad para decir algo. Pero sólo sonrieron, gustando, quizás, el triunfo sobre los supuestamente oprimidos.

JORGE ISAÍAS



AMANECERES

.............A mi padre, en memoria
 
En algunos amaneceres de entonces, que eran a cielo abierto, y muy alto allá donde mi gozo abismaba los pájaros, fuimos posiblemente los últimos felices en este planeta girador, sin sentido.
Cuando escribo que los amaneceres eran altos, muy altos, estoy diciendo que esa altura derrotaba el rocío y el que caía en los pastos lo pisarían caballos tan briosos que atravesaban el alba con sus cascos brillantes que mi abuelo cortaba a formón y martillo y le daba un toque fino con una lima de acero.
El mismo acero que Agustín Pessi usaba para sus hermosos cuchillos a los que agregaba un mango de hueso claro con vetas bellísimas de surcos oscuros.
¿Dónde había aprendido este hombre el arte de embellecer esos cuchillos que no hubieran existido sin su mediación entre paciente y mimosa?
Fue el proveedor de mi padre de todos los cuchillos que vio pasar mi infancia. Cuando mi padre les mostraba orgulloso a las escasas visitas que pasaban por casa, decía:
- Me lo hizo el "Ñato" Pessi: un maestro y agregaba en un tono que nunca supe si era veraz o una de las pocas ironías que se permitía: Opino que un asado cortado con cuchillos sin filo no tiene el mismo gusto que el que se corta con un buen cuchillo. El, si le daban a elegir cuchillos, prefería la marca Arbolito o los que llevaban la firma alemana Solingen.
Mi padre podía hablar en ese tiempo largo rato sobre la solvencia de un buen cuchillo, de su filo y su peso "que debe ser justo", porque un cuchillo liviano no sirve y uno demasiado pesado, tampoco, decía en tono sentencioso. Y cuando uno le inquiría sobre el método a seguir, sonreía apenas y decía que era una de las formas de saber ser "baqueano" -es decir, experto en esas cosas que no se aprenden en la escuela y que no había un método, solo experiencia acumulada pero con inteligencia. Tenía una sola virtud mi padre en ese tiempo, y era la de dar un pronóstico de lluvia. Rara vez se equivocaba, y luego de la lluvia cuando comenzaban las discusiones por los milímetros caídos y nadie se ponía de acuerdo, todos decían "Hay que esperar a don Santos". Mi padre tenía un termómetro que el mismo había fabricado y que había puesto sobre un poste de ñandubay al final de la quinta.
Cuando a primera hora de la mañana (si la lluvia había sido de noche) se iba a tomar una ginebra al boliche de Giovanelli y se le preguntaba, él, tal vez un poco teatralmente, tal vez inhibido del papel importante que le concedían sus copoblanos, tomaba un primer sorbo de tan espirituosa bebida, carraspeaba un poco y daba su versión, que siempre era infalible.
Cayeron 37 milímetros y se zanjaba toda discusión anterior. Antes que llegara todos lo estaban esperando porque cuando no se ponían de acuerdo (a veces la diferencia eran de 2 milímetros o menos) y se enardecían los ánimos, nunca faltaba el prudente que levantaba la voz y decía:
- Hay que esperar a don Santos.
Mi viejo tenía un par de otras virtudes hoy muy raras: no mentía nunca, aunque eso le costara un dolor de cabeza. No vi en mi vida en un ser tan falto de tacto. No hubiera servido para la diplomacia. La otra era no dejar nunca de pagar una deuda aunque no comiera por ello.
La honestidad es el único capital que tengo, decía.
Conmigo nunca habló de cosas de la vida que mí me hubieran servido. Era hosco, seco, concluyente y autoritario. Pero predicaba con el ejemplo.
Curiosamente, o mejor dicho, no sin asombro escucho a mi amigo Miguel Compañy confesar que él buscaba en su adolescencia el consejo de mi padre. Y él, mi amigo me dice que confiaba como en un oráculo en don Santos Isaías. Porque me dice, "cuando tu viejo no sabía darme respuesta me lo decía de frente".
Tigre, yo de eso no sé nada.
No dejo de reflexionar lo raro que fue este hombre, digo, mi padre, porque con sus hijos era hosco, hablaba lo mínimo y nunca de cosas que de verdad me interesaran, y sin embargo era para mis amigos algo así como un consultor a libro abierto.
Yo comencé a escribir sobre los amaneceres de entonces si creen que me desvíe para contar algo sobre mi padre, se equivocan ese relato sobre la vida de mi padre es una deuda, y él, Santos Luis Isaías como gustaba decir, era ducho en amaneceres. Y él podía contar todos los matices que veía en esos amaneceres altos, cuando enfrenaba el "nochero" y lo montaba para traer del potrero los ocho caballos para el aradito de entonces, que irían atados para arrastrar esos dos o tres discos para roturar la tierra, en ese arado que aprendió a manejar muy rápido, con diez años apenas, ese arado que seguía una nube blanca de gaviotas y algunos teros gritadores. Las rejas al dar vuelta la tierra dejaban al descubierto los bichos del subsuelo: lombrices, isocas gordas y blancas que eran el manjar de toda ave que anduviera en el aire.
Toda esta belleza que la siembra directa sepultó para siempre.
Hablo de un tiempo en que con sólo llegar a los tamariscos de don Juan Peralta uno podía ver de qué laguna levantaban vuelo esa bandada de garzas.

(Los Quirquinchos - Santa Fe)

Publicado en Gacetilla virtual de Norma Segades

ANA ROMANO



SECUENCIA

Desnudos
ante el viento
los cuerpos
Desnudos
flamean
en el fuego
Desnudos
junto al río
encandilado
Desnudos
frente al espejo
estallan
Desnudos
se detienen
al llegar
a la cima.

PRESAGIO

Apiñada
entre tablas
se acopla
La mirada
mansa
Es
llena de vida
que sucumbe
El hombre aguijonea
Con premura
los colores
Estéril es la entrega
Masacran
Y el suplicio.


TRANSMUTACIÓN
El cuerpo ajado
que acaricias
por los bordes
de la rutina
Encallas
Centro
terso
imponente
Y absorbes
útero.

 
RANURA

Mañana
de presagio
El viento
es negro
Arrumbado
asoma
El disparador
en este
día nublado
empuja.

ALBA ESTRELLA GUTIÉRREZ



a veces sólo a veces
hay abrazos que te salvan
unos ojos se quedan para siempre
todo es magia
y un volver entre sueños
a veces sólo a veces
la muerte sin apuro
te apuñala y uno salta en el vacío inútilmente
desnudo vulnerable
tan solo y perdido y sin ancla
todo nos sucede nada pasa
los barcos despegan muelles
frágiles de infancia
y el corazón naufraga
el adiós nos cabe en una lágrima
a veces sólo a veces
nos erguimos de pie
algo pasa
todo recomienza

y te salvas

MIRIAM BRANDAN



MERCEDES

Sonó el despertador. Eran las siete de la mañana y Mercedes se despertó rápido, se levantó y después de tender cuidadosamente su cama se bañó, cepilló sus dientes y se puso una crema antiarrugas, de esas que prometen que milagrosamente en un par de meses se va a ver diez años más joven.
Secó el baño, extendió con prolijidad las toallas y se vistió.
El compañero de Mercedes se llamaba Augusto, un gato de angora blanco y gordo que se restregaba en sus piernas mientras ella se arreglaba el cabello.
Juntos fueron a la cocina y ella se sirvió una taza de café que tomó apurada mientras ponía agua y comida en los impecables platos del gato.
Terminó su café, enjuagó la taza, la secó y la puso en su lugar.
Les puso exactamente medio vaso de agua a cada uno de los dos helechos que tenía en el balcón, tomó las llaves, su cartera y salió apurada después de acariciar al gato y decirle que no la extrañara, que ella iba a volver pronto.
En la parada del autobús, Mercedes ojeó distraídamente una revista que desde hacia mucho tiempo llevaba en la cartera.
El autobús llegó, ella subió y se sentó en los primeros lugares.
Casi nunca cruzaba la mitad del autobús y jamás se sentaba en el fondo.
Miró la revista hasta que llegó a la esquina en donde siempre se bajaba, caminó dos cuadras, siempre por la misma vereda, hasta el lugar en donde trabajaba, una oficina dental en la cual era recepcionista desde hacia diez años.
A las cuatro de la tarde Mercedes salía del trabajo, caminaba dos cuadras, siempre por la misma vereda hasta la parada del autobús, allí esperaba unos minutos, subía y se sentaba en los primeros lugares.
Durante el viaje Mercedes a menudo pensaba en que tenía que ir al supermercado, en que la comida de Augusto estaba a punto de terminarse y en que quería llegar rápido a su casa para ver como estaba el gato.
Ya de noche, preparaba un plato de sopa que se llevaba en una bandeja hasta el sofá, en donde se acomodaba y la tomaba mientras miraba la novela de las ocho.
Algunos fines de semana se reunía con Marta y juntas iban a comer. Marta era su única amiga, un par de años más joven que ella.
La había conocido en la oficina hacia tiempo, cuando Marta había ido a hacerse un tratamiento de conducto y desde entonces se habían hecho buenas amigas.
A Mercedes no le pesaba ni le atormentaba su soledad.
Ella había tomado la decisión de estar sola tres años atrás, cuando descubrió que el hombre del que estaba enamorada y con el que había compartido cinco años de su vida, era casado.
La rabia del primer momento había dado paso a un profundo dolor, que con el tiempo se transformo en resignación.
Una mañana, cuando subió al autobús, Mercedes vio en el primer asiento a un hombre que le sonrió y le hizo lugar a su lado. El autobús estaba lleno y ella tomó asiento junto a él.
Mercedes sacó su revista y la ojeó distraídamente pero de reojo vio las manos del hombre, dedos largos y uñas bien recortadas, pensó que ese extraño tenía unas lindas manos y continuó ojeando la revista, entonces sintió su perfume y pensó que era muy masculino, aroma a bosque como a ella le gustaba.
Pasaron unos minutos y el hombre miró a Mercedes, con una sonrisa le pidió permiso para pasar y se paró en la puerta del autobús, preparado para bajar.
Disimuladamente Mercedes lo miró. Era alto, delgado, con el cabello corto y prolijo. Vio su perfil y continuó mirándolo mientras él bajaba del autobús.
Mercedes se quedó pensando en el extraño, se dijo a sí misma que él era apuesto pero unos segundos después se olvido de él.
Dos días después, volvió a suceder. Cuando Mercedes subió al autobús, en el primer asiento vio al extraño, que de nuevo le sonrió y le hizo lugar, pero ella se sentó detrás de él.
Sacó la revista pero no la miró, en cambio observó la nuca y el cuello de ese hombre, hasta que el se paró y se quedó junto a la puerta para bajar. Mercedes pensó que él era muy apuesto y continuó pensando en él hasta que llegó al trabajo.
A las cuatro y cuarto de la tarde, cuando tomó el autobús de vuelta a su casa volvió a encontrarlo. Otra vez Mercedes se sentó detrás de él y el perfume de ese hombre le acarició la cara.
Sintió un leve cosquilleo en el estomago y pensó en lo lindo que sería acariciarle el cuello, el aroma seguro quedaría en sus manos si lo hiciera.
El autobús llegó a la parada de Mercedes y ella se bajó por la puerta de atrás. Cuando entró a su casa continuaba pensando en él, en su perfume, en su sonrisa.
Al día siguiente, cuando subió al autobús, no lo vio en el primer asiento pero el levantar la vista lo vio mas atrás y el le sonrió. Mercedes sintió que se sonrojaba y se sentó muy adelante. Durante todo el viaje sintió su mirada en el cuello y en la espalda, hasta que el bajo del autobús.
Ese día, antes de salir del trabajo Mercedes se arregló el cabello, alisó con cuidado el vestido azul que llevaba puesto, se puso brillo en los labios y fue hacia la parada del autobús.
Esperó nerviosa y cuando subió lo buscó con la mirada. Allá estaba, en el fondo, pero el no la vio porque conversaba con otro hombre. Se sentó adelante, buscó la revista en la cartera y se dio cuenta de que la había dejado en el baño de la oficina cuando la sacó para buscar el brillo labial. Se sentía nerviosa, no sabía que hacer con las manos acostumbradas a la revista y ahora vacías.
Sintió que estaba dejándose llevar.
¿Y si todo esto fuera solo su imaginación?.
Ese hombre era demasiado apuesto para fijarse en ella, tan común, tan simple.
Pensó que estaba fantaseando como una niña y eso la hizo sentirse más tranquila, aunque esa noche mientras tomaba la sopa y miraba la novela no pudo evitar pensar en el, en sus ojos, en su boca.
A la mañana siguiente antes de salir de su casa, Mercedes tomó el café apurada, tendió la cama, secó el baño, extendió las toallas, regó los dos helechos del balcón, le puso agua y comida a Augusto, pero se olvidó de lavar su taza. Estaba apurada y mientras se bañaba había decidido que antes de regresar a su casa por la tarde pasaría por el supermercado y compraría unas flores, hacia mucho tiempo que no se daba esos gustos tan simples pero tan reconfortantes: un café en un lindo lugar y unas coloridas y perfumadas flores para su habitación.
Esa mañana volvió a verlo en el autobús y él la saludó desde el fondo con su encantadora sonrisa y si bien Mercedes tomó asiento adelante, su mente estaba con el, en el fondo.
Se imagino diciéndole que ella era mayor que él, que no funcionaría y que tarde o temprano alguno terminaría sufriendo, que era mejor dejar las cosas como estaban: solo saludos. Entonces se imaginó al hombre diciéndole que ella le gustaba, que no le importaba su edad, que quería tocarla, besarla, sentirla. Mercedes se estremeció en su asiento del autobús, una nube de sensaciones flotaba sobre todo su ser, cerró los ojos y se imaginó besándolo con suavidad, lentamente y hasta sintió su aliento antes de tocar sus labios con los de él.
El se paró en la puerta del autobús preparado para bajar y ella lo acarició con la mirada.
Cuando salió del trabajo Mercedes pasó por el supermercado y compró un enorme ramo de flores y comida para Augusto. Decidió que esa noche iba a cambiar de menú ya que se sentía extrañamente excitada y con ganas de cosas diferentes.
La noche la encontró entusiasmada preparando costillas de cerdo con puré de manzanas, se le hizo tarde y se le pasó la novela, pero de todos modos disfrutó de la cena mientras miraba una película una hora mas tarde.
Trató de no pensar en el hombre del autobús, aunque no pudo evitarlo, y al hacerlo una sonrisa se dibujó en sus labios.
Antes de acostarse se miró largamente al espejo y mientras se acariciaba el cabello y las mejillas se encontró más atractiva, mas joven. Si un hombre como ese se fijaba en ella significaba que no se veía nada mal. Después, con la punta de los dedos se toco los labios y le dedicó una soñadora mirada a la imagen que el espejo le devolvía, imaginando que era él.
En los días que siguieron Mercedes continuó viendo al hombre del autobús que la miraba y le sonreía.
Una mañana, al verla el le dijo -buenos días- y ella le contestó con una sonrisa y un tímido -Hola-.
Se sentía en las nubes imaginándose en sus brazos, acariciándole el cuello y desparramándole el prolijo cabello con los dedos.
En la oficina, el doctor Rossy había notado algo diferente en Mercedes, últimamente la veía radiante, alegre, y aunque nunca la había mirado "como a una mujer", desde hacia varios días había comenzado a hacerlo.
Notó que ya no se recogía el cabello, sino que lo dejaba caer sobre sus hombros con libertad, notó su perfume, se fijó detenidamente en el delicado color gris de sus ojos, en la suave curva de sus labios y se sintió atraído.
Comenzó a acercarse al escritorio de Mercedes con la más variada gama de excusas solo para mirarla y conversar con ella.
Mercedes había notado el interés del doctor Rossy y descubrió que no le desagradaba.
El doctor Rossy había enviudado hacía quince años y desde entonces sólo se había dedicado a su trabajo en la oficina, hasta ahora, que su mente había comenzado a ser invadida por Mercedes.
Decidió invitarla a tomar un café, pero después de pensarlo mejor, una mañana le trajo uno con la excusa de que hacia frío y que a ella le sentaría bien algo caliente.
Mercedes le agradeció con una amplia sonrisa y el doctor Rossy, aprovechando que aun no había pacientes, tomo su café junto a ella en la sala de espera mientras conversaban.
Cuando a las cuatro salió del trabajo, Mercedes cruzó la calle y caminó despacio bajo el sol mirando los jardines que nunca antes había mirado, se detuvo en uno, aspiró profundamente el aroma de una rosa y continuó despacio, suspirando.
En el autobús se cruzó con la sonrisa del hombre con el que soñaba despierta y dormida, pero ahora también la cálida conversación del doctor Rossy pasó por su mente.
Esa tarde, Mercedes fue de compras. Se probó varios vestidos y finalmente eligió uno que se ajustaba con delicadeza a su talle. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido de compras y se sentía renovada.
Llamó a Marta y juntas fueron a cenar. Mercedes le contó a su amiga acerca del hombre del autobús y también le habló del doctor Rossy y de como ella había notado que el la miraba.
Marta se sintió feliz al ver el entusiasmo de su amiga y le dijo que la veía hermosa y con un brillo especial en los ojos.
Esa noche, Mercedes se quedó dormida imaginándose entre los brazos del hombre del autobús, que la miraba y le sonreía. Se sintió deseada y esa sensación le gustó, la hacia sentirse segura de sí misma, mas viva.
Por varios días, el doctor Rossy continuó llegando a la oficina con dos vasos de café que compartía con Mercedes mientras charlaban animadamente y una tarde la invitó a cenar…y ella aceptó.
"Lo lamento mi amor, pero voy a salir con otro" pensó Mercedes mientras miraba el cuello y la nuca del hombre del autobús que estaba sentado en el primer asiento.
Cuando a las seis y media de la mañana sonó el despertador, Federico abrió los ojos, acarició a su novia que dormía junto a él, la besó y se levantó para darse un baño.
Desayunaron juntos y media hora después él salió para tomar el autobús.
Era alto, delgado, con el cabello corto y prolijo.
Usaba el perfume que su novia le había regalado para su cumpleaños y tenía una encantadora sonrisa.
Una tarde, cuando regresó a su casa, Federico le dijo a su novia que hacia mucho tiempo que no llamaba a su madre por teléfono y que tal vez debería ir a visitarla, porque desde hacia varias semanas veía en el autobús a una señora que le recordaba a ella.

ANDRÉS AGUILAR PÉREZ


MI  DEDO  
(A Marilyn Monroe)

Siento como mi dedo recorre tu cuerpo
En infinita caricia
Hasta que estallas en estrellas
Y tu carne
Se abre como una flor en primavera

Amo la sabiduría de mi dedo índice
Que río abajo cuenta uno a uno tus huesos
Hasta llegar a esa montaña
Que me enloquece
En mis delirios de pirata en tus aguas

Sigue allí Marilyn
Que mi dedo
Como siempre
todas las mañanas rozará tus labios escarlatas
Y tú me regalas ese mohín
Que llevo prendido
Exactamente aquí
Si
Aquí mismo donde suspira mi vida

 
MI MADRE

Mi madre tiene los ojos amarillos
Y huele a sol
Aun perturba los sentidos
De cuanto hombre pasa a su vera

Mi madre cultiva flores en sus cabellos
Anda las aguas como un loto
Y sus trinos viajan hasta los horizontes
En las alforjas de los vientos

Anuda sus caminos
Como hilos en su ovillo
Y siempre me dice
Son tuyos
Desándalos

 
VERSOS PARA RAMÓN PALOMARES

Que los palomares
Desciendan al patio casero de mi infancia
Que vayan trayendo lunas del páramos con Don Ramón
Y dejen plumas fuentes
Al viejo lobo
Viejo lobo que ahora puede comprar
Arcabuses para disparar a las muchachas
de Mérida y Valera
A las tres de la tarde
Mi madre me decía
Cuídate hijo
Cuídate
La poesía te quitará la vida
En ese camino que has tomado hacia la eternidad

Allí te encontré viejo lobo
Reposado
Enjuto
Nuevo
Me iré en pos de tus pasos
Al jardín que cultivas
De labriego de los montes andinos

(Caracas)