domingo, 5 de junio de 2011

NEGRO HERNÁNDEZ


TITO SÁNCHEZ, EL CANTOR DE BOLEROS


...Y ahora que me jubilo, voy a realizar el sueño de mi vida, dijo el Tito Borgognoni después que el Gallego le sirvió una Imperial con platitos.
-¿Te sirvo? No gracias, a esta hora no tomo, contesté.
Por el gran ventanal del café, se vio pasar a una muchedumbre con bombos y pancartas que regresaba de hacer un piquete en el puente Pueyrredon, lo había dicho la radio esa mañana. ¿Quiénes serán, un viernes y a esta hora?
... se lo prometí a la vieja antes de morirse, a ella le gustaba como cantaba, siempre me decía que tenía linda voz para cantar boleros y le juré sobre la tumba que iba a empezar a estudiar canto. Pobre vieja, sacrificó toda su vida para darme una buena educación... ya sabés, a mi padre apenas lo conocí, murió aplastado por un tranvía cuando yo tenía 3 años.
Cantor de boleros, pensé, y me asaltaron los 18 años con mi primera novia, la flaquita Antonia. Nos apretábamos en aquél sótano de Monserrat donde se podía bailar. "Ojos negros... piel canela que me llevan a desesperar...", me cantaba al oído mientras yo trataba de meter mi pierna entre las de ella.
... Ayer fui al profe... es uno que enseña aquí en el barrio... antes de llegar a la plaza, e hizo un gesto señalando en dirección a la calle Vieytes.
En el medio del recuerdo llegó el Gordo todo empapado y nos saludó con una palmada en el hombro.
-Se largó a llover con todo, espero que no se inunde el boliche como el día de la sudestada... me quedo un ratito nada más, tengo que ir a cuidar a mi mujer que recién se operó de la cadera, dijo.
Después que nos besamos / con el alma y con la vida, / te fuiste por la noche / de aquella despedida.
-Aquí el amigo Tito me cuenta que se va a dedicar a cantar boleros, dije.
El Gordo, que sabía mucho de tangos, empezó a divagar sobre el origen del bolero, su influencia cultural en el romanticismo latinoamericano y la relación entre poetas y compositores entre ambos géneros.
-Las nuevas generaciones ya no se expresan en ese leguaje edulcorado... agregó...
-Tito, permitime un consejo, si vas a cantar cambiáte el apellido, porque Borgognoni no pega ni con cola, dije, interrumpiendo al Gordo en medio de su delirio porteño.
-Sí, ya lo pensé, ¿cómo les suena Tito Sánchez, la voz apasionada de Barracas?
Yo miré para otro lado disimulando la risa y me acordé del maestro de música que todos los años me rechazaba en el intento de ingresar al coro del colegio. Yo, después de hacer una larga cola de alumnos interesados en la convocatoria, me tentaba de risa cuando al llegar junto al piano me pedía que entonara un LA.
-Muy bueno, hiciste la combinación perfecta entre Tito Rodríguez y Cuco Sánchez, aprobó el Gordo.
Yo sentí que al irte / mi pecho sollozaba / la confidencia triste / de nuestro amor así:
El Tito había trabajado desde chico hasta ser jefe de producción en la fábrica de chocolates Águila, que está aquí nomás, cerca del Tres Amigos. Nunca le conocimos ninguna mujer, pero siempre hablaba de su madre enferma a la que brindaba todo su cuidado.
-No es un invertido, había dicho el tordo Jorge alguna vez, cuando el Mirón sugirió que era maricón. Yo sabía que anduvo mucho tiempo con una veterana y no se animó a contarlo, porque la mina vivía en el del barrio y estaba casada. Después, no sé porque razón dejaron de verse.
Dentro mío comenzaron a desfilar letras de boleros y sus intérpretes, alguna vez fue mi género preferido, porque el bolero es mujer y la mujer es una canción de amor. Después, que importa del después.
-Son 45 años de laburo, muchachos, 45 años de levantarme a las 5 de la mañana, dejarle la comida a la vieja, caminar 8 cuadras hasta el yugo, y volver con ese olor a cacao metido hasta el tuétano. 
En eso entró Sandoval, había comenzado a oscurecer y la lluvia salpicaba la esquina como agujas mojadas. Cerró el paraguas y dejó su portafolio al pié de la mesa.
-Después del 25 de mayo se viene el frío, dijo con su experiencia de viajante de comercio, y se prendió en la conversación.
Al rato de la charla, cuando el Tito nos iba contando el repertorio a utilizar, nos fue entusiasmando con el proyecto y sobretodo con la pasión que ponía en el relato, parecía que lo estaba viviendo, que estaba cantando para un público de mujeres ardientes que lo aclamaba. Yo me lo imaginaba debutando una noche en el café donde una vez, hace mucho tiempo, el propio Alberto Marino estrenó el tango Tres Amigos rodeado de sus íntimos... y me estremecí.
Somos un sueño imposible / que busca la noche / para olvidarse del mundo, / del tiempo y de todo.
-¿Van a comer algo? Preguntó el Gallego cuando el Gordo se había vaciado los platitos de queso, maníes y papas fritas. Miré el reloj, recién comenzaba la noche, esa noche que todos los viernes nos cobijaba entre el calor de la amistad y el alcohol. Jorge estaba de viaje y el Mirón todavía no había llegado. Yo lo esperaba con impaciencia porque él sabía tocar el piano y se me ocurrió pensar que podría acompañar a Tito en alguna pieza.
-¿Qué tenés? Dijo Sandoval.
-Me quedó un guiso de lentejas de la mañana.
-Venga, contesto Tito, y yo asentí con la cabeza.
El Gordo no quería irse y llamó a la mujer poniéndole una excusa: Voy a llegar tarde, mi amor, el Negro se descompuso y tenemos que llevarlo al Argerich, y lo miré con una puteada cómplice.
Después que nos besamos / con el alma y con la vida, / te fuiste por la noche / de aquella despedida.
Recordé que en el pasillo del local que lleva al patio, donde se apilan los cajones de botellas, descansa el viejo piano de Boris, un exilado ruso que en otra época, se ganaba la vida tocando en el boliche para los marineros que esperaban zarpar. Me levanté, fui detrás de las mesas de billar y comprobé que todavía estaba el piano abandonado cubierto con un mantel de hule.
Las imágenes robadas del ayer siguieron su camino recorriendo las calles empedradas de la memoria. Esther, la profesora de piano, volvió desde el balcón de la planta baja, dejando caer las notas de un teclado que gemía en un vals. Yo la escuchaba mientras jugaba con los amigos en la vereda de la calle Pasco.
Un día mi madre decidió que debía estudiar el piano y allí fuimos. La señorita Esther tendría unos 35 años, un cabello abundante y negro al igual que sus cejas pronunciadas sobre dos ojos grandes. Pero lo que más llamaba mi atención, era su voluminoso trasero que movía de aquí para allá provocativamente... y me enamoré perdidamente de ella. Dos veces a la semana la tenía para mi solo, hasta que un día llamó a mi madre y le dijo: "No lo tome a mal señora, pero su hijo no tiene talento para la música. No practica las escalas, no tiene la disciplina necesaria para tocar el instrumento, se distrae continuamente y sus manos son tan pequeñas que no alcanzan para la octava, pero lo peor es que se la pasa toda la hora mirándome el culo.
Somos de nuestra quimera, / doliente y querida, / Dos hojas que el viento /juntó en el otoño...
Al regresar lo vi al Mirón sentarse a la mesa tratando de apagar un cigarrillo escondido. El Gallego arrimó otra mesa y empezó a poner los platos. El café se iba despoblando y nosotros empezábamos a disfrutar de nuestra soledad compartida. El Mirón se prendió en la conversación y aportó una reflexión profesional... el contexto social ha cambiado mucho, letras como esas ya no se escribirán jamás, los tiempos son otros, las necesidades distintas y aunque los sentimientos son los mismos, se expresan de otra manera.
Entonces aproveché y lo llevé al patio para mostrarle el piano.
-Todavía suena, dijo recorriendo con un dedo el teclado. Hay que afinarlo y darle una buena lustrada.
Cuando volvimos, el Gallego ponía en la mesa una hermosa guisera de loza inglesa.
-¿De donde la sacaste? pregunto Sandoval.
-Se la compré a una vecina nueva que vende antigüedades.
-¿Cuál, esa que esta refaccionando la casa?
-Si, ya hay varios que le echaron el ojo y le quieren largar los perros.
-Yo la conocí un domingo, dije, cuando entró al café para desayunar y me pidió prestado el suplemento de turismo del diario. Soy  Marta (¿otra vez Marta?) y me estoy mudando al barrio, dijo.
Sandoval tomó el cucharón y sirvió el guiso humeante, mientras que Tito llenaba las copas de buen tinto. ¡Salud muchachos, por el Tito y su nuevo destino! Dijo el Mirón que a esa altura estaba medio chispeado. ¡¡¡Salud!!!
Somos dos seres en uno / que amando se mueren  /para guardar en secreto / lo mucho que quieren.
Afuera seguía lloviendo y en un momento nos quedamos solos en el local, con el dueño de casa. Las lentejas estaban muy sabrosas y nos invitaban a continuar  toda la noche. El Gallego viendo que no vendría nadie más, cerró el café y se sentó a comer con nosotros. Hablamos de tiempos viejos, de la milonga, las minas de entonces y de esas cosas perdidas que a nadie, salvo a nosotros, le interesan.
Yo esperaba ansiosamente que termináramos de cenar para escucharlo al Tito cantar. Había una letra de bolero que se me aparecía como un flash en la cabeza y no la podía reconocer.
-Son historias de amor y desamor, de encuentros y despedidas, de celos, infidelidades y ausencias. Todos hemos vivido alguna, dijo Sandoval, recordando a la petisa.
El Gordo contó cuando, haciendo la colimba, se levantó a una francesita que vivía en una pensión de Colegiales. -Me volvía loco, le gustaba bailar el tango y la llevaba todos los sábados al club Villa Malcom. En la cama era una diosa y me susurraba en su idioma Las hojas muertas, "...cuanto te amé, cuanto me amabas..."
Entre todos lo ayudamos al Gallego a levantar la mesa. Sandoval se puso lavar la vajilla, mientras yo la secaba, el Gordo barría el piso y el Mirón salió a fumar un cigarrillo. El Tito, como un artista, empezó con los ejercicios de voz.
-Se canta desde acá-, dijo señalándose la barriga.
Cuando volvimos a la mesa nos preparamos para tomar un buen café. Tito Sánchez se paró en la cabecera y empezó a cantar. Tenía buena voz y bien afinada, su presencia de cantor ocupaba todo el espacio y era ideal para lucirse en cualquier escenario. Nosotros, como un público sorprendido nos mirábamos aprobando su actuación que arrancó varios aplausos. Entonces la atrevida silueta de Marta se cruzó en mi mente como un relámpago de ojos celestes... y sonreí.
Tito Sánchez, la voz apasionada de Barracas, iba creciendo en la medida que transcurría la noche para olvidarnos de la realidad cotidiana. En un breve intervalo para cambiar las copas y estirar las piernas recordé la letra del bolero aquel que bien podría haber sido escrito por mí, cuando alguna vez, amé, fui amado y dejé de amar...  y se me arrugó el corazón.
Pero qué importa la vida / con esta separación... / Somos dos gotas de llanto en una canción / Nada más que éso somos, nada más.
Tito, siguió cantando un rato más y cuando era hora de terminar el recital, dijo  -Ahora voy a interpretar mi tema preferido, "Somos" de Mario Clavel.

MARISA PRESTI


LA HISTORIA DE MARCOS

Era costumbre llamarlo al celular un poco antes del mediodía, pero sólo le respondió el contestador. Insistió, pero obtuvo el mismo resultado. Era extraño, algo que no le sucedía nunca. Trató de no preocuparse: Tal vez está en otra oficina y no lo escucha. A lo mejor tuvo que salir y lo olvidó sobre el escritorio, se dijo. Hizo tiempo tomándose unos mates; de pronto se le había ido el apetito. El sándwich de milanesa que había preparado quedó olvidado en el plato.
Sin poder evitarlo, entre sorbo y sorbo, no pudo dejar de pensar en sus temores respecto a la salud de Marcos. Hacía unos meses había tenido ciertos síntomas poco comunes, como aquella noche que se despertó sudoroso y excitado llamando a gritos a su madre.
Ansiosa, dejó el mate y volvió a marcar el número. La voz del contestador la devolvió a sus temores. Miró el reloj, había pasado más de una hora desde la última llamada. Dejó a un lado el mate y estuvo a punto de llamar al doctor Miranda, el médico que lo atendió cuando casi tuvo que llevarlo a la fuerza después de verlo caminar dormido por toda la casa. Le recetó unas pastillas que parecieron darle resultado durante un tiempo, pero dos noches antes, a la hora de la cena, le comentó entusiasmado que había estado con su madre toda la tarde. Su suegra había fallecido dos años atrás. Ella, sorprendida, no supo qué decirle.
De pronto, se dio cuenta que podía llamar a la oficina y preguntar por él, seguro que iban a poder responderle. Marcó los números con ansiedad: No, el señor Marcos hoy no ha venido por acá, ¿está enfermo? Sin saber qué decir, cortó. Pensarían que era una maleducada, pero el sólo pensar en lo que acababa de escuchar alertó todo su cuerpo inundándolo de miedo.
No quería pensar lo peor, pero la escena de un accidente se dibujó en su cabeza. ¡Dios mío!, casi gritó, ¡Marcos! ¿Dónde estás?
Empezó a caminar por toda la casa sin saber qué hacer. En el comedor miró la foto donde estaban juntos, y la angustia la hizo tirarse sobre un sillón a llorar. Estuvo así un buen rato, hasta que pensó que no había llamado a sus amigos, tal vez estaba con alguno de ellos y se distrajo sin querer. No eran muchos, apenas tres llamados le devolvieron la misma respuesta: Nadie lo había visto.
Se le ocurrió recorrer toda la casa, tal vez estaba dormido o se había desmayado. Al rato volvió a la cocina, era absurdo, ella lo había despedido con un beso como todas las mañanas.
Sin querer miró el reloj: las siete de la tarde. El tiempo había pasado en medio de su angustia y ella seguía llorando sin hacer nada positivo. Se culpó a sí misma y decidió llamar a la policía. Señora, le contestaron, hasta que no pasen veinticuatro horas no podemos tomarle le denuncia. Espere, tal vez su esposo se distrajo por ahí. Percibió la ironía, pero sabía que Marcos nunca le haría algo así. En diecisiete años de casados siempre fueron fieles el uno al otro.
Se tiró sobre el sillón. Las lágrimas volvieron, una tras otra, igual que el rítmico ruido del reloj que agravaba su angustia. No quiso, pero de pronto recordó las palabras que el doctor Miranda le dijo a solas la última vez: Si esto no mejora, le aconsejo que lo haga ver por un psiquiatra.
Exhausta, quedó adormecida, encogida sobre el incómodo sillón hasta que el ruido de la puerta de calle la despertó de golpe.
Marcos apareció frente a ella. Una larga barba blanca y el pelo totalmente canoso enmarcaban una sonrisa casi de niño: ¡No sabés, mi amor, lo que viví! Me llevaron unos extraterrestres y estuve en una nave fantástica … Preparáte un café que te cuento.

VIVIANA ELIZONDO



EL NEGRO Y LOS COLORES PASTELES

Despierta en mi habitación, la ventana dejaba soslayar una luz tenue y ese fue el momento en el que decidí tomar el pincel, mis acuarelas y un pequeño bastidor para pintar, eso que sería parte de mi corazón.
Tomé mi crayón y vi unas hojas que se movían, algunas verdes, otras tornasoladas, azuladas y violáceas rosáceas, amarillentas, amarronadas.
Al principio eran pocas pero vi que aumentaban en número, eran algunas más y vi que eran muchas demasiadas. Vi que tenían formas variadas, vi en una rama un cuerpo brilloso negro, ¡muy negro!, tan negro que brillaba, encandilaba.
Era esbelto, se contorneaba, era delicado. Empecé a esfumar el fondo para que la figura se realce, con sus detalles. Vi un termo, un paquete de yerba y algo calentito p´tomar, en ese cuerpo esbelto tenía orejas, que  escuchaban, cualquier movimiento el crujir de una hoja, el viento, una brisa, un chasquido, un dolor de panza.
Sus ojos profundos verdes miraban el infinito, nunca dejé de maravillarme con esas pupilas más grandes de noche y más pequeñas de día.
Vi un árbol con muchas ramas y mucho verde, mucha vida, mucho futuro, mucho por venir. Vi que trepaba, que se afilaba sus uñas, que boyaba, que subía que el sol le pegaba en su lomo ennegrecido, vi que disfrutaba, que mis acuarelas se esfumaban.
Pasaron los años, y mucho después de pintarlo, el árbol de mi vereda creció mucho extendieron sus ramas, ya no vinieron a podarlo, y cuando zas mi gato creció, empezó a treparlo y vi en él lo que años atrás había esbozado, había imaginado.

MILAGROS SCHUCHARD


LA TARJETA DORADA
 
El sol se cuela entre las rendijas de la ventana que quedó abierta y comienza a incomodarla. Da varias vueltas en la cama, envuelve sus piernas entre las sábanas mientras frunce el seño, sin hacer ningún esfuerzo por abrir sus ojos. De un solo envión, patea las sábanas y el acolchado que caen al suelo. Sigue sin abrir los ojos y comienza a respirar pausadamente, poco a poco relaja su rostro. Serena, abraza con sutileza los almohadones y de repente RING!!!!! Lanza un manotazo que acaba por destruir el despertador. Se sienta en la cama, abre sus ojos y con el seño más fruncido que nunca se observa en el espejo. Después de unos minutos, se levanta y mientras se dirige al baño, hace una parada para sacar la agenda de su bolso. Despacio, con una mano abre el grifo y con la otra contempla la lista de compromisos que le aguardan en el día.
-¡Todavía no estás lista!- escucha a su marido, que además, golpea con ímpetu la puerta -¡Siempre igual! ¡Perezosa, irresponsable hace media hora que tendrías que haber salido!
Temblorosa pasa las páginas de la agenda, que cae al suelo. Se arrodilla y junta los papeles y tarjetas que habían tapizado el suelo. Junta todo, cierra la agenda y la coloca sobre un estante. Se zambulle en la bañera y aguanta la respiración por algunos segundos. Se incorpora, toma la esponja y justo en ese preciso instante la ve. Junto al inodoro, una pequeña tarjeta dorada es motivo de una sonrisa. Se apresura a salir de la bañera, se coloca la bata y toma entre sus manos la pequeña tarjeta. En ese instante, escucha el auto de su marido que sale del garaje. Se contempla en el espejo y sonríe.
Entra en su habitación, toma del placard las prendas que jamás estrenó. Se maquilla y perfuma con entusiasmo. Busca su agenda, la coloca en la mesa del comedor y escribe en ella con letras más grandes que de costumbre; "Te la dejo, la vas a necesitar". Se dirige a la puerta, pero antes de salir hace un llamado, marca los números de aquella tarjeta y dice:
- Esperáme en unos minutos llego.

ESTELA FAVIA



ALMAS SOLIDARIAS

Caminado voy por la calle, viviendo el mundo que me tocó en suerte, y a pesar de mi no videncia, logro percibir, la visión de lo que escucho, de lo que siento. Mi bastón es blanco, ya lo sé, pues al caminar me protege, moviéndolo hacia un lado y al otro, permitiéndome avanzar, sortear obstáculos, doblar en una esquina, descubrir el final de la vereda, esperar que alguien me de una mano al cruzar, subir a un colectivo o a un taxi. Yo veo, veo el alma de la gente que se acerca con su voz dispuesta a dar ayuda, y una mano amiga que toma mi brazo, mi hombro, haciendo mi andar mas aliviado. Seguro voy de que la gente va a mi lado, me hace ver, no estoy solo, yo los veo, los huelo, los siento, los escucho, los palpito. Me transmiten su energía... y así voy, por la calle caminando, observando en mi mente todo lo que me rodea y sucede. Veo más aún, pues me toca bien de cerca, ver el alma solidaria que camina al lado mío.

MARÍA GREVER



¿RECUERDAS AQUEL BESO?

¿Recuerdas aquel beso
que en broma me negaste?
se escapó de tus labios sin querer
asustado por ello buscó abrigo
en la inmensa amargura de mi ser

Cuando vuelva a tu lado
no me niegues tus besos
que el amor que te he dado
no podrás olvidar

No me preguntes nada
que nada he de explicarte
que el beso que negaste
ya no lo puedes dar

Cuando vuelva a tu lado
y esté a solas contigo
las cosas que te digo
no repitas jamás, por compasión

Une tu labio al mío
y estréchame en tus brazos
y cuenta los latidos
de nuestro corazón.

ALBERTO NOGUEROL


UN DUENDE

Un Duende
ronda que te ronda
los espacios
cargado de enigmas
y misterios,
lleva la fatiga
interminable de lo eterno
y el vértigo existente
de lo efímero,
un espíritu rebelde
una esencia sin estancia
arrasador absoluto de todo
lo que encuentra a su paso,
se intersecciona en el vacío.
Su llegada es una huída
a la ansiosa búsqueda
de una maternal galaxia.
El tiempo es una incógnita
un interrogante sin respuesta
un Dios sin templo
ni milagros,
un Rey sin corona
ni palacio,
un duende
orondo y elegante
que ronda los espacios.

ARACELI OTAMENDI


SIN  PALABRAS

.............
En Homenaje al Día del Periodista

Así me sentía, así estaba: sin palabras. El auto pasó a buscarme a las seis. Sí, a las seis. Era un remise alquilado, dispuesto para mí a las seis de la mañana. ¿Qué iba a hacer entre las seis y las once, cuando llegara el avión?
Llevar las revistas a las radios y a los canales de televisión. En eso había quedado con él. Si salía bien, festejaríamos con champagne. Si salía mal, tal vez comeríamos un sándwich en algún lugar.
El avión llegaría a las once, había que ir a Ezeiza. Esperaría una hora, tal vez hora y media antes, aburriéndome en el bar hasta tener la confirmación del horario.
Mientras, camino al aeropuerto el conductor me contaba su drama; su mujer y sus hijos estaban lejos, de vacaciones, en la playa. Cuando ella llegara, porque no la veía hacía dos meses se iba a separar. Para eso había hablado ya con un abogado. Ella no sabía nada, los hijos tampoco. ¿Qué disparate se le había ocurrido? No podía estar lejos de ella tanto tiempo. ¿Y por eso iba a destruir una familia? Le dije. Me miraba a través del espejo retrovisor. Tal vez tuviera razón, dijo. Piénselo, dije, no haga locuras. Entonces yo era una psicoanalista, lo estaba asesorando, ¿tan fácil había sido escucharlo, decirle eso para que cambiara de opinión? El hombre se quedó callado, seguramente pensando en lo que había decidido apenas unas horas antes. Mis palabras lo hacían pensar: no haga locuras, piénselo…
¿Cómo escribir lo que ocurrió antes? Era de noche. El camino asfaltado nos llevaba por la ruta y ahí empecé a ver todo: cada uno que salía de la casa y ataba el caballo a la puerta del garage como si dos épocas transcurrieran juntas; era de noche, y faltaba mucho para hacer el reportaje a ese desconocido que llegaría en un avión, vestido de fama y de honores al que no conocía, al que nunca había visto. Y para eso habíamos arreglado todo: vestirse lo mejor posible, peinarse, estar antes en el aeropuerto y lograr una nota, una buenísima nota porque había que festejar con champagne el éxito de la revista.
Y esto era algo que estaba ocurriendo, íbamos de noche, por la ruta, había visto a varios hombres en las puertas de su casa atando caballos en la puerta de los garajes, seguramente estábamos en la provincia, y también había visto calles inundadas, casas a las que les había subido el agua al techo y los únicos que se salvaban eran los niños, tan niños, tan pequeños, festejando en los techos, saludando y yo también saludaba porque ellos se habían salvado del agua…
El visitante llegó una hora después, el avión se había retrasado. Al verlo me pareció que tenía una actitud de conquistador que llega a nuevas tierras: Francisco Pizarro pisaba América. Lo saludé, me saludó, eso fue todo. Mis palabras fueron: le voy a hacer una entrevista.
Francisco Pizarro - lo llamaré así - no contestó. Nos dirigimos, yo pensaba, al remise que estaría esperando afuera.
Pero no, todo era tan raro que de golpe se había hecho de noche, afuera del aeropuerto y alrededor todo estaba oscuro, apenas iluminado con algunas estrellas.
Un auto estaba esperando a Pizarro y el remise que debía esperarnos se había ido. Tal vez el conductor iba a buscar a su mujer y a las hijas a la playa lejana.
Pizarro indicó el auto como si yo supiera lo que me decía: dentro del auto estaba una mujer y otra pareja, la radio a todo lo que da tocaba música de tango. La mujer y la pareja comían trozos de sandía y el chofer esperaba que Pizarro y yo nos acomodáramos. No tuve más remedio que pensar que todos eran extranjeros: querían escuchar tangos en Buenos Aires y querían hacérmelo notar, que yo supiera que a ellos les gustaba esa música y que también comían una fruta como la sandía porque era verano y se acomodarían a cualquier cosa que les ofreciera la gran ciudad.
Ya estaba en el baile y había que bailar. El auto disparó por la autopista y me pregunté hacia dónde. Yo tenía otros planes en mente: hacer la entrevista, editarla, llevarla a la revista y de ahí seguir y a otra cosa.
Pero después de unos diez minutos el auto se detuvo en una especie de restaurante. Pizarro seguía mudo, y yo pensaba en las preguntas que iba a hacer para que la entrevista saliera lo mejor posible. En el lugar, todo se había dispuesto como un espectáculo. Parecía más una pulpería antigua, hecha a propósito para turistas. Nos sentamos, pedimos un café, bebidas. Y entonces apareció el mago y se dedicó a hacer sombras, animales en una pantalla. Eran sombras chinescas y afuera, por la ventana se veía la noche azul, oscura, como en un cuadro. Y yo me preguntaba qué estaba haciendo ahí, en ese lugar, con una entrevista y mil preguntas en la mente, cómo explicaría lo ocurrido, cómo explicarme a mí misma esa situación…
la mente, cómo explicaría lo ocurrido, cómo explicarme a mí misma esa situación…
-¿Otra vez escribiendo? - preguntó él, varias horas después que Pizarro, la mujer y la otra pareja llegaron a un hotel céntrico y yo me fui tan desconcertada como lo había estado a partir de la llegada del personaje…
- Sí - otra vez
- Me imagino que habrás hecho una buena entrevista, el personaje daba para mucho.
- Sí, tal vez
- Lo decís dudando…
- Es que … no sé, cómo decirlo…
-¿Por qué?
- Es un personaje que no habla.
- ¿Y entonces?
- Nada, entonces, nada. No dijo una sola palabra desde que pisó Buenos Aires.
-¿Qué hizo?
- Escuchó música de tango y comió sandía.
- ¿Y no podés escribir algo sobre eso?
- Lo estoy haciendo
- Quiero leer la nota esta tarde, apuráte.
Era cierto. El personaje no había dicho una sola palabra y yo me había olvidado de relatar algo: durante el viaje desde el aeropuerto hasta el hotel, antes de llegar al restaurant nos encontramos con unas ovejas. No eran ovejas comunes, eran azules, verdes, de color naranja. Algunas estaban esquiladas y envueltas en lanas de colores brillantes, fosforescentes. Pizarro y la mujer se empeñaron en tocarlas. Las ovejas, muy contentas cruzaban el camino de un lado a otro. Y era entonces que nadie tenía palabras para explicar lo que ocurría. Y por eso escribo, por eso escribí esto, para dar testimonio. Porque hacer la nota con ese personaje mudo fue imposible, no dijo una sola palabra. Y tengo que cumplir, entregar la nota como sea, esta tarde es el cierre de la edición, y seguramente no habrá champagne como habíamos planeado, tal vez un sándwich, tal vez, quién sabe.

Publicado en la revista Con voz propia, dirigida por Analía Pescaner

MARA ROBLEDO

EL POLVILLO DE LA PÁGINA MARCADA

Esta vez le toca a Carmen mudarse. Hoy cumple 30 años. A la dueña del Residencial de los Viajantes, no se le escapa la edad de sus empleadas. Las quiere jovencitas. Cumplidos los 30, deben irse. Esto es un trato que las empleas suscriben de entrada.
Con todo, a Carmen le cuesta saberse en la calle. El tiempo y el espacio se le han vuelto por demás tangibles. Tiene 30 años y ha quedado en la calle. Parece mentira, piensa. O eso cree que está pensando. La mente no se expresa únicamente con palabras. La voz en off de alguien que piensa, es un recurso del cine. No es cierto que se piense en voz alta. Las palabras nunca son lo bastante precisas. Las imágenes, tampoco.
Carmen no lo puede creer, si eso es decir algo. Hace un momento, descendía por una escalera, en el interior luminoso del Residencial, cargando con unas pocas ropas y unos cacharros de cocina... ah, y "The Woman at the Whashington Zoo", el libro de Randall Jarrell que le regaló el viajante de "Lamium", poco antes de que la editorial se fundiera. Los ventanales traslucían un resplandor empañado de luz verdosa. El brillo de un solo árbol, desde la vereda, esmaltaba la blancura del interior. Ahora Carmen parece desandar imágenes cóncavas, ecos blandos de un sueño. El fondo de la calle por donde camina, vacila en los pasos de un hombre y una mujer -una pareja de hombre y mujer, es evidente- que avanzan contra la resolana. Como esquemas de moldes de costurería, el busto rojo, la oscura pollera acampanada de ella, y la camisa inflada, el pantalón azul remarcando las piernas encorvadas de él, se juntan y se separan, se superponen y recuperan el tono diferenciado de cada pieza -ella resaltada por sus ropas, él por las suyas.
Hace un momento, una música maquinal colmaba hasta el último rincón del edificio, como ahora el reflejo de sus acordes metálicos vibrando por las vértebras de Carmen. La empujaba, la música la empujaba a subir por la escalera hasta el altillo que estaba desocupando. Al salir, cargando con su equipaje deforme, sintió que la música crecía hacia fuera, ayudándola a despedirse de algunas cosas, lo que no significa que esas cosas la saludaran. Las cosas no saludan a nadie, y nadie es una mujer que cumple 30 años y está en la calle.
Encandilada por el asfalto, ha buscado a tientas la puerta de un bar. Nadie adentro, nadie más que el mozo mirando a un comentarista deportivo en el televisor. Sentado en la barra, no ha girado en la banqueta, sigue de espaldas a Carmen. 10 minutos así, lleva Carmen con el libro de Jarrell abierto sobre la mesa, cuando un golpe de aire del ventilador de techo descubre la página 181, marcada por una mancha pálida. Carmen huele entre sus dedos el polvillo de un pimpollo prensado. Fue esa última noche con el viajante de "Lamium", cuando le regaló el libro, que Carmen se reía a gritos viéndolo acuclillado en la cama, sin conseguir una mínima erección. El viajante no paraba de decir: "Pensé: si no pasa nada... Y no pasó nada. Aquí estoy." Se reía de sus palabras enigmáticas. Carmen no sabía que el viajante estaba citando a Jarrell. Ahora sí, ha empezado a leer ese poema, "La cara", en ese libro de nombre sugestivo, "La mujer en el Zoológico de Washington". Carmen ha desempolvado su espejo.

  (Santa Rosa, La Pampa)

NORMA PADRA



ABISMO

El más espumoso vino del abismo
cauteriza un instante de tristeza
la perdida de un dios
en el ritmo del océano.
El ritual de un oficio
fermentado destino de
un cuerpo olvidado;
de tu nombre frágil
trémulo, se revela
como fiera subterránea.


FLOR

Nunca besé un poema,
aunque él esté aquí
rozando suavemente
             mis labios,
en las horas
      de los
             más
dolorosos
             silencios.
Y dejo
una flor en él,
para compartirla
            contigo.


 COSTA

Llega el atardecer
la playa de oro
arde.
Hay un mar
                  nocturno
y otro más
                  con luna
reflejada
hasta la madrugada.
Y otro mar
más profundo
de sabor amargo
con arrecifes sangrantes
sediento
que me apuñala.


FRAGIL

El corazón del ángel
        viste orquídeas
                  blancas
para los niños muertos,
los que abrazaron las estrellas
                   solitarios
olvidados
              deshabitando
los secretos de las palabras.

sábado, 4 de junio de 2011

LILIANA B. LA GRECA


CASI LLUVIA

La sensación extraña de esa gota que fluía pausada y libremente por el camino sin rieles de mi espalda, me anunciaron otra vez la llegada del verano.
Será por eso que el mal humor se empecinaba en aflorar caprichosamente en cada una de mis acciones del día.
Soportar la interminable cola fuera del banco, los eternos e infaltables cortes de luz, los ocho pisos por escalera después de todo un día de trabajo y el calor de la hornalla, incisivo e imperturbable flameando ante a mis ojos como burlándose frente al castigo de cocinar ese día.
Quietud. Ni una sola gota de aire. Gotas y gotas. Gotas de agua para cuidar, porque el motor hace casi un día que no puede subir agua al tanque del edificio… Gotas, las que veo caer desde mi balcón, provenientes del aire acondicionado del vecino del edificio iluminado de al lado... El ruido de aquella gota que cada noche perfora mis silencios desde la canilla del baño…
Golpean la puerta y al abrir… la gota que rebalsó el vaso…

GLADYS LUNA


EL DÍA QUE TE PERDÍ
 
Era una tarde fría, gris, de lluvia, del mes de julio. Comenzaba la hora de literatura, yo sentado debajo de la ventana; a mi lado Martín, inquieto, distraído, conversador. Ese día cuando ella comenzó a leer, se notó que no era un día más. Generalmente mi compañero ante las historias o cuentos, se reía o realiza bromas en voz baja.
Pero ese día se podía notar que estaba concentrado, expectante.
Quizás fue la historia de una abuela que cuidaba desde muy pequeño a su nieto lo que lo atrapó, las frases que escuchaba, las estrofas de canciones, a medida que la vida de la abuela se apagaba en el cuento los ojos de Martín brillaban, como si algo recordará.
De pronto se abrió la ventana, por ella apareció la abuela Anita, que se me acercó y me dio un beso en la frente como siempre, yo no sentí vergüenza a pesar de estar junto a mis compañeros, después me regalo una caricia, su sonrisa tranquila y se esfumó tan rápido como había aparecido, sin que pudiera emitir palabra.
Cuando finalizó el cuento, sonó el timbre y con él llegó la hora de retirarse, al ver a mi mamá en la puerta, sus lágrimas se confundían con la lluvia, yo ya sabía porque lloraba.

SILVINA M. SÁNCHEZ



LA LIBRERIA

Ingresé a ese lugar y la primera sensación que tuve fue de frescura, tal vez porque venía de la calle y el día se presentaba muy caluroso y húmedo lo cual me molestaba mucho… en cambio aquí todo era diferente, un aroma a perfume floral inundaba el salón fresco por el aire acondiciona, el ambiente era confortable y bastante tranquilo.
Comencé a avanzar con mi fiel amigo (el bastón blanco) que me acompaña a todos lados, el lugar parecía bastante desolado.
Continué caminando en forma pausada intentando acercarme hacia donde escuchaba voces, aún algo alejadas, cuando de repente me choqué con unas sillas y una pequeña mesa que se encontraba en el lugar. Entonces me di cuenta que estaba en el sector de lectura y que el ambiente estaba tranquilo.
Retomé la marcha por el camino inicial y de repente sentí que se me acercó alguien, que muy gentilmente, me acompañó hasta el sector de ventas de libros.
Al llegar allí un gran murmullo inundaba el lugar, voces de chicos, vendedores, ruidos de una máquina (tal vez la máquina registradora). Me quedé ahí con un número en la mano esperando ser atendido...

MÓNICA ISCHIO



EL BIKINI AMARILLO 

Apenas tenía 17 años, se supone que es una edad donde una se ve espléndida, sin embargo nunca me lo creí, trataba de estar al último grito de la moda pero siempre caía en la "MODA CLÁSICA".-
Hacía mucho frío, era el 29 de Julio, el día que se casaba Lady Dí, caí enferma con muchos vómitos, y a medida que pasaba la semana, iba bajando de peso, 1 kilo por día; diagnóstico: Hepatitis.-
Mi estómago no aceptaba nada ni siquiera las cucharitas de seven up, que me daba mi mamá.-
Después de 3 días, sin alimento, me costaba levantarme e ir al baño, estaba tan débil que me sostenía de las paredes.-
Mi padre me llevó al Hospital a upa para sacarme sangre y ahí ratificaron la enfermedad, con el clásico 45 días de cama.-
Nadie podía visitarme por el contagio así que hablaba por teléfono con voz moribunda.-
Lo que más recuerdo de ese momento, fue cuando fui a bañarme y me conté las costillas, y en mi soberbia tipo modelito quinceañera, pensé: por fin voy a poder usar bikini….

UNA LEYENDA...


LEYENDA DE LAS AGUAS TERMALES DE COPAHUE
Publicado en la revista El Mangrullito Patagónico, dirigida por Paulina C. Uviña

Las leyendas pretenden explicar el origen de las cosas a través de la ficción.
Y los mapuches, que vivían cerca de la cordillera de los Andes, también lo hicieron para narrar el porqué de las aguas termales de Copahue.
Ellos cuentan que Copahue era el nombre de un cacique muy guerrero y valiente, temido por todas las tribus cercanas.
Sin embargo, pese a esa fama, dicen que su batalla más terrible la libró solo y fue por amor y no por ambición y así lo cuentan:
"Una tarde, Copahue y sus hombres regresaban de Chile cuando el viento constante, que los había acompañado desde el inicio del cruce de la cordillera, empezó a soplar cada vez más y más fuerte, hasta convertirse en un verdadero huracán levantando polvo y haciendo volar hasta las piedras. Grandes rocas comenzaron a rodar ladera abajo amenazando a la expedición que continuaba avanzando penosamente.
Finalmente, un derrumbe disperso a los hombres de Copahue y este quedó solo y herido por los proyectiles que el viento había lanzado contra su cuerpo. En esas lamentables condiciones intentaba orientarse en la semioscuridad del crepúsculo y encontrar un refugio para pasar la noche. Entonces divisó un resplandor hacia donde se dirigió para descubrir la curvatura de un toldo iluminado por el fuego.
Debajo de ese toldo encontró a una bellísima joven que le dijo:
-Hola, Copahue, podés entrar. Mi nombre es Pirepillan.
La hermosa muchacha curó las heridas de Copahue y cuando ya se retiraba le predijo:
-Estoy segura de que llegarás a ser el más poderoso de los mapuches, pero eso te costará la vida.
Copahue, mientras regresaba a su pueblo, no hacía más que pensar en Pirepillan sin darse cuenta de que se había enamorado perdidamente nada menos que de la hija de la montaña, el hada de la nieve.
Y tal como se lo profetizara Pirepillan, Copahue llegó a ser el más grande, rico y poderoso cacique mapuche, admirado y temido por todos.
No obstante, el recuerdo de la bella joven lo acompañaba siempre y ninguna otra mujer podía complacerlo. Entonces, salía a caminar solo, con la esperanza de encontrar nuevamente aquel resplandor en la montaña que le había hecho conocer a Pirepillan.
Un día, un mapuche que venía del Norte, contó la el hada de las nieves estaba presa en la cumbre del volcán Domuyo, donde un cóndor de dos cabezas y un tigre feroz cuidaban de que nadie se acercase.
Copahue decidió ir a rescatarla y, bordeando la Cordillera del Viento y siempre siguiendo hacia el noroeste, se preparó para escalar la gran montaña.
Los machis de la tribu trataron de desalentarlo y le explicaron que se trataba de un hechizo y que, por lo tanto, no debía ir y agregaron que para vencer ese hechizo necesitaba un talismán especial, más valioso que el oro y más fuerte que el poder.
Pero el amor que Copahue sentía por la hija de la montaña fue más fuerte que las palabras de los machis, y partió.
Escalar el Domuyo era una aventura difícil porque la ladera rocosa, casi sin puntos de apoyo y llena de filos y puntas traicioneras, lo ponían en peligro de caer al abismo a cada paso.
Pero Copahue estaba tan decidido a salvar a su amor, que continuó subiendo y le rogó a Nguenchen que lo ayudase y le diera la oportunidad de luchar contra el temible cóndor de dos cabezas y el feroz tigre, a cambio de toda su riqueza y poder.
Y Nguenchen escuchó su ruego porque, inmediatamente, Copahue divisó el resplandor que brotaba de una grieta de la montaña, pero antes de poder llegar, un enorme puma colorado se abalanzó sobre él. Copahue rechazó el ataque con su lanza y el tigre cayó al abismo.
Al entrar en la caverna, Pirepillan dijo:
-Por fin llegaste.
Copahue iba a abrazarla cuanto el cóndor de dos cabezas arremetió ferozmente dando picotazos con sus dos poderosos picos. A Copahue solo le quedaba su pequeño cuchilo y con él se defendió y pudo cortarle las dos cabezas.
Pirepillan guió a su salvador por una pendiente que ella conocía, accesible y empedrada de oro.
Copahue, sin creer lo que estaba viendo, gritó:
-¡Era verdad!, este es el famoso tesoro de Domuyo...
Pero Pirepillan no le dejó tomar una sola pepita y le dijo:
Copahue, el tesoro siempre fue da la montaña y vos no subiste hasta acá por el oro. Ya estamos juntos y no necesitamos más.
Y así regresaron hasta el pueblo de Copahue, donde vivieron felices durante muchos años. Sin embargo, la gente del pueblo nunca quiso a Pirepillan porque pensaban que por culpa de ese amor, su jefe había dejado de ser el gran guerrero que ellos querían y admiraban y, cuando los mapuches de Chillimapu los derrotaron y mataron a Copahue ellos decidieron vengarse matando a Pirepillan.
Ella, condenada a morir, invocó con todas sus fuerzas a su amado que una vez la había salvado:
-¡Copahue, Copahueee...!!!
Su grito enfureció aún más a los mapuches que se apuraron a derribarla y con sus lanzas hicieron brotar su sangre transparente de hada de la nieve.
Es por eso que allí, en ese mismo lugar, al pie de la montaña, aún hoy sigue corriendo su cuerpo deshecho convertido en agua sanadora.