martes, 17 de febrero de 2015

Negro Hernández



      Tres Amigos, crónicas de café Negro Hernández

Mientras el sol de enero rebota en el empedrado de la esquina del Tres Amigos aprovecho parte de mis vacaciones para corregir las pruebas de imprenta de mi próximo libro que se publicará en el mes de abril. Como en el local del café no hay equipos de refrigeración -sólo cuatro ventiladores de techo que parecen molinos de viento quejándose en cada giro- vengo al atardecer después una buena siesta.
 El café está vacío, el Gordo, Sandoval están en algún lugar de la costa, y Rogelio viajó a Galicia para realizar su sueño: encontrarse con su primera novia que ahora es una viuda apetecible, así lo cuenta. Joaquín atiende el negocio con tanta fiaca que hay tardes que me da lástima hacerle un pedido.
 Me siento a mi mesa que a esa hora la cubre la sombra, abro la carpeta con los textos y con un resaltador voy releyendo y marcando los errores o los párrafos que merecen una modificación. “Tres Amigos, crónicas del café” se llama, es una selección de los relatos aparecidos en Redes de Papel, además mi hijo menor prometió ocuparse del diseño de tapa y de las fotos.
 Cada relato lleva la fecha de publicación, el primero fue “Café para melancólicos” de mayo de 1999 y lo siguen muchos más hasta nuestros días. Cada lectura me remite al momento en que fuera escrito. Es una sensación extraña retornar al pasado hecho palabras. Pensamientos, textos, emociones, paisajes, vivencias, imágenes que uno creía perdidas vuelven sin pedir permiso para ser vividas de otra manera. El pasado vuelve como ficción, el presente se ha perdido para siempre.
 Algunos de mis relatos me parecen ajenos, otros los reconozco como propios, unos pocos adquieren una dimensión muy distinta a la original y aquellos que me parecían discretos hoy se convierten maravillosos. El paso de los años nos muestra que la realidad cambia, los otros cambian y uno también cambia, todos a distintas velocidades. Me doy cuenta viendo a mis personajes actuar en cada cuento y me pregunto qué tendrán que ver conmigo.
 Repasando advierto que otro tema recurrente es el de la mujer “Todas la mujeres son Marta”, digo en uno de ellos y cualquier lector distraído se dará cuenta que las Martas que desfilan son más de una. Mujeres frágiles, autoritarias, demandantes, preciosas, crueles, devotas, fundamentalistas, madres, hijas, prostitutas, y todo el universo.
 De repente ha anochecido, una pareja habla en un rincón tomados de la mano, ninguno de la barra está presente y Joaquín bosteza detrás del mostrador. Me levanto para estirar las piernas y salgo a fumar un cigarrillo bajo la luna llena de Barracas, que es más luna. Alzo la mirada y creo ver en un primer plano al Flaco Gardel junto a Don Anselmo, detrás de ellos reconozco a El piano de Boris y Simplemente ella cantando un tango. Apago el cigarrillo con el pié izquierdo y entro al café.
 Es hora volver, pienso, me siento abrumado por el desfile de emociones que movilizan la lectura, guardo en la carpeta los borradores y dejo sobre la mesa 20 pesos.
 Salgo a caminar un rato antes de volver a casa. La noche de Barracas es más noche y los fantasmas me acompañan: Abel, el acariciador, Tito Sánchez, el cantor de boleros, el tordo Jorge, El Mirón de Palermo, Oliverio, El loco de los naipes, Beto, Mariulo, Ramón, la barra de Librepensadores, Marcos Portela, Rosendo Luna, y muchos más escondidos entre las sombras. Llego a mi casa y lo veo parado en la esquina como esperándome…
 Buenas noches maestro, le digo. Hola Negro, me contesta apretándome en un abrazo Alberto Marino.

Ana Romano



Poemas Ana Romano

AÑORANZA
Asomada al recuerdo
emerge
tu
figura soberbia
autoritaria
desprotegida
En aridez
sembraste
diminutas semillas
La muñeca impávida
detecta
cómo llega la muerte
Despido
en cuanto salpica
un hálito de destellos.

CAUTIVO
Se sacude inquieto
aletea
Aun agobiado
se rebela
Mientras lo acordonan
en el intento de
aplastarlo
chilla
hiende
rasguña
Dispuesto
a salir (se)
además gime.

DESCARTABLE
Arrastra
marginado
el cuerpo
La búsqueda
devuelve
miseria
El viento
entumece
¿Prosigue?
desnudo
Las ruedas pesan
e insiste
El hambre
traspasa su sombra
Sueña
con una frazada.
La matanza
coagula
El quejido
secciona
El soporte aflige
escarba
amputa
Inocula
-estéril
roto
perplejo-
autonomía.

ESBOZO
Sobre la mesa
de un bar
apoyada
una taza blanca
de café
El aroma
acaricia la mirada
ausente
Las manos
aferran la ilusión.

Marta Becker


                       LA VIDENTE Marta Becker


Doña Carolina, que se hacía llamar Madame Charlote, era una mujer entrada en años y carnes. Su tarjeta de presentación rezaba
 “Madame Charlote, vidente, tarotista, curo mal de amores y mal de ojo y las repartía entre conocidos y desconocidos.
Era versada en el arte de la adivinación y para atender a su clientela se vestía especialmente, un pañuelo floreado en la cabeza, pollera larga en tres paños y blusa blanca inmaculada sobre la que colgaban varios collares con cruces, estrellas, diversas imágenes de santos y otras chucherías.  En el centro de la habitación en donde recibía a  los clientes tenía sobre una mesa redonda cubierta con un mantel de terciopelo negro la clásica bola blanca en donde leía el pasado y el futuro. Tiraba las cartas del tarot con inteligencia y era buena intérprete de los distintos arcanos, se descomponía con bostezos y náuseas cuando curaba el mal de ojo y tenía siempre a mano la tinta china para atacar la culebrilla.
Conocía todas las propiedades de los yuyos y era maestra en preparar pócimas para el amor, el odio, la venganza y otras yerbas. Hasta tenía una gallina guardada en una jaula, que sacaba en ocasiones especiales para pasar alrededor de un cuerpo poseído, mientras entonaba cánticos guturales y algún que otro grito.
La propaganda boca a boca le había hecho ganar fama y fortuna, ya que hasta los más ricos y encumbrados –artistas, políticos, empresarios- la consultaban. Los temores propios de la inseguridad interna los llevaba hasta ella y salían de la consulta con esperanzas o curados, según de que tema se tratase.
Cierto día se presentó ante doña Carolina una pareja toda acongojada, que le contó sus males, que no eran pocos. La mujer comenzó su trabajo de videncia, se esmeró en ofrecer las posibles soluciones, mientras le decía que confiaran en ella y así saldrían adelante.
Los clientes se deshicieron en agradecimientos, se levantaron y antes de retirarse sacaron sendos revólveres y le pidieron con toda amabilidad a madame Charlote que les diera toda la plata que tenía y las alhajas. Sumaron a todo esto los dos televisores, la compactera, la procesadora de alimentos y también la aspiradora.
Contrario a sus aptitudes, la vidente no pudo predecir su propio futuro. Si hasta se llevaron la gallina, con jaula y todo.

 

José Agustín (México)



                              Primeras lecciones
                                José Agustín  (México)

A los siete años de edad me enamoré durísimo de una niñita de la escuela que se llamaba Lilia y que no sabía de las leyes del amor. Yo tampoco, claro, pero antes de conocerlo, lo adiviné, sí, llegó en el momento en que lo esperaba, no hubo sorpresa alguna cuando lo hallé. Aunque apenas sabía escribir por inspiración no quedaba y le dediqué largas cartas encendidas, te amo con locura, eres el diamante más bello de los cielos, quiero besar tus labios y mirar tus ojos hasta morir. Mi tía Juana no daba crédito y me veía entre pasmada y divertida. A mi hermana Ciénaga le daba risa. Yo flotaba. Un día la niña Lilia fue conmigo a la azotea de mi casa y le di un beso. Se rió antes de irse corriendo. Pero entonces, oh fatalidad,   su familia se mudó de casa y la escuincla pasó a otra escuela. Yo no sabía qué hacer en esos casos. Como que había que llorar, pero no me sentía triste. Nada más me gustó mucho besarla a pesar del saborcito del chicle.
Mi tío Lucas se dio cuenta de mi estado de ánimo y le conté mis desventuras. Entonces, muy serio, me dijo: Es mi deber de tío enseñarte todo sobre las mujeres. Empezaremos mañana, cuando las clases de la tarde de Juana, y tu hermanita se va al inglés. Pero no le vas a decir nada de esto a nadie, ab-so-lu-ta-men-te a nadie, ¿entiendes?, esto es entre tú y yo nada más, ¿lo juras? Júralo. Sí lo juro, respondí, muy serio. Casi hice el saludo a la bandera. Pero yo no me había dado cuenta de que mi tío Lucas era un vecchio sátiro, el libertino-transa-oveja-negra de la familia, incluso un tiempo iba a esas sesiones de Erotómanos Anónimos donde los calenturientos se reforzaban los ánimos para vencer los demonios de la lujuria y del priapismo. A mi tío le encantaban las mujeres y todas las posibilidades del sexo.
Al día siguiente sacó una revista de encueradas y me la enseñó. Me quedé estupefacto. ¿Te gustan?, me preguntó. No supe qué decir pero no paraba de ver los desnudos. Entonces se rió y disertó: las cosas del sexo eran Muy Importantes en la Vida y, como lo prometió, me iba a enseñar para que en la escuela no me vieran como menso que no sabe nada, sino que, al contrario, yo fuera el Jardinero que Corta las Mejores Flores. La revista era de esas gringas "ginecológicas", creo que un Hustler, que enseñaban todo el rosado túnel hasta la matriz, y él me identificó y me fue explicando la función y operación de la vagina, la vulva, el clítoris, los labios mayores y menores; en fin, todo el peludo o rasurado misterio.
Después me habló sobre el pene y los órganos reproductores masculinos, y como en esas revistas todavía no había hombres en traje de rana, sin ningún pudor pero también sin ninguna idea turbia ni la menor intención incestopederástica, de hecho muy serio, casi como un riguroso académico, se bajó el pantalón, los calzones, y me enseñó sus genitales, que me parecieron enormes. Después me hizo que yo le mostrara mi pitito, todo es igual, ¿ves?, me dijo, sólo que tú estás chiquito aún y esa lombriz con el tiempo se va a convertir en La Poderosa Serpiente de las Cavernas. También te van a salir pelos, como a mí, ¿cómo la ves? No, pos bien, contesté, sin saber qué decía, pero me había puesto rojo, rojo. Nunca sabía qué decir. Bueno, ahora te voy a enseñar cómo se para esta onda, me informó, y con unas cuantas sobadas logró una erección en segundos. Me enseñó entonces "la técnica correcta de la masturbación", y después de un rato de briosas manipulaciones estiró las piernas, murmuró ay Dios ay Dios y aventó chorros de semen. Esto se llama venirse, o eyaculación, me explicó con un aire docto más bien jadeante. Después me mostró libros de anatomía y de arte con ilustraciones y fotografías de los órganos femeninos, que me intrigaron más que en las revistas. Me pasaba horas viéndolos. En especial me dejó hipnotizado el cuadro de una mujer con las piernotas abiertas y todo el matorral por delante que se llamaba El origen del mundo.
En la siguiente ocasión mi tío y maestro llevó revistas más peludas y libros que ilustraban gráficamente el acto sexual en sus numerosas posiciones, mientras él me indicaba las más ricas y las de acróbata. Me explicó la felación, cunnilingus, culilingus, escrotolingus; sesenta y nueve, sodomía, las formas de amor de los y las homosexuales, consoladores y juguetes sexuales, afrodisíacos, además de sadomasoquismo, bestialismo, paidofilia. Pero nada de esto le gustaba, él era un pervertido, pero decente, le gustaba la anarquía, pero con orden. Y ahí estaba yo, a los siete años, anonadado con el gran espectáculo del sexo que entendía a medias, pero que mi intuición recibía como propio. En esas tremendas e ilustradas lecciones mi tío también me indicó cómo tocar, acariciar, rozar, presionar, apretar y a mover la verguita con ocasionales rozones, apretones y pulsiones al glande y los testículos, que en mi caso entonces eran casi invisibles.
Al poco tiempo de prácticas empeñosas de pronto se me paró. Creo que antes alguna vez había tenido una erección, pero esa vez ocurrió porque yo la había convocado a través de recordar "el origen del mundo" y de la manipulación de mis genitales tal como me enseñó mi tío. A partir de entonces empecé a tener erecciones casi a voluntad, lo cual era insólito pues a sólo a algunos de los niños les había ocurrido una que otra vez, cuando menos se lo esperaban y sin saber qué pasó, es decir: de balde.
No fun. Un día les enseñé a los chavitos cómo se me paraba y se quedaron idiotas. Y mi tío Lucas se tiraba de la risa cuando le mostré cómo lograba aprestar mi calibre 4 cm. ¡Bravo, bravo, mhijito!, es increíble que se te paralice tan fácil, no hombre, me dejas pendejo..., ¿pues a qué edad se me habrá parado a mí?, se preguntó después. Yo cumplía con todo el rito masturbatorio y me lo apretaba suavemente de arriba abajo. No me salían los chorros de semen de mi tío y de hecho no me salía nada; sentía rico, pero tampoco era algo del otro mundo, o al menos en ese momento.
Una vez mi mamá salió de viaje un fin de semana; dijo que a una excursión de la escuela pero ya sabíamos que se iba con Manuel. Y Ciénaga aprovechó para pedir permiso de dormir en casa de una amiguita. Como nos quedábamos solos, mi tío Lucas dijo: a toda madre, ora nos vamos de putas. Esa vez tenía dinero. Como a las nueve de la noche, cuando ya me estaba durmiendo frente a la tele, Lucas me sacudió, me dio un café con leche y me dijo vámonos muchacho, hay que cumplir con el deber.
En un taxi llegamos al cabaret La Concha de Afrodita, donde el de la puerta le dijo: Nhombre,   Lucas, ¿y ora? ¿A poco quieres que te deje entrar con esta mirruña? Te presento a mi sobrinito Onelio de la Sierra. Es un niño muy avispado y le estoy enseñando cómo es la onda con las mujeres, respondió afable pero serio mi tío Lucas. El portero nos miró un buen rato, sopesándonos. Bueno, pásenle, pero a ver si no nos acusan de perversión de menores, dijo. Y entramos. Estaba lleno. Una orquesta tocaba música tropical ensordecedora y en unas plataformas, como terrazas, cuatro chavas bailaban en bikini con luz muy baja en momentos y potentísima en otros.
Lucas conocía a mucha gente. Me presentaba: éste es mi sobrinito Onelio, no me lo van a creer, tiene siete años y ya se le para. Todos reían y me frotaban la cabeza porque no sé quién salió con la jalada de que "traía buena suerte despeinar a un niño que ya se le para". Yo estaba contentísimo porque era como la mascota de la bola de borrachones y pirujas. La gente bailaba en la pista y de pronto casi se me salieron los ojos cuando las chavas de las plataformas se quitaron el brasier y siguieron bailando con los pechos al aire. Están bien buenas, ¿verdad?, me deslizó el tío Lucas, con los ojos chispeantes.
Se la había pasado platicando con medio mundo pero después nos fuimos a un apartado nada menos que con dos de las bailarinas, Fulgencia y Alborada. Como todos ahí, ellas también me hicieron muchos cariños y se rieron al enterarse de mis hazañas eréctiles. Lucas les explicó que me estaba dando clases de sexualidad y las invitó a un hotel para ilustrarme. Ellas dijeron que no, qué pasó, cómo creía, jamás irían a un hotel con un niñito, era una desvergüenza contranatura. Pero él les dijo que yo estaba enteradísimo; en esta época, argumentó, los niños ya saben todo, éste les puede dar clases. Pero no va a participar, nada más va a aprender en vivo, en directo y en caliente, lo que ya ha visto en libros o que yo le he explicado.
Total, las convenció, y ahí te vamos a un hotel que estaba a media cuadra y se llamaba, palabra de honor, El Pisotón. En el cuarto siguieron bebiendo, se quitaron la ropa y las dos se besaban con mi tío; él pasaba de una a otra hasta que las dejó solas en la cama, se sentó en el suelo junto a mí y me dijo: Ahora vas a ver el amor entre mujeres. Ellas se trenzaban más   divertidas que otra cosa por las instrucciones didácticas de mi tío, quien nunca perdía de vista que se trataba de un trabajo de campo. Un sesenta y nueve, por favor muchachas, indicaba, ahora muéstrenle a este niño cómo se frotan las cucas. Ellas lo hicieron y él no aguantó más, así es que regresó a la cama y se cogió a las dos.
Yo presenciaba todo con la impresión de un sueño delirante y enmudecedor. Realmente me gustaba verlos, me quitaba el aliento, no podía decir nada y sólo sentía mucho calor, no lo aguantaba; supongo que por eso tuve una de mis para entonces prestigiadas erecciones precoces, lo cual motivó las risas y el relajo de las muchachas, pero mira a éste, deveras se le para muy bien el pirulí. Fulgencia estaba ocupada con mi tío pero Alborada fue conmigo. Sonrió con ternura antes de tocarme el peneque, está bien duro tú, y tan chiquito, duro, duro, le dijo a nadie; suspiró y después me revolvió el cabello. Este niño va a estar muy bien de grande, comentó. Sin dejar de moverse encima de Fulgencia mi tío sugirió: Déjalo que te toque las teclas, nomás pa que sepa cómo se siente. Ella sonrió, tomó una de mis manos y la frotó contra su seno, suave y duro a la vez. Ahora el pozo de los secretos, indicó mi tío. Mi mano entonces conoció las insondables humedades vaginales mientras el corazón me latía con campanillazos locos y de nuevo no aguantaba el calor. Ya con eso, no vayan a decir que a mí me gusta con los beibis, dijo, y mi tío, sin dejar de taladrar a Fulgencia, respondió sí, sí, ésta no es paidofilia sino una seria, rigurosa y científica investigación sobre sexualidad. Todos rieron. Después Lucas les pagó, se dieron de besos siempre entre risas, ah qué cosas tú, todos contentos y yo también. Nunca olvidé esa noche y lo único que lamenté fue no haber llevado la cámara de video, porque hubiera tenido mi primera producción tres equis. Cuando llegamos a la casa seguía alucinando, con la cabeza llena de luces y una sensación intoxicante, febril, desfalleciente pero deliciosa. Apenas me pude dormir y tuve puros sueños eróticos.

Alejandro Jodorowsky



Mensajes para transmitir a cada miembro de la
                        siguiente generación
                                                  Alejandro Jodorowsky

1.-Eres un ser deseado. Estás aquí porque el Universo lo quiso.
2.-Siente que eres libre de ser lo que eres, no permitas que nada ni nadie te etiquete, ni te imponga guiones que no se corresponden con tu autenticidad.
3.-Cada ancestro de tu árbol es un don que hay dentro de ti para ser usado a tu favor y al
de todo el Universo.

4.-Aprende a no pedir amor, simplemente ama.

5.-Cree en los pequeños milagros de cada día y atiende a las coincidencias, en ellas hay mensajes ocultos que te guían en el correcto camino.

6.-Cada día, haz un acto generoso con alguien cercano.

7.-Si en tu árbol genealógico hubo traumas, sánalos actuando.

8.-Déjate guiar por tu cuerpo, es sabio. Él te alertará de las situaciones de las que debas alejarte, sintiendo tensión y malestar. También te dirá cuando estás alineado con lo que eres, sintiendo relajación y bienestar.

9.-No contamines tu cuerpo con tóxicos o una mala alimentación.

10.-En cuanto puedas, sé independiente. Trabaja utilizando tu creatividad y hazte adulto.

11.-Escribe un poema cada día.

12.-Busca y provoca situaciones que te hagan reír.

13.-Tiende a compartir, a colaborar a ser solidario.

14.-Cuando tengas problemas, puedes analizarlos, puedes hablarlos, pero ten por seguro que hasta que no actúes no se producirá la transformación.

15.- Siente GRATITUD por todo lo que te regala el Universo.

16.- Recuerda que nada en este plano de existencia perece, sino que se transforma.

17.-Lee, estudia, conoce… experimenta por ti mismo.

18.-No te apegues a nada material. No consumas lo que no necesitas.

19.-Tampoco te apegues a ninguna creencia. Lo mismo que tu cuerpo se renueva constantemente, también lo deben hacer las ideas.

20.-Siembra cada día las semillas que te lleguen de dentro o de fuera. La semillas pueden ser palabras, caricias, belleza, acciones. Ellas son los gérmenes de más sabiduría, amor, arte y salud. 21.-Cuida con mimo el territorio que está más allá de tu cuerpo, tu casa, tu barrio, tu ciudad… el planeta y el Universo.



María Fabiana Calderari



Cortos María Fabiana Calderari
Publicado en la revista virtual Con voz Propia



El consumidor
El hombre ve a la mujer escabullirse entre los callejones oscuros del barrio.
La mujer repite las consabidas formas del encanto y el engaño. El hombre cree que la elige.
Pronto asechan soledades en un lúgubre tugurio.
El hombre se levanta complacido, acomoda sus prendas y se va.
La mujer vuelve a escabullirse entre los callejones oscuros del barrio.
Tenacidad extrasensorial
 Es la décima tercera vez que me precipito desde este octavo piso.
Quedo estampado en el suelo, dibujando la misma figura en cada desplome.
No he logrado aún caer de diferente manera… 

No es un cuento
En las ficciones, los besos suelen convertir sapos en elegantes príncipes y princesas.
En la vida real un beso es más poderoso. Rescata de la soledad, de la apatía, del desamor.   
Un simple beso… Aventurémonos a sentir el encantamiento.
La tortuga
Tropiezo. Mis pasos se vuelven torpes.
Hablo demasiado o enmudezco. Mis palabras se desordenan.
Mi respiración se agita y se detiene en un suspiro lento y prolongado.
Mientras todo alrededor se adormece se agigantan mis sentidos.
Toda sonrojada y temblorosa escondo la mirada, mi cabeza. Me guardo entera.
Cada vez que te veo. Envuelta en este caparazón juicioso, desbordante de costumbres buenas y ataviadas.
Cada vez que te veo.
“Ilusión imprevista”
Una interminable hilera de jovencitas, apiladas en la sala del teatro Perrault, sueña el protagónico de la obra a estrenarse. Avanzan ágiles y a desgano.
Quedan las últimas. Los encargados no encontraron a ninguna que encuadrase en el personaje. Se apagan varias luces, pasada la medianoche. Los ecos inundan la sala. La empleada del teatro ordena a su hija que colabore con las tareas de orden y limpieza.
Los cuchicheos entre el director de la obra y el resto de los actores sorprenden a una niña de rodillas, fregando el escenario, con un estropajo entre sus manos.
-He ahí a la princesa- señalan complacidos.
Hidalguía
Subastaban ideales en una antigua posada.
-Invertid- dijo un ingenioso hidalgo. –Provechoso es quedar armado caballero.
El vínculo de la humanidad 
El mar hambriento abría sus fauces para devorar al sol anaranjado. Ellos lo observaban atónitos, tendidos sobre la arena.
Un escorpión rojizo trepó la empalizada del castillo y entró en los aposentos del rey.
-El enemigo acecha. ¡Preparemos las armas! -exclamó uno de los mosqueteros, desnudando la espada con liviana destreza. El otro lo detuvo asentando su pequeña mano sobre el pecho.
-Abatiremos al intruso -recitó con voz de acero. Recogió la paleta aún humedecida y el baldecito con restos de arena y añadió hincado de rodillas: -Intentaremos primero con la palabra.
El funeral 
Hacía apenas unas horas que me sentía mejor. Decidí, por fin, no estar ausente en el funeral.
Cuando llegué, el olor nauseabundo de las flores de la sala y la muchedumbre entretenida y atribulada casi me hizo regresar. Con interminables pasos llegué hasta el féretro. El muerto estaba solo, pálido, frío, desconocido.
Me di cuenta que en la mano derecha tenía el anillo inconfundible de mi padre. No pude llorar mi muerte, me sentía mejor.
sentado frente a un policía y un hombre de guardapolvo blanco mueve sus labios interrogándome. No logro escucharlo. Él me grita que les explique que no fui yo.

Joan Mateu



Breves Joan Mateu
Publicado en la revista virtual Con voz Propia

Hojas muertas

Cuando amaneció, el bosque era un gran cementerio. Nadie sabía el motivo de tanta mortandad. Los árboles estaban caídos unos sobre otros en una informe montaña de cadáveres. Hablaban de una guerra nuclear, algunos de un ataque con pesticidas, otros simplemente se horrorizaban en silencio.
Sin embargo todo el mundo sabía que eso podía pasar porque año tras año, el bosque iba avisando. Cada otoño las hojas caían de los árboles dejándolos desnudos. Era el cementerio de las hojas muertas. Era el aviso. Sólo era cuestión de tiempo que también los árboles murieran.

Críticaliteraria                                                                                                                                     

Sus cuentos son sencillos, sugerentes y fáciles de leer. Tienen algunos errores ortográficos que deben ser debidos a la prisa en escribirlos y algún defecto de forma, pero eso no quita la calidad que subyace. El desarrollo de la historia a veces se complica en cuanto que mezcla acciones actuales con cosas pasadas en tiempos anteriores, pero debe tratarse de una licencia que adopta. A mí, personalmente me gustan, aunque los personajes no son creíbles y se complica mezclando historias de varios a la vez que son inconexos. Podría ponerle “peros” a los argumentos que a veces pecan de poco cuidados y no se entienden del todo, pero en líneas generales no están mal. Es cierto que parece que haya algún plagio en alguno de ellos, pero sinceramente, a mí no me disgustan en general. Son leíbles. Bueno, que tampoco hay que ser demasiado exigentes…

El mensaje en la botella
  
Las olas llevaron a la playa aquella botella con el mensaje en su interior. Con mucho cuidado consiguió sacar el papel de dentro y lo leyó:
“¡Socorro! Estoy perdido en una isla desierta. Llevo más de un año tirando botellas al mar con mensajes y estoy desesperado porque el mar me las devuelve”
Con parsimonia garabateó unas palabras en el mismo papel. Lo enrolló y metiéndolo dentro de la botella la tiró al mar lo más lejos que pudo.
Añadió: “Te entiendo, a mí me pasa lo mismo”

Los hombres con alas  

No se sabe si fue producto de una mutación hormonal o quizás fue una variación del ADN en algún experimento poco controlado, la cuestión es que empezaron a ser habituales los nacimientos de hombres con alas.
Esto creó confusionismo y también envidias. Las facilidades de desplazamiento, la nula polución y los ahorros en viajes, fueron factores determinantes para que se fueran introduciendo rápidamente en la sociedad.
El hecho de que cada día hubiera más hombres con esta característica, hizo temer una dominación de los alados, lo que creó temores en el resto de la población. Sin embargo todo se solucionó cuando se pusieron de moda los colchones de plumas.

El regreso del montañero

Después de aquella expedición de tres meses y medio regresaba a casa con unas ganas enormes de hacerle el amor. Los días pasados en lo alto de la montaña y los esfuerzos realizados, lejos de haberle debilitado, parecía que habían actuado de reconstituyente, sintiéndose pletórico y ansioso. Cada noche había soñado que la tenía en sus brazos con tal intensidad que por las mañanas parecía que notaba su olor.
Nada más llegar a aeropuerto la llamó y anunciándole su llegada le gritó al teléfono, deletreando con voz estentórea, "PRE-PA-RA-TE". Ella lo recibió en salón, al cabo de veinticinco minutos, con una taza humeante en su mano derecha.

Eclipse de artesanía
 
 Estaba absorto mirando al cielo con una mano ejerciendo de visera, protegiendo los ojos de los fuertes rayos solares. Al preguntarle qué hacía, me respondió lo obvio:
-Ya ves, mirando al sol.
-Eso ya lo veo, pero ¿qué miras realmente?
-El eclipse - respondió lacónicamente.
-Pero, hoy no hay eclipse - respondí - de haberlo, yo lo sabría por los periódicos o por alguna de las revistas de astronomía a las que estoy suscrito.
-Tú observa y lo verás…
Puse la mano de forma que no me cegara la luz y oteé el cielo sin ningún resultado.
-Lo siento, pero no veo ningún eclipse.
-Es que lo haces mal. No pones bien la mano.
-No entiendo nada - dije mientras me contorsionaba con la mano en alto.
-Debes sostener la mano recta y la vas corriendo muy despacio de forma que vaya tapando el sol, primero con los dedos y luego con la palma. De esta manera consigues un eclipse perfecto.
Al ver mi mirada de sorpresa y mi semblante en el que se podía leer que creía que se había vuelto loco, me dijo muy serio y circunspecto, mientras desplazaba la mano sobre sus ojos:
-Estamos en una época en la que se valora mucho la artesanía. No sería de recibo que los eclipses no se pudieran manufacturar. Yo acabo de conseguir uno, realmente espectacular, y además, hecho a mano.

Raquel M. Barthe



                                Los cuentos del ombú Raquel M. Barthe
Lo divisé desde lejos.
Solitaria y eterna, la desmesurada figura del ombú se erguía en la pampa infinita. Árbol o no, allí estaba, ofreciéndome su sombra, en medio de la llanura.
Mi caballo y yo éramos apenas una mota sin sombra en el paisaje.
Llegamos y me acomodé en ese pedestal de raíces que se sumergían en la tierra.
Al Teyú lo desensillé para que retozara a su antojo.
Era la hora de la siesta, o de los lagartos, como dicen algunos porque a esos bichos les gusta calcinarse al sol.
Me recosté contra el tronco y me adormecí.
Al ratito, sin saber si estaba despierto o dormido, escuché la voz del ombú.
Fue apenas un susurro y pensé que era el viento entre las hojas, pero no había ni la más leve brisa. Ni un pasto se movía.
Todo estaba tan quieto que creí que hasta el tiempo se había detenido; no obstante, la voz del ombú caía sobre mí como gotas de rocío que se descolgaban desde sus hojas: una lluvia de palabras acomodándose para formar una guirnalda.
Porque el ombú me hablaba; me dijo que me contaría un cuento de carpinchos.
Y yo le creí, ¿por qué no?
También me dijo que de cada rama colgaba una historia o una leyenda diferente y que, las más secretas, las guardaba bajo tierra, entre sus raíces. Pero ésas las contaba sólo de noche.
Y yo le creí, ¿por qué no?
"El carpincho Clemente, que vivía en los esteros del Iberá..." empezó a contar, "era el único que había descubierto el camino que lleva al misterioso pueblo Mboré o Emboré. Ese pueblo de casas sin puertas ni ventanas, perdido en la selva misionera...".
¿Para qué alguien podía construir casas sin puertas ni ventanas?
Y se lo dije, pero al ombú le molestó que lo interrumpiera y me contestó de mal modo que no eran casas para vivir, sino para guardar tesoros.
Y, antes de que pudiese preguntarle cómo podían meterlos si no tenían aberturas, prosiguió: "entraban por subterráneos cuyas bocas se hallaban bien ocultas y Clemente había descubierto que una de ellas se abría bajo el agua cristalina del estero...".
"¿Y cómo llegó el carpincho a Misiones, si vivía en Corrientes?" pregunté.
El ombú se impacientó: "¡Silencio! Eran tesoros fabulosos y quienes construyeron el pueblo y lo transportaron, desaparecieron...".
Me callé la boca y el ombú continuó, "y con ellos los rastros que llevaban a Emboré, que se perdió para siempre."
Aproveché la pausa para preguntar si nadie lo había buscado y me dijo que sí; que una vez le pagaron a unos peones para hallarla, pero después de un tiempo volvieron contando que allá estaba Emboré, aunque fue imposible entrar en aquellas casas herméticamente cerradas y, al regresar para buscar refuerzos, se habían perdido.
Y yo le creí, ¿por qué no?
Sin embargo el mismísimo ombú opinó que seguro lo habían inventado para darse importancia y justificar lo cobrado sin hacer nada; sólo divertirse. "El único que encontró la entrada subterránea, fue Clemente..." decía.
No lo dejé terminar; ensillé al Teyú y continué mi camino.
Preferí achicharrarme bajo ese sol que quemaba la tierra a perder el tiempo escuchando las mentiras del Ombú.
Porque todo parecía cierto, pero, ¡miren si le iba a creer que un carpincho podía tener un nombre tan ridículo como "Clemente".
Cuento de base folclórica del litoral argentino, basado en la leyenda de Emboré.
Fuente de la leyenda: AMBROSETTI, Juan Bautista, 1865-1917. Supersticiones y leyendas : región misionera, valles calchaquíes, las pampas. -- Buenos Aires : Rosso, [191-]

Celia Elena Martínez


                        Cósimo Celia Elena Martínez


Todos los vecinos de la cuadra le gritaban a Cósimo que por favor bajara del viejo árbol, temiendo que la añosa rama se quebrara. La anciana no paraba de llorar, implorando y rezando por él. Todos la calmaban y abrazaban.
 Los autos que pasaban, paraban para curiosear  obstruyendo el tránsito, sonaban los bocinazos, para que los autos dejaran paso, poco a poco se llenó de gente, los que caminaban por el lugar se detenían para ver que es lo que pasaba.
 El hecho es que el barrio estaba en vilo. Pero Cósimo  se aferraba cada vez más y no prestaba oídos al griterío que clamaba para que éste descendiera  y evitara una fatal caída.
 La abuela seguía llorando.
 Hasta que a un vecino se le ocurrió traer una escalera y ayudarlo, en ese momento llegaron los bomberos alertados con una llamada de la vecina de la octogenaria.
 La orquilla que  parecía ceder. Llegaron hasta Cósimo  que parecía ir más arriba, pero a tiempo fue tomado de la cabeza, cuando estuvo abajo  la vieja mujer contenta abrazó a su gatito.
 Todos aplaudieron!!!


Marcelo Dughetti








           Como un cerezo dormido Marcelo Dughetti

El Miguel pone los calefactores al taco, se te seca la garganta, es por eso. El reventado quiere guita y nos chupa la sangre con la coca y el fernet. Los viejos al lado  del baño de mujeres, toman gancia. El gancia los mantiene pálidos, olorosos, espumosos;  con esas meadas claritas que se echan después de estar toda la mañana pajeandose con la moza. Esta no es la de Gaiteri, tiene un culo esperpéntico y no baila. Además le da lo mismo si uno está solo o acompañado, atiende sin mirar. En las heladeras brillan las nuevas cocas “zero” esas que dicen no engordan. Prefiero la que hace mal además desconfío de la “Z” en el nombre. Le pedí fernet al Miguel por que los calefactores están altos .Fernet y coca, hace calor y es julio, el pino de la navidad pasada se desluce con telarañas, esferas reventadas por un botellazo y la fotito de una mina en pelotas que  algún gracioso puso al pie del pesebre. Los perros miran desde el frío como comemos lomitos resalados y aceitosos. Gracias que esta la neblina, el vapor, la nube que en los vidrios se condensa y te tapa la visual. Hay gente que le pasa una servilleta al ventanal necesitan ver y que los miren. La fotito de la mina en bolas, al pie del arbolito anacrónico, me hace acordar a María. No la María de la leyenda, sino a la putísima diosa que cogía detrás del zoológico en la época de los intendentes progresistas. “Si chasqueas los dedos se me ceca la ollita” decía. ¡Ja! Si  chasqueas los dedos,  que lo pario. Era rápida la cosa, para colmo de parado,   al borde de  los animales, el olor a  carne podrida no menguaba ni con el frio.  La María del zoológico era más que una mujer, estoy seguro, porque solo un inmortal podía aguantar esas temperaturas, con el culo al aire y no muy caliente que digamos por la eventualidad que se vivía. Cobraba poco y era hermosa. Eso era un regalo. Uno comprende con el tiempo que las cosas no son tan bonitas como el miembro parado y la proximidad de una boca te lo pintan. Uno aprende que es mas complejo el asunto que las minas están reventadas, que el laburo no es tan laburo, en fin. Además uno tiene hijas. Mi hija llega en pocas horas; se casó hace dos años. Algo que me tiene que decir me preocupa. La mamá murió salvajemente. Era enfermera de la salita del barrio San Nicolás. Era buena mina nunca llegamos a entendernos .Cogía con dulzura algo que no es para todos. Menos para borrachos. Los borrachos no entienden la ternura en el sexo. Necesitan del calor que el alcohol les  ha metido y los golpes le producen adrenalina. Lo sé. Lo sé. Mi hija lleva puesto un saquito de jean y botas de goma. Ahora llueve. Entra al bar y me congela  con un saludo lloroso. Todos nos miran. Su pelo esta nacarado por las gotas que llegaron a cubrirla. Nos abrazamos y sigue llorando. La insistencia de la miradas me duelen en la nuca, le bajo los brazos le digo que se calme y nos sentamos. Le pido un café, me dice que no. “Algo fuerte”- dice como en las películas. Algo fuerte. Me da risa y a la vez me dan ganas de pegarle un cachetazo. Pendejita pidiendo algo fuerte. Me olvido la edad que tiene por momentos y la veo jugar con los perros en el patio corriendo atrás del limonero, con un chunguito y el bebe de plástico. Le pido un licorcito de menta. Me dice que la menta le da asco. Termina siendo de café. “Papa” dice y repite tres veces la palabra que me ubica en su universo como algo definitivo, como un clavo contra la oreja, prendido al maderaje de la puerta. “Papa, Gustavo me pega” y corre su cabello dejando al hambre de la luz un hermoso hematoma de un ancho inexplicable. Con que te pega le pregunto como si eso fuera lo importante y es lo primero que se me ocurre. La mirada de  Lucia es terrible y pido disculpas. Le tomo la mano, esta helada. Los curiosos  se vuelven moscas. No hay mucho para ver en el bar del Miguel, solo pasar los colectivos de la Coata y el viejo que abre las puertas de los taxis rascarse la entrepierna. Lucia no odia a Gustavo, sostiene que es una cuestión pasajera que todo se soldara en un mejor futuro .que no pasara mas .Sostiene también que está embarazada y no se lo había dicho antes del golpe. No puedo más que levantarme y pedir soda fría algo que aplaque el fuego que me quema las tripas. En la mesa de los viejos hay un chino que ha venido a morir al país que eligieron sus hijos. Le llaman el herbolario y en poco tiempo se ha hecho fama de consulta entre los que estamos estacionados en esa mugre de Bulevar España y Sarmiento. Vos lo conoces a Wan me dice Lucia, necesito algo que lo aplaque, que lo ayude. Sostiene Lucia que Gustavo atacó por primera y última vez, pero todos sabemos que esto no es cierto. Wan tiene un sombrerito gracioso de felpa azul con dibujos inclasificables. Lleva puesta una camisa negra y un pantalón corto incombinable  con los 10 grados de la
calle. El herbolario se levanta a mi señal y deja las fichas de domino entre los demás viejos. Nos sentamos en una mesa cerca del arbolito. El chino mira serio la foto de la mina en bolas y después escucha como si lo hubieran fijado a una corriente imperceptible. Tengo un asunto, le digo, y necesito su ayuda. Wan se rasca la oreja con una uña afilada, se deja la uña larga del meñique para utilizarla en su oficio. “Problema de que tipo, bestia, hombre o espíritu” dice y sonríe. Lucia vuelve a entrar con un atado de cigarrillos sin abrir quiere sentarse junto a nosotros pero le indico la misma mesa donde habíamos quedado. Saluda a Wan y Wan la mira con cara de nada, la cara que tienen algunos chinos. Después vuelve a mí y repite la pregunta “¿Y ahora me dice usted  si es bestia, hombre o espíritu? Le sostengo la mirada  un momento y abro el juego, es las tres cosas a la vez. Wan se sorprende y mira a mi hija nuevamente. Llamo a Lucia, viene con una sonrisa a medias, está más tranquila. Los presento, Ella extiende su mano pero Wan solo mueve su cabeza en reverencial saludo. Después le corro el cabello y florece la carne azulada. El herbolario pasa de la nada, al rostro de un demonio  y luego vuelve a la nada, como si el hematoma hubiera ocasionado un eclipse en su semblante. Nos pregunta si conocemos las  nueces vómicas. Hay nueces que tranquilizan el alma dice Wan y nos habla de diferentes tipos de este fruto. Calmar a una bestia no se puede sencillamente, si hay también un espíritu y  un hombre .Después saca una bolsita amarilla con trozos de lo que parece un hongo pero es una nuez. Lucia mira todo como cuando era chiquita y me acompañaba al bar a desayunar;  no estaba Wan pero había un gran negro que solo con su presencia la fascinaba. Wan corta la nuez y la envuelve con una servilleta luego me la ofrece .No comer dice…  dar al hombre, a la bestia  y al espíritu. De a poco dice, eso calmara el calor y volverá al invierno feliz como un cerezo dormido. Le agradezco, no acepta guita y me regala una hoja de calendario de esas que traen frases de filósofos. Antes de  despedirse, me repite, no comer, dar a la bestia al hombre y al espíritu, sobre todo al espíritu. Salimos del bar cruzamos el bulevar y Lucia sube al colectivo luego de besarme las manos. El viento es un cuchillo para un hombre de mi edad me cierro la campera y escupo lo que parece la espuma de los viejos. Después me siento en el banquito de la galería donde duerme un linyera tradicional. No tengo para fumar Lucia se llevó todo. En la búsqueda doy con el papelito que me regalo Wan leo la frase “La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor.”